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jueves, 30 de septiembre de 2021

Levántate y Anda [unitario simple]


LEVÁNTANTE Y ANDA(VERSIÓN 1.1)
Por Rebelde Buey

Como si fuera tan fácil. Como si fuera sencillo juntar la voluntad, el coraje, los pedazos de uno mismo y armarse de valor, levantarse y arrancar.
“No queda otra”, pareció decirme mi padre con su expresión cansada. Y de algún modo supe que era cierto. Los jadeos de mi esposa se escuchaban de fondo, como una cortina de esas livianas que se agitan con la brisa. En cambio el fap fap de la panza de un viejo hijo de puta chocando contra las carnes de mi mujer era todo lo contrario: un mazazo duro y pesado clavando y clavando un remache en el ataúd de mi hombría.
—Es un paso a la vez —me dijo finalmente papá—. No estás obligado a otra cosa. Es un paso. Te levantás, tomás un trago o dos si querés, para darte ánimo, y vas a la habitación.
Mis dedos temblaban, para qué mentirles. Mi padre y yo estábamos en el living de mi casa, un sábado de tarde primaveral, sentados en sillones opuestos. El hombre sabio, corajudo de toda la vida, intransigente ante la injusticia, y su hijo cobarde y pusilánime, su vergüenza, el hijo al que todo el barrio le cogía a su mujer y no hacía nada.
Tomé ese trago para que no viera mis temblores. Whisky. El que siempre ponía en la mesita ratona para que tomara el hijo de puta que viniera a cogerse a Betania. Porque encima eso, antes de cogérsela, se tomaban mi whisky, comían de mi picada, miraban mi fútbol codificado si un partido les interesaba… Papá me lo había dicho antes que nadie: esa mujer no es para vos, es una puta. Esa mujer te va a hacer cornudo. Y yo: que no, que estaba diciendo locuras, que no la conocía para nada, que era buena chica y que me iba a respetar. Pero papá tenía buen ojo para esas cosas, y ahora todo el peso del universo le daba la razón.
—Ahhh… Ahhh… Ahhh… Ahhh… Ahhh…
Ni siquiera cerraban ya la puerta de la habitación cuando me la cogían.
Fue apenas conocer a Betania que papá me lo dijo.
—Te la van a coger todos y vas a ser el cornudo del barrio, Lucero. Vas a terminar lavándole las tanguitas sucias a tu novia mientras ella se va a ir a coger a lo de tus amigos. 
Tuvo razón a medias: terminé lavándole las bombachitas a mano, tal cual dijo, pero no mientras ella se iba de sus machos. Los tipos venían a casa y me la cogían en mi propia habitación.
No sé por qué papá lo supo tan de inmediato. Es muy bueno semblanteando gente, pero en aquellos días Betania ni siquiera se vestía como lo hace hoy día. O sea, el día que la conoció sí iba sexy. Era mi cumpleaños y esa noche nos juntamos unos amigos míos, ella, yo, mi hermano y papá en un pub, a tomar algo y celebrar. Allí la conoció. Tal vez fue el vestidito blanco terminado en una falda bastante corta, o cómo paraba la cola cuando se levantaba de los sillones para ir a la barra (o mismo cómo paraba la cola en la barra, al esperar), o tal vez cómo todos mis amigos la miraban como para comérsela y ella les sonreía con cortesía. Tal vez fue solo su expresión pícara. Betania es muy bella, me lo decían todos. Pero solo papá me decía que era muy puta.
Luego de conocerla y presentir que era “de esas”, papá investigó un poco y le llegaron dichos de que alguien más que su hijo se la cogía. Cruzó información y el chisme estaba en boca de más gente que no se relacionaba entre sí. Vino y me lo dijo, con gran dolor. No es fácil decirle a un hijo que es un flor de cornudo. No le creí, por supuesto. Eran rumores, y papá, con todo lo que lo amo, en el fondo también es de esas personas que siempre quieren tener la razón. Así que no, mi novia de seguro no era ninguna puta que se dejaba coger por cualquiera.
—Cualquiera no —aclaró, tratando de convencerme—, el jefe. Me lo dijeron dos personas distintas que ni se conocen. Un compañero de oficina de ella y el playero de la YPF de la ruta, que la vio en su auto un día de semana a las dos de la mañana.
