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jueves, 12 de marzo de 2020

La Isla del Cuerno (I)


LA ISLA DEL CUERNO (PARTE I)
Por Rebelde Buey


1.
La amaba, y ella me amaba también. Y justamente por eso la odiaba.
Como me odiaba a mí mismo.
La amaba pero ella me amaba más. Cuatro años secándose a mi lado me lo demostraban. Cuatro años de matrimonio sin hijos, sin sexo, prácticamente sin contacto físico, plantada junto a mí en ese pedazo de tierra que me aislaba y me protegía, pero que a ella sólo la iba matando de a poco, en un goteo que se escurría con cada puesta de sol.
Fátima. La vi agacharse sobre unas albahacas y las piernas y los muslos se le juntaron, hinchándose y estirándose hasta blanquearse como la carne de un durazno. La falda era corta. Mucho más de lo que en Buenos Aires sería decente. Porque allí no importaba.
Estábamos prácticamente solos en ese islote muerto: un pobre anciano que nos ayudaba en la chacra y un viejo gordo y borracho, más feo que un mandril, que estaba encargado del faro. Fátima usaba esas faldas por encima de las rodillas y bodys ajustadísimos, que eran como un mono que comenzaba en el corpiño y se continuaba abajo en la bombacha, generalmente más breve de lo recomendable, que revelaban tanto como las coristas en los cabarets. En parte lo hacía porque no le importaba y en parte para que yo la viera. Para que quizá algún día, alguna vez, la viera y no solo la mirara.
—Coco Chanel está usando polleras por encima de los muslos y shorts aún más cortos que la ropa interior —se justificaba. Fátima, como toda señora joven de la alta sociedad de Buenos Aires, vivía pendiente de la moda parisina.
—Coco Chanel se viste como una prostituta —le reproché—. ¿Vos querés verte como una prostituta?
Era un juego de medias verdades. Ella sabía que ese tipo de ropa solo era una pequeña parte de las colecciones francesas, incluso la ropa más osada era destinada a las artistas de variedades, shows de burlesque y actrices de comedias subidas de tono para burgueses ignorantes. Era una maniobra para llamar la atención de los medios y que la sociedad hablara de esos diseñadores. El resto era moda más formal y elegante. Yo dejaba pasar su engañifa porque al llevarla a esa isla la había despojado de todo lo que el mundo le ofrecía a una chica como ella. Absolutamente todo.
—No tiene nada de malo, un marido puede ver a su mujer de la manera que más lo encienda. Y acá solamente vos me ves vestida así.
Demetrio, el anciano de ochenta y tantos, nos ayudaba en la huerta; y el Sapo, eterno guardián del faro, vivía sucio, borracho y sudoroso. Sabíamos que no contaban. No podían seducir a nadie, mucho menos a una mujer del nivel de Fátima. Aunque yo tenía mis sospechas de que el viejo gordo era más hijo de puta de lo que aparentaba, y estaba seguro que en estos cuatro años se habría insinuado a mi mujer más de una vez.
—Rómulo viene cada quince días, y últimamente te quedás en esas ropas para recibirlo.
No era la primera vez que me quejaba de esto. No era la primera vez que me respondía lo mismo:
—Sabés que nunca viene en horario fijo. Esta ropa es la más cómoda para trabajar, no voy a estar esperando todo el día de ciudad porque vos te ponés celoso.
Era cierto. Pero también era cierto que el tal Rómulo, un cincuentón ancho y arrogante que nos traía las provisiones cada dos semanas, se la comía con los ojos cuando amarraba el bote y veía llegar a mi mujer con una falda a mitad de muslo, o unas calzas informales exageradamente ajustadas que le pintaban cada curva como si estuviera desnuda. Yo comenzaba a sospechar que Fátima era consciente.
No podía culparla. Cuatro años sin que un esposo la tocara podía despertar en una mujer algún demonio. Cuatro años desde el accidente, el día de nuestra boda, y uno más de noviazgo: cinco años. Me consolaba —podría decirse— el hecho de que al menos ella no había llegado virgen al matrimonio. Un antiguo novio con quien iba a casarse la desfloró. Al menos alguna vez en su vida ella supo lo que era ser mujer. Siempre valoré la valentía de habérmelo dicho cuando nos comprometimos (aunque por supuesto no me gustó la noticia), y la firmeza de insistir en conservarnos castos hasta la noche de bodas, como la mujer decente que era. Siempre lo valoré, aunque eso me convirtió en virgen de por vida. Porque yo nunca había estado con una mujer antes y luego del accidente en auto, justo antes de nuestra noche de bodas, nunca más lo estaría.
Fátima terminó de meter en una canastita unos tomates y legumbres y me sonrió, en lo que se me antojó una mueca de tristeza. O lástima. Se puso de pie y la falda se le pegó a la pierna, y por unos segundos los muslos le quedaron desnudos y la cola —su fabulosa cola italiana, que parecía una manzana madura— quedó dibujada por la tela recorriéndola como una caricia.
Cuatro años antes se me hubiera parado. Demetrio la vio detrás de su zapa. Muchos años antes a él también se le hubiera parado. A lo lejos vi llegar la camioneta del Sapo, que venía a revisar el motor de nuestra heladera. A él sí se le pararía. Maldito borracho hijo de puta, apostaba diez a uno que ese cretino estaba dispuesto a dar un brazo para cogerse a mi esposa.
Me moví en mi silla de ruedas hasta alcanzar a Fátima.
—Andá a cambiarte, no quiero que ese viejo te mire como si yo no estuviera.



2.
Cinco años antes.
—¿No te gusta la idea? Pensé que ibas a saltar de alegría…
Estábamos en Harrod’s Buenos Aires, la tienda más exclusiva de Latinoamérica, sentados en una de las bancas regadas en las galerías interiores. Yo en mi habitual traje de tweed delgado, de primavera, y ella en un vestido largo y liviano con el que la brisa —cuando veníamos cruzando Plaza San Martín— le dibujaba su silueta perfecta, que ya me impacientaba por conocer.
Fátima parecía contrariada.
—Eh, sí… Mi amor, estoy feliz… sabés muy bien que lo que más deseo es casarme con vos y darte una familia.
—Esperabas… ¿una declaración matrimonial más formal…?
—No, mejor de esta manera, hablándolo primero. Porque antes de hacerlo oficial… antes de anunciarlo en sociedad a nuestros parientes y amigos… Hay algo que tenés que saber.
Veníamos jugando con la idea de casarnos, sin hablar del todo en serio pero de ninguna manera en broma. Esa tarde decidí preguntarle cuándo preferiría formalizar un compromiso, pues las vacaciones estaban cerca y si había que hacer arreglos, mejor con tiempo. Imaginé un grito histérico y muchos besos, incluso me ilusioné con una adelanto de nuestra futura noche de bodas.
—Camilo, yo… Yo te amo y te respeto muchísimo. Sos como un sol para mí, y no quiero iniciar algo de verdad formal con una mentira.
—Me estás asustando, mi amor. ¿Pasa algo malo?
—Es que… no soy virgen, Camilo.
—¿¡Qué!?
—No lo soy. Lo siento, mi amor, te juro por lo que más quieras que es lo único que odio de mí. Volvería el tiempo atrás para corregirlo, pero…
—¿Cómo que no sos…? ¿Cómo pudo pasar?
—Lo siento. Lo siento tanto… Me pareció que lo más justo era que decidas tus pasos con toda la información…
Me quedé helado. Me sentí como una liebre entre cazadores, sin escapatoria.
—¿Quién…?
—El duque.
El duque Massimo Milano era un viejo verde italiano que desde el final de la Primera Guerra recorría los círculos aristocráticos de Buenos Aires, y que me había caído mal desde el momento en que lo conocí. No era duque. Era nieto o bisnieto de un duque. En verdad, dudaba que fuera siquiera eso. El duque Milano había pedido en matrimonio a Fátima un día después de haberla visto en una fiesta, cuando aún ella y yo éramos apenas unos inocentes amigos.
Se habían comprometido igual de rápido, y tres meses después viajó imprevistamente a Córdoba y jamás nadie volvió a verlo.
—Ese vivillo hijo de puta… —dije con amargura.
—Entiendo que no quieras continuar con nuestra relación…
—¿Qué edad tenías?
Yo lo sospechaba, pero necesitaba saberlo.
—Dieciséis…
Cerré los ojos con dolor.
—¿Cuántas veces lo hicieron?
—Camilo…
—¡Cuántas veces!
—No sé en qué ayuda eso… ni si corresponde…
—Si esto va a seguir quiero saberlo. Necesito ver en dónde estoy parado.
—No sé cuántas. Nunca se me ocurrió contarlas, pero no fueron una o dos veces… Eso seguro…
Bajó la cabeza, avergonzada.
—¿Como pudiste, Fátima?
—Tenía dieciséis, y estábamos comprometidos y planificando una boda.
Miraba hacia abajo, como quien mira un pozo negro e infinito. Tenía las rodillas juntas y las manos igual de juntas sobre sus piernas. La brisa jugó brevemente sobre su escote y le reveló sus pechos hasta los bordes del corpiño.
—Al menos ahora no te vas a negar a hacerlo, como siempre que te lo pido.
—No. —Subió una de sus manos y se cerró el escote traicionero. Y me miró como si el viento fuese mío—. No quiero repetir los mismos errores. Mucho menos ese error... ni con vos ni con nadie, si hoy me dejás. No quiero volver a sentirme una prostituta nunca más.
Hubo algo en su mirada, una sombra de profundo pesar.
—¿¡Una prostituta!? Fátima, ¿qué cosas te hizo hacer ese viejo?
Volvió a bajar la cabeza y esta vez se mordió los labios. Su arrepentimiento era genuino y tan grande como el valor que juntó para confesarme aquello. Supe, cuando una lágrima muda le bajó por la mejilla, que sin importar cuán terrible sería lo que me contara, iba a amar por siempre a esa mujer y hacerla mía.



