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viernes, 16 de septiembre de 2016

Los Embaucadores I
Anexo 2: El Doctor

LOS EMBAUCADORES I: El Pueblo Mínimo
Anexo 2: El Doctor
(VERSIÓN 1.0)

Por Rebelde Buey 


El doctor me la había cogido ya siete u ocho veces. Y a Nati le encantaba. Me hablaba todo el tiempo de él. De la pija que tenía, de lo bien que se la garchaba, de los orgasmos… Era cierto: luego de la segunda cogida, Nati comenzó a grabar los encuentros (no por la imagen, la cámara del celular siempre quedaba para cualquier lado), y el audio era la gloria. Porque el doctor era tan morboso como mi novia, y no perdía oportunidad de regodearse con mi cornamenta.
Un día la noté a ella muy pensativa y me dijo que lamentaba que yo no pudiera presenciar cómo la usaba ese macho.
—¿Se te ocurre algo? —me preguntó, y en ese momento le vino un estornudo—. ¡¡Atchís!!
—¿Estás enfermita, mi amor? —sonreí divertido y le tomé la temperatura en la frente con la palma de mi mano.
Nati sonrió a su vez, nos entendíamos demasiado bien. Estaba vestida con una remerita entallada y un shortcito de lycra enteradísimo en el culo, tal cual había vuelto del almacén del Tune donde se la habían estado cogiendo el negro, con Gardelito y Pepe Grillo durante toda la siesta. Tres buenas pijas en simultáneo enlechándola durante dos horas y pico.
—No me siento bien, cuerni…
—¿Te duele algo?
Puso tal carita de turra felina que me aceleró el pulso.
—Sí, me duele cuando me siento. Me duele la cola, ¿entendés? —se puso de pie y giró y me paró el culo para que se lo admire.
—Pero, Bebuchi, eso no te duele porque estás enferma. Eso te duele porque sos mi novia y no hay hombre en el pueblo que no te clave la verga en el culo hasta los pelos…
—Puede ser… pero por las dudas sería mejor que me revise un doctor…
—No hace falta. Yo te hago un tecito y seguro se te pasa…
—¡Qué tecito, cornudón, llamame al doctor que necesito que me tome la temperatura rectal!
—Mi amor, yo podría…
—Vos seguí con la manito en la frente que mientras estemos en este pueblo es la zona más erógena que me vas a tocar.


