MICRO NEWS:  El Faro, Parte III: Tipeo 100%, Correcciones 50% — Esta 3ra parte se publicará completa | Fidelidad Intermitente (2,3,4) Tipeo 80%, (5,6,7) Escrito 100% | ►Hay una actualización en el sub-blog Plop!


jueves, 22 de febrero de 2024

La Isla del Cuerno: El Faro, Parte II (Completo)



LA ISLA DEL CUERNO: EL FARO (PARTE II) 
(VERSIÓN 1.0)
Por Rebelde Buey


1.
2 de febrero.

Camilo.
Llegué a la cocina aun bostezando y Fátima ya me provocó la primera erección. La encontré de espaldas haciendo el desayuno para todos, erguida sobre sus piernas de muslos desnudos, vestida solo con una camisa de hombre que terminaba a mitad de su culazo carnoso. La bombachita metida entre las nalgas le daba ese toque de puta inocente, o de señora decente levemente corrompida. 
Giró al escucharme y su sonrisa le puso sol a la mañana. Se le notaba de buen humor. Se la notaba bien cogida.
—¿El Sapo vendrá a desayunar? No tengo idea a qué hora se levanta.
Yo tampoco tenía idea, pero a juzgar por la hora en que había terminado de cogerse a mi mujer, con seguridad sería bien bien tarde. 
El resentimiento ganó en mi interior. Gordo hijo de puta, había manoseado y usado todo ese cuerpo fabuloso que me pertenecía. 
—Podríamos aprovechar la mañana —dije tratando de verme pícaro—. Hace mucho que no estamos solos los dos… siempre andan Samuel y Eber por ahí.
La camisa que llevaba ella no era de las mías, sino de uno de los negros que trabajaban para mí, el menos grandote. Tenía los botones de arriba arrancados y, con los pechos hinchados de mi mujer, cada ala de la camisa se abría y mostraba hasta el borde de los pezones pues no llevaba corpiño abajo.
—Me encantaría, mi amor —mintió Fátima descaradamente. Y, por extraño que suene, que me mintiera así reforzó mi erección—. Pero acordate que hay que ir al faro a buscar los documentos del Sapo.
Fue como si lo invocara. El viejo seboso apareció por la puerta de la cocina con gesto de resaca, achinando el rostro por la claridad del día que entraba por la ventana, y rascándose la maraña de pocos pelos que tenía en la cabeza. 
—Buen día —balbuceó, y en su mente buscó comprender qué sucedía, por qué estaba allí en mi casa. En un momento pareció caer—. Ah… Mandrágora… 
Fátima, sin dejar esa sonrisa radiante, sirvió el café, el pan y una manteca, y nos invitó a la mesa. 
—¿A qué hora pasa Rómulo a buscarle? —pregunté.
—No puedo ir al continente.
—En cuanto desayunemos vamos al faro por sus papeles.
—No es eso —murmuró cabizbajo.
—Mi marido puede ir a buscarlos, si quiere. 
Puta de mierda. Vi la maniobra artera antes de que terminara de anunciarla: con mi silla de ruedas, ir y regresar al faro me iba a tomar tanto que ellos iban a tener tiempo de sobra para otra buena rellenada de tripas. 
—Son sus vacaciones —dije alertado—. No va a quedarse un mes acá.
—Ustedes no entienden. No puedo irme. Ese tal Mandrágora va a encontrar la forma de quedarse en la isla.
—¿Qué dice?, ¿está loco?
—Lo conozco a ese delincuente. Vino a robarme el trabajo y la vivienda. Ya lo intentó en otra isla. Si me voy, va a hacer que yo no pueda regresar jamás.
—No es posible. ¿Cómo podría hacerlo?
—No sé…
—Tonterías —dijo Fátima levantando su taza—. ¿Quién va a querer robarse ese trabajo?
Fátima no advirtió cuánto hirió al Sapo con su comentario. Yo sí.
—Si necesita quedarse un día más… —dije de puro compromiso.
—O el mes completo —arriesgó Fátima—. Los negros se fueron todo febrero de vacaciones y acá hay cosas que ellos hacían y mi marido no puede.
Los ojitos le chipearon al Sapo. 
—Ya dijo que Rómulo lo va a pasar a buscar… Además, ¿no era que tenía que tomarse vacaciones obligatoriamente, por el sindicato?
—Sí —admitió Fátima—. Pero no dijo dónde.
—Es más complicado de lo que parece. No puedo quedarme. Mandrágora me denunciaría con el ayuntamiento, y ahí sí que seguro me echan para siempre. 
Mi esposa se sentó de un sopetón junto al viejo. Las tetas le saltaron arriba y abajo como cuando los hombres la tomaban de la cintura y la clavaban en el aire.
—Mi amor, andá al faro a buscar los documentos del Sapo. ¿Dónde los guarda, Sapito?
—Yo no voy a ir —le dije, y la miré desafiante—. No voy a dejarte acá sola con…
Lo miré al Sapo. Gordo choto de mierda, que supiera que no me caía bien.
—Hey, yo siempre lo respeté, don Camilo —se ofendió en medio de una sorpresa fuera de lugar, olvidando las decenas de veces que, borracho, había manoseado a mi mujer en mi presencia mientras me decía cornudo.
—Está bien —bufó fastidiada mi esposa, que tomó unas ropas dobladas sobre una mesita y salió de la cocina para cambiarse—. Va la dama, como siempre. 
El Sapo y yo quedamos solos. El “invitado” se sirvió un poco más de café y partió una hogaza de pan. Parecía contrariado.
—Anoche… —comenzó buscando las palabras. No era bueno con las palabras—. Estaba borracho, don Camilo, no recuerdo bien…
Levanté una mano buscando detenerlo Si sobre algo no quería escuchar, era de anoche; y si de alguien no quería escucharlo, era de él. 
Fue inútil.
—¿Le quise coger a su mujer, don Camilo?
—Sapo, no hace falta que…
—¿No fui por un momento a su habitación? Pucha, no recuerdo…
—Ya le dije que no me tiene que…
¿Me estaba tomando el pelo, este hijo de puta?
—Tengo como la sensación de habérsela cogido en su propia habitación… ¿Puede ser?
—No lo sé, Sapo. Yo estaba dormido.
—Si se la cogí, don Camilo, le pido mil disculpas.
—Está bien, Sapo… Yo tampoco lo recuerdo.
Fátima pasó, ya cambiada. Con un vestidito floreado, muy corto, entallado, de buen escote. Dios, qué ganas de cogerla. O aunque sea de verla coger.
—¿Le preguntamos a la patrona? —propuso el Sapo.
Desesperado, me abalancé sobre él.
—No, hombre, ¡deje las cosas como están! No se le pregunta eso a una dama.
—Tiene razón, don Camilo, soy un bruto…



2.
2 de febrero.

