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martes, 11 de agosto de 2020

Postales de Alce Viejo (06) | El Día del Cornudo / Fiestas de Disfraces



Postales de Alce Viejo | Por Rebelde Buey 
06. El Día del Cornudo / Fiestas de Disfraces — (versión 1.1 19/08/20)

Me dijeron que les dé un recorrido por los lugares y costumbres de Alce Viejo, pero a veces no es tan sencillo. Como lo de hoy, que va a necesitar algunas aclaraciones previas porque no quiero que se confundan.
Por un lado, tenemos el Día del Cornudo. Es el mismo que se celebra en todo el mundo, ése que a veces sale en el noticiero entre chanzas y bromas, como una tontería más entre la juventud. Solo que acá se celebra en serio.
Por otro lado tenemos las Fiestas de Disfraces, famosas en Alce Viejo, que son dos en el año:
Una en noviembre, para todo el pueblo, en la que las mujeres van con sus maridos a las fiestas que se arman en las plazas, las quintas, el club y hasta en la iglesia, y en la que los machos van en grupos de amigos, o sueltos con invitados forasteros de Buenos Aires o de otros pueblos. Esa cae en la misma fecha que El Día del Cornudo. Ya verán por qué.
La segunda fiesta de disfraces es en abril o mayo, organizada por las chiquillas de los últimos dos años de secundario —con sus novios—, con el fin de juntar dinero para sus viajes de egresados que se dará unos meses después —sin sus novios—. Alce Viejo tiene esas cosas.
Ahora veamos la evolución histórica de estos eventos.
El Día del Cornudo arranca casi con el nacimiento del pueblo, posiblemente Alce Viejo sea el primer lugar del mundo en datarlo y celebrarlo. Al principio como una burla, de la misma exacta manera que se festeja hoy ese día en el mundo, haciendo bromas como si fuera una fecha tonta. Pero con los años y muy de a poco, el Día del Cornudo dejó de ser una chanza para pasar a ser una celebración. Primero disimulada; luego oculta y negada, clandestina en ocasiones, casi pagana.
Hay imágenes de época que certifican lo que estoy diciendo. Hay una foto de 1937 en la que un matrimonio venido de unas islas —a pasar unas vacaciones— posa para la cámara, ella muy exuberante y liviana de ropas, haciéndole cuernos con sus dedos sobre la cabeza a él, que está en una silla de ruedas y sonriendo, mientras un negro y otros dos vecinos de Alce Viejo le meten mano y le suben el ruedo del vestido a la señora, a espaldas del marido. Otra foto de 1948 nos muestra a un esposo sentado al costado de una cama, en la que dos señores se cogen a una mujer, que lo mira y se le ríe al que está sentado. Por la cama y la habitación, se nota es un matrimonio pobre. Los historiadores del pueblo creen que los dos patanes podrían ser los dueños del negocio donde trabajara el marido, pues en esos años era muy común que los jefes pagaran unos dineros extra para cogerse a las mujeres de sus empleados. Por suerte esa práctica hoy está mal vista: ningún jefe paga cuando se garcha a la mujer de un subordinado.
Pero a partir de los años 50, con los achiques en el largo de las faldas y las mujeres saliendo a trabajar, nuestras damas (hoy abuelas y hasta bisabuelas) comenzaron a perder la vergüenza y a mostrarse más desfachatadas y coquetas, y sus maridos comenzaron a mostrarse como lo que eran en las sombras: cornudos conscientes.
Las reuniones secretas comenzaron a ser reuniones privadas, donde invariablemente un puñado de hombres caían a la fiesta cuya única diversión era la mujer de la casa; luego esas reuniones se multiplicaron, dejaron de ser privadas para ser discretas, y más tarde se convirtieron en alternativas. Y ya para los años 60 comenzaron a hacerse en lugares semi públicos, como clubes, donde se podían albergar mayor cantidad de esposas y novias infieles (y también una cantidad inusitada de machos que invariablemente las cortejaban toda la noche).
Fue en los años 60 que las mujeres comenzaron a disfrazarse. Primero como una necesidad de decoro sobre los cornudos: ellas iban con breves antifaces para no ser reconocidas y guardar las apariencias. Lo cual era por demás absurdo porque sus maridos estaban allí, a cara descubierta. Por lo que se lee en algunas crónicas de época, los ilusos maridos creían que si asistían a esas fiestas (aún con sus señoras) quienes los vieran entrar o salir creerían que ellos también estaban allí como machos.
