MICRO NEWS: El Amarre (Anexo Mega XXXL Multi-historias) Tipeado 100%, Corregido 99% | Fidelidad Intermitente (2,3,4) Tipeo 80%, (5,6,7) Escrito 100% | ►Sub-blog PLOP! Actualizado esta semana

miércoles, 19 de noviembre de 2025

El Amarre — Anexo XXXL


EL AMARRE — ANEXO XXXL  — PREVIEW

El Anexo XXXL es un mega anexo de unas 70 páginas en total, que contiene seis historias. Los relatos son variados, algunos son más largos, otros más cortos, algunos más morbosos que otros, etc.
Lo que se publica acá es una muestra gratis, unos tramos breves (y no los mejores) de cada relato, recortados, incompletos y hasta desactualizados (hice muchas mejoras).
El relato entero está en este blog especial para lectores invitados: 
Es de pago (más simbólico que otra cosa), pero si no tenés $$ o no querés gastar, podés comprarlo sin dinero. A continuación te digo cómo.

La invitación al blog cuesta U$ 1,50 con Paypal o U$ 2 vía Lulu.com (es una editorial virtual, allí podés usar una tarjeta de crédito).
- Si pagás con PayPal: 
Vas a https://paypal.me/rebeldebuey y ponés (pagás/transferís) 1,50. En el espacio para dejar un mensaje, poné la dirección de gmail que vayas a usar para recibir la invitación y luego loguearte (y poder leer el blog). Luego me avisás de la operación por mail con tu dirección de gmail con la que querés ser invitado.
Yo te envío la invitación a ese gmail y cuando vos la recibas, le das "aceptar" y listo.
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Vas a https://www.lulu.com/shop/rebelde-buey/el-amarre-anexo-xxxl/ebook/product-nvj9pe2.html y comprás el PDF de El Amarre Anexo XXXL. Te bajás el PDF. Es un texto mínimo con algunos tramos de este preview. Abajo de todo vas a encontrar un password (algo tipo "LULU-81-SAKQWK-44"). 
Mandame un mail notificándome de tu cuenta de gmail con la que vas a loguearte y el password que encontraste en el PDF. Yo te envío la invitación a ese gmail y cuando la recibas, le das "aceptar" y listo.
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Me regalás una cuenta activa de Instagram. Puede ser una vieja que ya no uses o una nueva creada para esto. En cualquier caso, me tenés que dar: usuario, mail asociado, password, y país en el que fue creada la cuenta (Por ejemplo USUARIO: pepito_rollover, MAIL: juan-zzz@outlook.com, PASSWORD: qwert$789, PAÍS: Colombia). Lo del país lo necesito para el VPN y que no me tiren la cuenta abajo.
Me mandás todo esto por mail, yo chequeo que todo funcione y te envío la invitación al blog restringido.
Sí, es un coñazo. La mejor opción es PayPal. 
Si tienen preguntas, me las dejan en la caja de comentarios, y yo voy agregando esa información acá.

TIEMPO DE LECTURA: entre 2 horas y 2 horas y cuarto.

TÓPICOS INCLUIDOS DENTRO DEL RELATO COMPLETO:
Morbo, cuernos, novia cogida por dos machos, dos infieles (leve), felación, humillación, sadismo, creampie, limpieza de la cogida, cornudo sometido, cornudo chupa pija (leve), novia cogida por desconocidos, cogida por viejos, cogida por el tío, cogida en lugares semi públicos, automóvil, fiesta, cornudo burlado, pareja cómplice, romance, cornudo presente, cornudo fisgón, cornudo pajero, verga monstruosa, humor. Y seguro hay más temas.



PREVIEW / MUESTRA:

1. 
La Torre

Llegamos en bicicleta. Yo, muerto de sudor y con las pulsaciones por el aire; Mariela, como si nada, feliz, entusiasmada y fresca como si hubiese bajado de una limusina. No me quejo del todo. Venir en bicicleta detrás de ella y observarle el culito en punta durante el trayecto me mantuvo al palo casi todo el camino.
Lástima que La Torre queda en “los altos” y el camino es malditamente empinado. Nos detuvimos frente a la casa. Había unos árboles y matorrales que no nos permitían ver Alce Viejo, allá abajo.
Decían que era una vista hermosa, pero que solo se apreciaba desde la terraza de la casa que estábamos yendo a visitar, la del señor Della Garccia (o Telagarcha, como se decía entre los maridos cuyas mujeres iban a su casa a pasar un par de horas).
—¿Estás segura que vale la pena? Digo, lo que se ve desde ahí es Alce Viejo —minimicé.
—Ay, no empieces, Guampablo. Quedamos en que cuando otros tipos me cojan, decimos la oración y ya no es infidelidad.
—Es que el viejo tiene fama de mujeriego y pijudo. No me gustaría que te quieran usar.
—¿Y qué importa? Ni que te estuvieran metiendo los cuernos.
Dejamos las bicicletas en el porche y tocamos timbre. La casona era una construcción magnífica, de tres plantas, puesta ahí arriba de la colina. Parecía una mansión del Hollywood de los 70.
Se oyó un chasquido eléctrico y una voz amable y sedosa.
—¿Quién es?
Mariela giró hacia una cámara de vigilancia que yo no había visto, y dijo con una sonrisa y sus brazos abiertos:
—Soy Mariela, señor De la Garcha, y él es mi cornudo. Hablamos ayer a la tarde.
Amonesté a mi novia con la mirada. Me avergonzaba cuando me llamaba así, fuera de una cama. Ella fingió un pucherito con su trompa.
—Usted puede pasar, señorita, pero a esta casa no ingresan novios o maridos. Es para evitar problemas, nada personal.
—Ah, no se preocupe, señor. Mi novio es muy comprensivo y va a esperarme todo el tiempo acá abajo. Yo solo quiero ver el pueblo desde su terraza y saludar a mi novio desde ahí arriba, como Romeo y Julieta.
—Usted es una señorita muy hermosa, Mariela. El cornudo ya sabe que antes de ir a la terraza voy a enseñarle mi cuarto, ¿verdad?
—¡Ey, no soy ningún cornudo!
—Sí, señor De la Garcha. Lo convencí de que todo lo que me haga esta tarde no cuenta como infidelidad.
—¿Eh? ¿Cómo que me convenciste?
Sonó una chicharra y Mariela empujó la puerta. Mientras fue ingresando me sonrió y alcanzó a besarme brevemente los labios.
—En una o dos horas te traigo la lechita del señor De la Garcha para pasarte por la frente.
—¡Es Della Garccia! —le grité cuando ya la puerta se cerraba.

