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miércoles, 13 de noviembre de 2019

Nadin (I)

NOTA: Las imágenes originales de las protagonistas originales en las que se inspiran estos fotorelatos son eliminadas (luego de un mes) o reemplazadas por una sola foto de porno genérico, para evitar posibles denuncias al blog. 


1.


Emilio es contador. Es contador, predecible y aburrido. Muy aburrido. Y es mi marido.
Yo era igual de aburrida. Más, aún, porque ni siquiera era contadora. Apenas una estudiante de abogacía que dejó la carrera para ser ama de casa… en una casa donde ni hay niños. ¿Y saben lo peor? Creía que no lo era. Aburrida, digo. Pensaba que así era la vida de adulta, de casada.
Hasta que conocí a Gabriel.
Hasta que me garchó Gabriel, mejor dicho.
Fue un verano, tan aburrido como todos los veranos anteriores. Nunca había sentido atracción (de la verdadera) por ningún hombre, ni siquiera por Emilio, a quien amo porque es previsible y seguro, como un marido debe ser.
Aquel verano estaba tomando sol sobre la arena, boca abajo, con la bikini enterrada para tostarme mejor, y éste tal Gabriel —guardavidas de la pileta del hotel, no de la playa—, un pendejo de veinticinco años, simpático y muy muy bonito, me miró como si fuera un pedazo de carne. Me relojeó el culo con deseo, luego me miró a los ojos, me sonrió, y otra vez a verme el culo como si fuera lo único en el mundo para penetrar y saciar su lujuria momentánea.
Y en vez de ofenderme o llenarme de ira, me calentó de una manera que desconocía, que sólo había leído en novelas baratas de corsarios y princesas.
Mi marido andaba por la playa juntando caracolitos, así que este chico lindo de sonrisa italiana y cabello ondulado se vino al ataque como un pirata.
No me pregunten por qué, no tengo idea cómo ni qué cosas Gabriel activó en mí. Si pienso en algo, les diría que fueron sus ojos, llenos de deseo, creo que sentirme deseada de esa manera, como si fuera la mujer más mujer del mundo entero, hizo que de golpe y en un segundo, estuviera dispuesta a entregarme por completo, a darle todo, absolutamente todo lo que se le antojara pedirme.
Me dijo dos tonterías, no recuerdo exactamente qué, algo sobre mi belleza, mis ojos y mi sonrisa, y yo tuve la certeza de que sólo deseaba mi cola, que lo único que le interesaba con ese chamuyo barato era clavármela. No le tomó ningún esfuerzo sacarme de allí; simplemente me lo pidió, me levanté, miré hacia la playa, hacia mi marido que estaba juntando caracoles con unos niños, y me fui con él tras los médanos.
Jamás había hecho algo ni de lejos parecido. Ni siquiera en mis sueños más locos. En menos de un minuto estaba otra vez boca abajo, con el chico corriéndome la tanguita ésa de la foto para un costado, y clavándome como un animal en celo. Supe que se llamaba Gabriel mientras me bombeaba y me amasaba las nalgas para lograr mayor profundidad.
—Cuando te pregunte, decile al cuerno que te estiró Gabriel.
Esa fue su presentación.
Me bombeó un rato, unos diez minutos, tal vez menos, y cuando me empezó a llenar de leche entre bufidos e insultos, experimenté el primer orgasmo de mi vida.
Con las manos aún temblando, tuve que decirle que no a su intento de hacerme la cola. Pero ya les dije, no podía negarme a nada de lo que pidiera. Arreglé con él en verme a la noche, que yo sabía Emilio se iba a quedar en el hotel viendo un River-Boca. Allí iba a haber más tiempo. Lo tenía virgen. Dos horas, me dijo, era el tiempo justo para rompérmelo y llenármelo de leche.
Desde esas vacaciones, ni mi vida ni mi cola fueron las mismas.


2.

