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viernes, 14 de agosto de 2020

Postales de Alce Viejo (07) | Don Brótola


Postales de Alce Viejo | Por Rebelde Buey
07. Personajes del Pueblo. Hoy: Don Brótola

Como todo pueblito del interior, una de las cosas más pintorescas con que uno se encuentra es con sus personajes. Ya se sabe: el tonto del pueblo, el nuevo rico, la hija rápida de algún burgués, la vieja chismosa, etc.
En Alce Viejo no es que estos personajes no existan, pero no son tan famosos ni tan típicos. Aquí los verdaderos personajes, o en tal caso los más notorios, suelen ser los más pijudos, los más hijos de puta o los que tienen un harén gigantesco de cornudos rogándole por que dejen de cogerle a su mujer.
Voy a mencionarles y describirles someramente a varios de ellos, los más recordables (no podría decir los más queridos, porque en rigor de verdad, los esposos y novios de Alce Viejo por unanimidad no los quieren) y singulares, a modo de muestra, pero de ninguna manera serán todos (lejos de eso). Se los voy a mencionar uno por uno, en cada entrega (hoy arranco con Don Brótola, pero le seguirán Remolacha, el parrillero Antonio, el Dr. Ramiro y varios más), y luego les relataré alguna anécdota personal que compartimos con mi mujer, como para que, de paso, tengan también una idea de las diferencias entre las mujeres del pueblo y la mía, que como ya les dije, no es la típica mujer de Alce Viejo.
No habrá mucho que contar hoy, y menos cosas picantes. Se los aclaro para que dejen la lectura ya, si son de esos chismosos que quieren saber si mi mujer se acostó con alguno de estos sujetos. Bueno, lamento decepcionarlos, pero no. No. No y no. Y ya lo verán.
Don Brótola es un viejo desvergonzado, más malo que bueno, pero sin saña. No es sucio pero anda con ropa rotosa, con agujeros, y vive en camiseta y calzones que le quedan flojos y le marcan el imponente pijón que tiene. Lo hace a propósito, estoy seguro, y disfruta de mostrarse ante las mujeres delante de sus maridos o novios, para ponerlos nerviosos. Le encanta fabricar cornudos, como casi todos los machos de Alce Viejo, y no tiene ni una pizca de pudor ni de empatía con los pobres engañados. En lo único que piensa o lo único que quiere es cogerse una buena hembra, y si la hembra tiene dueño, no le importa. Y si el dueño está ahí, se la garcha igual. No es maligno ni sádico como don José, pero tampoco le importa si se está garchando a tu mujer al lado tuyo y vos te ponés a llorar, o rompe tu matrimonio. No es su problema. Su interés es cogerse a la mujer, vaciarse adentro de ella y darle placer en el mientras tanto.
Se coge a casi todo el pueblo. A la vecinita embarazada de al lado (a quien le da mientras el pobre marido le trabaja el jardín), a la madre de la vecinita, y a la vecina del otro lado. Se coge a la mujer del farmacéutico (como casi todos en el pueblo), a la putita flamante esposa del kiosquero de revistas (como todos en el pueblo, y de todos los pueblos vecinos) y a tantas otras.
La fama de este viejo se remonta a décadas atrás. Fue siempre igual, así de desinteresado por los cornudos o los efectos que pudieran ocasionar su insaciable sed sexual. No se sabe de manera cierta cuándo comenzó con sus escaramuzas, pero ya de adolescente (posiblemente antes) se andaba cogiendo a las esposas de sus jefes, las novias de sus amigos, y cuanta mujer le pusieran delante. Esto no resultó así por arte de magia, ni por sus encantos sociales (que no los tiene, siempre fue un tipo de lo más osco). Pero en cuanto se cogió a la primera casada, la fama de tremendo pijudo y cogedor (macho) se disparó y comenzó a antecederlo. Durante los años 70s, 80s y 90s fue el terror del pueblo, junto a su compa Remolacha (de quien hablaré otro día), pues no había mujer que no quisiera pasar por su pija. Los maridos de las familias que vivían en la misma manzana, o cerca, se iban al trabajo con angustia, muchas veces regresaban a los diez minutos con excusas tontas o procuraban que sus hijos comenzaran el colegio un año más tarde, todo para no dejar a sus mujeres a merced de este chacal sexual que no perdonaba nada ni a nadie.