3.
Fátima.
El primer mes en la isla fue fantástico. Hermosos paisajes, mar y playas por todos lados y poca gente, todos decentes y por demás gentiles. Justo lo que mi marido Camilo necesitaba. Un año o dos en ese rincón del mundo lo haría olvidar de todo. Del accidente, de su postración, de la baja en la carrera en el Ejército y del trabajo negado en la Western Oil Company. Aunque también se debería olvidar de sus habituales salidas a cabalgar y cazar.
Uno o dos años y regresaríamos curados a Buenos Aires, felices y —quién sabe— tal vez con un hijo de cabellos claros como él.
Pero no.
Ya habían pasado cuatro años y seguíamos allí. Sin curar nada. Sin ningún hijo. Exactamente siempre en el mismo lugar. Los vecinos no resultaron al final tan buenos ni tan decentes. Dios, jamás le podría contar todo a Camilo, no podría soportar más tristeza en sus ojos.
El Sapo al principio fue bueno. Es bueno, en realidad. Sucede que cuando bebe, se transforma. Me mira con otros ojos, me doy cuenta, y creo que hace lo mismo con Camilo. Aunque a él no lo mira con deseo, claro; de a poco fue mostrando un desprecio más y más oscuro para con mi marido.
Cada vez que voy sola al faro por alguna cosa y está borracho, se pone más intenso.
—Todos los paralíticos son unos hijos de puta —me dijo una vez, ebrio como un marinero—. Son malos, son resentidos… Son como los enanos… pero los enanos al menos tienen una tranca así de grande, jajaja… y al cornudo lisiado de tu marido ni se le para.
No era la primera vez que, borracho, me hablara de Camilo en términos denigrantes o me propusiera algo indecoroso, pero fue la vez de mayor brutalidad desde que lo conociera. Me quedé de una pieza, roja de cólera e impotencia, tartamudeando.
—U-usted… Usted… ¡Es un animal! —dije mientras él seguía riendo—. Además, no es verdad esa grosería que dijo sobre mi marido.
—Fátima, chiquilla… —De pronto calló y se sentó en su catrecito, cerró los ojos, a punto de dormirse. Y en un chasquido despertó—. Se nota…
Apagó su voz hasta callarse, más por el alcohol que llevaba puesto que para hacerse el dramático.
—¿Qué se nota?
—Cuando viene Rómulo en el bote…
—¿Qué está insinuando?
—Cuando viene con algún ayudante nuevo… La ansiedad… La ansiedad en tu rostro… Es como un color. Un color nuevo que solo está ahí en vos… en tu mirada… Fátima, todos en la isla y alrededores saben que el cornudo no te atiende.
—¡Deje de decirle cornudo a mi marido! —exploté, y le arrojé la taza de té que se había enfriado en mis manos.
El Sapo cayó dormido en la cama un segundo antes y la taza se estrelló contra la pared, justo sobre él. Los trozos de loza se desparramaron por el piso, encima de la cama y mantas, y también sobre su humanidad ya dormida.
Amagué irme, estaba furiosa. Mas no podía dejar a ese viejo gordo e infeliz seis u ocho horas girando sobre filos cortantes, así que fui a quitarlos.
Sus ronquidos me enfurecieron todavía más, era como si aún inconsciente se siguiera burlando de mí. Viejo maldito, con qué derecho. ¡Debí haberle dicho algo las veces anteriores! Yo siempre había preferido callar. No darle lugar, por supuesto, pero tampoco comentarle nada a Camilo. Sus insinuaciones, primero, sus propuestas, después; dos o tres veces por año, o ahora más. Incluso esa vez que, borracho como ahora, me había manoseado el trasero con notable descaro, y que me inmovilizó como una estatua. ¿Debí haberle dicho a mi marido, aunque sea esa vez? Aquellas manos resultaron el contacto más íntimo que había tenido desde mi casamiento.
Quizá no debí regresar sola al faro jamás.
Junté los pedazos de loza de la cama. Junté los pedazos de las piernas y del torso del Sapo. Pero había unos entre su panza gorda y el colchón. En verdad, debajo de la panza. Para quitarlo tenía que meter la mano allí. Me dio repulsión. Y —no puedo mentir— algo de curiosidad. Metí mi mano bajo la panza asquerosa y entre las piernas. Había algo duro y grande. Ya saben. Algo tan duro y tan grande como hacía años no tocaba. Como desde mis dieciséis, con el duque.
Cerré los ojos. El Sapo seguía dormido, nunca se iba a enterar. Y yo quería saber. Quería recordar.
Y lo tomé. Con toda mi mano.
Y Dios, era gordo. Era muy gordo. Mi mano no podía contenerlo pero lo recorrí de abajo a arriba. El Sapo seguía roncando y aproveché a sentir cómo era aquello que una mujer casada debe tener por derecho propio, y hasta de Dios. Estaba duro como un poste y a la vez esponjoso, suave al contacto. Latiendo. Y yo sabía —me había enseñado el duque— que los hombres se ponen así cuando una mujer bella los enciende. Aunque no fuera su esposa. Aunque fuera de otro. Especialmente cuando era de otro.
Me pregunté si estaría soñando conmigo.
Se removió en su catre y el pedazo de loza que había ido a buscar se apoyó en el canto de mi mano, y recordé para qué me había metido ahí. Quité la loza y me alejé del faro casi corriendo, acalorada, roja y con el corazón acelerado como una chiquilla de dieciséis años.