—Hola, Martín? Soy yo, Nadin. Sí, la esposa de… Ay, no le digas cuerno… Bueno, está bien, la esposa del cuerno. Escuchame, te llamo porque al pesado de tu amigo no sé qué le pasó hoy que se quiere hacer el romántico y vinimos a un hotel de lujo a festejar… Sí, creo que ganó la licitación para auditar la fábrica, no sé… Mirá, todavía no son las diez y ya se tomó una botella y media de vino, y ahora pidió champagne… En lo que tardás en venir seguro ya está dormido… Sí… si ya sabés que no sabe tomar, se duerme como un tronco… Y si no se duerme no importa, le pongo algo en la bebida, pero vení igual. Me puse el perfume que te gusta y encima tu amigo me compró una lencería que prefiero la estrenes vos… Sí, lo hacemos en la cama al lado de él, mientras duerme, como a vos te gusta... Si total no se va a despertar… Me bombeás fuerte contra el colchón así el cornudo salta dormido mientras me acabás, como hicimos la otra vez… Dale, te espero. Ahora te corto que ahí viene muy alegre tu amigo creyendo que hoy le toca… Pooobre…





3.

Emilio ganó la licitación para auditar la fábrica del pueblo y ahora anda contento como un nene en noche buena. Es un trabajo de dos años, parece, yo no sé qué tiene de divertido, no hay nada más aburrido que ser un contador. Bueno, tal vez ser la mujer de un contador.
Una vez fui con él a la fábrica, a ver qué era eso de lo que tanto me hablaba. Me presentó al dueño, al hijo del dueño y a un par de capataces. No sé qué me pasa últimamente, pero desde que aquel chico me cogió en la playa, veo a cada tipo que me presenta Emilio como un potencial macho para hacerlo cornudo.
Pero soy una mujer decente, ustedes lo saben. Prefiero cagarlo con gente que no esté tan cercana a él; una nunca sabe cuándo y cómo se dispara un chisme, y los hombres despechados o no correspondidos pueden ser peligrosos.
Así que en medio de la reunión más aburrida de la historia de las reuniones, dije que me iba a dar una vuelta por la fábrica para conocerla. Me encajaron para el tour al capataz de la planta, un tipo de unos cincuenta, vivo y rústico, que me sacó la ficha y no dijo nada. Hicimos el recorrido, me mostré demasiado simpática con él y con todos los operarios, les paré culito cuando podía, haciéndome la tonta, claro, y los tocaba como inocentemente en los brazos o pecho, cuando me reía por alguna broma. Incluso ellos me tocaron varias veces, también en plan inocente… y como imaginarán, no dije ni pío.
Así que sin decir nada sexual, en media hora quedó claro para el capataz y los operarios que la mujer del contador era una putita que fácilmente se podría dejar coger por cualquiera.
Desde ese día paso por la fábrica una vez cada dos semanas, con el pretexto de acompañar a mi maridito y venderles cremas a los obreros (para sus mujeres), y me dejo garchar en uno de los fosos mientras el cornudo de Emilio revisa cuentas y balances. Son muchos, así que a la mayoría sólo les chupo la verga hasta que se deslechan. Es increíblemente excitante estar arrodillada chupando la pija de un desconocido, mientras de costado una ve cómo de a poco se va formando una fila de tipos que ya se la van masajeando, esperando que el del turno me acabe rápido para que la fila avance.
Es surrealista.
Siempre llega un momento en que la hilera se hace demasiado larga como para no llamar la atención en la fábrica, y termino pidiendo —de rodillas, como dije— a cada nuevo macho que estoy por felar:
—Deslechate rápido, por favor, que si pasa alguien se va a pensar que soy una puta.
—Pero te la tragás…
—Me la trago toda, hasta la última gota.
Ahí suelen volverse locos. Me toman de los cabellos con violencia, y me bombean con furia, ya respirando alto y acabándome enseguida.
—¡Tragá, putón! Llevásela al cuerno en el estómago.
Ni puedo responder. Hasta que no terminan de deslecharse no me sueltan, me aprisionan contra su pelvis y huevos mandándome la verga hasta la base, los muy hijos de puta. Esto en vez de apenarme me enciende, y solo deseo chupar más y más pija.
Pero más tarde o más temprano necesito que me llenen de verdad (es que estar de rodillas vaciando tipos me va calentando). Entonces llamo al capataz, que es el más hijo de puta y el que la tiene más gorda, y me da unas sacudidas que me hacen acabar no menos de dos veces.
Le gusta tenerme inclinada hacia delante, sin llegar a perrito, levemente agachada para que la misma pared del foso me cubra. Él queda más alto y mirando hacia la nave de oficinas de los patrones, arriba, donde por el ventanal puede ver a mi marido sumando cosas y llenando planillas. Está lejos, y en medio de la visión hay fierros y máquinas, pero si Emilio llegara a mirar hacia nosotros, solo vería los hombros de un tipo de pie moviéndose como si estuviera activando un fuelle a pedal.
Y le habla, como si estuviera cerca y lo pudiera escuchar:
—Mirá cómo te la cojo, cornudo… Le estoy disfrutando el orto y vos haciendo cuentitas como un pelotudo…
Siempre me coge con furia, creo que se piensa que mi marido es uno de los dueños de la empresa o socio, más que contador. Porque cada vez que me acaba, y me acaba siempre adentro, me pide: “¡Tomá, puta, llevale la leche al patrón!”
Yo le sigo la corriente, así me coge más fuerte.