Los antifaces rápidamente evolucionaron en disfraces. Las mujeres, año a año, hacían esfuerzos cada vez mayores para atraer la atención de machos jóvenes y nuevos, de modo que al antifaz le sumaron sombreros, capas, medias hasta mitad de muslo, botas, etc., mientras que a sus maridos y novios los fueron adornando con cuernos de diablo, cascos vikingos y disfraces de reno. Para los años 70 ya los antifaces eran historia, las mujeres se sabían más bellas con el rostro descubierto, aunque sus pobres maridos (con sus cuernos de reno como disfraz) imploraran que se pusieran el antifaz a la vez que se las empernaban hasta los huevos.
Para cuando las fiestas comenzaron a hacerse en lugares públicos como plazas, ya el pueblo estaba definido: había cornudos de los conscientes y de los inconscientes. Y las esposas o novias siempre se las ingeniaban para arrastrarlos a esas fiestas, en las que terminaban usadas y cubiertas de leche hasta el amanecer. La mayoría de las veces mientras los maridos las buscaban voceando sus nombres. Así que, tal vez resguardando esta segunda categoría de maridos estúpidamente crédulos, el Día del Corundo pasó lentamente a camuflarse con la fiesta de disfraces que, irónicamente, había sido originada para disimular la identidad de las infieles.
Con el paso de los años la estrategia funcionó. Hoy, para el 11 de Noviembre, muchos en Alce Viejo no saben a ciencia cierta qué se festeja exactamente. Algunos festejan el Día del Cornudo, mientras que otros, instruidos por sus novias o esposas, van a la plaza exhibiendo a sus mujeres pensando que están en la clásica Fiesta de Disfraces de Alce Viejo, y no en la otra celebración que, ellos saben, cae ese mismo día.
Así que sea por una u otra razón, en la actualidad para esa fecha todo el pueblo se detiene. No tanto de día, pues las actividades comerciales continúan más o menos normales, pero en la noche el pueblo explota de colores, música, disfraces y alegría. Y sexo a hurtadillas.
Durante el día el ánimo es alegre y los hombres se cruzan chistes, acusaciones doble intencionadas y burlas de todo tipo, dando por entendido que el otro es un cornudo. El problema es que en Alce Viejo, si tenés novia o mujer, lo más probable es que lo seas, aunque no lo sepas. Los cornudos asumidos, los que lo saben y son conscientes que el resto del pueblo también lo sabe, mascullan la bronca con una sonrisa forzada y se comen las burlas, como buenos cornudos. El problema es el que no lo sabe, ése se enfurece ante la afrenta y siempre hay enojos y peleas. Es gracioso porque las bromas suelen darse en los trabajos o comercios, al hombre solo, y éste se enoja defendiendo la honradez de su mujer, que de seguro en ese momento está en su casa con el sodero o el jardinero, recibiendo pija con las piernas abiertas.
A la noche, en cambio, la cosa se pone linda: las mujeres que todos saben hacen cornudo a sus maridos van disfrazadas de “algo-puta”: policía puta, conejita puta, etc. Las otras (que en general son igual de infieles pero tratan de ocultarlo) se viste de “algo-sexy”: policía sexy, conejita sexy, etc.
Y ustedes se preguntarán: ¿cuál es la diferencia?
¡Pues ninguna!
Los únicos que creen que hay una diferencia son los cornudos no asumidos, cuyas mujeres les dicen que su disfraz es sexy, y que se lo pusieron para él, y no de puta para los machos que se la garchan a escondidas. Pero uno ve los disfraces y son igual de reveladores. Esta etiqueta en el vestir tiene un propósito: los disfraces de las infieles deben ser de puta para que los machos no pierdan tiempo en identificarlas y cogérselas, muchas veces en medio del tumulto o en algún rincón cercano, donde les corren la tanguita y las penetran casi siempre a un metro del cuerno.
Los maridos y novios, en cambio, van con disfraces burlones: elfos, arlequines, animales con cornamenta. Mucho casco vikingo, mucho cuerno de diablo y astas a granel. Por su parte, los machos suelen ir sin disfraces, semi desnudos, con sus torsos descubiertos y pantalones que les marcan escandalosamente sus bultos o les dejan sobresalir las pijas por arriba o abajo, si usan bermudas.
Así, uno hace una recorrida por la noche de Alce Viejo, en esa fecha, y encuentra el surrealismo más loco: fiestas varias en distintos lugares, todas pobladas con mujeres semidesnudas, sexys, putas, re putas, de la mano de sus cornudos, charlando o dejándose seducir por desconocidos que las acechan como chacales, y que se las garchan al primer descuido de los pobres tontos.