4.
No conozco nada de mujeres, pueden deducirlo. Sólo estuve con una en toda mi vida, y ni siquiera realmente estuve. No al menos como un hombre debe estar con una mujer, ya se imaginarán a qué me refiero. Tampoco las entiendo. Nunca sé qué pasa por sus cabezas.
Y mucho menos a la que es, por ley, por Dios y por amor, mi propia mujer.
Creí que usaba esa ropa escandalosa para mí, para encenderme, para mantenerme atento. Quizá fue así, y se cansó de mi falta de reacción.
El día que llegó Benito no solo no fue a cambiarse de ropa sino que incluso le noté una sonrisa iluminada, cuando la balsa se acercó y el chico de rostro franco y aniñado, de galán de películas, bajó con su mochila y sus ojos verdes y siempre sonrientes.
Se la comió con la mirada, casi literalmente. No esperaba encontrarse con una mujer así, y de ninguna manera vestida como ella: un pantaloncito muy corto y apretado que se le metía entre las nalgas, y una camisa anudada sobre el pecho, que más bien hacías las veces de corpiño y le dejaba toda la pancita al descubierto. Enseguida se dio cuenta de mi presencia y desvió un poco los ojos, tratando de disimular su interés. Pero no engañaba a nadie. Rómulo, que lo había traído en el bote, ya había visto a mi Fátima del derecho y del revés varias veces, con distintas falditas que le revelaban siempre las piernas o calzas tan metidas en la cola que la exponían como una chica de burdel. Y se hacía el que me respetaba, esperando a que yo me distrajera para mirarla de punta a punta.
—Soy Benito, el sobrino de Demetrio —se presentó el chico. Tuvo la decencia de saludarme primero a mí, aunque no podía dejar de echar miradas furtivas hacia Fátima. Luego giró hacia ella y pudo mirarla sin complejos—. Señora…
—Llamame Fátima. Acá somos muy informales.
Rómulo se relamió con el comentario. De seguro esperaba que la informalidad llegara hasta su entrepierna. Benito le sonrió a mi mujer en agradecimiento y en verdad pareció que la tarde se iluminó. Ese chico no solamente era buen mozo, tenía el carisma mediterráneo de los actores latinos de Hollywood.
—Solo los molestaré por una noche. Visito a mi tío para hacerle firmar los documentos de una herencia.
—No es ninguna molestia —concilió Fátima—. Acá es todo muy aburrido, voy a aprovecharme de vos para que me saques de la rutina.
El comentario inofensivo no le pareció tan inofensivo a Rómulo, que sonrió como un lobo y clavó sus ojos en los pechos y en los muslos de mi esposa, con tal descaro que hizo que yo mismo, desde mi silla de ruedas, bajara la vista con la impotencia de un lisiado.
—¿Querés que te ayude? —se ofreció innecesariamente Fátima a tomar la mochila que estaba en el piso.
Para hacerlo debió agacharse un poco y su culazo ceñido y con el pantaloncito metido entre sus nalgas quedó en punta como el sol al mediodía. Vi a los dos hombres, el hijo de mil putas y el chico lindo, literalmente tragar saliva.
—No, por favor, una dama no debe…
—¡Uh, pesa mucho! —se sonrojó Fátima, que dejó el bolso en el piso.
¿Todo eso había sido una maniobra para exponerse? No podía ser posible. Conocía a mi mujer, no era de ésas. Aunque había leído que a veces la gente hace cosas que no quiere hacer, pero que en verdad y sin saberlo sí quiere. Le dicen inconsciente o algo así.
Comenzamos a andar hacia la casa y por causa de la silla de ruedas yo me iba a retrasando. Fátima charlaba con el chico, muy animada, tanto que no se dio cuenta que se fueron separando de mí. A mis espaldas, Rómulo giraba el bote para regresar al otro día. Y adelante, mi mujer caminaba con una gracia olvidada, al borde de la seducción, llena de mohínes, ojos brillantes y una sonrisa que —ahora me daba cuenta— había quedado en Buenos Aires el día que la traje a la isla.
—¡Fátima! —le grité un poco fastidioso. Ella giró, me vio venir detrás con dificultad y esfuerzo y se sonrojó. Retrocedió unos pasos hasta quedar conmigo y re emprendimos la marcha todos juntos. Pero al llegar a la casa ya ellos dos se habían adelantado de nuevo.
Al ver a su tío, Benito dejó la mochila en el piso y corrió hacia el viejo para saludarlo, con lo que la descortesía quedó disimulada.
—Fátima, por el amor de Dios, andá a ponerte algo decente, ese chico no es como Demetrio.
—Sí, querido, por supuesto.
Se apoyó con sus manos en cada apoyabrazos de mi silla de ruedas, por lo que su culo redondo quedó en punta, y me besó.
Allá atrás Benito abrazaba a Demetrio en un emotivo reencuentro. Pero estoy seguro que vi al muchacho mirar por encima del hombro de su tío el culazo de mi mujer.



5.
Fátima.
Solamente una mujer en mi posición podría entender por qué sucedió lo que sucedió. O lo que dejé que sucediera.
A la noche cenamos en casa. La mayoría de las veces Camilo y yo, solos. De todo lo que cocino siempre preparo una porción extra, que Demetrio se lleva para comer en su casilla. Con la llegada de Benito cenamos los cuatro juntos, porque él aportaría a la cena —a nuestra aislada vida— un poco de ruido del mundo exterior.
Luego de la llegada del chico me había ido a cambiar. Me puse un vestido decente. Decente y lindo, con falda bien por debajo de las rodillas como le gusta a mi marido. Aunque un poco escotado. Bueno, tremendamente escotado, para qué mentir. El escote me lo subía un poco en presencia de Camilo, para evitar que se queje. Y por alguna razón —de verdad en ese momento no sabía por qué— me despreocupaba e incluso me lo bajaba un poco con la excusa del calor, cuando aparecía Benito.
En el momento en que lo vi bajando del bote, y sobre todo al acercarse y saludarme, advertí cuánto hacía que no veía a un hombre joven y atractivo cruzar frente a mis ojos. Años.
Años allí sola, rodeada de viejos, gordos y sujetos despreciables. De cabras, legumbres, botes que incomunican y maridos que miran para otro lado. En el momento en que vi a Benito me di cuenta lo sola que me sentía. Y fue la emoción más triste que experimenté jamás. En cambio al darme la mano para saludarme, una electricidad me recorrió toda y sentí un sacudón de adrenalina explotando a lo largo de mi cuerpo.
En la isla conviene bañarse de día, cuando el sol aún calienta el agua del tanque para la ducha. El agua no está del todo caliente pero tampoco fría. En invierno es imposible, los baños deben tomarse en una tina con agua hervida en la estufa. Siempre me baño mientras la cena se hace. Afuera, en un duchador que construimos bajo los dos tanques. Me voy allí vestida con poca ropa, y una muda bajo el brazo. Ir casi sin ropas no es indecoroso, solo están mi marido y Demetrio, que —pobre— ya no cuenta. Es muy sensual andar así. Me hace sentir libre.
Solo que esta vez, con Demetrio, estaba Benito. Y me vio cruzar el sendero hecho con baldosas de madera, vestida en una especie de pijama tan suelto y tan breve que la mínima brisa me desnudaba. Y arriba, por supuesto sin corpiño, los pezones se me marcaban como si fueran de mármol y yo debía luchar con los breteles de la casaca, que se me corrían para dejar escapar mis pechos con cada paso que daba.
Benito dejó de hablar con su tío, quedó absorto mirándome como si fuera la mujer más bella de la Tierra. Yo me hice la tonta, como corresponde a una mujer casada, aunque por dentro estaba nerviosa como una niña de Liceo, y una efervescencia caliente me corría por la sangre, sin quemarme pero haciéndome arder.
Entré al duchador ignorándolo, haciendo de cuenta que jamás lo vi. Cerré la puerta y me desnudé.
Tenía los nervios de punta. Cerré tan apresurada que la portezuela golpeó el cerrojo en el marco y rebotó unos pocos centímetros, quedando una apertura del ancho de una mano abierta. Sin darme cuenta. Con el agua cayendo comencé a enjabonarme. Estaba de costado a la puerta, dándole el perfil a la apertura. El agua me daba en la cara, casi tibia, y me hacía cerrar los ojos. Levanté un brazo para enjabonarlo. Luego el otro. Después me pasé jabón por los cabellos un buen rato tratando de hacer el máximo de espuma. Siempre con los ojos cerrados, me fui enjuagando y cuando ya no quedaba espuma en mi cabello, giré ubicándome de frente a la puerta y abrí los ojos.
La puerta estaba abierta dos palmos. Y al otro lado estaba Benito mirándome. En silencio. Recorriendo con sus ojos mi cuerpo desnudo, todas y cada una de mis curvas.
No dije nada. No me cubrí. Mi respiración era agitada como cuando a mis dieciséis me planté ante el duque Milano, de modo que mis pechos se elevaban y descendían como un bombeo.
Seguí muda. Sin dejar de mirarlo a los ojos, comencé a enjabonarme los pechos… el torso… el vientre…
—No corresponde que me mire desnuda —dije finalmente, pero sin amonestarlo en lo más mínimo y sin cubrirme—. Soy una mujer casada.
Por alguna razón no pude cerrar la puerta. En cambio giré sin decir palabra y seguí con mi rutina de jabón, ofreciéndole una visión completa y franca de mi espalda y mi trasero, con la espuma bajando por mis nalgas.
Y rogando que no se me notara el temblor que me sacudía de pies a cabeza.