La mañana era espléndida. Soleada, con una brisa que traía los olores de las azucenas silvestres que crecían como maleza por toda la isla. Fátima iba con el pecho inflado y una sonrisa que le llenaba los cachetes, casi caminando en el aire. Estaba feliz. De tener la seguridad que iba a estar un mes entero sin la verga de los negros y del Sapo, ahora en cambio había chances ciertas de que el farero se instalara en su casa y le diera bomba todas las noches. Y las siestas, si le daba el cuero. Ya hablaría con Rómulo para que lo deje quedarse. A su marido no le hacía falta convencerlo, ya lo tenía domado. Haría lo de siempre: consultarle para de todos modos hacer lo que ella quisiera. 
Llegando al faro escuchó los sacudones de unas sábanas al viento, aún antes de ver la ropa colgada. Y también escuchó el cuchicheo de voces. 
—Dale, mi amor, un poquito… El patrón no está por acá… 
—Dejá de joder, Paolo, este mes no podés. 
Eran las voces de la señora Liliana y de su marido. Parecían conspirar y la curiosidad innata de Fátima hizo que necesitara saber qué pasaba. Se salió del sendero y se metió entre el yuyerío. El viento agitaba las azaleas de un lado al otro, haciéndolas bailar hacia el sol. Fátima se acercó a las voces y se agachó entre las flores. Desde ahí veía las sábanas volar hacia el cielo como queriendo escapar de la soga que las ataba, un par de árboles frondosos a uno y otro lado y la mitad superior del faro un poco más lejos, vigilando todo con su presencia ominosa. 
Y ahí nomás, en medio de la escena, el matrimonio que conociera el día anterior. La señora Liliana era más hermosa de lo que Fátima había advertido, vestida ahora con ropa más informal. Más parecida a la que usaba ella, por cierto. El vestido de viaje largo y ancho que la acogotaba hasta el collar había sido reemplazado por una falda corta que le mostraba unas piernas jóvenes y poderosas, y la camisola suelta y escotada le otorgaban una sensualidad que parecía querer salir de ella como los pechos procuraban escaparse de los botones que la contenían. La señora Liliana conservaba el cabello atado, necesario para trabajar más cómoda, pero ya no era un rodete severo, como llevaba la tarde anterior. Ahora lo tenía atado en cola de caballo con una cinta violeta que la mostraba pragmática, sin quitarle sensualidad
¿Y su marido Paolo? Parecía un buen hombre. Alguien trabajador y simple, sin deudas. Y sin embargo con su esposa parecía estar en una posición suplicante, aunque mantenía una buena dosis de dignidad. Por lo menos Paolo la toqueteaba y no recibía golpes en su mano, como Camilo. 
—Vamos atrás del árbol —decía Paolo, manoseando lascivamente el buen culo de su mujer, mientras ella se agachaba sobre el canasto de ropa mojada que tenía a sus pies—. Si lo hacemos allá, nadie nos va a ver. 
—No podemos, Paolo… Ya sabes que el señor Mandrágora no quiere. 
—Nunca se va a enterar. 
Liliana colgó un pantalón y giró hacia su marido.
—Es un mes de abstinencia, nada más. ¿Vas a arriesgar este trabajo por cinco minutos de placer? ¿En serio? 
—Pero es que estás tan linda… Y ayer te vi con el patrón y estabas tan sensual cuando te lo cabalgabas… 
—Hacete una pajita, mi amor. Es un mes, solamente. Y sabés cómo se pone Mandrágora con eso…
—Ya me la hice anoche mientras te cogían en la cama de al lado.
—Es parte del trabajo, Paolo…
—Ya sé, ya sé… Pero Mandrágora quiere quedarse con el faro. ¿No vamos a coger nunca más, porque a Mandrágora no le gusta? 
Fátima se sobresaltó, al punto que casi se le escapa decir “¿qué?”. De modo que el Sapo no era tan paranoico como todos creían.
—No sé, mi amor, cuando llegue el momento lo resolveremos.
—Para vos es fácil decirlo… Vos cogés todos los días…
Paolo se abrazó primero la cintura de su esposa y aprovechó que ella tenía las manos ocupadas con ropa para estrujarle cariñosamente los pechos. La mujer se dejó hacer, pero luego volvió a agacharse para recoger más ropa y Paolo quedó prendido de sus muslos. 
—Pajeate con mis piernas —le dijo con una pizca de malicia—. A Mandrágora eso no le molesta.
—No voy a pajearme con vos… ¡Sos mi esposa!
—Como quieras…
En ese momento apareció el señor Mandrágora, igual a una visión llegada desde el infierno. Fátima primero vio el sombrero negro de ala ancha que se asomó por sobre la pequeña loma que había un poco más allá. Enseguida vio el rostro torvo y duro al tiempo que también lo vio llegar el matrimonio. Paolo, que tenía tomada su esposa de la cintura y le manoseaba el culo, la soltó como si quemara. 
—¿Qué hacés acá, Paolo?
—Patrón, la estaba ayudando a mi mujer con la ropa para que…
Fátima vio como el señor Mandrágora estrujó su puño observando toda la situación, sopesando al marido, a la esposa, y entendiendo perfectamente lo que estaba sucediendo. De todos modos miró a Liliana y le preguntó.
—¿Es cierto lo que dice?
—No. 
—¡Mi amor! —se desesperó Paolo.
—Quería convencerme de ir a hacerle cochinadas atrás de ese árbol.
Mandrágora miró al esposo con una mezcla de enfado y decepción.
—Paolo, encima que te doy toda mi confianza…
—Perdónemé, patrón.
—Sabés que esto te va a traer consecuencias…
—Es que anoche los vi en la habitación y… ¡Soy débil, patrón, perdónemé!
—Rajá de acá, Paolo —mandrágora ni se molestó en mirarlo. Simplemente levantó un brazo señalando hacia el faro.
—Sí, patrón —Comenzó a alejarse Paolo al trotecito, girando cada tanto para disculparse con un cabeceo sumiso¬—. Perdónemé, patrón… 
Mandrágora y la esposa del pobre cornudo quedaron solos. Mandrágora estaba contrariado. En silencio, como un volcán furioso. 
Liliana, por el contrario, se mostró indiferente. Miró a los ojos a su patrón y se agachó sobre el canasto para tomar una nueva prenda. Dejó sus piernas estiradas, con lo que el culo le quedó en punta, orientado hacia el hombre. A Fátima le pareció ver una sonrisa en el gesto de la mujer, que cambió a deseo en cuanto Mandrágora se acercó y le tomó una nalga redonda con una de sus manazas. 
—Dejá eso ahí —dijo Mandrágora, de una manera tan seca que a Fátima le erizó el cuero cabelludo.
La señora Liliana soltó las bragas que tenían sus manos y se irguió. Giró y Mandrágora la besó. Pero hasta Fátima, oculta entre los matorrales, se dio cuenta que el beso no era otra cosa que una excusa para manosearle con fruición el culazo y los pechos y la cintura y todo ella. Sin decir palabra, Mandrágora la tomó de una mano y la llevó contra el árbol de la derecha, el que había propuesto Paolo un rato antes. La mujer sabía lo que tenía que hacer. Mirando a los ojos a su patrón, buscó debajo de la falda, se quitó la bombacha y la arrojó al pasto. 
Mandrágora se soltó el cinturón, y el pantalón cayó al piso. No llevaba nada debajo, como si estuviera siempre listo. Pero lo que a Fátima le llamó verdaderamente la atención fue el movimiento que hizo con su mano derecha sobre su miembro. Por las posiciones en que habían quedado, la señora Liliana estaba sobre el tronco del árbol, ladeada frente a ella, por lo que Mandrágora había quedado parcialmente de espaldas a Fátima. Por eso solo veía la maniobra sobre el miembro, pero no al miembro. A juzgar por los movimientos y gestos, y porque ahora también la señora Liliana lo ayudaba con sus manos, la verga del señor Mandrágora parecía salirse de cualquier proporción lógica. 
—¿Qué carajos…? —murmuró Fátima, cuando en el acomodar de los cuerpos, Mandrágora giró y, de entre sus piernas, se movió pendularmente una serpiente de carne descomunal del tamaño de un bate de cricket. Era una verga anchísima en el nacimiento y tan larga que casi llegaba a las rodillas. Eso no era una verga, era una abominación. 
De algún modo, Mandrágora y Liliana se las arreglaron para maniobrar esa monstruosidad, y en un minuto el patrón de la señora la tenía en el aire, apoyada sobre el árbol y entrándole el primer tramo de verga.
"No hay manera de que todo eso le vaya a entrar", pensó Fátima. 
Los observó por un rato. Estuvieron bailando esa danza monocorde en la que ella se movía arriba y abajo, empalada por su patrón hasta hacerle cerrar los ojos y morderse los labios. La pollera cubría buena parte de la cogida, pero como también molestaba el patrón, éste la retiraba o la subía por encima de sus brazos, que tomaban a la mujer por la cintura. Esto hacía que Fátima viera de manera intermitente, poco a poco, como el vergón monstruoso se iba enterrando más y más en la mujer, que comenzaba a gemir agitada. 
Un rumor en la maleza —aunque casi con seguridad fue más su intuición— hizo que Fátima girara la vista un poco más a la derecha y lo viera. Paolo, el marido de la mujer a la que el patrón se estaba cogiendo, permanecía fascinado y ausente, mirando la escena con ojos rebalsados de morbo, igual que ella misma. Bueno, no igual, porque el cornudo se movía con sacudones cortos, repetitivos e interminables. 
"Se está masturbando", pensó Fátima, que instintivamente se ocultó un poco más, aunque él jamás podría verla: los ojos del marido estaban clavados en su mujer. "Al menos el cornudo tiene una manera de clavarla”, sonrió Fátima. 
Quién lo hubiera dicho. Un par de años antes, jamás se hubiera permitido hacer bromas sobre la traición en un matrimonio, y hoy lo encontraba estimulante... divertido… necesario. Especialmente las infidelidades de las mujeres. Los hombres se merecían —todos— ser unos cornudos. Todos. Bueno, al menos, los maridos. 
La verga del tamaño de un tronco llegó hasta un punto en esa posición. Para cogerla más profundo Mandrágora hizo girar a la señora Liliana y la puso de frente al árbol, regalándole el culazo y los muslos abiertos hacia él. Mandrágora se tomó el vergón con sus dos manos, lo que obligó a la mujer a subirse y sostener el ruedo de su pollera por encima del culo. Fátima por primera vez vio con claridad plena el tamaño descomunal, y le resultó tan desproporcionado que no le dio excitación, sino más bien curiosidad: ¿cómo sería coger con eso? ¿Alguna mujer habría logrado meterse todo, hasta la base? ¿Sería disfrutable o doloroso? 
Solo a la última pregunta se le presentó la respuesta. Desde ya que el pijón de Mandrágora no entró más que a la mitad, pero los gemidos de placer de la receptora le indicaron a Fátima que de dolor, nada. Al menos hasta la mitad de la verga. Por el contrario, en la nueva posición, los gemidos de la mujer se convirtieron rápido en gritos gozosos, a la par que el macho —entusiasmado por los mismos gritos— bombeaba más y más violentamente. Parecía que la iba a partir en dos. Que la iba a desgarrar. No era así, a juzgar por los gemidos y la impasibilidad del cornudo, que seguía allá, pajeándose con el espectáculo que le regalaba a su mujer. 
—¿Te gusta, puta? ¿Te gusta…? 
—Sí, patrón, síhhh…
—Que no me entere que cogés con el cornudo, ¿eh…? 
—No se preocupe, patrón… Yo lo manejo a mi marido…
Fátima adivinó que Paolo estaba por acabar. Lo advirtió en la mirada de borrego degollado y se preguntó cómo la miraría Camilo, cuando la espiaba cogiendo con los negros, o con el Sapo en el faro. Sintió una puntada de envidia por Liliana y Paolo, y de pronto y sin motivo aparente, Fátima se sintió una invasora. Una intrusa en la intimidad de esa pareja. 
Suspiró al cielo y se marchó de la escena con la misma discreción con la que había llegado.