                                                                  *   *   *

Mariela achinó los ojos, se tomó más fuerte la baranda de la terraza, me dio una mirada directo a los ojos y echó un gemidito justo cuando el señor Della Garccia empujó verga contra ella.
—Ohhh… —jadeó.
—Mariela! —quise gritar, pero me quedé en un murmullo.
Mi novia cerró los ojos conforme la verga del viejo comenzó a entrarle poco a poco. El viejo, atrás, no voy a olvidarlo jamás, miraba con gesto diabólico cómo la iba clavando, con una sonrisa enferma y media lengua afuera, de costado. Vi claramente cómo la primera estocada se trabó apenas una fracción de segundo, sorteando la sequedad de mi novia y avanzando de todos modos, hasta enterrar la verga casi completa.
—Ahhhh… Síííí… —volvió a gemir Mariela.
Yo quise llamarla. Decirle algo. Que me mirara, aunque sea. Pero mi boca y mi garganta estaban secas como la arena.
El viejo comenzó a bombear lentamente. Le molestaba la robe, así que la tiró bien para atrás, mandándola sobre su espalda. No estaba en mal estado, pero era viejo. Y ver ese cuerpo flaco y pálido, ya sin músculos, tomado de la cintura de mi novia —una jovencita preciosa de 19 años—, no sé, me provocó un revoloteo en el estómago, como un nudo. Cuando me la cogían Matanga y Toto, y últimamente Gomón, era distinto. Quizá fuera porque Mariela seguía con los ojos cerrados, recibiendo pija, como en su mundo, como si yo no existiera.
—Mi amor —grité cuando el señor Della Garccia ya se la venía moviendo desde hacía unos minutos. Mariela abrió los ojos. Fue como si de repente se hubiera acordado de que yo estaba ahí.
—Ay, Guampablo… —jadeó. No hubo manera de saber si estaba feliz, sorprendida, molesta o simplemente indiferente.
El señor Della Garccia me miró y comenzó a acelerar. Mi novia se aferró más fuerte a la baranda y sacó culo para que el vergón se le clavara más profundo. La luz del sol ya se retiraba, pero todavía se veía. 
—Estás en el balcón... —La miré. No me estaba interpretando—. Y yo estoy acá abajo... —El bombeo le agitaba el cuerpito como un hidromasaje. Tenía el cuerpo tan fibroso que ni las tetas le rebotaban—. ¿Ya no te acordás lo que querías, cuando estuvieras en la terraza?
Mariela cerró los ojos ante un nuevo pijazo. Luego los abrió sin entender.
—El vergón del señor De la Garcha... —dudó.
—No, Romeo y Julieta —le dije, llevando y trayendo mi mano desde mi pecho hacia ella.
—Ah, sí, mi amor, Romeo y Julieta —dijo, y sacó aún más culo para que Telagarcha se la disfrute todavía más.
Me alegré que se acordara. Pero en verdad se lo había recordado yo, si no ni se enteraba.
—¿Es tan romántico?
Mariela seguía recibiendo pijazos; cada vez debía tomarse más fuerte de la baranda, los empujones del señor Della Garccia la tiraban hacia adelante. Abrió los ojos, entre sorprendida y contrariada.
—¿Qué, cornudo?
Se me agrió la sonrisa de idiota que llevaba puesta. Me había acostumbrado a que me dijera cornudo delante de Matanga o Toto, pero cuando el amante era nuevo, por alguna razón me sentía humillado y avergonzado.
—Mi amor —dije tímidamente—. Que si es tan romántico como te lo imaginaste… Esto de Romeo y Julieta.
Mariela gemía como una posesa. Ya no tenía de dónde más agarrarse, porque el viejo hijo de mil putas, para clavársela más adentro, había llevado un pie a la baranda para hacer palanca y empujar con más y más fuerza, y clavarle pija a mi noviecita hasta entrarle la mitad de los huevos.
Mariela, con el cabello tironeado por el viejo y la cabeza agitada como una maraca, apenas pudo jadear.
—Sí, cornudo, re romántico tenerte ahí abajo… Ahhhh…
—Cornudo y Julieta —se mofó el viejo hijo de puta. Y agregó, sin ninguna necesidad—: ¿Te la lleno de leche, pelotudo?
Ya me la estaban bombeando con tanta furia que un poco lo romántico se estaba perdiendo. 




