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martes, 4 de agosto de 2020

Postales de Alce Viejo (05) | La Casaquinta de Don José


Postales de Alce Viejo | Por Rebelde Buey
05. La Casaquinta de Don José. (ver 1.1)

En Lobos —a las afueras de Alce Viejo— hay muchas casaquintas, pero la más famosa es la de don José. En realidad don José no es el dueño, sino el capataz que la mantiene durante el año y la alquila en el verano a turistas de las ciudades.
No entiendo por qué es tan famosa esa quinta, suelen ir matrimonios llevados por las mujeres, en eso que se llama publicidad boca a boca. El tema es que el tal don José es un viejo amargado y déspota, prepotente y en ocasiones violento. Se dice que a los turistas los recibe con un trato despótico: que a los hombres los pone a trabajar en las tareas más duras (las que debiera hacer él) mientras a sus mujeres se las garcha en la casa y, cuando el pobre cuerno lo advierte, pasa a garchárselas directamente en la pileta o en el parque, en las narices del nuevo cornudo (mientras el cristo sigue matándose en el trabajo que le encomendó don José, so pena de un castigo peor). No hay manera de que esa mujer termine la semana igual que cuando llegó. Porque además de que don José se la coge a diario, también le entran el Indio y Botellón, éste último legendario por tener una pija del tamaño de una botella, y la paciencia de un monje para encularse novias y esposas ajenas.
La novia termina la semana o quincena de vacaciones toda usada, no solo por estos tres hijos de puta sino por todos los sátrapas que el viejo traiga para enfiestársela día tras día, mientras el resignado cornudo sigue trabajando. Esto es así con todos y cada uno de los inquilinos que vienen.
Y ustedes pensarán que entonces no hay manera que venga nadie. Pues no. Porque la voz entre las mujeres se corre más rápido y preciso que el pase del Diego a Caniggia contra Nigeria, en el 94. Y entonces nuevas parejas vienen al otro año, arrastradas por las mujeres que tienen el dato de antemano, en tanto los hombres ignoran el sino al que los llevan.
Por suerte hay otras quintas en Lobos, para que ustedes puedan llevar a sus esposas. Por desgracia, también ahí se las cogen. Pero al menos no le van a hacer trabajar y sufrir como un esclavo mientras le garchan a su mujer.
De todos modos algo me dice que ustedes, mal o bien, sabían de esta dinámica en la casaquinta de don José. Por algo llegaron a esta página. Lo que de seguro no saben, y lo voy a contar ahora aunque sea por arribita, es la otra parte, la que sucede durante el año y tras bambalinas, preparando la quinta para cuando el verano llegue, lo mismo que los turistas.
Ya alguien les contará largo y tendido sobre esto, pero déjenme adelantarles: durante el año estos caserones con parques necesitan mantenimiento, arreglos y hasta ampliaciones. Y eso significa trabajo, mano de obra y lomos dispuestos a rajarse de sol a sol. Y si bien en Alce Viejo sobran mujeres hermosas y cornudos, el trabajo escasea.
Y don José también se aprovecha de ello, ¿cómo no?, si es un viejo taimado. Cualquiera sabe que el trabajo en las quintas, si se lleva bien con el capataz, es asegurarse el sueldo de marzo a diciembre (con aguinaldos en enero y febrero). Y eso acá es oro en polvo. Y justamente de los polvos va a depender la suerte de cada aspirante a trabajar durante el año.
Acá en Alce Viejo se conocen todos, es pueblo chico. Así que cuando don José recibe a la cuadrilla de trabajadores de donde elegir a cinco o seis, ya sabe de antemano quién es bueno con la pala o con la pintura, quien llega tarde o le esquiva al trabajo duro, pero más importante aún: sabe quién de todos esos pobres diablos tiene a la mujer más exuberante, o la más puta, o la que le gustaría hacer cornudo a su marido y todavía no se anima, o la más estrechita, o la que entrega el orto con gusto, o la que, “con tal de ayudar a su marido”, está dispuesta a que le hagan doble y hasta triple penetración anal.
Lo primero que hace el viejo hijo de puta es despedir a los que tienen mujeres fieles. Es una desgracia tener una mujer decente en este pueblo; he sabido de hombres que han tenido que suplicar a sus esposas que se dejen coger por un jefe o un capataz para no tener problemas en su trabajo. De los que quedan, don José descarta en una segunda tanda a los peones cuyas mujeres ya se coge durante el año en otros ámbitos, sin necesidad de que el cuerno venga a trabajar. Así que también es una desgracia tener una mujer tan indecente en este pueblo.
Y de los últimos, finalmente don José elegirá a los que tengan mujeres que aún no se ha cogido, a los que sus mujeres tienen ganas de cornear pero no se animan (lo tomará como un desafío, supongo), pero sobre todo a los tipos que aún no saben que sus mujeres los hacen cornudos. Esos son su debilidad, es como que le gusta humillarlos, o mortificarlos. Porque se imaginarán que en tantos meses de trabajo a su cargo, más temprano que tarde los pobres cornudos se enterarán —y hasta serán testigos presenciales— del viejo clavándose a su mujer contra el colchón de la cama matrimonial.