3.
2 de febrero.

Fátima no podía creer todo el cambio. Se hallaba en medio de la planta inferior del faro, de pie justo donde antes había estado el camastro en el que el Sapo se la había cogido docenas de veces. Todo estaba más limpio, más ordenado, con más luz y mayor espacio en cada rincón. El olor a mugre y humedad se habían evaporado, y ahora unas flores frescas, recién cortadas y puestas en el centro de mesa —¡había una mesa!— perfumaban la sala de estar y el faro todo. 
Jasmina sonreía orgullosa junto a ella, observando la evidente aprobación de la mujer volvió a invitar la asentarse, y esta vez ella se acomodó su gracioso trasero para que Fátima no se quede de pie. 
—¡Increíble! Es otro lugar… Hasta parece que hubieran…
—Solo un lavado de paredes y azulejos… Creo que nadie los tocó nunca desde que lo construyeron.
Fátima se mordió los labios. Las paredes habían sido tocadas a menudo y mucho, por ella misma, las veces que el Sapo la clavaba contra el respaldo del sillón.
—Mamá no debe tardar, fue a tender la ropa… De hecho, ya debería estar acá.
La mujer escudriñó a la chica con recelo. ¿Era tan inocente como se veía, o estaba al tanto del derecho que Mandrágora tenía sobre su madre? La vio abandonar un remiendo que casi no había comenzado, y tomar un sobre cerrado, abultado de varias hojas dobladas en su interior, y escrito de puño y letra por fuera. Una letra algo femenina, notó Fátima, que decía “Para mi amor Jasmina”, y abajo, “Octavio”.
—Es de mi prometido —dijo la muchacha, a medias orgullosa, a medias nerviosa. En rigor de verdad, más nerviosa que orgullosa. Mucho más—. Me lo dio cuando nos despedimos. Me dijo que solo la abriera acá, un día que lo extrañara mucho.
—Y lo extrañás ahora... 
—Siempre lo extraño. Pero creo que más adelante lo voy a extrañar peor.
Fátima no podía quitarse de la cabeza la imagen de Mandrágora y su vergón monstruoso empalando a su madre, y su padre a unos metros, masturbándose. ¿Qué iba a suceder más adelante?
—¿C... Cómo es eso…?
—Cuántos más días pasen, más lo voy a extrañar. —La chica la miró como si ella fuera una tonta—. ¿No es lo lógico?
Fátima se espabiló y se maldijo por ser tan susceptible. 
—¿No te da curiosidad? Quizá te proponga matrimonio. 
—Oh, seguro no es eso. Nos vamos a casar en unos meses, luego del verano, que es cuando lo contraten como ingeniero en una petrolera. Esta será una carta de amor, como siempre. 
—¿Solo de amor? —Fátima le sonrió con complicidad y picardía. De pronto recordó cómo se sentía cuando tonteaba con chicos, a sus quince años, antes de que el duque le robara su inocencia, haciéndole romper el culo por una veintena de tipejos del Dock Sud.
—A veces utiliza palabras un poco pasionales… —admitió—. Mamá dice que cuando consumemos el matrimonio, me olvide de seguir recibiendo palabras de amor o de pasión. ¿Es así el matrimonio, señora Fátima?
—¿Nunca lo… hicieron? 
Jasmina la miró con seño severo. Aunque tenían cuerpos distintos y ella era mucho más joven, por un momento se pareció a su madre. 
—Le dije que aún no nos casamos, señora Fátima.
—Lo siento —se contrarió Fátima. Esa chiquilina tenía la capacidad de hacerla sentir siempre contrariada.
—Yo también me casé así, y luego mi marido sufrió un accidente y… no importa…
—¿Es tan… regocijante como dicen…? 
—¿Qué cosa?
—Ya sabe… —La chica parecía querer lo suficientemente pundonorosa como para ruborizarse, pero no lo lograba. En cambio, juntó sus brazos en un gesto de seducción, e infló sus pechitos que asomaron aún más por sobre el escote. Qué suerte iba a tener ese chico Octavio, de ser e único que disfrutara de ese bellísimo cuerpecito, pensó Fátima— hacerlo… ¡El sexo! Le pregunto a usted porque dicen en el continente que igual se las arregla para obtener lo que su marido no puede darle… por su pobre condición… 
Esta vez fue el turno de Fátima, de indignarse. 
—Señorita, ¿cómo se atreve?
—Oh, perdóneme, no quise parecer grosera. —Jasmina se sintió honestamente compungida. Parecía querer entenderla, más que disculparse—. No me parece mal, al contrario; hasta me parece natural. Mamá también hace cornudo a papá, con el señor Mandrágora. 
Fátima casi pegó un saltito sobre sus talones.
—¿Qué… ¿Cómo…? ¿Lo sabías?
—Claro. Pero no lo guampea siempre. Es solo cuando trabajamos para el señor Mandrágora. Lo que dure el trabajo, mamá debe estar siempre disponible para el señor Mandrágora. Lo que dure el trabajo…
—¿Y a tu papá no le molesta?
—Papá está agradecido con el patrón, por darnos la oportunidad de trabajar para él. 
Fátima recordó la paja de Paolo unos minutos antes.
—Entiendo. —Y se preguntó si el señor Mandrágora también tendría derecho de pernada sobre la chica. No lo parecía—. ¿Y entonces…?
Como si le hubiera leído la mente, Jasmina dijo:
—Por eso papá y mamá me buscaron un buen marido y arreglaron mi matrimonio rápido. Un marido con un trabajo sin un patrón como el señor Mandrágora. 
—Es... Es una buena decisión... Creo... 


La puerta se abrió como si la hubiera pateado el viento, y entraron a la sala del faro el señor Mandrágora y Liliana, que cargaba con dos canastos vacíos, livianos pero incómodos de llevar. Fátima se sobresaltó por el ruido. Jasmina, por estar sosteniendo en sus manos la carta de su prometido y no el remiendo de la labor mandada. 
—¡Señora Fátima! —se sorprendió Mandrágora, que la miró de pies a cabeza recorriendo cada curva que la ropa le ocultaba estratégicamente mal.
—Hija —ordenó seca la señora Liliana—, andá a lavar estos canastos que quedaron con jabón.
Jasmina se levantó presta y bien dispuesta, y a Fátima se le antojó que el pedido fue pura y exclusivamente para sacar a la muchacha de la proximidad del señor Mandrágora. 
—Vengo por unos papeles del Sapo.
—¿Del Sapo?
—Son unos documentos que necesita para algo del continente. Estaban en una caja de un aparador, pero veo que cambiaron todo.
—No sé nada de ningún papel, todas las porquerías de ese tipo las metimos en el galpón.
—Espero encontrarlos rápido. 
—Yo la acompaño, Fátima —se adelantó Liliana.
Pero Mandrágora la abarajó.
—La llevo yo. —Fue tajante—. Vos andá a la cocina y prepará algo para la merienda.
Liliana agachó la cabeza en gesto de aceptación, y el señor Mandrágora tomó a Fátima de la cintura para llevarla fuera del faro. 
El contacto fuerte y masculino de ese tipo oscuro estremeció a Fátima, que de inmediato recordó el vergón de caballo que le había visto un rato antes. Fue como una breve descarga eléctrica que se acrecentó cuando el hombre apretó su mano sobre su cuerpo; ella juraría que para comprobar sus carnes.
El galpón también estaba cambiado. Era un lío de cosas, pero ordenado. Allí sí se podría coger sin ensuciarse, y no como pasó en todas y cada una de las veces que el Sapo la rellenó allí. Fátima buscó entre varios muebles viejos y abrió media docena de cajas. En verdad el viejo tenía mucha basura, sobre todo revistas con mujeres ligeras de ropa. O con ninguna ropa.
—Quizá allá arriba —dijo Mandrágora señalando una caja de madera que asomaba por sobre el techo de una estantería repleta de cosas. 
Fátima supo que la sugerencia era al solo efecto de que ella subiera a algún banquito y le quedara el culo expuesto a él, incluso pegado a su rostro. No le importó. Solo quería salir de toda esa mugre. Buscó con la vista alrededor. No había nada lo suficientemente alto, y para peor, la caja quedaba un poco más lejos, inaccesible. 
Mandrágora sonrió.
—Voy a tener que ayudarla, señora Fátima. 
La única manera era que él la levantara. Y lo hizo como si ella fuera una pluma. Fátima estaba acostumbrada a que los dos negros que tenía en casa y se la cogían a diario la levantaran con facilidad, a ellos les gustaba empalarla en el aire mientras su marido dormía la siesta. Pero los negros eran grandotes. Pesos pesados. Y si bien Mandrágora era alto, también era delgado. 
Los muslos de ella, desnudos por el corto ruedo del vestidito, fueron tomadas por las manazas del hombre, y magreados innecesariamente para elevarla. Lo mismo que la intromisión de esas mismas manos por debajo de la falda, cuando la tomaron de sus nalgas para elevarla más y que por fin alcanzara, ahora sí, la caja de madera que Fátima buscaba. Y justo en ese momento, en el preciso momento en que ella tomaba la caja, Mandrágora sorteó la bombachita que le protegía su decencia y le introdujo, sin demasiada sutileza, dos o tres dedos en su intimidad.
Fátima bajó y en el movimiento descendente, los tres dedos del hombre se introdujeron aún más y luego la soltaron, no sin antes hacer un movimiento de pinzas por dentro y sobre su clítoris. La mujer se ruborizó y estremeció, más por la osadía del hombre que por el hecho sexual, que duró un chasquido.
—Señor Mandrágora, me ha decepcionado. Sus modales…
Mandrágora llevó sus dedos húmedos a la boca y los chupó descaradamente, mirando a la mujer a los ojos.
—En cambio usted no me ha decepcionado en absoluto.



