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martes, 30 de junio de 2020

Postales de Alce Viejo (04) | La Famosa Solidaridad de la Gente de Pueblo



Postales de Alce Viejo | Por Rebelde Buey
04. La Famosa Solidaridad de la Gente de Pueblo

Más allá de los cuernos y las astucias de las mujeres para engañar a sus maridos, como en todos los pueblitos del interior, en Alce Viejo lo que sobresale es la solidaridad, la vecindad, la ayuda pronta y la mano desinteresada para quien la necesite.
Podría darles miles de ejemplos de ayuda entre vecinos: don Brótola dándoles trabajo a la Yesi y al Joselito cuando ella quedó embarazada y no tenían un peso; “el Leche” arreglando gratis el primer auto de Laurita, que le regalaron sus padres; el profe de patinaje del Club Social, apoyando en el vestuario a sus alumnas que no podían pagar la cuota; los viejos de todo el pueblo, surtiendo del suplemento proteico para redondear las formas de Paloma, que luego terminó siendo Miss Universo… En fin, ejemplos sobran, así que hoy contaré un gesto de vecino mucho menos grandilocuente, y mucho más común en Alce Viejo: la gauchada pequeña del día a día, la de quedarse sin aceite a las diez de la noche y que un vecino te salve.
En nuestro caso, recién casados hacía dos días, y estrenando nueva casa, el circuito de agua comenzó a fallar y de un momento a otro nos quedamos sin ducha ni bañera. Teníamos agua para cocinar o llenar un balde, pero no podíamos ducharnos, ni siquiera con agua fría. Había no sé qué problema en un caño debajo del piso, por lo que arreglarlo iba a tomar una semana.
Y acá es donde se ven los buenos vecinos. Enseguida y sin que se lo pidiéramos, en cuanto nos vio en el patio de atrás —Marina casi desnuda, cubierta apenas con una toalla de mano porque la agarró en medio de una ducha, y yo tratando de ver si eran los caños o el termotanque—, nuestro vecino Miguel ofreció sin dudarlo una de sus duchas y su agua caliente, para que nos bañáramos las veces que hiciera falta, antes de ir a trabajar y al volver, si queríamos… Que faltaba más, que no es ninguna molestia, que así somos los buenos vecinos, que su mujer está casi desnuda permítame llevarla a mi casa que le preparo un buen baño, y todas esas cosas que hacen a las gentes de los pueblos los mejores vecinos que alguien pueda tener.
La ducha era externa a la casa aunque muy pero muy bien puesta, preparada para la pequeña piscina del fondo. Ese primer día Marina fue a ducharse con el vecino mientras yo trataba de averiguar cuál era el problema con nuestros caños. Cosa que no pude hacer. Y cuando mi mujer regresó, con un brillo extraño en los ojos y los labios, típico de recién bañada, fue mi turno.
A la tardecita, Marina regresó antes que yo de su trabajo, y cuando llegué, la encontré en casa en pantaloncito pijama metido en la cola y corpiño, y el cabello mojado envuelto en una toalla. Estaba tan sexy… Me sonrió, me besó y me dijo que recién venía de pegarse un baño en lo de Miguel.
Miguel —ya que estamos, lo presento— es un cincuentón ancho, de cabello corto y negro con una franja canosa en la base. Es campechano y vivarás, un poco soberbio y a veces arrogante. Vive con uno de sus hijos, que está muy de novio con una chica bonita y de mirada trepadora, llamada Dayana.
Dejé a mi mujer y fui a ducharme, dándole las gracias a mi vecino apenas lo vi y pidiéndole disculpas.
