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sábado, 31 de agosto de 2019

Jordy 05 [Ayudá a Decidir a Prudencio]


J O R D Y  5
Por Rebelde Buey

La tuve un segundo en vilo, sólo un instante.
—Casémonos —le dije finalmente.
Y ella explotó de júbilo.
—¡Mi amor! —casi gritó, se alzó sobre la mesa, me tomó la cara con sus dos manos y me zampó un besote ruidoso y prometedor. Su perfume dulce me llegó al alma; y su proximidad, sus pechos, prácticamente pegados a mí por un segundo, me la pusieron de piedra. ¡Carajo! Iba a estar con este mujerón toda la vida. ¡E iba a ser el único en el mundo que se la iba a coger a diario, como Dios manda!
Ella se desprendió de mi boca y quedé un instante con los ojos cerrados. Temía que al abrirlos despertara y estuviera solo en mi camita de una plaza, como una noche cualquiera.
—No esperaba menos de vos, Prudencio. Un verdadero hombre que se hace cargo de sus asuntos.
Tenía que ser mi asunto, ¿no? Ya me lo había dicho ella, y no tenía por qué desconfiar. En mi ignorancia me resultaba raro, al menos poco usual, que saltara el embarazo a las 48 horas, pero cosas más raras me habían sucedido en los últimos días. Como que yo me hubiera cogido a ese hembrón y ahora me fuera a casar con ella. 
—Vamos a casa a festejar —me dijo con una sonrisa y un guiño. 
El siguiente beso fue en su living, como el sábado a la noche. Con la misma pasión, como si nada malo hubiera habido en el medio, como si negar lo sucedido fuera una pócima mágica para que no volviera a ocurrir. En el fondo tenía sentido, ella ya me conocía, no había nada por qué decepcionarse. Aceptarme como su marido, el padre de su hijo, tenía cosas buenas y malas, como en cualquier relación. Algunos hablaban demasiado fuerte, otros roncaban... Yo la tenía muy muy pequeña.
Nos quitamos la ropa con ganas. Desnudarla fue todavía más placentero que el sábado, esta vez no estaba pendiente de que descubriera que no tenía la pija de caballo que le habían dicho. La manoseé con fruición pajera, le amasé las tetas, el culo, los muslos… ¡todo! Ella se quitó la ropa y me la quitó a mí. Y quedé ahí frente  ella, otra vez, con mi pijita parada y una sonrisa pendiente.
Entonces fue como si se le fuera toda la pasión de golpe, dijo “Bueno” con una resignación que me desorientó un poco, se dio vuelta sobre la cama y me ofreció su culazo y la conchita, que quedó a mi total merced.
Me la garché mejor y mucho más fuerte que el sábado. Ella tuvo la cortesía de no revisar sus mensajes, aunque ni transpiró un grado mientras yo me le cabalgaba como un poseso.
En un momento le sonó el celular, y mientras yo la bombeaba con furia, no sólo atendió sino que se puso a hablar con un amigo y le contó la novedad.
—Hola, Nico —saludó alegremente al que había llamado. Le dijo hola como quien llega a un almacén y conoce a la almacenera, y yo siempre atrás dale que dale—. ¿A qué no sabés la última última úuuultima novedad? Estás hablando con la señora Jordy —Mientras me la cogía, yo le hacía señas para que cortara. Ella miraba al frente, no me podía ver—. ¡¡Sííííí, me voy a casar!! ¿podés creerlo?