Con el tiempo y la aparición de más machos jóvenes (mientras él se iba haciendo viejo), pero sobre todo con la apertura mental del pueblo (que aunque en la superficie mantenga las apariencias, se sabe que por debajo es un infierno), don Brótola, lo mismo que otros pioneros, fueron mezclándose entre la sociedad y un pueblo que iba creciendo, no solo por matrimonios que iban teniendo hijos sino también por gente que venía de otros lados. Pero su fama no menguó. Se mantuvo. Se mantiene. Y los maridos y novios de bien siguen estremeciéndose cuando los escuchan nombrar en alguna charla social.
Yo no tengo ese temor. Yo no me estremezco. Confío en Marina, que aunque me hizo cornudo una sola vez, recapacitó y se arrepintió profundamente. Y aclaro esto porque ella es una de las pocas mujeres del pueblo que este viejo no se cogió. Pero no hay rencores, y creo que a esta altura él ya ni tiene interés en mi esposa. Y tal vez lo que les voy a contar ahora lo demuestre.
Resulta que don Brótola es jubilado pero hace changas en las casas, arreglos, plomería y albañilería básica y esas cosas. También tiene una “agencia turística” de sombría calaña, junto a Remolacha, pero eso ya lo contará alguien alguna vez. Una vuelta teníamos arreglos que hacer en el patio de atrás, y como yo sabía que el viejo turro aprovechaba que las amas de casa quedaban solas y se las garchaba mientras los maridos estaban trabajando, esa vez fui primero (y antes de contratarlo) a la casa de él, y le hablé bien clarito. Que lo conocía, que a mí no me iba a hacer cornudo, y que yo no me iba a ausentar de mi casa mientras él hiciera los arreglos, que lo iba a vigilar porque yo no era ningún idiota.
Tanta efusividad habré puesto en mis advertencias, que el pobre don Brótola se ve que se asustó, no sé. Cuestión que el día que tenía que venir y lo estábamos esperando, no vino.
Marina lo llamó y resultó que mis cálculos eran los correctos (como siempre): don Brótola se había apichonado y no quería venir porque me tenía miedo.
—Mi amor, fuiste muy bruto —dijo enseguida mi mujer—. Voy a la casa de don Brótola a convencerlo de que no sos tan malo como parecés, así viene y arregla lo del patio. —Me sonrió con lo que estoy seguro fue deseo animal y me dio un besito en la frente—. Me calienta cuando sos tan malo que hasta los machos que cogen bien te tienen miedo.
Fue a cambiarse y ponerse un top negro como para salir, y una pollerita liviana con estampado de puntitos, con la que cubrió una tanga negra enterradísima entre la cola. De pronto estaba para el infarto.
—M-mi amor… estás… estás muy linda… Demasiado…
—Y sí, no voy a salir a la calle hecha una ciruja, que después las yeguas de la cuadra andan diciendo que no me comprás ropa.
Se fue y me di cuenta que esa ropa se la había ido a comprar para ir a bailar y al final nunca pudimos ir.
Para ganar tiempo me quedé preparando los elementos para cuando Marina viniera con don Brótola: traje las cajas de cerámicas, las bolsas de material que me había hecho comprar, el balde, la paleta, el nivel y el fratacho.
A los cuarenta minutos sonó el teléfono.
—Mi amor… —era Marina, parecía que estaba jadeando—. Ayer fuiste muy duro con don Brótola, y ahora el que está duro es él… No quiere irse.
—¿Estás en su casa?
—Llegué hace media hora. Llegué dos veces, ya… uhhhh…
—¿Dos veces? ¿Cómo que…?
—Viste cómo es el viejo. Me hizo llegar… me hizo aguantar afuera más tiempo… uhhhh… y al final me abrió y llegué de nuevo… mmm…
—¿Cómo que te abrió? ¿Estás jadeando?