6.
En la cena se comportó como una cualquiera. ¿Se cree que soy idiota? Soy lisiado, no estúpido. Y soy su marido. Aunque nunca hayamos podido consumarlo por mi maldito accidente, igual lo soy. No poder hacerle el amor, no poder hacerla una mujer completa tampoco es lo que yo planeé.
Si la vieran… Sonrisita de acá, sonrisita de allá. A mí no. A mí ninguna sonrisita. Y a Demetrio tampoco. Con el cuento de que Benito era la novedad, no paraba de hablar con él, festejarle sus tonterías, tomarle del brazo en cada oportunidad.
No la culpaba y a la vez lo hacía. Si me odiaba a mí mismo cada día de Nuestro Señor, ¿por qué no iba a odiarla a ella sólo esta noche? Por el toqueteo, por la seducción solapada, por ser tan hermosa y seguir tan deseable como hace cuatro o cinco años.
¿Qué pretendía con el muchachito? ¿Querría solamente tontear para ver si todavía la deseaban? ¿Querría hacerse carne con él? ¡Hija de puta! La iba a desenmascarar. Le iba a preparar el terreno para que se descuide. Un error. Un simple error. No muy grave. Lo suficiente para echárselo en cara por los próximos años. Hasta que sea más vieja. Hasta que los hombres no la miren como la miran hoy. Hasta que no tenga más remedio que atarse de verdad a mí, para siempre. No por lástima, como hoy. Sino por necesidad.
—¿Por qué no se queda esta noche a dormir acá, Benito? —dije con premeditada cordialidad—. En la casilla de Demetrio hay un solo catre y acá tenemos una habitación en desuso. Estoy seguro que Fátima estará encantada de acondicionarla para un huésped.
—Oh, no es necesario que se molesten.
Aún cuando mi propuesta fue a Benito, nunca dejé de escudriñar a mi mujer. Sus ojos se hicieron grandes y brillosos como un lago. Se sonrojó apenas, no de vergüenza sino del calor que le provocó el entusiasmo. No sé qué pasó por su cabeza, desde ya no fue concretar algo, pero parecía una de esas jovenzuelas que están despertando al sexo y todavía no tienen muy claro cómo actuar, y salen a pasear ante los jóvenes mostrando y sobreactuando desmedidamente sus encantos, experimentando con lo nuevo pero sabiendo que no harán nada.
—No es ninguna molestia, al contrario —sonrió con excitación Fátima—. Va a ser un placer.



7. I.
Sucedió a la noche, muy tarde. Mucho más tarde de lo que hubiera imaginado. Tan tarde que en un momento me dormí con Fátima a mi lado, pensando que yo había exagerado, que al final era un paranoico y que no me merecía una mujer como la que Dios me había obsequiado.
Como a las cuatro de la mañana me di cuenta. Fue puro instinto, una alarma que sigue encendida aún cuando uno duerme. No sé cuándo se fue de la habitación. No hacía mucho.
Repté por los pasillos de la casa en mi silla de ruedas. Hacía algo de ruido cuando aplastaba un tablón quejoso, pero yo sabía que nadie me iba a escuchar. Que los sentidos estarían puestos en otra cosa.
Ya unos metros antes escuché los jadeos de mi mujer. Fue irreal: la escasa claridad cenicienta en los pasillos, los colores desteñidos de los pisos y las paredes, y yo apurando mis brazos para llegar antes, para acercarme a esos jadeos. De pronto me encontré desesperado por alcanzar la puerta de la habitación, en un intento de evitar lo que a todas luces ya se estaba consumando. Los sonidos eran mordidos, como si cada gemido luchara entre el grito de placer y la zozobra de ser descubierto. No hablaban, sin embargo los sonidos de él y de ella, y los de ambos, establecían un diálogo perfectamente claro y vivo, donde el placer bailaba de uno en otro sin decidir dónde quedarse.
Me acerqué a la puerta y me seguí acercando. Y por los gemidos, y esa concentración monocorde como el bombeo de un pistón, supe que podía asomarme sin complejos, sin ocultarme, franco bajo la entrada de la habitación, y ni siquiera así notarían mi presencia.
La puerta estaba entreabierta, lo justo para no ser del todo obscenos y también para escucharme si yo llamaba a mi mujer o me caía de la cama.
Me asomé.
Y aún sabiendo lo que iba a encontrar, la imagen me pegó todavía más fuerte que el camión, aquel día de mi boda.
Fátima estaba sobre la cama, desnuda, de espaldas a la puerta, montada sobre Benito, que permanecía acostado boca arriba y solo se movía para tomarle los pechos.
Sentí una puñalada en el corazón, una angustia que me atravesó el cuerpo y me abrió como una almeja.
Fátima se montaba sobre Benito —sobre la verga de Benito— con movimientos suaves y rítmicos, arqueándose y sacudiendo el cabello oscuro que le caía por la espalda, con una sensualidad que jamás en nuestra convivencia le había descubierto. Me quedé observándola unos instantes, con una mezcla de ira, desazón y curiosidad. Cada vez que mi mujer subía sobre la pija de Benito, y cada vez que bajaba y no podía bajar más porque ya hacía tope, sin querer yo la seguía: aguantaba la respiración con ella en su cenit, y exhalaba cuando se soltaba y bajaba toda hasta la base. Me encontré espiando a mi mujer como si yo fuera un extraño, siguiendo con mi respiración cada subida de su cadera, cada flexión de sus muslos buscando ganar altura para clavarse más profundo, cuando la tensión aflojaba. Aún cabalgando, Fátima no dejaba de recogerse el cabello y soltárselo, de arquear la espalda, de suspirar y jadear. Hasta que comenzó a gemir y de pronto murmuró:
—No pares… Ahhh… Por fin voy a… No pares ahora, por favor… Ohhhhhhh…
Me retiré. No iba a soportar algo así. Me fui rodando hacia atrás, angustiado hasta las náuseas, con mis ojos inundados de traición.