2. 
La Parrilla de Antonio.

Pasábamos con las bicis en la mano junto a un Scania de esos que llevan contenedores. De adentro de la cabina venía el sonido de un golpeteo fuerte, seco, como si un bombeo golpeara la cabeza de una esposa infiel contra la puerta. Abajo del camión, un hombrecito semi calvo de unos cincuenta años gimoteaba de este lado, sentado en el estribo. Un temblor me sacudió.
—Tengo entendido que Antonio tiene una o dos mozas que los camioneros pagan para llevarse y usar por media hora —me murmuró Mariela—. ¿Cómo pueden ser tan putas?
Iba a marcarle la contradicción de su argumento, pero me quedé enganchado en la imagen de ese pobre señor, esperando que se terminaran de garchar a su mujer, mientras escuchaba todo. Menos mal que con esto del amarre, la pareja que estábamos construyendo con Mariela se iba forjando a prueba de cuernos. Le di un beso en los labios a mi novia, pero parecía distraída.
—Está lleno de machos, este lugar. Todos tipos grandes. Masculinos… Meteme en uno de esos camiones, Guampablo, no seas malo…
Miré alrededor. No tenía idea qué hacer. Solo atiné a defenderme.
—Yo también soy masculino.
Pero Mariela ya no me escuchaba. Sus ojos y toda su atención estaban en algo o alguien detrás mío.
—Quiero a ese macho… —dijo con frialdad.
Giré. A unos treinta metros venía un tipo morrudo, grande sin ser grandote, de una edad indefinida, pero no menos de cincuenta.
—¿Cómo “ese macho”? Mariela, hablás como...
—Para el amarre, mi amor, para el amarre. 
Miré de nuevo al tipo que venía en nuestra dirección. Andaba distraído con su celular. La luz de la pantalla le daba volumen a unos bigotes de otra época y una mirada seria, hosca.

—Señor —le dije cuando pasó junto a nosotros. Se detuvo y vi cómo mi novia se agitó nerviosa. Instintivamente se espigó para verse más atractiva. Y funcionó, porque el desconocido la miró de arriba a abajo como si fuera un pedazo de carne que estaba a punto de profanar—. Tenemos una apuesta acá con mi novia, y quizá usted nos pueda ayudar. Es camionero, ¿verdad?
El tipo dejó de mirar a mi novia y me dedicó unos segundos.
—Sí —contestó secamente. Era hosco no solo en el gesto, también en la manera de hablar. Los tatuajes en los antebrazos y el vello en el pecho que se adivinaba entre su camisa no ayudaban a ablandar su imagen.
—Yo digo que ustedes tienen una cucheta detrás de los asientos, solo para dormir, sin espacio para estar con otra persona; y ella dice que ahí atrás hay lugar para el chofer y una mujer, y que sirve perfectamente para... pasar un buen rato entre viaje y viaje.
El tipo esta vez nos miró a los dos, con detenimiento, y por primera vez sonrió como sonríen las serpientes.
—Mi camión es aquel. Podríamos hacer unas pruebas y ver quién gana la apuesta.
La apuesta la iba a ganar él. Qué claro estaba todo en La Parrilla de Antonio. Maridos y novios conscientes y resignados entregando a sus mujeres a los camioneros era sin dudas algo más común de lo que nosotros creíamos.
Le seguimos los pasos como dos patitos bebés siguen a mamá pato. Pero sólo un segundo. Enseguida Mariela se adelantó, se pegó al desconocido y comenzó a hablarle con excitación de nena buena.

                                                                  *  *  *


Pero lo mejor eran los reflejos sobre la superficie humedecida del vergón del camionero. Los fluidos de mi novia le pintaban la pija justo hasta donde la pija había entrado. La luz rebotaba solo ahí. No en lo seco. Era como ver un gráfico de cuánto tramo de verga estaba dejándose entrar mi novia. Y cuánto iba creciendo empujón tras empujón. 
Ya estaba en tres cuartos. No iba a entrar más. No podía entrar más.
—¿Te gusta cómo te la cojo, infeliz? —se me rio Buje.
Detuve mi paja, avergonzado. Mi novia abrió los ojos y me miró.
—Seguí, mi amor —me pidió amorosa—. Tenerte ahí al lado haciéndote la pajita es lo más hermoso del amarre. —Sonreí con mi pecho inflado y retomé mis movimientos—. Además… —agregó, y cerró los ojos nuevamente— ya siento que me viene… Ohhh…
—Si estás cerca te empiezo a dar duro —dijo Buje.
—Sí… sí… Dame fuerte… Dame duro…
En verdad no venía lento, pero tomó a mi novia con más fuerza desde las ancas y aceleró notablemente
—¿La sentís, putita? ¿Qué decís, cuerno, la siente?
Pero respondió Mariela.
—Me siento llena de pija…
—Avisame cuando estés lista porque te vas a sentir llena de leche.
No terminó de decir “ya estoy”, que mi novia comenzó a acabar.
—Ohhhhhhh…
Así que el camionero se soltó y se largó a galopar a lo bestia. Empezó a serruchar con tal violencia que parecía que iría a perforar el piso de la cabina. Los gemidos graves eran como gorgoteos primales, y contrastaban con los gemiditos de mi amor, creando una masa de sonido orgásmico dentro de la cabina, que por un momento me erizó la piel. 
—¡Sentila, puta! ¡Va toda adentro hasta los huevos!
El bombeo era salvaje, violento. Y no se detenía. De pronto unas gotas de sudor cayeron desde los cabellos del tipo hasta los pechos de mi novia y ésta abrió los ojos y lo miró directo al alma. Sentí celos. En ese momento estaba siendo llana y totalmente su mujer. El instante de intimidad duró apenas dos segundos, enseguida ella miró de reojo y me encontró a pura paja. Agradecí para mis adentros su deferencia de no abandonarme, pero los celos se me quedaron como un nudo en la panza.
Y mientras el camionero comenzó a deslecharse adentro de ella…
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh…!
Ella:
—Te amo, mi amor… 




