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miércoles, 23 de febrero de 2022

El Amarre (03)

 


EL AMARRE (03) — (VERSIÓN 1.1 -24.02.22)
Por Rebelde Buey

Ya habían pasado más de cinco meses desde que Matanga nos hizo el primer amarre. Esto es, cinco meses, ni uno menos, en los que el viejo zambo me coge a Mariela cada treinta días. Pero fueron diez garches en total. La primera oportunidad en que fuimos a verlo para iniciar el hechizo, me la cogió una vez; luego, le dio verga dos veces por los siguientes tres encuentros; y finalmente el último mes, tres veces más. Esto era lisa y llanamente un abuso, evidente hasta para un retrasado mental, pero al que ni mi novia ni yo nos opusimos nunca. Ella, obvio, porque disfrutaba de cada cogida como una puta, y yo, bueno… aunque no lo quisiera admitir, con cada visión de cómo vejaban a mi novia, tenía erecciones y luego pajas a la noche como jamás había tenido en mi vida. Así, yo simplemente era testigo de cómo tanto Matanga como su vecino Toto se la cogían y la llenaban de leche, con la excusa del amarre. 
Toto era el vecino gordo e inmoral que venía luego de que se la cogiera Matanga. Lo llamaba con un grito. El gordo desagradable venía, miraba a mi novia con gula pajera, sacaba el vergón y se la clavaba sin siquiera saludarla. Se la cogía unos veinte minutos, le acababa adentro y se marchaba.
A partir del cuarto mes, Toto también comenzó a cogérsela dos veces. Terminaba de acabar y retornaba a su casa, lo que significaba que Matanga iba a tomar su lugar en la cama para su segundo polvo. Luego, cuando Matanga nuevamente me la llenaba de leche, volvía a pegar el grito y en seguida el gordo maldito regresaba a coger como si mi novia fuera un pedazo de carne.
Me preguntaba cómo iba a ser en el último mes, el doce; cuántas veces me la terminarían cogiendo cada uno. Porque parecían insaciables.
Los regresos de lo del brujo para volver al pueblo ya no eran con discusiones o peleas. Íbamos de la mano, caminando tranquilos como una pareja cualquiera. Ella evidentemente satisfecha, aunque nunca admitía que disfrutaba del ritual, y yo resignado y con mi pijita dura, la que iba a ablandar recién al llegar a casa y quedarme solo en mi habitación. 
—Hoy Toto también te cogió dos veces… como viene haciendo Matanga… —dije sin queja el quinto mes, aunque me guardé que estábamos regresando casi de noche porque el zambo se la había garchado una tercera vez.
—¡Sí! —me respondió más alegre de lo que se veía, pues además de satisfecha se le notaba cansada.
—¿Te gustó?
—No, tonto. Pero es mejor para el amarre, ¿no?
—S-sí… claro…
—Nuestra relación va a ser indestructible, vas a ver…
“Mientras te cojan esos dos viejos, pareciera que sí”, pensé. Pero en cambio saqué el tema que me había guardado.
—Matanga te cogió tres veces, hoy…
Mariela exhaló un suspiro que acalló a los grillos que ya comenzaban a joder.
—Es muy profesional —lo camufló—. Ya me lo dijo mi tía. Me coge más veces para que el amarre sea más fuerte. Y no nos cobra de más.
Había una burla velada en ese último comentario. Mariela se estaba convirtiendo poco a poco en una cínica y eso, en vez de molestarme, me calentaba.
—¿A tu tía también se la cogía más de una vez al mes?
—A tía se la cogió mucho, no sé cuántas veces… Se la sigue cogiendo, mi amor —dijo, y me miró a los ojos, estoy seguro que para ver mi reacción—. Y tío parece agradecido, es la manera de que el amarre que les hizo siga vigente. Mirá cuánto hacen que están y siguen unidos y enamorados como el primer día.
La pijita me dio un respingo. Si bien su tía era una veterana, sus cincuenta estaban muy bien y tenía un culazo gordo y redondo como las negras de las historietas. El hijo de puta de Matanga de seguro se clavaba ese culote todos los meses, hasta los huevos, mientras el cornudo del tío de Mariela estaría en su casa, o esperando tras la cortinita de tela. Incluso tal vez junto a la cama, como había estado yo esa misma tarde durante más de tres horas.
—A tu tía… ¿también se la cogió Toto? —pregunté de golpe, lleno de morbo—. ¿Se la seguirá cogiendo?
—¡Ay, lo decís como si fuera una puta, Guampablo! Tía no es de esas mujeres, es como yo. Lo hacemos por amor y por la relación. 
Su comentario me la puso de piedra. Es que sus palabras cínicas iban disfrazadas de dulzura y candidez, supongo que porque ella iba con un vestidito blanco muy cortito, angelical si no fuera que el ruedo de la falda casi le dejaba ver las nalguitas, o directamente lo hacía cuando pegaba algún saltito o giraba de alegría y se le levantaba. Por suerte estaba oscureciendo y nadie se nos cruzó por ese camino de tierra en medio del campo.
—No, mi vida, ya sé, no lo digo porque me parezca una puta. Y mucho menos vos. —Dejé pasar el hecho de que venía de ser clavada y llenada de leche en cinco oportunidades, por dos viejos roñosos que todo el pueblo sabía eran unos sinvergüenzas—. Lo preguntaba porque se la sigue cogiendo y ya pasaron varios años desde que Matanga le hizo el amarre.
—Eso depende de cada pareja, y especialmente de los cornudos.
—¿¡De los cornudos!? Vos me dijiste que…
—Ella le dice así a mi tío, pero cariñosamente “Mi cornudito”, le dice. Pero como broma, no porque mi tío sea un cornudo. Creo que cuando tío siente que ella está algo distante o la pareja tiene problemas, él la deja ir a lo de Matanga a que le refuerce el amarre.
Tragué saliva. El viejo zambo y su vecino me la iban a garchar a Mariela de por vida. Así y todo, mi erección era cada vez mayor.
—Mi amor… —me dijo de pronto, con tono de nenita buena, y se frenó. Debajo del vestidito blanco y cortísimo no llevaba nada, pues su tanguita estaba empapada de semen y le correspondía al novio llevarla en alguno de sus bolsillos—. Me está chorreando como la otra vez…
El corazón se me aceleró. Me estaba diciendo que la leche de los dos viejos se le estaba saliendo y se le escurría por la pierna. Había pasado por primera vez el mes anterior, y ella me obligó a limpiarla al costado del camino, entre los pastizales. No me gustaba la idea. Más bien me resultaba desagradable. Ya la había limpiado y probé a lo que sabía.
Me apretó la mano y me sacó del camino de tierra y me metió entre la espesura de los pastos, se tiró al piso y se abrió de piernas.
—Dale —me dijo simplemente, casi sonriendo.
—Mi amor, me da asco…
—¡Dale, cuerno, limpiá! —dijo como ordenándome, y enseguida se rio.
—No me digas cuerno. Así me dicen Toto y Matanga.
Me agaché y, con la misma bombachita ya enlechada, le limpié el semen que le venía bajando por la pierna. Y la de la conchita también. Pero adentro no había manera de limpiar que no fuera con mi boca.
—¡Dale! —me repitió cuando ya tenía mi cabeza entre sus piernas, y me empujó hasta hacerme zambullir en su sexo y comenzar a tragarle la cogida.


