LA ISLA DEL CUERNO (IV) — (VERSIÓN 1.1.1) (14/06/20)
Por Rebelde Buey
22.
Tenían
solo la ropa puesta y las dos mudas que habían llevado al continente, así que
acomodarse en la habitación no debía tomar más de cinco minutos. Pero fueron
quince. Estoy seguro que no hicieron nada, no se iban a poner a coger a media
mañana en la casa, conmigo en la cocina. Cuando Rómulo le entraba a mi mujer,
era en la despensa —un lugar inaccesible para mí— por eso Fátima se animaba a
hacerlo. Acá era diferente, yo podía llegar casi sin hacer ruido, como la noche
que la vi montada sobre la pija de Bruno.
Me
imagino que ese cuarto de hora le habrá servido a Fátima para ponerlos al
corriente de la nueva situación: iban a estar no menos de cinco días en la
casa, con sus noches y sus siestas, así que debían acordar cómo iban a seguir
cogiendo a mis espaldas esa semana. Con quién durante la siesta, con quién en
la noche.
Regresaron
a la cocina los tres juntos, ella con una sonrisa que me sugirió que además de
arreglar algo les habría estado sobando los miembros atrás y adelante, como
había visto que le gustaba hacer con el Sapo. Se me figuró que estaban tensos,
quizá ansiosos, sin dudas esperando el inicio de la tarde para que yo me fuera
a dormir la siesta y así pudieran coger en la habitación de huéspedes. Tanto
Samuel como Eber llegaron con sus torsos desnudos y unos pantaloncillos de loneta
que le marcaban los bultos de la entrepierna, como sucedía habitualmente cada
vez que mi mujer andaba alrededor. Era lo normal a esa altura.
Desde
aquella primera cena en casa, los dos negros habían pasado a entrar ya sin
pedirme permiso, y a la noche a cenar semidesnudos, muchas veces solo con la
toalla después de bañarse, junto a mi esposa y a mí. Fui aprendiendo mi rol en
la sucesión de esas cenas, y lo actuaba sin complejos pero sin dar lugar a que
descubrieran mi conciencia sobre mis cuernos.
Esa
primera tarde, durante la siesta, no me atreví a salir de mi habitación.
Sospechaba que uno de los negros —el que no estuviera con mi mujer— haría de
campana en el pasillo. Encontrarme allí con uno de ellos iba a generar una
situación embarazosa o de sospecha, y aunque yo me hiciera el tonto como de costumbre,
los negros no volverían a cogerse a mi mujer por miedo a perder el trabajo. No.
Ellos debían confiar ciegamente en la pesadez de mi sueño.
Abrí
la puerta apenas un hilo de luz, como para meter el ojo y ver sin que ellos me
vean. No parecía que hubiera nadie en el pasillo, aunque el corredor se veía incompleto.
Apoyé la oreja. Escuché un rumor que bien podía ser un jadeo o el viento contra
unos árboles, afuera. Volví a mirar. La sombra de alguien sobre el piso cruzó
hacia algún lado: efectivamente uno de los negros estaba campaneando, en vez de
estar trabajando en la huerta. Así que sí, me la estaban garchando en la misma
habitación donde Benito.
Me
sequé el sudor de los ojos con un pañuelo. Hacía calor, el aire estaba pesado y
las chicharras afuera no auguraban un respiro, así que iba y venía a la cama y
cada tanto me volvía a asomar. Finalmente vi la maniobra: el “cambio de
guardia”, como empecé a decirle para mi regodeo. La sombra se alejó, escuché un
murmullo masculino y una risita breve, casi diría un gesto de triunfo, y una
sombra nueva vino a ocupar el lugar de la primera.
Esa
tarde y muchas otras que le siguieron, me la garcharon los dos.
A
la noche (la noche después del incendio), luego de la cena y mientras ellos lavaban
los cacharros en la cocina, dije que me iba a dormir.
Me
acosté en la cama y cerré los ojos. Como a los diez minutos cayó Fátima a
comprobar que estuviera dormido (con el tiempo hasta había logrado imitar la
respiración pesada del sueño profundo).
—Mi
amor… Mi amor… —me llamaba en un murmullo fuerte. Yo no le respondía y mantenía
mi actuación de ojos cerrados.
A
veces ella me movía suavemente un poco, para asegurarse. Y cuando lo hacía, como
esa noche, creyendo que no la escuchaba, me volvía a llamar:
—Cornudo…
Cornudo, ¿estás despierto…?
Convencida,
salió de la pieza. Los negros la esperaban al otro lado de la puerta, supongo
que anhelantes.
—El
cuerno ya está frito… —la escuché a Fátima bajando la voz—. Vamos a la otra
habitación que no aguanto más…
Dejé
que los pasos y la risita nerviosa de mi mujer se perdieran y esperé un poco.
Luego salí. Estarían más confiados porque nadie vigilaba el corredor. Llegué
sin esfuerzo hasta el fondo del pasillo y el corazón se me aceleró al escuchar
los gemidos de Fátima.
—Ahhhhh…
… Ahhhhh… … Ahhhhh…
Se
me paró de inmediato. Conocía esas pijas, las había rodeado con mis manos, e
imaginarlas abordando cada extremo de mi mujer, con el tapiz de su jadeo de
fondo, fue una invitación a tocarme.
—Son
muy grandes, no me van a entrar las dos a la vez…
—Claro
que le van a entrar… Usted fue hecha para esto…
No
hacía calor como a la tarde, pero igual estaba transpirando. El último metro
debí acercarme con cuidado.
—Despacio…
Despacio, por favor…
La
puerta estaba cerrada. Antes de prender fuego la casucha de los negros agrandé
un par de centímetros el marco y torcí una de las bisagras, de modo que por más
que cerraran, el espacio del quicio se abría dos centímetros. Puede parecer
poco, pero si se pone un ojo pegado a esos dos centímetros, es como si hubiesen
quitado la puerta. Y lo mejor: desde la distancia de la cama y en esa
oscuridad, con una apertura tan breve, mis pupilas ni se notarían.
Me
asomé por el quicio abierto. La habitación estaba oscura como el pasillo que me
ocultaba, en realidad incluso menos, pues desde la ventana entraba algo de luna,
que le daba un color ceniza a todo, al piso de madera, a la cama, a los cuerpos
que se movían con reluctancia. Mis ojos se adaptaron en un minuto y comencé a distinguir las siluetas, primero, y los movimientos y pieles, un poco
después. Para bien o para mal, no estaban cogiéndomela los dos, solo Samuel. El
negro estaba arrodillado sobre la cama, bombeando lentamente, y mi mujer lo
recibía boca arriba y con las piernas abiertas y elevadas hasta sus hombros. Aún
no veía la penetración, ni siquiera el vergón, pero habiéndolo tenido sobre mi
rostro, no era para mí difícil de imaginarlo. El bombeo era suave, cadencioso y
arrancaba jadeos y murmullos monocordes y contenidos de mi esposa.
—Ahhh…
Ahhh… Ahhh… … Sííí… … Asííí…
Cuando
mis ojos se terminaron de acostumbrar, puede ver bien el grosor de lo que
Samuel le introducía a mi bella Fátima. No era ni parecido a lo que yo había
tomado con mis manos. Aquello era grande, muy grande, pero ahora evidentemente
estaba de verdad erecto, desarrollado, y parecía el doble de gordo. Lo otro que
pude apreciar fue que Fátima no estaba acostada sobre el colchón, sino sobre
Eber, que estaba boca arriba como ella y la tomaba con sus negras manazas de
las ancas y los muslos blancos, y viajando hacia arriba para manosearle los
pechos y retorcerle suavemente los pezones.
