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miércoles, 9 de julio de 2025

El Amarre (06)


EL AMARRE  (06)  
(VERSIÓN 1.0-CRUDO)

Por Rebelde Buey


Toto abrió la puerta de la casucha con cierto ímpetu y se asomó.
—Dice Matanga que pueden entrar.
La charla entre las chicas se cortó en seco. "Después nos vemos", dijo Mariela a su prima Jana, soltándose las manos. Pude ver la sonrisa pícara en mi novia y el brillo anhelante en sus ojos. Era hora de entrar al matadero. Me la iban a coger. Lo sabía. Lo sabía ella y lo sabía yo. Y Jana. Y mi amigo el Pipi, que estaba ahí y que había acompañado a su propia novia para iniciar —ellos también— lo del amarre. Mariela me tomó del brazo y me arrastró contenta al interior del rancho, donde recibiría verga y leche de al menos un viejo pijudo; con suerte, de dos.
Toto nos hizo lugar para que pasemos, como un portero de hotel. De seguro él también me la iba a coger, salvo que ya estuviera satisfecho con la novia del Pipi. 
El Pipi... A la vuelta iba a tener que hablar con él... De alguna manera me sentía menos solo sabiendo que Matanga también se garchaba a la novia de mi amigo. Me hacía sentir menos cornudo.
Mi esperanza de que tal vez, y con suerte, me la cogiera uno solo de los viejos murió apenas entramos al comedorcito del rancho. Estaba Matanga, sí, pero había otro tipo más, sentado sobre una caja de cervezas puesta de canto.
—Mis queridos y jovencísimos fieles… —nos recibió el brujo con una sonrisa que se me antojó perversa—. Él es Gomón, un amigo de la época en que yo no conocía la espiritualidad y contrabandeábamos en la frontera.
Tragué saliva. El tipo era un morochón morrudo y fiero, como un ex boxeador peso pesado. Tenía una mirada fría, impiadosa, y un cogote ancho como una rueda. Llevaba una camiseta blanca manchada de hollín y rojo sangre, y unos boxers flojos, amplios, por donde se notaba un bulto más que voluminoso.
—Mucho gusto, señor —saludó Mariela con chispas en su voz, levantando imperceptiblemente los talones cuando el tipo se acomodó el vergón sin el menor pudor—. Los amigos de Matanga son...
Como si no hiciera falta que mi novia se la regalara, como si ya estuviese decretado que ese desconocido aparecido de la nada también se la iba a coger, Matanga la interrumpió para terminar con la presentación.
—Va a estar acá un par de semanas, nomás, hasta que la gendarmería deje de buscarlo. —Y se ve que puse cara de horror, porque enseguida agregó—: Un malentendido, nada de qué preocuparse…
Gomón no quitó los ojos sobre mi novia en ningún momento, desde que entramos. El tipo cada tanto se manoseaba la verga por sobre el calzoncillo, marcándoselo. Primero pensé que se lo exhibía a Mariela, luego que se lo frotaba para mantenerlo gordo. Finalmente me di cuenta. Era todo eso, pero también era un código para Matanga.
—Esta parejita es como la que se acaba de ir. Les hago el amarre una vez por mes para reforzarles la pareja y que nunca se separen.
Gomón solo gruñó.
—Señor Matanga —dije, más por los nervios e incomodidad que me provocaba ese tipo que por otra cosa—, solo veníamos a hacerle una consulta.
—¿Y es tan urgente? Porque ya sabés que para que mis rezos y poderes se hagan efectivos, tengo que ritualizar a tu novia en mi cuarto.
Ritualizar. Sí. Mejor dicho, coger.
—Ya lo sé, ya lo sé… —Mi voz tembló, desesperada—. Pero es que ella…
Gomón volvió a gruñir y miró a Matanga. El brujo se dirigió a mí:
—La consulta y la información, ¿me las podés dar vos solo?
La pregunta me desconcertó.
—¿Solo, sin ella…? Sí... Creo que sí...
Entonces, el morochón robusto se incorporó. En el movimiento, el calzoncillo se le aflojó más y la cabezota oscura y enorme de la verga se le asomó apenas un segundo por debajo de la botamanga y volvió a ocultarse. "Ay, Dios", juro que la escuché murmurar a Mariela. El tipo dio dos pasos y se paró frente a nosotros. Por puro instinto, llevé mi cuerpo atrás. El instinto de mi novia debió ser otro, porque se quedó esperando.
Gomón llevó su mano a la cintura de mi novia y hundió unos dedos entre su pancita y el borde de la minifalda. Mariela se estremeció notoriamente.
—Señor Matanga… —atiné a reclamar.