Que me la cogiera Toto me daba bronca —rabia verdadera, furia— pero también me llenaba de morbo. Debo confesar que ya para el cuarto mes ansiaba que Matanga pegara el grito para llamarlo, al acabar en mi novia. Nunca falló. Y estoy seguro que hubiera sentido alivio pero a la vez decepción si en uno de esos requerimientos el gordo patético no se hubiera aparecido para cogerse a Mariela. ¿Pueden entenderlo?
Como sea, no sé si fue ella o fui yo, que el quinto mes, mientras Toto se llenaba las manos con su culito perfecto y le bombeaba la concha hasta los huevos, le preguntamos de qué vivía y nos dijo que trabajaba de sereno en un corralón. En Alce Viejo hay dos corralones, uno más o menos grande y otro pequeño. 
No entiendo cómo ni por qué, después de ese día, una tarde algo calurosa aparecimos Mariela y yo frente al corralón grande. Me había llevado ella, habíamos ido “a dar una vuelta”, una caminata al azar. ¡Pero ma’ qué azar! Para ese lado no había nada interesante, ni el río, ni el bosquecito, ni la cascada ni la laguna. Nada. Era una parte del pueblo sin ningún atractivo, más que casas pobres, ranchos, galpones, baldíos, talleres y el corralón.
—¡Mirá, Guampablo! ¡El corralón de Toto! —me dijo como si lo hubiéramos hallado de casualidad—. ¿Estará trabajando?
Todo esto era sumamente sospechoso. ¿Cómo sabía Mariela que era éste y no el otro corralón? Es cierto que el otro era muy pequeño como para tener un sereno. Aunque por otro lado, justamente…
—Toto dijo que era sereno. Los serenos trabajan de noche.
—Por ahí hoy está haciendo alguna changa acá o tiene doble turno… Mirá si justo está y no lo saludamos. Sería re descortés.
¿Qué tanto hay que hacer para resultar descortés con el hijo de puta que te coge dos veces a tu novia cada cuatro semanas y ni siquiera dice hola antes de penetrarla?
—Vamos a saludar, Guampi. —Me tomó de la mano y me arrastró hacia el corralón, que era una especie de playón lleno de bolsas y pilas de lozas, arena y materiales, y tipos grandes y ásperos yendo y viniendo con paso cansado por el sol—. Además, me da curiosidad ver dónde trabaja. 
Tampoco entenderé nunca por qué las mujeres siempre quieren ver el lugar donde trabajan los hombres que se las cogen.
El corralón estaba emplazado en un lote grande en verdad, al menos cuatro lotes de ancho, rodeado de una pared de ladrillos con revoque al paso, y una apertura en medio para que entren y salgan camiones. Solamente cruzar ese portón ya abierto me hizo sentir pequeño, insignificante. Estaba llenos de hombres mayores, la mayoría grandotes y todos rústicos, no malos, pero sí rudos de haber llevado una vida en condiciones durísimas. Iban en cueros por el calor, y los músculos brillaban al sol. Mariela sonreía y miraba para todos lados, con la misma excitación de un niño en Disneyworld.
—Preguntá, mi amor, preguntá —me tironeó Mariela, extasiada. Yo no quería hablar, pero los tipos empezaron a mirarnos, es decir, a mirarla a mi novia, que vestía un pantalón blanco ajustadísimo que le marcaba toda la cola, y un top escotado que provocaban ganas de cogérsela ahí mismo.
Le hice caso, más para huir de las miradas que otra cosa.
—¿Por casualidad está Toto? —Se nos acercaban formando un círculo irregular, dependiendo desde dónde venían. Eran cinco o seis, pero aparecían más. Siete. Ocho, ahora—. Toto… un señor un poco gordo, hincha de Boca… —Me miraron apenas un segundo, sin entender, con sus ojos desnudando a mi novia.
Uno, más despierto que el resto, o menos zombi por el calor, señaló una casucha de madera despintada de rojo, como a cincuenta metros, y habló de una manera tan cerrada que les juro que no parecía castellano.
—Le encuentra allá en el vestuario, ahí en el rojo.
Me llevé a Mariela de la mano y a paso firme, sabiendo que ocho tipos le estaban taladrando el culo embutido en ese jean blanco que ella solía mover muy sensualmente al caminar.