4.

Desde que me cogió ese pendejo en la playa soy otra. Ahora no me da todo lo mismo. Ahora quiero vivir ciertas emociones, sentir ciertas cosas, vibrar como la cuerda de un violín… o la soga de un ring de box. Quiero todo, y cuanto antes.
Lo que no quiero es ser una mala mujer. Una mala esposa.
Me pongo estas botas para mi marido. Me las subo a mitad de muslo. Me clavo el body, me lo entierro en la cola. Y me muestro. Me entrego. Me regalo a él para que haga de mi cuerpo lo que se le antoje.
Pero Emilio toma el maletín, una manzana, y me da un piquito y me despide hasta la noche, cuando vuelva del trabajo.
Sé que no soy una modelo, pero tengo lo mío. Unas lindas piernas, una linda cola. Sé que puedo gustarle a los hombres.
Sé que debería gustarle al menos a él.
Cierra la puerta y se va. Escucho el portón de calle, escucho el auto, escucho a mi marido saludar a nuestro jardinero. Y al portón cerrarse.
Salgo al parque así como me ven. Sé que sólo encontraré a Yombhoto, el jardinero africano que contraté porque al parque mi marido lo descuida.
Como cada vez que está en casa para encargarse de eso, y lo hace dos veces por semana, lo veo con la podadora en una mano, la remera apretada y breve, los músculos tensos y las venas brillando de sudor. Lo veo soberbio y buen mozo, como un regalo de la naturaleza, y suspiro porque sé que esa naturaleza le regaló con otra cosa, igual o más soberbia que él.
Y le hago una seña. La de siempre. Para que entre a casa.
Últimamente el negro es el que se encarga de mantener todo lo que mi marido descuida.


5.