3. 
El Día del Cornudo.

Nunca festejamos el Día del Cornudo con Mariela. Es el 11 de noviembre, y nosotros comenzamos a salir un tiempo después. En Alce Viejo, el Día del Cornudo es una celebración importante, tradicional, masiva, casi obligatoria. Un poco en broma y un poco en serio, se trata de participar con tu pareja en alguna de las múltiples fiestas de disfraces, liberarte, animarte, corajearte bajo la máscara protectora del rol asumido, y jugar a reconquistar a tu presunta infiel.
El chiste es ir con tu novia o esposa emparejados en el disfraz. Marinero y marinera, policía y ladrón, flor y abeja, etc. Es la manera de garantizarte el revolcón final con tu mujer, porque solo los roles complementarios pueden tener intimidad esa noche. No vayas de preso y tu mujer de princesa, porque no te la vas a poder coger. O al menos no “deberías”, está mal visto.

Las fiestas para el Día del Cornudo son de noche y están regadas por todo el pueblo. Algunas son privadas, pero la mayoría son públicas. En clubes, en casas, en el cine-teatro. ¡Y hasta en la iglesia!
Pasé a buscar a mi novia a las once de la noche. Salió de su casa y estaba deslumbrante, ridículamente hermosa, disfrazada de marinerita, dicho esto con muchas licencias. De marinerita lo único que tenía era una gorra de capitán y unos tirantes, por lo demás, un top blanco tipo bincha que solo le cubría las tetas, y una minifalda de tul a tono. Brillantina en el pecho, brillantina en la cara, que le combinaban con unos claritos que se había hecho en el pelo esa misma tarde. Esta realmente divertida. 
Y muy, muy cogible.
—Mi amor… —tragué saliva al verla—. Estás muy…muy… emmm… hermosa…
Su madre salió detrás, cuando ya Mariela me besaba brevemente en los labios.
—Tomá —me dijo, y me dio un saquito de hilo grueso—. Para que no tenga frío a la vuelta—. Se refería a su hija, pero me lo daba a mí. Y como si leyera mi mente—: Doblalo bien y no lo ensucies. Vas a cuidarlo vos, ¿no? Con la cartera de la nena. Ella va a estar muy ocupada toda la noche. —Y se rio burlándose de su hija. 
—¡Mamá!
—Bueno, es el Día del Cornudo. Se supone que él lleve tu cartera y tus cosas para que vos estés más cómoda.
—¡Mamá! —repitió—. Guampablo no es ningún cornudo.
—Ya sé, mi amor, ya sé —dijo en un murmullo, y se giró para regresar a su casa—. Y tu padre tampoco...
La madre se metió en la casa con una risita, y Mariela me tomó de la mano y me arrastró hacia el pueblo.
—No le hagas caso. Vos no sos ningún cornudo.
—Ya lo sé, mi amor —dije tratando de parecer despreocupado—. ¿A cuántos te vas a coger hoy?
Mariela me miró con gesto de sorpresiva curiosidad.
—No lo sé. ¿Dieciocho? Podría ser el doble si vamos a varias fiestas.
Me estremecí a pesar del aire templado de noviembre. Iba a presenciar cómo una horda de hijos de puta se la iban a coger toda la noche, de uno en uno y haciendo fila hasta que les llegara su turno. Se me paró por completo.
—Es por el amarre, ¿no?
—Sí, mi amor. Yo casi no disfruto de estas cosas. Voy a disfrutar con vos cuando nos casemos.
La mentira descarada —por la razón que fuera— provocó un respingo en mi pingo.
—¿Cómo cuando nos casemos? Cuando se termine el ritual del amarre.
—Sí, cuando cumplamos con el amarre. ¿Qué entendiste?
—Dijiste cuando nos casemos.
—No. ¿Cómo te voy a tener en abstinencia cuatro o cinco años, mi amor?
Quedé confundido. ¿Había escuchado mal o me estaba manipulando?