El supuesto vestuario era una casilla de madera que se iba a venir abajo en cualquier momento. Subimos dos escalones de madera y, como la puerta estaba abierta, Mariela se mandó y yo con ella. Adentro había cuatro hombres alrededor de una mesa, jugando a las barajas.
—¡Toto! —exclamó Mariela con la alegría de un amigo entrañable.
El gordo se sorprendió un poco, pero no tanto como yo me hubiera imaginado. O allí iban a visitarlo otras damas, o de alguna manera imaginaba que Mariela pasaría a verlo. Los otros se congelaron al ver la juventud y la belleza de mi novia, y sonrieron cómplices cuando Toto se levantó para saludarla, estoy seguro que sabiendo a ciencia cierta que se la cogía, a pesar de que ella aún me tenía tomada de una mano. Fue algo humillante y me sonrojé.
—Chinita… ¿Cómo era que te llamabas…?
Hijo de puta, se la había garchado más de media docena de veces, tratado como un pedazo de carne de desleche y ni recordaba su nombre.
—Mariela —dijo ella, pura sonrisa, sin que pareciera importarle el menosprecio recibido. Como el gordo ya había rodeado la mesa y estaba junto a ella, mi novia lo saludó con un beso en la mejilla.
Toto aprovechó la cercanía y la tomó de la cintura como si fuera suya.
—Viniste con el cuerno —dijo sin burla, más bien como describiéndome. Los otros tres tipos rieron por lo bajo y cruzaron miradas.
Mariela trató de salvar mi honor.
—Él es mi novio —me presentó ante la jauría—. Es muy bueno.
A Toto no le importaron mucho ni las formalidades ni mi presencia. Bajó la mano desde la cintura de mi novia y le tomó el culo por completo, de una manera bárbara, posesiva.
—Muchachos, después seguimos con la partida de truco, tengo que hablar un rato con la chinita ésta. —Los tres tipos se levantaron entre risas y comentarios festivos. Me puse rojo como un pimiento—. Vos, cuerno, también te vas.
La seguridad con la que Toto me mandó a pasear me sorprendió. Todas las otras siete veces que lo había visto intervenir con nosotros, simplemente llegaba y se garchaba a mi novia sin más. Sin siquiera decir hola. Era la primera vez que se dirigía a mí fuera de la cama, no sabía que podía ser tan determinado a la hora de procurar algo. 
Mariela me soltó la mano y me besó en la nariz.
—Obvio que solo vamos a hablar —dijo lo suficientemente alto como para que también escucharan los tres tipos que ya se iban—, vinimos a saludarlo, ¿no?
Yo comencé a girar para dejarlos solos. ¿De qué iban a hablar? Observé por primera vez el interior. Parecía una mezcla de merendero y vestidor. Una mesa y alacenas acá, pero hacia el fondo había unos lockers metálicos cayéndose a pedazos, una banca larga con el asiento almohadillado y aún más allá una ducha que goteaba. La luz que entraba por unas ventanas bajas le daba al lugar un aire de película vieja.
—Solo saludar, ¿no? —dije ya saliendo, con Mariela empujándome amorosamente para sacarme de la casucha.
—Sí, cuerno —se escuchó a Toto desde adentro.
Y Mariela, en vez de reprenderlo o consolarme, se rio como una tonta.
—Sí, me va a hablar, nada más…
¿Me la iba a garchar? Era obvio, pero no podía ser. Así y todo, con esa negación consciente de que en un minuto me la iba a clavar nuevamente, me alejé de la casilla, a la que ya mi novia le cerraba la puerta.
Los tipos del corralón se me quedaron mirando como si fuera el mayor cornudo de Alce Viejo (y no, no lo soy: hay un concurso que se hace todos los años y nunca fui siquiera nominado). No había burla en su mirada, salvo uno que otro; más bien, incomprensión. Casi en lo que tarda un encogimiento de hombros, los tipos volvieron a sus tareas y me dejaron completamente solo.
Solo, con los primeros gemidos de mi novia sonando aún suaves y apagados por la madera del vestuario. Gemidos que hice como que no escuché, por lo que me fui a hacer tiempo debajo de uno de los pocos árboles que había en el corralón.