Estaban
los tres muy concentrados en dar y recibir placer. Creo que si hubiera
estornudado no me hubiesen oído. Samuel se sumó a mi mujer con sus propios
jadeos, mucho más graves, y de pronto eran una sola armonía a dos voces. Sólo
rota con sus piropos cruzados.
—Qué
hermosa puta es usted, señora… Qué hermoso que le guste tanto la verga de este negro…
—Sí…
Sí… —murmuraba mi esposa— Soy tu puta, Poronjo… Soy la puta de ese pedazo de pija
que tenés… Ay, asííí… Ahhhhh…
Samuel
no paraba de hamacarse adentro de mi mujer, siempre suave, disfrutando de cada centímetro
que le metía y le sacaba.
—Si
el patrón se cree que vamos a construir la casilla en una semana es más idiota
de lo que parece —dijo el negro con parsimonia—. La vamos a demorar una o dos
semanas más para seguir cogiéndola en la casa, señora Fátima.
Mi
esposa recogió un poco las piernas y apoyó sus pies en el colchón, por fuera de
Eber, que seguía abajo. Samuel aprovechó el cambio de ángulo de entrada y clavó
a fondo.
—¡Ay,
por Dios, cómo me llenás de carne…!
—Va
por todo lo que la priva el cuerno.
Samuel
comenzó a bombear un poco más fuerte, Fátima giró su rostro hacia Eber.
—¿Ya
estás? —casi suplicó.
—Sí,
sí… ¡Cómo le desespera la verga, señora…! ¡Qué puta es usted!
Fátima
jadeó sonoramente, sin controlarlo. Eber se reacomodó abajo y pidió a su
compañero:
—Levantame
al putón un segundo que me la enculo.
Fátima
volvió a jadear y ayudó a Samuel levantando pelvis. Eber maniobró abajo y con
ayuda de la mano de mi mujer, direccionó el glande unos centímetros más atrás.
Me mordí un labio: ver las uñas pintadas de Fátima alrededor del pijón grueso
del negro, asiéndolo y apretándolo para usarlo, me la endureció más. Vi la cola
de mi mujer subir apenas un segundo, el glande esconderse en la raya y la cola
bajar buscando clavarse con la gravedad
—¡Ahhhhhh…!
La
penetró de un saque mucho más profundo de lo que hubiera imaginado.
Evidentemente esa culo, que en el casamiento imaginé inmaculado de por vida,
estaba entrenado.
—¡La
segunda leche te la mando por el culo, putón! —le dijo dejando de tutearla.
Pareciera que cuando la ensartaban de a dos y hasta los huevos, le perdían un
poco el respeto que le tenían.
Por
más surrealista que fuera lo que veía y escuchaba, no terminaba de creer que mi
dulce y delicada Fátima fuera tan vulgar como estaba siendo. No creí que fuera
más allá de decirme “cuerno” en broma una vez al día para mortificarme. O
bueno, algunas veces al día.
Hasta
que dijo aquello y entendí.
—Sí,
llename de leche también el culo. ¡Llénenme por todos lados, quiero que el cornudo
de mi marido amanezca junto a la puta que me dijo que era!
Samuel
se detuvo, empujó los muslos y la cintura de Fátima y la verga de su compadre
horadó más profundo la cola de mi esposa.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhh…!!
De
pronto mi mujer estaba presa de un candado de pijas. Una remachándola por
atrás, que le entraba más o menos hasta la mitad, y otra enorme y gorda como el
brazo de un bebé, que ahora le entraba fuerte y sin misericordia, literalmente
hasta la base.
—Oh,
por Dios… Oh, por Dios… Oh, por Dios… —rezaba Fátima para sí. Los dos pijones
oscuros como el resentimiento bombeaban fuerte y coordinados, aumentando los
jadeos, los gemidos y los incipientes sollocitos de gozo de mi esposa.
—¿Te
gusta, puta? —le espetó Samuel, y por alguna extraña razón se me antojó que
había cierto ensañamiento en el color de su voz—: Vas a tener que darnos dos
cajones más, entonces…
El
bombeo no bajaba ni un latigazo por minuto.
—No…
No, Samuel, no… Mi marido se va a dar cuenta…
—Me
importa una mierda, putón. Van a ser dos cajones más y para fin de mes andá
preparando uno de los cerdos…
—¡Estás
loco! Ahhh… No te podés cargar algo así… Ahhh… Camilo no es
tan idiota… Ahhhhhh…
Entonces
los negros se detuvieron. Quedaron quietos como una foto.
—¿Qué
hacen? No paren, estoy por acabar…
—Dos
cajones extra o no hay más pija.
Vi
la incredulidad en el rostro de Fátima, la duda. Y finalmente la desesperación.
—Está
bien, está bien, dos cajones más. ¡Pero no paren ahora!
Samuel
sonrió y retomaron el bombeo, como retomaban el abrir la tierra con la zapa
cuando yo aparecía por la huerta.
—No
sé qué te preocupa tanto si el que pierde es el cornudo…
—Sí,
el cornudo… Ahhhh… El cornudo… Ahhhh… No paren… El cornudo… cornudo… cornud…
ahhhh…
Y
un segundo antes de que Fátima comenzara a experimentar su orgasmo, Samuel, en
completo control y sin dejar de bombear, le tapó la boca con una mano.
—¡Mmmnnggghhhfff…!
—Sí,
putita, sí… Así… Acabá por todos y cada uno de los polvos que te privó el pelotudo
de tu marido…
—¡Mmmfffggggaaahhhh…!
El
orgasmo estaba ahí. Tapado con la manaza del negro, no era menos imponente. El
grito de placer furioso de mi mujer explotaba contenido en la boca pero desbordado
entre sus piernas, con dos cilindros oscuros de carne que le entraban y salían
como pistones.
—¡¡Mmmmffffsssoooohhhhhh…!!
Giré
la silla para regresar a mi habitación. Sí, había querido ver. Sí, había
preparado la puerta para espiarlos. Pero era la primera noche, la primera vez
que la veía con esos animales de reproducción, y me la iban a llenar de leche
los dos; apostaba mis piernas a ello. Comenzaba a ser mucho más de lo que fui a buscar.
—Yo
también estoy a punto de acabar, putón…
Me
alejé con el orgasmo de Fátima contenido en un puño y la aceleración de los
jadeos de dos negros hijos de puta que abusaban de mi confianza para llenar a
mi mujer por adelante y por atrás.
—¡Te
la suelto, pedazo de puta! ¡Así le llevás la leche al cuerno!
Me
fui. Huí. No quería recibir toda esa humillación. Me fui y casi llego en
lágrimas a la habitación, porque en el movimiento por andar la silla, el
pantalón me tiraba abajo y torturaba mi terrible erección. Recién en la cama, a
salvo, pude aliviar el dolor. Al tomarme la pija para reacomodarla dentro del
calzoncillo, el alivio se transformó en placer, y en un instante me estaba
masturbando de manera furiosa y acabando como un jovencito. Aunque un rato
antes estuvieran llenando de pija a mi mujer. Aunque me la estaban por
devolver hecha una piñata de leche. Aunque el precio que ella pagaba por
recibir esas dos pijas era robar mercadería para ellos. A pesar de todo eso
tuve el orgasmo más explosivo de mi vida.
O
quizá por eso mismo.
23.
Primer
mes después del incendio.
Como
vaticinaron los negros, la casucha no estuvo lista para la primera semana. Ni
para la segunda. Ni para todo el mes. De hecho, de la casilla no avanzaron absolutamente
nada, salvo limpiar los escombros y emparejar la tierra. Como mi mujer les
estaba cediendo vaya a saber cuántos cajones de mercadería para seguir recibiendo
verga, necesariamente hubo que aumentar la producción. Y esa fue la excusa
perfecta. Con la complicidad silenciosa de todos, yo exigía mayor tiempo de trabajo, y Fátima me advertía que esas horas extras afectarían el progreso de la casilla
(como si de la casilla hubiera algo para progresar, cuando solo era tierra
apisonada).