7. II.
Fátima.
No voy a entrar en detalles de lo que sucedió esa noche. Esos relatos subidos de tono son para los folletines escandalosos que esconde el Sapo bajo su colchón. No corresponde a una señora casada como yo.
Sí les voy a contar de los porqués. Para que me entiendan. Para que no crean que soy una cualquiera como me acusó mi marido.
Conocen el dicho: la ocasión hace al ladrón. ¿Qué posibilidades había de que un muchacho joven, sano y buen mozo podría pasar por la isla? Era la primera vez en cuatro años, y se iba a quedar un solo día. No lo planeé. Juro que no. Pero ya en la ducha debí darme cuenta que mi voluntad ante ese chico estaba comprometida. A la noche fue igual, me dejé llevar por el momento y el vino, y creo que Camilo se dio cuenta. El problema fue más tarde, cuando mi marido se durmió. Fue como si se despertara algo en mí. No lo dudé ni un segundo, solo quería estar en la otra habitación con Benito. Tocarlo. Besarlo. Provocarle las cosas que sé que puedo provocarle a un hombre. Que siempre quise provocarle a mi esposo.
Me salí de la cama con muchísimo cuidado y silencio.
Lo que siguió de la noche fue tan simple que hoy me da vértigo solo recordarlo. Llegué al cuarto de huéspedes y Benito me recibió como si me estuviera esperando. Sonrió. Amagó hablar y lo silencié con un dedo en sus labios. Quedé como una mujer experimentada, cuando en verdad no quería que habláramos porque me temblaba el mentón. Lo besé. Nos quitamos la poca ropa que llevábamos y prácticamente me lo llevé puesto hasta caer en la cama.
Dios, necesitaba tanto aquello que por un buen rato literalmente no me importó nada más. Porque no era el sexo. ¿Qué decir? Cayó estirado boca arriba y así como cayó, me subí encima de él y acomodé con desesperación su miembro entre mis piernas y me dejé caer. Y ya solo con esa primera penetración apurada comencé a gemir. No consideré el silencio de la noche ni la posibilidad de que mi esposo pudiera despertar y escucharme. Lo único que existía en ese momento era Benito. La pija de Benito. Que no era muy grande en comparación con la del duque, sino más parecida a la de Camilo, que conocí de cuando lo higienizaba después del accidente. Era mediana o menos, pero en ese momento sentí que era la masculinidad más importante del mundo.
Sentí la pija entrarme, horadarme con cierta dificultad, que se licuó con mi humedad inmediata. Lo sentí abajo, no solo entrando sino abriéndome, ensanchándome, llenándome de él y de ese calor ardiente que avanzaba hasta arriba de mi estómago. Comencé a subir y bajar, por puro instinto, por una necesidad primaria de ser invadida y poseída —literalmente poseída, como un objeto— por ese hombre. Por cualquier hombre.
En el cuarta o quinta sentada sobre su miembro noté que aplastaba sus huevos con mi cola, y eso me disparó una ola de calor que me vino no sé de dónde pero que no paraba de crecer. Y cuando, así montada, Benito estiró sus brazos y me tomó los dos pechos con sus manos, el orgasmo se me disparó.
—¡¡Aaaaahhhhhhhhhhhhh…!!
Benito, que ya comenzaba a clavar hacia arriba acompañándome en cada bajada, retiró una mano de mis tetas y me tapó la boca.
—¡Que vas a despertar a tu marido! —rió, y ese fue el primer momento en el que tomé conciencia de Camilo.
—¡Aaahhhhh…! Sí, mi marido… ¡Ahhhhhh…! Mi marido… ¡Ooohhhh…!
Por alguna razón, cuando decía mi marido el orgasmo no solo no menguaba sino que se hacía más intenso. La penetración, mi cabalgada, el magreo de mis pechos, la mención de Camilo y hasta la mano en mi boca. Cada elemento de esa mezcla era un puntazo más que intensificaba mi orgasmo.
—¡¡Aaaahhhgggffmmmggghhh…!!
Seguí cabalgando. No quería salirme de allí nunca más. No quería otra cosa en esta vida que no fuera esa verga extraña, prohibida, indecorosa para una mujer casada. Hasta llenarme toda.
En algún momento de la noche —después de mi segundo orgasmo— a Benito le pareció escuchar un ruido en el pasillo. Se asomó. Nada. Cuando regresó, me puso en cuatro patas y se ubicó detrás mío.
—Quiero darte pija mientras manoseo este culazo.
En ese momento me hizo algo de gracia, poco tiempo después me daría cuenta que amasarme la cola mientras me clavan hasta los huevos (como dicen los que me cogen) iba a ser una obsesión en la mayoría de los hombres de la isla.
Regresé como a las tres y media de la mañana o más. Con tres orgasmos propios y con dos leches de Benito encima, uno adentro y otro desparramado sobre mis pechos. Había querido hacerme la cola (y acabarme allí dentro) pero me negué. En ese momento me pareció que no estaba bien. Que no era decente. Que mi marido no se merecía ese plus de humillación. Benito lo aceptó y yo creí que era dueña y señora de esa cuota de decencia, de esa fortaleza reservada lícitamente a mi marido. Pocas semanas después me daría cuenta que no era dueña de nada. La fortaleza caería rápidamente ante un hombre más experimentado y prepotente; en verdad ante cualquier hombre bien plantado y que supiera lo que quería y no dudara en tomarlo ni le importaran mis negativas ni las reglas. Sobre todo las mías. En pocas semanas me daría cuenta que cualquier hombre —lindo, feo, flaco, gordo, joven, viejo— lograría cualquier cosa de mí con solo tomar lo que deseara sin pedir permiso y sin que le importaran mucho mis necesidades o mi opinión.
Me recosté junto a Camilo en silencio y con el cuidado con que se acuesta a un bebé. Por suerte estaba dormido, igual que yo un minuto después.
Es que esa noche había sido la más agotadora de mi corta vida.



8.
Pensé que lo iba a tolerar. Pensé que iba a ser contemplativo, comprensivo e indulgente. Que tendría en cuenta el amor de Fátima, sus años sufriendo a mi lado, la completa ausencia de contacto físico a la que la sometí todos estos años. “Una vez —me dije—. Lo hizo una única vez. Y con un extraño a quien no volveremos a ver jamás”.
No pude dormir en toda la noche así que una hora más tarde la oí entrar a la habitación, y abrir y cerrar la puerta con el cuidado de un hombre experimentado ante una virgen. No la escuché ni respirar, solo sentí el peso de su cuerpo cayendo suavemente sobre la cama.
Y el eco de la imagen de ella cayendo con igual gracia sobre la hombría de Benito fue inevitable. Me tensé bajo las sábanas.
“Hija de puta, pensé, una hora cogiendo con ese desconocido como si fuera una prostituta… Una hora, más todo lo que habrá estado antes de que yo la viera…”
La sentí acomodarse. La escuché exhalar el goce con el que la llenó Benito en un suspiro largo y pesado. Y de pronto el vaho a sexo me llegó igual que un sopapo indulgente.
Se durmió rápido. Increíblemente rápido. Y fue en ese momento en que la noche está a punto de clarear, en que los tuis comienzan a chillarle al día que se viene, que la toqué. Fue el momento de mayor frustración e impotencia, y el de mayor debilidad. La toqué bajo las sábanas aprovechando que no estaba ahí, que seguramente vibraba en la otra habitación, soñando, reviviendo cada pulsión y cada sublevación de la piel.
La toqué después de cuatro años. Por primera vez después de cuatro años.
Los muslos. Las ancas. El culazo que siempre me había vuelto loco y en la isla volvía loco a todos. La piel… Comencé con un roce casual, hasta estar seguro de que ella dormía, y terminé con un manoseo infame, sucio, desesperado. El manoseo de un eunuco pajero que vela por las consortes del rey cuando ellas duermen. Me llené las manos con sus pechos, gozando de la dureza y elasticidad de su juventud, y anhelando cada respiración suya que la hinchaba y le tensaba los pezones. Le manoseé los muslos, la cola, la espalda, todo lo que unos instantes antes le manoseara Benito para penetrarla, solo que yo no podría hacerlo nunca. Y sí, de pronto me inundó una frustración enorme, grande como el culazo de mi mujer, pero extrañadamente, a la vez, me pareció sentir un hormigueo leve en la entrepierna, un rumor picante que tenía olvidado desde hacía cuatro años.
Pensé que lo iba a tolerar, pero a la mañana, en el desayuno, dejé de engañarme. Fátima sirvió el café que acababa de hacer, feliz, radiante como no la había visto desde el accidente, vestida casi de cama con una camisa enorme que no dejaba ver si abajo iba en pantaloncito o en ropa interior. Le sirvió a Benito. Le sirvió a Demetrio. Canturreaba una cancioncita entre murmullos y movía suavemente sus hombros y su cadera, como si su alma estuviera bailando. Finalmente me sirvió a mí.
—Para mi hombre especial —me dijo—. Un café también especial. Te lo preparé con canela y un grano de cacao, como a vos te gusta. Te amo, mi amor.
Fue demasiado.
—¿Me amás, hija de puta? —golpeé fuerte con mi puño sobre la mesa—. ¿Como me amaste anoche en la habitación de Benito? —Fátima se puso blanca como el azúcar. Benito se atragantó con su café—. ¿Te creés que soy imbécil? ¡Tu hombre especial las pelotas! ¡Tu cornudo especial, querrás decir!
Un platito con dulce fue a dar al piso. Fátima quedó muda, absorta por la sorpresa. Y también aterrorizada.
—M-mi amor, ¿qué estás dicien…? —atinó a balbucir, más como un reflejo, porque ni terminó la frase y calló.
Fue mi rostro, mi mandíbula y mis ojos desencajados. Se dio cuenta en ese mismo instante que no estaba especulando. Que la había visto o escuchado. Benito alejó su taza unos centímetros y no levantó la vista.
—Te fuiste a mitad de la madrugada a cogértelo. ¡Una hora y pico cogiendo, puta de mierda! —Fátima comenzó a sollozar y amagó con acercarse. Quería interrumpirme con explicaciones pero no la dejé avanzar más de una palabra—. ¡Cuatro años de matrimonio! ¡Una mujer casada! ¡Una dama de sociedad! Dama… ¡já! ¡Una puta de burdel, eso es lo que sos! ¡Traidora hija de puta, esperaste la primera oportunidad de cruzarte con un tipo para hacerlo, un jornalero de mierda que no tiene dónde caerse muerto y que te usó como un pedazo de bofe!
Fátima se había sentado y ahora lloraba. Por otro lado, lo de jornalero de mierda habrá tocado alguna vena sensible de Demetrio, porque enseguida saltó por su sobrino y toda su plebe.
—Señor Camilo, con todo respeto…
—Vos mejor callate, viejo ingrato. ¡Traer a esta basura para que venga a cogerse a la mujer del patrón que te da de comer! ¿Te parece? ¡Después de todos estos años…! ¡Después de todo lo que te di! Ya mismo te mandás a mudar. Ya mismo te vas de acá o te juro que te meto un tiro en la cabeza.
Demetrio se levantó indignado. Y asustado. Benito hizo lo mismo, siempre en silencio. Tomó a su tío de un brazo y encaminaron para la puerta.
—Vamos, tío, no tenemos nada que hacer acá.
—¡Claro que no tenés nada que hacer, hijo de puta! —grité moviendo mi silla de ruedas hacia ellos—. ¡Si ya te la cogiste!
Fátima seguía llorando desconsoladamente. En ese momento creí que era por angustia y miedo —y lo era—, y creí también que Benito se iba por pura cobardía. Tiempo después sabría que, además, Fátima lloraba por temor a que Benito reaccionara y me hiciera daño.
La puerta se cerró de un portazo y Fátima huyó corriendo hacia la habitación, en medio de un llanto como jamás había tenido.
Fui tras ella. Quería seguir recriminándole y a la vez, de alguna forma, hacerle ver que aunque me había hecho sentir muerto en vida, entendía lo que hizo. Fui a nuestra habitación y no la encontré. Y supe que estaría en la piecita donde había dormido Benito.
La encontré sobre la cama, llorando boca abajo sobre la almohada. La luz del día le daba a la habitación una impronta menos romántica, más promiscua. No me atreví a entrar. La cama estaba deshecha, como la deshicieron ella y Benito a las cuatro de la mañana, solo que ahora hundía su rostro en la almohada. El llanto le subía y bajaba las grupas y la espalda, con un ritmo que me pareció sensual, pese al momento. Y el culito —el culazo, porque era Fátima— quizá por la posición, quizá porque debajo de ella se amontonaba más sábana, se le paraba con gracia y garbo, y hasta temblequeaba suavemente con cada hipo.
El rumor en mi entrepierna volvió. Y, como en la madrugada, me retiré de allí sin que mi mujer advirtiera mi presencia.