—¿Quién es, mi amor? —le pregunté, más para que girase hacia mí y decirle que corte. Jordy hizo un ademán con la mano libre, que podía interpretarse como un “esperá, después te digo”, o bien “no molestes”.
—Sí, es que quedé embarazada y… No, esta vez está confirmado. Sí, sí… ¿Cómo de quién? Del padre, de mi futuro marido… No, qué Emmanuel… No, don Perno menos… Sí, ya sé que don Perno… Sí, pero no es él… No, don Brótola tampo… ni Remolacha, no…
—Jordy…
Fap fap fap hacía mi panza contra su cola. Me preguntaba si ella siquiera sabría que me la estaba cogiendo.
—No, no vas a adivinar nunca, no es ninguno de los chicos… ni de los viejos… ni de los de Ensanche… No… Es Prudencio, uno de los jornaleros de don Perno… 
—Jordy…
—Sí, de los jornaleros… Porque quería a alguien decente para mi hijo… No te rías, Nico… No, no es un cornudo… Sí, ya sé que todos los jornaleros son cornudos, pero… No, Prudencio es el único soltero, así que todavía no es cornudo…
—¡Jordy! —casi le rogué.
—¿Qué, Prudencio? Estoy hablando, ¿no me ves?
La tenía culo para arriba regalada a mi bombeo, yo tomándola de las ancas.
—Te acabo, mi amor.
—¡Ay, sí, dale! —me sorprendió con una sonrisa y felicidad, como si la hubiera invitado de pronto a un recital de los Backstreet Boys, o al que sea que esté de moda ahora.
Y acto seguido giró y volvió a su charla con su amigo.
—Te dejo, Nico, que mi futuro esposo me reclama... 
—¡¡Ahhhhhhhhh…!! —empecé a acabar.
—Mañana en el gimnasio te cuento todo con lujo de detalles…
—¡¡Ahhhhh Jordy, mi amor, colgáaahhh…!! ¡Ahhhhh…!
—...y de paso se enteran también los chicos… 
—¡¡Oh, por Diossss Jordy… Ahhhhh…!!
—Dale, besito, hasta mañana…
—Jordy, mi amor… ohhh…
—¿Qué, Prudencio?
—Qué… Qué increíble que fue… por Dios…
—Ay, sí, Prudencio, estuviste maravilloso… 
Como no me rechazó ni se lamentó, tomé todo aquello como una buena señal.
—Conservemos este momento, amor —me dijo tomándome ambas manos con las suyas—. Porque hasta la noche de bodas no quiero que volvamos a hacerlo.
—¿Hasta… el casamiento?
—Soy muy católica, Prudencio. Ya sabés cómo somos las católicas con el tema del matrimonio. Más que nada por mamá, no tanto por mí. Ella querría que me guarde hasta ese momento, ¿no?
La miré confundido.
—Lo decís como si fueras virgen, y no te quiero ofender.
—No me ofendo, te entiendo. Y no estoy diciendo que de pronto me convertí en una santa, pero miralo así: voy a ser madre, tengo un hijo adentro. Hay muchas cosas que hasta la semana pasada habría hecho sin chistar y ahora no creo que sean correctas. Quisiera, por respeto a nuestro hijo, tomarnos un tiempo, son una o dos semanas hasta que hagamos los trámites y nos casemos por civil. ¿No podemos aguantarnos dos semanas?
—Sí, mi amor, claro que sí…
Si yo podía aguantar dos semanas sin cogerme ese cuerpazo, imagínense Jordy, que prácticamente ni me sentía cuando estaba adentro. Ella podría aguantar todo un año, seguramente más.
—Está bien, mi amor. Me aguanto hasta la noche de bodas, por respeto a la criatura que estás gestando en tu pancita…
Le toqué la panza, imperceptible hasta ese momento, y me sonrió.
—Sos muy dulce, Prudencio. Gracias.


