MAMÁS LUCHONAS | MEYU (01) • [SKETCH]
(VERSIÓN 1.0)
Por Rebelde Buey con Isabel Andada.
NOTA: Un SKETCH es un formato de relato simple, rápido, autoconclusivo, de temática única, cuya estructura, marco y final se repite en todos los capítulos. Tienen uno o más leimotivs, generalmente en el final, que también se repiten en cada capítulo, dándoles unidad y familiaridad.
Para MAMÁS LUCHONAS, la idea es escribir varias series de sketches, con varias mamás luchonas y sus cornudos, pero todas compartiendo el mismo espíritu y leitmotivs.
1.
—Por Dios, ¿para qué necesitan todas estas porquerías? Esto no es una playa —me quejé, con el sudor del sol derritiéndome la cara.
Yo avanzaba por el borde de la pileta municipal, encorvado bajo el peso de la fatalidad y de tres bolsos de playa, una sombrilla gigante sacada de los años 70, una heladera de telgopor y dos inflables mal inflados que me rebotaban en la panza y en el culo con cada paso. Delante mío, tres zancadas más allá, Meyu caminaba balanceando esas caderas anchas y ese culazo redondo que resultaron mi perdición, la causa por la que la adopté como mía y por la que soporto que haga todo lo que me hace… o le hace a otros.
Llevaba un pareo diminuto que apenas cubría su maldito bikini color mostaza, tan enterrado entre las nalgas que parecía que el culo se lo estaba tragando. Era el que le compré. Bueno, era el que cambió en la tienda por el que le compré; el que yo había elegido era mucho más decente, le cubría más que suficiente toda la cola y no se le metía como se le mete éste. Me pareció más apropiado para Meyu, una madre soltera de dos niñas pequeñas, y desde hace un par de meses, mi novia.
Sus hijas —dos demonios con coletas— venían con nosotros, más precisamente conmigo; chillando por tonterías, cruzándose delante mío hasta comprometer mi equilibrio.
—¡Inflá el unicornio, Carolino! —gritó Brisa.
—¡No, primero el delfín! —pidió Jazmín.
Para ganar su discusión me tiraban de la botamanga de mi bermuda. De un lado. Del otro. Más fuerte, para que las escuche. Hasta que la tela se estiró como una honda y ¡PUM! ¡Me aplastaron un huevo, malditas mocosas! Trastabillé, tragando un alarido.
—¡Mierda!
—Ay, Carolino, no digas groserías… —dijo Meyu. Sabía que estaba captando todas las miradas masculinas de un kilómetro a la redonda—. Que están las nenas…
Los hombres se giraban a mirarla, algún maldito silbó su aprobación, otros directamente me veían a mí con un gesto mezcla de lástima y envidia, como diciendo: "Pobre imbécil… pero qué suerte tiene". Es que Meyu tenía 22 añitos, y yo cumplía 62 en unos meses. Parecía su padre. O su abuelo. Por suerte ella era de las que pensaba que para el amor no hay edad. Siempre que yo fuera un caballero con ella y un padrastro presente para las niñas, no solo en lo afectivo sino también en todos los gastos que las pequeñas ocasionaban: comida, colegios, cumpleaños, ropa, paseos, transporte y un largo etcétera. Tuve que conseguirme un segundo trabajo para mantener satisfecha a Meyu y sus dos hijitas. Especialmente a Meyu. Pero no todo recaía en mí, ojo. Meyu siempre decía: “De la leche me encargo yo. Es deber de la madre conseguir la lechita de los padres; así que a mis ex, la leche para las nenas se las saco yo”. Me pareció justo cuando lo planteó la primera vez. Ahora, creo que quizá yo no supe interpretar lo que me estaba diciendo.
—Carolino, apurate —reclamó mi novia, sin volverse. Como pude, me las arreglé para mirarle el trasero. Menos mal que tenía puesto el pareo que le regaló mamá.
Por fin llegamos a un pedazo de pasto que Meyu aprobó para instalarnos. Con un gesto de suficiencia, me señaló:
—Poné la lona ahí, Carolino. No, no ahí, ahí. ¡Que dé el sol, ¿sos tonto?!
Descargué todo, como un burrito domesticado, y desplegué la lona en donde ella lo pidió. Brisa y Jazmín corrieron hacia el agua con un cohete en sus traseros.
Y entonces, como en un video de regetón, Meyu se quitó el pareo en cámara lenta.