—¡No
me importa esa mierda! —me enojaba yo, en mi papel de necio—. ¡Lo que
me importa es lo que produzcan la huerta y el corral! —Mirar a mi esposa a los
ojos cuando estaba diciéndole sin decir que Samuel y Eber seguirían cogiéndosela
en la habitación de huéspedes, me la ponía de piedra—. Que se jodan los negros,
una o dos semanas más sin su cuchitril no los va a matar.
Y
entonces se renovaba otro período indeterminado de tiempo con los negros en
casa, cenando con poca ropa y recibiendo en su pieza a mi mujer, cogiéndosela todas
las noches de uno en uno o juntos. Y provocándome las pajas más intensas y lechosas
que jamás había soñado en mi vida.
Fátima
andaba cada vez con menos ropas, o mejor dicho, con ropas cada vez más
sensuales. El efecto de los dos negros en la casa al terminar el jornal fue
sutilmente festivo, especialmente las primeras semanas. Eran una novedad en
toda regla, no solo por estar dentro de la casa. Se bañaban antes de cenar, por
lo que iban con ropa limpia y torsos perfumados de un jabón importado que le
daba mi esposa. La cena era menos aburrida con ellos dos. Igual que Fátima. Me
pregunté cómo haría en el invierno, porque en aquellos días de calor iba
cada vez más desnuda. Pero no solo la ropa llamaba la atención. Mi mujer
cuidaba sus peinados para ellos, se perfumaba, y los atendía con una carga
inusual de cortesía y una batería de gestos seductores de esos que parecen
inocentes pero encierran la traición.
Cada
noche cenaba con mi pija totalmente empalmada.
No
tuve manera de averiguar cuánta mercadería me habían estado birlando los
negros antes, pero comencé a estar más atento desde entonces. Y sí, vi la maniobra.
Como las legumbres y hortalizas se cosechaban casi cuando arribaba Rómulo, para
que lleguen bien frescas al continente, todo debía hacerse rápido y se generaba
mucho caos por unos breves momentos. Entonces, en el medio del revoleo de
cajones que iban a la balsa, los negros provocaban una distracción y contaban
algunas unidades menos. Así, a la balsa llegaban veinte cajones pero sólo
contabilizaban dieciséis. Fátima cobraba el dinero de los veinte cajones, y me
rendía dieciséis. La ganancia de los otros cuatro se lo daba más tarde a
Samuel, como pude comprobarlo una vez (una de varias).
Fue
como una noche cualquiera en casa. Yo había dicho que me iba a acostar, y
cuando Fátima vino a comprobar si estaba dormido, me hice el que roncaba.
Escuché sus pasos alejarse por el pasillo y aguardé unos minutos. Siempre
convenía esperar un rato, por si ella o los negros hacían una última escapada
al baño o se hubieran olvidado algo en la cocina. Como a los diez minutos ya
estaba sobre la silla, y la silla sobre el corredor, llegando a la habitación
de huéspedes o, como últimamente la nombraba Fátima, la habitación de Benito.
El
silencio en la casa oscura siempre me provocaba el inicio de las erecciones.
Escuchar el mar a lo lejos, algún búho o ronquido de un cerdo afuera,
haciéndose graves por las paredes de ladrillo, y los jadeos suaves de mujer que
siempre —siempre— venían de la habitación indebida.
—A-ahhh…
A-ahhh… A-ahhh…
Al
inicio eran quejiditos, más que jadeos. Dóciles, de niña buena. Eran
inequívocos, desde ya, la había penetrado alguno y la bombeaban suave. Y si no
había jadeos era porque le habían puesto un vergón en la boca. Me acerqué
aquella noche, como todas las otras noches, atraído por los sonidos igual que
un marino cae en el embrujo del cantar de las sirenas.
—A-ahhh…
A-ahhh… Sííí… Ohhh…
Puse
el ojo en el quicio abierto de la puerta. La habitación se me abrió de ancho a
ancho y vi todo. Sobre una de las camas individuales, mi Fátima estaba recostada
de lado, con las piernas recogidas pero regalando su culazo hermoso al mejor
postor. Y el mejor postor en ese momento era Eber, de pie sobre el piso, que le
daba pijazos lentos y profundos como si estuviera batiendo una gran olla de
dulce. Ya había visto a Eber muchas veces, de a poco, muy de a poco iría
acelerando el ritmo hasta cogérmela como un animal. Samuel los observaba
recostado sobre la otra cama, con una sonrisa. Parecía disfrutar de los quejiditos
de mi esposa, tanto como yo.
—A-ahhh…
A-ahhh… A-ahhh… Así… Así… —murmuraba casi muda.
La
pija le entraba a 90 grados, y supongo que eso —y digo supongo porque yo nunca
cogí en mi vida— era lo que ocasionaba a Fátima esa tensión que la obligaba a cerrar los ojos, a morderse los labios y aferrarse a las sábanas como si
estuviera pendiendo de una cuerda.
—Cómo
te gusta la pija… —murmuró Eber, y clavó más fuerte, con mayor violencia, solo
una vez.
—¡Ahhhhh…!
Y
dejó bien adentro el vergón para que mi mujer lo sintiera hasta el garguero.
—Pedazo
de puta…
Samuel
se levantó de su catre y fue hasta la pareja. Eber se salió y saludó a su
compañero con un guiño cómplice y un choque de puños. Mi mujer quedó sola, sin
pija, y por fin la pude ver completa. Estaba desparramada sobre el colchón pero
aún vestida. Como una señora decente. Con una camisa que para la cena se había
desabotonado por demás, y una falda que Eber le había corrido hasta por encima
de su cintura. Aún conservaba su ropa interior puesta.
Samuel
tomó el lugar de Eber, y reacomodó a mi mujer a su entero gusto. La puso de
rodillas sobre la cama, con la cola hacia afuera, hacia donde la esperaba él,
que ya se había bajado los pantalones. Fátima quedó en cuatro, vestida hasta
que Samuel se cansó de manosearla con ropa y le arrancó camisa y falda de un
tirón.
—Qué
hermoso cuerpo tenés, putón… —le murmuró mientras le amasaba con fruición el
culazo a punto de clavar—. No puedo creer que al cornudo no se le pare con el
cuerpazo que tenés…
Al
otro lado de la puerta yo no solo la tenía parada sino que me estaba pajeando
con la intensidad de una tormenta tropical.
La
ropa arrancada había desnudado a mi esposa, a excepción de la bombachita breve
que se enredaba entre los dedos lascivos de Samuel, que con tanto manoseo ya se
le había puesto de piedra.
—¿Cuánta
plata le hiciste al cuerno con lo de Rómulo?
—Cuatro
cajones.
Sin
sacar el culo del lugar del manoseo, Fátima se corrió un poco hacia su
izquierda para tomar su camisa. Hurgó en un bolsillito y sacó unos billetes que
le dio de inmediato al negro. Eber, a un costado, sonrió con suficiencia.
Samuel agarró el fajo y lo depositó sobre la cintura desnuda de mi mujer,
enganchándola con el elástico de la bombacha. Tomó su pija y la pajeó brevemente
un segundo y apuntó hacia la conchita de la esposa a la que iba a someter.
Tragué
saliva. Este era uno de mis momentos favoritos, y casi nunca podía
presenciarlo: cuando el macho de la casa penetraba por primera vez a mi esposa.
Fátima
suspiró anticipando el momento y agachó el torso y la cabeza hasta encontrar una
almohada. Samuel la abrió abajo con la mano izquierda, y con la otra arrimó su
pija y la puerteó. Como ya se la había estado cogiendo Eber, no hizo falta
sostenerla ahí. Tomo a mi mujer de las nalgas con ambas manos y empujó un poco.