CONTINUA EN LA PARTE 2:

32 COMENTAR ACÁ:

trabajabdofederico dijo...

Solo verla publicada, Ya da ALEGRIA.

Este fin, nos hacemos de tiempo, y la disfrutamos, el Lunes te comentamos nuestras opiniones,

P.D.- Gracias por compartir.

trabajabdofederico dijo...

Ya estas causando problemas Rebelde,

Yo no puedo ahorita, acabo de llegar de trabajar (trabajo de noche hoy) y traigo mucho sueño.

Pero...?
La que manda dice que lo leerá sola, primero, eso NUNCA a pasado,
¿pues que paso???

Anónimo dijo...

Espactacular!! ya queremos leer más. Gracias por compartir...

Vikingo Miron dijo...

Bueno...a ver si resumo mi opinión de este inicio morboso y fantástico de La Isla del Cuerno.

Primero lo bien presentado de los personajes, con el tiempo justo sin hacer lento el morbo que fue aumentando de temperatura numero tras numero (capítulos), lo carismáticos que son, fáciles de imaginar.
Segundo dos aspectos que me asombraron positivamente, el escribir en primera persona (Fatima) le diste un punto de vista increíble, lo otro formidable el nulo toque de comedia que sueles darle..drama erótico tal cual.
Tercero te sigues superando...ya no se que esperar de la segunda parte, por un momento me pareció muy agresivo y desmedido la violencia del cornudo...pero si analizamos su frustración completa e impotencia combinado con ese hormigueo en la zona baja..abre una interrogante...lograra pajearse??

GRANDE REBELDE ERES EL UNO.

SALUDOS VIKINGO MIRON

Rebelde Buey dijo...

muchas gracias por los elogios, vikingo!!
efectivamente este texto no tiene nada (o practicamente nada) de comedia. pero si te fijás, no es tan novedoso. el primer relato de este blog (SEMANA NEGRA) y varios textos del blog (LA CASA VIEJA EN EL ABASTO, AMIGA DEL PASADO, PATERNIDAD ASIMÉTRICA y otros más) tampoco tienen comedia, son dramas con distintos registros de seriedad.
La violencia del cuerno tal vez es un poco desmedida, es verdad. Y eso que la bajé un toque. Pasa que —si te fijás— éste es un cornudo de mierda, un hijo de puta. Creo que es el primer cornudo malvado que escribo. habrá que ver si Fátima puede domesticarlo, y en tal caso, cómo y cuánto.
Veremos... ^^

Rebelde Buey dijo...

le ganó la ansiedad, jajaja. después contame qué le(s) pareció.

Vikingo Miron dijo...

Si Rebelde tienes razon, al igual que la ciudadela de los hombres toros..puede ser? si no me falla la memoria....cero comedia y buenos dramas eroticos.
Todo te queda bien...con y sin....comedia!

SALUDOS VIKINGO MIRON

Rebelde Buey dijo...

claro, ésa también. creo que tenía apenas un par de momentos muy breves de ironía. ni siquiera comedia.

trabajabdofederico dijo...

PRIMERO.- Ya tu sabes que en esta casa tus relatos causan mucha controversia (platica) y siempre ahí DOS versiones, la mía y la de mi Mujer, y es Imposible ponerse de acuerdo.
YO= Una explicación, por el retraso en comentar el relato, por acá (en esta región) por el “coronavirus” pues avisaron se suspenderían TODAS las actividades económicas, es decir NO habría trabajo mínimo un MES, así que pedí doble turno estos días, para poder hacer un ahorro de dinero, para el mes SIN Trabajo que está por iniciar, ese fue el motivo.

trabajabdofederico dijo...

SEGUNDO.- YO= A mi considerando es una historia completa, Perfectamente Narrada, y en cada capítulo estos se abren y cierran perfectos, me pareció INCREIBLE que en tan pocos reglones logres definir a estos personajes, (Los Primarios y los Secundarios) Manejas con Maestría las motivaciones, aunque creo debería decir sus FRUSTRACIONES y complejos, (Me Impacto, por eso me gusto) me gusto como escribes distinto este relato, tipo DRAMA, claramente puedo decir que esta Escrita, SIN Errores.

Pero…? Falta SEXO.
Pienso que en algunos capítulos, nos quedamos con muchas ganas de saber…?
¿Cuales fueron las Perversiones? que le hiso cometer el Duque.
(“!¿Para Hacerla sentir una Prostituta?!”)
Huuuyyy de imaginármelas, se me puso súper dura.

Rebelde Buey dijo...

es que —como fue avisado desde el inicio, incluso la presentación de la idea— éste iba a ser un relato erótico, no porno ni nada parecido.
partiendo de ahí, sólo puedo decirte que las perversiones (supuestas, porque no quedó evidenciado) a las que la sometió en viejo italiano, serán más detalladas (sin porno) en la parte III o IV.
esta es solo la primera parte de una novela corta. habrá que tener algo de paciencia =D
muchas gracias por comnntar, federico!

Rebelde Buey dijo...

también hay que considerar en este tipo de relatos "realistas", que una chica de 20 y pocos, en los años 30-40, puede considerar algo muy perverso y digno de una prostituta ciertas cosas que hoy son comunes en una encamada común.
por eso el machismo y el racismo naturalizado en algunos personajes ;-)

trabajabdofederico dijo...