—Me dijo el plomero que es un trabajo de una semana, no menos —le informé—. No sé qué decirle, Miguel, las molestias que le ocasionamos…
—Ninguna molestia, amigo. Son las duchas de afuera, ni siquiera las de adentro. Úsenlas las veces que quieran, ni permiso me tienen que pedir.
—Sí, menos mal que ya es verano…
A la mañana siguiente, luego de desayunar, a Marina se le ocurrió que mejor fuera a ducharme yo primero.
—Es que soy la que más tarda, Lucrecio, y no quisiera retrasarte en tu trabajo.
Me pareció razonable, aunque ella también tenía un trabajo con horarios.
Me duché, regresé, y en lo que tardé en vestirme fui a darle un beso a Marina para despedirla, pero no la encontré. Para cuando salí de casa hacia el trabajo, mi mujer ya estaba en lo del vecino.
A la tarde llegué a casa como dos horas más temprano de lo usual. Por supuesto Marina todavía no había llegado. Estaba tan exhausto de un día agotador que así como llegué, agarré un calzoncillo, jabón y champú y me fui a la ducha de nuestro buen vecino Miguel.
Y los encontré.
A mi amorosa esposa bajo el agua y contra la pared, tomada de los grifos y con las piernas en compás. Y detrás de ella, nuestro buen vecino Miguel, tomándola de la cintura y bombeándomela como si no hubiera un mañana.
—¡Marina! ¿Qué carajos…!?
Giraron y me descubrieron. Pude ver la transpiración de Marina, aún debajo de toda el agua de la ducha que le corría por la cara. Miguel no se inmutó demasiado. Se detuvo apenas un segundo y volvió a bombear como si cogerse a la mujer de otro fuera su derecho.
—Lucrecio, ¿qué hacés tan temprano? —preguntó mi esposa, que al notar que Miguel retomaba el bombeo, arqueó imperceptiblemente la cintura y paró un poquito la cola para que el vergón del macho la clavara más hondo.
—Cuerno, mejor andá para tu casa que lo que vas a ver no te va a gustar.
—¿Lo que voy a ver? ¡Pero si ya lo estoy viendo todo!
La tenía clavada por la concha, pero se regocijaba con el culazo. Lo tomaba, lo manoseaba a la vez que surtía pijazos duros y profundos. Marina jadeaba tratando de no jadear, pero era como tratar de retener el agua que caía y se iba entre sus cabellos pegados a sus tetas.
—¡Mi amor, te juro que no es lo que parece! —me dijo mirándome a los ojos, aunque cuando le zampaban pija, los entrecerraba con lascivia.
—¡Te están cogiendo, hija de puta!
—No, vida, me está enjabonando.
En algún momento la habrá estado enjabonando, supongo, porque todavía se soltaba algo de espuma de entre los cabellos que caían sobre su espalda. El mismo jabón descendía por la cintura y se escurría por la canaleta entre las nalgas, llegando abajo hasta el vergón infame de Miguel, que no paraba de penetrarla como si fuera una bomba de extracción de agua.
—Miguel, pensé que era un vecino de los buenos.
—Es de los buenos, mi amor, te aseguro que es de los buenos.
—Le estoy pasando crema enjuague por dentro, cuerno —me dijo Miguel cuando me vio observar la penetración—. Estoy tratando de que la crema vaya bien a fondo.
La barra de carne no paraba de horadarla. Entraba y salía completa, y tal vez era por el brillo del agua, pero parecía  cada vez más dura.
—¡Pare de cogérmela, se lo pido por lo que más quiera!
—Cuerno, mejor andá para tu casa, volvé en dos horas y acá no pasó nada.
La displicencia y desafectación de nuestro vecino me indignaba y a la vez me desconcertaba. La seguía bombeando tranquilo …fap… … … fap… … … fap… y me miraba como si no estuviera haciendo nada incorrecto, como si el desubicado fuera yo.
