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martes, 15 de marzo de 2022

El Amarre [Anexo 01]



EL AMARREANEXO 01 (VERSIÓN 1.1)
Por Rebelde Buey

NOTA: Este Anexo se ubica cronológicamente entre los capítulos 3 y 4.

Ni se esperó unos días, el hijo de puta. La misma semana que fuimos de visita al corralón por vez primera, ya Toto se empezó a coger a mi novia las noches de cada martes y viernes, mientras hacía su turno de sereno.
Eso me trajo algunas discusiones con ella. Los viernes Mariela y yo salíamos como cualquier parejita, y terminábamos siempre matándonos a besos en algún descampado o a la orilla del río. Pero al reservar Toto esa noche para garchársela él, nuestra salida quedó anulada y pasó a ser una típica salida de pareja cornuda, en la que el novio o esposo lleva a su mujer a lo del macho para que se la garche. 
Salíamos de su casa como todos los viernes anteriores, por lo que en su familia no sospecharon nada que en verdad su princesita iba a hacerse taladrar por un gordo perverso que la usaba de puta. Para escaparse los martes, en cambio, Mariela les inventó un curso de apoyo para ingresar a un terciario. Ella prefería los viernes, pues podía vestirse mucho más sexy (se suponía que salía con su novio a divertirse en la noche, ¿no?) y porque yo la llevaba al corralón desde su casa, saludando incluso a sus padres, cosa que le fascinaba. Los martes en cambio se vestía bastante sobria y yo la esperaba a medio camino, cerca de la plaza.
—Estoy hecha una crota —se quejó la primera noche, camino al corralón.
Iba con un pantalón veraniego color canela a cuadros y un top té con leche, corto, que le dejaba la pancita al aire. Como ya estábamos en otoño y era de noche, también llevaba una camperita imitación piel, a tono. No estaba crota, estaba incluso inocentemente sexy. 
—Como si al gordo le importara la ropa que llevas puesta… —me quejé—. Lo único que le interesa es cogerte…
Lo dije con bastante morbo, debo admitir. Llevar a tu novia una noche al matadero, al lugar y al tipo que sabés la va a tratar como un pedazo de carne y la va a usar para deslecharse, te hacer hervir la sangre. De una u otra manera.
Llegamos al corralón y golpeamos el portón de chapa con unas llaves. El sonido metálico retumbó en la desolada calle como el campanazo de una iglesia. Al minuto apareció Toto, que sonrió apenas vio a Mariela. Cogoteó hacia afuera, creo que para asegurarse que no hubiera gente, y nos hizo entrar. Llevó a mi novia hacia la oficinita de concreto, tomándola primero de la cintura pero enseguida bajando su mano y manoseándole el orto con total impunidad. Ahí me di cuenta por qué mi novia eligió ese pantalón. Normalmente andaba siempre de jeans, pero esta prenda tan delgada hacía que el manoseo fuera directo sobre ella, casi como tocarla sin ropa. Yo iba un paso atrás, observando todo. Y con mi pijita parada.
El gordo zángano abrió la puerta de la oficina administrativa.
—Agarro las llaves de la casilla verde y vamos. —Y luego giró hacia mí—: Vos, cuerno, quédate acá y avisá si escuchás algún ruido raro o llama alguien. Igual, tranquilo, nunca pasa nada…
Nos quedamos de una pieza, mi novia y yo. No estaba en nuestros planes que se deshicieran de mí. De todos modos, fuera por la sorpresa, por nuestra edad o nuestra falta de carácter, obedecimos como corderitos. Esa primera noche Toto se llevó a mi novia a la única casilla que tenía una cama, y me la garchó durante casi dos horas mientras yo esperaba en la oficinita como un idiota. Sin poder mirar. Sin poder oírlos, siquiera. Eso no me gustaba. Una cosa era que me la cogiera, otra muy distinta que me hicieran a un lado. No se sentía como el amarre. Se sentía como que se estaban garchando a mi mujer.
De regreso me la trajo toda usada, con rastros de leche en la cara, cabellos enmarañados y rímel y labial corridos por la transpiración y los lechazos. Mariela se dio cuenta que yo no me sentía nada a gusto con esta situación, tan solo de ver mi rostro. A Toto no le importó.