—¡Ahhhhhh…!
—mi esposa.
Entró
la cabeza y un poco más, casi un cuarto de pija. Samuel empujó de nuevo.
—¡Ahhhhhhh
síííí…!
—Qué
linda conchita que tenés… Qué bueno que el cuerno sea tan imbécil, para que
podamos usártela…
—Oh,
por Dios…
A
la mitad del vergón, comenzó a bombear tranquilo.
—Es
imbécil pero me quiere…
—¿Y
vos lo querés?
—Yo
quiero pija… ¡quiero tu pija ancha y gorda y negra!
—¡Acá
te va, putita!
Y
se la mandó de un saque hasta hacer tope. Toda la mitad que faltaba.
—¡Ahhhhhhhhhh
síííííííí…!
Con
una mano en cada anca, apuntalaba la clavada, todavía lenta, con una
determinación que me hizo pensar que la podía hacer acabar en segundos.
Eber,
que seguía masajeando su pijón, se subió al catre y fue hacia la cabeza de
Fátima.
—Voy
a cogerte esas tetotas que Dios te dio…
Mi
esposa levantó sus brazos y quedó erguida de la mitad hacia arriba. Eber se
arrodilló delante suyo y le magreó los pechos.
—Oh,
síííí…
De
pronto Samuel le pegó un chirlo en una nalga y se quedó quieto.
—Movete
vos, putón. Ya sabés cómo tenés que hacer para clavarte esta pija.
Como
si fuera una orden imposible de desobedecer, Fátima comenzó a hacer
sentadillas, clavándose la verga del negro con la eficiencia de un compás.
—Qué
pedazo de pija…
—Qué
pedazo de puta…
Samuel
corrió un poco más la bombachita blanca para que la penetración fuera más
limpia y profunda, y tomó los billetes que descansaban enganchadas en el
elástico. Abrió el fajo, desplegó los billetes y comenzó a contarlos
parsimoniosamente. El bombeo de mi mujer hacía que él se moviera, y por ende también
las manos, por lo que los billetes —supongo que sumado al sudor— le jugaban al
negro entre los dedos.
La
cola de Fátima golpeaba a ritmo lento pero constante —una y otra vez, una y
otra vez— contra el abdomen del macho, que comenzó a apoyar los billetes
sobre su cintura, uno con cada estocada que ella se dejara clavar.
Yo
podía ver la cola de mi mujer ir hacia atrás con cierta reluctancia, y la verga
gruesa y larga de Samuel ir enterrándosele centímetro a centímetro. En ese ir de
mi mujer hacia la penetración, el negro —con la misma parsimonia— le apoyaba un
billete sobre ella.
—Ahhhhhhh…
—gemía Fátima.
—Cien
—decía el negro.
—Ahhhhhhh…
—otra vez Fátima, con la segunda estocada.
—Doscientos…
—Ahhhhhhh…
—Trescientos…
Así
un buen rato, hasta que los billetes se terminaron y la pilita quedó temblando
sobre las ancas de mi mujer, que seguía hamacándose para que ese pedazo de
carne no la dejara.
—Cuatro
cajones… —dijo Samuel, y se estiró para chocar puños otra vez con su compañero,
con lo que sin querer clavó más hondo a mi esposa.
—¡Ahhhhhhh
por Dioooosss…!
—Qué
bueno es usarle las cosas al patrón…
A
esa altura Eber ya no le cogía los pechos a mi mujer, ahora la tenía tomada de
los cabellos bastante salvajemente y le movía la cabeza con algo de violencia, haciéndose
mamar el vergón prácticamente hasta la base. De verdad no sé cómo mi esposa,
una dama de sociedad, podía atender dos cosas diferentes y con ritmos tan
distintos de una manera así de competente.
Samuel
tomó a mi mujer de la cintura, retomando él la iniciativa de la bombeada.
—Te
la voy a soltar, ¿sí?… Te voy a regar la cola y la espalda para que te vistas de
puta…
Fátima
comenzó a bufar sonoramente por la nariz, con la boca llena de la pija de Eber.
Samuel aceleró y empezó a jadear fuerte, y ya cuando la estaqueaba con
violencia, de pronto se retiró en un chasquido y comenzó a lechearle las nalgas,
la cintura y la espalda a Fátima. Mi mujer giró para mirarlo con una sonrisa maligna
y una cara tan de puta como jamás le había visto. Respiró distinto, como
empoderada y a la vez sometida, cuando dijo, llena de admiración al macho:
—Hijo
de puta…
En
la noche, con la claridad de la luna, la leche de Samuel centelleaba sobre mi
esposa como los corales en el fondo del mar. Era una imagen por completo
subyugante, hipnótica. Solo un movimiento me hizo despertar de esa foto
viviente: el brillo de un hilo blanco que comenzó a caer por la entrepierna de
Fátima. Lo seguí, siempre hipnotizado, hasta llegar al piso, hasta que tocó
sin querer el fajo de billetes que había caído de las ancas de mi mujer.
¿Y
a que no adivinan? Rómulo también me robaba. Lo descubrí al estar más atento
por los negros. Primero, había diferencias entre el pago que le hacíamos y la
mercadería entregada. Como las compras se guardaban en la despensa a la que yo
no tenía acceso, tuve que descubrirlo contabilizado lo que consumíamos: dos
quesos, y a reponer; cuando en teoría habíamos comprado tres. Y todo así.
La
otra maniobra con la que Rómulo me robaba era más patética (para mí, claro). Lo
descubrí una tarde en que él ya había regresado de la despensa con mi esposa para
acomodar las compras; es decir, ya me la había cogido. Estábamos Fátima y yo
afuera, sobre el sendero de piedra que lleva hacia el muellecito, ayudando a
los dos negros a desenmarañar la red que habían traído del mar. Fátima se había
vestido con una pollerita corta para que la cogida en la despensa fuera más
rápida, y ahora estaba agachada, igual que Samuel y Eber. En un momento —justo
cuando Rómulo pasaba para ir a su barcaza— Fátima se puso de pie, giró hacia mí
y se inclinó como para hablarme. Y con ese simple movimiento les puso el culazo
a los dos negros prácticamente en sus caras, que al estar agachados quedaban
por debajo de la minifalda.
—¡Fátima!
—la reprendí.
Rómulo
pasó rápido y letal por detrás mío, con algo en sus manos (me di cuenta
después). Esa tarde fue tabaco cubano, pero solía llevarse cualquier cosa que
necesitara esa semana: cajas de huevos, pañuelos de seda o whisky escocés que
me hacía traer una vez al año, o cualquier cosa valiosa que encontrara. Lo
único que se necesitaba era que mi mujer me distrajera un segundo.
Había
toda una dinámica de robo hormiga amparada por Fátima. O, siendo franco, por mi
estupidez.
Para
ese entonces yo ya era conocido como “el cornudo de la isla”, aunque
técnicamente era el cornudo del archipiélago, pues había también otras islas
habitadas, aún más pequeñas que la nuestra, en los mares de alrededor. Dos
meses después, mi mujer comenzaría a ser mencionada coloquialmente como “la puta
del archipiélago”, y esta vez sí del archipiélago, pues aparentemente no era la
única esposa infiel que Rómulo, el Sapo y otros vivillos se beneficiaban.
Es
que, si bien en los alrededores ya era noticia vieja que a Fátima se la cogían
el Sapo y Rómulo, cuando se supo que los dos negros comenzaron a vivir dentro
de la casa, la fama de mi mujer se disparó hasta las nubes.
