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viernes, 14 de octubre de 2022

Revistas de los 90s - (02)



En esta sección transcribiré algunas historias aparecidas en las revistas Testimonios, Adultos e Intimidades, publicaciones argentinas de los años 90. 
No son relatos de mi autoría (lo aclaro por si las moscas), sino anónimos, pero los publico acá porque: a) valen la pena, aunque muchos son muy breves; b) sirven para que puedan ir leyendo algo, ya que estoy escribiendo poco y nada; y c) son relatos que no encontrarán en la web, pues son extraídos de revistas de papel de aquellos días.
Voy a poner este tipo de material en una sección aparte, que encontrarán en la columna de la derecha (en la web) o alguna de las secciones de abajo (en Android)


¡NEGROS A MÍ!
Estoy casada desde los 17 años, tengo ahora 26, cabello rubio natural, ojos claros, aspecto y cuerpo de mujer sexy. Dicen que soy parecida a Xuxa. Soy feliz y quiero mucho a mi marido.
Hace cuatro años vivíamos en Foz do Iguazú, Brasil, frente a Puerto Iguazú, Argentina. Como para mantener la silueta y porque me gusta, concurría los martes y viernes a un gimnasio cerca de casa. El instructor era un hombre negro musculoso que desde el primer día me resultó atractivo. Con mucha cautela él me daba a entender que le gustaba, y yo lo rechazaba con mucha amabilidad.
Así transcurrieron nueve meses, hasta que un día me pidió por favor que posara para hacer unas fotografías del gimnasio con fines publicitarios. Lo consulté con mi marido y decidimos que lo haría.
A la semana siguiente, un martes, cuando el gimnasio quedó sin socios, Edú, el instructor, trajo una cantidad de mallas, bikinis, calzas y camisetas que debería ponerme para la serie de fotografías. Comenzamos con fotos en distintos lugares del salón y diferentes aparatos. A medida que posaba me sentía más excitada y atraída por Edú. Podía ver el enorme bulto que se le marcaba en el jogging.
Después de unas cuantas tomas, Edú me puso un poco de aceite para el cuerpo, porque eso haría un buen efecto en las fotos. Sentir el contacto de sus manos aceitadas fue tremendo. Ya no me podía contener. Me acosté sobre una loneta y le dejé hacer lo que quisiera. Poco a poco sus dedos se acercaron a mi vagina. Abrí bien las piernas y él corrió el bikini y metió dos dedeos dentro de mí, mientras me besaba y pasaba la lengua por mi cuerpo. Al mismo tiempo me decía:
—¿Al bebé le gusta esto? La bebita está caliente, ella quiere una pija bien dura.