TERCERO.- ESPOSA = Amo mi esposo, pero a veces, es muy catastrofista, e imprudente, a mí también me causo mucha curiosidad, pues soy mujer, los anteriores amantes el Duque y el Masajista, pero Por favor; “!NO te distraigas!” de momento NO son necesarios, de los que TU ya tenías planeado, pues NO deseo te “Disperses” Ya la novela tiene los penes correctos para hacernos feliz.
En este arco concentrémonos en los penes de la ISLA, es decir Isleños.
(Pues la isla es el sitio de su perversión, NO deseo sea en otro sitio)
Perdón dije, Penes…? Quise decir Machos, dijo “Parejas románticas”, perdón soy una…? Tonta.

trabajabdofederico dijo...


TERCERO (Continua Esposa)
Me parece importante contarte que Yo te aclaro, “NO lo espere a mi Marido” y desde el viernes pasado leí el capítulo (sin él) pues siempre llegaba cansado y se iba a dormir.
Pero como se puso a hacer un berrinche como bebe, (No tienes una idea, como se pone de sentimental) lo tuve que esperar, para según él, comentar juntos…?
Respecto del relato.
1.- Las referencias (al mencionar a Coco Channel) ¡Me Encantaron! Parece novela de Época
2.- El Sapo se robó mis emociones Oscuras y ¿mi curiosidad?, igual que a la protagonista, jaja. (¿Que tan grande la tiene?) Me agrada que sea vulgar, grosero y le falte el respeto, pero el tiempo de él, es más adelante ¿supongo?.
A lo olvidaba, desde tu adelanto te dije que me agrada que este personaje la saque de quicio, (compostura) cuando le diga; —¡Deje de decirle cornudo a mi marido!
3.- El manejo que haces de las IMPRESIONES es magnífico, al decir comentarios como estos;
A)- “No esperaba encontrarse con una mujer así, y de ninguna manera vestida como ella” = Me hace imaginármela inmediatamente.
B)- clavó sus ojos en los pechos y en los muslos de mi esposa, con tal descaro que hizo que yo mismo, desde mi silla de ruedas, bajara la vista con la impotencia de un lisiado” = Humillación Psicológica, Nos gusta mucho a los dos.
C)- vi al muchacho mirar por encima del hombro de su tío, “el culazo de mi mujer” ¿Todo eso había sido una maniobra para exponerse? No podía ser posible. Conocía a mi mujer, no era de ésas. = Que pusieras exhibicionismo, consiente o inconsciente, me excita, NO le falta nada a esta historia.

trabajabdofederico dijo...


CUARTO.- ESPOSA = Te prohíbo le hagas caso a Mi esposo,
“!!!NO se te ocurra cambiarle nada al relato!!!”
(NO te dejes influenciar, tu mente es magnífica, NO le cambies ¡NADA!)
- NI una coma, es una “!OBRA DE ARTE!” así como esta.

Él dice que le falta sexo, porque es un DESCEREBRADO,
NO se da cuenta, que este NO es un relato erótico, es una NOVELA, y por eso es diferente.
Es diferente, a los otros relatos de este sitio.

NO quiero causar polémica, Me gustan mucho los otros relatos de este sitio pero…?
Esta Novela se siente diferente, causa más ANGUSTIA al leerla, (Deliciosa) me atrevo a decir es adictiva, la he leído TODOS los días, desde que la publicaste.

Pues escribes un verdadero Personaje Femenino, que cambia de parecer constantemente, NO por que sea voluble, lo hace porque es Apasionada.

Y es esa Pasión, (¿o la falta de esa pasión?) quien la hace actuar así, pues nosotros tenemos muchas formas de sentir, y es así también en el sexo, a veces nos gusta el; Amor, otras la Pasión, incluso la Violación, el chantaje, el robo, la lastima, etc… a veces sentimos ser nosotras las que nos entregamos, en otras nos gusta ser tomadas, es decir, NI nosotras sabemos, cuantas formas de sentir tenemos, y eso causa nuestros cambios de ánimos, pobres de ustedes hombres que solo saben sentir de una forma al amar.

Te pido, (“!NO te ruejo!”) sigas escribiendo estas Joyas literarias del erotismo, donde describes como una misma mujer, DESCUBRE con distintos hombres, lo que siente en su cuerpo y en su mente al estar, entregarse, o ser Tomada, pues la sexualidad en una mujer es un tema inagotable y muy COMPLEJO.

P.D.- NO cambies nada, nada, Nadita, NADA.
Lo prohíbo y te lo pido POR FAVOR, cree en tu TALENTO, este cornudo es un malo, merece una cornamenta pero… de Alce, te pido justicia a las mujeres, Fátima merece Pene.

trabajabdofederico dijo...


QUINTO.- ESPOSA = Me fascina como haces la dualidad de personalidades en Fátima, inocente coqueta, al;

A).- yo debía luchar con los breteles de la casaca, que se me corrían para dejar escapar mis pechos con cada paso que daba, Yo me hice la tonta, como corresponde a una mujer casada, aunque por dentro estaba nerviosa como una niña de Liceo, y una efervescencia caliente me corría por la sangre, sin quemarme pero haciéndome arder” Esto es HOT.
B).- Y al otro lado estaba Benito mirándome. En silencio.
Recorriendo con sus ojos mi cuerpo desnudo, todas y cada una de mis curvas.
No dije nada. No me cubrí.
Mi respiración era agitada como cuando a mis dieciséis me planté ante el duque Milano, Seguí muda. Sin dejar de mirarlo a los ojos, comencé a enjabonarme los pechos… el torso… el vientre…
—No corresponde que me mire desnuda.
—dije finalmente, pero sin amonestarlo en lo más mínimo y sin cubrirme.
— Soy una mujer casada.
Por alguna razón no pude cerrar la puerta.
En cambio giré sin decir palabra y seguí con mi rutina de jabón, ofreciéndole una visión completa y franca de mi espalda y mi trasero, con la espuma bajando por mis nalgas”

= Esto es pura Poesía, a veces decir escritor NO me gusta, al leer estos pedacitos, me satisface más decirte Poeta.

trabajabdofederico dijo...

SEXTO.- ESPOSA = Jaja, es increíble cómo se le pones dura a mi marido, con ciertas cosas, como;

A).- Por el toqueteo, por la seducción solapada, por ser tan hermosa y seguir tan deseable”
- Hasta que los hombres no la miren como la miran hoy.
- Aun cuando mi propuesta fue a Benito, nunca dejé de escudriñar a mi mujer. Sus ojos se hicieron GRANDES Y BRILLOSOS como un lago. Se sonrojó apenas, no de vergüenza sino del calor que le provocó el entusiasmo.
No sé qué pasó por su cabeza, desde ya no fue concretar algo, pero parecía una de esas jovenzuelas que están despertando al sexo y todavía no tienen muy claro cómo actuar, y salen a pasear ante los jóvenes mostrando y sobreactuando desmedidamente sus encantos, experimentando con lo nuevo.
—No es ninguna molestia, al contrario.
—sonrió con excitación Fátima
— Va a ser un placer.

= Jaja, lo tuve que desinflar, (masturbar) pues el pobrecito, ya no podía leer.

trabajabdofederico dijo...

SEPTIMO.- YO = De verdad tus escenas de sexo, son maravillosas, pon más, por favor:

A).- Me encontré espiando a mi mujer como si yo fuera un extraño, siguiendo con mi respiración cada subida de su cadera, cada flexión de sus muslos buscando ganar altura para clavarse más profundo, cuando la tensión aflojaba.
Aun cabalgando, Fátima no dejaba de recogerse el cabello y soltárselo, de arquear la espalda, de suspirar y jadear.

trabajabdofederico dijo...

OCTAVO.- ESPOSA = Ya no voy a dejar que diga nada mi esposo, (Soy bien mala) es que solo dice, cosas de sexo, Continuando con lo que te decía, sentí que Me faltaba el aire, cuando escribiste, “perdón cuando la protagonista” dice;

A).- No voy a entrar en detalles de lo que sucedió esa noche.
No corresponde a una señora casada como yo.
Conocen el dicho: la ocasión hace al ladrón.

= Así sin explicaciones, de parte de la protagonista, que NO las hubiera, lo disfrute y descanse en mi interior en mi ALMA, (y estoy segura que cualquier mujer que lo lea, sentirá lo mismo) así somos de manera temperamental podría parecer, pero…? en verdad fue de manera emocional, (apasionada) de verdad, así es una como mujer, existen cosas que NO quiere una explicar, pero si “Platicar”
“!Platicar muchas veces lo mismo!”, recordarlo, chismearlo, eso nos encanta.
(Por eso te repito, como te mencione el año pasado, tu escribes para las mujeres, pero quizás…? ¿NO te has dado cuenta?)

trabajabdofederico dijo...


