LOS
EMBAUCADORES I: El Pueblo Mínimo
Anexo
2: El Doctor
(VERSIÓN 1.0)
Por
Rebelde Buey
El doctor me la había cogido ya siete u ocho veces. Y
a Nati le encantaba. Me hablaba todo el tiempo de él. De la pija que tenía, de
lo bien que se la garchaba, de los orgasmos… Era cierto: luego de la segunda
cogida, Nati comenzó a grabar los encuentros (no por la imagen, la cámara del
celular siempre quedaba para cualquier lado), y el audio era la gloria. Porque
el doctor era tan morboso como mi novia, y no perdía oportunidad de regodearse
con mi cornamenta.
Un día la noté a ella muy pensativa y me dijo que
lamentaba que yo no pudiera presenciar cómo la usaba ese macho.
—¿Se te ocurre algo? —me preguntó, y en ese momento le
vino un estornudo—. ¡¡Atchís!!
—¿Estás enfermita, mi amor? —sonreí divertido y le tomé
la temperatura en la frente con la palma de mi mano.
Nati sonrió a su vez, nos entendíamos demasiado bien.
Estaba vestida con una remerita entallada y un shortcito de lycra enteradísimo
en el culo, tal cual había vuelto del almacén del Tune donde se la habían
estado cogiendo el negro, con Gardelito y Pepe Grillo durante toda la siesta.
Tres buenas pijas en simultáneo enlechándola durante dos horas y pico.
—No me siento bien, cuerni…
—¿Te duele algo?
Puso tal carita de turra felina que me aceleró el
pulso.
—Sí, me duele cuando me siento. Me duele la cola,
¿entendés? —se puso de pie y giró y me paró el culo para que se lo admire.
—Pero, Bebuchi, eso no te duele porque estás enferma.
Eso te duele porque sos mi novia y no hay hombre en el pueblo que no te clave
la verga en el culo hasta los pelos…
—Puede ser… pero por las dudas sería mejor que me
revise un doctor…
—No hace falta. Yo te hago un tecito y seguro se te
pasa…
—¡Qué tecito, cornudón, llamame al doctor que necesito
que me tome la temperatura rectal!
—Mi amor, yo podría…
—Vos seguí con la manito en la frente que mientras
estemos en este pueblo es la zona más erógena que me vas a tocar.
El doctor se mostró sorprendido. La había visto dos
noches antes y la había encontrado de lo más bien. “Me la estuviste garchando
hace dos noches, turro hijo de puta”, pensé. Pero solo me mostré asustado y le
imploré, le pedí por favor que viniera ya mismo. Fue Nati la que me insistió
que le rogara. Quería que le suplique al macho que se la cogía y me iba a
cornear en media hora.
Apareció el doctor. Con una valijita y el aire
pretendidamente serio de siempre.
—Pase, doctor —le pedí en cuanto lo saludé—. Mi novia
está en cama y me pidió que lo llame a usted. Se siente mal, estoy asustado.
De verdad parecía desconcertado el hombre. Hasta que
entró a la habitación y vio a Natalia. En la cama, con un camisoncito liviano y
corto, escotado, que la hacía muy sexy. Estaba sentada contra el respaldo, con
una pierna recogida que le revelaba la tanga enguantándole la conchita. Por
supuesto se cubrió un poco y bajó la pierna frente al doctor, pero se demoró lo
suficiente como para calentarlo.
El doctor se dio cuenta del juego perverso de mi
novia. Se la había cogido ya mucho, se conocían, tenían confianza y habían estado
morboseando y burlándose de mí una decena de veces, en medio de las cogidas y
especialmente en los polvos. Se sentó a su lado, sobre la cama, y sacó el
estetoscopio para auscultarla. Tener a mi novia semi desnuda y a merced de ese
tipo que ya se la había cogido tanto me hizo re parar la pija. No solo la
intimidad entre ellos me calentaba, o la certeza de que de alguna manera se la
iba a coger ahí en mi cama. El tipo era un chanta pero sabía imponer su
autoridad sanitaria sobre los demás. Una especie de autoridad moral sin moral.
Era “el doctor”, y mientras hubiera un enfermo, como mi novia, y mientras él
tuviera un estetoscopio en sus manos, él era el que estaba a cargo y el resto
estaba subordinado sin discusión a su autoridad.