4.
2 de febrero.

Camilo. 
Cuando Fátima entró a la sala de estar del faro con el señor Mandrágora detrás de ella, tuve un mal presentimiento. No podría precisar por qué, quizá por el gesto de sorpresa y culpa en el rostro de mi mujer, quizá por el gesto satisfecho de ese tipo taimado que no me inspiraba ninguna confianza. Como fuere, mi esposa venía con un sobre manila en sus manos, y pronto cambió la expresión de sorpresa por una sonrisa, que se me antojó incómoda. 
—Hola, mi amor —me saludó—. ¿Qué hacés acá?
Ni la señora Liliana ni su hija notaron la tensión entre nosotros.
—El Sapo quería que viniera y te dijera que no busques papeles, que los papeles están dentro de un sobre marrón. 
Fátima agitó alegremente el sobre manila. Pero su sonrisa no era por haberme ganado de mano. Era porque sabía que yo estaba allí para vigilarla. Para vigilar que no se estuviera enredando con el nuevo hombre de la isla. 
—¿El Sapo? —Se sorprendió Mandrágora, y vino hasta mí con mala cara.
—Sí… —dije, y sus ojos me miraron tan agresivamente que por un momento sentí un poco de miedo—. Necesita esos papeles para poder salir de la isla.
—¿Todavía está en la isla? —gritó, y pegó un puñetazo contra la mesa, tan fuerte que hizo estremecer todo el faro—. ¿Qué hace ese gordo todavía acá?
Las tres mujeres lo miraron, sorprendidas. Yo, que estaba justo al lado cuando estalló su furia, me congelé de miedo. 
—Durmió anoche en mi cama… ¡en mi casa, quise decir! 
Mandrágora, aún inclinado sobre la mesa, giró su rostro hacia Fátima. 
—No puede quedarse en la isla, va contra las reglas de la alcaldía.
—¿En la isla? —preguntó Fátima— ¿No dijeron que no podía quedarse en el faro?
Mandrágora esta vez giró hacia mí, con ojos sanguinolentos. Me estremecí.
—Controle a su mujer e impóngase en su casa, pedazo de cornudo… ¡Sea hombre y eche a ese viejo inmundo de su propiedad!
Si ya antes estaba congelado, se imaginarán cómo me puse en ese momento. Al quedarme mudo, Mandrágora se enojó más y me tomó de las solapas. Mi silla de ruedas gimoteó con el movimiento.
—¿Estamos claros? —me amenazó.
Fátima se acercó mucho más tranquila de lo que uno esperaría y se interpuso entre los dos. Me acomodó amorosamente en la silla y, como quedó de espaldas y pegada a Mandrágora, sacó un poco de cola, que apoyó sobre el bulto del hombre.
—No hace falta ser descortés —le dijo en un reproche conciliador—. Si vine hasta acá fue justamente para llevarle al Sapo los documentos para que viaje al continente.


Camino a casa, yo seguía humillado y en silencio, y mi mujer empujándome la silla. 
—Qué nervioso se puso el señor Mandrágora, ¿eh?
—¿Nervioso? Pensé que me mataba.
—Un tipo tan fuerte… tan bien plantado… tan varonil… que maneja a su antojo a todos a su alrededor… que tiene control sobre todo… con el miembro de un caballo… Es raro, ¿no te parece?
—¿Qué tiene de raro? ¿C-cómo con un miem…?
—Lo que oíste, no me hagas repetirlo.
—¿Cómo sabés que…? ¿Qué estuvieron haciendo en ese galpón cuando buscaban los papeles del Sapo…?
—No seas perseguido. ¿Qué clase de mujer te pensás que soy? Cuando iba para el faro lo vi a él y a la señora Liliana, desnudos… Ya te imaginarás haciendo qué… Y bueno, fue desagradable pero no pude evitarlo. Nunca vi algo tan grande en toda mi vida… tan grueso… tan ancho en la base… 
—Se supone que nunca viste ninguno, excepto el del duque.
—Sabés que un par de veces me topé sin querer con Samuel y Eber, bañándose en el tanque.
El cinismo de mi esposa —aunque en verdad no me daba cuenta si era burla o simplemente un resabio de su educación de dama de sociedad— me la puso de piedra. Actuaba como si fuera una señora decente, cuando yo sabía que los negros que trabajaban para mí, se la cogían a diario; que el hijo de puta del balsero, se la cogía una vez por semana; y que el Sapo le daba verga casi día por medio. Es cierto que nunca lo habíamos admitido uno al otro, pero de ahí actuar como si yo fuera un imbécil… Tal vez eso era lo que buscaba. Tal vez eso era lo que me la hacía parar.
—Sí... —admití, vencido. Y de pronto me sentí morboso—. Había olvidado que algunas veces tuviste esos miembros enfrente de tus propios ojos.
Pero ella se escabulló de ese tema y regresó a Mandrágora.
—En fin, ¿te parece que un tipo así pierde el control solo porque el Sapo se queda en la isla? Ahí hay algo raro... 
—Quizá el viejo roñoso, en su paranoia de borracho, tenga algo de razón. 
—Ese tal Mandrágora quiere quedarse con el trabajo y la vivienda del Sapo. 
Una alarma me sobresaltó el corazón. Si ese tipo iba a ocupar para siempre el lugar del Sapo, sin dudas iba a sumar a mi mujer a su harén de putas personales. Y no iba a conformarse con una o dos veces por semana. Se la iba a llevar a vivir con él. 
Y yo moriría solo. Y nunca más podría espiar a mi mujer cogiendo con otros. 
Y entonces me encontré diciendo:
—No podemos permitir que al pobre Sapito le roben su trabajo. 
Fátima me observó con el ceño levantado.
—¿Desde cuándo te importa lo que le suceda a ese viejo del que siempre te quejás que me manosea y te dice cornudo?
Llegamos por fin a casa. Otra vez nos recibían los cuernos de alce sobre la puerta, que nos regalara el Sapo un par de años atrás, cuando comenzó a cogerse a mi mujer. 
—Es un buen vecino —le dije, y adiviné la sonrisa triunfal de la infiel de mi esposa detrás de mí, mientras empujaba mi silla—. Después de todo nos regaló esos cuernos para la entrada, ¿no?
—Te regaló, mi amor —me corrigió.



5.
2 de febrero.