El doctor se mostró sorprendido. La había visto dos noches antes y la había encontrado de lo más bien. “Me la estuviste garchando hace dos noches, turro hijo de puta”, pensé. Pero solo me mostré asustado y le imploré, le pedí por favor que viniera ya mismo. Fue Nati la que me insistió que le rogara. Quería que le suplique al macho que se la cogía y me iba a cornear en media hora.
Apareció el doctor. Con una valijita y el aire pretendidamente serio de siempre.
—Pase, doctor —le pedí en cuanto lo saludé—. Mi novia está en cama y me pidió que lo llame a usted. Se siente mal, estoy asustado.
De verdad parecía desconcertado el hombre. Hasta que entró a la habitación y vio a Natalia. En la cama, con un camisoncito liviano y corto, escotado, que la hacía muy sexy. Estaba sentada contra el respaldo, con una pierna recogida que le revelaba la tanga enguantándole la conchita. Por supuesto se cubrió un poco y bajó la pierna frente al doctor, pero se demoró lo suficiente como para calentarlo.
El doctor se dio cuenta del juego perverso de mi novia. Se la había cogido ya mucho, se conocían, tenían confianza y habían estado morboseando y burlándose de mí una decena de veces, en medio de las cogidas y especialmente en los polvos. Se sentó a su lado, sobre la cama, y sacó el estetoscopio para auscultarla. Tener a mi novia semi desnuda y a merced de ese tipo que ya se la había cogido tanto me hizo re parar la pija. No solo la intimidad entre ellos me calentaba, o la certeza de que de alguna manera se la iba a coger ahí en mi cama. El tipo era un chanta pero sabía imponer su autoridad sanitaria sobre los demás. Una especie de autoridad moral sin moral. Era “el doctor”, y mientras hubiera un enfermo, como mi novia, y mientras él tuviera un estetoscopio en sus manos, él era el que estaba a cargo y el resto estaba subordinado sin discusión a su autoridad.
Por eso se sintió impune de manosearla cuando le midió el ritmo cardíaco. No voy a decir que se llenó las manos con los pechitos de ella, pero fue evidente que toqueteó más de la cuenta. Luego la destapó, así, semidesnuda como estaba, y con la excusa de la revisión la manoseó completa: pancita, muslos, brazos y cuello. En un momento la hizo recostarse boca abajo, al solo efecto de regodearse con su culo perfecto. Como siempre, Nati llevaba una tanga enteradísima entre las nalgas, y el camisón no le cubría casi nada, le quedó al descubierto más de la mitad del culo. Todo esto sucedió delante de mis ojos, con mi presencia al lado, dejándome parado como un cornudo a cuerda, porque la manoseó ida y vuelta con impunidad brutal.
Cuando vi que ya terminaba de hacer su pantomima, hice sonar mi celular y simulé atenderlo y me alejé “hablando”. Nati necesitaba un par de minutos a solas con su macho.
Lo primero que hizo el doctor, a mi regreso, fue darme una receta.
—Tiene que comprarle esto a su mujer —me informó—: Hoy mismo —y cerró con tono grave, observando su reloj—. Me dijo su señora que no le anda la camioneta…
—P-pero… ¿cómo…? ¿Dón…? ¿Hay una farmacia en Ensanche?
—No, tiene que ir a la ciudad.
—Mejor andá ahora mismo, mi amor, en colectivo vas a tardar el triple.
Tomé el papel. Entre ida y vuelta el hijo de puta del doctor me sacaba del medio por dos o tres horas.
—¿Vas a estar bien, vida? —le pregunté a Nati, ya con mi saquito en la mano.
—Quédese tranquilo, don Marcelo —el doctor, muy amable—. Igual, por prevención, ahora le voy a hacer una revisión completa a su mujer, antes de irme.
Eran los típicos comentarios que Nati me decía que le gustaban al doctor. Me sentí muy humillado. Y caliente.
Salí de la casa rezando para no encontrarme a nadie. Iba a ser raro explicar por qué salía y rodeaba la casa para entrar por detrás. No había nadie. Di la vuelta y re entré por atrás como un bandido. Mi pija ya me dolía en el pantalón.
Como se suponía que yo no estaba, ni se molestaron en cerrar la puerta de la habitación. Los besos y gemidos se escucharon con total claridad. Por desgracia la habitación no daba a un pasillo, o mejor dicho, el mini pasillito desembocaba en la pieza. Si me acercaba y el doctor iba al baño, no tenía escape. Tuve que conformarme con escuchar y tratar de ver algo desde el límite con el living, al menos hasta que oscureciera un poco. Entonces podría ir a espiarlos desde la ventana sin que ningún vecino se diera cuenta.
Fue mejor. A los cinco minutos o menos, el doctor salió de la habitación y se metió al baño. Nati salió en puntas de pie y me encontró.
—Cornudito hermoso, metete en la pieza.
—¿¿¡¡Qué!!?? ¿Estás en pedo, Nati?
Hablábamos entre murmullos.
—¡Dale, amor, no seas bobo que no hay tiempo!
Me tomó de la mano y comenzó a arrastrarme a la habitación. Pocas veces mi corazón latió tan rápido. Tenía verdadero terror de que el tipo saliera de golpe y me descubriera.
—Metete debajo de la cama. Quiero tenerte cerca mientras me coge.
Aunque no lo crean, esto es lo que pensé en ese momento:
—El piso me va a enfriar. Si me quedo un rato ahí abajo voy a empezar a estornudar.
Nati se me quedó mirando con estupor. Finalmente sonrió.