Por eso se sintió impune de manosearla cuando le midió
el ritmo cardíaco. No voy a decir que se llenó las manos con los pechitos de
ella, pero fue evidente que toqueteó más de la cuenta. Luego la destapó, así,
semidesnuda como estaba, y con la excusa de la revisión la manoseó completa:
pancita, muslos, brazos y cuello. En un momento la hizo recostarse boca abajo,
al solo efecto de regodearse con su culo perfecto. Como siempre, Nati llevaba
una tanga enteradísima entre las nalgas, y el camisón no le cubría casi nada,
le quedó al descubierto más de la mitad del culo. Todo esto sucedió delante de
mis ojos, con mi presencia al lado, dejándome parado como un cornudo a cuerda,
porque la manoseó ida y vuelta con impunidad brutal.
Cuando vi que ya terminaba de hacer su pantomima, hice
sonar mi celular y simulé atenderlo y me alejé “hablando”. Nati necesitaba un
par de minutos a solas con su macho.
Lo primero que hizo el doctor, a mi regreso, fue darme
una receta.
—Tiene que comprarle esto a su mujer —me informó—: Hoy
mismo —y cerró con tono grave, observando su reloj—. Me dijo su señora que no
le anda la camioneta…
—P-pero… ¿cómo…? ¿Dón…? ¿Hay una farmacia en Ensanche?
—No, tiene que ir a la ciudad.
—Mejor andá ahora mismo, mi amor, en colectivo vas a
tardar el triple.
Tomé el papel. Entre ida y vuelta el hijo de puta del
doctor me sacaba del medio por dos o tres horas.
—¿Vas a estar bien, vida? —le pregunté a Nati, ya con mi
saquito en la mano.
—Quédese tranquilo, don Marcelo —el doctor, muy amable—.
Igual, por prevención, ahora le voy a hacer una revisión completa a su mujer,
antes de irme.
Eran los típicos comentarios que Nati me decía que le
gustaban al doctor. Me sentí muy humillado. Y caliente.
Salí de la casa rezando para no encontrarme a nadie.
Iba a ser raro explicar por qué salía y rodeaba la casa para entrar por detrás.
No había nadie. Di la vuelta y re entré por atrás como un bandido. Mi pija ya
me dolía en el pantalón.
Como se suponía que yo no estaba, ni se molestaron en
cerrar la puerta de la habitación. Los besos y gemidos se escucharon con total claridad.
Por desgracia la habitación no daba a un pasillo, o mejor dicho, el mini
pasillito desembocaba en la pieza. Si me acercaba y el doctor iba al baño, no
tenía escape. Tuve que conformarme con escuchar y tratar de ver algo desde el
límite con el living, al menos hasta que oscureciera un poco. Entonces podría
ir a espiarlos desde la ventana sin que ningún vecino se diera cuenta.
Fue mejor. A los cinco minutos o menos, el doctor
salió de la habitación y se metió al baño. Nati salió en puntas de pie y me
encontró.
—Cornudito hermoso, metete en la pieza.
—¿¿¡¡Qué!!?? ¿Estás en pedo, Nati?
Hablábamos entre murmullos.
—¡Dale, amor, no seas bobo que no hay tiempo!
Me tomó de la mano y comenzó a arrastrarme a la
habitación. Pocas veces mi corazón latió tan rápido. Tenía verdadero terror de
que el tipo saliera de golpe y me descubriera.
—Metete debajo de la cama. Quiero tenerte cerca mientras
me coge.
Aunque no lo crean, esto es lo que pensé en ese
momento:
—El piso me va a enfriar. Si me quedo un rato ahí
abajo voy a empezar a estornudar.
Nati se me quedó mirando con estupor. Finalmente
sonrió.
—Con razón sos tan cornudo, mi amor… —Giró, abrió el
placar. Se escuchó el agua del depósito del baño—. Dale, metete… ¡metete que ya
sale!
Me metí como pude. Había ropa colgada, zapatos y un
bolso grande y vacío.
—Dame el agua —le pedí a Nati, y le señalé una botella
de medio litro casi terminada que descansaba en la mesita de luz.
—¿Para qué? —me preguntó, en vez de dármela. El doctor
se estaba lavando las manos.
—¡Dámela, boluda! —no le iba a explicar que tres horas
ahí dentro me iban a dar ganas de orinar. Me dio la botella, me besó rápido en
los labios, casi riendo, y me empujó para adentro justo cuando el médico venía.
No sospechó nada el doctor. Vio a mi novia de pie
frente al placar, con la tanga bien metida en ese culito parado y ya no pensó
en nada. Solo en tomarla, magrearla y besarla. Mi platea era muy buena: la
puerta del placar tenía una persianita fija y breve, coqueta, de tres tiras,
que me daba una visión de la cama bastante amplia, aunque un poco al ras. Ahora
veía las rodillas de ellos. Y los escuchaba jadear. Carajo, jadeaban pegados a
mí, solo que al otro lado de la puerta.
