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viernes, 18 de junio de 2021

Recorridos (01)

 Los recorridos no son relatos ni historias, son como crónicas de parejas que cuentan cómo llegan a la infidelidad y cómo la resuelven, si es que acaso hay algo que resolver.

Recorridos
Hoy: Felisa (01)

Por Rebelde Buey


    Felisa. Mi amiga, mi novia, mi prometida, mi esposa y ahora la madre mi hijo. Bueno, decir de “mi” hijo… No, sí sí, perdón, dije bien: de mi hijo.
    Voy a contarles brevemente parte de nuestra historia comentándoles algunas fotos de nuestro álbum familiar. Y sepan disculpar si por momentos es un tanto desordenado el relato, o en ocasiones me quedo casi sin palabras… es que algunas fotos aún hoy me provocan emociones… muy peculiares.


    Debería empezar por mi amigo Herv, que a su vez es su ex. Y si les suena confuso, no quieran saber lo que me pareció a mí cuando me enteré. Porque no fue hasta tiempo después de que nos hubiéramos puesto de novios, que lo supe. Sí: la cronología es que ellos fueron noviecitos no muy serios, prácticamente de discoteca; y tres años después, en mi trabajo, yo conocí a Felisa y nos pusimos de novios. Pero cuando los presenté “por primera vez”, hicieron como si no se conocieran.
    Mi amigo es el negro de la imagen de arriba, y la foto es de una salida que hicimos los tres, antes de enterarme que me la cogía. Porque aunque se habían separado hacía años, siguieron cogiendo poco después de que yo los “presentara”, aún cuando mi Felisa y yo ya éramos novios oficiales.
    Ah, el que tiene cara de cornudo soy yo.
    No voy a decir que era mi mejor amigo, pero era de ese círculo de amistades en el que la confianza llega hasta un cierto grado de intimidad. Ese tipo de amistad y confianza con el que le dejaría mi hija a su cuidado, en una emergencia. Y fíjense lo que son las paradojas, porque al final fue él quien me dejó a su hija a mi cuidado, aunque primero la dejó adentro de mi mujer. 
    Pero ya llegaremos a eso.
    Por lo pronto, a mi novia un buen día le presento a Herv y, como les dije, se saludaron como si no se conocieran. Luego, al saberlo, la excusa fue que en el momento tanto a él como a ella les resultó raro e incómodo, y conforme pasó más tiempo, fue peor. 
    Así que cuando en nuestro segundo año de noviazgo los encontré cogiendo en el baño público de un parque, en medio de mi confusión, ella me contó la verdad. Bueno, una parte al menos, porque recién unos días después sabría que me la venía garchando casi desde que nos pusimos de novios.



    Mi amigo es un buen amigo pero no tiene cerebro (sí tiene tremenda pija, por eso le gusta a mi novia). No mide las consecuencias de sus actos, es un irresponsable. Puede intentar besar a mi novia en una reunión familiar con mis padres y mis tíos presentes, como si hacerme quedar como un cornudo no fuera una humillación frente a mi familia.
—Salí, Herv, que estamos en la casa del cuerno y nos pueden ver mis suegros!!




    Prácticamente desde el inicio de nuestro noviazgo Felisa me hizo cornudo. No se esperó nada. Bueno, sí, esperó a que tengamos sexo, y luego esperó a que mejorara un poco. El tamaño no me iba a aumentar, pero tuvo la esperanza de que ese primer encuentro hubiera resultado fallido por mis nervios.
Luego de la segunda semana y comprobar que nunca aguantaba más de cinco minutos, en vez de salir con sus amigas empezó a verse con ex amantes (diciéndome que salía con sus amigas, obviamente). Creo que en esa época simplemente pensaba en dejarme, colocarme en su estante de intentos de algo formal y pasar al próximo candidato serio. 
    Pero el tiempo nos enamoró. Aunque el sexo siguió igual, sin mejoras, nos fuimos enamorando. Así que no dejó de verse —a escondidas— con ex amantes y amantes nuevos, conseguidos en boliches, contactos de su amiga Lana y conocidos de por ahí.
    A partir del medio año de noviazgo, ya consolidados, cada vez que salía me mandaba una foto de donde estaba y con quién, haciendo cuernos con la mano. Me decía que era por el heavy metal, otras veces me decía que era un símbolo de paz. Tiempo después supe que era una manera secreta de decirme cornudo, de dejar en una foto, en una prueba, que esa noche mi cornamenta crecía o sacaba una nueva punta. Si la foto era con un tipo (como acá, que “casualmente” se encontró con mi amigo en un recital), significaba que ese mismo tipo me la había cogido o me la estaba por coger un rato después.
    Ahora, revisando todos los archivos, no imaginan la cantidad de fotos de ella haciéndome cuernos a la cámara, como una burla a nuestro juramento de fidelidad. Aunque también, como un trofeo para ella, una manera de decirse que no iba a renunciar al sexo por un novio que no le daba nunca un polvo siquiera decente.
    Tengo decenas y decenas de fotos haciéndome los cuernos con la mano...