De
pronto a la isla comenzaron a caer sin previo aviso los vecinos de otros
islotes, y más comerciantes del continente, como Rómulo. A los cuatro que me la
cogían regularmente se le sumaron un número indeterminado de hijo de puta que
venían atraídos por el rumor de lo fácil que el putón del archipiélago se
dejaba coger, y de lo aún más sencillo que era sortear al marido, inutilizado y
estancado en una silla de ruedas. Así, al carrusel de machos que me la cogían
se sumó un ropavejero, un vendedor de perfumes y objetos de uso personal, un
topógrafo que andaba por el archipiélago desde hacía dos años y jamás había
venido una vez, al concejal de las islas y hasta un barquito pesquero al que
cada tanto le comprábamos piezas de mar adentro (**).
Una
o dos veces por semana caían barcazas, botes, pesqueros… y siempre se
encontraba una excusa para que Fátima acompañara al intruso a algún lugar
inexistente de la isla o a nuestra bendita despensa, donde yo al menos podía
escuchar cómo me la cogía otro hijo de puta más.
Al
topógrafo ya el primer día se lo garchó. Nos encontró en la huerta, y noté la
sorpresa enorme y genuina en su rostro cuando vio el cuadro real: una mujer
bella y voluptuosa con ropas demasiado sensuales, igual que una prostituta,
moviéndose con atrevimiento entre dos negros semis desnudos, ante la pasividad
de su marido postrado en una silla de ruedas, al que le habían puesto una
corona de cuernos de alce en la puerta de su casa. ¿Qué duda podía tener
alguien de que esos negrazos no se cogían a esa mujer? ¿Qué duda podía tener
alguien de que yo no fuera un completo cornudo?
Así
sucedía con los que venían de afuera, cada uno a su manera. Fátima era como una
de esas gotas que caen de una hoja de lirio a un charco, luego de una lluvia:
era el centro del que se desprendían distintos círculos de machos. Los negros,
bien cerca de ella, que se la cogían a diario, el Sapo y Rómulo en un segundo círculo,
cogiéndosela dos veces por semana cada uno, a veces juntos. Y ahora se
agregaban nuevos círculos, más lejanos, más débiles y menos importantes, con un
montón de tipos que giraban como satélites y se la cogían cada diez o quince
días cada uno.
Lo
que no sabía era en qué lugar del charquito de agua estaba yo. ¿En el centro, junto
con Fátima? ¿En uno de los círculos? ¿O directamente afuera del charco?
Tal
vez, solo tal vez —y soy consciente que podía estar engañándome a mí mismo—, yo
era la hoja que liberaba a la gota de lluvia.
** [NOTA: La historia del pesquero es
un Anexo morboso que se obsequiará esta semana a quienes ya hayan dejado
comentarios en los primeros tres capítulos de La Isla del Cuerno, a modo de cortesía por participar en el relato. Chequeen sus
respectivos blogs personalizados para hallarlo.]
24.
Los
negros fueron perdiendo el respeto en la medida en que me la garchaban en la
casa, es decir, un poco cada día. No solo andaban semidesnudos a la hora de
cenar, Fátima comenzó a consultarles a ellos lo que querían para la cena.
Lo
descubrí como todo últimamente: con posterioridad a los hechos. Me di cuenta que
Fátima no me estaba consultando qué cocinar, cuando la escuché preguntarle a
Samuel. Los encontré en la cocina, ella poniendo agua sobre la estufa, y el
negro alrededor, ayudándola. Había venido a traer dos leños para reforzar el
fuego y yo justo entraba. Vi al negro pasar por detrás de ella y apoyar su
manaza por sobre las ancas de mi mujer. No en el culo, no deteniéndose
indecorosamente; es más, posiblemente el movimiento haya sido necesario. Pero
una cosa es decirlo así, de manera racional, y otra distinta ver a un negro
tocando a tu mujer; un negro que sabés que se la garcha a diario y al que has
espiado haciéndoselo una docena de veces.
—Voy
a cocinar los ravioli, como me pediste —la escuché decir a Fátima. Los tenía a ellos
de espaldas, no me habían visto en la puerta—. ¿Qué salsa te gustaría?
El
negro pasó de largo, abrió el ventanuco de hierro de la estufa y echó los dos
leños.
—No
sé… Esa que es con jamón…
—Scarparo.
Fátima
estaba a un paso, no se tocaban. A ojo de un testigo inocente, allí no pasaba
nada. El negro Samuel se puso de pie y giró como para regresar a la huerta y me
vio. Sonrió de verdad contento.
—Señor
Camilo —anunció—. Hoy cenaremos raviole con salsa escarpanto.
Fátima
rió como una esposa establecida.
—Ravioli
con salsa scarparo.
Parecían
una pareja feliz de los suburbios.
El
negro se limpió las manos en las piernas del pantalón y salió para seguir con
su trabajo. Quedé solo con mi mujer.
—¿Ahora
les consultás a ellos lo que voy a comer?
Fátima
giró, miró alrededor con una sonrisa parecida a la de Samuel.
—Como
todo cornudo, mi amor… Sos el último al que se le consulta.
—No
me digas así. Aunque sea broma. Un día se te va a escapar delante de otros
—dije, como si no supiera cómo hablaba con los negros.
—Quedamos
en que preferías que te diga cornudo en vez de cobarde. ¿Te acordás, el día que
dejaste que el Sapo te lo dijera en la cara y no me defendiste?
Por
supuesto ella sabía que yo lo recordaba. Me lo remarcaba cada semana. Parecía
de buen humor, disfrutando mi incomodidad. Yo tenía la pija parada pero pánico
de que se le escapara decirme así en la casa frente a terceros.
—¿Por
qué le consultás a Samuel sobre la comida? El hombre de la casa soy yo.
El
buen humor se le fue del rostro.
—No
le consulto a Samuel, les consulto a los dos. Es porque están todo el día
gastando energía, cornudo, mientras vos dormís la siesta o yo me voy a caminar
por la playa. Son los que más trabajan, me pareció bien agasajarlos de alguna
manera.
No
supe qué decir sin quedar como un imbécil. Fui al otro tema, para ver si ganaba
aunque sea una batalla.
—Bueno,
pero ya no me digas cornudo. Se te va a pegar y se te va a escapar.
Fátima
recuperó de pronto su buen humor y sonrió, ahora con cierta picardía. Se secó
las manos en el faldón, que recogió hasta mostrarme los muslos. Caminó hacia mí
los dos pasos que nos separaban y me besó en la frente.
Y
agregó en un murmullo, con sus labios llenos y mirándome a los ojos:
—Como
vos quieras, corrrnudo… —acentuando así la erre, en una burla que no había sido
propio de ella.
Un
buen día llegué a cenar y mi lugar en la mesa lo ocupaba Samuel, ahora a la
izquierda de Fátima. Eber fue a su derecha, y a mí me mandaron al otro extremo
de la mesa, sobre la izquierda (al lado de Samuel).
Llegué y fue todo sorpresas.
Los negros ya se habían sentado y mi mujer estaba aún de espaldas, en la
cocina. Giró con una fuente caliente que sostenía con las dos manos y casi me
caigo de la sorpresa. Ya me había acostumbrado a que anduviera con escotes escandalosos
delante de cualquier hombre, pero esta vez estaba prácticamente en corpiño, y
no un corpiño decente, un corpiño con encaje y transparencias que le dejaba
entrever la mitad de cada pezón. No estaba en ropa interior, es que la blusa
iba con un botón roto y la apertura de las solapas la dejó de golpe casi
descubierta, y sin sus manos libres no podía cerrársela. Apenas apoyó la fuente
se la acomodó un poco, pero el botón se había perdido y no le puso mucho empeño
a solucionarlo, mucho menos ir a cambiarse de ropa.
—Estoy… ¿por qué está
Samuel en mi lugar?