—Está bien, Guampablo. Vos y yo hacemos la consulta acá. Que mi amigo vaya adelantando el ritual en la piecita.
Gomón giró y arrastró a mi novia hacia la habitación. La docilidad de esa mujer no dejaba de sorprenderme. Y calentarme.
—Pero... —me quejé débilmente mientras el desconocido y mi novia ya se perdían en la oscuridad de la piecita donde tantas veces me la había garchado Matanga y Toto.
—Tranquilo, Guampablo. Después te la cojo yo, para asegurarnos por si mi amigo no hizo algo bien.
Se sentó a la mesa con mantel barato de plástico y me indicó que hiciera lo mismo. Miré hacia la cortina de tela que hacía de puerta entre nuestro comedor y la pieza, y me senté como me indicó el pai. Pero no muy tranquilo que digamos.
—Bueno, contame. ¿El amarre no está resultando? ¿Se pelean?
Aunque era la pregunta más pertinente de todas —casi la única que merecía hacerse— yo estaba tan creído de que Mariela estaba cogiendo solo por placer, engañándome de verdad, que no me esperé aquello.
—No... Sí... Nos llevamos bien. Mejor que nunca, pero...
—¿Alguien se les quiere interponer? ¿Una amiga celosa? ¿Una chica nueva que te gusta?
—¡No! —me espanté—. A mí solo me gusta mi novia. 
En ese momento se escuchó el primer rumor proveniente de la piecita. Masculino. Como un jadeo.
—¿Se están distanciando? Sé que ustedes se están manteniendo castos para después de cumplido el amarre y eso a veces...
—No, no, estamos más unidos que nunca. Incluso cuando usted o Toto me la cogen… O ahora también los amigos del Toto… 
—Me dijo Toto que ellos están tratando de ayudarlos.
—Sí, sí, pero...
Al jadeo de ese tal Gomón se sumó el de Mariela, todavía tímido.
—Deberías agradecer cuando te ayudan. Yo lo hago por dinero, pero ellos lo hacen desinteresadamente...
—Sí, sí, señor Matanga. Siempre les agradezco cuando me la terminan de coger. Mariela insiste mucho en eso.
—Entonces no entiendo.
En la piecita, el ruido de los flejes del elástico de la camita comenzaron a gemir: fliki… fliki… fliki… Giré mi rostro hacia ahí, pero las cortinas no me dejaron ver más allá de la oscuridad. 
—Es que... últimamente ella está cogiendo con cualquiera.
—Sigo sin entender —se impacientó el brujo.
—Ahhh… Ahhhh… —jadeó Gomón, casi en voz baja—. Qué buen orto que tenés…
—Se deja con tipos que ni conoce, que no tienen nada que ver con el amarre. Se los coge y cuando la descubro dice que le están haciendo un refuerzo del ritual, pero es mentira.
—¿Y pensás separarte de ella por eso?
Otra pregunta que no había visto venir. A estas alturas, me estaba sintiendo un poco tonto.
—Uhhh… Qué rico que apretás, putita…
—No —le respondí a Matanga, con un poco de demora porque los ruidos de la pieza comenzaban a distraerme.
—Entonces el amarre está funcionando.
Carajo. No lo había pensado de esa manera.
—Pero siento que podría estar haciéndome cornudo.
—Eso es un error.
Una luz de esperanza entibió mi alma. Al otro lado de la cortina de tiras plásticas, Mariela comenzó a gemir sin timidez y con ritmo.
—¿No me hace cornudo?
—No, el error es pensar que podría ponerte los cuernos. No hay nada que pensar: te los puso.
—Eso es terrible.
—Al contrario, es muy bueno. —Lo miré con gesto de incredulidad, de sospecha—. Primero, porque se tardó como seis meses en ponértelos. La mayoría de las mujeres no tardan más de uno. Segundo, porque siguen juntos, ¿no? Y tercero, porque tiene solución.
Sentí un revoloteo en el cuerpo, aún había una manera de que mi novia no se entregara a cualquiera a mis espaldas. O quizá el revoloteo me vino porque justo en ese momento los jadeos de Mariela, gimiendo al ritmo del bombeo del hijo de puta de Gomon, ya sonaban definitivamente fuertes.
—¿Qué solución? Dígame qué tengo que hacer con ella y lo hago.
—Hmmm... Al contrario. La cosa es si te podés bancar lo que ella tiene que hacerte a vos.
Matanga se iluminó con un gesto que no logré adivinar pero que me dio mala espina. Fue la primera vez que lo vi sonreír en todos estos meses.
—Andá al cuartito, que Gomón se está garchando a tu novia. Es bueno para el amarre que el cornudo esté junto a la mujer cuando otro se la coge.
—¿Por qué me dice cornudo? ¿Mariela me es infiel?