—La casa, amor, para hablarle. Ohhhhh…
—No me gusta que estés mucho tiempo sola en la casa de ese viejo degenerado. Decile que venga.
—Estoy de rodillas suplicándole que se venga, Lucrecio. Ohhhh…
—No me puede dejar acá sin venirse. Me pedí el día en la oficina para vigilarlo y que no se propase con vos… Ya que lo tenés ahí adelante decile que…
—Lo tengo atrás…
—Me dijiste que te tenía de rodillas.
—Sigo de rodillas pero lo tengo a don Brótola atrás…
—Debe ser su manera de demostraste desprecio…
—Sí, recién me dijo que no valgo nada y me clavó hasta el alma.
—¿Cómo que te clavó? ¿Que te clavó qué?
—El visto, Lucrecio, el visto.
—¡Pero qué visto si no están con el wasap!
—¿Ah, no? ¿Y con qué te creés que te estoy llamando?
Estaba desorientado. Toda la conversación era confusa y Marina no paraba de jadear, tal vez por estar suplicándole al viejo.
—Está bien, escuchame. Decile  al viejo loco ése que se venga, que si no se viene no lo llamo nunca más.
En medio del jadeo de mi mujer y de una sonido rítmico y extraño, como un fap-fap… fap-fap… ininterrumpido, de pronto la voz de mi mujer se hizo más lejana, como si hubiera girado su cabeza hacia atrás.
—Dice mi marido que se venga… Sí, véngase ahora, don Brótola… Sí, véngase adentro… Ahhhh… Échela toda adentro, sí…
Y entonces, aunque seguía lejano, el fap-fap se aceleró y se hizo más fuerte, y la voz de mi mujer regresó otra vez al micrófono, aunque mucho más jadeada que antes.
—Ahí se viene, cuerno, ahí se viene con todo...
—¿Qué? ¿Cómo cuerno? ¿Marina…?
Fap-fap… Fap-fap… Fap-fap… Fap-fap…
—Ahí se viene, mi amor… Sentilo… ahíííí…
—No entiendo, ¿ya vienen?
—Sí, yo me vine dos veces pero me vengo otra vez… Ohhhhh…
Fap-fap… Fap-fap… Fap-fap… Fap-fap…
—¿Pero y el viejo...?
—El viejo también se viene, Lucrecio, sentí cómo se viene adentro… Ahhhh por Dios...
El fap fap ya era tan fuerte que se escuchaba al mismo volumen de Marina. En eso, como más lejos, comenzó a venir un sonido nuevo y grave que nunca pude identificar.
—Te la lleno, cuerno… Ahhhhhhh… Te la estoy llenando de leche… Ahhhhhh…
Fap-fap… Fap-fap… Fap-fap… Fap-fap… Y mi mujer, que jadeaba como cuando va al gimnasio.
—Mi amor, don Brótola… se está viniendo…
—Marina, ¿están ahí o ya salieron para acá? ¡No entiendo!
Fap-fap… Fap-fap… Fap-fap… Fap-fap…
—Que se está viniendo como vos querías… Ahhhh… La está dejando toda  adentro… Ay, mi amor, qué buen maridito que sos…
Se oyeron más jadeos, más fap-faps y un montón de otros sonidos que yo nunca había escuchado. Marina me dijo luego que el fap fap era del fratacho y otras cosas que estaba juntando para traer acá. “Toda la que juntó te la traje a casa”, me dijo.
Pero eso fue como casi tres horas después, que es lo que tardaron en regresar. Dos horas y media más en lo de don Brótola, que aunque yo sé que mi mujer es incapaz de traicionarme, igual la casa tiene mala fama y no me gustaría que si alguien la ve entrar y quedarse tanto tiempo piense que es una esposa puta que se la están garchando. Me dijo Marina que demoró más de la cuenta porque el viejo estaba muy impresionado y temeroso por mi charla del día anterior, y que usó dos horas completas hasta que lo convenció.
En fin, creo que esto pinta más o menos a don Brótola. Un viejo casquivano que se garcha a cuanta casadita se le ponga a tiro pero que recula un poco cuando alguien como yo lo enfrenta y lo pone en su lugar.


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