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domingo, 30 de octubre de 2022

Revistas de los 90s - (03)



En esta sección transcribiré algunas historias aparecidas en las revistas Testimonios, Adultos e Intimidades, publicaciones argentinas de los años 90. 
No son relatos de mi autoría (lo aclaro por si las moscas), sino anónimos, pero los publico acá porque: a) valen la pena, aunque muchos son muy breves; b) sirven para que puedan ir leyendo algo, ya que estoy escribiendo poco y nada; y c) son relatos que no encontrarán en la web, pues son extraídos de revistas de papel de aquellos días.
Voy a poner este tipo de material en una sección aparte, que encontrarán en la columna de la derecha (en la web) o alguna de las secciones de abajo (en Android)


DISPUESTO A SER FELIZ
Soy un hombre de 39 años, tranquilo, algo tímido y con una educación tradicional de la clase media de mi generación. Mi esposa tiene 32 y es de carácter extrovertido y fuerte (no confundir con mal carácter), muy fantasiosa y sensual —casi diría exhibicionista—, con un lindo culo y tetas, y con la que llevo casado ocho años.
Cuando la conocí ya era profesora de baile (tango, árabe y español) y se ganaba unos pesos extra actuando los fines de semana en distintos locales, con un grupo de baile más o menos profesional.
Fue en una de esas actuaciones cuando la conocí y quedé deslumbrado por su sensualidad. Con una oportuna propina a uno de los mozos pude tener su número de teléfono y, después de varios intentos frustrados, finalmente conseguí que ella me diera una cita para tomar un café. 
Silvia fue absolutamente sincera: en esa época estaba saliendo con un hombre casado con el que cogía de lunes a viernes, y no iba a dejar esa rutina.
Fueron casi dos años en que todos los fines de semana y feriados la seguí por cuanto lugar actuaba, casi dos años en los que no cogí ni con ella ni con nadie, pero durante los cuales me hice unas pajas de novela solo pensando en ella, y nadie más.
Por fin, tanta espera tuvo su premio. El jueves 23 de agosto de 1989 me invitó a tomar un café a su casa y me contó que se sentía muy mal, ya que su relación se había cortado, entre otras razones, porque su amante se trasladaba al exterior. Le confesé mi amor y también le dije que hacía dos años que me masturbaba pensando en ella. 
Así iniciamos nuestra relación, que finalmente derivó en matrimonio (en apariencia, hasta ahí, nada diferente a la de cualquier otra pareja). Yo tocaba el cielo con las manos. A los dos años de casados llegó nuestro primer hijo, y al año siguiente, nuestra hija. A partir de ese momento se desató una crisis matrimonial que desembocó en nuestra actual forma de vida.
El cuerpo de ella sintió el impacto de los dos embarazos seguidos y mi esposa me planteó la necesidad de volver al baile; de su necesidad de gustar, de seducir, de sentirse deseada. De esa manera volvió a sus clases y actuaciones. Al poco tiempo mi suegra estaba instalada con nosotros para ocuparse del manejo de la casa y de los chicos, ya que mi esposa pasaba cada vez menos tiempo con nosotros.
Ante una queja mía, un día, mi suegra fue clara, una vez que estuvimos a solas:
—Cuando una mujer no es satisfecha en su casa, busca afuera aquello que necesita.
Bien dicen que el cornudo es el último en enterarse. Sentí que mi mundo se desmoronaba, pero al mismo tiempo sentía que mi calentura por ella crecía cada vez más. Volví a pajearme pensándola, imaginándola con machos bien pijudos, a lo que ahora le sumaba el fetichismo por su ropa interior, buscando sobre todo sus bombachitas en el canasto de la ropa sucia.
Un día, gracias a la complicidad de mi suegra, fui —sin que mi mujer lo supiera— al lugar donde sabía que actuaba esa noche. Era la típica fiesta con la que se clausura una convención. El espectáculo era de tango, pero con la particularidad que la pareja que bailaba era solo de mujeres. 