Ya sé que no corresponde. Ya sé que me juré y perjuré mantener mis aventuritas inocentes lejos del cornudo… digo, de Emilio (me tengo que desacostumbrar a decirle cornudo, como hacen todos, o un día se me va a escapar delante de él). Pensé que iba a ser fácil. O bueno, lo fue, mientras ninguno de ellos se enteró que estaba para cualquier pija. Pero Martín se enteró. O me estuvo observando mejor que nadie y me sacó la ficha, animándose a dar el paso.
Después del cumpleaños en el que Martín me ayudó a traer borracho a Emilio y —no sé cómo— terminamos cogiendo… (ay, me da vergüenza hablar de eso, fue muy fuerte. Tal vez lo cuente en unos días, cuando me conozcan mejor y vean que no soy una puta como las otras chicas de Alce Viejo). Después del cumpleaños, decía, necesariamente las cosas se precipitaron.
Me empezó a coger regularmente. Venía a casa los miércoles por la tarde, mientras el cuerno estaba en el trabajo. Llegaba con un bolsito de ropa deportiva, porque de acá se iba a jugar al fútbol con sus amigos, dentro de los cuales también estaba Emilio.
Martín llegaba tipo tres, me garchaba como un preso hasta las seis. Primero me hacía la cola, que era su obsesión, lo que necesitaba romper con toda el alma, como un nene. Decía que era culpa mía, por cómo lo recibía. Es que me ponía linda para él, con un shortcito de lycra rojo como el de la foto, un poco metido en el culo, para que me lo estilice y le guste, como a todos los hombres. Y vaya que le gustaba. Apenas cruzaba la puerta y yo giraba en redondo ante sus ojos, para que viera lo putita que me había puesto para él, me arrojaba sobre la cama matrimonial, boca abajo, y ni me sacaba el pantaloncito. Como es elástico, lo corría con menos dificultad de la esperada y enseguida se hacía lugar abajo, dejando mi conchita expuesta.
Y clavaba. Así vestida. Así a lo bestia. Me clavaba como un preso contra la cama para llenarme la concha de pija hasta la base. Cuando lo lograba, retiraba la pija, me corría el short hasta las rodillas y comenzaba a hacerme la cola, con la pija ya lubricada por mi propia excitación.
Más tarde, sí, ya con el culo bautizado de leche yo, y él repuesto físicamente, me daba por adelante, meta bomba y bomba por una hora mínimo en las posiciones que se les ocurra, hasta terminar otra vez llenándome de leche como un rato antes.
—Así le hacemos un hijo a tu marido —me decía antes de acabarme por adelante.
Era injusto para Emilio, porque Martín llegaba como a las tres y se iba unos minutos antes de que llegara su amigo. En el vecindario, al menos en la cuadra, sin dudas se sabría que mi marido era un flor de cornudo: las llegadas de tipos en su ausencia y las huidas unos minutos antes de su regreso debían hacerlo evidente. 
Luego mi Emilio se cambiaba en casa, me daba un besito corto en los labios y se iba a jugar al fútbol, donde encontraba a sus amigos y a Martín, que acababa de cogerle a la mujer.
Pero se puso mejor. Es decir, peor. (Quise decir peor.)
Pues inevitablemente la noticia se difundió en el grupito de amigos, y antes de los cuatro meses Martín me dijo que Pedro se había enterado de que yo le era infiel a Emilio, y que estaba desesperado por garcharme; que le diera una oportunidad.
Y bueno, se la di. Pero después de muchas dudas, eh?
Así que un miércoles, en vez de venir Martín, el que cayó en casa a las tres fue Pedro, otro amigo de mi marido y del grupo de fútbol; que en cuanto lo dejé pasar adentro me dio vuelta contra un sillón y me empezó a clavar la cola y bombearla con un hambre, con unas ganas de mi culo, que me fue imposible no acabar en un par de minutos.
Empezaron a alternar un miércoles Martín y el otro Pedro, siempre en el horario en que Emilio trabaja, pero enseguida se fueron incorporando más amigos de mi marido, y a los seis meses ya me garchaban a escondidas del cornudo los siete con los que va a jugar al fútbol todas las semanas.
Esto cambió todo. No solo por lo sexual. Ir a los cumpleaños del brazo de Emilio y ver en la reunión a todos los que me surtían verga durante la semana, y verlos interactuar con mi marido como si fueran amigos fieles, me ponía en un estado de excitación constante. No cambié mi manera de vestir en esas reuniones, para no avivar al cuerno, pero sí para recibir a mi marido los miércoles (en realidad me dejaba puesta la ropa con la que me habían cogido un rato antes).
Con todo este cambio Martín debía pasar a cogerme cada dos meses, lo cual no iba a dejar que sucediera. Pasó a cogerme todos los miércoles a la tarde él, como antes, y cada miércoles uno de los amigos, turnándose, pero en el horario en que Emilio juega a la pelota con ellos. Ese día, el que se queda conmigo da una excusa tonta para no ir y me garcha las dos horas que duran el partido, la ducha y las cervecitas.
Es la típica situación donde todos ganan.
Bueno, quizá el cornudo no.


6.