Desde ahí tenía a tiro la casucha roja, como para ver cuándo salía mi novia. Pero pasaban los minutos y nadie aparecía. En cambio sí pude ver que cuando alguno de los peones andaba cerca, cargando o llevando algo, inmediatamente hacían un alto y pegaban el rostro a una de las ventanillas, con las manos a cada lado de la cara, para darse sombra y ver mejor hacia adentro. Espiaban unos segundos y regresaban a llevar la carretilla o cargar la bolsa de cemento, siempre moviendo la cabeza con una sonrisa de complicidad.
“No puede ser que me la esté cogiendo —me lo seguía negando—, hoy no es día del amarre, Mariela no lo permitiría”. Pero los tipos seguían yendo uno tras otro a espiar dentro, y todos regresaban riendo o haciendo comentarios festivos. Por otro lado, los gemidos rítmicos e incesantes de mujer ya se escuchaban desde la sombra de mi árbol. Decidí ir yo también.
Pero no espié, no iba a ser un pajero perverso como los otros. Golpeteé la ventanilla y ésta se abrió, y apareció el rostro de mi novia, sudado y medio despeinado, moviéndose como si de atrás la estuvieran empujando a topetazos rítmicos.
—Guampi, ¿qué querés…? —me dijo jadeando.
—Me dijiste que iban a hablar… Y te están cogiendo…
—No, no, mi amor…
Desde donde estaba no veía lo que sucedía detrás de ella, pero sí me llegaba clarísimo el ruido de choque de carnes, cadencioso como un tambor marcando el ritmo de un ritual de fertilidad.
Fap… fap… fap… fap…
—Te estás dejando coger por ese Toto, y ni siquiera es la fecha del amarre…
—Mi amor, no es lo que parece… Ahhh… Después te explico bien y vas a ver… Ahhh… Andá para allá… Esperame abajo del árbol que acá te va a dar mucho el calor… Ohhhhh… —Empecé a quejarme otra vez y ella suspiró fuerte, casi un gemido, cerró los ojos y me terminó la charla—. Dejalo hacer a Toto un rato, no hagas el papel de cornudo delante de todo el mundo, ¿sí?
—¿Me… me estás haciendo cornudo?
Fap… fap… fap… fap…
—Nunca, mi amor, nunca… Ahhhh…
Y sin más cerró la ventanilla y me dejó otra vez al sol.
Me alejé. Me alejé lo más posible de los gemidos de mi novia. Si ella me decía que no se la estaban cogiendo, se supone debía creerle. ¿Por qué me mentiría, si ya la había visto cogida varias veces con el cuento del amarre? 
Así que me alejé. Como un zombi entre todos los tipos que iban y venían con trabajo sobre sus espaldas. Me alejé tanto que sin darme cuenta llegué al portón de entrada (o salida). Ahí vi la oficina de administración, de este lado. Era fácil reconocer que allí se cocinaba todo: era la única casilla de cemento, con una ventana espejada para no ver hacia el interior, un motor de aire acondicionado y cerradura en la puerta. 
De la oficinita salió un viejo campechano de cabello cano, bastante bien vestido y con sombrero blanco, como un cowboy de Las Vegas. Se me vino con gesto despreocupado, feliz como un amigo que cae de visita sin avisar.
—Hola, nene —me saludó con amabilidad—. ¿No viniste a comprar, ¿no?
Miré instintivamente a la casilla roja despintada en la que no se estaban garchando a mi novia, y metí mis manos en los bolsillos, como para callar.
—N-no, no… vine… Pasé de visita, nomás.
El viejo era pillo, se le notaba. Tenía ese aire desvergonzado sin ser ordinario, que tanto gusta a las mujeres mayores.
—¿Esa con la que entraste es tu novia? ¿O tu hermana?
—Mi… novia… 
¿Otro más que iba a ir a espiarla? Este tipo evidentemente era el dueño del corralón. Si iba a ir a espiarla, se la iba a coger también él.
—La vi cuando entraron. Desde ahí veo todo, ¿sabés? —Sabía, yo era cornudo pero no tonto—. Linda, tu novia, muy buena presencia. Y parece despierta —dijo mirando hacia la casilla roja—. ¿Sabés si está buscando trabajo? Porque se nos fue la empleada y yo con la parte administrativa… me las arreglo, pero tendría que estar acá controlando a estos animales y haciendo ventas en las obras.
Me hablaba como a un hijo o un sobrino. Creo que salió más para hablar con alguien que hubiera ido a una escuela que para ofrecerme realmente lo del trabajo.
—La verdad… No sé, recién terminamos el colegio… 