OCTAVO.- Continuación ESPOSA =
B).- Era la primera vez en cuatro años, y se iba a quedar un solo día.
No lo planeé. Juro que no.

= Yo le creo a Fátima!!!” y mi marido le cree, SI yo le dijo que le crea, ella es inocente, un poco Zorra, pero todo por culpa del Marido, ji, ji.

C).- Llegué al cuarto de huéspedes y Benito me recibió como si me estuviera esperando. Sonrió. Nos quitamos la poca ropa que llevábamos y prácticamente me lo llevé puesto hasta caer en la cama.
Dios, necesitaba tanto aquello que por un buen rato literalmente no me importó nada más.
Cayó estirado boca arriba y así como cayó, me subí encima de él y acomodé con desesperación su miembro entre mis piernas y me dejé caer.
Y ya solo con esa primera penetración apurada comencé a gemir.
Comencé a subir y bajar, por puro instinto, por una necesidad primaria de ser invadida y poseída
—literalmente poseída, como un objeto
— por ese hombre.
- Por cualquier hombre.
En el cuarta o quinta sentada sobre su miembro noté que aplastaba sus huevos con mi cola, y eso me disparó una ola de calor que me vino no sé de dónde pero que no paraba de crecer.

=Y ahí pensé en el viejo Demetrio, (Jaja) seguro Fatima lo rejuvenece!!!” Jaja, pero aclaro, “Lo pensé yo, porque soy una golosa” (y si, dice mi esposo) Fátima NO pues ELLA, es una víctima.

trabajabdofederico dijo...


NOVENO.- ESPOSA = Y después de esa agotadora escena de sexo, fuiste generoso y escribiste más Magia y promesas, que me hacen estremecer, anhelando, “que LAS ESCRIBIRÁS” mas poesía para mis oídos, (Mi esposo diciendo que te voy a confundir, pero yo sé que no es cierto) esta parte la he releído todos los días, pues son para mí como una promesa, que se hacen entre enamorados, prometiendo más de esta pasión, PROHIBIDA;

A).- Seguí cabalgando. No quería salirme de allí nunca más.
No quería otra cosa en esta vida que no fuera esa verga extraña.
- prohibida, indecorosa para una mujer casada. Hasta llenarme toda.

B).- Había querido hacerme la cola (y acabarme allí dentro) pero me negué.
En ese momento me pareció que no estaba bien.
- Que no era decente.
- Que mi marido no se merecía ese plus de humillación.
Benito lo aceptó y yo creí que era dueña y señora de esa cuota de decencia, de esa fortaleza reservada lícitamente a mi marido.
Pocas semanas después me daría cuenta que no era dueña de nada.
La fortaleza caería rápidamente ante un hombre más experimentado y prepotente; en verdad ante cualquier hombre bien plantado y que supiera lo que quería y no dudara en tomarlo ni le importaran mis negativas ni las reglas.
- Sobre todo las mías.
En pocas semanas me daría cuenta que cualquier hombre.
—lindo, feo, flaco, gordo, joven, viejo
— lograría cualquier cosa de mí.
- con solo tomar lo que deseara sin pedir permiso.
- y sin que le importaran mucho mis necesidades o mi opinión.

Esto lo leo y lo leo, y no me canso, es una promesa, ¿o una confección? Un permiso, una anuencia, un descanso para los remordimientos, que al decirlo o pensarlo, descansa Fátima, (Hermana)

El sexo sucio, (anal) solo está reservado para hombres, Que no duden en tomar lo que se les niega. Jaja. Amo tus Novelas, y no me importa lo que diga mi Marido, esto es una NOVELA, la mejor NOVELA.

trabajabdofederico dijo...


DECIMO.- Fátima es una MUSA!”
Es personaje, tan llena de culpa, y REMORDIMIENTOS, por sus errores, que logra que los lectores, (Mujeres) queramos saber más, que nos platique sus confecciones o ¿sus errores? Futuros.
Además es tan insegura, ingenua, ignorante, joven e INEXPERTA, que la hace la victima perfecta para cualquier Macho pervertido, (como son todos los hombres)

Fátima hace todo mal, y al ser tan Imperfecta, eso la hace Perfecta, para los Lectores, La hace que sea más Humana, y que todos la entendamos.

Cuando leí que lloraba, quise ir y decirle que ella era la víctima, y patear a ese lisiado!” NO estaremos conforme con solo cuernos, ese hombre lleno de Traumas y COMPLEJOS, merece un castigo ejemplar.
Dios…! lo que me hace decir, tu novela.

Nos despedimos feliz, fin de semana, Señora y Federico. (El cual NO dijo nada, pues está muy preocupado por el coronavirus)

Rebelde Buey dijo...

ojo, no hay masajista, solo fue el Duque italiano.
de todos modos, casi todo lo que va a estar, ya está; pues la novelita ya escrita en su totalidad. solo debo agregar algún capitulito de ella contando un par de momentos clave y, más adelante, algunos rasgos de la relación de ella con el duque.

Rebelde Buey dijo...

efectivamente el momento del Sapo es más adelante (en la próxima). ah, y lo de coco chanel es todo cierto: sus diseños estaban inspirados y apuntados a las chicas más "fáciles" del mundo del espectáculo, pero a la vez tenía otras colecciones menos osadas (en cuanto a mostrar).
creo que coco chanel fue la primera tomboy famosa y reconocible, pues sus diseños y modelos eran muy ambiguos, casi para "niñas", o cuerpos sin muchas curvas. como sea, fue bisagra en el mundo de la cultura del diseño de indumentaria =D

Rebelde Buey dijo...

creo que Fátima cambia porque fue una chica preparada para algo en su vida (matrimonio con un tipo que le iba a dar estabilidad, y ella hijos), y la vida la arrinconó contra una pared para la que no estaba preparada.
supongo que esos cambios de parecer son la lucha entre lo que "debe ser" y lo que "necesita ser".

Rebelde Buey dijo...

JAJAJAJAJA!! Federico...!! (⊙ˍ⊙)

xD

Rebelde Buey dijo...

igual... "no voy a entrar en detalles", dice, y luego de un rato dio varios detalles jajaja. la idea ahí era mostrar, por un lado, las contradicciones de Fátima, y por otro, que ese micro capitulito haga de bisagra desde lo anterior (no contar nada sexual) a lo posterior (empezar a contar lo sexual, como en el capítulo que será publicado en una semana)

Rebelde Buey dijo...

es una confesión y una promesa. algunas cosas de esas van a ser abordadas más en detalle en capítulos posteriores, ya lo veréis

Rebelde Buey dijo...

a ver: es cierto todo lo que expresás aquí. sin embargo, tené en cuenta, apra no defraudarte, que el propósito de un relato (de cualquier relato) es mostrar cómo los personajes crecen —o se derrumban—, pero de ninguna manera quedan estáticos. Fátima y Camilo de a poco (o no tanto) irán cambiando hacia otra cosa, siempre en base a lo que son.
Esto lo aclaro porque no es de esperarse que Fátima en el futuro siga siendo la mujer que acabás de leer.
Ese amesetamiento en los personajes (es decir, que capítulo a capítulo ellos son iguales) lo vas a ver en los seriales (como Los Simpson) o, en este blog, en Andrea y Cornelio, que no importa si lo leés en el primer episodio o el número 50, ella sigue siendo tan zafada como el primer día, y él tan crédulo y bobo también como el primer día.
Los capítulos presuponen crecimiento de personajes y/o arcos dramáticos. Los episodios, meseta en los personajes y crecimiento dramático de una historia solo para terminar en el punto de inicio (dramáticamente hablando; otra vez, como en Los Simpson)

trabajabdofederico dijo...

Nos gusta, como suena eso de que los personajes,
"NO se quedaran estáticos" cambiaran,
¿Para BIEN o para MAL?
Nos da mucha curiosidad leerlos.

Daz dijo...

Nombre la de la modelo? Excelente relato

Anónimo dijo...

Genial la historia. Me encanta lo bien contada que está.
Felicitaciones de todo corazón.

Carlos.

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