Si hubiera sabido antes que los hombres eran tan disfrutables… y sobretodo tan fáciles… ¿Cuánto antes hubiera hecho cornudo a Emilio? Supongo que desde la luna de miel. O desde el primer día que nos pusimos de novios.
Lo único que necesito es ponerme una linda bikini, enterrármela un poquito más de lo debido, erguirme como una caña y alejar al cuerno con algún pretexto. Que me traiga el bronceador, o que me vaya a comprar algo. Apenas el cornudo se aleja, los machos huelen la oportunidad y caen como chacales. No hace una hora que estamos acá, todavía no tomamos la lancha para ir a la isla y ya tengo los teléfonos de cinco chicos que voy a ir repartiendo en la semana para que me claven y me llenen de novedad y de experiencias. Y de leche.
En fin, mientras Emilio regresa mejor voy pensando en la semana que su frente debe enfrentar. Pobre…
Lunes… Agustín.
Martes… Iván.
Miércoles… Rafa.
Jueves… el "Punta”.
Viernes… Darío.
Sábado… Salida de chicas solas "a bailar". ¡Ja!
Domingo… por fin descanso: le toca al cuerno.


7.

Como les dije antes, Gabriel era el guardavida de la pileta del hotel, en las vacaciones en que inesperadamente hice cornudo a Emilio. Así que nos cruzábamos a cada rato, cuando íbamos con mi marido a la playa, o regresábamos, cuando almorzábamos al mediodía, o cuando iba sola a las dos de la tarde a la pileta, porque Emilio siempre se quedaba a dormir la siesta. En verdad ni lo había notado hasta el día en que el chico me cogió como si nada; pero luego de eso, al cruzarnos, Gabriel me devoraba con la mirada ante cada distracción del cuerno. Por alguna razón desconocida, estos encuentros casuales me fueron provocando pequeños hormigueos en el bajo vientre, y también nervios, pues aún no estaba acostumbrada a que alguien que me cogía saludara con naturalidad a mi esposo. Para peor, me preguntaba con cierto morbo si los otros guardavidas compañeros de Gabriel —que yo descontaba tenían conocimiento de lo ocurrido en la playa— estarían mirando cómo esta mujercita con rostro fiel tomaba a su marido de la mano y se rozaba sin querer con el macho que le había roto el culo la noche anterior.
La primera primerísima tarde de nuestra estadía, Emilio amagó tomarse una siesta y le dije que cómo iba a hacer eso, que me acompañara a nadar aunque sea tirado en una reposera, para no dejarme sola. Pero ya en el segundo día, luego de que me cogiera Gabriel, recapacité y vi que él tenía razón, así que le dije que se quedara a dormir, que al fin de cuentas eran sus vacaciones y debía descansar para cargar pilas para trabajar todo el año.
Así que el resto de los días me ponía una bikini bien metida en la cola, bajaba sin compañía y daba una vuelta por fuera de la piscina, para que me vieran Gabriel y los otros guardavidas. También para que notaran que estaba sola. No fallaba. Un chapuzón, y cuando salía por la escalerita metálica ya me esperaba mi machito de sonrisa italiana, que había avisado a sus compañeros lo cubrieran en su puesto por el rato que le tomaba cogerme.
Me llevaba al cuartito del médico, donde había un escritorio. Me doblaba sobre el mueble, me corría la tanga para un costado y me clavaba como un hijo de puta. No me decía nada, ni hola, ni permiso, ni nada. Era su puta. Me sentía su puta. Un pedazo de carne que servía solo para saciarlo. Pero que me arrancaba siempre uno o dos orgasmos.
Empezaba por la conchita, pero la usaba más que nada para lubricarse. Lo que quería era mi cola. Estaba como obsesionado, y lo clavaba prácticamente toda la hora que estábamos en el cuartito. Me lo cogía, me lo amasaba, me nalgueaba y me lo piropeaba con palabras dulces que a una chica como yo siempre le gusta oir (bueno, siembre desde ese verano).
—¡Te estoy rompiendo el culo, pedazo de puta! ¡Te lo voy a dejar irreconocible!
Me bombeaba con furia, como un animal.
—Este culo es mío y solamente mío, ¿entendés, putón?
—Sí… sí, Gabriel… ahhh… Solamente tuyo…
—Te lo hice yo así que soy el dueño…
—Sí… Sí… ahhh…, el único que me lo puede hacer… ohhh Dios…
—Ni amiguitos, ni amigovios… y mucho menos el cornudo…
—¡No, al cornudo nunca! ¡Ahhhhh…!! —Me empezaba a subir, me daba cuenta—. Solamente vos, Gabriel… ¡¡Ahhhhhhhhh…!!
—Yo… y los que yo te diga…
El morbo de que él me fuera a ordenar dejarme hacer el culo por alguno de sus amigos, aunque fuera un juego —o eso creí en el momento— me desencadenó el orgasmo.
—Ahhhhhhhhhhhhhhhhh…!!!!
—Así, putita… Bien… Acabá… —me decía Gabriel, y me seguía bombeando entre bufidos—. Cómo me gusta que acabes por el orto…
El cuartito se estremecía con mi orgasmo gritado por lo bajo, pero cuando él se empezaba a deslechar adentro, se superponían los dos gemidos y estoy segura que los chicos que correteaban al otro lado de la puerta nos escuchaban sin mayor problema.
Los cinco días restantes de vacaciones me cogió ahí, siempre por las tardes mientras el cuerno dormía la siesta. Al principio solamente él, pero luego fue trayendo a sus compañeros guardavidas, y para cuando pegamos el regreso con mi marido, me despedí de las vacaciones con el culo estirado y la leche adentro de cinco chicos distintos, uno más pijudo que el otro, que me arrancaron un buen número de polvos.
Los otros encuentros donde me cogieron de a dos a la vez en ese cuartito, prefiero contarlos en otro momento, porque no quisiera que se lleven la impresión de que mi Emilio es un cornudo imbécil.