No. No. No y no. Mi Betania, no.
Pero por las dudas en esos días la observé mejor. Si bien no se vestía como una puta, cuando iba a trabajar sí se ponía bastante sexy. Como en el pub. Y no me malinterpreten, pero ese tipo de vestidos están bien para la noche, para una salida con tu novio, pero es demasiado provocativo para ir a trabajar de día a una oficina llena de hombres. Me dijo que siempre se vestía así, solo que ahora con su ascenso en el trabajo tenía plata para comprarse mejor ropa. ¿Qué podía decir? ¿Ustedes no le hubiesen creído?
La ropa sexy fue tan habitual que pronto se me naturalizó. Ya viviendo juntos, nunca me di cuenta que los fines de semana, conmigo, se vestía como antes. El jefe no se la podía coger. Era un tipo de cuarenta, y ella y yo andábamos por los 20. ¿Desde cuándo una mujer de 20 se fija en un viejo de 40? De seguro eran chismes de sus compañeros, envidiosos de mí por tener a una novia tan hermosa. Lo comprobé una vez que fui a su trabajo. Todos hombres en esa oficina, y todos babosos con ella, pajeros de cuarta que la halagaban y sobaban aún delante mío. Patéticos. Aunque debo reconocer que entre tanta franela a veces conseguían con éxito manosearla levemente —de manera bastante pajera—, sin que ella se percatara. Yo lo vi.
El tiempo le dio la razón a papá: el jefe le daba verga. Para cuando me enteré, se la venía cogiendo desde hacía dos años (es decir, desde el día de la foto del pub en que papá la conoció), mínimo dos veces por semana. Me enteré por un mensaje de ella mal enviado. Un fallido, diría después mi psicólogo, quien me dijo también que no había un término psicológico para “cornudo”. Ella me negó todo, obviamente, pero presioné, se pisó, se desdijo. Finalmente, acorralada y yo hecho un borbotón de gritos, miedo y desesperación, tomó coraje y se puso al ataque como método defensivo.
—Sí, Lucero. Te hago cornudo, ¿eso querías saber? Te hago cornudo desde hace dos años. Me coge mi jefe que tiene una pija así de grande y no aguanta los cinco minutitos que me das vos.
No sé si me quiso herir. Me juraría luego que lo dijo como escape, algo así como huir hacia adelante. Que no le molestaba que yo acabara tan rápido, pero que con su jefe se sentía mujer, y a él lo sentía hombre de verdad.
Eso me lastimó más que la infidelidad.
La perdoné. Esa misma noche, sin más, y con la promesa suya que nunca se lo volvería a coger. Promesa que me concedió tan rápida y fácilmente como obtuvo mi absolución. Estaba juzgado: ni yo la había perdonado, ni ella iba a dejar de hacerse garchar por su jefe. Fueron tan claras las mentiras mutuas en ese momento… casi una obra de teatro. Yo, cobarde como nadie, aceptando su promesa vacía para no tener que sacarla de mi vida; y ella reconociendo mi perdón, sabiendo que no, que era lisa y llana resignación. Y asumiendo que también le perdonaría la próxima infidelidad con su jefe. Y las que siguieran. Con quienes siguieran.
Eso fue hace algunos años. Mucha agua pasó bajo el puente. Y muchos machos. Los compañeros de trabajo me la terminaron garchando casi todos. Y tipos al azar, en salidas “a bailar” con sus amigas, que terminaban indefectiblemente cogidas en autos o camionetas por tipos de otros pueblos, en Esquina del Cuerno. 
Compañeros, amigos, vecinos, advenedizos desconocidos. De a poco me la fueron cogiendo todos, y yo perdonándola siempre. Aceptando, mejor dicho. Y mi padre con la misma cantinela repetida: que yo no era suficiente hombre, que era un cornudo, que debería haberla mandado a la mierda la primera vez, que si seguía con ella me iba a sacar de la línea de herencia. 
Hasta hace un año. Entonces se resignó a que cualquiera le cogiera la mujer a su hijo, del mismo modo que yo me resigné con Betania aquella noche de revelaciones y peleas. 