Yo me enteré de toda esta dinámica oculta hace unos años, con mi mujer. Y no, don José no me la cogió porque yo fuera a buscar trabajo. Ya les dije que mi mujer no es como todas acá en Alce Viejo, solo me fue infiel una vez, es muy decente ella. Pero resulta que ese año Marina había iniciado un emprendimiento de esos que están de moda en la ciudad y que leyó en una revista, la de enviar desayunos personalizados, como regalo. La verdad es que no le fue nada bien, ¿quién demonios va a comprar algo así en un pueblo como este? Ella estaba ya en las últimas, medio depre porque había fracasado, cuando recibió un mensaje de don José, pidiéndole un desayuno.
En verdad, don José me encontró a mí a la salida de la ferretería del pueblo y me pidió que le pasara el mensaje.
—Usté es el Lucrecio, el novio de Marina, no? —me dijo, porque en ese entonces todavía no nos habíamos casado, aunque ya estábamos haciendo los preparativos—. La que tiene un culazo que es un poema y una carita hermosa y pícara como la de una mujer infiel. Que no digo que lo sea, por Dios, no me malinterprete…
—N-no, don José, descuide… —dije notablemente incómodo. Siempre me perturbaba cuando los paisanos de Alce Viejo me elogiaban a Marina—. Todos me dicen más o menos lo mismo…
—Dígale a su mujer…
—No es mi mujer todavía. Nos vamos a casar en un mes.
—Uy, qué lindo, mucho mejor. Dígale a su futura esposa que me lleve un desayuno a la casaquinta que estoy cuidando, la ubica, ¿no?
—Sí, don José, sí. Es bastante… famosa, la casaquinta…
—Dígale que lleve sólo el pan y la mermelada. Que la leche se la voy a dar yo.
—¿Que qué? Perdón, pero…
—Y que no lleve masas, que lo que se dice maza, le vamos a dar nosotros.
—No sé si le entiendo…
—Usté dígale, lo que importa es que la que entienda sea ella…
—Pero es que…
—Ah, y dígale que además de la mermelada lleve manteca. Pero bastante. Mucha manteca. Porque va a estar Botellón, y ya se sabe que con ese muchacho no hay otra manera…
—¿Que se sabe qué? No entien…
—Usté dígale, si ella nos entrega el buen servicio que se le nota, vamos a ser clientes de esos desayunos todas las mañanas.
Aún sin entender del todo al viejo, le avisé a Marina, quien pareció insultante de excitación (calculo que porque al fin pudo vender un desayuno). Así que a la mañana siguiente estábamos los dos en el auto, estacionados frente a la casaquinta, ella con la canastita con panes, facturas, una mermelada y cuatro paquetes de manteca de 500 gramos cada uno.
—Mi vida, ¿no es mucha manteca para un… desayuno…?
—Con Botellón nunca se sabe… ¿Vos estás seguro que don José te dijo que la leche me la van a dar ellos?
—Emmm... s-sí, querida. Lo único que les preocupaba era que lleves mucha manteca… —dije algo preocupado, mirando la canasta.
—Llevo como para toda la mañana.
—Pero vas y venís, ¿no? Es decir, dejás el desayuno y te volvés. Te espero acá.
—Sí, sí, obvio —dijo mi mujer y ya se preparó para salir del auto. Se ajustó hacia arriba la calza que ya de por sí le quedaba apretadísima y se le marcó la concha como si estuviera desnuda. Tragué saliva—. Me va a encantar que me esperes acá todas las mañanas —me sonrió enamorada.
—¿Todas las mañanas? Habrá que ver si les gustan los desayunos tuyos…
—No te preocupes que voy a hacer hasta lo imposible para dejarlos a todos satisfechos con lo que traje.
La vi irse con la canastita en el brazo rumbo a la quinta donde la esperaban don José, el Indio y Botellón, en una calza que se le metía en el ortazo —como cuando va del personal trainer— y una remera que le dejaba la pancita al aire.
Por suerte y evidentemente a los tres les gustó desayunarse a Marina (Marina’s era el nombre que le puso mi mujer al desayuno) porque me la devolvieron una hora y media después y la siguieron contratando para todos los desayunos durante un par de meses, incluso la mañana de nuestro casamiento.
Al entrar al auto me saludó con un beso en la frente y me dijo, muy alegre:
—Me dejaron la leche para vos.
Miré la canasta y era cierto. Las tostadas y la manteca ya no estaban, pero le habían regalado un cartón de leche para que se llevara a casa. Sin dudas una especie de propina.
Así que esos dos meses, hasta que Marina se retiró del negocio, ya casados, fuimos cada mañana a lo de don José a que me la devolvieran con la leche encima, para mí.
Fue la mejor manera de conocer esa casaquinta de mala fama. La otra opción hubiese sido trabajar para el viejo y ser un empleado cornudo al que los otros tres le garchen a la mujer.
No tengo nada contra esos pobres hombres, pero qué patéticos, no quisiera estar en sus zapatos.


Al finalizar las Postales de Alce Viejo, todos los relatos se compilarán en un solo post.
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7 COMENTAR ACÁ:

Anónimo dijo...

Pincantito el desayuno, no?

David tatuado dijo...

Me encantó. Supongo que también llevo algún desayuno de regalo a los gerentes del astillero?

Mario M dijo...

Cómico el relato. Mas cornudo no se puede ser.

Rebelde Buey dijo...

ah, puede ser! no se me había ocurrido =P

Rebelde Buey dijo...

en este blog siempre se puede ser un poco más cornudo jajaja

Rebelde Buey dijo...

y eso que el emprendimiento no le funcionó a Marina. Imaginate si le hubiera funcionado!! xD

Anónimo dijo...

"...ella con la canastita con panes, facturas, una mermelada y cuatro paquetes de manteca de 500 gramos cada uno."
JAJAJAJAJAJAJA Me encantó. Simplemente genial.

Att. Calosgouzy

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