Dios mío. La tanga tragada en por su culo redondo, explosivo, el tipo de culo que parece pedir verga. La de pajas que me hacía y me hago con ese culazo. Algún día me va a dejar que se lo haga, ya me dijo. Solo que por ahora tiene miedo. El recuerdo de cómo se lo detonaban regularmente sus ex, los papás de sus nenas, la tenía atemorizada. Eso me dijo. Le había dolido mucho, cada vez. Con los dos. Por el tamaño que portaban. Me dijo que conmigo seguramente no le iba a doler nada, pero que había quedado traumada. Por Dios, qué buen orto, algún día se lo iba a romper. Sí. ¡Sí! No podía esperar a ese momento.
Clavé la sombrilla en el pasto con un bufido para recuperar algo de aire… y de dignidad. Al menos hoy clavé algo, pensé. Hacía ya casi tres meses que por hache o be Meyu no me dejaba clavarla. Con el aire en mis pulmones acomodé la heladerita, los inflables y el resto de las porquerías. Meyu ni amagó a ayudarme, parecía entretenida saludando con la vista y sonriendo a muchachitos. No estoy seguro.
—¿Conocés a alguien de acá?
—A casi todos. De las enfiestadas que me hacían cuando era más chica, antes de salir con los papás de las nenas…
Suspiró con nostalgia.
—¿C-cómo enfiestadas? ¿Te enfiestaron acá?
—No, Carolino, no te pongas paranoico. Quise decir que se hacían fiestas y yo venía con mis amigas.
—Ah, pensé que… bueno, que alguno de estos tipos te había cogido…
—Sí, unos cuantos… —Y de pronto levantó la cabeza y sonrió, como saludando a alguien a la distancia. Miré, pero había muchos hombres en la pileta, no sabía a quién se dirigía—. No vas a ponerte celoso ahora, ¿no? Eso quedó en el pasado, cuando yo era adolescente y me voltié cuanto macho se me cruzaba. Pero ahora soy distinta… ya sabés… Estar de novia con vos me cambió.
Yo sonreí, pero no estaba tan seguro. Tenía la certeza que sus dos ex, los padres de una y otra de sus hijas, se la seguían cogiendo cuando ella iba a sus casas por la plata de la manutención.
2.
Los vi acercarse: Chechelo, no muy alto pero ancho como su sonrisa, fibroso y marcado. Tostado de verano, por supuesto. Tenía ese carisma mundano que derrite a las mujeres. Y El Pibe, más alto y sinvergüenza, rubio oxigenado como los cantantes de cumbia. Eran dos de los bañeros más facheros de la pileta.
—Meyu, corazón —dijo El Pibe—, hoy te hacemos gratis la revisación médica. A fondo, como a vos te gusta.
—No te cobramos nada, así te ayudamos con las nenas. —Chechelo tomó a mi novia de la cintura y le dio un beso en la mejilla. Pero la mano no se quedó en la cintura, bajó y manoseó las nalgas semi desnudas de Meyu con una facilidad inverosímil, como si yo no estuviera ahí delante suyo, como si yo no fuera suficiente hombre como para reaccionar.
—¡Son unos ángeles! —dijo Meyu—. Con lo que me cuesta llegar a fin de mes... Los hijos de puta de los padres no mandan plata ni para los útiles escolares...
Chechelo me señaló.
—Y decile a tu papá que vaya y lo ponga en caja.
Meyu se rio con un “prrffff…”. Yo me puse rojo como el silbato que colgaba del cuello de El Pibe.
—Soy… soy el novio —balbucí.
—Es el candidato a ser el padrastro de mis nenas y, por lo tanto, también a ser mi marido… —Me miró y me sonrió, y me hizo un gesto silencioso de besito, solo para mí. Casi me derrito—. Eso, si se porta bien, claro.
La mano del bañero seguía manoseando el culazo de mi novia. No dije nada, no quise romper aquel momento mágico entre Meyu y yo. Aunque ella no solo no rechazaba el manoseo, sino que encima se inclinó con su torso hacia El Pibe, lo que hizo que sus pechos, metidos en el delgado corpiño del bikini, se pegasen y aplastaran sobre el brazo del muchachito.