La segunda fiesta de disfraces no es tan tradicional porque tiene una historia mucho más corta. Nació a mediados de los años 70s, con el auge de los viajes de fin de curso de los colegios secundarios. Como sabrán, ya desde cuarto año los alumnos comienzan a hacer rifas, fiestas, venta de tortas y demás actividades para juntar la mayor cantidad de dinero posible y así achicar el costo de cada pasaje. Entre las muchas fiesta que se organizan, la que más recauda año a año es la Fiesta de Disfraces. Y resulta que es la más popular porque en ese evento las chicas hacen todo lo posible —y cuando digo todo, me refiero a TODO— para sacarles hasta la última moneda a los invitados.
Las únicas que se disfrazan son las chicas, nadie más. Y con ropas muy, pero muy atrevidas. Bueno, sí, muy de putas. En los 70s, e incluso hasta los 90s, lo que sucedía en esas fiestas era incierto y trataba de ocultarse; pero en estos días, ya no. Se sabe que los que van a esas fiestas, mientras tengan dinero en sus bolsillos, pueden garcharse sin ningún eufemismo a las chicas disfrazadas (solo a las disfrazadas) que, desde ya por propio interés, son las mismas chicas de cuarto o quinto que están recaudando para su propio viaje.
En los 70s, 80s y 90s se las cogían adentro del boliche, en los reservados, mientras los novios de las chicas estaban abajo en la boletería sin enterarse de nada. Hoy es distinto, vienen machos de otros pueblos, vienen viejos degenerados, incluso padres de chicas que recaudaron años anteriores, y viene dispuestos a desgajar cuanta conchita o cola jugosa le pongan adelante. Las chicas se dejan sin el menor disimulo, se ponen en fila sobre sillones mientras los tipos van pasando, se las van garchando y se van vaciando en ellas, y mientras los novios de cada una les va oficiando de asistentes. Porque lo que sucede en esas fiestas no se considera infidelidad, sino una actividad altruista en tanto recaudan dinero para todo el curso.
La popularidad de estas fiestas es tan notable que el año pasado, las alumnas de cuarto, en esa sola noche (aunque en rigor de verdad, la noche duró hasta el mediodía del sábado) recaudaron el equivalente a todo el viaje para toda la división. Así y todo, este año, ya en quinto —y sin ninguna necesidad—, volvieron a hacer la fiesta para juntar algo más, “por las dudas”. Los novios no estuvieron de acuerdo y hubo fuertes discusiones en el grupo, pero finalmente la fiesta se hizo con unas quince chicas disfrazadas con botas altísimas, minifaldas y tops audaces, y con unos trescientos tipos venidos de todos lados para ayudar desinteresadamente a la colecta del viaje de egresados.