8.

No tenía idea de lo difícil que era aguantarse las ganas de hacerlo cornudo a mi marido. Ay, dicho así suena un poco fuerte, parezco una puta; y no lo soy, ya lo saben. Si ni siquiera me gustaba mucho el sexo hasta hace dos veranos, cuando me garchó Gabriel. Voy a decirlo de otra manera: no tenía idea de lo difícil que era aguantase las ganas de un buen pedazo de pija, una vez que probás otra que no sea la cosita insulsa de tu marido. Ahí está mejor. Creo.
Lo de aguantarse las ganas lo digo porque tengo una regla muy estricta y a veces mis deseos de escuchar al oído a algún machito dedicándole la leche tibia a mi Emilio… no sé… se extraña... Díganme romántica, no sé, pero deberían probarlo antes de juzgarme.
Como fuere, les cuento mi única regla: las encamadas con machos son fuera, lejos del círculo del cornudo. Mi profesor de salsa, por ejemplo. Nada más lejos de Emilio. O nuestro jardinero. No se confundan, que me cuide el huerto dos veces por semana y mi marido lo conozca no lo hace cercano. Cercano es alguien que pueda poner en duda mi palabra, si un día el tipo dijera algo, o le llegara un chisme a mi esposo. Como un hermano, por ejemplo, o un pariente cercano, o un amigo íntimo. Un jardinero o los chicos del hotel al que vamos a vacacionar todos los años no me preocupan. ¿A quién le va a creer Emilio, palabra contra palabra? ¿A esos o a mí?
El problema son las ganas de lo prohibido, dentro de lo prohibido. Los amigos del cornudo —perdón, de Emilio— están uno más bueno que el otro. Especialmente Martín, su mejor amigo. Pero no puedo hacer nada.
A veces pienso que sacó la ficha de mi cambio, aunque delante de todos ellos yo me comporto como una señora. Pero Martín me mira distinto a como me miraba antes. Eso no seria problema si yo no le tuviera también tantas ganas…
Entonces cometo errores: en una fiesta de cumpleaños de alguno de ellos me pongo un vestidito ultra corto. “Es para vos —le digo al cuerno—, para que me veas linda”. Y el pobre se lo cree. Pero en realidad me visto así cuando sé que va Martín. Si cenamos entre amigos o parejas trato de ubicarme enfrente suyo. Toda la noche lo golpeteo “sin querer” por debajo de la mesa, con mis pies y pantorrillas, esperando y midiendo si se despega de mi contacto inmediatamente o se queda un instante más de lo aconsejable.
Cuando tomamos algo o salimos, me siento de modo de cruzar las piernas y que me vea en todo mi esplendor. Y si el cuerno está algo tomado o no hay más testigos, me puedo subir un poco el ruedo para que Martín note el elástico de mi tanguita y se lleve el recuerdo del color del disfrute.
Me cuesta, sé que no debo. Y trato de no pasarme de la raya. A veces, si Emilio tomó más de la cuenta, sí. Ahí sé que tengo más margen, le puedo inventar cualquier cosa a mi esposo, se pone tonto y no ve bien, no sabe lo que pasa alrededor. Igual no quiero sarparlo mucho, no quiero que delante de su mejor amigo quede como un cornudo.
Por eso no hago nada. Nada con gente muy cercana.