Hoy, ahora… papá solo me alienta a enfrentar las cosas como un hombre. Se conforma con eso.
—Te levantás ya mismo y vas a la habitación a donde se están cogiendo a la puta de tu mujer, y te comportás como el hombre que sos.
Tomé un segundo trago, esta vez el líquido me raspó el garguero como arena caliente. Y me levanté, animado. Tenía razón. No es que de pronto iban a desaparecer mis cuernos —cornudo ya era—, pero al menos por una vez tenía que enfrentar mis miedos. Avancé por el pasillo que conducía a las habitaciones y el sonido de la cogida se hizo más y más fuerte. Los gemidos de Betania gozando con vergón ajeno no me eran desconocidos, pero nunca dejaban de oprimirme el pecho.
—¡¡Ahhh…!! Así… Así… No se detenga, Rufino… Ohhhh…
El fap fap del bombeo se escuchaba más claro y me daba cuenta que era también más violento, la estaban acelerando para volcarle la leche adentro, como siempre sucedía.
A pesar del alcohol, los dedos me temblequeaban. Si los ocultaba en los bolsillos tal vez no lo notarían. Es que a pesar de saber todo, a pesar de que cada sábado a la tarde me la cogían en mi habitación, a pesar de saber que salía a bailar con sus amigas para engrosar mi cornamenta, nunca había irrumpido para plantarme a ella o al macho que se la estuviera cogiendo.
Los gemidos de mi novia y el bombeo se hicieron aún más claros y fuertes. Llegué a la puerta. No debía tocarla ni empujar el picaporte, estaba abierta, como cada sábado de los últimos tiempos en que se venían dando estos encuentros. “Porque en casa es más seguro, amor”. Sí, más seguro, claro. Encima que me la cogen, se ahorran el hotel. Escuché los pasos de mi padre viniendo detrás mío, y contra todo lo pensado, eso me dio más fuerzas. Y entré. 
Y por primera vez vi qué sucedía cada sábado en la habitación principal de mi casa.
Betania estaba sobre la cama, en algo así como cuatro patas pero no de rodillas, tomándose de los hierros de la cabecera de la cama para no caerse con cada topetazo violento. Porque el viejo que se la garchaba le daba con todo, como si la estuviera castigando por estar tan buena. El viejo era robusto y semi calvo, peludo, con una verga del grosor de una manguera de cargar nafta. 
Era Rufino, el mejor amigo de mi padre. Y detrás de él, de pie alrededor de la cama y también desnudos, los otros amigos de papá: Camalote, Ismael, tío Enrique y un desconocido igual de viejo pero flaco y con cara de preso desquiciado, de esos que cuando te miran, bajás el hocico.
No sé si se sorprendieron al verme, no me dieron demasiada importancia. Rufino siguió bombeando a mi amorcito como si yo no existiera, y Betania, con el rostro hundido entre sus brazos, ni se percató de mi presencia. Los otros siguieron viendo el espectáculo y masajeándose los pijones oscuros y rechonchos sin ningún prurito.
—Muchachos —apareció papá, detrás mío—. Tengan paciencia con mi hijo, solo quiere ver cómo le cogen a su novia, no los va a molestar. ¿No es cierto, Lucero?
Betania, que todavía tenía las medias blancas semi transparentes hasta bien arriba de los muslos y el portaligas puesto, pero ya no su tanga de encaje ni el corpiño, sacó la cabeza de entre los brazos al escuchar a papá, y giró para mirarme.
—Uy, el cornudo… —jadeó. Y regresó a su posición anterior a disfrutar del vergón que le propinaba el viejo gordo y pelado.
—Sí, papá —dije con voz temblorosa para que ninguno de sus amigos se irritara o pensara que estaba allí para impedir la cogida en manada.
—Ya no aguanto, putón —tiró Rufino con voz agitada, tomado del ortazo de mi novia sin dejar de bombear—. Te la suelto de una vez, vos ya acabaste, me toca a mí…
Betania otra vez quitó su rostro de entre sus brazos y giró para él.
—Sí, lléneme, Rufino… Lléneme y que sigan sus compas…
Los amigos de papá y tío Enrique comenzaron a cerrarse en torno a la cama, deliberando quién iba a ser el segundo en darle pija. Todos eran amigos de papá, que hará cosa de un año les contó sobre Betania y el triste cornudo de su hijo. Una cosa llevó a la otra y en apenas dos semanas papá trajo a casa a Rufino y a Camalote. Sí, para cogerse a mi novia. Así como les digo. Betania los recibió de buena gana, ya papá le había dicho que calzaban grueso, y eso es algo que a ella siempre le parece fascinante. Fue así de fácil, lo arreglaron en dos tardes mientras yo estaba en el trabajo, ignorante de la confabulación. Apenas un par de encuentros después, se sumó Ismael y bueno, lo de tío Enrique… eso vino por otro lado. Resulta que ya se la venia cogiendo sin que yo lo supiera, y con el blanqueo del emputecimiento de Betania a ojos de papá, y de lo cornudo consciente que yo era en su círculo de amigos, tío Enrique simplemente dejó de cogerse a escondidas a mi novia y se sumó al grupo. “Es bueno que la familia no se ande escondiendo las cosas”, me dijo la primera vez que vino a casa a garcharse a Betania. Y me lo dijo a los ojos, sonriendo, mientras le manoseaba lascivamente el culazo encastrado en un shortcito de algodón, justo antes de tomarla de la mano y encerrarse toda la tarde en nuestra habitación.
—Muchachos, no lo traten mal, es mi hijo —anunció ahora papá, animado y alegre—. Y vos portate bien —a mí, como retando a un niño—. Solamente mirá y traéles cerveza o algo, si te piden. No te pongas pesado ni quejoso, no quiero que después los muchachos me carguen.
—Sí, papá… —me escuché decir. Sus amigos le hicieron gestos de gratitud, y a mí en cambio me miraron con desprecio.
Papá se alejó mientras Rufino comenzó a acabar.
—¡¡¡AAAhhhhhh…!!! Putón, no podés estar tan buena, hija de re mil putas!! —La tenía tomada de las nalgas y la clavaba con pijazos largos y hondos, soltándole por fin toda la leche adentro—. Tomá… Tomá… Tomá…
—Sííííhhhh… Lléneme, Rufino… Llénela a su putita… Ahhh…
Papá se alejó por el pasillo y lo perdí cuando salió por la puerta. Volví a girar hacia la habitación y ya Rufino se retiraba de mi novia. La vergota gruesa se deslizó con cierta reluctancia y un borbotón de leche acompañó la salida. El líquido blanco bajó por el lado de adentro de los muslos de Betania y, ni lento ni perezoso, Camalote se fue a acomodar enseguida detrás de mi mujer, abriéndola levemente de piernas y enfilando la pija hacia la conchita ya rosada de coger.
—Lucero, sé un buen novio y traéte cerveza para todos —me ordenó tío Enrique. Me fue imposible no advertir la burla en su tono de compadrón de la cuadra.
—Sí, tío—dije obediente, y salí hacia la cocina escuchando el primer nuevo jadeo de mi mujer, con la primera nueva penetración.
—Ahhhhhhhhssssíííí…