Fui hacia mi mujer, para hacerla recapacitar.
—Marina, me prometiste… me prometiste que nunca más te ibas a dejar coger por otros hombres…
—No empieces, Lucrecio, no es infidelidad. Está ayudando a bañarme…
—Te digo que le estoy aplicando la crema enjuague, cornudo, en un minuto vas a ver cómo le sale la espumita desde la concha…
—Ay, sí, lléneme, Miguel… ¡Quiero sentir la crema toda adentro!
—¡Marina, por el amor de Dios, no!
Miguel comenzó a acelerar imprevistamente. De pronto la cabeza de mi esposa comenzó a zarandearse rítmicamente, como una fan en un recital de rock.
—¡Me viene, hermosura! ¡Estás demasiado buena para poder aguantarme mucho más!
—¡No, por favor, no! ¡Marina, vos me lo prometiste!
—¡Me está aplicando la crema enjuague, Lucrecio, cortala!
Miguel aceleró todavía más. Parecía que me la iba a romper.
Fap! Fap! Fap! Fap! Fap!
—Le voy a mandar la crema enjuague adentro, vecino. Más crema que otra cosa.
—¡Tenga piedad, estamos recién casados! —le grité casi en un llanto.
—Agachate, cuerno, quiero que veas cómo te la rebalso de crema.
Lo obedecí como un patético imbécil. Me incliné sobre la penetración aunque no podía creer lo que estaba viendo.
—¡Te la suelto, putón! ¡No aguanto más!
Miguel tenía tomada a mi mujer de las nalgas y la bombeaba como un poseso, de pronto subió las manos hasta la cintura y la agarró fuerte y empujó con todo, con el alma.
—Ahhhhhhhhhhh…
Le empezó a acabar. Estaba soldado a mi mujer pero se podía sentir cómo le iba mandando interminables chorros de semen adentro. No bombeaba, la había tomado de la cintura para asirla a él, tenerla tan pegada que casi podría estar dentro de ella. Y recién un minuto después, cuando los primeros furiosos chorros inundaron el interior de mi esposa, Miguel se aflojó y retomó el bombeo, como para escurrirse lo que le quedaba.
—Oh, por Dios, qué buena crema enjuague… —suspiró Marina.
El fap fap volvió a ser tranquilo, la cola de mi esposa se puso como piel de gallina, y no podría decir si acabó silenciosamente porque nunca acabó conmigo, así que no sé. Pero su sonrisa y sus ojos de satisfacción no se borrarán nunca más de mis recuerdos más oscuros.
Miguel retiró lentamente su vergón ancho y cilíndrico de adentro de mi mujer, y enseguida la crema enjuague, blanca y viscosa con la que la enjabonó por dentro comenzó a salir en pequeños espasmos.
—Marina… —murmuré arrodillado ante la supuración.
Cuando mi mujer y mi vecino ya aflojaban las respiraciones, y parte de la crema que le había volcado adentro se despegaba de los pies de mi amorcito para irse por el desagüe, me puse de pie y, asombrado e incrédulo, los vi tomar unas toallas como si nada hubiera pasado, y alejarse cada uno para su casa.
Fue todo tan delirante que en un momento dudé si lo que había vivido había sido real. Lo fue, porque al otro día por la mañana se repitió la enjabonada vaginal, por una hora completa, y se podrán imaginar que no iba a dejar que esto sucediera toda la semana, no podía permitir que a mi esposa se la siguieran cogiendo dos veces por día hasta que arreglaran los caños de mi baño.
Fui a lo de un segundo vecino, al otro lado de la casa. Pero no lo encontré en todo el día, así que el hijo de puta de Miguel me la volvió a garchar a la tarde, otra vez bajo la ducha, mientras yo le imploraba que se comportara como un buen vecino.