Uno de los novios se resistió a que los recién llegados se la arrebataran para cogérsela.
—Estamos disfrazados en pareja —dijo, y señaló a su novia, vestida con un top blanco con manchas negras y una minifalda con el mismo estampado y una cola pegada al trasero. 
Pero el zángano que se la quería llevar iba vestido de gaucho.
El inminente cornudo se levantó y defendió su posición, mostrando que él estaba disfrazado como ella, para que justamente nadie se la arrebatara.
—¿Ves? —y señaló a su novia y a él mismo—. Vaquita y toro.
—Por eso —le dijo el tipo—. Como toro, vos sos el que lleva los cuernos. Además, yo estoy de gaucho y el gaucho dice dónde van las vacas y los toros de su corral… Y esta vaquita va al matadero conmigo…
No sé cómo siguió esa negociación, pero de seguro se la iban a garchar. 
Mariela se inclinó hacia mí y me tomó de la mano. Vi claramente al cincuentón mirarle el culo y meterle la mano bajo la minifalda con una lascivia como he visto pocas veces.
—Vení, mi amor —dijo Mariela—, que el señor me va a llevar a una de las habitaciones para ayudarnos.
—Prefiero que el cornudo se quede acá —dijo de manera grosera el viejo desconsiderado—. No quiero mirones cuando me garcho novias de otros.
—¡El cornudo viene conmigo o no subo! —me defendió mi novia—. Estamos haciendo el amarre. Además, me gusta verlo haciéndose la pajita al lado mío cuando me entran con todo.
Esas palabras de amor me inflaron el pecho de orgullo, e inspiró a su prima, que hasta esa noche nunca se había atrevido a que su novio presenciara sus cogidas, excepto en lo de Matanga.
—Yo también subo con mi novio. —El segundo cincuentón levantó las manos en señal de que no tenía problemas. Jana giró con vehemencia hacia su novio—. A partir de esta noche me vas a ver coger con todos los machos que me usan habitualmente, incluidos tus hermanos y tu papá.
—Mi amor, no hace falta —se resistió el Pipi—. Yo…
—Vas a estar al lado mío, no importa lo que te parezca. Es por el amarre. Es por nosotros. 
Y fuimos arrastrados escaleras arriba por nuestras mujeres, que a su vez eran arrastradas por sus machos. Arriba, las tiraron a las dos en cuatro patas sobre una cama doble king, una junto a la otra. 
Les bajaron las tanguitas hasta cerca de las rodillas, estirándolas a punto de romperse. Ni les dieron tiempo a quitárselas, no valía la pena esperar tanto. Las clavaron de verga de inmediato, casi al mismo tiempo, los dos cincuentones, y comenzaron a bombearlas de inmediato.
Apenas recibieron pija, Mariela y su prima cerraron los ojos y comenzaron a jadear. Supongo que se escucharon entre sí, porque enseguida se miraron, se sonrieron y se tomaron de la mano más próxima. Como estaban en cuatro, los brazos extendidos parecían clavados al colchón, pero los torsos y sobre todo las cabezas comenzaron a mecerse al ritmo de las embestidas.




4.
La Quinta de Don José.

Yo no tenía problemas con que me la coja don José. Siempre que fuera para reforzar el amarre, por supuesto. Pero don José no sólo tenía fama de gran garchador. Se sabía que era un déspota, sobre todo con los novios y maridos de las que se cogía. Los obligaba a trabajos forzados, o a hacer cosas extremas. Y utilizaba la violencia si lo contradecían. Desde un sopapo hasta torcerte los dedos de una mano. Y no eran cuentos. El tipo disfrutaba doblegando cornudos.
Mariela quería conocerlo, comprobar la fama del viejo hijo de puta. A mí mucho no me gustaba la idea, temía por mi integridad, pero mi novia me hizo ver que, si a ojos de don José yo me veía como un cornudo asumido, el viejo no descargaría su ira contra mí.
No resultó exactamente así.
—¡Pija, pija, pija! ¿La sentís ahora, pedazo de puta? —don José.
Y Mariela:
—¡Por favor, señor, no me clave tan fuerte! ¡Duele!
Estábamos en el parque de la quinta, una tarde de sol pleno. Mi novia recostada contra una pila de troncos tirados sobre el pasto, desnuda a excepción de su bikini color mostaza, y tratando de agarrarse de cualquier lado para soportar los pijazos con los que la martillaba don José. Había quedado en una posición incómoda, su cuerpo semidesnudo raspándose contra las costras de los troncos, procurando que el bombeo violento la moviera lo menos posible para también lastimarse lo menos posible.
Botellón se encontraba sentado arriba de la pila, cerca de la cabeza de Mariela. Blandía una verga inhumana, grande y gorda como un peceto. Y sonreía. Sonreía como un estúpido. Y como un estúpido se tomaba el vergón con sus dos manos y le daba pijazos a la cabeza, como si le estuviera pegando con un bate de juguete. Pero aquello no era de plástico, era carne. Pura y dura. Y pesada. Los embates animales de don José hacían tambalear la cabeza de mi novia, y cada bastonazo de verga de Botellón, que estallaba en su rostro, le empujaba la cabeza para el otro lado, a veces provocando que golpeara contra uno de los troncos. No era una imagen feliz, más bien era humillante. Pensé que mi novia se estaba sintiendo mal, hasta que le vino el primer orgasmo.
¿Cómo podía ser?
Tan solo un minuto antes ella le había exigido con vehemencia al viejo déspota que dejara de aplastarme la cara contra el piso, mientras él la bombeaba con furia. 
Yo venía gritando de dolor desde hacía rato porque —no sé cómo— había quedado tirado sobre el pasto, con el viejo pisándome la cabeza mientras llenaba de verga a mi novia. En cada pijazo que le mandaba, hacía fuerza para ir más profundo y su bota de trabajo debía palanquear contra mi rostro, que se hundía en el pasto.
—Callate, puta —le dijo don José—. Es para darte más fuerte.
Me hubiese gustado que Mariela mantuviera alguna firmeza.
—Está bien… está bien… —se rindió—. Ahhhhh…
Más tarde tendría que limpiarle y curarle las heridas. Porque la fuerza con la que don José aplastaba a pijazos a mi novia la hacía lastimarse contra la corteza de los troncos.