Y ya sé. A esta altura se preguntarán qué tiene que ver la foto de mi mujer, ahí arriba, con todo lo relatado. Bueno, es que una vez fuimos a la Fiesta de Disfraces que coincide con El Día del Cornudo. En verdad, fuimos más de una vez. Ahora que estoy haciendo memoria, creo que fuimos cada año que estuvimos juntos. Pero no como infiel y cornudo, por Dios, nada que ver. Ya les dije que mi mujer no es como la mayoría de las chicas de Alce Viejo, sólo me fue infiel una vez (ya les contaré ese episodio aislado a su debido tiempo). Las esposas y novias infieles, se sabe, van vestidas bien putas. Lo hacen para verse atractivas pero sobre todo para que los machos detecten rápidamente que es la mujer de un cornudo. La mía nunca va como una puta. Da la casualidad que el día de la foto —y ahora que lo pienso, también las otras veces— venía de pasar el día en la quinta de don José que, ya saben, es un viejo hijo de puta que se garcha a todas las casadas del pueblo, pero que tanto a Marina como a mí nos respeta mucho. Ella pasó todo el día allí, con don José y Botellón, en la pileta, disfrutando del sol, mientras yo trabajaba en la oficina. Y la muy tonta se olvidó de que nos veríamos en la fiesta.
Así que como no tenía ningún disfraz se le ocurrió ir así en bikini, en esa blanca que le ven, le pidió prestado un sombrero a uno de los ocho muchachotes que vinieron a media tarde para ayudar a Botellón, y vino sin disfraz, pero haciendo como que tenía.
—Si nos preguntan, estoy de vaquerita sexy. Total qué saben éstos, están todos tomados, ni se van a dar cuenta que no es un disfraz.
Y es cierto que estaban muy tomados, porque aunque mi mujer no estaba sexy, los tipos que la sacaban a bailar o venían a hablarle creían que sí. Le apoyaban las manos en la cintura tratando de bajarlas, le miraban la cola sin ningún disimulo y todas esas cosas que hacen los mamados. A tal punto que en un momento se ve que se sintió culpable, o solidaria (Marina siempre piensa en los demás) y se vino con un morochote joven y ancho con quien venían bailando apretaditos, el chico un poco tomado, y me dijo:
—Mi amor, cuidame un rato el abrigo que yo voy a llevar a Tubérculo al baño para ver si lo recompongo un poco, mirá en el estado que está, pobre…
El tal Tubérculo ostentaba un jean ajustadísimo que le marcaba un bulto que parecía un tubérculo, y Marina, se ve que ante la desesperación por ver mal al chico, lo tomaba desde la espalda, posiblemente la cintura, pero la mano de adelante la tenía metida levemente entre el borde del cuello del pantalón y el abdomen plano del morocho.
Así que la vi irse en esa bikini blanca que le quedaba increíble, hay que decir, con rumbo hacia los baños, no sé si de mujeres o de hombres, para tratar de recuperar o despabilar un poco al chico.
Regresó como a la media hora, sola. Y el tal Tubérculo, ya recuperado, se fue directo a charlar animadamente con sus amigos, haciendo señas raras con su cuerpo, como si les enseñara a montar una moto.
Marina vino a mí, más radiante que nunca.
—Lucrecio, no estás disfrazado —me retó.
—Mi amor, no me gusta el disfraz que me compraste. Todos los años lo mismo…
—Ay, no seas infantil, ahora vas a creer esas tonterías del Día del Cornudo.
Sacó de su cartera, que tenía yo sobre mi falda, unos cuernos de alce de felpa, bien grandes, sostenidos con una vincha plástica.
Me los puso y sonrió enamorada.
—Te quedan perfectos, mi amor. Deberías usarlos todos los días.
—Son cuernos de alce.
—No podemos estar en una fiesta de disfraces sin estar disfrazados. Yo me tuve que poner este sombrero horrible y andar en bikini como una tonta.
—Pero son de alce.
—Como el pueblo, Alce Viejo. Debería ser un honor portar esos cuernos que te acabo de poner.
—¡Marina!
Siempre con sus chistes, y siempre ganándome en lo que sea. Me quedé con los cuernos bien puestos, cuando enseguida la sacó a bailar otro muchacho, que por lo que vi, era del grupo de amigos de Tubérculo. Y bueno, ya saben cómo son estos chicos para tomar, la juventud es medio boba en estos días. Este segundo muchacho parece que también estaba tomado y a los cinco minutos nuevamente vino Marina, ahora arrastrando de la mano al muchacho.
—Mi amor —otra vez—, me llevo a Cilindro al baño. Está más tomado que Tubérculo, voy a tratar de que se me vacíe para que se sienta bien... Que vacíe el estómago, digo.
La verdad es que éste no parecía muy borracho que digamos.
—¿T-te parece…?
—Si viene algún otro chico de aquel grupito, ¿ves?, y te dice que está tomado, mandámelo para el baño, ¿sí, mi amor? Vos cuidame la cartera y el abrigo.
Le mandé a tres chicos más, durante la noche. Pero se ve que Marina hacía las cosas bien porque cuando regresaban, lo hacían de buen humor y con mucha energía, con la borrachera arreglada.
Eso fue hasta las dos de la mañana. De dos a cuatro por suerte dejó de querer arreglar el mundo y solo bailó y nos divertimos, aunque en un momento desapareció. Fue cuando estuvo hablando con don Aserrín, un viejo con cara de perverso pero muy bueno, que siempre que tengo que viajar por trabajo se ofrece a dar una vuelta por casa para que yo me quede tranquilo. Ahí perdí de vista a mi mujer otra media hora.
Pasan estas cosas con la Fiesta de Disfraces, que como coincide con el Día del Cornudo, y todos se garchan a todas, algunos desorientados confunden a las mujeres y se creen que todas las que están en esa fiesta son unas putas infieles con maridos imbéciles.
Por suerte no es mi caso.
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2 COMENTAR ACÁ:

luisferloco dijo...

Excelente, ya estaba desesperando por la continuación

BeluMuyInfielAdictaAnal dijo...

Quiero ir a ese cole...

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