Por suerte al cuarto día ya tenía todo arreglado para ir a bañarnos a lo del Rengo, un viejo medio sucio y ordinario, con barba de tres días y que regenteaba el barcito del Club Social Alce Viejo [ver El Club de la Pelea 1, 2 y A-1], de quien Marina me dijo era un señor muy amable y gran vecino.
Ya en la primera ducha supe que con lo de “gran” vecino se refería a otra “cosa” y no a lo que yo pensaba.
—¡¡Por el culo no! ¡Por el culo no, señor Rengo!!
—¡Pero qué no, mirá el pedazo de orto que tiene tu mujer! ¡’tas loco que no me lo voy a clavar!
Tenía las garras clavadas en las nalgas de Marina, la de este lado blanqueándola por la presión, y la del otro, tratando de mantener apartada la tanga a rayas que yo le había hecho poner a mi mujer, como reflejo de lo vivido con Miguel. El agua corría sobre las curvas y la piel de mi esposa, que se había arqueado contra la pared casi hasta ponerse en una “L” a noventa grados. El culito hermoso que yo tantas veces había puerteado sin la suerte de comenzar a clavar estaba ahora ofrecido, regalado sin el mínimo reparo al capricho de este viejo, que de buen vecino no parecía tener mucho. La pija gruesa y venosa, bañada por el mismo agua que empapaba también a mi esposa, se metía y ya tenía media cabeza adentro del agujerito estrecho de la cola de Marina.
—Lucrecio, andá para casa que vos ya estás bañado y te estamos salpicando.
—Marina, por el amor de Dios, te está por enterrar un tremendo pedazo de verga, cómo me voy a ir?
—Cuerno, si te vas a quedar, por lo menos dame una mano. —Me hablaba como si tal cosa, y no paraba de puertearla, con la misma naturalidad de quien a partir de ahora va a cogértela toda la vida—. Separale bien las nalgas así te la clavo hasta los huevos.
—Señor Rengo, se lo suplico, estamos recién casados…
El Rengo sacó el medio glande que le había metido y se sobó la garcha con impudicia. Me cabeceó hacia la cola de mi esposa y supe que tenía que abrirla para facilitarle la tarea. Fue inevitable empaparme, mi esposa estaba bajo la ducha, y les aseguro que el olor a jabón neutro, el único que tenía mi vecino en la ducha, va a quedar asociado en mi corazón a la rompida de culo con la que sometieron la voluntad de mi esposa. Me acomodé de modo tal que la pancita de ella se apoyara levemente en mi cintura, y con las dos manos abrí las nalgas y corrí la tanga sobre uno de los cachetes, como para recibir al Rengo, que ya venía blandiendo la verga con su mano derecha.
—Ahí va, putón —dijo, y apoyó y clavó apenas, como para que la punta de la pija se le sostenga sola. Se apoyó con ambas manos sobre las ancas de mi mujer (que se estremeció), dio un brevísimo paso hacia ella y volvió a tomarse el tronco de la verga con la mano derecha—. Sostené firme a tu mujer, cuerno —me ordenó.
Y empujó con todo el peso de su masculinidad.
—¡Ahhhhhhh… —gimió fuerte Marina.
—Entró la cabeza, mi amor —tuvo que gritar el Rengo, para que lo escuche bajo la lluvia.
Yo mantenía a mi mujer con las nalgas abiertas, sin poder creer lo que estaba sucediendo.
—¡Señor Rengo, por favor no se la meta más! Yo todavía nunca le…
—Sostené, cuerno, que ahora empujo en serio.
Por puro reflejo abrí un poco más la cola de mi mujer. El contacto cálido con sus redondeles contrastaba con la angustia de ver cómo la profanaban. Pasó el cuello del glande y comenzó a entrar despacio el primer tramo de tronco, unos cuatro, tal vez cinco centímetros.
—¡¡Aaaaaaahhhhhh…!!
—¿Te gusta, putón?
—No, no le gusta, ¡Marina es una mujer decente!
Pero la pija no paraba de entrar. Lenta e inexorablemente, el culito un poco virgen de mi esposa se lo iba tragando despacio pero sin mayor problema.
—Es como la pija del Indio, cuando me agarran en la quinta de don José.
—¡Mi amor, la puta madre!
—¡En el Día de la Bruma, tonto; ni que ese día fuera que te hago cornudo!
La verga del rengo no paró de entrar hasta un tercio más o menos, y ahí se quedó, resistida por la decencia de mi mujer.
—Soltá, cuerno, que voy a bombeártela un poquito…
La solté y acerqué mi rostro a la perforación. Si era impresionante ver cómo semejante pedazo de manguera entraba en un orificio tan estrecho, verla salir lentamente no fue menos impactante.
—Aaaahhhh sííííí…