Escucharlo me calentó más y le pedí que me cogiera, que me diera su negra pija. Él sacó sus dedos de mi conchita mojada y se bajó los pantalones. Yo no podía creer lo que estaba viendo: una pija negra de dimensiones enormes. Había oído lo de las pijas de los negros, pero nunca había creído que fuera tan así. Edú me pidió que se la chupara y que así lubricada sería más fácil metérmela. Me la tragué con todas las ganas, la chupé, la lamí, me la metí hasta la garganta. Estaba enloquecida, quería tenerla en mi boca y en mi concha al mismo tiempo. Él nunca dejó de hablarme y decirme que me cogería durante horas, que me rompería toda, que le gustaba coger mujeres rubias casadas… Todo eso me calentaba más y más.
Luego me desnudó, apartó mis piernas y las colocó sobre sus brazos para abrirme más. Yo separé con mis dedos los labios de mi concha y Edú comenzó a ponerme la cabeza de su pija hermosa. Sentí que me desmayaba, se me puso la piel de gallina, me temblaba el cuerpo. Apenas si tenía la mitad adentro cuando comencé a tener un tremendo orgasmo. Los gritos escapaban de mi garganta. Me la metió toda adentro, donde nunca había llegado mi marido, y sentí que Edú acababa como un caballo, llenándome de semen caliente. Todo había pasado en cinco minutos. El corazón me latía a mil, pero quería más.
Seguimos cogiendo durante cuarenta minutos más. Yo acabé otras dos veces y Edú, otra.
Cuando reaccionamos nos dimos cuenta de lo tarde que era y muy a mi pesar me vestí lo más rápido que pude y me fui a casa. 
Mi marido estaba esperándome y me vio llegar toda apurada, con el cuerpo aceitado, el cabello revuelto, la cara enrojecida… Le dije que lo de las fotos me había cansado y que me quería dar una ducha para sacarme el aceite. Pero no me dejó llegar al baño. Parece que verme así lo excitó y comenzó a quitarme la ropa diciéndome que tenía olor a gimnasio y que me quería chupar la conchita.
La idea me excitó a mí también. Pensar que me la chuparía recién cogida me enloqueció. Lo dejé hacer y acabé en su boca dos veces. Le llamó la atención la forma en que me mojé. 
Durante tres meses cogí con Edú los martes y viernes. Luego me hacía chupar la concha por mi marido, con todo el semen del negro. La situación me resultaba tremendamente excitante. Le conté a Edú lo que hacía cuando llegaba a casa, y eso también lo excitó a él.
Acababa en mi boca diciéndome que besara a mi marido; o mientras gritábamos en medio de los orgasmos me decía que esa leche era para mi marido, que la estaba esperando.
Esta situación lamentablemente se cortó. Por razones de trabajo debimos trasladarnos a una ciudad de la costa atlántica. Nunca más volví a vivir momentos de tanta excitación, Edú me dejó marcada, y no me interesa conocer chicos blancos. El contraste de piel actúa sobre mí como un estímulo. Tanto que quisiera hacerlo con dos o tres al mismo tiempo. Quisiera volver a vivirlo.
NOTA: el relato finaliza pidiendo que la contacten hombres negros para relaciones sexuales. Recordemos que son experiencias sacadas de revistas de contactos de los años 90.