—Para nada. Ya te dije, son términos esotéricos de la magia Umbanda.
Me levanté y corrí la cortina de tela roñosa como para ingresar a la pieza. De adentro se escuchó con mayor volumen y claridad no sólo los jadeos de mi novia, sino el respirar agitado del tipo nuevo. Y el quejido de la cama con cada latido del bombeo.
—¿No viene usted? —le pregunté a Matanga, y en el mismo instante me di cuenta que sonó como si lo deseara. Como si hubiese preguntado... “¿Usted no viene a cogérsela?”
—En un rato. Gomón acaba de vaciarse en la chiquilla que se cruzaron en la puerta de casa, va a durar un buen rato con tu novia. Además, tengo que preparar las oraciones para que no vuelva a pasarles eso de que ella se ande cogiendo a cualquiera que no tenga que ver con el amarre.
Me quedé en silencio. Por dentro tenía un revuelto de emociones. Decepción, porque Matanga no iba a entrar a surtir a Mariela; excitación, por lo que no dejaba de escuchar de fondo; expectativa, porque me pareció que Matanga me la cogería luego; y alivio, porque el viejo traería una solución.
Dentro del cuartito la cosa era igual a cada mes y al mismo tiempo distinto. Entré con la pija dura, como siempre que veía a mi novia penetrada por alguno de los hombres que la surtían para ayudarnos. Gomón lo hacía distinto. Había visto a mi novia siendo usada por viejos, por gordos, por flacos desgreñados. Pero nunca por un tipo grandote y robusto, macizo como un rinoceronte adulto. Era viejo pero no tanto, unos cincuenta y cinco —o cincuenta mal llevados—, con gesto osco irrenunciable, que no abandonaba ni siquiera mientras se la clavaba. Tenía a mi novia arrodillada sobre la cama, ella con el torso erguido y sacando cola por encima de sus talones, para que Gomón, detrás, la penetrara con violencia controlada, medida. Cada penetración la levantaba, pero el tipo la retenía desde un brazo, para que no se le fuera muy lejos ni se le saliera de la verga, que la re-empalaba en cuanto ella retrocedía sobre sus talones.
Mariela se dejaba hacer con los ojos cerrados, como cuando gozaba. Por eso no notó mi presencia. El corpiño había caído sobre el colchón, mientras que la tanguita la tenía estirada de muslo a muslo, a punto de romperse con cada empujón. Por esos azares de los encuentros corporales, la remerita blanca de Mickey que le había regalado por nuestro primer mes de novios estaba hecha un bollo bajo los huevos y los fundillos del culo de Gomón.
El amigo contrabandista de Matanga me dirigió una mirada corta y desabrida. No dejó de bombear verga dentro de mi novia ni por un instante, conservando una mano en el brazo de ella y la otra sobre una nalga para acompañar e impulsar la conchita de Mariela con un poco más de envión, cuando ella regresaba y se clavaba.
Me ubiqué a un lado de la cama, cerca de la penetración. El vergón de este tipejo era corto y gruesísimo, como un remache a escala gigante. Ver a un metro ese cilindro entrar y salir de entre las piernas, en la conchita que se escondía bajo la cola de mi novia, que jadeaba al ritmo del bombeo, me la puso todavía más dura.
Imagino que mi respiración, o mi suspirar fuerte, hizo que Mariela notara que yo estaba ahí.
—Mi amor —me saludó con una sonrisa enamorada, aunque enseguida le regresó el gesto de gozo involuntario.
La cabeza se le movía con cada pijazo que Gomón le clavaba. Buscó tomar mi mano con la suya. Pero como estaba ensillada sobre la verga del macho, y el macho necesitaba su brazo para que no se le fuera, mi novia eligió no darme la mano y seguir cediendo su cuerpo para que Gomón continuara disfrutando.
Miré a Mariela a los ojos y dije:
—Me… me dijo Matanga que está bien que su amigo te coja…
—Por supuesto que sí, mi amor… —Mariela me hablaba entrecortada, bufando y recuperando aire cada vez que la verga se le retiraba un poco—. Yo no me prestaría a otra cosa. ¿Qué te dije del sodero y del tipo de la playa?
Hija de puta, ni se sabía los nombres de los que se le habían cogido. En verdad no se me ocurría cómo el brujo iba a lograr detener ese tipo de cogidas por fuera del amarre.
—Matanga dijo que ahora viene...
—¡Qué bien!
—También te va a coger hoy.