A golpe de vista había al menos doce hombres rudos y fornidos, entre viejos y jóvenes, todos mucho más viriles que yo, que tarde o temprano me la terminarían garchando todos y cada uno de ellos. Jamás le diría a Mariela que había un trabajo para ella en este lugar.
—¿Y qué pasó con la otra empleada? ¿Se jubiló?
—Nah, tonterías… El marido se cansó de que se la cogieran… Es que ella era bastante… —hizo el gesto con sus manos como si hablara de tetas grandes— carnosa, no sé si me entendés. Era mucha mujer para ese viejo… Y bueno, ella estaba en edad de merecer… y acá se la fueron garchando todos… Yo no, ¿eh? Para mí el matrimonio es sagrado. Pero acá los muchachos no respetan nada. Y yo no me voy a meter en la cama de mis empleados. Si ella quería acostarse con todos, cosa de ella. Hasta mandó a poner una cama en aquel galponcito abandonado, ¿ves? El verde. Yo me hice el desentendido, se supone que no sé que en el corralón hay una cama. ¡Si se la habrán cogido ahí…! ¡Ja! Todos los días. Y a veces a la noche. Le decía al pobre cornudo que tenía que hacer horas extras y se encontraba con algún empelado para matarse en la casilla verde… Acá, yo sé todo lo que pasa. Todo.
—No creo que mi novia sepa nada de administración… —dije con el mentón temblando. Y a esta altura, rogando que Mariela no saliera de la casilla roja, aunque se la estuvieran garchando.
—Qué lástima. Porque me estoy volviendo loco con el papeleo, y puedo pagar bien… ¿Y no conocés a nadie más? ¿Una amiga? ¿La novia de un amigo? ¿Una prima?
Pensé en Laurita, la mujer de mi amigo Leticio. Aunque eran jóvenes como nosotros, estaban criando ya a su tercer hijo —los tres, sospechosamente parecidos al Leche, el dueño del taller mecánico donde prácticamente vivían— y siempre estaban necesitando dinero.
Sin embargo, dije:
—Mi mamá.
El cowboy de Las Vegas sonrió con inquietante interés.
—¿Qué edad tiene tu madre?
Yo tenía 18. Mamá me había tenido jovencita.
—37.
—Ah, qué bien… —festejó con cierta lujuria imprevista—. ¿Y lo conoce a Toto?
¡Carajo! ¿Cómo sabía que mi novia y yo estábamos allí por Toto? De alguna manera estaba cumpliendo su palabra, en eso de saber todo lo que sucedía en su corralón.
—No —dije, y agregué como un idiota—. A papá no le gustaría.
El viejo achicó un poco sus ojos y me semblanteó. Creo que no se decidía si yo era un cornudo idiota o un cornudo asumido.
—Bueno, acá tu papá no se tendría que preocupar por Toto ni por nadie. Acá trabajan dieciséis hombres, y no sucede nada si yo no lo autorizo. Nada.
—Sí, pero usted dijo que a la empleada que se fue, se la cogían todos…
—Pero porque estaba casada con un flor de cornudo. ¿Tu papá es un cornudo?
—¡No! —dije espantado. Pero en mi cabeza regresó la imagen de unos años antes, un día que llegué del colegio más temprano y encontré a mamá empernada por el culo por tío Benito, mientras papá estaba en el trabajo. Como no me vieron, ella nunca se enteró que yo sabía que lo hacía cornudo a papá.
—Mi mamá es muy decente —dije, más como una plegaria para mí mismo.
Tampoco le iba a decir nada a mamá, aunque ella hacía rato que venía diciendo que tenía ganas de trabajar, que en casa se aburría. Creo que si tío Benito no se hubiera quedado solamente un año viviendo con nosotros, sino toda la vida, no estaría diciendo que se aburría en casa. Podría decirle a mi amigo Leticio, para que mande a Laurita. Total, él ya era un completo cornudo, lo sabía todo el pueblo.
—Fijate, nene —dijo el dueño del corralón, y me dio una tarjeta—. Que me llamen esta semana. La semana que viene ya empiezo a buscar a alguien, porque esto del papeleo no me deja trabajar…
Y se fue hacia su oficinita, con tranco ágil. Y mientras entraba me tiró al pasar:
—Andá a buscar a tu novia y decile a Toto que venga apenas acabe, que tengo que armar los turnos de la semana con él.
—Están hablando —aclaré, porque eso de “apenas acabe” podía ser ambiguo y sentí la necesidad de que el viejo cowboy lo supiera. No me escuchó, ya había entrado y estaba cerrando la puerta.