—Con razón sos tan cornudo, mi amor… —Giró, abrió el placar. Se escuchó el agua del depósito del baño—. Dale, metete… ¡metete que ya sale!
Me metí como pude. Había ropa colgada, zapatos y un bolso grande y vacío.
—Dame el agua —le pedí a Nati, y le señalé una botella de medio litro casi terminada que descansaba en la mesita de luz.
—¿Para qué? —me preguntó, en vez de dármela. El doctor se estaba lavando las manos.
—¡Dámela, boluda! —no le iba a explicar que tres horas ahí dentro me iban a dar ganas de orinar. Me dio la botella, me besó rápido en los labios, casi riendo, y me empujó para adentro justo cuando el médico venía.
No sospechó nada el doctor. Vio a mi novia de pie frente al placar, con la tanga bien metida en ese culito parado y ya no pensó en nada. Solo en tomarla, magrearla y besarla. Mi platea era muy buena: la puerta del placar tenía una persianita fija y breve, coqueta, de tres tiras, que me daba una visión de la cama bastante amplia, aunque un poco al ras. Ahora veía las rodillas de ellos. Y los escuchaba jadear. Carajo, jadeaban pegados a mí, solo que al otro lado de la puerta.
—¿Cuánto va a tardar el cornudo?
—Tres horas mínimo, hermosa. Hoy le llenamos la frente de cuernos, ¿eh? No va a poder salir de la farmacia, se va a quedar trabado en la puerta.
—Le dije que seguro me ibas a tomar la temperatura rectal… —El doctor se rio—. En serio. Se lo dije en joda, pero se lo dije.
—Es demasiado pelotudo, mi amor… ¡mirá si supiera que te la voy a tomar en serio!
Hubo un forcejeo amistoso. La pancita de Nati se movió un segundo y enseguida quedó inmóvil. Detrás de ella, la sombra del doctor se movió a su vez y un segundo después escuché el quejidito quedo de mi amada.
—¡Ah!
Mi corazón se aceleró. El hijo de puta se la había clavado ahí delante mío, a la altura de mis ojos. La pancita de Nati comenzó a moverse suave. La estaba bombeando.
—Ay, sí… Así… Así… —murmuraba. El bombeo se aceleró un poquito—. Qué bien que me coge, doctor… ¡qué buena pija!
Nati casi hablaba sobre mi cabeza. También escuché al zángano murmurarle con voz grave, jadeada.
—¿Te gusta, putita…? ¿Te gusta la pija de un macho de verdad…?
Yo sabía que le gustaba morbosear. Solían mofarse de mí casi siempre. Comencé a tocarme.
—Sí… Sí… Hace tanto que el cornudo no me coge…
—Dije macho de verdad, mi amor. Aunque el cuerno te la ponga, no te va a servir de nada…
El bombeo ya era más subido. Los empujones hacían golpear a Nati contra la puertita del placar.
—No seas malo… cada tanto se le para al pobre… Cada dos años más o menos… Se le para y me coge… bah, no sé… ¿Dos clavaditas se considera coger?
El villano jadeó sonoramente y la remachó con fuerza animal.
—¡No podés ser tan hija de puta…!
—¡Ahhhhhh…!
—¡Te voy a clavar, puta! —Lo decía como si fuera a pasar, cuando ya se la estaba recontra clavando—. ¡Te voy a meter adentro del placar a pijazos!
El bombeo ya era furioso. Los jadeos de mi novia —y de él— eran tan fuertes que se habían convertido en gemidos escandalosos que no se detenían nunca.
—¡Sí, sí, hijo de puta! ¡Rompeme contra el placar así el cornudo se entera de una buena vez!
—¡Tomá, puta! ¡Tomá pija! ¡Cómo te gusta la verga, pedazo de turra!
—¡Quiero que se entere! ¡Quiero que encuentre la cama usada y se dé cuenta que le cogieron a la novia!
—¡Te voy a llenar de leche, putón!
—¡No, no! ¡Todavía no! Vamos a la cama, quiero que el cuerno vea bien cómo queda una cama después de coger en serio…
Por esas cosas la amo tanto. Me estaba hablando a mí, en realidad, y se lo llevó a la cama porque allí, a un metro, los iba a ver mejor, de cuerpo entero, mientras permanecieran acostados. Nati se estiró a lo largo de la cama, boca arriba, y se abrió de piernas. Y mientras el doctor arrojó la tanguita de ella al aire y se colocó en el medio, ella aprovechó y giró su carita emputecida hacia mí. Y me sonrió.
El doctor se la empezó a montar en misionero. No sería muy creativo pero créanme, ver su pelvis y culo moverse hacia mi novia, entrando, metiéndose dentro de ella mientras la miraba a los ojos, me la puso de piedra.
Nati lo tomó del cuello y levantó un poquito su cadera para que la verga le fuera más hondo. Entrecerró los ojos sintiéndolo, con gemidos cada vez más fuertes igual que cuando en casa se la coge alguno adelante mío. Conocía el gesto. Se mordió los labios, hermosa, sensual como una frutilla brillosa, mientras el otro hijo de puta seguía su bombeo ruin, usándomela como una muñequita para darle placer. Me la bombeó, me la bombeó y me la bombeó. Y Nati comenzó a agarrarse de las sábanas y retorcerlas en un puño, y me di cuenta que le venía.
—Sí… Sí… No pares… Seguí… ¡¡Seguí, por favor, no pares…!!
El doctor sonrió con suficiencia y aceleró. No solo iba más fuerte, ahora también llevaba la pija hasta sacarla y enterraba con fuerza.
—¡Así, putita! Acabame, dale… ¡Acabá con tu macho!
Y Nati, que otra vez volteó su rostro hacia mí, aunque sin abrir los ojos:
—Ahhhhh… Sí, cornudo, sí, mirá cómo me están cogiendo, pedazo de cornudo… —El doctor se habrá creído que era un raye de ella, hablar así a un ausente. Siguió garchándomela—. ¡Me hacen acabar, cuerno! ¡Me están haciendo acabar, pedazo de cornudo! —y se aflojó—. ¡¡Ahhhhhhhhhhhhhh…!!