Al Emmanuel y sus amigos no les dije que la Jordy me iba a mantener en abstinencia hasta la noche de bodas. ¿Pa’ qué? Eso me haría ver como un perdedor. Y yo no era ningún perdedor. Me había enganchado a la Jordy, una de las chinitas más lindas del pueblo, ¿no? Eso me ponía en el mismo nivel de los hijos de los patrones. Claro que ellos se cogían a un montón de Jordys, no solo a una, y no se casaban, se las seguían cogiendo incluso cuando las chinitas en cuestión pasaban por el matrimonio.
Porque aunque a ustedes les cueste creerlo, las mujeres de Alce Viejo son bastante putas. Y no dejan de serlo cuando se casan, al contrario, a veces incluso se desatan más. 
Igual, yo no me quería parecer al Emmanuel y los otros solo por no ser un perdedor. Quería ser uno del grupo para que no me la terminaran cogiendo. 
Mi juntada con ellos se hizo para informarles del casorio, pero íntimamente quería ganármelos como pares, así descartaban a Jordy para hincarle los colmillos. Porque ya se la habían cogido, y si iban a la carga de nuevo, con mi pobre desempeño actual, no sabía realmente cuánta voluntad podría sostener mi Jordy.
Lo tomaron muy bien, aunque no se sorprendieron tanto como yo me esperaba. Casi como si lo hubieran esperado de antemano. Creí que había logrado mi objetivo de emparentarme con ellos, mas cuando terminó el almuerzo volví mi rutina de enzanjar la tierra para ensemillarla y fue como si de pronto me hubiera aparecido solo en una fiesta sin gente.
El Emmanuel se portó como un amigazo. Se puso a mi disposición para lo que yo quisiera, y me dijo que si tenía algún problema los primeros meses con el crío —que al parecer gastan mucho, hasta me podía dar una mano, que él velaría para que ese chico no pasara ninguna necesidad. Un amigazo resultó el Emmanuel. Jordy lo quería de padrino y a mí me había dado desconfianza. Ahora veía que ella, como en todo lo demás, tenía razón.
Al otro día les di la noticia a mis compañeros jornaleros. Y contrario a lo que creí, no se mostraron tan exultantes. No es que no se alegraron por mí; lo hicieron. Pero muchos guardaban una expresión algo sombría, que al principio no entendí. Unos u otros en algún momento del día se me acercaron en solitario para hacerme algunas advertencias.
—Prudencio, pensalo bien… —me encaró en un momento Celino. Celino era el marido de Zara, una morocha con tremenda cara y cuerpo de puta. Celino era el último cornudo de los jornaleros. Incluso había tenido la suerte de pasar a la plantilla de Administración, pero por una cosa u otra se terminaron garchando a su mujer. No sólo el Emmanuel y don Perno, que medio les corresponde por ser sus patrones, sino también sus nuevos compañeros de Administración. Vaya a saber por qué, supongo que por la vergüenza de ser el cuerno de la oficina, el Celino se volvió con nosotros. Que total sabe que son todos cornudos y su humillación se difumina en la humillación del grupo.
Ah, porque no les dije:
A casi todos los jornaleros les cogían a sus mujeres. El Emmanuel, el Julito y los otros chicos, y no solamente ellos: don Perno y los padres de los amigos de Emmanuel —que a su vez son patrones en los campos vecinos—, también. No sé cómo es la cosa, ni cómo empezó, pero somos doce jornaleros, once casados o de novios, y ahora doce conmigo. De los once, cinco son cornudos conscientes, es decir, aceptan resignados que sus mujeres se abran de piernas ante los patrones o sus hijos. ¡Y nadie dice nada! Ellos, porque no van a aceptar que lo son, y el resto, para no ponerlos en un brete incómodo. Igual, es evidente. Sus mujeres, que los pasan a