Las manos de mi novia, supongo que agradecidas, encontraron los bíceps de El Pibe y el ancho pectoral de Chechelo. Se les pegó a ellos, absorbiendo el contacto de su piel con la de ellos, a lo largo de toda su altura, y dibujando círculos cariñosos en los músculos de los brazos y los pectorales, y en un momento, hasta en el ombligo. Recién ahí vi los bultos de los bañeros. La lycra no dejaba lugar a dudas. Estaban bien armados, se veía a simple vista.
—¡Mi amor! —le dije sorprendido.
Pero ella me miró con total inocencia, sin entender lo que yo le reclamaba.
—¿Qué?
No dije nada. Me iba a tildar de paranoico y no quería discutir delante de estos dos galancetes de pacotilla.
—Después pasate sin el cornudo —le susurró El Pibe, pero lo suficientemente alto como para que yo lo escuchara—. Así te revisamos bien.
Iba a preguntar por qué dijo “cornudo”, pero justo las niñas regresaron de la pileta. Así que solo fui por lo evidente:
—¡Meyu, por el amor de Dios! —señalé su mano prácticamente acariciando el bulto de Chechelo.
Con un timing perfecto las niñas volcaron la hielera sobre las toallas nuevas.
Meyu giró como una furia:
—¡Carolino, mirá el desastre que hicieron por no estar vigilándolas! ¿En qué mundo vivís?
¡Carajo! No quería que se enfureciera conmigo. Si se enojaba, esta noche no me dejaría hacerla mía, y ya venía con mucha abstinencia acumulada.
Mientras recogí las toallas mojadas, sentí cierta derrota. Al alzar la vista, los bañeros ya se habían esfumado.
Meyu se recostó boca abajo sobre una reposera, dispuesta a tomarse todo el sol de la tarde. No me miró siquiera, solo dijo:
—La próxima vez poné más atención. —Y se ajustó el bikini en el corpiño, agrandándose el escote para tostarse más. Y para verse todavía más puta—. No voy a tener paciencia con vos toda la vida.
3.
Las manos diminutas de Brisa y Jazmín me hundían otra vez. Sentí el agua invadiéndome la nariz mientras las oía reír como duendecitos psicópatas.
—¡Papá Carolino, hacé burbujas! —gritó una.
—¡Sí, como las ballenas cuando se mueren! —la otra.
Al asomar la cabeza por sobre el agua, escupí un chorro y busqué a Meyu con la mirada, para pedirle que las calme. Allí estaba, tendida boca abajo sobre la reposera, como una diva de Instagram. El bikini convertido en un hilo se perdía entre sus nalgas, que aun en posición horizontal permanecían en punta desafiando la gravedad. Junto a ella —detrás de ella, entre sus piernas— estaba el heladero, un tipo al que había visto moscardeándola un rato antes, sobando la espalda desnuda de mi novia con sus manos embadurnadas de bronceador. Para mayor comodidad del cretino, mi Meyu se había desprendido los cordones que sujetaban y ataban el corpiño, quedando literalmente desnuda de arriba, aunque de espaldas. El hijo de puta la magreaba con reluctancia, disfrutando cada centímetro cuadrado de la desnudez parcial de mi novia. Me vio y me saludó con una sonrisa, que se me antojó inocente, pero dejó de ser inocente para ser cínica en cuando sus manos fueron a manosear la cola de mi novia, llenándose las manos con sus nalgas y frotándolas y amasándolas como si mi amorcito fuera la puta del barrio. No sé si sería puta, pero sí se mostró muy pasiva. Demasiado.
Era un pajero en toda regla. Vestía un sombrero “Piluso” blanco y una camiseta que decía "Helados Frío Frío". No paraba de manosearla, y me sonreía y le miraba el ojete y la espalda, a intervalos iguales. ¿Me estaba provocando? De pronto vi que una de las manos, no la que le pasaba por la espalda y la cintura, sino la otra, se fue quedando entre las nalgas y abajo, a la altura de la conchita. Y enseguida se me hizo evidente —a mí y todos en la pileta— que la estaba dedeando. Tanto en el culo como en la concha. Incluso a veces con dos dedos, uno en cada agujero.
—Te vas a tostar tanto por fuera como por dentro… —le dijo el hijo de puta, con sus dedos ya bombeándole el fingereo, bien adentro.