    Esta fue la foto con la que supe que era cornudo. Otro encuentro “casual” con Herv en el boliche en el que Felisa había ido con sus amigas en noche de chicas. No mencioné aquí todos y cada uno de los encuentros casuales, no tiene sentido. Pero esta foto fue como la gota que rebalsó el vaso. Ya hacía dos años que salíamos, casi dos años en que ellos cogían dos, tres y hasta cuatro veces por semana (esto lo supe después). Imagino que se relajaron, me habrán creído un tonto que nunca sospechaba de esas casualidades, o simplemente a Felisa le empezó a importar menos. Como sea, un lunes veo publicada esta foto en la red social de mi novia, y comentarios jocosos y algo cachondos de su amiga Lana, de Herv y de ella misma. La salida había sido el jueves, habían pasado ya cuatro días y no me había dicho nada de que se había encontrado con mi amigo.
    Y lo supe. Por su rostro de culpa cuando le pregunté, y el titubeo estúpido al disculparse por no habérmelo dicho, fue como si todos esos chistecitos sexuales que se estaban haciendo en su Facebook fueran verdad.
    Pudo explicarme el encuentro. Pudo explicarme la foto. Pudo explicarme incluso el abrazo. Lo que no pudo explicarme jamás es por qué su mano izquierda acariciaba el muslo de mi amigo, casi como si fueran una pareja.
    Ya era cornudo. No tenía pruebas, pero lo era. Y peor: un cornudo que eligió quedarse con su novia porque no tenía esas pruebas de las que hablo. 
    Como si eso fuera lo importante.