Esta vez no me asomé por la ventanilla. Quizá estaba cansado, quizá comenzaba a resignarme. La erección con la que entré aún antes de verlos, también podría explicar el por qué.
Mariela estaba medio en cuatro sobre la banca larga acolchonada, con algo bajo su estómago, un almohadón sucio y pulguiento, para elevarle las ancas y dejarlas a merced de Toto. Y Toto bombeaba. Le había bajado los jeans a mi novia, que ahora los tenía amontonados a la altura de sus rodillas flexionadas, y le había corrido la tanguita blanca para un costado, para franquearle al vergón su trabajo de entrar y salir.
—Me dijiste que solo iban a hablar… —le reclamé.
La maldita gemía sin parar, como quien respira. El fap fap de las carnes era más rápido y fuerte que cuando yo los escuchaba del otro lado de la ventana.
—Después te explicoooohhh…, Guampablo, después te… Ahhhhh… 
Callé. Aunque me la había garchado ya muchas veces, ver a ese gordo hijo de puta taladrar a mi mujer con su chorizo hinchado y oscuro de sangre me seguía resultando hipnótico.
—Toto, su jefe lo busca en la oficina de adelante —atiné a balbucir. Me sentía un idiota.
Toto ni siquiera giró para mirarme o disculparse. Simplemente siguió bombeando. Tomaba a mi novia de las nalgas, a veces subía un poco el manoseo hasta la cintura para agarrarla con firmeza y llevarla hacia él con más fuerza. La cola de mi novia se iba para adelante con cada topetazo, pero ella se tiraba para atrás en el mismo segundo, haciéndola hipar el jadeo y clavándose la pija hasta los huevos.
—Cornudo, tu novia está tan… tan buena… —gimió libidinoso Toto. Me miró, me sonrió burlón y volvió sus ojos a la penetración que ejercía sobre mi amorcito—. ¡Por Dios, qué buena que está…!
—Toto, me pidió su je…
El gordo no me escuchaba.
—Le voy a hacer la cola… Sabelo, cuerno…
Eso me espantó. La cola —de alguna manera— quería conservarla para mí. Aunque cada vez estaba más seguro que mis amigos se la habrían hecho cuando todavía no salía conmigo.
—No, Toto, la cola, no. ¡No sea hijo de puta!
—Tranquilo, cuerno, ahora no hay tiempo. A la noche… Cuando me vengan a ver por las noches se lo voy a ir haciendo…
—¿Qué noches? ¿De qué habla?
Mariela giró su cabeza empapada de sudor, que se seguía agitando con cada topetazo. 
—Nos pareció una buena idea venir a ver a Toto una vez por semana, para mejorar lo del amarre. Pero a la noche, de día hay mucha gente y el jefe se lo puede tomar a mal.
—¡La noche es muy larga!
Si a la tarde me la garchaban un par de horas, a la noche me la iban a coger toda una jornada laboral.
—Acá es peor, mi amor. Acá está lleno de hombres y no van a entender que es por el amarre, se van a creer que me dejo coger por puta y que vos sos un cornudo. Y no quiero que piensen que sos un cornudo.
—N-no, yo tampoco. Pero ya te coge dos veces cuando vamos a lo de Matanga… 
El diálogo era surrealista. Toto seguía dándole bomba a mi novia, que me hablaba como si le estuvieran haciendo la manicura en un salón de belleza. Yo miraba alternadamente la cogida obscena, la cola abierta de ella para que el vergón calce más hondo en su conchita, y también el rostro de mi novia, tajeado de sus cabellos transpirados por el sexo.
—Toto me dijo que cuanto más me haga el amarre, mejor para nosotros como pareja. Es como el sistema que implementan con mi tía, a vos te gustó ese sistema, ¿no?
Nunca había dicho que me gustó que esos hijos de puta se siguieran garchando a su tía hasta el día de hoy, aunque imaginar ese culazo clavado por estos dos sinvergüenzas era toda una imagen. ¿Mariela habría descubierto que mi pijita se había parado, cuando me lo contó?
Toto de pronto frenó y me miró serio.
—Me estás distrayendo, cuerno. Te la quiero llenar de leche y vos con toda esta charla pelotuda… Andá a avisarle al patrón que voy en cinco minutos.
No quería dejar de ver cómo me la cogía a mi Marielita.
—Pero es que…
—¡Andá, te digo!
Bajé la cabeza y giré para salir. Y en esa claudicación, Mariela se desinfló con un suspiro ancho de placer.
—Ay, síííííhhh…
Cerré la puerta a mis espaldas, pero minga que iba a ir avisarle a nadie. Que se arregle Todo con su jefe, después. Di la vuelta y me asomé por una de las ventanillas que estaba al otro lado, desde donde nadie me podía ver espiando. Aunque un poco más lejos, se podía ver mejor.