Y pensar que una hora antes, quizá ni eso, una Mariela totalmente enamorada me había agarrado de la mano y me arrastró a su habitación. La madre no estaba, había ido a llevarle una tarta al viejo Remolacha y dejaría la casa sola por un rato.
Me apretó de las manos, levantó sus talones y me zampó un beso en la boca que hizo ruido a sopapa.
Tomó el vestidito liviano y super corto por el ruedo y se lo quitó por arriba, como si fuera una remera. Quedó en bombachita y corpiño, vistiéndole su desnudez con una sensualidad casual y exquisita. Se me paró, como cada vez que se me exhibía en ropa interior.
—Date vuelta —me pidió divertida y abrió un cajón con algunos bikinis—. Y no espíes, ¿eh?
Cuando me permitió verla, tenía una sonrisa de oreja a oreja, manos a la cintura, y se giraba apenas un poco a izquierda y derecha.
—¿Le gustará a don José y a Botellón?
Se había puesto un traje de baño negro que, aunque breve y de dos piezas, la hacía ver bastante decente. Giró para darme la espalda y la decencia se fue al carajo cuando estiró el elástico y la tanga se le metió entre las nalgas.
—Mierda… —Tragué saliva—. Sí, claro que les va a gustar. Pero no la uses así, te hace ver muy puta.
—Bueno, ¿pero les hará parar la pija o no? —Me lo preguntó con el culito en punta y el rostro dado vuelta, sonriéndome con picardía—. ¿A vos ya se te paró?
Vino hacia mí y me metió una mano dentro del pantalón. "¡Uy!". Festejó mi erección y me dio otro beso. Volvió a girarse y me ofreció el culo entangado hasta la concha. Tomó una de mis manos y se la llevó a sus nalgas, moviéndola y forzando el manoseo. Creo que largué una gotita.
—En un rato esta cola va a estar agarrada por las manos de don José y Botellón. ¿Vas a seguir igual de durito que ahora?
El corazón me galopaba. Manosear a mi novia era lo más sensual del universo, estaría dispuesto a dar un brazo para poder manosearla toda la vida.
—Solo querés que te coja ese viejo sádico y el otro pijudo.
—No, tontín, es por el amarre. Y bueno, sí, un poco de curiosidad por todo lo que dicen mis amigas, tengo… —Dio un paso atrás, se puso seria y me miró a los ojos—. Desabrochate el pantalón.
Volví a tragar saliva, ¿me la iría a chupar? Abrí el cierre y saqué mi pijita.
—Ya que esto te parece muy sarpado, me voy a ir con la amarilla. —No entendí. La miré con cara de tonto—. Empezá a pajearte. Me voy a cambiar adelante tuyo... Pero no acabes…
Asentí con la cabeza, lento y mudo como un zombi. La vi sonreírme, triunfal y divertida, y agacharse al retirar la tanga. Su desnudez, que sólo podía ver cuando otros se la cogían, quedó ahí por primera vez, toda para mí y sólo para mí. Me pajeé, como le prometí. Pero no fue la promesa lo que me hizo agitar la pija. Fue verla. Verla viéndome. Viéndome de verdad, el alma. Y supe en ese momento que podría —si me lo pidiera, si ella lo necesitaba— vivir toda mi vida a pajas, sin cogerla nunca. Solo con el contacto de mi pija y el contacto de sus ojos.
Giró, regalándome su culazo dibujado por Eleuteri Serpieri, y se quitó el corpiño dejando la espalda desnuda y plena.
Volvió hacia mí con un traje de baño color mostaza entre los dedos.
—Van a cogerme con este bikini puesto, mi amor. —Seguía desnuda. Otra vez mirándome a los ojos. Yo ya me la sacudía con fuerza—. No acabes.
Por supuesto, no acabé. Me guardé toda la leche en los huevos hasta que ella me autorizara.




5.
Cuernavidad.


[...] Y como es natural, un rato después de las doce, los más jóvenes se van a bailar o a encontrarse con otros jóvenes para tomar y divertirse hasta el amanecer. Ese era el plan con Mariela. Pero al pasar a buscarla y sacarla de su casa, me mostró el celular con rostro compungido.
—Es mi tío —me dijo. Y scrolleó una conversación de WhatsApp que finalizaba con una foto de la parte media de su tío, desnudo, con un vergón soberbio totalmente empalmado y sosteniendo una lata de Budweiser de 750 centilitros en una mano. La pija del viejo y el tubo de la cerveza eran prácticamente iguales—. Está deprimido por la Navidad y quiere que vayamos a visitarlo.
—Pe-pero... no parece muy deprimido. Más bien todo lo contrario.
—No conocés a tío Pongo. Cuando se deprime, se pone así. En mi familia ya se sabe. Mi papá lo averiguó por las malas, en una Navidad.
—¿Tu tío se cogió a tu mamá?
—Ay, Guampablo, lo decís como si mamá fuera una puta. Te dije que el tío estaba deprimido.
—Pero amor, todo bien con tu tío, lamento mucho su enfermedad y eso, pero a juzgar por la foto, me parece que su intención es... 
—Bueno, tenés que ser un poco más misericordioso, Guampablo. ¿Dónde quedó tu espíritu cristiano para ayudar a los sufrientes? Hoy está naciendo Jesús, deberíamos ir a ver cómo está. 
—Está con ganas de cogerte. 
—Bueno, de última, lo usamos para reforzar el amarre.
—No, Mariela. Quedamos que nada de parientes ni amigos. No quiero que nuestro círculo se piense que soy un cornudo.
—Está bien —bufó, frustrada—. Dame un segundo que le respondo...
—No hace falta, dejalo en visto.
—Quiero preguntarle si tiene un regalo para vos.
—¡No! ¡No quiero ningún regalo!
—Ahí le pregunté...
—¡Mariela, no quiero que un tío tuyo también te coja!
—No seas insensible, el tío Pongo está deprimido.
¡Piuk! Ruidito de WhatsApp.
Mariela me mostró la conversación en su celular.
—Mirá! También pensó en vos.
El mensaje de WhatsApp quedó debajo de la foto de la chota y la Budweiser de 750 centilitros.
“Venite, ya estoy re caliente. Y si esta vez traés al cornudo, decile que tengo un regalo que le va a gustar un montón.”
Mariela me tironeó de la mano y cambió la dirección de la caminata. De pronto enfilábamos para lo de su tío Pongo.
Cuando el tío nos abrió la puerta, pensé que se me iba a salir el corazón de lo acelerado que estaba. No conocía bien la costumbre navideña de Alce Viejo, pero sí al viejo malandro. Era un vago, sucio, prepotente, que lo único que hacía era pedir plata a amigos y parientes y chupar vino de cartón. Algunos decían que no faltaba la vecina casada que le trajera la comida. Del dinero podía decirse lo mismo. Yo lo había visto solo una vez en mi vida, en casa de Mariela, y me había llamado la atención la desvergüenza con la que miraba a las mujeres de la familia (incluida mi novia) y lo retraídos que se veían los hombres, casi asustados.
Ahora daba pena y repulsión. Estaba en cueros, solo vestido con un calzoncillo de algodón que le marcaba por debajo su verga en erección descarada. Apestaba a alcohol y arrastraba las eses, y estaba cubierto de sudor como si hubiera hecho gimnasia.
—Tiíto —saludó alegremente Mariela.
—Mi amor —le farfulló el tío Pongo, y la tomó de la cintura y le metió una mano en todo el ojete perfecto de mi novia.
—Tío, estamos en la calle —se quejó mi novia, riendo como ríe una maestra jardinera ante la travesura de un niño. La mano terminó de recorrerle la zanja del culo y un glúteo completo, y se retiró.
—¡Trajiste al cornudo! —se sorprendió de repente. Y nos hizo entrar.