    Supongo que fue por eso, por mi inacción, o mi perdón tácito a una falta sin rastro seguro, que Felisa se envalentonó. O —aún hoy no lo sé— quizá decidió definir las cosas y jugársela a plata o mierda: novio cornudo consciente o nada.
    Dos semanas después del incidente de la foto en su red social fuimos a un picnic. Un picnic con amigos; los míos y los de Felisa. Los míos eran los de siempre: tres o cuatro vagos de mis tiempos de colegio secundario, y Herv. Y los de ella eran también tres o cuatro: obviamente Herv (contaba para los dos, ¿no?), su mejor amiga Lana y tres tipos más, de unos treinta y pico cada uno, que yo no había visto jamás pero que Felisa sí conocía. Se supone eran “chongos” de Lana, tipos con los que garchaba; pero verlos interactuar con mi novia me dio la fuerte sensación, la seguridad, que también se la habían cogido a ella.
    Fue la primera vez que se me paró la pija sabiendo que otros tipos se la cogían. Y fue raro. Excitante, acelerado y culposo. Sí, la primera vez me sentí culposo de mi propia erección.
    Felisa se había ido vestida muy de verano. Y cuando digo muy, es MUY. Un vestidito súper corto y de una tela livianísima, que se le pegaba a la piel y le marcaba los pezones naturales, pues ni corpiño llevaba. Parecía recién amanecida, con un salto de cama puesto. Por supuesto esta ropa trajo una discusión, antes de salir. Ella cerró filas en su argumento: sabía que era demasiado provocativo y, si bien estaba al tanto que iban a ir otros hombres, conmigo al lado era la única manera de poder ponerse eso. Al fin y al cabo se vestía así para mí.
    Para mí, claro… Era evidente que quería que Herv la viera. Quise que se pusiera otra cosa pero no hubo manera. Hoy me doy cuenta que en el fondo, estaba provocando lo que sucedería después, para cortar el noviazgo o continuarlo en sus términos.
    Porque en el picnic, señores, se comportó bastante gata, muy seductora con todos (su amiga se comportó re puta, pero eso era usual). Gata con todos menos conmigo. Y en un momento desapareció. Con la excusa de ir a lavar unos cacharritos y tirar las bolsitas y botellas de plástico, se fue y no regresó por varios minutos. Para cuando me di cuenta que también faltaba Herv, me sentí el imbécil más grande del planeta, el más cornudo, y por alguna razón extraña, el más ansioso por descubrir si mi novia sería capaz de cogerse a Herv prácticamente en mis narices.
    Busqué no mucho. Enseguida vi salir a mi amigo de uno de los baños públicos, mirando para uno y otro lado, y alejándose a paso vivo. Yo fui directo hacia la puerta, no me interesaba Herv, iba a encontrar a mi novia adentro, tal vez arreglándose para que no se notara la garchada. La encontré justamente en la puerta de los baños, yo entrando y ella saliendo. Se quiso hacer la desentendida pero no se lo permití.
    —Lo vi salir a Herv, recién. Hace diez segundos.
    —No sé, yo solo vine a hacer pis.
    —No me tomés de boludo, te lo garchaste. Te lo garchaste o le chupaste la pija.
    La tenía tomada de un brazo y se quería zafar.
    —Dejame en paz.
    —Vamos adentro del baño. Quiero olerte. Si no tenés olor a cogida me retracto.
    Me miró como si fuera un extraño. Yo estaba algo sacado, y sobre todo muy decepcionado.
    —No voy a entrar ahí a que me huelas como si fuéramos perros, ¿sos boludo? —Y me lo tiró—: Sí, se la chupé. Tiene una poronga así, me encanta chuparle la pija, ¿qué querías?
    La solté.
    —Sos una puta… 
    Sentía desde mis huesos que me venía siendo infiel, pero una cosa es sentirlo y otra saberlo, que ella te lo diga.
    —Para lo que cogés vos, no me quedaba otra. No voy a vivir con garchecitos de cinco minutos.
    —No seas mala, no lo hago a propósito.
    Ella revoleó los ojos. De pronto descubrí cuán frustrada se sentía en ese momento. Tan frustrada como yo, o quizá más.
    —Yo tampoco te hago cornudo a propósito…
    Cuando me catalogó como cornudo, así salido de sus labios, mi pija pegó un respingo. 
    —¿Cómo hacemos…? —pregunté tratando rejuntar mi amor propio.
    —Andate vos, yo me quedo. Va a ser menos humillante, me parece…
    —No, yo digo “nosotros”. ¿Qué hacemos con esto?
    Felisa cruzó brazos y los pechos le quedaron inflados y en punta sobre sus brazos. Los pezones se le marcaron como nunca.
    —Supongo que ya no vamos a vivir juntos como veníamos hablando.
    —Pero yo quiero que vivamos juntos —dije no pudiendo evitar mirar sus tetas—. Quiero que algún día nos casemos y tengamos una familia.
    Ella me descubrió admirando su hermosura. Sonrió apenas, con media comisura de los labios.
    —No voy a dejar de coger con Herv, mi amor, por mucho que te quiera... Ni con Herv ni con los otros.
    —Entiendo… ¿Qué otros? ¿Hay más?
    Me miró ahora con una sonrisa franca, y una expresión que me decía que no me haga el tonto.
    —Los amigos de Lana... O tipos que me levanto en los boliches cuando salgo con ella… no sé…
    Otra vez la erección arriba.
    —Puedo… puedo tolerarlo, creo… —Felisa me miró con cara rara, pero debo decir que tampoco se mostró demasiado sorprendida—. No quiero que rompamos.
    —¿Entendés que voy a seguir cogiendo afuera, no? Vas a ser cornudo toda tu vida.
    Asentí, sin tener demasiado claro nada. Aunque la erección no me bajaba.
    —Volvamos con los otros. Sigamos juntos.
    —Los amigos que trajo Lana también me cogen.
    Lo dijo para verificarme. Me miró a los ojos escudriñando mi reacción, hasta que estuvo conforme.
    —Vamos igual —suspiré—. Si tolero pasar esta tarde con ellos, creo que podríamos lograrlo, mi amor.