buscar a la salida del jornal para ir de compras o a pasear, no vienen todas juntas, sino una cada día: lunes una, martes, otra, y así. Y no caen cinco minutos antes de las seis; no, señor. Caen como dos horas y media antes. Al principio con excusas tontas, como que venían de tal lado y les quedaba de paso, o que calculaban mal el tiempo. Hoy día ni se molestan en explicar nada. Simplemente llegan dos horas antes, vestidas siempre de eterno verano, con faldas bien cortas en culos apretados, o con escotes reveladores. Llegan, saludan a sus cornudos —dos besitos en la frente— y un rato después desaparecen en la casa que plantaron los patrones para dirigir diariamente las cosechas o las siembras. Una casa grande y simple, con living amplio, luminoso, y una habitación con una cama matrimonial enorme de cuatro plazas. 
Es de lo más extraño, porque todos sabemos lo que está pasando en la casa, y hacemos como que no sabemos. Miramos para otro lado, evitamos cruzarnos con el esposo de turno, se imaginan. Y es así cada día, siempre con una esposa distinta, hasta la semana siguiente que se vuelve a repetir la ronda. 
Pero lo más irónico es que los otros seis que observan y juzgan en silencio a los primeros cinco cornudos… ¡también son cornudos! Solo que no lo saben. Yo sí lo sé porque me junto los lunes con Emmanuel y los chicos, y entre vino y vino me cuentan cómo se garchan a sus mujeres. Van a sus casas mientras mis compañeros se desloman acá en el campito, y se las garchan sin más. A diario. Porque si no se la coge uno, se la coge otro. Y si por esas putas cosas los chicos no están disponibles (léase, se están garchando a alguna otra) las muy hijas de puta se hacen coger por los viejos más ladinos del pueblo. Ya saben —y si no, deberían saberlo— don Brotola, Remolacha, don José y Dios sabe cuántos viejos pijudos más.
Así que el “Prudencio, pensalo bien” era la menor de las advertencias.
—¡Te la van a coger el patrón y todos esos pendejos ricachones! —Yo miraba al Celino con cara de no entender nada. Así que me aclaró:— Se las cogen a todas, ¿no lo sabés? Si un jornalero tiene novia o esposa, se la cogen. Vos venias zafando porque sos soltero, Prudencio… ¡en cuanto te cases te la van a empezar a coger!
—Eso es ridículo.
—¡Abrí los ojos, pelandrún! ¿Viste la mujer del Pitillo? ¡Se la garchan! ¿La de Toribio? ¡Se la garchan! ¿Y la de Bienvenido? ¡Se la garchan! Bueno, a esa se la garcha todo el pueblo desde que eran novios y tenían quince años. Pero fijate que se las cogen a todas, también a los otros seis pelotudos que ni siquiera saben que se las cogen. ¿No te das cuenta?
—Sos un paranoico. Vos estás resentido porque el Emmanuel y don Perno te cogen a Zara. Y porque te mandaron de nuevo acá con los jornaleros.
—No, no me mandó nadie, yo quise volver para que me la cojan menos. Fijate cómo son las cosas, Prudencio, es casi como si fuera parte de nuestro trabajo dejar que se garchen a nuestras mujeres… solo que ni siquiera nos pagan más…
No hubo manera de convencerme. Por un lado porque sus argumentos eran absurdos, y me lo decía nervioso y mirando por sobre sus hombros, como si existiera la posibilidad de que lo estuvieran espiando. Y además, me doy cuenta a la distancia, porque yo tampoco quería creerle. Jordy no iba a caer en eso, me dije, ella era diferente a las otras. La mayoría de las mujeres de mis compañeros se habían liberado a partir del noviazgo o matrimonio, y sabía positivamente por cosas que me contaban los lunes, que la mayoría caían porque los jornaleros no las atendían bien.
Carajo, si era por eso yo estaba al horno.