Meyu gimió y miró en mi dirección, creo que para asegurarse de que siguiera con sus hijas y no estuviera mirándola. Se encontró con mis ojos, pero su pasividad no cambió. Volvió a meter el rostro entre sus brazos y pidió:
—Así… No pares… Quiero estar bien tostadita para mi novio…
Yo no quise ir. Si salía de la pileta y enfrentaba al tipo, iba a quedar como un cornudo delante de todo el mundo. Así, muchos ni sabrían que mi novia estaba conmigo. Igual, no pude con mi genio y le grité desde el borde de la pileta.
—Meyu, ese degenerado se está aprovechando de vos...
Mi novia alzó la cabeza con fastidio.
—¿Qué querés ahora? ¿Que me queme porque en vez de ponerme crema a vos se te ocurrió atender a las nenas?
El heladero me miró otra vez.
—Vos atendé a tus nenas, que yo atiendo a tu señora… —dijo, ya enterrando y bombeando con dos dedos en el ano de mi Meyu.
—¡Hijo de pu…! —alcancé a gritar, pero Jazmín eligió ese momento para saltarme encima.
—Andá con tus hijas —me reprochó Meyu que, lejos de protestar, arqueaba ligeramente la espalda.
—Meyu, por favor... —supliqué, sintiendo cómo las niñas trepaban de nuevo por mi espalda.
Antes de que pudiera continuar, los demonios me arrastraron bajo el agua otra vez.
Cuando salí, jadeante, Meyu ya no estaba.
La vi en la distancia, caminando entre los dos bañeros que nos habían visitado una hora antes, con dirección a un cuartito de cemento, medio dejado a la sombra de unos árboles. El típico galponcito para guardar porquerías y cosas de limpieza.
El heladero me sonrió, tenía la virtud de mofarse de mí pero con cara de tonto. Me hizo un guiño.
—No se preocupe, jefe. Cuando vuelva, yo le cuido a la señora.
4.
Me arrastré hacia el cuartito como un soldado bajo las líneas enemigas. La puerta tenía un cartel escrito con tiza que decía: "SE PROHIBE EL INGRESO DE CORNUDOS". ¿Qué carajos? Avancé arrastrando los pies, cada paso más pesado que el anterior. ¿Qué carajos iba a hacer, si me la estaban cogiendo? ¿Golpear la puerta? ¿Gritar? Meyu a veces se acostaba con sus ex. Aunque ella me decía que no, yo lo sabía. Si hasta ella me había visto descubriéndola. Aunque me decía que estaba equivocado, que no era lo que parecía. Por supuesto no me gustaba una mierda, pero con los papás de las nenas lo podía entender: lo hacía para que le aflojen la plata de la manutención. Ok. ¿Y con estos dos bañeros? Esto era otra cosa. Estos sí serían cuernos.
Antes de llegar, ya pude ir escuchando los gemidos de mi mujer y el chaf chaf característico del choque de carnes cuando me la bombean.
—¡Aaah, Chechelo, aaah...!
Era la voz inconfundible de Meyu, esa que cuando me pedía algo al oído, me hacía parar el pitito. Me asomé por la luz que dejó la puerta entreabierta. Meyu estaba de pie, enfrentando a una pared, su torso levemente inclinado hacia abajo y con sus brazos extendidos, como si la policía la estuviera palpando de armas. Pero no la palpaba un policía. Se la estaba clavando un bañero. Y no por cualquier lado. El hijo de puta ése llamado Chechelo le enterraba verga por el culo, una gruesa vara de carne que se hundía entre las nalgas de mi amorcito hasta la mitad, salía, y volvía a introducirse, todo en un mismo segundo.
Me aferré al marco descascarado de la puerta, sintiendo cómo el corazón me galopaba. Era real. Otra vez. Y yo ahí, como un idiota, mirando… escuchando… y aguantando la erección.
—Hasta la base no paro, putón…
Si conocieran a Meyu... Es muy bonita. Tiene unas piernas poderosas, muslos llenos, y un culazo que no podés dejar de mirar. Y este hijo de puta la tenía agarrada de ahí, de las nalgas, y agitaba pelvis para adelante y la verga se le enterraba como un cuchillo en un pan de manteca.
—No, no pares… La tuya siempre me gustó toda adentro…
Estuve mirando un buen rato, sin decidirme si entrar a ponerle los puntos a esos dos atorrantes o esperar una buena explicación de mi amorcito. No sé cuánto pasó. Habrá sido un buen rato porque El Pibe ya se estaba sobando la pija para entrar en cualquier momento, y Chechelo comenzó a acelerar y bombear más fuerte, gimiendo y bufando como si se ahogara. Pero no se ahogaba; por el contrario, se iba a liberar.