                                                                 *   *   *   

—No entres a la pieza, que a tío no le gusta. Y mirá la película mientras él me coge... Podríamos adoptar una nueva tradición desde este año, ¿qué te parece?
—¡Mariela, se quiere aprovechar de vos! No me hagas cornudo, por favor…
—Mi amor, sabés que no soy de esas. Es solo una costumbre de Navidad.
—¡Dejá de hablar con ese imbécil y arrodillate!
Me quedé un rato de este lado de la puerta, pero no volvió a contestarme. Me la iba a coger, eso seguro. Aunque no me quedaba claro si me estaba metiendo los cuernos o no.
La puerta de aglomerado estaba tan rota que se cerraba con un piolín y había quedado un palmo abierta. Adentro estaba oscuro, no se veía casi nada. Sólo la respiración pesada del tío Pongo llegaba hasta mí, como una neblina pegajosa de lujuria y vicio. “Así... así...”, se lo escuchaba murmurar. Grave. Como cansado. “Qué rico la chupás, cómo extrañaba esto...”. Y de pronto un “chup!”, una succión arrancada, y el jadeo de mi novia para tomar aire. “A seguir mamando”, dijo el tío, y otra vez la respiración agravada y las succiones femeninas.
—¡Cornudo, la puta que te parió, andá a ver la mierda ésa que te regalé!
La imprecación violenta, el tono enojado y seco del tío de Mariela me sacó de mi vigilia. Pegué un salto y, sin decir nada, me fui a la tele del living y puse el DVD, mientras se garchaban a mi novia.



6.
Esquina del Cuerno.  

Ya saben lo de Esquina del Cuerno, ¿no? Porque si no lo saben, tal vez ustedes sean unos flor de cornudos. O no conozcan mucho de Alce Viejo.
Al sur del pueblo hay un camino municipal que ya casi no se usa, angosto y descuidado. Rumbea para la ruta provincial, pero antes de llegar a ella pega una curva a la izquierda, como una calle de barrio, y baja al sur un kilómetro más. En ese codo de noventa grados hay unos galpones y casas abandonadas, algunas de las cuales esperan ocuparse en el verano. No hay comercios. No hay gente. No hay nada.
Hasta la noche.
Los jueves, viernes y sábados —pero en verdad cualquier otro día—, con la caída del sol y al promediar el horario de los boliches, ese lugar se llena de coches. Frenan allí, se estacionan lo suficientemente lejos unos de otros, apagan motor y luces, y nadie se baja.
Ese codo de camino asfaltado, lleno de autos detenidos que se mueven rítmicamente desde adentro y sin ninguna música, es conocido como Esquina del Cuerno. El rincón del pueblo donde las parejitas van a hacer el amor sin tener que ir a un hotel, donde el sexo es furtivo y, sin dudas, ocasional.
Porque rara vez van las parejitas que recién se ponen de novios. ¿Qué novio joven tiene coche propio? Por lo general los autos son de Tronco Grueso, el pueblo vecino; y los amores y movimientos son tan clandestinos y tramposos como las novias y esposas que en esos autos son sentenciadas. Martilladas por vergas ajenas, prohibidas y ventajeras. Suelen aparecer en enjambre los “jueves de chicas”, o los viernes y sábados. Pero también, aunque mucho menos, cualquier día de la semana que un buen marido o un novio auspicioso se descuidara —sea haciendo horas extras en el trabajo o yendo a un evento social o familiar—. 
Todos los cornudos conocen este pilar histórico de Alce Viejo. Solo la mitad saben que sus mujeres lo frecuentan. Cualquier hombre que pase por allí —aunque todos evitan ese lugar— ruega no encontrar a su esposa o novia. La Esquina del Cuerno se recorre a paso apurado y tratando de no levantar la vista.
Igual que yo en ese momento. Había estacionado en Esquina del Cuerno, pero sin dudas no quería levantar la vista. Estaba en el auto de papá, con mis manos en el volante. Mariela sacudía la cabeza sobre mi hombro, jadeando y llenándome con su aliento lascivo y con olor a haber chupado pija un buen rato. Su torso se asomaba por entre los dos asientos de adelante, su pancita y su culo del otro lado, en la parte de atrás. Y unido a ella como una garrapata, un cincuentón hijo de su madre que habíamos conocido apenas media hora antes, agarrado a sus ancas, bombeando verga como un animal, como si mi novia fuera la última puta en la Tierra.
Era por completo inusual que el cornudo estuviera en el auto mientras se cogían a su mujer. Pero como me dijo Mariela un rato antes, cuando mamaba esa verga que debía tomar con las dos manos: “Vos no sos ningún cornudo”.