—¿Cuánto va a tardar el cornudo?
—Tres horas mínimo, hermosa. Hoy le llenamos la frente
de cuernos, ¿eh? No va a poder salir de la farmacia, se va a quedar trabado en
la puerta.
—Le dije que seguro me ibas a tomar la temperatura
rectal… —El doctor se rio—. En serio. Se lo dije en joda, pero se lo dije.
—Es demasiado pelotudo, mi amor… ¡mirá si supiera que
te la voy a tomar en serio!
Hubo un forcejeo amistoso. La pancita de Nati se movió
un segundo y enseguida quedó inmóvil. Detrás de ella, la sombra del doctor se
movió a su vez y un segundo después escuché el quejidito quedo de mi amada.
—¡Ah!
Mi corazón se aceleró. El hijo de puta se la había
clavado ahí delante mío, a la altura de mis ojos. La pancita de Nati comenzó a
moverse suave. La estaba bombeando.
—Ay, sí… Así… Así… —murmuraba. El bombeo se aceleró un
poquito—. Qué bien que me coge, doctor… ¡qué buena pija!
Nati casi hablaba sobre mi cabeza. También escuché al
zángano murmurarle con voz grave, jadeada.
—¿Te gusta, putita…? ¿Te gusta la pija de un macho de
verdad…?
Yo sabía que le gustaba morbosear. Solían mofarse de
mí casi siempre. Comencé a tocarme.
—Sí… Sí… Hace tanto que el cornudo no me coge…
—Dije macho de verdad, mi amor. Aunque el cuerno te la
ponga, no te va a servir de nada…
El bombeo ya era más subido. Los empujones hacían
golpear a Nati contra la puertita del placar.
—No seas malo… cada tanto se le para al pobre… Cada
dos años más o menos… Se le para y me coge… bah, no sé… ¿Dos clavaditas se
considera coger?
El villano jadeó sonoramente y la remachó con fuerza
animal.
—¡No podés ser tan hija de puta…!
—¡Ahhhhhh…!
—¡Te voy a clavar, puta! —Lo decía como si fuera a
pasar, cuando ya se la estaba recontra clavando—. ¡Te voy a meter adentro del
placar a pijazos!
El bombeo ya era furioso. Los jadeos de mi novia —y de
él— eran tan fuertes que se habían convertido en gemidos escandalosos que no se
detenían nunca.
—¡Sí, sí, hijo de puta! ¡Rompeme contra el placar así
el cornudo se entera de una buena vez!
—¡Tomá, puta! ¡Tomá pija! ¡Cómo te gusta la verga,
pedazo de turra!
—¡Quiero que se entere! ¡Quiero que encuentre la cama
usada y se dé cuenta que le cogieron a la novia!
—¡Te voy a llenar de leche, putón!
—¡No, no! ¡Todavía no! Vamos a la cama, quiero que el
cuerno vea bien cómo queda una cama después de coger en serio…
Por esas cosas la amo tanto. Me estaba hablando a mí,
en realidad, y se lo llevó a la cama porque allí, a un metro, los iba a ver
mejor, de cuerpo entero, mientras permanecieran acostados. Nati se estiró a lo
largo de la cama, boca arriba, y se abrió de piernas. Y mientras el doctor
arrojó la tanguita de ella al aire y se colocó en el medio, ella aprovechó y
giró su carita emputecida hacia mí. Y me sonrió.
El doctor se la empezó a montar en misionero. No sería
muy creativo pero créanme, ver su pelvis y culo moverse hacia mi novia,
entrando, metiéndose dentro de ella mientras la miraba a los ojos, me la puso
de piedra.
Nati lo tomó del cuello y levantó un poquito su cadera
para que la verga le fuera más hondo. Entrecerró los ojos sintiéndolo, con
gemidos cada vez más fuertes igual que cuando en casa se la coge alguno
adelante mío. Conocía el gesto. Se mordió los labios, hermosa, sensual como una
frutilla brillosa, mientras el otro hijo de puta seguía su bombeo ruin,
usándomela como una muñequita para darle placer. Me la bombeó, me la bombeó y
me la bombeó. Y Nati comenzó a agarrarse de las sábanas y retorcerlas en un
puño, y me di cuenta que le venía.
—Sí… Sí… No pares… Seguí… ¡¡Seguí, por favor, no
pares…!!
El doctor sonrió con suficiencia y aceleró. No solo
iba más fuerte, ahora también llevaba la pija hasta sacarla y enterraba con
fuerza.
—¡Así, putita! Acabame, dale… ¡Acabá con tu macho!