VELLUDO EL CHANCHO
Un día mi mujer decidió sorprenderme e invitó a cenar a un compañero de trabajo que, según ella, era fiestero y estaba muy fuerte. En mi adolescencia yo había tenido alguna experiencia con hombres, pero durante los últimos diez años solo me había dedicado a las mujeres. Para ese entonces tenía 42.
Llegó la hora de la verdad y apareció Eduardo. Era alto, de pelo y bigote espesos, cejas gruesas, y una mirada de hijo de puta que —debo confesar— me calentó. Era verano y estaba vestido con una camisa con un botón desabrochado que dejaba entrever que era un macho de pelo en pecho, como yo.
Mientras cenábamos nos contó que era divorciado, que se seguía encamando de vez en cuando con su ex y que había terminado su matrimonio porque ella no aguantaba su ritmo sexual. Mientras el tipo decía esto, yo estaba que explotaba porque mi mujer me masajeaba la entrepierna con el pie descalzo.
La muy turra empezó una conversación sobre la relación entre los hombres velludos y la fogosidad, y así empezó una competencia por ver quién era más peludo.
Mi mujer me pidió que me arremangara la camisa para mostrar mis antebrazos, que a ella tanto la calientan. Así lo hice y Eduardo lanzó una risita.
—¿A eso le llamás peludo, linda?
Acto seguido se desabrochó la camisa y tanto mi mujer como yo nos quedamos estupefactos frente a ese monumento de macho. Era flaco, pero con unos hombros anchísimos y unos antebrazos de gasista, musculosos y cubiertos de pelo enrulado que despertaron mi admiración. Tenía el pecho recubierto de vello espeso apenas dejaba ver sus tetillas y su abdomen marcado.
Mi mujer no pudo disimular la calentura y comenzó a pasarle las manos por el pecho velloso mientras ronroneaba.
Yo interrumpí:
—¿Por qué no pasamos al living para estar más cómodos?
Así lo hicimos, y “más cómodos” significó que nos quedamos en calzoncillos y ella ropa interior. Mi slip estaba por estallar y el bóxer de Eduardo tenía una carpa impresionante. Eduardo le quitó la tanga a Sandra y empezó a chuparle la concha como un animal en celo, con mucha saliva. Más la chupaba y más se mezclaba su saliva con los flujos de mi mujer. Yo estaba sentado en un sillón, masturbándome, cuando el hijo de puta se sacó el bóxer. ¡No podía creer lo que era en bolas! Parecía un dios griego: las piernas musculosas y velludas como el resto de su cuerpo, un par de pelotas que parecían huevos de gallina, por lo grandes, y una poronga circuncidada que estaba totalmente erecta y casi le tocaba el ombligo. El grosor de esa pija hizo que me fuera en seco como un boludo. Eduardo la alzó a mi mujer y me preguntó:
—¿Dónde está el dormitorio? Ahora vas a ver cómo me bombeo a tu hembra, maricón.
Se lo señalé, y entonces sentí un ataque como de ser sometido por ese me macho. Llegué al dormitorio y el guacho ya se estaba cogiendo a mi mujer a lo perro, por detrás y por la concha. Se la metía despacio y la movía apenas hasta que mi mujer se volvió loca y pedía más y más. Entonces se la sacaba y le lamía la concha, chorreando todo el acolchado. Se la volvía a apoyar en la puerta de la concha y Sandra empujaba para atrás. Estaba totalmente poseída por la calentura. Entonces él la agarró por los talones y de un pijazo la hundió contra el colchón y empezó a bombear como si fuera una locomotora. Su respiración resonaba fuerte y acompasada en medio del silencio de la noche. Cada vez más rápido. Mi mujer ya había acabado varias veces y pedía a gritos que le diera la leche. Entonces el guacho me miró y me dijo:
—Vení, maricón, pajeame y vas a ver cómo acaba un macho de verdad.
No me hice rogar, debo reconocer que me encantaba que me basureara así. Me acerqué y lo empecé a pajear bien lento con la mano derecha mientras le masajeaba apenas los huevos, duros e increíblemente peludos, con la izquierda. Él estaba de rodillas sobre el colchón, frente a Sandra, que ya estaba boca arriba esperando ser bañada por ese macho divino. Yo sentía cómo los huevos le subían y bajaban y cómo se le endurecían aún más la verga que ya estaba por explotar.
—¡Dale, putito, seguí que ahí viene la leche!
Y de repente saltó un borbotón impresionante que cayó en medio de las tetas de mi mujer, y otro, y otro y otro. Conté once chorros. El tipo estaba totalmente transpirado con sus vellos pegoteados y la pija todavía paradísima.
—Y ahora te voy a hacer el culo —le dijo.
Yo no lo podía creer. Le empezó a chupar el orto como si recién empezaran. Yo ya se lo había hecho a mi mujer y, como calzo bastante bien, ella estaba acostumbrada. Eduardo le apoyó la cabeza que todavía estaba embadurnada de leche y se la mandó a guardar. Mi mujer pegó un grito que habrá despertado a todos los vecinos. Pero a él no le importó. Y la empezó a bombear como si fuera el último polvo de su vida. La bombeó como durante diez minutos, hasta que se la sacó y le acabó toda la leche encima del culo.
Desde ese día nos hicimos amigos y tenemos estos encuentros bastante seguido. 

3 COMENTAR ACÁ:

Vikingo Miron dijo...

Con relacion al primer relato nada mas lindo que sacarse el hambre con la vagina de la esposa rellena de semen de Blackbull, adorable.

SALUDOS VIKINGO MIRON

pedro picapiedra dijo...

Me parecen mucho mejor los relatos escritos por usted. No hay comparación.
Saludos

Anónimo dijo...

No es lo mismo, Rebelde... hechamos de menos a tus relatos!

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