El tipo no era de Tronco Grueso, era de acá, de un taller mecánico en las afueras del pueblo. Se le conoce como El Leche, y fui a su taller con mi auto y mi novia porque hacía un pequeño ruido. El auto hacía un pequeño ruido. El ruido que hacía mi novia no era nada pequeño.
Tenía buenas referencias, aunque no conocía al tipo ni el lugar. Y debo decir que tanto uno como otro me decepcionaron. El taller era una pocilga, más parecía un desarmadero clandestino lleno de basura oxidada, que otra cosa. Encontramos a El Leche y otros tipos sentados en un asiento largo de un Ford Falcon, que habían desmontado y tirado décadas atrás contra la pared del taller. No me gustó cómo todos ellos miraron a mi novia. Me pusieron nervioso, parecía que no me escuchaban cuando les contaba sobre el ruido del auto. Podría echarle la culpa a Mariela, por cómo había ido vestida, pero la verdad es que tampoco era para tanto. Una minifalda bien cortita que le alargaba las piernas ya largas y perfectas que tiene, y un top de mangas largas con dibujitos de animé. Nada emputecida como otras veces. Pasa que ella es tan hermosa que cualquier tontería que se tire encima, le queda sexy. 
En un momento, sin venir a cuento de nada, comenzaron a escucharse desde algún lado unos gemidos de mujer. Y cada vez más fuerte. Ya desde que llegamos me había parecido oír un jadeo femenino lejano y repetitivo, infinito como un goteo. Pero me dije que estaba alucinando cosas por tanta leche que venía acumulando. Los gemidos se hicieron tan notorios que no quedaron dudas de que venían de atrás de una madera que separaba algún tipo de cuarto, quizá algo parecido a una oficina. También se escuchó el goce de un tipo. Y unas nalgadas. El Leche y los otros tres vagos que estaban con él no le dieron importancia. Mariela tampoco. El único al que todo esto le parecía extraño era a mí. 
El orgasmo de la mujer la evidenció muy jovencita y enseguida el tipo que se la estaba garchando acabó tras ella, como si la estuviera esperando. Tuve que alzar la voz por encima de los gritos que venían con los polvos para explicar el ruido del auto de papá.
Unos minutos después, salió de atrás del tabique de madera una chiquilla hermosa, joven, de un metro sesenta y ojos celestes. Se iba terminando de vestir, abrochándose como podía el corpiño y enterrándose el culote entre las nalgas.
—¿A dónde vas? —reclamó de mala gana uno de los que estaba sentado.
Reconocí a la chica. Era Laurita, la novia de Leticio.
—Ya va, ya va... Voy a hacerle la comida a mi marido. Cuelgo la ropa lavada en la soga y vuelvo.
—Que lo haga el cornudo. —El tipo se sobó la verga y sonrió—. Para algo se casaron, ¿no?
—Está con las nenas. No seas malo, si ya sabés que no me tardo nada.
Laurita se fue hacia una casa rodante instalada a cincuenta metros del taller. Y desde atrás del tabique salió otro tipo, un gordo panzón vestido con una remera que en otra vida fue blanca, surcada de marcas de grasa con formas de dedos. ¿Ese gordo desagradable se había estado cogiendo a esa chiquilla hermosa como una princesita de Disney?
—Bueno —cortó El Leche—. La única manera de escuchar ese ruidito es hacer andar el auto. Demos una vuelta. Puede dejar a su novia acá.
Ni borracho iba a dejar a Mariela en medio de esa jauría.
—Prefiero que venga conmigo. —Tragué saliva.
—Como quiera. Rotoso —le gritó a uno de jean y camisa a cuadros verdes, el más normal y limpio de todos—, vení vos también, que tenés buen oído para estas cosas.
Me coloqué en el asiento de conductor y el tal Rotoso en el de acompañante, según El Leche, para que esté más cerca del motor y escuchar mejor. No sé por qué a mí todo esto me pareció que podía ser una maniobra suya para ir sentado atrás junto a mi novia.
—Rumbeá para Esquina del Cuerno —me dijo El Leche después de salir del taller y hacer un par de cuadras.


Texto cortado e incompleto. Esto es solo un Preview.

► LO MEJOR DE ESTOS RELATOS NO FUE PUBLICADO ACÁ. LO MEJOR TE ESPERA EN EL BLOG SOLO PARA LECTORES INVITADOS. DOS HORAS DE DIVERSÓN.


El Amarre — Anexo XXXL 
(c) 2025 Rebelde Buey

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