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domingo, 28 de junio de 2020

Postales de Alce Viejo (03) | Las Camisas de Hombre


[Apostilla I.]
Las mujeres de Alce Viejo suelen ser hermosas. Aunque no todas. Y aunque desde ya el concepto de belleza es por completo subjetivo. Uno puede tener a una de las mujeres más lindas del pueblo, como yo, y estar orgulloso de la suerte que le ha tocado. Pero también vivirá con preocupación. Porque acá las mujeres bellas son muy deseadas, especialmente por los machos jóvenes y los de otros pueblos. Y claro, por esta razón ustedes creerán que al tener una mujer rolliza, o más vieja, no tan bonita o con algo de panza, estarán a salvo. Y no. Esas mujeres, esos cuerpos, son los preferidos de los más viejos. Y acá los viejos no son como en su ciudad; acá los viejos son peor que los más mozos.
Entonces uno no sabe qué querer. Si una mujer bella o una poco agraciada. Como si uno pudiera elegir de quién enamorarse. Como si no fueran ellas las que en verdad nos elijen a nosotros.
Así, uno termina confiando en la mujer de la que se enamoró. Ciegamente. Como cualquier otro novio o marido de cualquier parte del mundo.
Solo que este lugar no es cualquier lugar. Es Alce Viejo.
Y lo entiende cuando recibe una foto como la que dejé acá arriba, una foto de su mujer saliendo del baño, semidesnuda y apunto de meterse en una cama, enviada por el jefe de ella mientras usted sigue en el trabajo.