—¡¡Te acabo, pedazo de puta!!
—¡Dámela! Dame toda la lechita, bebé…
—Va adentro… Ohhh… Me vengo… Ohhhhh… ¡Te hago un hijo, putón! Ahhh…!!
—Llename, Chelo. ¡Que lo críe el cornudo, cualquier cosa…!
Mucho más no habló Meyu porque El Pibe le puso su pijón en la boca y mi novia comenzó a tragar carne con desesperación.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhh…!! —Chechelo.
—Qué pedazo de verga… —jadeó Meyu, quitándose por un segundo de la boca la pija del otro bañero.
—Qué pedazo de culo… —se solazó Chechelo, y escurrió las últimas gotas de leche dentro de mi novia.
—Qué pedazo de cornudo… —escuché que me dijo el heladero.
Me di vuelta y ahí estaba el vendedor de Frío Frío. ¡Y había venido con las nenas!
Le hice una seña al tipo, para que se vaya. Ahí adentro pasaban cosas desagradables, no era espectáculo para él y mucho menos para las pequeñas.
Pero no se movían, el tipo me miraba como si esperara algo. Los demonios de Tasmania tenían tres helados cada una y se los comían con los morros enchastrados.
—Treinta lucas, don —dijo el tipo con su sonrisa ateflonada.
—¿Qué? ¡Pero si ya le pagué en la pileta! —protesté, bajando la voz para no alertar a los del cuartito.
Aunque ahora que escuchaba mejor, parecía que en el cuartito los jadeos reiniciaban otra vez. ¿Era el turno de El Pibe?
—Las criaturas tuvieron más hambre —se encogió de hombros, mirando descaradamente hacia la puerta—. Qué raro, ¿esos jadeos son los de su señora…?
—¡Está... haciendo ejercicios de respiración para la prueba médica! —farfullé, y le ofrecí los últimos billetes sudorosos que saqué de mi bolsillo.
El muy hijo de puta se asomó por un ventanuco sucio que yo no había visto antes.
—¡Eso no se hace! —Lo empujé, indignado.
—¡Pero usted lo estaba haciendo!
—Es distinto… —dudé, buscando una razón, una excusa, un algo—. ¡Ahí adentro está mi mujer!
—Mejor aún.
Se alejó lentamente, contando los billetes, con las niñas corriendo alrededor suyo y alteradas por la posibilidad de más helado.
Volví a mi puesto de vigilancia. Ahora por el ventanuco sucio, que estaba a mi altura justa.
Sí, el que se la estaba cogiendo en este turno era El Pibe. Chechelo se hacía limpiar la leche de la verga con la mamada que le propiciaba Meyu.
Observé bien. El Pibe me la garchaba por la concha. Supongo que no quiso compartir fluidos pegajosos con su amigo.
—¡Sí, así… así! El cornudo nunca me hace esto…
Claro que no le hacía eso. Si casi nunca estaba de humor para hacer el amor. Qué injusta.
—¿Quiere un Frío Frío especial para cuando le sube el calor, don? —volvió a aparecer el heladero, ahora con un helado de palito en la mano—. Se lo dejo a…
—¡Váyase al carajo! —le grité en un susurro contenido de furia, bien por lo bajo. No quería que Meyu me escuchara y se creyera que la estaba espiando.
—Bueno, che… Qué carácter podrido…
5.
Un buen rato después, la puerta del cuartito por fin se abrió. Meyu salió primero, ajustándose el corpiño del bikini y con sonrisa satisfecha en el rostro. Tenía la piel de sus muslos y cola marcada con dedos ajenos y un rubor que no era de vergüenza.
—¡Carolino! —dijo, fingiendo sorpresa, porque no había manera de que no hubiera escuchado jugar a las nenas o a mí peleándome con el heladero. Sí, aunque estuviera ahí adentro cogiendo. Se terminó de adecentar un poco la tanga y cerró—. ¿Qué hacés acá?
—¿Yo? ¡Lo que hay que explicar es lo que vos hacías ahí adentro con esos dos! —le recriminé, con voz temblorosa.
—Revisación médica, Carolino —respondió muy suelta—. ¿O necesitás otra explicación? —Y miró al heladero y a las nenas, que a su vez nos miraban a nosotros.
En ese momento sentí vergüenza de que el heladero pensara que yo podía ser un cornudo.