Distinto que Matanga, y fiel a su costumbre, Toto no hablaba cuando se cogía a mi novia. Simplemente la usaba. Gozaba del roce enguantando su verga, disfrutaba de manosear ese cuerpito frágil, joven y perfecto, y solo bombeaba y bombeaba y bombeaba como si fuera el último polvo de su vida.
Mariela tampoco decía nada, resoplaba como una yegua de carrera en los últimos metros. Pero las manos la vendían. Primero se agarraron del top blanco que había quedado colgando de la banca. Lo tomaba con fuerza, y apretaba más con cada pijazo del gordo seboso. Pero cuando su abusador comenzó a bombear ya de manera salvaje, cuando empezó a zamarrearla como un pedazo de carne, buscando el máximo placer sin importarle mucho o nada el placer de mi novia, ahí la turra de Mariela soltó el top y se aferró a las patas metálicas de la banca, para sostenerse, para no irse hacia adelante con los pijazos furiosos a los que se dejaba someter. Ahí sí empezó a gemir fuerte, creo que incluso con algo de dolor. Me di cuenta por su rostro, achinado, apretado como su conchita en ese momento, que además de impedir caerse por delante de la banca, también buscaba que la perforación la golpeara hasta los huevos. Quería tener toda la humanidad venosa de Toto bien bien adentro suyo.
Y Toto empezó a acabar.
—¡Te lleno, pedazo de puta!
La tomó de los cabellos, arqueándola hacia él, y mandó el primer lechazo al interior de mi novia.
—Síííííhhh… —jadeó ella. Y Toto mandó la segunda cuchillada bien profunda—. Sííííhhhhhh… —volvió a jadear.
Ya había visto al gordo acabarle a mi novia varias veces. Y no dejaba de impactarme. Tercer pijazo a fondo. Cuarto. En el quinto dejó la verga clavada por unos segundos, empujando con todo y apretando los ojos, dejando dentro de mi novia hasta el mate cocido que había tomado a la mañana.
—¡Toda esta leche es tuya, hija de puta!
Y le dio un nalgazo fuerte, muchísimo más fuerte que cuando se la cogía en lo de Matanga. Mariela gimió como si soltara un deseo, hincó su rostro ante la banca y murmuró algo que no pude oír. 
Y otra vez Toto a bombear, más suave ahora. También le aflojó al cabello, y en cuestión de un minuto el gordo roñoso le escurrió lo último y con un suspiro agitado por el esfuerzo, retiró el vergón todavía grueso y lustrado de los flujos y el semen de la cogida, y lo apoyó completo sobre la raya de la cola que tenía ahí adelante, ocupándola toda. Ver el vergón oscuro y todavía latiendo sobre la piel de porcelana de mi novia me estremeció.
En fin, Toto llevó su cuerpo hacia atrás, se puso de pie, se subió los pantalones de fútbol y sin decir nada se retiró rumbo a la oficina de concreto de su patrón, el que parecía un cowboy viejo de Las Vegas.
Mariela se recostó sobre la banca, más exhausta que su macho. Así que rodeé la casilla y entré para estar con ella.
Me sonrió llena de dulzura al tenerme arrodillado a su lado. Acercó su rostro y me besó.
—Quizá sea mejor venir dos noches por semana a que Toto me refuerce el amarre… ¿Qué te parece?
—¿Dos… veces…? No, no me parece… Ya una es demasiado, ni siquiera sé por qué te coge en lo de Matanga, en primer lugar.
Ella me dio otro besito cortito en los labios y se reincorporó con dificultad. Comenzó a vestirse despacio.
—Sí, tenés razón, mi amor. Dos veces por semana le podría dar la falsa idea de que soy una puta.
Nos fuimos del corralón para nuestro barrio. No fue hasta llegar a él que nos dimos cuenta que su pantalón apretado y su top, blancos los dos, estaban sucios y marcados con manos grises y negras por todos lados, como si alguien se la hubiera estado cogiendo en un corralón. Mariela me dijo que no me preocupara, que todos pensarían que las marcas de magreo eran mías. Pero todos en el barrio ya comenzaban a saber que Matanga y Toto me la cogían una vez por mes. Se empezaba a rumorear que Mariela era bastante putita y yo un cornudo asumido. Rumores totalmente infundados, claro, pero ya saben cómo son los chismorreos de barrio.
Por cierto, ya desde esa misma semana, mientras hacía su turno de sereno en el corralón, Toto me la empezó a coger dos noches por semana.