Camilo.
No sabía qué me hacía hervir más la sangre, si las respiraciones agitadas y gemidos solapados en la semi penumbra, si el chasquido de las carnes del Sapo bombeando las nalgas de mi mujer, o los ojos de ella mirando directamente a los míos, por primera vez, mientras otro hombre le metía pija. 
—Perdonalo, mi amor… —me suplicó con ojos de borrego—. Está borracho. 
Decididamente su mirada y su voz, hablándome, era lo que más me excitaba. 
No sé cómo había iniciado todo porque yo no estuve presente, aunque puedo imaginarlo. El Sapo ya estaba tomado desde la mitad de la cena, y Fátima, más chispeante que otras veces, brindando una y otra vez con un vinito patero dulzón, que era su preferido. Yo había estado presenciando los avances descarados y manoseos furtivos del viejo sobre mi mujer, como en otras oportunidades. Pero esta vez, Fátima no lo cortaba. Por el contrario, le respondía con ambigüedades doble intencionadas o lo alentaba con sonrisas y caída de ojos, o exhibiendo su culo cerca, cuando no directamente apoyándoselo. 
Como fuere, había salido yo de la cocina para ir al baño, y al regreso me encontré con la escena: la luz principal apagada, la cocina solo iluminada por una pequeña lámpara de sol, la mesa despejada de platos, bebidas y fuentes, y, sobre ese altar en el que un minuto antes estábamos cenando, mi esposa tumbada boca abajo, su torso apoyado sobre el mantel con el culazo apuntando atrás, la falda levantada por la cintura y el Sapo penetrándola cadenciosamente, con un mete saca monocorde e infinito.
—Uy, el cornudo… —dijo el borracho, habiéndose olvidado por completo de mi existencia.
Aunque la había visto cogida cien veces, tenerla ahí enfrente mirándome a los ojos me congeló. Y también la congeló a ella. Fue por eso que recién unos segundos después de ver cómo se le agitaba la cabeza casi sobre la tabla de la mesa, al ritmo del bombeo, logré reaccionar.
—Te están cogiendo —dije, y así y todo seguí congelado. 
El Sapo parecía no darle importancia al momento. Continuaba serruchando dentro de mi esposa con cierta parsimonia, lo que hacía que los pechotes de mi mujer se aplastaran contra la mesa y recuperaran volumen de inmediato, conforme el viejo le enterraba verga o se la retiraba.
—Perdonalo, mi amor… —me seguía pidiendo Fátima, con gesto de inocencia, aunque con cada topetazo con el que le entraban pija, entrecerraba imperceptiblemente los ojos con deseo contenido. 
—Cornudo, qué rica está tu mujer... —El Sapo era un cretino, sin dudas, pero borracho era de esos tipos que suelen ser divertidos entre amigos, o una pesadilla, si no te respeta. Así alcoholizado, con la camisa abierta y el pecho velludo y la panza de mandril, tenía tomada a mi mujer de las ancas y festejaba cada empujón, cada penetración, con una sonrisa o un comentario humillante o una nalgada. Envidié esa manera tan idiota de disfrutar de la mujer de otro—. Y cómo le gusta la pija, jajaja... 
Miré a Fátima con ojos derrotados. Ella mitigó mi angustia.
—Está borracho, Camilo... Uhhh... Ahhh… —El Sapo comenzó a clavar más fuerte; no más rápido, sino con mayor violencia, como dándole latigazos de verga. Fátima estiró un brazo y con la mano apretujó una parte del mantel, hasta ahogarlo—. Mañana no se va a acordar de nada… Ohhhhh…
El cinismo de mi esposa me la puso dura como el mármol. Posiblemente el Sapo no recordaría nada al otro día, pero ella sí. Y yo, los gemidos de ese hijo de puta disfrutando del cuerpo de mi mujer, y los jadeos de ella. Jamás en la vida los iba a olvidar. 
"Perdonalo... perdonalo...", seguía murmurando ella. 
Ver cómo la mano de mi esposa apretujaba cada vez más fuerte el mantel, me decía que se estaba acercando al goce pleno que tantas veces le había visto experimentar con nuestros peones negros. 
—Andá para... tu piecita... Camilo... —me rogó calmada y entre gemidos, tirándome cada palabra cuando le retiraban verga, y cortándose cuando ésta clavaba nuevamente de golpe—. No quiero... que me veas... así... Ahhh... 
Cerró los ojos, como si decir eso fuera su último esfuerzo para que nuestro matrimonio se mantuviera en la “normalidad”. Agachó la cabeza, gozando. Ya no esperaría respuesta alguna. Ya no existiría por un buen rato otra cosa que no fuera el vergón del Sapo entrándole como un animal, convirtiéndola en una hembra. Volví a ver sus pechos aplastados sobre la mesa, inflados por el movimiento y otra vez aplastados. La camisola se le había corrido con la fricción y ahora, cada vez que el Sapo le retiraba pija y su torso se recuperaba, podía verle los pezones duros como caucho a mi mujer, esos pezones tan poco míos, que ni me dejaba ver, y tan de todos, que cualquiera se los manoseaba en un rincón oscuro o cuando yo no anduviera cerca. 
En cuanto el Sapo aplastó los pechos y los pezones de mi esposa se me mostraron francos por segunda vez, eyaculé de inmediato. Acabé sin siquiera tocarme y agradecí que mi mujer tuviera sus ojos cerrados, gozando, y no pudiera ver mi rostro mientras yo me corría bajo mis pantalones.



6. 
2 de febrero.