—Le empecé a hacer el orto, cuerno —me festejó como si cumpliera con un favor que le hubiese pedido—. En una o dos semanas lo va a tener bien roto y le va a entrar pija hasta los huevos.
La brutalidad del comentario me la hizo parar, pero igual seguía enojado con toda la situación. No lo enfrenté a Toto, sin embargo. Sabía que la discusión era con mi novia.
—¿Te cogió lindo? —le dije a Mariela con malicia, ya caminando a su casa.
—No digas eso, es por el amarr…
—¡No me vengas con el amarre, no me tomes de idiota!
—Mi amor, no me hables así.
Su reclamo fue automático, pero sin ninguna convicción. Ella sabía que yo tenía razón.
—Cada vez que te hacen lo del amarre, yo estoy al lado tuyo o al menos cerca. Esto no fue un amarre, fue un garche.
—No sabía que te iba a dejar en la oficina…
—La próxima vez que alguien te coja quiero estar ahí, no quiero ser el tonto que ni sabe lo que pasa.
No fue casual que le dijera “alguien te coja”. Estaba enojado… con una erección formidable.
—Yo también quiero que estés conmigo en cada vez, mi amor. Te lo juro. Hace que sea más romántico, en serio.
 —Prometeme que solo te vas a dejar al lado mío. Por Matanga, por Toto o por quien sea.
Otra vez estaba pinchándola con mis propios morbos.
—Sí, mi amor, te prometo que de ahora en más, todos los tipos que me cojan van a hacerlo delante tuyo.
Supongo que entendió todos mis morbos solapados. Me entendía, era mi mujer pero también yo era su hombre, así que éramos uno. Cuando dijo como al pasar “todos los tipos que me cojan”, tanteando la idea de que la cantidad de machos a futuro fuera de un número indeterminado, pensé que iba a deslecharme.
Ya andábamos otra vez de la mano.
—Bueno, ¿y te gustó cómo te cogió?
—La tiene muy gruesa… 
—Te gustó.
—Me gusta más cuando vos estás arrodillado al lado mío, en lo de Matanga. No es cuento, me gusta más en serio.
—Lo sé —dije, y mi erección era ya tan avanzada que no iba a llegar a casa a descargarme solo—. Mi amor, haceme una pajita.
Habíamos llegado a las calles de asfalto, iluminadas en cada esquina por una lámpara colgada de dos cables cruzados en diagonal, y oscureciéndose a mitad de cuadra. Se escuchaban los sapos entre los yuyos de los baldíos. 
—Ay, no. No me manipules para eso, quedamos en que íbamos a esperar al aniversario.
—Estoy que exploto y no te vi. Sí, te manipulo. Me lo debés.
Miré para todos lados, era tarde y no había vecinos ni nadie. La llevé a un rincón oscuro entre dos casas cualesquiera de mitad de cuadra y me abrí el jean y saqué mi pija, empalmada por completo. A punto de explotar.
—Ay, Guampi, qué chiquita en comparación con la de Matanga o el Toto. 
No sabía si estaba queriendo humillarme o no. Pero me sentí humillado, y eso me calentó más.
—Pajeame, mi amor, por favor…
—Quedamos en otra cosa, Guampi.
—Aunque sea con dos deditos, como pajean a los cornudos…
Mariela sonrió triunfal, y acercó su mano a mi pijita.
—Pero vos no sos un cornudo —sonrió.
—Te estuvieron puerteando el culo y yo como un pelotudo mirando tu Instagram. —Creo que eso de verla en una red social mientras otro le daba verga la calentó, porque lanzó un suspiro grave con el que vació todo en sus pulmones—. Haceme la pajita mientras me contás cómo te puerteó la cola.
—No.
—¿No? ¿Cómo no? ¡Me lo debés, turra!
—No, porque no me puerteó. Me metió la cabeza entera. —Mi pija pegó un salto en el vacío, pensé que me iba, aunque ella aún no me había tocado—. La cabeza nada más, y dolió como la puta madre. Me hubiera gustado que estés ahí para agarrarte de la mano.
—Haceme una paja mientras me contás, te lo suplico por lo que más quieras… 
—No.
—No seas hija de puta.
—No te lo voy a contar.
Otra vez la sonrisa maquiavélica, aunque ahora con complicidad. Se bajó el pantalón de algodón —solo sostenido por un elástico flojo— y quedó con su culazo hermoso al aire, apenas cubierto por una bombachita mínima. Se bajó la tanga también, que le quedó estirada a la mitad de los muslos, giró para ponerse a mi lado y sacó culo.