—Ay, este Matanga... Ahhh… Siempre tan responsable...
Sin decir una sílaba, Gomón le quitó el remache de carne y tomó a mi novia con fuerza y decisión de la cintura.
—¡Uh! —exclamó Mariela, en un latigazo de excitación.
La mole de carne y músculos la levantó como si fuera un papel. La maniobró sobre la cama con destreza y eficacia, y en apenas un par de segundos puso a mi novia aferrada del respaldo de la cama con sus manos, pero arrodillada, de modo que él se colocó tras ella. La elevó por el inicio de los muslos, desde atrás hasta la altura de su pija, y ahí clavó. Y entonces comenzó a cogérmela en el aire: ella agarrada de un caño para que los empujones violentos no la tiren de la cama, especialmente cuando el bombeo pasó a ser intenso y furioso, presagiando un nuevo derrame de leche dentro de mi novia.
—Puta... —gruñó, por fin, Gomón—. Ahí voy con todo...
—Sí, sí... —suplicó Mariela—. Haceme mierda.
La visión del culo de mi novia sostenido en el aire, soportando cada una de las penetraciones de manera limpia, la verga entrándole como un pistón a mil revoluciones por minuto y saliendo brillosa de la conchita de Mariela fueron demasiado. Era una mezcla de movimientos de valet y maquinaria al servicio del goce de un macho y una hembra. Y del atestiguamiento de un cornudo.
Noté el sudor en todo el cuerpo de Gomón y cómo en un pestañeo se le endurecieron los huevos. Y el gesto perdido.
—Mariela, te va a acabar adentro… —Mi voz se entrecortó.
—Pero por suerte estás vos, cornudo.
Y como si se tratara de magia, con la palabra “cornudo” aún húmeda en sus labios, Mariela empezó a acabar.
—¡¡¡Aaaahhh…!!!
Igual que Gomón.
—¡Pedazo de putaaaaahhh…! Ohhh…!
No me pajeé como cuando la espié cogiendo con cuatro tipos en la cabina del camión. Aunque a mi novia sabía, me daba un poco de vergüenza hacerlo delante de ella. Y ese tipo, Gomón, también me inhibía un poco, para qué negarlo.
Y menos mal que yo sólo me tocaba por encima del pantalón, sin habérmelo quitado, porque en medio de la explosión de gemidos de mi novia y del desconocido que se la cogía, entró Matanga con un rosario y dos sahumerios en la mano. Hubiese resultado humillante.
—No se la eches toda adentro —alertó.
Gomón dio un par de embestidas más, surtiéndole dos chorros extra de leche a mi pobre noviecita, que sólo atinaba a recibir verga y semen con los muslos y las nalgas temblequeando.
—Tírale el último polvo en la cola —pidió Matanga.
Silencioso pero obediente, Gomón retiró el petardo de carne y un latigazo breve regó de un guascazo una de las nalgas de Mariela.
—No, no sea malo, Gomón… —jadeó ella.
El segundo lechazo afuera fue más débil y enchastró de pegote blanco el recto, un poco de la cintura y unos centímetros de la otra nalga. Gomón se tomó el tronco venoso, lo apretó con fuerza y se escurrió lo poco que le quedaba. Los restos de la última eyaculación fueron a dar sobre las redondeces de mi novia, lo mismo que el vergón rechoncho, cuando el macho lo dejó caer con su peso muerto sobre el culito perfecto.
Congelé mi mano sobre mi entrepierna justo cuando Mariela abrió los ojos y me buscó con la mirada. Ella me tomó a propósito de esa mano y suspiró satisfecha.
—¡Qué lindo que estés acá!
Los gotones de la leche comenzaron a caer muy lentamente, recorriendo la curva de sus nalgas.
—¡Rápido, cuerno! ¡Subite a la cama y arrodillate al lado de tu novia!
Lo expeditivo de la orden me sorprendió. Mariela me miró igual de desconcertada. 
—¿Para qué? ¿Qué pasa? 
Gomón se movió un poco y me hizo lugar. Subí incluso antes de que Matanga comenzara a explicar:
—Vamos a hacer el ritual para que todos los que se cojan a la señorita lo hagan en beneficio del amarre.
—¿Cómo “todos los que se la cojan”?
Me ubicó con la cabeza junto a la cola, como si estuviera haciendo una reverencia.
—Es para que no te haga cornudo cada vez que te hace cornudo, cornudo.
Yo seguía confundido pero Mariela evidentemente no.
—Es una manera de que todos los que me cojan contribuyan al amarre.
Matanga fue al otro lado de la cama y sacudió el rosario.
—Mejor me voy… —dijo Gomón.
—No, quedate. Esto debe hacerse con el dueño de la leche derramada. Es la primera vez, es importante.