Primero se escuchó el taconeo apresurado de los pies bajando las escaleras. Enseguida se vieron los tobillos, las pantorrillas y los muslos desnudos, conjurados arriba en un pantaloncito muy muy corto y pegado a la piel. El señor Mandrágora no pudo quitar los ojos de ese culito apretado, aún no tan generoso como el de la madre, pero sin dudas igual de deseable. 
Jasmina saltó los dos últimos escalones y se plantó en la sala con ojos grandes y brillosos de enamorada. 
—¡Octavio viene a verme!
Liliana y Paolo le festejaron la noticia con cierto entusiasmo. El señor Mandrágora, por otra parte, quedó petrificado con su vista, en el triángulo ajustadísimo que hacía el pantaloncito entre las piernas, abultándole la concha de una manera que parecía pintarla desnuda, más que cubrirle las partes, y que le secó la boca. La mezcla de comodidad e informalidad en el vestuario que había impuesto a las mujeres que trabajaban para él, resultó en una gran idea. 
—No hay lugar acá para que venga tu novio —dijo con voz seca y monocorde—. No hay camas suficientes. 
—Ya arreglé eso, señor. Por radio. Recién. Y él está de acuerdo. 
La madre cambió rápido de semblante y se mostró de pronto desconfiada.
—Ni pienses que va a dormir en tu cama, Jasmina. Todavía es tu prometido, no tu marido, y tiene que respetar tu honorabilidad. Vos misma tenés que respetarla. 
—No, mamá, va a dormir en el galpón, con los trastos. Ahí hay un colchón viejo que no se usa. —El entusiasmo de la joven la hacía pegar saltitos de felicidad, y los pechos acompañaban cada uno de sus movimientos. En uno de esos saltos, Jasmina giró hacia su patrón—: Eso es lo que arreglé, señor Mandrágora. No va a usar ninguna habitación del faro, y serán solo un par de días. 
El patrón levantó unos centímetros la cabeza. Había sido evidente para la madre y el padre de la chiquilla que él se había hipnotizado con la conchita apretada de la joven, y luego con los pechos que amagaban salirse del escote. La miró al rostro por primera vez.
—No me gusta —dijo, y Jasmina dejó de saltar—. Primero porque sos muy chica para andar recibiendo muchachitos. Y segundo, porque acá viniste a trabajar, no de luna de miel. 
Liliana carraspeó.
—El señor Mandrágora tiene razón, Jasmina. No es bueno que un prometido haga este tipo de propuestas a su futura esposa. ¿Y si luego se arrepiente? Para algo están los matrimonios, ¿no? 
Jasmina dio un paso hacia su madre y juntó sus brazos y sus palmas en un ruego. Se inclinó hacia ella y para hacerlo debió parar su culo redondeado, con el pantaloncito metido entre las nalgas, justo delante del patrón, que clavó sus ojos en la raya como quien clava un remache.
—Octavio no se va a arrepentir. Además, él siempre me respetó, nunca me pediría nada fuera de lugar. Y nunca va a dejar de amarme. Mirá. —Hizo flamear el sobre aún cerrado—. Me dejó una carta de amor el día que nos despedimos. 
—Ya lo sé. No hay un día que no me lo enseñes. 
—Todavía no la abriste —notó Paolo. 
—Quizá esta noche. O tal vez el día anterior al que él llegue. Sería más romántico, ¿no?
El señor Mandrágora apartó la mirada del culo de su empleada más joven y sentenció.
—Será esta noche. 
Padre, madre e hija se miraron entre ellos.
—Aún no decidí si ... 
—Dije que va a ser esta noche. —Mandrágora corrió la silla para atrás. No podía dejar de mirar el culo de la muchachita, y cuando ella giraba, no podía dejar de mirarle la entrepierna apretada—. Yo también tengo curiosidad por esa carta, así que me la vas a ir a leer a mi habitación. 
A Paolo se le encendió una alarma. La misma que se la había encendido muchos años atrás, justo la noche en que Mandrágora le había cogido a su esposa por primera vez. 
—Pero, señor... 
—Vos hoy dormís acá abajo con tu mujer, en la piecita. —Mandrágora habló seco y señalando a Paolo con su índice—. Aunque ya sabés la regla de esta casa, ¿no?
Paolo sabía que ese tono y ese dedo significaban que la decisión era inapelable. Y que el patrón andaba con muy poca paciencia.
—Sí, señor. Nada de sexo con mi mujer hasta que finalice el período de trabajo. Concentración total. 
Mandrágora asintió y se levantó con reluctancia. Rodeó la mesa, pasó por entre la pareja y su hija, y apoyó una de sus manotas sobre la cintura y las ancas de la chica, frotando la piel y las curvas jóvenes de esa preciosura. 
—Andá para arriba apenas terminen acá —ordenó, y subió las escaleras. 
Cuando quedaron los tres solos, Paolo murmuró royendo sus dientes, para que su patrón no escuchara desde la planta superior. 
—Liliana, andá a hablar con el patrón. No me gusta nada esto. 
—¿Por qué yo?
—Porque a mí no me va a hacer caso. A vos te escucha. A vos te respeta. 
—Yo ya soy grande, papá, sé cómo manejarme. ¿Qué te pensás que me va a hacer?
Todos hablaban entre murmullos. Fue Liliana la que de pronto habló con normalidad.
—A mí no me interesa lo que pretenda Mandrágora con Jasmina. Me voy a dormir. 
—¿Cómo podés ser tan indiferente? Es de tu hija de quien hablamos. 
—Ya te dijo, ella lo va a manejar. Además, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Que lo haga cornudo a Octavio? Que vayan sabiendo lo que es el matrimonio… 
Paolo se paralizó. Le hizo señas de que bajara la voz.
—Pero... ¿Cómo podés decir eso, querida? 
—¿Qué dije de raro? —Liliana revoleó los ojos y volvió a los murmullos—. Todos los hombres casados que conozco son cornudos. Todos. ¿O vos conocés a alguno de tus amigos que no lo sea, Paolo? 
—Yo… No, pero… 
—Son cosas normales de todo matrimonio, mi vida… —Liliana sonrió y acarició la mejilla de su hija con ternura. Luego giró, dejó de sonreír y se dirigió a su marido—. Más vale que los chicos comiencen a lidiar con la rutina de estar casados, ¿no? Todos los maridos son cornudos, es como una ley natural. —Se dirigió desafiante a Paolo, que calló—: ¿O miento? —Luego sonrió a su hija—: Y nosotras debemos hacer nuestra parte. 
Y así, airosa y algo ofuscada, Liliana se retiró a dormir. 
Jasmina tomó unas prendas extra, de un cajón tomó un cepillo y una cofia y llevó a su pecho la carta de amor de su prometido. 
—Esperá, hija. Dame un minuto que subo a hablar con Mandrágora. Tengo que intentarlo. 
—Ay, papá, no va a pasar nada. El señor Mandrágora siempre fue bueno conmigo. 
—Es solo un minuto. Quedate acá, ya bajo. —Y subió. 
Arriba, Paolo llegó cuando Mandrágora se estaba vistiendo para dormir. O desvistiendo. Había visto a su patrón desnudo innumerables veces, cuando le cogía a su mujer. Sin embargo, se seguía sorprendiendo con el cuerpo fibroso y trabajado, de músculos marcados, que se hacía imponente con la altura del hombre. Pero a lo que nunca se acostumbraba era al bate de cricket que su patrón tenía por pija: una barra de carne enorme, larga como la de un animal de carga y ancha como una pala carbonera. Y ahora lo tenía ahí, ante sus ojos, pendulando con cada movimiento del hombre para ponerse una casaca sin mangas. 
Paolo tragó saliva. Como siempre que veía ese portento. 
—Patrón, quería ver si pudiera rever lo de esta noche con mi hija y esa lectura… Verá, es casi una niña, lo mismo que su prometido, y esas cartas suelen ser boberías de enamorados. 
—Paolo, hacé silencio y vení para acá. —Paolo calló, inclinó levemente la cabeza y obedeció—. Agarrame la pija. 
—¿Señor…? 
—Ya sabés que tengo una verga descomunal. No puedo ponerme el calzoncillo sin ayuda. 
—P-pero, patrón… 
—Tu mujer siempre me asiste. Agarrala con las dos manos, y sostenéla horizontal mientras me visto. —El señor Mandrágora estaba de pie junto a su enorme cama. Había lidiado con éxito con su casaca pero ahora quería ponerse el calzoncillo. La verga era tan grande y larga que, para colocarla dentro de la prenda, había que moverla de lado, estirar el elástico y mover la pija en la dirección contraria. Esta vez fue Paolo el que tragó saliva—. Dale, ¿qué esperás? 
Paolo se arrodilló junto a Mandrágora y los labios le temblaron cuando la boa constrictor quedó ante sus ojos. Tuvo que agacharse un poco para tomar el extremo del glande, mientras que con su otra mano tomó el tronco del vergón, desde abajo, y se ayudó a levantarlo.
—Señor, esto es… —De pronto Paolo se encontró sosteniendo esa verga animal con ambas manos, las palmas muy separadas una de la otra, y aun así sobrando verga por ambos lados. Y entonces recordó que su esposa se clavaba eso casi todas las noches, mientras trabajaran para el patrón—. Oh, por Dios…
No había necesidad de hacerle hacer eso. Por supuesto el señor Mandrágora no necesitaba ayuda para vestirse, lo estaba castigando. 
—Agarrarla con ganas, cornudo. Es el vergón de tu patrón… El que se coge a tu mujer para que tengas un buen trabajo…
—Señor, se lo suplico… —Paolo sostuvo la pija pero cerró los ojos. 
Mandrágora se puso la primera pierna del calzoncillo. Lo hizo deliberadamente lento. 
—Mantené el vergón horizontal, inútil. ¡Abrí los ojos, que se te cae! 
Paolo seguía sosteniendo la pija de burro desde abajo y con sus palmas hacia arriba, como quien sostuviera un tronco de árbol caído para salvar a un animal atrapado. Obedeció a su patrón y no pudo evitar mirar el cilindro de carne surcado de venas. Estaba más grande. Y le dio la impresión que estaba latiendo mientras lo apretaba entre sus manos. 
—Te pregunto, Paolo, ¿no es bueno el trabajo que te doy durante casi todo el año?
—S-sí, señor… 
—¿No es buen dinero, con la crisis que hay en el mundo y la Bolsa yéndose a la mierda…? 
—Sí, señor Mandrágora, y se lo agradezco. Se lo agradezco mucho… 
—Encima me hago cargo de tu mujer los meses que trabajamos juntos… Ni ese esfuerzo tenés que hacer… —Paolo sintió la pija de su jefe latir más fuerte—. Decime, Paolo, ¿qué otro patrón te trataría como yo? 
Paolo pensó que la pregunta en realidad debería ser: “¿qué otro hijo de puta se cogería a diario a tu mujer, los nueve o diez meses que, entre changa y changa, trabajamos por año?” Lo peor era que él conocía la respuesta: “Muchos”.
—N-no señor —eligió responder Paolo—. Ninguno, sin dudas. Soy un hombre muy afortunado… y le estoy agradecido. Pero mi hija… se va a casar en dos meses y… 
—Paolo, me conocés desde hace años. Yo mismo conozco a Jasmina desde bebé. Es como si fuera mi hija. O la hija de alguno de mis amigos de aquella época en que nos divertíamos tanto, ¿te acordás…?
“Querrá decir en la época en que usted y sus amigos se divertían cogiéndose todas las noches a mi flamante esposa”, pensó. En cambio, dijo: 
—Sí, señor. Justamente quería apelar a eso… Ella es casi una niña reservada a su esposo, como marcan las costumbres morales que tanto usted como nosot… 
—Paolo, quedate tranquilo. Jasmina solo va a subir a leerme esa carta antes de que llegue su novio. Nada más. Vos sabés que siempre te respeté, y respeté a tus dos mujeres. 
—S-sí, señor… Gracias, señor… 
—Ahora soltame la verga y mandame a tu hija. 