Salvo esa noche que el pobre de Emilio se puso muy borracho y con Martín tuvimos que llevarlo a casa a la rastra. Y entre que lo llevamos y lo acostamos, Martín me metió varias manos, supuestamente sin querer (como cuando al acomodar a Emilio en el auto, yo me volqué sobre él, y Martín, que lo sostenía desde su mano, se refregó por todo el ancho de mis dos pechos con el dorso, de ida y vuelta. Y mil cosas así). Por supuesto, yo me hice la que no me daba cuenta, dejándolo toquetearme a gusto. Hasta que al final no me aguanté más y lo miré a los ojos. Y sentí fuego. Y sé que él sintió fuego también. Y no habíamos dejado al cuerno en la cama ni cinco segundos que ya me estaba desvistiendo ahí mismo en la habitación, desesperado, al lado de mi marido, metiéndome mano por todos lados y jadeando sin decir nada. Sin pedir disculpas ni permisos.
Es difícil aguantarse las ganas. Pero por suerte tengo mucha fuerza de voluntad y una determinación de acero para no hacer quedar mal a mi marido.
Me dejé levantar con esos brazos fuertes que tiene y fui a dar contra la pared, justo al lado de la cama donde Emilio roncaba. Me penetró en el aire. Ya le había manoteado la verga así que sabía lo que cargaba. Pero sentirla adentro, entrando, fue una sensación única. Como una añoranza de algo nuevo, esa verga que entraba era la de todos los otros que me habían garchado estos dos años y a la vez era la que nunca lo había hecho, y la que más quería esa noche. No sé cómo decirlo, se sentía como una pija nueva, entrando fuerte y con decisión, y a la vez con la ternura de un amigo que nunca va a hacer cornudo a Emilio. Bueno…
Estaba empapada pero la verga venía seca, y esa mezcla de texturas hizo que entrara relativamente fácil y a la vez sintiéndole todos y cada uno de sus centímetros cuadrados. Y cúbicos.
Dios, qué pedazo de pija. ¿Por qué a Emilio no le diste un instrumento así?
El bueno de Martín me estuvo montando contra la pared un muy buen rato, sacudiéndome hacia arriba con cada pijazo, y no dejándome bajar demasiado con el pijazo siguiente. Se le enredaba un poco la tanguita en la pija, que igual entraba como un martillo neumático. Hasta que el cuerno hizo ruido y se acomodó en la cama, siempre dormido, y eso le dio más ganas. Y me arrancó la tanguita para un costado, cortándola, y la pija entró todavía más adentro y me llenó por completo.
—¡¡Ahhhhhhhh…!! ¡Carajo, no podés cogerme así, Martín…! Ohhhh…
Yo lo tenía tomado del cuello con mis brazos, respirándole en la oreja, y me agarraba también con las piernas, para no pesarle tanto. Nunca dejó de serrucharme contra la pared, ni se tomó un segundo de respiro ni ninguna pausa para aguantarse el polvo. Todo lo contrario del cuerno.
—Nadin, no tenés idea de cuánto hace que te quiero coger… Sabía que eras una puta...  Sabía que aunque te hacías la señorita te gustaba la pija…
Eso me calentaba más. Que supiera más que Emilio que yo me moría por una buena pija me aceleró el polvo.
—Seguí, no pares… —le rogué al oído— Seguí que me viene…
—Sí, mi amor… —me dijo, y se separó un poco para verme a los ojos—. Quiero que mires a tu marido ahí durmiendo. Quiero que lo mires mientras te doy bomba y acabás.
Lo obedecí por inercia, sentía que el orgasmo se me estaba condensando en algún lugar del cuerpo, pero fue mirar a Emilio ahí abajo, a un metro y medio, inconsciente, con la boca abierta y babeante, roncando hacia nosotros, y el orgasmo se me aceleró.
—Ohhhh por Diooossss… Sííííí…
Sin dejar de mirar a mi marido, dije:
—¡Seguí bombeándome, Martín! ¡Llename de pija! ¡Mandámela hasta los huevos!