Matanga comenzó a murmurar unas oraciones en portugués. Me dio uno de los sahumerios, me pidió que los sostenga en vertical, y luego colocó el segundo sahumerio en el orificio del recto de Mariela.
—¿Pero qué…?
—El cornudo debe permanecer callado.
—Mi amor, dejalo hacer a Matanga. Tenemos que tomarnos todo esto muy en serio.
Matanga cerró los ojos y el murmullo creció hasta hacerse un rezo.
—“Ó Pai Ogum, se essa vadia sentar no colo de outro, que seja com a sua bênção! O amor é uma roda, e roda gira pra todo mundo…”
—¿Qué dice? —le susurré a mi novia.
—Shhhht. 
—“Se esse corno reclamar, joga porra na testa dele e diz: ‘Chifre hoje, luz amanhã’…”
—¡Dijo “corno”! —volví a susurrar.
—Es como una fórmula para que ningún macho te pueda hacer cornudo, mi amor.
Matanga estaba en trance. Se volcó sobre la cama y llevó una de las manos a la cola redondita de mi novia y la manoseó. Justo donde reposaba parte de la leche de Gomón. Apoyó dos dedos sobre esa leche, y enseguida los quitó con el pegote y los llevó a mi frente.
—“Lembra esse tolo: chifre é orgulho de corno manso…” —murmuró.
El brujo comenzó a girar en redondo los dedos impregnados de la leche de Gomón, sobre mi frente. Fue a buscar un poco más de semen en la cola de mi novia e hizo otro remolino de leche junto al primero, como si fueran las bases donde colocar dos buenos cuernos.
—Ahora vos —le dijo a Gomón.
Gomón lo miró. Sorprendido, primero. Luego sonrió y ladeó la cabeza un par de veces. Fue con dos dedos y recogió un poco de su propia leche de las nalgas de mi novia. Y así como hizo Matanga, dibujó dos remolinos de semen en mi frente. 
Mariela sonrió y paró un poco más su culo hermoso. Vi cómo otra vez se le iba poniendo la piel de gallina. 
—Tu turno —Matanga le dijo a Mariela.
Mi novia se espabiló exultante.
—¡Sí! —casi gritó.
Giró un poco y extendió la mano hacia atrás, enchastrándose los dedos en la leche aún tibia del macho que se la había acabado de coger. Giró del todo y me enfrentó con una expresión triunfal.
—Mi amor —me dijo por completo enamorada.
Y me embadurnó la frente con la leche con la que se la habían cogido.
Luego tomó otro poco y me masajeó el segundo cuerno. Matanga seguía serio y murmurando sus oraciones, cuando mi novia agarró lo último de su cola y me embadurnó toda la cara con sus dos manos.
—Te amo, Guampi de mi corazón —dijo.
—Cada vez que ella coja con un macho nuevo, solo repitan este ritual y en lugar de ser cuernos, será una bendición para fortalecer su amor y su pareja.
—¿Está seguro, Matanga? —pregunté con algo de incredulidad.
—Sí, cornudo —me contestó el viejo—. Tampoco hace falta que lo haga el macho. Con que ella recite las oraciones y te frote la frente con la leche de sus machos es suficiente.
Y acto seguido me sacó de la cama de un patadón con su pie negro y se acomodó entre las piernas de Mariela.
—Ahora me toca a mí. Rajá de acá y andá a llamar al Toto, para que te la agarre en cuanto yo termine de usártela.
Me alejé de la cama pero giré antes de salir de la habitación. Gomón ya estaba de pie, empinando un vino de cartón que no sé de dónde sacó, y Matanga guiaba con su mano la enorme garcha, comenzando a penetrar a mi novia, que lo recibía dócil y entrecerrando los ojos.
—Oh, sí, Matanga… Aaahhhh... 
Como me quedé un segundo de más, viendo cómo se la empezaba a coger, el brujo se fastidió.
—¡Andá, cuerno!
Salí de la casa todavía con mi pijita parada. Me recibió el sol de la tarde, que me hizo achinar los ojos. Toto vivía en el ranchito de al lado. Si la casucha del brujo era una pocilga desvencijada, no quieran saber lo que era la porquería en la que vivía este gordo desagradable. Aunque la puerta estaba abierta, aplaudí para que saliera. Ni el perro ladró. El silencio era tal que en un momento me pareció escuchar un jadeo monocorde viniendo desde adentro. Entré. No tuve que avanzar mucho. Casi desde la entrada pude ver claramente un colchoncito de una plaza tirado en el piso. Y arriba, Toto, aferrándose a las ancas de Jana y bombeándola como un animal.