Fátima me sonrió y terminó
de acomodar la fuente. Como había una botella de vino adelante tuvo que
elevarse y pasarla por arriba, por lo que debió ponerse en puntas de pie y
empinar la cola. Samuel, ahora al lado y con vista privilegiada, le miró el
culo con tal desparpajo que me sonrojé yo.
—Es más cómodo para vos, mi
amor —me explicó siempre con el culazo en punta—. Es más fácil llegar y salir
con tu silla, sino quedás encajonado entre la mesa y el aparador.
Era
cierto, ¿pero a quién le importaba? Yo había cedido la cabecera de la mesa
porque era mucho más cómodo para Fátima, con la cocina. Y porque mi silla
ocupaba mucho espacio para que ella la esquivara a cada rato. Había un
propósito, un sentido. Esto era totalmente arbitrario.
Me
ubiqué en silencio en mi nuevo lugar, sintiendo la humillante mirada de Eber,
que nunca decía nada y parecía más obediente pero se garchaba a mi mujer la
misma cantidad de veces que el otro hijo de puta. Sin embargo ninguna de esas
cosas fue la peor. Bueno, para mí. Tal vez a ustedes les parezca una tontería
en comparación, pero aunque no lo crean, lo que más me mortificó fue que
Fátima, con esta nueva disposición, quedó entre los dos negros y fuera de mi
alcance y protección simbólica. Era como si estuviera en otro distrito.
Presidía la mesa con una sonrisa casual, como un ama de casa ejemplar de Buenos
Aires, pero sus pechos llenos, enormes, exhibidos casi desnudos por la maldita
blusa rota, eran como dos trofeos al alcance de los dos negros. Era tan
evidente que con solo mover sus manos unos centímetros se los podían tomar,
como que para mí, por la nueva distancia, me era imposible. No es que fuera a
suceder nada de esto, pero de pronto me di cuenta que en mi casa nacía una
nueva jerarquía.
Unas
noches después Fátima no vino a la cama a simular que dormía para escapar más
tarde hacia la habitación de los negros, como hacía siempre. Fue directo de la
cocina a la habitación de huéspedes. Fue después de una noche en donde bebió
mucho, igual que los negros.
—Mi
amor, no tomes más, te vas a poner borracha…
Se
lo dije a propósito cuando ya era tarde. Y no solo por ella. Samuel y Eber, que
ese día vestían solo unas toallas a modo de taparrabos, estaban igual. No me
preocupó, por el contrario, quería ver si el alcohol les aflojaba un poco la
lengua. A mi mujer, al menos, se le aflojaron las bragas.
—Estoy
bien, corn… Camilo —empezó, y me puse pálido como la luna en una noche brumosa.
Ella comenzó a reírse a lo tonta, ebria sin remedio, inclinándose para ocultar
su vergüenza. La falda corta y acampanada se le movió y se levantó detrás,
exponiéndose sin secretos a los dos negros —. jijijiji… No estoy borracha,
apenas tomé un poquito más que a veces...
Un
rato después, Eber, reservado como siempre, nos estaba sorprendiendo al hacer
una imitación de su amigo Samuel. Le copiaba la voz, pero sobre todo los modos y
el tono al hablar. Fue hilarante, hay que reconocer. Y más para ellos, que
estaban tomados. Samuel, actuando de ofendido, lo imitó a Eber, y fue tan desastroso
que entre su amigo y mi mujer lo abuchearon hasta callarlo.
Entonces
fue el turno de Fátima.
—Yo
sé, yo sé, yo sé —dijo entusiasmada como una niña—. Yo lo voy a imitar a mi
marido.
Hubo
un coro de sobreactuada preocupación y luego unas risas. Yo mismo me reí.
Fátima
estaba en la cabecera de la mesa, y los dos negros habían quedado de pie sobre
su derecha. Yo me encontraba en la otra punta, en diagonal, al otro lado de la
mesa. Era el único que no estaba tomado. Mi mujer se puso de pie, sentó
a Samuel sobre una silla y acto seguido se sentó sobre el negro.
—Soy
Camilo y no me puedo mover sin mi silla de ruedas —dijo, y comenzó a mover las
manos a ambos lados como impulsándose imaginariamente. Todos rieron. Yo no. Y no
porque el chiste fuese malo. Dejé de reír porque vi claramente, rotundamente,
cómo Samuel subrepticiamente maniobró con una mano entre la cola de mi mujer y
sus piernas, acomodándose.
—Soy
Camilo, soy Camilo —repetía mi mujer, y el negro se seguía moviendo abajo—. Soy
el patrón. A ver, Eber, salga y vaya a traer más leña. —Y de pronto, aún
borracha como estaba, la expresión de Fátima cambió y se puso seria, por un
segundo, nada más, pero bastó para que me diera cuenta— A ver, Samuel usted
entre —Ahora el tono también era otro, más grave—. Así… Entre y vaya hasta el
fondo… Uhhh… Bien hasta el fondo...
Comencé
a transpirar. ¿Estaba sucediendo lo que yo creía que estaba sucediendo? Era
imposible. Aún con el vino ingerido no creía que fueran a hacer algo semejante.
Fátima se elevó un poquito y comenzó a mover las manos más fuerte, como dándose
impulso. El movimiento podía ser la parodia de alguien moviendo una silla de ruedas o
también cabalgando sobre una pija.
—¿Te
gusta, mi amor? —me preguntó de pronto, ella moviéndose rítmicamente sobre el
negro y mirándome a los ojos.
—¿Q-qué
cosa…?
—La
imitación, tonto.
Por
estar yo sentado y la mesa en el medio, no podía ver nada de lo que sucedía.
Aunque los movimientos eran categóricos. Estuvo recibiendo pija en mi
presencia, con la excusa de la imitación, más o menos un minuto completo. Yo ya
había pasado de la erección: me estaba deslechando en silencio. Tal vez mi
propia expresión había cambiado y Fátima lo advirtió. En un momento se levantó
y me dijo que me llevaba a la habitación. Si Samuel se la estaba cogiendo,
había sido con la pollera cubriéndola.
Me
acostó con la mentirosa promesa de regresar conmigo de inmediato, apenas terminaran de lavar las cosas de la cocina. Desde mi posición, la cola
de ella quedaba a la altura de mi rostro. No pude evitar meterle una mano bajo
la falda.
—Mi
amor, no seas atrevido, mirá si entra Poronjo o Berenjena…
—Estás
hermosa, Fátima. Cada vez más hermosa…
Le
manoseé la cola como un pajero, y antes de que me quitara de allí con sus
manos, pude arañar unas migajas en su conchita. Tibia, húmeda y pegajosa
conchita.
Me
quedé con el semen de Samuel entre los dedos. Fátima ya se iba, pero yo
necesitaba que me lo dijera.
—Casi
se te escapa…
Fátima
giró y me miró enigmática. O quizá eran sus ojos embebidos en alcohol.
—¿Qué
cosa? ¿“Cornudo”?
Cuando
la escuché decir eso me salió una media sonrisa, creo que imperceptible.
—Sí.
Cor…
—Ay,
si sabés que es un chiste entre nosotros. Te digo así para molestarte porque
sigo enojada con vos, pero no es en serio. Siempre te respeto, mi amor, incluso
si no estás… —me mintió descaradamente—. Jamás hablaría de vos como un cornudo
delante de los negros.
Me
arrojó un beso sonriente y se fue. Y me dejó con una de las erecciones más
duras de los últimos meses.