El Rengo tenía ahora una mano abierta abarcando cada una de las nalgas de mi mujer, con la tanga de aquel lado pasándole por sobre dorso de la mano, para quitarla del camino. Se sostenía de ahí, y la sostenía a ella. Pero al empezar a bombear, también la empujó hacia delante, por lo que pasé de abrirle las nalgas a aguantarla de la cintura para que la verga le entre más firme.
—Qué buen orto tiene tu esposa, cuerno… —me decía mirándome a los ojos mientras empujaba suavemente, hacía tope en lo que el cuerito resistía y reculaba para retomar el bombeo.
—Señor Rengo, no me diga eso…
Marina, que además de contar con mi sostén, se agarraba de las canillas del agua, giró con cara de ofendida.
—¿Qué, no te gusta mi cola, Lucrecio?
Para no enfrentar su mirada volví sobre la penetración. La barra de carne se hacía tan compacta al entrar, que si no fuera por las venas hinchadas de la verga del Rengo, no habría forma de ver cómo y cuánto entraba eso en mi mujer.
—¡Señor Rengo, ya le enterró hasta la mitad!
—¡Y se la voy a terminar clavando hasta los huevos, pedazo de cornudo!
El bombeo no paraba, si bien todavía era cansino, mantenía un buen ritmo que de a poco hacía crecer el jadeo de mi esposa, porque con cada arremetida entraba un centímetro más.
—Qué linda mujer tenés… Qué buen culo me estoy clavando, por Dios…
Marina, tal vez alentada por las halagadoras palabras de Miguel, giró para pedirme.
—Agradecele al señor que nos permite bañarnos en su ducha, Lucrecio.
No sabía si su pedido era inocente o de un cinismo atroz. Las dos veces que les he dicho que me hizo cornudo alguna vez, también, en algún momento, tuvo este tipo de muestras ambiguas.
—No hace falta que el cuerno me agradezca, señora Marina —intervino el Rengo, sonriendo y mirando hacia abajo, supervisando la penetración que le profesaba al culo de mi esposa—. Es lo que cualquier buen vecino haría por ustedes… ¡Ahí va un cuarto más de verga, putón!
—Ahhhhhhhhhhhh…!!!
Cuando la pija atravesó y dejó la mitad adentro, el Rengo comenzó a bombear más firmemente, empujando con ganas, casi con saña, cada vez que clavaba.
—¡Hasta no hacer tope no voy a parar de reventarte este culo!
—Me va a estirar toda, vecino…
Yo ya estaba resignado. Los huevos grandes del Rengo chocarían con la cola de mi mujer en un minuto, y el hijo de puta no parecía ni lejos de acabar o cansarse.
—¡Enjabonala mientras te la enculo, cuerno! ¡Agarrá el jabón y pasale  por la cola mientras te la clavo hasta los huevos!
Como un imbécil tomé el jabón blanco que me esperaba en el piso y empecé a pasárselo a mi mujer por su cola redonda y llena. Llena de verga, ahora. Los pijazos comenzaron a chocarle las nalgas, y se me hizo difícil pasarle el jabón sin que se me cayera.
—Dale, Lucrecio, que quiero ir limpita al trabajo.
El bombeo era violento, y cada pijazo hacía tope a fondo. Con cada empujón, mi mujer recibía veintidós o vientres centímetros de verga bien adentro, porque el hijo de puta retiraba la pija hasta la punta de la cabeza, y enseguida empujaba con todo para que mi mujer sintiera la penetración literalmente hasta los huevos.
Le estuvo rompiendo el culo unos quince minutos más, hasta que se deslechó. Marina me dijo que nunca acabó, pero yo le noté al menos dos gemidos de esos contenidos, apretando dientes y puños como para no explotarlo hacia el mundo, y guardárselo para ella.
El plomero arregló los caños al lunes siguiente, así que nuestro buen vecino el Rengo me la estuvo cogiendo cuatro días, rompiéndole el culo en las mañanas y ensanchándomela por adelante al regreso del trabajo, cerca de la noche.
Sé que toda la situación les parecerá rara, a mí también me lo parece, por supuesto, pero hay que destacar, más allá de alguna licencia que mis vecinos tal vez no debieron tomarse, lo bien dispuestos y generosos que siempre fueron, lo altruistas, y esa forma de la gente de los pueblos de hacer algo sin esperar recibir nada a cambio.
Quería mostrarles un poco del don de gente de los vecinos de Alce Viejo, pues aquí son todos más o menos así de buena gente como Miguel o el Rengo. De todos modos, y para evitar pedir alguna vez otro favor, desde ese día instalé una segunda ducha externa que va con otro circuito de agua totalmente independiente. Porque por más buenas intenciones que tengan, a veces la bondad solidaridad de los vecinos de Alce Viejo puede terminar convirtiéndote en un flor de cornudo.
Más vale prevenir que lamentar.