No me vieron verlos. Estaban un poco de espaldas, pero sobre todo, estaban muy ensimismados en la cogida. Ni siquiera me vio mi amigo Pipi, abstraído por completo en el acto vejatorio que el gordo depravado ejercía sobre su novia. Hasta que un instante después me di cuenta. Me costó porque mi amigo estaba por completo de espaldas a mí, pero su temblor rítmico e incesante, que coincidía con el bombeo que recibía Jana, me hizo dar cuenta que se estaba pajeando mientras Toto le cogía a su novia.
Me quedé un rato viéndolos desde el marco de la puerta, con el cuerpo cubierto por la pared de chapa, ocultándome. Me daba morbo. Jana era muy hermosa, y verla cogida por el mismo hijo de puta que se cogía tres veces por semana a Mariela me producía como una especie de admiración sobre el macho de mi mujer. Además, tener un hermanito de cuernos me hacía sentir más acompañado. Quizá fuera lindo, o terapéutico, tener a un amigo con quien compartir la experiencia de que se cojan a tu novia sin que te hagan cornudo.
Me fui sin que me notaran, justo cuando el gordo aumentaba la velocidad de la serruchada. Igual que aumentaban los gemidos llenos de deseo de la prima de mi novia. “¡Ahhhh…! ¡Ahhhh…! ¡Ahhhh…!”
Regresé con Matanga. Habían cambiado de posición pero el brujo me la seguía cogiendo, y Mariela continuaba con sus ojos cerrados, solo que ahora le tomaba el pijón a Gomón y se lo masajeaba con ambas manos y se lo tragaba con reluctancia.
—Qué buena que está tu novia, cuernazo —me halagó Matanga.
Sentí orgullo por mi mujer, la mejor novia que podía tener. Aunque al acercarme a la cama noté que los muslos y la cola de Mariela comenzaban a ponerse con piel de gallina. Le venía el orgasmo. Otra vez.
No me terminaba de gustar que ella tuviera orgasmos con otros tipos, ¿para qué mentirles? Se supone que eso solo es un sentimiento de amor que debiera sentir con su novio o esposo. Pero ella me había dicho que no era un orgasmo de amor, que era un reflejo físico por el bombeo de vergones de verdaderos machos. Que no me preocupara, que no era amor. Mucho menos sexo, ya que las penetraciones y llenadas de leche por el amarre no eran otra cosa que un ritual.
Ahora Matanga le estaba metiendo el ritual hasta los huevos, haciéndola gemir como vi que hacen las actrices porno, o como escuchaba de chico a mi mamá cuando venía el tipo de las garrafas. Matanga le hundió los dedos en las nalgas para clavarla con más violencia, aclarándole la piel en aureolas profundas. Y los gemidos se hicieron aún más fuertes cuando el viejo hijo de puta llevó uno de sus pulgares hacia el ano y se lo fue enterrando hasta más allá de la primera falange.
—¡Ahhhh…! ¡Por Dios… Síííí…
—Señor Matanga —dije con mis ojos desorbitados ante la barra de carne que entraba y salía cada vez más rápido dentro de mi novia.
—Ahora no, nene, rajá, que te la estoy por llenar de leche.
—Pero es que no creo que Toto pueda venir porque...
—¡Ahora no, cornudo, la puta madre que te parió!
—Mi amor, andá a buscar a Toto y dejalo al señor Matanga hacerme el ritual tranquilo.
El ritual era que la verga venosa de ese viejo hijo de puta la acuchillaba con más y más violencia a cada segundo, clavándosela hasta los huevos, haciéndole saltar gotas de sudor a mi novia cada vez que la empujaba hacia adelante en topetazos de burro. 
—No creo que venga porque ahora mismo se está cogiendo a tu prima. Acá al lado, en su casa.
Mariela giró su rostro hacia mí. Los cabellos transpirados cruzaban su rostro angelical como latigazos de lujuria, sin lograr ocultar su sonrisa emputecida de hembra felina y total.
—¿Jana? ¿Ahora? Ahhhh... —No sé por qué miré en dirección a su cola. Matanga ahora le hundía el dedo gordo hasta la segunda falange, bien adentro del ano, metiendo y moviéndolo cuando el cultito exquisito empujaba hacia él. Parecía que le iba a entrar el puño entero con cada embestida. Creo que fue eso lo que disparó que Mariela comenzara a acabar. O quizá lo de la prima—. ¿Con su cornudo al lado?
—Sí, sí, con Pipi al lado…
—¡Aaaaaaaaaahhhhhhhhhh…!
—¡Te suelto la leche, putón! ¡No aguanto más!
—¡Lléneme, Matanga! ¡Aaaaaahhhhhhh…! ¡Mándela toda adentro!
—Yo solo quería que supiera que Toto no va a poder…
—¡Va a poder, cornudo! —me cortó el brujo—. Y te la va a llenar de leche hasta que rebalse.