Para
el otoño, Samuel estaba asumiendo la mayoría de las decisiones y roles de la
casa. Ya no solo decidía qué cenar, sino también qué mercadería comprarle a
Rómulo, qué y a cuánto venderle lo que producíamos en la huerta y el corral,
con qué y cómo alimentar el ganado; programaba los consumos de gasoil y otros
insumos, y cambió el vino que yo me hacía traer por uno de su gusto. Si hasta
se metió con la apariencia de Fátima: la hizo vestir aún más provocativa, y la
animó y casi obligó a hacerse unos tatuajes (como las presidiarias o
prostitutas de los bajos fondos) que, en honor a la verdad y para mi sorpresa,
la hacían más vulgar, más puta y —quizá por eso— más deseable.
Esto
hizo que vinieran más hombres del continente y los otros islotes, y más
seguido, pero esta vez a mí me dejaban en la casa y era Samuel quien los
recibía en el muellecito y arreglaba vaya a saber qué cosas con ellos, antes de
que Fátima los llevara a recorrer la isla o comprarles algo en el interior de
sus barcazas.
Poco
a poco y sin que se note, Samuel cobró más y más protagonismo hasta convertirse
en el centro sobre el que girábamos todos. Fátima hablaba con él más que con
nadie, como un par, o como un novio. O un proxeneta amigable. Reían, se hacían
bromas, se tocaban amistosamente todo el tiempo, y cuando alguien la tenía que
poner en su lugar, era Samuel el que la reprendía, y era el único con quien mi
mujer callaba y a quien hacía caso. A él y en menor medida a Eber. Mi presencia
en la casa se fue desdibujando tan lentamente que en un principio ni yo me di
cuenta, distraído como estaba, cada noche, espiando cómo esos dos machos negros
disfrutaban de mi esposa.
Hasta
que un día, con la naturalidad de lo fatal, me sentaron frente a un sillón los tres —Samuel,
Eber y mi mujer— porque tenían algo importante que decirme.
25.
—Se
trata de las habitaciones —comenzó Samuel, y me maravilló cómo un negro muerto
de hambre, casi un esclavo con derecho a cobrar por su trabajo, a quien yo
mantenía con sueldo, techo y comida (y hasta mujer para proveerle descarga
seminal), se manifestaba ante mí con la seguridad y displicencia de un par,
incluso de un jefe o una autoridad superior—. Me refiero al dormitorio
principal, cerca de la entrada de la casa y con cama matrimonial; y el de
huéspedes, más chico y alejado. Estuve pensándolo seriamente y llegué a la
conclusión que lo más conveniente es que cambiemos de habitación.
Estábamos
los cuatro en lo que nosotros llamábamos el living, que era una sala de estar
bastante chica con algunos sillones, una mesa ratona y unos aparadores con
vajilla y bebidas destiladas. Me ubicaron junto a uno de los sillones
individuales, mientras que Samuel y Fátima se habían sentado en el sofá doble,
ella muy pegada a él. Eber estaba un paso más allá, al otro lado de mi esposa,
de pie y con las manos tomadas hacia delante, como un guardaespaldas. De afuera
no se escuchaba nada, hasta el viento quería saber qué iba a pasar.
—¿Qué?
¿Cambiar de…?
—Atendé,
Camilo —Fátima se inclinó un poco hacia mí, con entusiasmo contenido. Al hacerlo el
escote se le agrandó por la posición y pude verle los pechos hasta el borde de
los pezones, donde las tetas comienzan a ensombrecerse—, Samuel tiene razón, la piecita de Benito es lo
mejor.
—La
habitación de huéspedes está alejada, casi aislada. Los ruidos del corral y del
trabajo en la huerta no lo molestarían a la hora de la siesta. Especialmente
ahora que retomaremos la construcción de la casilla.
Hacía
ya seis meses que no tocaban la casilla.
—Pero…
tiene dos camas en lugar de una…
—Y
eso es lo mejor. Es más cómoda por el tema de la silla de ruedas, y en la noche
o en la mañana Fátima no lo despertaría con sus movimientos.
Como estaba entre el negro
y yo, al inclinarse Fátima hacia mí, sin darse cuenta apoyó todo su antebrazo sobre el muslo del macho. Para colmo, había pegado su pierna desnuda
contra la del negro, que también iba sin pantalones largos. Pierna, rodilla y muslo, adheridos como tantas
veces los había visto, solo que esta vez sin sudor ni jadeos ni promesas de
lechazos para el cuerno.
—Además,
mi amor, esa cama matrimonial siempre te quedó grande. Es decir, nos quedó
grande… Si vos nunca pudiste ni vas a poder hacer nada…
Me
estaban mandando a la piecita del fondo (de Benito, já) para garcharse a mi
mujer con mayor comodidad, y en la cama matrimonial. Sin embargo, debía haber
algo más. Estos últimos meses los había visto en acción. A ambos. Tanto juntos
como separados, y el tema de la cama o el espacio nunca los había incomodado un
ápice. Pero era obvio que el cambio era para cogerse mejor a mi mujer. La pija
me dolía por la erección. O pensaban que era un cornudo consciente, o un
perfecto imbécil.
Opté
por el papel de imbécil.
—Sí,
no sé… —acepté, aunque me mostré algo dubitativo—. Puede que tengan razón…
—Claro
que tienen razón, mi amor; Samuel siempre tiene razón, como cuando se hizo
cargo de la venta de la producción y mejoramos la rentabilidad… ¿o no? Vas a
ver que vas a descansar mejor, sin escuchar los ruidos que hacemos en la cocina
cuando levantamos la mesa, ni los que hacemos en la siesta.
—Es
lo mejor para todos —dijo el negro, y se levantó como para cerrar la
conversación.
—¡Esperá!
—lo frenó mi mujer, todavía sentada junto a él, y para detenerlo lo tomó de la
mano y no lo soltó—. Falta lo de tus amigos.
Hasta
ese momento creí que Fátima iba vestida con una camisa a rayas demasiado
desabotonada y una falda corta debajo, pero al quedar al descubierto con el
movimiento de Samuel, pude comprobar con horror y excitación que abajo no
llevaba nada, ni siquiera unas bragas. La camisa era de esas bien largas,
abierta al final, a los lados, que de pie le quedaría como un vestido. Vi
perfectamente el pliegue y unión de su muslo izquierdo con la cadera, pura piel
y nada más que piel, mal escondida por esa camisa que había sido mía alguna vez
y ahora ella usaba para que se la cogieran con más ganas.
El
negro asintió al aire y se volvió a sentar, cubriendo de nuevo a mi mujer. Observé a Fátima sonriendo como
cuando un hijo, un amigo o un novio comete un error tonto. Me vio mirarla y
soltó la mano de su macho.
—Vamos
a contratar a un puñado de jornaleros extra —dijo sin más Samuel, asumiendo por completo la decisión—. Es por un día, para terminar de una vez por
todas con la casilla.
—¿En
un día la van a terminar? —Me temblaban las manos de saber que Fátima estaba
casi desnuda junto al negro, y en mi presencia. ¿Habían estado cogiendo?
¿Cuándo? ¿Cómo no me di cuenta?
—Sí,
porque son diez. Todos amigos nuestros del continente.
—Son
todos grandotes y negros como Samuel y Eber —Fátima se ruborizó levemente, miró
hacia Eber para ocultarme sus ojos—. Y trabajadores…
—Les
hablamos de usted y de Fátima, y de sus necesidades —dijo Eber.
—Las
necesidades de terminar con la casilla, mi amor.
Así
que por eso querían la habitación grande y la cama matrimonial. Construirían la
casilla durante el día y por la noche me la cogerían los doce.
No
me había acomodado la pija antes de que comenzara la charla, y ahora,
imaginando a Fátima cogida por una docena de negros la tenía dura y luchando
contra el pantalón que no le permitía ponerse derecha.
Por
un lado me apené. Con la casilla construida, los negros volverían a cogérmela
allí y no podría espiarlos. Por otro lado, esos pocos días en la habitación
principal, y la segura cogida masiva que ya tenían planeada, no iban a escapar
a mis ojos si hacía algo al respecto. Tal vez abrir una hendija en la persiana
para espiar desde afuera.