♠  —  Fin  —  ♠



Levántate y Anda (Unitario) — VERSIÓN 1.1 (12/11/21)
Por Rebelde Buey

6 COMENTAR ACÁ:

trabajabdofederico dijo...

El fin de semana lo leemos y opinamos.

Federico.

Rebelde Buey dijo...

ojalá les guste, pero creo que este relato no es de su estilo (espero equivocarme). saludos, amigos! =D

Anónimo dijo...

Muy buen relato!
La idea de que hombres mayores se tiren a mi novia da para mucho morbo. Que bueno es leerte.

Ray

Vikingo Miron dijo...

Formidable relato por varios motivos.

1)El nombre...levantate y anda.
2)Un sueño de cornudo, a quien no le gusta lavar las tangas de sus hotwifes.
3)Que el jefe se garche a tu esposa...soñado.
4)La sensación de servicio a varios machos en tu cama matrimonial...mientras le dan.
5)La humillación clara de ella hacia el manifestada de manera brutal...—Sí, Lucero. Te hago cornudo, ¿eso querías saber? Te hago cornudo desde hace dos años. Me coge mi jefe que tiene una pija así de grande y no aguanta los cinco minutitos que me das vos.
No sé si me quiso herir. Me juraría luego que lo dijo como escape, algo así como huir hacia adelante. Que no le molestaba que yo acabara tan rápido, pero que con su jefe se sentía mujer, y a él lo sentía hombre de verdad.

Se merece una segunda parte y con el padre tambien garchandola, GRANDE REBELDE!!

SALUDOS VIKINGO MIRON

Rebelde Buey dijo...

gracias, ray. si ése es tu gusto, en este blog vas a encontrar varios relatos de viejos cogiéndose esposas y novias post-adolescentes. Dedo al Camión y Éramos tan Pobres te van a encantar!

Rebelde Buey dijo...

La verdad, Vikingo, fue un relato para romper inercia de no venir escribiendo. el "Levántate y anda" fue para mí ("Arranca y ponte a escribir lo que sea"), y con esa frase como leit motiv comencé el relato sabiendo que aunque sea una mínima anécdota tenía que salir =D
No habrá segunda parte. Aunque dije lo mismo de EL AMARRE y ahora mismo estoy escribiendo la continuación xD

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