Y Nati, que otra vez volteó su rostro hacia mí, aunque
sin abrir los ojos:
—Ahhhhh… Sí, cornudo, sí, mirá cómo me están cogiendo,
pedazo de cornudo… —El doctor se habrá creído que era un raye de ella, hablar
así a un ausente. Siguió garchándomela—. ¡Me hacen acabar, cuerno! ¡Me están haciendo
acabar, pedazo de cornudo! —y se aflojó—. ¡¡Ahhhhhhhhhhhhhh…!!
Adentro del placar yo me estaba dando una paja digna
del libro Guiness. Me fue imposible aguantar (la tenía ahí, a un metro,
gimiendo y acabando al grito de cornudo… ¿qué quieren?).
El doctor tuvo que hablar muy fuerte:
—¡Mi amor, cómo me gusta hacerte acabar!
—¡Ahhhhhhhhhhhhhh! ¡Cornudo! ¡Cornudo! ¡Cornudo!
Se ve que el morbo también calentó al médico porque
éste largó un bufido animal.
—¡Te lleno, putón hermoso! —le anunció. Eso hizo que
el jadeo de Nati, que venía bajando, volviera a subir.
—¡Sí, por favor, llename de leche! ¡Ay, Dios, llename
de leche para el cornudo!
Se aflojó. Me di cuenta en la expresión de su rostro
que el doctor se venía aguantando y se soltó. Comenzó a acelerar, a bombeármela
a mi Nati con todo, como si ese fuera el último polvo de su vida.
—¡Te acabo, hija de puta! ¡Te acabo, te acabo, te
acabbbhhhaaaahhhhh…!!
¡Cómo le entraba esa verga! Parecía una aguja
petrolera perforando suelo fértil. Y escupiendo.
—Ahhhhhhhhhh…!!!
El doctor le estaba acabando. Adentro. Y Nati me
miraba, con la cabeza de costado, me miraba con esa expresión de novia
emputecida, de novia fiel que descubrió otras mieles, esa expresión que me
ponía cada vez que alguno de sus machos la llenaba de leche en mi presencia. El
doctor se sacudía, se estaba vaciando adentro de mi novia, y con esa
distracción ella movió sus labios, en silencio, diciéndome “cornudo”, antes de sonreír.
El doctor poco a poco se fue desinflando y un minuto
después se recostó sobre ella, jadeando como un herido.
—Puta hermosa… En este mes te llené de leche más veces
que el cornudo, ¿no?
—Más veces que el cornudo en todo el año…
Nati le pasó la mano por el pecho al doctor —que no
dejaba de mirarla con un deseo animal, de asesino—, giró y se puso boca abajo,
culito en punta, regalada.
—Quiero que me hagas la cola… Hoy por fin tenemos más
tiempo…
—Ya te la hice una vez…
—¡Pero quiero hoy! ¡Quiero que me llenes el culo de
leche!
El doctor mudó su expresión a la de un lobo en celo.
Le manoseó groseramente el culo clavándole los ojos con gula.
—Dame un ratito para recuperarme y te lo hago
rebalsar…
Nati sonrió festiva moviendo el culito vejado por la
mano del buen doctor y miró nuevamente en mi dirección, buscándome.
Tan solo quince minutos después estaba ese hijo de mil
putas taladrando el culito casi inocente de mi novia. La clavaba contra la
cama, ella boca abajo y él haciendo lagartijas sobre ella, perforando con su
verga, primero muy suavemente y enseguida más rápido. Era increíble ver la
barra de carne de ese tipo meterse entre las nalgas de mi novia, entrando de
punta y hundirse lenta pero inexorablemente. Se me secó la garganta y retomé mi
leal paja a cada cuerno que ella me hacía ver. Las nalguitas redondas no me
permitían ver la penetración per se. La carne llena, infladita como un globo a
punto de reventar me tapaba el agujerito, pero ver la verga de ese turro cuyo
único mérito para disfrutar de mi novia más que yo era ser macho y no cornudo,
me aceleró el corazón. Ese tipo no tenía ningún derecho. No era nada de Nati.
El novio era yo. El que vivía con ella era yo. El que pagaba las cuentas, la
ropa interior que usaba ahora y cualquier otro capricho, era yo. Y ese hijo de
puta ya se la había cogido en un mes más veces que yo en un año. ¡Y encima le
estaba haciendo el culo!
—Qué suerte, doctor… al final no le mentimos a mi
novio… me terminó tomando la temperatura rectal…
Y el doctor enterró verga.
—Uffff… eso es porque respetamos al cornudo, mi amor…
—Sí, sí, lo respetamos… Ahhhh…. Mandame la verga hasta
que haga tope… Ohhh….