Jasmina se irguió espigada sobre sus talones, llena de un orgullo casi infantil. Estaba de rodillas sobre la cama de su patrón, sentada sobre sus propias pantorrillas y sosteniendo el sobre aún cerrado que le diera en mano su prometido. Ya no vestía el pantaloncito pegado a la piel, de trabajo, ni la remera. Era la hora de dormir, así que se había vestido para dormir: un pantaloncito aún más breve que el anterior, igual de apretado entre las nalgas, pero más flojo abajo, con encaje en los bordes de las botamangas, y una camisola semitransparente que, al no llevar sujetador, le hacía casi visibles las tetitas deliciosas, ni hablar de sus pezones oscuros y duros como el caucho. Eso estallaba prácticamente ante los ojos de su patrón.
Y su patrón estaba allí, frente a ella, disfrutando su hermosura, observando cómo cada curva de la mujercita llenaba y sobresalía cada prenda. Se adelantó y con un dedo corrió la manga de la casaca de ella a un lado, ampliando el escote y desnudando un poco más uno de los pechos. 
—Señor Mandrágora, ¿no quería que le leyera la carta de amor de mi novio?
—Por supuesto, princesita. Pero antes me gustaría ayudarte a humedecer tus labios. Por si es una carta larga. 
Mandrágora ya se había quitado su camisola, estaba en cueros arriba, con el torso fibroso y surcado de cicatrices que a Jasmina siempre le habían fascinado e intrigado. Mantenía su calzoncillo puesto, pero esto era casi un eufemismo: el bulto del vergón era evidente y el glande sobresalía por encima del elástico justo frente a la jovencita, que evitaba mirar allí para posar sus ojos en el sobre que le había dado su prometido y futuro esposo. 
El hombre reacomodó su verga y un buen pedazo de pija se asomó por sobre el elástico, liberando la presión pero mostrando un trozo de carne hinchado y rojo. 
—Señor Mandrágora, ¿eso estará bien? Quiero decir, sé que no es nada malo ni va contra la palabra de la Biblia, y que la honra de mi futuro esposo queda a resguardo; como ya me lo explicó las otras veces que lo ayudé a… desahogarse…
—No voy a desahogarme en tu boca, Jasmina, no te aflijas. Como dije, es solo para que se te humedezcan los labios. 
—¿No debería abrir la carta de mi prometido?
—Primero, lo primero… 
Fue ahora el turno de Mandrágora de sentarse sobre sus pantorrillas. Se adelantó, sacó el vergón de cricket por completo, maravillando otra vez a la chiquilla, y con una mano lo elevó y lo puso a la altura de los pechos de ella. Con una delicadeza que no correspondía con ese hombre, Mandrágora tomó a Jasmina del techo de la cabeza de ella y la fue guiando hacia abajo, hacia su vergón inhumano. 
Jasmina sabía lo que debía hacer. Si el patrón decía que lo mejor era humedecer sus labios, debía abrir la boca y humedecer sus labios sobre el glande de ese portento de masculinidad, una masculinidad que le gustaría hubiera tenido Octavio, su prometido. 
La mano firme del patrón la guio hacia la verga. Jasmina solo debió abrir la boca, cerrar los ojos cuando el glande estuvo tan cerca de su rostro que comenzó a verlo doble, y envolver y abrazar ese trozo de carne con sus labios, con su lengua, con toda su feminidad sumisa a esa hombría que la invadía y la despojaba de todo lo que había alrededor. 
—Así, princesita… Muy bien… Uhhh…
Jasmina tomó el tronco con ambas manos, no podría haberlo sostenido con una sola. Con ambas manos tampoco alcanzaba, pero al menos lograba sostenerlo. El patrón le había enseñado muchos años antes a mantener sus dedos alrededor de esa camisa de piel que rodeaba la verga, y subir y bajar sus manos con suavidad, a la vez que chupaba el glande o incluso más, si ella lo deseaba. El señor Mandrágora le había dicho que a eso se le llamaba “paja” o “pajear”, y que era bueno que lo aprendiera porque alguna vez se lo tendría que hacer a su marido, si trabajaba para él o para alguno de sus amigos. Pero solo la paja, no la chupada. Al menos mientras trabajara bajo la tutela de algún patrón.
Esto entusiasmaba a Jasmina. No sabía nada sobre el matrimonio, pero si podía pajear a su marido y chupar vergas así de enormes de sus patrones, el matrimonio se veía lo más maravilloso y romántico del mundo. Aún no le había dicho el señor Mandrágora que seguramente a su marido no le gustaría del todo un arreglo así, como tampoco le había dicho que para la tarea de convencerlo se encargaría él (o uno de sus amigos).
Mandrágora comenzó a presionar más sobre la cabeza de la chiquilla, haciendo que la verga se enterrara más y más en la garganta virginal. Como hacía siempre, cada vez que su goce lo iba entusiasmando. No había manera física de que entrara todo, pero la jovencita sentía un orgullo personal por tratar de, cada vez, tragar un poco más de verga y conseguir una nueva marca. Por eso no decía nada cuando la presión se hacía más brutal, la verga avanzaba hasta límites imposibles y las lágrimas comenzaban a aflorar de esos ojitos de princesa.
—¡Tragá, puta! ¡Tragá más verga, así te preparás para cuando te cases con el cornudo de tu prometido!
No solo afloraron las lágrimas. También algo de moco acuoso comenzó a salir de la nariz de la chiquilla. La falta de oxígeno le hizo primero soltar la verga y luego aletear sus dos manitas buscando aire, mientras su patrón le presionaba la cabeza más abajo y le enterraba más y más pija.
—¡Tragá, putón! ¡Te voy a sacar buena, ya vas a ver!
Mandrágora vio que Jasmina se hinchaba de rojo y aflojó la presión y la retiró de su verga, dándole aire. No más de una bocanada, que Jasmina abrazó como un nadador con calambres. Mandrágora le cerró la nariz con dos dedos, la chica entendió que debía abrir la boca y en un segundo estaba otra vez tragando pija hasta la campanilla.
—¿Así que te vas a casar, princesita? —le decía mientras le mecía la cabeza arriba y abajo sobre su pija, sacudiéndola desde los cabellos de la chica—. Te voy a hacer un regalo de bodas, ¿sabés? —Jasmina tenía tanta verga adentro que tosía, se ahogaba, y otra vez sostenía sus manitas en el aire, como aleteando. Mandrágora parecía no advertirlo. O no importarle—. ¿Sabés? —Jasmina asintió como pudo, entre lágrimas y mocos. Y entonces Mandrágora sonrió y agregó—: Toda esta verga. Toda para vos, la noche antes de la boda.
Jasmina no terminaba de entender exactamente a qué se refería. Pero no quería desprenderse en ese momento del vergón que la sometía. Tosió nuevamente, ahogada de verga, y Mandrágora le liberó otra vez la garganta invadida. Jasmina tomó el tronco con ambas manos, un poco para sostenerse, porque estaba mareada y sin oxígeno, y otro poco porque quería retenerla para sí. La tomó con ambas manos y la verga fue a dar a su rostro, cacheteándola. 
—Lo que a usted le parezca mejor para mí y para mi futuro marido, patrón.
De pronto la verga se le refregaba en la cara, de ida y de vuelta, arriba y abajo, y la mucosidad del glande se juntaba con sus lágrimas, con sus mocos y su propia saliva.
—Ya se te humedecieron los labios, princesa —retomó con calma Mandrágora—. Ahora sí vas a abrir el sobre para mí y te voy a escuchar. 
Mandrágora tuvo que quitarse la boca enviciada de Jasmina con un tirón desde los cabellos, para alejar la cabeza de la muchachita de su hombría. 
—Sí, señor Mandrágora…
Ella volvió a ponerse erguida. Con manos temblorosas tomó el sobre que había ido a parar a una esquina de la cama, y Mandrágora fue detrás de ella y le acarició la cintura y le frotó lascivamente los bordes de su culazo, aún con el pantaloncito de tela y encaje puesto. 
—Yo te ayudo a abrir… 
Jasmina comenzó a desgarrar una de las puntas del sobre justo cuando Mandrágora le hizo a lado el forro bajo del pantaloncito, dejándole la conchita de labios rosa-furia al desnudo. 
—Señor Mandrágora… 
—Te estoy ayudando a abrir… 
Mandrágora colocó dos dedos —pulgar e índice— en la conchita húmeda de la muchacha. Escuchó el rasguido del sobre, y al mismo tiempo separó los dedos, abriéndole los labios. 
—Ay, señor…
—Inclinate un poquito más para adelante, princesa, así vas a poder leer más cómoda. —Y alejó con suavidad y firmeza el torso de la chica, haciendo que se levante la cola un palmo más por sobre sus talones—. ¿Ya tenés la carta lista?
Mandrágora tomó el vergón con su mano libre y apuntó el glande hasta la conchita, que ahora quedaba más accesible. Puerteó.
—Sí, patrón, ¿le entro a la carta de mi prometido?
—Entrémosle… 
Mandrágora apoyó el glande entre los labios de Jasmina. Estaba por hacerlo por primera vez. Estaba por estrenar a esa mujercita a quién había visto crecer desde pequeña. Apoyó la cabeza de la verga de tal manera —o con tal profundidad— que logró sostenerla allí sin ayuda. El contacto, la humedad y seguramente la presión en ella, hizo que las nalguitas de la chica se hicieran piel de gallina. 
—Es… Es la primera vez que voy a hacer esto… leer la carta de mi prometido. 
—Pero no va a ser la última… Empezá, Jasmina… Empezá…
Mandrágora comenzó a empujar. 
—"Mi querida ama…
Y clavó la cabeza entera adentro. 
—...adaaahhh…”


El texto de la carta, y la lectura de la misma en esa habitación (y toda la “ayuda” que Jasmina recibió del señor Mandrágora) seguramente serán un Anexo, y probablemente se les regalará los que apoyan esta mini serie con sus comentarios. Estén atentos.