Adentro del placar yo me estaba dando una paja digna del libro Guiness. Me fue imposible aguantar (la tenía ahí, a un metro, gimiendo y acabando al grito de cornudo… ¿qué quieren?).
El doctor tuvo que hablar muy fuerte:
—¡Mi amor, cómo me gusta hacerte acabar!
—¡Ahhhhhhhhhhhhhh! ¡Cornudo! ¡Cornudo! ¡Cornudo!
Se ve que el morbo también calentó al médico porque éste largó un bufido animal.
—¡Te lleno, putón hermoso! —le anunció. Eso hizo que el jadeo de Nati, que venía bajando, volviera a subir.
—¡Sí, por favor, llename de leche! ¡Ay, Dios, llename de leche para el cornudo!
Se aflojó. Me di cuenta en la expresión de su rostro que el doctor se venía aguantando y se soltó. Comenzó a acelerar, a bombeármela a mi Nati con todo, como si ese fuera el último polvo de su vida.
—¡Te acabo, hija de puta! ¡Te acabo, te acabo, te acabbbhhhaaaahhhhh…!!
¡Cómo le entraba esa verga! Parecía una aguja petrolera perforando suelo fértil. Y escupiendo.
—Ahhhhhhhhhh…!!!
El doctor le estaba acabando. Adentro. Y Nati me miraba, con la cabeza de costado, me miraba con esa expresión de novia emputecida, de novia fiel que descubrió otras mieles, esa expresión que me ponía cada vez que alguno de sus machos la llenaba de leche en mi presencia. El doctor se sacudía, se estaba vaciando adentro de mi novia, y con esa distracción ella movió sus labios, en silencio, diciéndome “cornudo”, antes de sonreír.
El doctor poco a poco se fue desinflando y un minuto después se recostó sobre ella, jadeando como un herido.
—Puta hermosa… En este mes te llené de leche más veces que el cornudo, ¿no?
—Más veces que el cornudo en todo el año…
Nati le pasó la mano por el pecho al doctor —que no dejaba de mirarla con un deseo animal, de asesino—, giró y se puso boca abajo, culito en punta, regalada.
—Quiero que me hagas la cola… Hoy por fin tenemos más tiempo…
—Ya te la hice una vez…
—¡Pero quiero hoy! ¡Quiero que me llenes el culo de leche!
El doctor mudó su expresión a la de un lobo en celo. Le manoseó groseramente el culo clavándole los ojos con gula.
—Dame un ratito para recuperarme y te lo hago rebalsar…
Nati sonrió festiva moviendo el culito vejado por la mano del buen doctor y miró nuevamente en mi dirección, buscándome.
Tan solo quince minutos después estaba ese hijo de mil putas taladrando el culito casi inocente de mi novia. La clavaba contra la cama, ella boca abajo y él haciendo lagartijas sobre ella, perforando con su verga, primero muy suavemente y enseguida más rápido. Era increíble ver la barra de carne de ese tipo meterse entre las nalgas de mi novia, entrando de punta y hundirse lenta pero inexorablemente. Se me secó la garganta y retomé mi leal paja a cada cuerno que ella me hacía ver. Las nalguitas redondas no me permitían ver la penetración per se. La carne llena, infladita como un globo a punto de reventar me tapaba el agujerito, pero ver la verga de ese turro cuyo único mérito para disfrutar de mi novia más que yo era ser macho y no cornudo, me aceleró el corazón. Ese tipo no tenía ningún derecho. No era nada de Nati. El novio era yo. El que vivía con ella era yo. El que pagaba las cuentas, la ropa interior que usaba ahora y cualquier otro capricho, era yo. Y ese hijo de puta ya se la había cogido en un mes más veces que yo en un año. ¡Y encima le estaba haciendo el culo!
—Qué suerte, doctor… al final no le mentimos a mi novio… me terminó tomando la temperatura rectal…
Y el doctor enterró verga.
—Uffff… eso es porque respetamos al cornudo, mi amor…
—Sí, sí, lo respetamos… Ahhhh…. Mandame la verga hasta que haga tope… Ohhh….
—¡Cómo me gustaría hacerlo cornudo delante de sus narices…!
—Vos en tu casa tenés un consultorio, ¿no? Hagamos que me espere en la antesala mientras vos me cogés al otro lado de la puerta.
La sola idea morboseó al doctor.
—Pará, hija de puta, que me vas a hacer acabar… ¡Y quiero romperte el culo otro buen rato!
Estuvo taladrando el orto de mi Nati como media hora más. Se llenaba las manos con las nalgas, se apoyaba allí y empujaba con fuerza para clavar pija más fuerte y más hondo. Yo seguía sin ver las penetraciones, pero sí veía cómo la violencia de las estocadas aplastaba con gracia el culazo bajo el abdomen del doctor, cada vez que hundía su verga en mi novia. Le llenó el culo de leche entre puteadas y estertores, clavando hasta los huevos para soltarle bien adentro todo el semen, y retirando la verga solo para dar nuevo impulso y volver a deslecharse. Nati tuvo su polvo. Paró el culito para que le lleguen más profundo y no dejaba de mirar en mi dirección, aunque cada tanto entrecerraba los ojos
Cuando el doctor se fue, me abalancé sobre Nati. Me arrojé a comerle la colita como a ella más le gusta, con la desesperación de un marido pajero. La limpié de inmediato, pero además le di cientos de mordisquitos en su culo redondo y usado por tantos hombres desconocidos. Al momento de pajearme sobre su cola, no pude aguantar ni dos segundos. Fue tocar una de las nalgas globosas con mi pija y explotar en un orgasmo.
Nati siempre disfrutaba de esa debilidad mía.
—¡¡¡Ay, mi amor, qué pedazo de cornudo sos!!!
Era nuestra forma de hacernos el amor.