—Vas a enterarte cómo me dejó Toto por el tacto. Tocame la rompida de culo mientras yo te pajeo.
Mi corazón se aceleró a cien en un segundo. Llevé mi mano torpe, que tantas veces le había manoseado la cola sobre leggins, jeans o bikinis, y con titubeos llegué a la raya, y de la raya al orificio detonado. Un dedo... dos dedos.
—No penetres —me advirtió Mariela—. Eso es para Toto y los otros. Vos recorreme el agujerito, nada más.
Comencé a acariciarlo con la yema de mis dos dedos, y ella me tomó la pijita con su índice y pulgar.
Le estaba tocando el cuerito recién-recién cogido por un glande del tamaño de una ciruela roja. 
—Tenés el agujerito re agrandado…
Entonces los dedos de mi novia sobre mi verga fueron hacia abajo. 
—¿Te parece que sentiría esta pijita, si hoy te tocara cogerme a vos?
Literalmente no llegó a repetir por segunda vez el movimiento sobre mi verga, cuando comencé a deslecharme.
—Hija de puta… —gemí de muerte. Sentí la leche saltar y los dedos de mi novia apretar como si quisiera que no se me escapara. Sentí su risita de excitación, su mirada de hembra dominante sobre su pobre cornudo y entendí, con mis dedos aún en su culito recién abierto, que esta mujer podía e iba a hacer de mí lo que se le antojara. Ahora y siempre.
Estaba condenado a ser su cornudo. Amarre o no amarre nuestra vida iba a ser como esta noche: ella con sus agujeros eternamente dilatados de haber recibido verga, y yo con la leche saltándome de tan solo imaginarla.
Continuó pajeándome unos segundos, su mano quedó impregnada, enguantada de mi leche y eso le hizo gracia. Le di un pañuelo para que se limpie, pero los dedos le seguían quedando pegoteados y me los hizo limpiar. En ese momento no lo supe, pensé que era un juego erótico en el que yo le chupaba sus dedos mientras nos mirábamos a los ojos. Con el tiempo entendería que me estaba acostumbrado al sabor del semen, con otras intenciones.
Regresamos a la calle y a caminar hacia su casa.
—Si sabía que estabas viendo mi Instagram mientras Toto me cogía, creo que hubiera podido acabar.
—¿No acabaste?
—Nunca acabo —me mintió sabiendo que jamás creería eso—. Me dolía mientras intentó estirarme el agujerito. Y cuando se cansó, nada más me cogió por la concha y se vació enseguida. —Volvió a tomarme de la mano—. Como vos, recién.
—Con la diferencia de que él te estuvo enterrando la cabeza en el culo y te cogió hasta acabar, y a mí solo me hiciste una pajita con dos dedos.
Hizo un gesto extraño con su cola y me pidió que le acomodara bien la tanguita, pues se le enterraba y le molestaba. Se la acomodé y volví a toquetear rastreramente su agujerito recién detonado, cual cornudo pajero. Estoy seguro que ella volvió a sonreír.
—Bueno, pero vos sos mi novio, es distinto.
—¿Distinto cómo?
Me dio un besito corto sobre los labios y se le pintó el rostro de felicidad. 
—Me tenés que respetar.
Se la veía tan en paz mientras caminábamos a su casa.
—Tenés razón, mi amor. Si soy tu novio, es distinto.


                                                           ♠  —  Fin  —  ♠


El Amarre — Anexo 01
Por Rebelde Buey
(Corrección 1.1 — 18.03.2022)



Fotos tomadas en la oficinita administrativa, la primera noche de martes. Las publicó en su Instagram y, bajo una mirada inocente, parecería que mi novia está tonteando al espejo. En verdad, hace cuernos y se ríe de mí porque acababa de ser usada por Toto, para desleche de éste.  



6 COMENTAR ACÁ:

Mario M dijo...

La verdad que no me canso de leer tus relatos. Este anexo le abre la oportunidad a un montón de hombres para que se garchen a Mariela.

Rebelde Buey dijo...

Exacto. Por eso era importante publicarlo ahora y no al final. Porque lo que sigue es un amontonamiento de cuernos xD
Muchas gracias por comentar!

Anónimo dijo...

Te extrañamos, Rebelde...

Anónimo dijo...

Regala los relatos si no escribís más Rebeldeee! Jajaja

Anónimo dijo...

¿Ya murió este sitio? :(

Rebelde Buey dijo...

no. Estoy por subir un relato nuevo entre hoy y mañana =)

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