FIN DE LA PARTE II (de cuatro partes en total)


Hasta acá han leído poco más de 47 páginas, si esto fuera un libro. 

Por un par de semanas voy a estar alejado de mi PC, de modo que no voy a actualizar. Solo podré responder comentarios en modo deslogueado. Espero poder ir tipeando algo en ese tiempo, para poder publicar rápido, a mi regreso.

Comenten. Eso me alienta a escribir más.


OTRAS PORTADAS DEL MISMO LIBRO, SEGÚN SU AÑO DE PUBLICACIÓN, SI ESTO FUERA UNA NOVELA PULP Y SE HUBIERA PUBLICADO EN SU ÉPOCA😆:

Portada de la primera re-edición, publicada en 1961.



Portada de la edición original publicada en 1943.

30 COMENTAR ACÁ:

Anónimo dijo...

Disfrute cada vez que subiste contenido, se hace larga la espera ja

Quien nunca te alcanzo dijo...

Mi preferida de mandragora hasta ahora parece ser sera jasmina. Sera que veremos coincidir a ese harén personal en una misma escena y cama?

Anónimo dijo...

Muy buena historia, pero podías volver a aquellas series como "día de entrenamiento", "leche de engorde", "Dame un segundo " tenían algo especial (en mi opinión)

Rebelde Buey dijo...

muchas gracias, anónimo!

Rebelde Buey dijo...

el harén completo, no. porque sucede algo en la Parte III y IV que hace que el relato vaya para otro lado. ya lo verán.

Rebelde Buey dijo...

hola, anónimo. desgraciadamente hoy no podría volver a escribir ese tipo de textos. esos relatos (lo mismo que Junior y algunos otros) son de una factura bastante trabajosa, que requiere de muchísimas horas. varios de esos relatos eran dos relatos en uno (es decir, el doble de trabajo y tiempo). Por otro lado, venían con mucha descripción en las escenas sexuales (coitos), y me estoy inclinando más por relatar las motivaciones, morbos y situaciones que llevan a los cuernos, y no tanto la cogida en sí.

luisferloco dijo...

Rebelde, desaparecieron los comentarios de los capítulos... Bueno, no importa. Consulta... Ponés lox dibujos de las tapas, y mencionás que corresponden a ediciones del 40 y 60... Existió la historia novelada?

Rebelde Buey dijo...

no, es un chiste entre ustedes y yo. debería aclararlo, por las dudas xD
Los comentarios de las publicaciones anteriores, los voy a resubir, pasa que me dio paja ^^

Anónimo dijo...

Muy bien maestro, estás son otra visión también muy buena (y siempre puedo releer los antiguos) muchas gracias por tu trabajo

luisferloco dijo...

no venda el producto sin dejar una pequeña pista, señor

Muffin Man dijo...

Rebelde querido: ya sabés que aunque comente poco... siempre estoy, publicación por publicación....

trabajabdofederico dijo...

Solo Diremos que EXTRAÑAMOS tus nuevos capítulos

trabajabdofederico dijo...

Es sábado y necesitamos nuestra "Dosis" de relatos de Rebelde.

Philip dijo...

Buenas noches, Rebelde.
Eres de los escritores más talentosos en literatura erótica que conozco y tengo ya gran parte de tu obra, especialmente "Dame un Segundo" y "Leche de Engorde", tus dos libros (son obras maestras), el CRMI, cuernix, etc. Mi fetiche recién descubierto me llevó a guardar lo que publicabas en su momento.
No obstante me falta algo de lo que solo he oído hablar: "Infancia Suburbana". Obviamente me mata la curiosidad por saber de lo que iba esa historia. Llevo más de 10 años visitando este blog, pero nunca pude leerlo. ¿Está en los relatos de pago, si no está lo pondrás alguna vez?

Rebelde (deslogueado) dijo...

El día que salga, saldrá x pago. Pero no será pronto, la escribí hace muchos años y no sé en cuál de los mil backups que tengo, podrá estar. La idea de este año es salir con dos relatos de pago: "Fidelidad Intermitente" y alguna de las series viejas.
También estoy en tratativas con un dibujante para hacer dos comics x mes y publicarlos vía Patreon.
Algo de todo eso tiene que salir

Rebelde (deslogueado) dijo...

Hasta el miércoles estaré lejos de mi PC. La buena noticia es que tengo toda la Parte III tipeada, completa. Falta la etapa de correcciones y agregar un poco de sexo aquí y allá.
Así que la tercera parte se publicará de un tirón, a la vieja usanza.

Quien nunca te alcanzo dijo...

Dame un segundo volverá? Esa fue mis inicios en este blog... que buena historia, debería ser un libro

trabajabdofederico dijo...

Que BUENA Noticia, la verdad, NO creo que mi esposo, se lo meresca, NI que soporte tanto...! (Ja, ja, ja)

trabajabdofederico dijo...

Un COMICS..!!! De verdad.
(Estoy brincando de Alegría)

Eso sería dar un paso MÁS, a un NUEVO medio.

Yo y creo que todos aquí, crecimos, con los mismos medios masivos de comunicación, y es por eso amamos, todas las formas que tú tienes, para comunicarnos, tu ARTE.

Amamos, tus Relatos, (En mi opinión verdaderos LIBROS)
Amamos, tus Dibujos. (Que comunican tanto! Sin palabras)
Amamos, tus Fotos.
Amamos, tus Anuncios (Ya alguna vez lo comente, como los antiguos anuncios que se ponían afuera de los cines, para generar curiosidad al espectador)

Es decir Amamos, tu Comunicación, Incondicionalmente..!!!

Es decir se realice o no? Estos proyectos.
Pues entendemos que muchas cosas para que se materialicen, se requieren un sinfín de factores, que muchas veces no están en nuestro control.

Pero como dijimos Amamos, que compartas tus ANHELOS de realizar cosas.

Leer sobre tus PROYECTOS me resulta, tanto o más gratificante que tus relatos, ánimo Rebelde aprovecha la vida, Porque esta sin avisar? puede acabarse.

La que Manda.

PD.- (Mi esposo, ni sabe que escribí esto, hasta el fin de semana que le preste mi laptop)

Rebelde (deslogueado) dijo...

Dame un Segundo es una novela de casi 50 capítulos (literalmente una novela, y de las gorditas). Allí se desarrollaban a fondo cuatro arquetipos de pareja cornuda, desde sus inicios y formación, y otras variantes con menos desarrollo.
Algún día la voy a compilar, corregir y publicar, pero será por pago, y va a ser muy cara (es un libro como de 500 páginas).
Pero sinceramente, no está en los planes inmediatos: corregir todo eso me tomaría muchísimo tiempo.

Rebelde (deslogueado) dijo...

Y por cierto, está y fue publicada completa, con final incluido (un final con mucho suspenso y giro inesperado al final xD )

Rebelde (deslogueado) dijo...

Gracias, La que Manda!! =D
El tema del cómic es el más complicado xq para producirlo, tendré que poner plata de mí bolsillo para los dibujantes. Por eso buscaré financiarlo (aunque sea en parte) por medio de Patreon.
Porque la idea es hacer una media regular mensual, de dos cómics, de manera seria (algo que escasea en el gremio).
Estoy tratando de definir qué universo asignarle a las historias. Tengo ganas de ubicar las trampas de nuestras amadas novias y esposas en los años 50, y habrá muchísimo (o todo) interracial.
En estos días haré una encuesta al respecto.

trabajabdofederico dijo...

Ya contestamos la encuesta pero...?

Necesitamos nuestra "DOSIS" de tu erotismo y Morbo, Rebelde

Rebelde Buey dijo...

estoy en etapa de tipeo/corrección. en algún momento de la semana que entra debería poder publicarlo

trabajabdofederico dijo...

Hasta el fin, que entre semana, trabajo y no puedo.

trabajabdofederico dijo...

Ya llego el fin de semana
Santo Rebelde del erotismo.

Muffin Man dijo...

Amigo Rebelde! ¿Y? Nos quedamos expectantes a ver si Mr Mandrágora se convierte en el amo de la isla y sobre todo de las 3 mujeres que la habitan! Cuanta ansiedad! ¿Alguien tiene un Cornudozepam?

Rebelde Buey dijo...

MUFFIN: Estoy demorando un poco más de la cuenta porque voy a publicar toda la parte completa (todos los capitulitos). Será como un relato de los de siempre (con bastaaante morbo, valdrá la pena esperar) xD

trabajabdofederico dijo...

Que el ECLIPCE, realice el milagro, que hoy se publique en nuevo capitulo.

Rebelde Buey dijo...

TRABAJA-FEDERICO: desgraciadamente, no. adelanté algo, pero todavía falta corregir bastante. estoy pensando en largarlo por partes.
estoy tapado de trabajo en el mundo real

Publicar un comentario