— FIN —


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12 COMENTAR ACÁ:

Anónimo dijo...

Maestro Rebe:Voy a hacer un comentario que quizá a algunos de sus muchos seguidores les pueda parecer extemporáneo y hasta ridículo...pero este relato esta lleno de ...¡¡¡TERNURA!!!. El modo en que el buenazo del corni habla de su bienamada me conmueve..es muy real, transmite AMOR..

carlosnava57@hotmail.com

parejafartun dijo...

Como siempre en tu linea un relato espectacular lleno de morbo GRACIAS

Federico Yo (vía mail) dijo...

muy, Muy, MUY Amable
NO esperaba este regalo, GRACIAS.
Nos encanto, ya sabes somos fans, de las historias donde las mujeres son MAS participativas, como esta.
gracias de nuevo.
1.-que lo mandaran fuera de la casa por medicina nos encanto.
2.- la toma de temperatura rectal, GENIAL.

Hielo Negro (vía C-Box) dijo...

ese segundo anexo estuvo mejor que el primero, para mi gusto. y el primer polvo en el mismo, estupendo

Mr Cuckold dijo...

Que te puedo decir rebelde, nada que no te haya dicho ya. Es tan excitante la relación entre el cornudo y su esposa. Como se hace el inocente para ver como se cogen a su esposa, es realmente magnífico

Anónimo dijo...

como recibo los anexos

Rebelde Buey dijo...

Los Anexos de LOS EMBAUCADORES se publicarán para todo el mundo en Noviembre de 2016

Anónimo dijo...

Eso de llevarla ai doctor fue una debilidad sexual que siempre tuve, yo tenia un enfermero amigo que le lleva a mi espolsa porque tenia que darse una serie de inyecciones, y el atendia una farmacia y la hacia pasar al fondo y a mi me dejaba esperando en una salita y me la cojia tratando dr hacer el menor ruido posible siempre algo se sentía,y después le daba la inyección y me la devolvía toda dolorida, ella me decia que era el inyectable pero eran las dos cosas, cumplir con la receta del medico tratante y que mi amigo le encantaba cojermela por su redondito culo.

Anónimo dijo...

Genio y figura sos mi idolo , cada relato tuyo me da mas ideasde la mujer que pretendo a mi lado para terminar mi vida amandola , la dibujas yme dibujas como nadie ,adoro tu inmenso morbo , Ale

Calosgouzy dijo...

Genial, Rebelde. Gracias por tan eróticas historias. Como le diría la Nati al Doctor cuando está a punto de hacerla acabar... "No pares por favor"

licurgo el espartano dijo...

Tremenda puta Nati,con ganas de que se la cojan despues de haber sido enfiestada por tres machos toda la tarde. Cada vez las hacés más atorrantas y cada vez me gusta mas.

Saludos rebeldes

Anónimo dijo...

Otro toque de morbosa calidad, imaginarse la situacion de Marce adentro del ropero y esa vision de voyeur cornudo enciende a cualquiera, viva ensanche!!! Me gustaria que no sea simplemente doctor y que tuviera un nombre el personaje ya que sos original en ese aspecto, gracias maestro!!
Vikingo M

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