Postales de Alce Viejo | Por Rebelde Buey
03. Las Camisas de Hombre

Que la mujer lleve puesta la camisa de su hombre después de haber hecho el amor es una costumbre hermosa, romántica y cómplice entre matrimonios y novios, desde hace décadas y en todo el mundo. Basta ver una película india, italiana o norteamericana. En Alce Viejo también es así, pero con una pequeña diferencia: las mujeres solo usan camisas masculinas si acaban de garchar con sus machos. Y obviamente cuando acaban de cogérsela.
Por supuesto las señoras y señoritas de Alce Viejo no son tontas, más bien son de las más pillas que se conoce, y no andan exhibiendo esta costumbre a menos que quieran que su marido o novio comience a darse cuenta, para luego manipularlo o doblegarlo hasta que acepte su condición de cornudo.
El problema es que cuando los cornudos aceptan —o se resignan, elija la opción que a usted le guste—, las mujeres de Alce Viejo se relajan y comienzan a andar con las camisas de sus machos más seguido de lo aconsejable. Así, más tarde o más temprano, los vecinos o amigos del novio la ven; y descubren, ellos también, ellos ajenos a la intimidad de la pareja, que un nuevo cornudo ha nacido (o que lo acaban de cornear otra vez). De modo que esta costumbre primero inocente, después sincera y más luego sanadora, termina siendo por demás humillante cuando las damas, orgullosas, exhiben las camisas de sus machos como trofeos. Porque a la vez que trofeos, las camisas hacen a esas mujeres propiedad de uso de otros hombres.
Entonces se da algo triste y gracioso a la vez: los cornudos comienzan a comprar camisas similares a las que sus mujeres traen de garchar. Pero siempre llegan tarde, porque, obviamente, las compran después de vérselas puestas a ellas (y también después que los vecinos las ven). El combo resulta patético: los vecinos de Alce Viejo se cruzan a diario con novias o esposas regresando a casa a las diez de la mañana después de una fiesta con machos, despeinada, de maquillaje corrido y con una camisa de hombre; y a la tarde ven también al novio o marido, pavoneándose en el jardín delantero con una camisa similar —muchas veces parecida porque no encuentran la misma en la tienda—, regando las plantas y saludando a viva voz a cuanto vecino tengan a tiro, para demostrar que lo que su mujer llevaba puesto en la mañana era suyo.
Y es gracioso porque mientras el cornudo se pavonea en el frente de la casa, por la parte de atrás algún vecino vivo de seguro entró y le está garchando a su mujer.
Ya veo que se están preguntando si la camisa que lleva puesta mi esposa en la foto es la de un macho. Desde ya que no. Marina no es como la mayoría de las mujeres de Alce Viejo, solo me fue infiel una o dos veces. Es cierto que esa camisa no es mía, es del Morcilla, un compañero suyo del astillero, de otra sección, pues ella es administrativa y el morocho es un operario que duerme en Las Cuadrillas.
Y antes de que prejuzguen a mi mujer porque cada dos por tres anda con la camisa de otro hombre, sepan que el trabajo administrativo en el astillero no es todo lo sencillo que parece. Muchas veces la ropa se rasga con alguna máquina o se mancha con el toner de la fotocopiadora, o se moja con la champaña con la que bautizan un yate. Y pongo todos estos ejemplos porque son justamente algunas de las cosas que le suceden constantemente.
—Mi amor —me dijo la vez de la foto, por teléfono—. Estoy acá en la cama del Morcilla poniéndome su camisa. Te llamo para que no te pongas paranoico cuando me veas.
—¿Cómo en la cama? ¿Qué hacés en la cama de otro hombre?
—No, tonto, acordate que acá todos viven en Las Cuadrillas. Se me mojó el vestido con champaña y por suerte mis compañeros del astillero enseguida me trajeron acá para dármela.
—¿¡Darte qué!?
—Darme la ropa, ¿qué va a ser? Y el bueno del Morcilla fue el primero y el último en ponerla. Me dijo “estás re mojada, Marina, estás a punto de caramelo para que te la dé toda”.
—La… la camisa, ¿no?
—Sí, sí. Porque no iba a viajar hasta casa con la ropa mojada.
—Bueno, ¿pero entonces ya está? ¿Ya venís?
—Sí, mi amor, el Morcilla ya me la dejó.
—Te la… dejó…
—La camisa, sí. Me dijo “Tomá! Tomá! Te la dejo toda adentro para el Lucrecio!”. Adentro del bolso, se sobreentiende.
Regresó a casa cuarenta minutos después, porque vino en colectivo desde Ensanche. Llegó con la camisa puesta, así como la ven, un poquito descotada. Y sin nada abajo, la camisa cubriéndole bombacha y corpiño, y sandalias en los pies. Es que había ido en vestidito, no en pantalones, y ella se negó a usar los pantalones de los muchos compañeros que le ofrecieron los suyos, porque no eran de su talla y le iban a hacer fea cola. ¡Mujeres!
En fin, que para llegar a casa debió caminar las cuadras desde la parada del colectivo. Y sí, en camisa solamente, que por suerte era larga y le quedaba como una minifalda ultra corta. No era tan tarde como para que no hubiera vecinos en la calle, así que se enteró toda la cuadra que venía de garchar con algún macho; es decir, se creyeron eso, porque era lo que parecía. Los chicos que jugaban tirados en las veredas le espiaban bajo la faldita, cuando ella pasaba, y un buen número de vagos, de esos que están siempre pendientes de que alguna casada esté insatisfecha, me la miraron con gula y ansias de ayudarla en alguna traición. Desde ya Marina ni los miraba, caminaba como siempre, algo altiva y sacando cola. Pero yo sí los vi. A ellos, a los niños, y a las viejas chismosas que la juzgaban como si fuera una puta, y a mí, como a un cornudo.
Yo la esperaba en la puerta con una salida de baño, para cubrirla de inmediato, así que ella me saludó con un piquito en los labios, sonriendo como si viniera de un baile, y pasó para adentro, ignorando a las vecinas y vecinos que nos observaban como si fuéramos… bueno, como si fuéramos una esposa infiel y su cornudo.
Ya sé que no hay nada de qué temer, que son tonterías infundadas de pueblo, envidias de viejas que ya nunca serán tan bellas como mi mujer. Pero una vez adentro, con Marina duchándose rápido para sacarse el trajín del día, la pregunta que me hice y a la que ella le dio vueltas y nunca me contestó seriamente es en qué instante se quitó el vestido para ponerse la camisa, porque si estaba en Las Cuadrillas, necesariamente en algún momento tuvo que estar en bombacha y corpiño delante de más de medio centenar de hombres.
Me dijo que para ella no son hombres. Que desde que me prometió no acostarse más con otros machos, ella ve a cualquier tipo como un mueble.
Y está muy bien; si es así, no me preocupa. Mientras ese mueble no sea una cama…



►En un par de días sube la temperatura cuando muestre la típica solidaridad del hombre de pueblo. ^^

6 COMENTAR ACÁ:

Vikingo Miron dijo...

Lucrecio ya entro en mi corazon, menuda envidia al hombre,...quien pudiera ser semejante cornudo, y siempre bienvenido leer al morcilla.

SALUDOS VIKINGO MIRON

Anónimo dijo...

LUKS:
—Bueno, ¿pero entonces ya está? ¿Ya venís?
—Sí, mi amor, el Morcilla ya me la dejó.
—Te la… dejó…
—La camisa, sí. Me dijo “Tomá! Tomá! Te la dejo toda adentro para el Lucrecio!”. Adentro del bolso, se sobreentiende.
jajaja estas de doble sentido son lo mejor causa gracia y morbo a la vez jajaja gracias por la postal!

Rebelde Buey dijo...

jajaja luego de ésta y La Isla seguramente vendrá una miniserie de fotorelatos (con formato sketch), cuyo leitmotiv o corazón de todos sus capítulos es así xD

Rebelde Buey dijo...

si con esto entró en tu corazón, en el próximo episodio lo vas a convertir en tu mejor amigo xD

Anónimo dijo...

Luks: y la veradad te sale bien la parte del sketch! EXitos! espero leearlas pronto!

Mario M dijo...

Pobre Lucrecio, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Que inocente y que mujer tiene.

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