Fin del Capítulo 3


PREGUNTA PARA UN POSIBLE SPIN-OFF*: 
¿A quién te gustaría que Guampablo le avise del trabajo de secretaria en el corralón?
a) a Laurita (del relato “Laurita Dijo Sí”).
b) a su madre.
NOTA: La respuesta elegida será utilizada para un unitario o miniserie aparte, independiente del relato EL AMARRE.
*Un SPIN-OFF es una historia independiente que se desprende de una serie. Suele tener sus propios protagonistas e historias, aunque pueden compartir personajes, lugares, temas, etc.


EL AMARRE 03 — revisión 1.1 (24.02.22)

16 COMENTAR ACÁ:

Cornudo Secreto dijo...

Voto por inciso a) a Laurita.

pedro picapiedra dijo...

Hola Rebelde.
Gracias por el relato, muy bueno como todos los tuyos.
Voto por b
Saludos

master75 dijo...

Hola, te felicito por volver a escribir. Mi voto va para Laurita.

Cat dijo...

A su madre. Que todo se quede en familia... jeje

Anónimo dijo...

Excelente relato! voto por B

Anónimo dijo...

B voto

Mario M dijo...

Para mi, pero que le avise a Laurita. Pero en mi opinión, Togo podría decirle Mariela una noche y ella le dice que va a aceptar el trabajo.

pui dijo...

¡Qué bueno empezar a leerte otra vez, Rebelde! Voto por la madre! (opción B)

Anónimo dijo...

Excelente relato. Voto b

¿Quieres practicar Ving Tsun? Contactate !! dijo...

Esta consulta omite la obviedad más clara.
Ya le dá a la novia. Que la sigan usando y simplemente deberías contarnos de un macho diferente cada noche.
Y también que venga la madre, se haga mucho la difícil. Y que cada vez que se la cojan sea como un logro. Casi que se entregue forzado. En un relato que sólo le corran mano y a ella no le guste, pero descubra de alguna forma que se mojó. En otro que llegue a agarrar pene, pero no a chupar. No sé, que lo bese por los bordes. O que el olor y el quesito la vuelvan loca. Que en otro si empiece a felar, y en otro que coja. Que esté apretadita por el no uso.... Algo por ahí se me ocurre.

Fede dijo...

Opción b)

Muy muy buen relato

Pedro Picapiedra dijo...

Hola

Creo que Rebelde buey no necesita consejos para escribir los mejores relatos.
Deberias escribir y aplicar esas ideas que tienes.
Saludos.

Rebelde Buey dijo...

creo que se entendió mal la "consigna", y es culpa mía por no explicarlo. El relato EL AMARRE seguirá su curso planeado (y ya a medias escrito), que se centra en la parejita protagonista y su evolución con el cuento del amarre, como excusa.
LA PREGUNTA DEL FINAL es para saber qué spin-off o historia aparte les gustaría que desarrolle al final de la miniserie El Amarre.
PD: voy a poner este mismo texto en el cuerpo del relato, para corregir cualquier malinterpretación a los próximos lectores.

Rebelde Buey dijo...

Hola, Ving Tsung.
En uno de los comentarios de abajo hice una aclaración que contesta en parte a tu comentario. La otra parte es algo que alguna vez aclaré pero viene repetirlo bien porque los lectores se van renovando y los nuevos no pueden estar al tanto de todo lo que se escribió en el pasado. Y es lo siguiente:
Todos los relatos, pero en especial las series o miniseries, tienen un ADN único, temas, recurrencias, patrones y motivos propios, que los hace distintos a otras series. De esa manera, cada serie tiene su singularidad (a veces lo logro mejor, otras no tanto). Porque si en todas las serie hago que los personajes que cumplen cada rol hagan "de todo", al final todas las series se van a parecer unas con otras. En el caso de EL AMARRE, la protagonista es la novia, y eso no puede cambiar. Como tampoco puede cambiar esa ambigüedad que maneja entre la inocencia, la desfachatez y el goce (a lo sumo podría evolucionar lentamente para terminar definido en alguno de los tres, o en otra cosa) Si cambiara alguna de éstas u otras cosas que componen el ADN, quedaría raro (como ejemplo, imagínate que a partir de ahora Toto comience a tratar a Mariela con tiempo, dedicación, respeto y se preocupase por los orgasmos de ella. Imposible!).
Sí se pueden hacer evoluciones, por supuesto. O nuevos personajes que se contrapongan a alguna característica de la pareja o de algún protagonista. Pero ojo, no porque sí. Debe haber un propósito para hacer eso (como en LA CASA VIEJA EN EL ABASTO), debe significar algo para la historia o para los personajes (por ejemplo, en LA ISLA DEL CUERNO, cada personaje va cambiando a lo largo de la miniserie para transformarse casi en lo opuesto, pero por razones que cada uno traía de manera solapada: la culpa del cornudo por castrar a su esposa, convertida en permisividad, y la rebeldía de la mujer ante la represión social de todo lo que ella sentía que debía ser.
Pero por suerte para tus deseos, en EL AMARRE se vienen más machos que van a usar a nuestra novia Marielita, así que algo de lo que te gustaría, vas a tener =D

Anónimo dijo...

Hace rato que no entraba y me encontre con los ultimos relatos... excelente nivel, como siempre... yo diria que le tiene que decir a ambas, le dice a una... se arrepiente, le dice a la otra... terminan laburando las 2. Ja... pero como decidas, va a estar mas que bien.

Anónimo dijo...

—¡Dale, cuerno, limpiá!

Unico!!!

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