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14 COMENTAR ACÁ:

Vikingo Miron dijo...

Muy bueno Rebelde! Morboso como siempre, me quedo la duda de (que está muy de novio con una chica bonita y de mirada trepadora, llamada Dayana)...se me olvido algun Relato o saga o sera un personaje nuevo?

Despues la formidable frase, el sueño del cornudo que le digan a uno —Qué buen orto tiene tu esposa, cuerno… —me decía mirándome a los ojos mientras empujaba suavemente, hacía tope en lo que el cuerito resistía y reculaba para retomar el bombeo.

You are the Best Rebelde!

SALUDOS VIKINGO MIRON

Rebelde Buey dijo...

el elogio al orto de nuestra amada, en esas circunsancias (casi en cualquier circunstancia, diría) es también un elogio a nosotros, no? ^^
respecto de DAYANA (y por añadidura, Miguel), es la protagonista de la muy morbosa EN EL NOMBRE DEL PADRE, un unitario que luego tuvo un anexo y eventualmente podría tener algunos más.
Encontrás esos dos relatos en la columna de la derecha, bajo el título TEXTOS ANTERIORES y luego en SERIES CLÁSICAS.

Vikingo Miron dijo...

Si los lei....que me habia olvidado!

Gracias Rebelde!

Anónimo dijo...

Luks:"—Agradecele al señor que nos permite bañarnos en su ducha, Lucrecio." =Oa todo el cisnimo la chica... muy buena linea!

GinHindew110 dijo...

El pueblo esta tan unido que no sabes donde acaba una y empieza el otro

Mario M dijo...

Son fabulosos los relatos donde las esposas quieren negar la infidelidad al cornudo mientras se las están cogiendo. Este no es la excepción. Y para colmo le debe agradecer a los corneadores por el uso de la ducha. Que descaro de las mujeres.

Anónimo dijo...

PRIMERO.- Nos costa tanto esfuerzo dejar de leer “La ISLA” pero debemos ser maduros y continuar.
Le dimos la oportunidad a “Postales” y la verdad los primeros capítulos NO nos resultaron 100% satisfactorios, y a punto de dejarla, llego el cuarto capítulo, (Solidaridad de la Gente de Pueblo) y NO mam…!
Es GENIAL, Erótico, Morboso, Gracioso, Humillante, Original, etc…

Federico y Señora.

Anónimo dijo...

SEGUNDO.- Lo del baño con el vecino, es muy erótico, “LA ANGUSTIA” que no se pueda confiar ni en los vecinos, Jajaja.

A).- Miguel no se inmutó demasiado.
Se detuvo apenas un segundo y volvió a bombear como si cogerse a la mujer de otro fuera su derecho.
—Lucrecio, ¿qué hacés tan temprano?
—preguntó mi esposa, que al notar que Miguel retomaba el bombeo, arqueó imperceptiblemente la cintura y paró un poquito la cola para que el vergón del macho la clavara más hondo.
—Cuerno, mejor andá para tu casa que lo que vas a ver no te va a gustar.
—¿Lo que voy a ver? ¡Pero si ya lo estoy viendo todo!
—¡Mi amor, te juro que no es lo que parece!
—me dijo mirándome a los ojos, aunque cuando le zampaban pija, los entrecerraba con lascivia.
Cuerno mejor andá para tu casa volvé en 2 horas y acá no pasó nada La displicencia y desafectación de nuestro vecino me indignaba y a la vez me desconcertaba.
La seguía bombeando tranquilo fap… fap… fap… y me miraba como si no estuviera haciendo nada incorrecto, como si el desubicado fuera yo.
Fui hacia mi mujer, para hacerla recapacitar.
—Marina, me prometiste… que nunca más te ibas a dejar coger por otros hombres…
—No empieces, Lucrecio, no es infidelidad. Está ayudando a bañarme…
—Te digo que le estoy aplicando la crema enjuague, cornudo, en un minuto vas a ver cómo le sale la espumita desde la concha…
—Ay, sí, lléneme, Miguel… ¡Quiero sentir la crema toda adentro!
—¡Marina, por el amor de Dios, no!
Miguel comenzó a acelerar imprevistamente.
De pronto la cabeza de mi esposa comenzó a zarandearse rítmicamente, como una fan en un recital de rock.
Parecía que me la iba a romper te voy a mandar bañada por adentro vecino ¡Tenga piedad estamos recién casados! le grité casi en un llanto
y no podría decir si acabó silenciosamente porque nunca acabó conmigo así que no sé?
Pero su sonrisa y sus ojos de satisfacción no se borrarán nunca más de mis recuerdos más oscuros.
Marina… murmuré arrodillado ante la supuración.

Federico y Señora.
Simplemente esta escena que escribiste, es “el NIRVANA” del cornudo…!

Anónimo dijo...

TERCERO- Lo del baño con el vecino, era ya de por sí, tremendo! Pero que le repita la cornamenta con el otro vecino el Rengo, Jajaja. Y por el CULO…!!!
Eres bien malo autor, pobre cornudo,
(Te mereces vivir MIL años para que continúes escribiendo así)