—¡Cómo me gustaría hacerlo cornudo delante de sus
narices…!
—Vos en tu casa tenés un consultorio, ¿no? Hagamos que
me espere en la antesala mientras vos me cogés al otro lado de la puerta.
La sola idea morboseó al doctor.
—Pará, hija de puta, que me vas a hacer acabar… ¡Y quiero
romperte el culo otro buen rato!
Estuvo taladrando el orto de mi Nati como media hora
más. Se llenaba las manos con las nalgas, se apoyaba allí y empujaba con fuerza
para clavar pija más fuerte y más hondo. Yo seguía sin ver las penetraciones,
pero sí veía cómo la violencia de las estocadas aplastaba con gracia el culazo
bajo el abdomen del doctor, cada vez que hundía su verga en mi novia. Le llenó
el culo de leche entre puteadas y estertores, clavando hasta los huevos para
soltarle bien adentro todo el semen, y retirando la verga solo para dar nuevo
impulso y volver a deslecharse. Nati tuvo su polvo. Paró el culito para que le
lleguen más profundo y no dejaba de mirar en mi dirección, aunque cada tanto
entrecerraba los ojos
Cuando el doctor se fue, me abalancé sobre Nati. Me
arrojé a comerle la colita como a ella más le gusta, con la desesperación de un
marido pajero. La limpié de inmediato, pero además le di cientos de
mordisquitos en su culo redondo y usado por tantos hombres desconocidos. Al
momento de pajearme sobre su cola, no pude aguantar ni dos segundos. Fue tocar
una de las nalgas globosas con mi pija y explotar en un orgasmo.
Nati siempre disfrutaba de esa debilidad mía.
—¡¡¡Ay, mi amor, qué pedazo de cornudo sos!!!
Era nuestra forma de hacernos el amor.
— FIN —
12 COMENTAR ACÁ:
Maestro Rebe:Voy a hacer un comentario que quizá a algunos de sus muchos seguidores les pueda parecer extemporáneo y hasta ridículo...pero este relato esta lleno de ...¡¡¡TERNURA!!!. El modo en que el buenazo del corni habla de su bienamada me conmueve..es muy real, transmite AMOR..
carlosnava57@hotmail.com
Como siempre en tu linea un relato espectacular lleno de morbo GRACIAS
muy, Muy, MUY Amable
NO esperaba este regalo, GRACIAS.
Nos encanto, ya sabes somos fans, de las historias donde las mujeres son MAS participativas, como esta.
gracias de nuevo.
1.-que lo mandaran fuera de la casa por medicina nos encanto.
2.- la toma de temperatura rectal, GENIAL.
ese segundo anexo estuvo mejor que el primero, para mi gusto. y el primer polvo en el mismo, estupendo
Que te puedo decir rebelde, nada que no te haya dicho ya. Es tan excitante la relación entre el cornudo y su esposa. Como se hace el inocente para ver como se cogen a su esposa, es realmente magnífico
como recibo los anexos
Los Anexos de LOS EMBAUCADORES se publicarán para todo el mundo en Noviembre de 2016
Eso de llevarla ai doctor fue una debilidad sexual que siempre tuve, yo tenia un enfermero amigo que le lleva a mi espolsa porque tenia que darse una serie de inyecciones, y el atendia una farmacia y la hacia pasar al fondo y a mi me dejaba esperando en una salita y me la cojia tratando dr hacer el menor ruido posible siempre algo se sentía,y después le daba la inyección y me la devolvía toda dolorida, ella me decia que era el inyectable pero eran las dos cosas, cumplir con la receta del medico tratante y que mi amigo le encantaba cojermela por su redondito culo.
Genio y figura sos mi idolo , cada relato tuyo me da mas ideasde la mujer que pretendo a mi lado para terminar mi vida amandola , la dibujas yme dibujas como nadie ,adoro tu inmenso morbo , Ale
Genial, Rebelde. Gracias por tan eróticas historias. Como le diría la Nati al Doctor cuando está a punto de hacerla acabar... "No pares por favor"
Tremenda puta Nati,con ganas de que se la cojan despues de haber sido enfiestada por tres machos toda la tarde. Cada vez las hacés más atorrantas y cada vez me gusta mas.
Saludos rebeldes
Otro toque de morbosa calidad, imaginarse la situacion de Marce adentro del ropero y esa vision de voyeur cornudo enciende a cualquiera, viva ensanche!!! Me gustaria que no sea simplemente doctor y que tuviera un nombre el personaje ya que sos original en ese aspecto, gracias maestro!!
Vikingo M
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