El lugar no era otra cosa que un salón de baile acondicionado para la ocasión, con las mesas alrededor de la pista, y en cada una había dos o tres hombres, algunos solos, otros acompañados de señoritas jóvenes y ligeramente vestidas. De Silvia, nada.
Aprovechando la oscuridad, me acomodé en la barra que estaba en una de las esquinas. Al rato, la pista-escenario se llenó de humo y luces, y la música cambió hacia un tango instrumental.
Cuando el humo se despejó, la vi. Estaba en la pista bailando con otra mujer. ¡Su belleza y sensualidad me resultaron impactantes! Llevaba el cabello tirante y recogido en la nuca, y un vestido largo de gasa ceñido al cuerpo con un gran tajo a cada lado, que luego, con los movimientos, dejaban al descubierto el portaligas y, mostraban además que no tenía bombacha.
Las mujeres son solo bailaban, sino que se acariciaban y besaban provocativamente en la boca. Cuando el baile terminó, mi mujer y la otra se sentaron en una mesa con dos hombres. 
Con una calentura infernal me dispuse a retirarme, porque era evidente que mi vida había dado un vuelco y debía tomar una decisión. Después de vagar un buen rato, al final entendí que, así como unos años antes le había confesado mi amor y mis pajas, hoy también debía actuar con igual sinceridad, ya que de todas maneras cualquier opción era válida para mí, menos la de dejarla.
Entonces regresé a mi casa, me bañé y la esperé desnudo en el dormitorio. Cuando llego, dos horas después, se sorprendió de verme así y —tal vez producto de la excitación que tenía— no vacilé un instante en contarle de un tirón todo lo vivido esa noche, y me quedé observándola… 
Por unos instantes ella también guardó silencio y, sin sacarme los ojos de encima, fue quitándose la ropa hasta quedar solamente con la tanga puesta.
—¿Qué voy a hacer con vos? —se preguntó en voz alta.
—Hacé lo que quieras, pero por favor no me abandones…
—No voy a hacer nada nuevo porque ya sos un cornudo, y veo que estás dispuesto a seguir siéndolo porque… ¿no es cierto que te gusta ser un maridito cornudo y obediente?
Solo alcancé a musitar:
—Sí… está bien…
Estiró la mano, la apretó suavemente sobre mi pene y luego se deslizó acariciando la piel de mi escroto. Me preguntó:
—¿Te gustó el baile, mi vida? ¿Viste qué hermosa, mi compañera? Después de la actuación nos encamamos con su marido. Es un hijo de puta divino con una flor de pija y me coge toda, me la mete por todos lados, estoy llena de su leche ahora y vos la vas a chupar y tragar toda.
Se sacó la tanga, se pasó el dedo índice por los labios vaginales y luego me dio a chupar indicándome con un gesto que me pusiera de rodillas. Me sumergí en su concha, abrió bien las piernas, me atrajo hacia ella, me inundó de sus aromas y jugos, y los del macho que la había cogido un rato antes.
—Chupá… másss… Chupame, cornudo! 
Y con espasmos fuertes y rápidos orgasmó varias veces llenándome de sus flujos.
Pero esa hermosa noche no terminó ahí pues me ordenó:
—Ahora quiero que mi cornudito me muestre cómo se pajea.
Lentamente llevé mi mano a mi pija mientras ella se sentaba en el borde de la cama para que pudiera apreciar bien su divina concha, y en medio de una crisis de llanto y gemidos me desplomé  sobre su regazo, regando el suelo con mi leche.
Ese fue el día en que mi vida cambió y desde el que no dejé de ser un esposo cornudo y muy feliz al lado de la mujer que adoro

3 COMENTAR ACÁ:

Fede dijo...

Excelente

Vikingo Miron dijo...

Hermoso, morboso, un clasico de la vida de cornudo y los pasos que nos llevan a ese placer.
Gracias rebelde

SALUDOS VIKINGO MIRON

Eros dijo...

Qué morboso relato! Me gusta mucha porque es bastante verosímil. Me da calentura imaginar la cantidad de hombres que están casados con bailarinas y gozan siendo cornudos.

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