El miércoles me dieron el día libre para hacer trámites. Nunca pensé que casarse llevara tantos papeles y permisos. Faltaba el carnet de cornudo, como me dijo en broma el del Registro Civil. Trámites, trámites y más trámites. La segunda semana preparé todo para mudarme a lo de Jordy un día después del casamiento, incluida la salida de mi propia casa.
El jueves a la tarde reservé —para el viernes, la noche de bodas — la habitación principal en la única hostería de Alce Viejo, y dejé orden de que nos recibieran con un vinito espumante y que colocaran pétalos de rosa en la cama.
El jueves a la noche fue de despedidas de solteros. Por mi lado, Emmanuel y los chicos me armaron una reunión sólo de hombres, con una puta del pueblo para que me cogiera antes de que oficialmente ya no pudiera nunca más hacerlo, pero ni la toqué porque Jordy me dijo que si me cogía a alguna trolita me la cortaba (y sin dudas se iba a enterar). Por su lado, Jordy también tuvo la suya, y yo no le pedí que no cogiera porque era obvio que la maternidad la había cambiado un montón, y en esos días no le interesaba el sexo.
El viernes a la tarde nos casamos por civil. Fue breve y no muy emocionante, fue un poco más que uno de los trámites que estuve haciendo en la semana. En la ceremonia estuvieron como testigos de tamaño compromiso don Perno —muy elegante en su traje de fiesta—, el Emmanuel, Julito, Nico, don Brótola, don José, Antonio, el Morcilla (un amigo de ella, un negrazo enorme de Ensanche, que yo jamás había visto), Botellón, Remolacha y una decena más de hombres. Mientras ella firmaba el libro, observé el grupo reunido en el recinto: excepto el juez, todos —absolutamente todos— se habían garchado a mi mujer en uno u otro momento, con mayor probabilidad en todo momento. ¡Qué suerte que el matrimonio iba a cambiar las cosas!
Firmé. Ahora estábamos casados.
Y aunque todos me felicitaban, las felicitaciones más efusivas se las llevó Jordy, incluidas algunas con manoseos leves e inadecuados, producto de la confianza de quienes han intimado, y algunos apretones de nalgas en tono amistoso y gracioso, que a mí mucha gracia no me causaron.
[NOTA: La despedida de soltero de Prudencio, lo mismo que el casamiento por civil, serán contados más adelante en dos relatos aparte, a la vieja usanza.]
El viernes a las 20 horas fuimos a la hostería de Alce Viejo, a pasar la noche de bodas y por fin coger. Pero al llegar nos encontramos con una desagradable sorpresa: se había roto un caño séptico y todo olía espantosamente mal, amén de que debieron suspender el uso del agua en todo el establecimiento. 
A Jordy casi le da un ataque. Y yo no estaba con mejor humor, hacía quince días que esperaba este momento, y de ninguna manera íbamos a hacer lo en una habitación que oliera a mierda.
—Vayamos a casa, Jordy. Hagamos la noche de bodas en el que va a ser nuestro hogar.
—Quiero mi noche especial, Prudencio. No tuve fiesta, no vamos a tener luna de miel. Al menos quiero una noche de bodas como la gente, no voy a aceptar otra cosa que no sea una noche de bodas.
—Mi amor, no hay nada que se pueda hacer. No hay más hoteles en todo Alce Viejo, y acá está imposible, apesta a baño público.
—No me importa, Prudencio, sacame de acá y llevame a un lugar como la gente. Ahora sos mi marido, seguro armaste un plan de emergencia, ¿no?
No.
—¿Cómo me iba a imaginar que a estos tipos los iba a tapar la mierda?
Ya estábamos afuera, en la vereda. Ella lucía un vestidito marrón, tan ajustado que se le marcaba cada curva del cuerpo, apretándole en la cola hasta metérsele entre las nalgas, y tan escotado que las tetotas eran un espectáculo imposible, todo volumen, toda redondez, al límite de enseñar el borde de los pezones. La gente que pasaba —tanto hombres como mujeres— la miraban con sorpresa, con admiración o con gula y hambre pajera. Jordy sacó su celular que valía más que mi sueldo de un mes y cruzó varios mensajes a la velocidad de la luz. Los tipos seguían mirándola, algunos hasta le decían cosas un poco desubicadas, que por suerte Jordy ignoraba.
No pasaron cinco minutos y mi flamante esposa levantó sus ojos del celular, sonriéndome.
—Ya lo solucioné, mi amor —me dijo con un brillo extraño en sus ojos—. Tenés al menos tres buenas opciones para llevarme de noche de bodas.
—¿Qué…? ¿Cómo?
—Crucé mensajes con todos mis conocidos que de alguna manera pueden hospedarnos en esta noche tan especial.
—¿Cuántas?
—Tres. Y todas opciones bien distintas. ¿Te las digo?
Tragué saliva. Por alguna razón comencé a tener un mal presentimiento.
—Está bien. Pero elijo yo, eh?
—No hay problema, mientras tengas en cuenta que va a ser nuestra noche de bodas, es decir, que va a haber mucho sexo para tu mujercita. Así que elegí bien, eh? Las opciones son estas:

OPCIÓN A: La casa de don Perno. Es grande, lujosa, tiene muchas habitaciones. Y como es tu patrón, seguro va a atender a tu mujer de la mejor manera. Lo malo es que como anfitrión es demasiado estricto con el desayuno: me dijo que me va a hacer tomar la leche aunque no quiera.

OPCIÓN B: La casa de Emmanuel. No es tan grande pero tiene más de una habitación, para yo poder cambiarme a solas y sorprenderte con lencería sexy. La ventaja es que allí suelen parar también cinco o seis amigos, todos hijos de los otros patrones, y van a poder atendernos mejor, y en grupo.

OPCIÓN C: la casaquinta de Lobos. Aunque don José es un poco gruñón, lo convencí de que abriera la casa por una noche. Al final me respondió que sí, pero que no va a oficiar de mozo o mucamo, así que le dije que si vamos, que contrate a Botellón y algún otro para que hagan que esta noche yo la recuerde para siempre.


¿Qué debe hacer Prudencio? Ayudalo a tomar la mejor decisión votando una de las dos opciones.
Sólo debés escribir en los comentarios OPCIÓN A, OPCIÓN B u OPCIÓN C, con tu nombre o seudónimo abajo, como si lo firmaras. Si estás logueado, tu voto vale más.

Hay tiempo de votar hasta el domingo 8 inclusive. La continuación se publicará el Lunes 16 de Septiembre, y seguirá el camino más elegido.

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NOTICIAS DEL BLOG:
En la semana que va del lunes 9 al domingo 15 de Septiembre, se re subirán todos los relatos viejos que están presentando problemas de acceso a los mismos.
Hay una falla de blogger que hace que muchos relatos entren en un loop infinito en la pantalla de confirmación de acceso (permiso de adultos), y que te obliga a borrar los cookies y la caché, lo que resulta muy molesto. Es de esperar que después de esa semana los relatos viejos de la columna de la derecha vuelvan a ser accesibles como siempre.
Si después de eso siguen sin poder entrar, por favor háganmelo saber.



22 COMENTAR ACÁ:

Mikel dijo...

evidentemente opcion C, la quinta es el paraiso (o castigo) de este iniverso que han montado...

Vikingo Miron dijo...

Que bueno que aparezcan Celino y Morcillo jaja grandes personajes, y sin duda la noche de bodas asi como la despedida de soltero seran un lujo de relato.

Me encanto este capitulo y de las opciones admito que estan las tres muy buenas.
Me quedo con la OPCION C al mejor estilo BOMBEANDO.

Grande Rebelde!!
SALUDOS VIKINGO MIRON

Hdoeh dijo...

Opción B

Es obvio que Emmanuel es el macho principal de modo que me gustaría verlo en la noche de bodas. Además no veo motivo para que Prudencio no desayune algo de leche.

pui dijo...

Opción B. Quiero saber cómo se la garchan los turritos de sus amigos!

Unknown dijo...

opción B

y secundo la moción de arriba, que prudencio trague leche

Anónimo dijo...

B
Los machos serviles, ya quiero ver al cornudo trayendoles cervezas

Cat dijo...

La casa de Don Perno no, en absoluto! Que tiene fama de mujeriego...
La de Emanuel tampoco... se bien que se ha portado como un amigazo, tiengo un malpresentimiento que no se explicar... la verdad es que el ya se ha garchado a Jordy y se bien que ella ha cambiado ahora que es una mujer casada y con un crio adentro su panza, mejor no arriesgar...
Entonces a la casaquinta de Lobos! Aún sea necesario dar una ayudita como mozo o mucamo allá podré consumar lo matrimonio... además que me estoy aguantando hace dos semanas.
Lo he decidido: OPCION C!

Cat

Maria dijo...

Opción C
Todo queda mejor ente amigos

Daz dijo...

Opcion A... para ir de contra nomas, jajaja

citrinotrust dijo...

Opcion B

Que es lo peor que podria pasar?

David tatuado dijo...

Opción B. Seguro Emmanuel y sus amigos los van a atender bien!!

XYC dijo...

B

Unieron a la pareja, se merecen estar en un momento tan mágico como este.

mmrujano dijo...

Opción C

Anónimo dijo...

Carajo, esto está reñido, suele estar claro desde mucho antes.
Opción B

Maria dijo...

Quise decir B

Anónimo dijo...

Genial el rumbo que toma esto.

Yo voto por la C, pero cualquiera de esos hijos de puta sabrá encargarse de la recién casada.

Carlos, desde Colombia.

Rebelde Buey dijo...

ahhh me parecía medio raro. ¿don José y Botellón amigos de Jordy? jaja bien ahí la corrección

Rebelde Buey dijo...

y eso que borré dos opciones más: las Cuadrillas y don Brótola jajaj

Rebelde Buey dijo...

es una buena razón, sí, señor

Rebelde Buey dijo...

claro. total... qué puede salir mal? xDDD

Anónimo dijo...

B

Qué le pasó a la novela?

Cat dijo...

Da-le Rebelde!

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