    Luego del picnic, algunas cosas cambiaron. Nos fuimos a vivir juntos y Herv comenzó a cogérmela en casa, mientras yo miraba la tele en el living, iba a correr o preparaba la cena. Me la cogía unas tres veces por semana, bastante más que yo. La salida “de chicas” de los jueves pasaron a ser de los jueves y viernes, y en ocasiones de los miércoles, jueves y viernes. Siempre con su amiga Lana, y siempre a pescar “machos que sepan coger”. Se iba vestida bien putita ya desde casa, en vez de cambiarse en otro lado, como antes, por lo que su amiga pronto advirtió que yo me había transformado en un cornudo manso.
    Se sacaban fotos antes de salir y las subían a sus redes sociales: “hoy salida de gatas a buscar perritos machos”, ponían a veces. O “Saliendo a buscar toritos bravos. Si hay alguno entre nuestros contactos, que pase por Wish Disco, que ahí vamos a estar” Y se reían como adolescentes, mientras yo terminaba de lavar los platos en los que habíamos cenado. 
    Hasta que en uno de sus incontables posteos y leyendas tontas, Lana nos sacó una foto a Felisa y a mí, y puso en su Instagram: “Gata en celo a punto de salir de fiesta, y el venado que se queda en casa”. Por supuesto que se rieron, pero a mí no me hizo gracia y se lo hice borrar. 
    Pero la defensa en chiste que hizo mi novia, le confirmó a Lana lo que ya sabía:
    —Además, mi amorcito no es un venado, es un ciervo. ¿No ves cómo se le va ramificando la cornamenta? —Las dos otra vez a reír como estúpidas, y yo rojo explosión—. No te enojes, venadito —me consoló Felisa con un beso en la trompa—. Si sabés que cuanto más cornudo, más te amo.
    Fue la primera vez que mi novia me dijo cornudo frente a Lana, que aprovechó el permiso tácito y pasó a llamarme cuerno cada vez que estábamos nosotros tres solos, o también con Herv. Y aunque me hacía sentir humillado, debo confesar que por otro lado también me encendía.


    Y bueno, hasta acá llego por hoy. No sé cómo contarles lo que siguió sin que se piensen que soy un patético cornudo. Digamos que con Felisa vivíamos juntos, súper felices, pero el que se la cogía durante la semana era Herv, que venía de domingo a martes luego de la cena para pasar la noche con ella, en nuestra cama matrimonial. Yo me arreglé un buen tiempo en el sillón del living, hasta que se hizo evidente para todos que sería mejor comprar una camita de una plaza para la habitación de servicio, y dormir allí mientras en la casa se cogía fuerte. Los jadeos y gemidos de ambos, y las acabadas ruidosas de mi novia, eran como esos videos de lluvia que alguna gente se pone para ayudarse a dormir. Solo que a mí me mantenían despierto y pajeándome a dos manos.
    De miércoles a viernes Felisa salía con su amiga, casi siempre a boliches de todo tipo y calaña, para pescar, como ellas decían. Los sábados era mi día. Mi noche. Esos cinco minutos a la semana eran la gloria, eran el paraíso por lo que valía pagar todo el precio.
    Pero la convivencia no se restringió solo a las cogidas en casa y a las salidas a boliches. Tanto Herv como Lana fueron teniendo una gravitación en la casa que empezó a pasarse de lo normal. Como el que más se la cogía era Herv (“mi macho”, decía Felisa, y yo tuve que aceparlo, darme cuenta que tenía razón), se fue dando naturalmente que él participara más en la dinámica de la casa, especialmente en el rubro social. Así, no era extraño vernos a los tres de compras por el barrio, o yendo al cine. Sin darme cuenta pasó incluso a irse de vacaciones con nosotros, que en términos prácticos significó colar al macho para que Felisa se asegurara un buen garche a diario (esto también lo contaré otro día). 
    Con Lana sucedió lo mismo. Tres veces por semana estaba en casa, putaneando frente al espejo con su amiga (mi novia), levantándose tipos por Instagram y, al cabo, sintiéndose más a gusto que en su propia hogar. Naturalmente comenzó a hacernos participar de pequeñas y grandes cosas personales, desde qué ropa ponerse para una entrevista laboral hasta hacer participar a mi novia en la venta de un container de pulseritas de plástico a unos empresarios senegaleses (también lo contaré más adelante).
    En fin, pensaba contarles todo de una sola vez pero encontré más recuerdos de los pensados, como lo que sucedió en nuestro casamiento, entre otras cosas. Si espero a ordenar todas mis memorias, tardaría más y no quería dejarlos otro minuto con las manos vacías.
    Mientras leen esta parte del recorrido de nuestra relación, yo iré juntando las pequeñas historias que faltan para contar nuestra gran historia. Que no tiene nada de especial, como ya les advirtieron, pero que es la nuestra y de ningún otro. Si me esperan unos días, quién sabe les cuente el resto.



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Vikingo Miron dijo...

Me encanto todo, los personajes, las fotos realistas (me mata quien hace de cornudo) jaja ojala venga la segunda parte.

Un delicia de poema...¨Fue la primera vez que se me paró la pija sabiendo que otros tipos se la cogían. Y fue raro. Excitante, acelerado y culposo. Sí, la primera vez me sentí culposo de mi propia erección¨.

SALUDOS VIKINGO MIRON

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ANEXO AUTOCONCLUSIVO