No me cogía. Me estaqueaba a pijazos.
—¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhh…!!!
—¡Miralo al cuerno! ¡Miralo mientras te hago acabar!
—¡¡¡Aaaaaahhhhhhhhhhhhh…! ¡Sí, Martín! Cogeme así… Así… Ahhhhhh…
Estaba acabando con los ojos puestos en lo más patético de Emilio, sintiendo la verga gorda de su mejor amigo hasta la garganta, y sentí la necesidad de pedirle que acabe.
—Soltame la leche, Martín…! ¡¡Ahhhhhhhhh…!!! Soltámela para el cornudo! Ahhhhhhhhh…
Me salió una voz de gata que nunca tengo, porque se lo rogaba mientras mi orgasmo todavía no se retiraba. No sé qué entendió Martín con eso de “soltala”, pero fue mejor de lo que yo imaginaba.
—¡Ahí te va, puta, ahí suelto la leche!
Y yo, ya terminando de acabar y sin dejar de ver a mi marido a la cara:
—¡Sí, Martín, para el cuerno! ¡Toda para el cuerno!
—Te la suelto, putón! Te la suelto ahora!
Y sin mediar palabra, Martín retiró la pija violentamente de adentro mío, me dejó de pie sobre el piso y comenzó a manguerear leche hacia la izquierda, hacia Emilio.
Alcanzándolo en el segundo lechazo.
—Ahhhhhhhhhhhhh…! ¡Pedazo de putaaaahhhhh…!
El reguero de semen me salpicó a mí, a la pared y un costado del colchón, pero el segundo lechazo le dio pleno en el rostro de mi marido.
—¡Ahí va la leche para el cornudo! ¡¡Ahhhhhhhhh…!!!!
A pesar de haber acabado hacía un segundo, ver esto hizo que mi calentura se multiplicara. Martín le soltó el tercer lechazo y el cuarto al rostro y pecho de Emilio.
—¡Pará, Martín, lo vas a ahogar!
El amigo de mi marido no paraba de acabar, le echó como un litro.
—¡Que vaya sabiendo lo que es ser un esposo en Alce Viejo!
Sonriendo como una gata, tomé a Martín de la mano y me lo llevé al segundo cuarto, donde hay un catre por si vienen visitas. Le dije que le iba a preparar un café para reponer fuerzas y seguir, y aproveché que el tiempo en el que se calentaba el agua para limpiar un poco a mi pobre esposo. Lo último que me faltaba si quería seguir cogiéndome a su amigo era que amaneciera lleno de semen.
Volví al cuartito y seguimos cogiendo al amanecer, con la puerta abierta para escuchar los ronquidos del cuerno.
Se podrán imaginar que esa noche fue un antes y un después. Pero el después lo contaré otro día.


—FIN— 
Última corrección: 13.08.21


Aquí termina la primera parte, y por un tiempito le daremos descanso a Nadin. Hay más historias en el mismo estilo, que serán recopiladas en otra tanda como ésta, pero ahora vamos a dejarlo para dar lugar a otras esposas y novias (que calculo será recién en Enero, pues en Diciembre tengo el compromiso de entregar un micro relato por día, durante todo el mes, para lo cual ya estoy trabajando).

RECUERDEN DICIEMBRE:
1 micro relato x día. 31 en total.
Cada nuevo relato BORRARÁ el relato del día anterior, de modo que siempre habrá un relato nuevo al frente del blog, pero para leerlos todos, uno debería entrar al blog a diario.
La idea es hacer de Diciembre un mes de mucho movimiento y alto “hype”.



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Anónimo dijo...

Todos son excelentes. ¡El último me puso a mil! Mira que echarle la leche al cornudo en el cuerpo y la cara... simplemente sublime. Aplausos Rebelde.

Att. Calosgouzy

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