A).- Lucrecio andá para casa que vos ya estás bañado y te estamos salpicando.
—Marina, por el amor de Dios, te está por enterrar un tremendo pedazo de verga, cómo me voy a ir?
—Cuerno, si te vas a quedar, por lo menos dame una mano.
—Me hablaba como si tal cosa, y no paraba de puertearla, con la misma naturalidad de quien a partir de ahora va a cogértela toda la vida
— Separale bien las nalgas así te la clavo hasta los huevos.
—Señor Rengo, se lo suplico, estamos recién casados…
El Rengo sacó el medio glande que le había metido y se sobó la garcha con impudicia.
Me cabeceó hacia la cola de mi esposa y supe que tenía que abrirla para facilitarle la tarea.
Fue inevitable la rompida de culo con la que sometieron la voluntad de mi esposa.
Me acomodé de modo tal que la pancita de ella se apoyara levemente en mi cintura, y con las dos manos abrí las nalgas y corrí la tanga sobre uno de los cachetes, como para recibir al Rengo, que ya venía blandiendo la verga — Sostené firme a tu mujer, cuerno.
—me ordenó.
Y empujó con todo el peso de su masculinidad.
—¡Ahhhhhhh…
—gimió fuerte Marina.
Yo mantenía a mi mujer con las nalgas abiertas, sin poder creer lo que estaba sucediendo.
—¡Señor Rengo, por favor no se la meta más! Yo todavía nunca le…
—Sostené, cuerno, que ahora empujo en serio.
Por puro reflejo abrí un poco más la cola de mi mujer.
El contacto cálido con sus redondeles contrastaba con la angustia de ver cómo la profanaban.
—¿Te gusta, putón?
—No, no le gusta, ¡Marina es una mujer decente!
Pero la pija no paraba de entrar.
Lenta e inexorablemente, el culito un poco virgen de mi esposa se lo iba tragando La verga del rengo no paró de entrar hasta un tercio más o menos, y ahí se quedó, resistida por la decencia de mi mujer.
era impresionante ver cómo semejante pedazo de manguera entraba en un orificio tan estrecho, Pero al empezar a bombear, también la empujó hacia delante, por lo que pasé de abrirle las nalgas a aguantarla de la cintura para que la verga le entre más firme.
—Qué buen orto tiene tu esposa, cuerno…
—me decía mirándome a los ojos mientras empujaba suavemente, hacía tope en lo que el cuerito resistía y reculaba para retomar el bombeo.
—Señor Rengo, no me diga eso…
Marina, que además de contar con mi sostén, se agarraba de las canillas del agua, giró con cara de ofendida.
—¿Qué, no te gusta mi cola, Lucrecio?
Para no enfrentar su mirada volví sobre la penetración Qué buen culo me estoy clavando, por Dios…
Marina, tal vez alentada por las halagadoras palabras de Miguel, giró para pedirme.
—Agradecele al señor que nos permite bañarnos en su ducha, Lucrecio.
No sabía si su pedido era inocente o de un cinismo atroz.
—Me va a estirar toda, vecino…
Yo ya estaba resignado Le estuvo rompiendo el culo unos quince minutos más, hasta que se deslechó. Marina me dijo que nunca acabó, pero yo le noté al menos dos gemidos de esos contenidos, apretando dientes y puños como para no explotarlo hacia el mundo, y guardárselo para ella.

Federico y Señora.

Anónimo dijo...

CUARTO.- NO tenemos como agradecerte por tantas HORAS de felicidad, en erotismo.
Un millón de GRACIAS Rebelde.

Federico y Señora.

Rebelde Buey dijo...

hmmm... es que tal vez lo estén "viendo" de una manera errada.
Me explico: Postales no es una serie, ni miniserie, ni nada medianamente normal comparado con los formatos de otros relatos. Quizá estén más emparentados con los Anecdotarios.
Las Postales son eso: postales. Cuentan costumbres y explican lugares y pequeñas peculiaridades del pueblo. Son más una guía o introducción al pueblo que otra cosa. No buscan ser eróticas (bueno, en ésta en particular sí, jajaj) sino más bien pintar al pueblo de una manera divertida y levemente erótica.
Yo diría que lean las Postales de Alce Viejo más como una Guía, (cuando sientan curiosidad sobre el pueblo) que un relato erótico. Porque salvo este capítulo, no calientan.

Rebelde Buey dijo...

(o no calientan mucho, porque erotismo igual tienen)

Rebelde Buey dijo...

y yo les agradezco las devoluciones que siempre hacen. las disfruto como uds los relatos ^^

Rebelde Buey dijo...

estoy haciendo un MAPA (que está quedando muy bueno!), donde ya verán dónde está cada cosa. En una semana o dos seguramente lo publicaré.

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