—Mi amor, no pierdas la fe en el amarre… ¡¡Ahhhhhhhh!! —seguía acabando mi novia.
Matanga aceleró el bombeo. La violencia de los empujones nunca dejaba de impresionarme. Su bata se abría y cerraba con cada clavada, como las alas de un vampiro que se alimenta de sangre joven.
—¡Vení, pelotudo! —me ordenó de repente, en medio de su jadeo animal.
No me dio tiempo a reaccionar. Me tomó de los cabellos y llevó mi cara hacia la cogida, apoyando mi cara directamente sobre la penetración. Parte de mi frente se apoyó sobre las nalguitas exquisitas de Mariela, pero mi nariz y labios rozaban el vergón del viejo, que no paraba de entrar y salir de la conchita fiel de mi novia. No había fricción dura. Los flujos de ella barnizaban el tronco y en unos segundos todo mi rostro estaba pintado de flujo y líquido pre seminal. Matanga puso aun más presión sobre mi nuca y mi morro sintió de una manera inequívoca el endurecimiento del miembro, la rigidez total, y en medio de la fregada de verga sobre mi nariz y boca, noté cómo viajó el primer chorro de leche del viejo, directo al interior de mi novia. Fue un instante. Una ráfaga. Un golpeteo sobre mi piel. La leche pasó de derecha a izquierda al momento en el que el viejo bizarro gritó “¡Viva Perón!”. El segundo lechazo me golpeó los labios de inmediato, casi sin darme tiempo a asimilar el primero.
—¡Sí, Matanga, la quiero toda adentro! —gritó Mariela.
El orgasmo hizo que el brujo empujara con fuerza no solo hacia adentro sino también mi rostro hacia la cogida. La verdad es que un poco me dolía la nariz, pero sentir en mis labios cómo el viejo le mandaba leche a mi novia con esos manguerazos de leche que yo sentía sobre mi boca, era más fuerte, como fascinante.
Para el cuarto y quinto lechazo, Matanga había apretado mi rostro tan fuerte que debí abrir la boca para hacer más lugar y el tronco del vergón quedó enguantado por mi boca, siempre sobre la verga suya yendo y viniendo.
—¡Toda adentro no, putón! —exigió Matanga—. ¡Los últimos guascazos son para el cornudo!
Quitó la verga de dentro de mi novia, la presión sobre mi cabeza desapareció y de pronto sentí el manguerazo de verga y semen sobre mi rostro.
—¡No, Matanga! ¿Qué hace? Agggh…
—¡Callate, pelotudo!
Se agarró el vergón con toda la mano, lo puso sobre mi cara y escurrió la verga con fuerza hacia la cabeza. El glande me derramó un gotón espeso sobre la boca, todavía abierta por la queja. Tenía toda la cara llena de leche, y ahora también el buche.
Matanga me tomó otra vez de los pelos y me acercó a Mariela.
—Me duele, Matanga, por favor…
—Dejá de mariconear, cuernazo. —Y así como venía, el mulato giró y le ordenó a mi novia—: Vos, hacele los movimientos en la frente al pelotudo éste, así la cogida no es una infidelidad.
Yo mantenía los ojos cerrados. Por el dolor en la cabellera y por el pegote blanco que me los cubrían. También por la vergüenza del momento. Sabía que Gomón estaría mirando, y no estaba seguro si él entendería que todo esto era por el ritual y no porque mi novia fuera una puta y yo lo aceptara como un pusilánime. Sentí los dulces deditos de Mariela hacerme círculos con el semen de Matanga, sobre mi frente, a la altura de los cuernos. Luego abrir sus piernas e invitarme.
—Limpiame, mi amor…
La oí aprender a repeticiones la oración que comenzó a enseñarle el brujo, mientras yo me tragaba toda la cogida. Recuerdo que pensé cuántos tipos más se cogería de aquí en adelante, con este nuevo método. También recuerdo que lecheé un poco el pantalón, cuando Mariela, sin querer, movió una pierna y me rozó el bulto con una parte de su muslo.
Y recuerdo que pensé que ya nada podría ser peor —o mejor—, cuando escuché con claridad la voz de Toto.
—Qué bueno que todavía no se fue la Marielita... con las ganas que le tenía...
—Ya... ya nos íbamos —dijo ella—. Tenemos que ir con mi novio a...
—Me importa tres carajos tu novio. Te vas a abrir de piernas hasta que te termine de coger, ¿estamos?
—Sí, sí, Toto... Como digas...
—Hasta la última gota…
Pero Mariela, que siempre fue buena alumna, lo corrigió:
—La última gota desde ahora es para el cornudo… digo, para mi novio…