Ahora fue el turno de los bañeros para salir. Aparecieron por la puerta del cuartucho, ajustándose los pantaloncitos. El Pibe lo tenía puesto al revés. Chechelo tenía labial corrido en la zona de la bragueta.
—Todo en orden, señor —dijo El Pibe, y le dio una palmadita en las nalgas a mi novia—. La revisión médica fue satisfactoria para todos.
Se despidieron de Meyu con algún otro toqueteo y sacudiendo los cabellos de las niñas, en gesto simpático. Cuando estuvieron lejos, el heladero volvió a arremeter.
—Todo muy lindo, todo muy lindo —dijo—, pero sus hijas me comieron el resto de los helados. Me dejaron la heladerita vacía.
Meyu me miró sin entender.
—Yo le pagué —dije.
—Pero después se terminaron lo que faltaba. Me debe como diez mil más.
Meyu giró hacia mí, con gesto furioso.
—¿Otra vez? Al final te la pasás diciendo que no hace falta que vea a mis ex por la plata de la manutención de las nenas, que vos podés pagar todo, y ni un miserable helado les podés pagar. ¡Qué papelón!
—¡Pero Meyu, ya le di como treinta mil pesos, ellas… él…
Meyu tomó el celular del heladero, que le colgaba del cinturón, muy cerca de la verga, haciendo que por un momento me asustara. Lo activó y escribió algo rápido. Miró al crápula a los ojos y le devolvió el teléfono.
—El lunes a las dos de la tarde —le dijo, resuelta. Le había dado nuestra dirección. O tal vez el teléfono de ella para arreglar darle nuestra dirección—. Pasá, que lo vamos a resolver.
El heladero sonrió como el lobo de Caperucita.
—¡A esa hora no, Meyu! Yo estoy en el trabajo, y las nenas en la colonia… No está bien que vaya a casa cuando estás sola…
—Ay, Carolino —cortó Meyu, y se acomodó los pechos delante del tipo como si cerrara un negocio—, el mundo no puede girar alrededor de tus inseguridades. ¿O vas a decir que este señor también quiere cogerme?
El heladero tosió y se fue rápido, en medio de un ataque de risa. Las niñas se le pegaron a su madre, se ve que la extrañaban.
—¡Mamá! —gritó Brisa—. ¿Por qué tenés la cola colorada?
Meyu no pestañeó.
—Por el sol, amor. Y no se habla de esas cosas en público.
Tomó a sus hijas de la mano y caminamos de regreso a la pileta. Como una familia. Meyu adelante, balanceando ese culazo que, aun viéndolo cogido por uno de esos hijos de puta, me la seguía parando.
—Al final… —soltó Meyu—. Yo organizo toda esta salida para que pasemos tiempo en familia, me pongo linda para gustarte a vos… y vos te pasás toda la tarde haciendo escándalos porque un tipo me mira el bikini... —Suspiró, como una mártir—. No te lo merecés.
Me sentí contrariado. Por un lado, se había cogido a dos bañeros —y hasta dejado romper el culo—, y por otro, me venía con esto de que había organizado la tarde para nosotros, en plan familia. Me tocó una fibra sensible y no supe qué decir.
—No sé amor, no sé por qué reacciono así… —claudiqué. Llegamos a nuestra sombrilla, junto a la pileta. Las nenas eructaron el helado y se tiraron al agua.
Meyu se quitó una costra de semen seco que le había quedado sobre uno de sus pechos.
—A veces cansan tus actitudes, Carolino —resopló largamente—. No digo que lo hagas por maldad… Si no fuera porque a las nenas les hace bien una figura masculina… y porque te amo… Pero a veces no nos merecés… —cambió, y le esquivé la mirada.
Ella sacó su celular y comenzó a navegar las apps.
—Perdoname —le dije cabizbajo.
Pero ya no me contestó. Estaba con sus redes sociales.
FIN — (VERSIÓN 1.0)
Rebelde Buey con Isabel Andada.
Este Anexo fue escrito en colaboración. Estoy ensayando este método para traer material en menor tiempo. Comenten para si les gusta, si les sirve, o si es preferible esperar más tiempo con los relatos habituales (no tengo otra manera de saber si va o no va). Por favor necesito feed-back. Abrazo!
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Fidelidad intermitente!!!!!
A mi me gusta la estrategia de que escribas a 4 manos, así haces entregas más rápído. Este relato estuvo genial.
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