El Amarre 06 — Versión 1.0 (09/07/2025)
(c) Rebelde Buey

10 COMENTAR ACÁ:

trabajabdofederico dijo...

Otro "EXITO" los últimos 2 que leímos, son simplemente PERFECTOS.."

Señora y Federico.

trabajabdofederico dijo...

Tuvimos que buscar el significado del rezo?

—“¡Oh, Padre Ogum, si esta zorra se sienta en el regazo de otro, que sea con tu bendición! El amor es una rueda, y la rueda gira para todos…”

—“Si este cornudo se queja, échale semen en la frente y dile: ‘Cornudo hoy, luz mañana’…

Nuevamente lo confirmamos, eres super Original, y bien malo, lo que lo hace, aun mejor.

"!Échale semen en la frente!" Ja, ja, ja.

luisferloco dijo...

Por fín, vuelve el Rebelde que extrañamos... Quien dice Fin (cómo en el 5), podrá ser un continuará

Rebelde Buey dijo...

TRABAJA FEDERICO: muchas gracias, chicos! Tardó pero parece que valió jajaj Para la oración umbanda iba a poner cualquier cosa, pero a último momento decidí mandar eso xD
LUISFERLOCO: ya le quité el "Fin". La serie sigue. Siempre a todos los capítulos o episodios les pongo "fin" porque anuncio el final de ese capítulo. pero es un error: no hace falta aclararlo y trae confusión en los lectores. gracias! =D

Christian1144 dijo...

Dios... no puede ser tan morbosa esta historia. Entro casi a diario para ver si sigue "Infidelidad intermitente", pero con esto tengo material mas que suficiente para alimentar los ratones. Felicitaciones por tanto talento.

luisferloco dijo...

Gracias, Rebelde... Es lo que esperamos

Anónimo dijo...

Excelente!!

Chiraakk dijo...

viva Peron !

Anónimo dijo...

Que bueno, se parece a tus antiguos relatos, super morboso

Rebelde Buey dijo...

CHRISTIAN1144 y ANÓNIMO: muchas gracias, amigos, qué bueno que les haya gustado tanto. Buena parte de que haya salido así de morboso y con una onda "vieja escuela" es porque fue escrito a mano (en un cuaderno). Eso le da un ritmo muy orgánico. Infidelidad Intermitente fue escrito de la misma manera. Lo que escriba a partir de ahora, no creo que pueda hacerlo así, por el tiempo que toma.
CHIRAAAKK: jajajaj Me acordé de los Bátmanes del Mercosur y dije: yo también xDDD

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