Esa
noche dormí por última vez en la habitación principal, al otro día haríamos la
mudanza. En un momento Fátima abrió el ropero para tomar un saquito de esos que
se abotonaba y hacía que sus pechos enormes parecieran a punto de explotar.
Había mucha ropa suya allí. Breve, de poca tela, pero en gran cantidad.
La
vi elegir prendas, sopesarlas, compararlas entre sí, como si estuviera
planificando qué ponerse cada noche para estar más atractiva para sus negros.
Tomó una blusa color salmón sufrido, que yo sabía era bastante escotada, la
miró con nostalgia y la devolvió al estante. Con esa blusa me la había cogido
el Sapo por primera vez. Tomó luego una falda negra, bien cortita, que había
usado más de una vez para que Samuel o Eber se la remacharan a gusto en la
casuchita. Parecía estar poniendo la ropa con la que se la habían cogido en un estante,
y reservar en otro las prendas que aún no habían sido mancilladas. Al ver la pila
de ropa definitiva tuve una idea física y en colores de la cantidad de veces
que me había hecho cornudo.
Me
pregunté qué se pondría para los diez negros que llegaban en unos días y dije:
—Todo
eso no va a entrar en la habitación de Benito…
Fátima
sonrió con algo de cálculo.
—Por
eso Samuel quiere que la deje acá y que venga cada vez que necesite algo. En
esta habitación seguro me va a entrar todo.
26.
Al
mediodía siguiente me mandaron a la habitación de huéspedes. A la noche, los
negros se adueñaron de la habitación principal. Y por añadidura, de la única
mujer. Fue, en la práctica, su conquista definitiva y mi capitulación como
hombre de la casa. Y como hombre.
No
hay una palabra para expresar lo que sentí en ese momento, pues fueron muchas
cosas a un tiempo. Estábamos los cuatro en la habitación principal y me iban apoyando
sobre la falda las camisas que iban retirando de mis estantes. Los tres. Los
negros y mi mujer también, notoriamente entusiasmada. Hacían una pila con mis
cosas, casi hasta la altura de mis ojos, y entonces Fátima tomaba los manubrios
de mi silla y me empujaba hacia la habitación de huéspedes, como si yo fuera un
carro de changarín. La humillación me hundía en mi propia ropa, y más cuando me
daba cuenta de la premura de ella, una premura para extirparme de la habitación
grande como si yo fuera un cáncer. Pero a la vez, y en el mismo trayecto, mi
pija no paraba de crecer dentro de mi pantalón, sabiendo que tal premura era
para usar cuanto antes y con los negros la cama matrimonial.
Inauguraron
la habitación y la cama ya la primera noche. No hubo opciones. No me las dio
Samuel, que ya estaba a cargo de todo. Fátima me mandó a dormir como si fuera
un niño, y ni siquiera disimuló que iría con ellos mientras me depositaban en
la habitación de huéspedes.
—Mi
amor, ahora te vas a acostar, que estás muy cansado, ¿sí? Tuviste un día muy
agitado con el trabajo y toda la mudanza… —Para hablarme, Fátima se inclinaba
sobre mí desde atrás de mi silla, apoyándome sus pechos en mi hombro izquierdo
y cuello. Nunca sabía si hacía esto por descuido, como una provocación o
directamente para burlarse de mi condición—. Te llevo a tu pieza para que
descanses, yo voy a ayudar un rato a los chicos con la habitación nueva y en
cuanto acabemos, vengo.
Ni
lavaron los platos esa noche, así de ansiosos estaban por estrenar la cama
matrimonial. Fátima me acostó a las apuradas, y me besó rápido en la frente. Y
otra vez con esa palabrita con la que tanto le gustaba bromearme en la
intimidad, como una venganza.
—Buenas
noches, cornudo.
Apagó
la luz y se fue con los negros.
No
fui a espiarlos. Estaban todas las luces de la casa encendidas, parecía una
fiesta. Fátima regresó dos horas después y me encontró despierto. Me sonrió en
silencio, me regaló otro beso y fue a acostarse sola en su cama individual,
igual a la mía.
—Se
te ve feliz —dije, sin reproches.
Ella
volvió a sonreírme y apagó su lámpara.
—Desde
que nos peleamos porque me trataste de puta, cambiaste mucho… y eso me hace
feliz.
Pensé
que no nos habíamos peleado porque la traté de puta, sino porque la pesqué
acostándose con Benito, cabalgando sobre su pija en esa misma habitación que
ahora compartíamos. Pensé también que la que había cambiado era ella, no yo. O
en tal caso, no solo yo.
—Me
gusta que seas feliz…
FINALIZA EN LA PARTE 5:
42 COMENTAR ACÁ:
EL ANEXO Y POR QUÉ
La publicación del relato se retrasó unos días en parte porque faltaba, entre otras cosas, el habitual capitulito con el punto de vista de Fátima.
Junto con el resto de correcciones y agregados, lo escribí y lo sumé como un mini capítulo más. Pero me di cuenta que era como meter un relato adentro de otro relato, y por otra parte (y más importante) cortaba el clima de la continuidad de la novela (generaba su propio clima, pero cortaba el flow del relato y terminaba siendo anticlimático). Era como un relato aparte. Un anexo.
Por otro lado, hacía rato que quería regalarle algo a los lectores que siempre comentan, como una manera mía de agradecer su participación, que es importantísima no solo para darme ánimo sino también para medir el pulso de cada historia, sus pro y contras, lo que gusta, lo que no se entiende, etc.
De modo que el problema de esta cuarta parte se convirtió en la solución a mi búsqueda de un relato para los que participan.
Así que ahora solo resta terminar de ajustar algunas cosas del anexo (ya está corregida, pues ese trabajo lo hice porque pensaba publicarlo hoy como parte de este capítulo IV).
Mañana o pasado lo publico, de modo que estén atentos los que participaron.
Un abrazo, y no se lleven las manos a la cara!
Eres grande Rebelde, disfrute cada palabra de esta nueva entrega. Y reitero eres grande
Ver publicado un relato tuyo, genera tanta ALEGRIA como el día de pago.
Lo leemos el fin y comentamos.
Federico y la que Manda.
Por suerte, es espectacular
Hola Rebelde! Felicitaciones por esta quarta parte. Pero, de verdad, hace falta el puento de vista de Fátima... como en en capitulo III donde entendemos que fue suya la idea de poner la corona de cuernos de alce para arriba de la puerta de Camilo.
Hay que no dejar-lo olvidar-se del ornamento ese... jeje:
"Para ese entonces yo ya era conocido como “el cornudo de la isla”, aunque técnicamente era el cornudo del archipiélago, pues había también otras islas habitadas, aún más pequeñas que la nuestra, en los mares de alrededor. Dos meses después, mi mujer comenzaría a ser mencionada coloquialmente como “la puta del archipiélago”, y esta vez sí del archipiélago, pues aparentemente no era la única esposa infiel que Rómulo, el Sapo y otros vivillos se beneficiaban.
Es que, si bien en los alrededores ya era noticia vieja que a Fátima se la cogían el Sapo y Rómulo, cuando se supo que los dos negros comenzaron a vivir dentro de la casa, la fama de mi mujer se disparó hasta las nubes.
De pronto a la isla comenzaron a caer sin previo aviso los vecinos de otros islotes, y más comerciantes del continente, como Rómulo. A los cuatro que me la cogían regularmente se le sumaron un número indeterminado de hijo de puta que venían atraídos por el rumor de lo fácil que el putón del archipiélago se dejaba coger, y de lo aún más sencillo que era sortear al marido, inutilizado y estancado en una silla de ruedas. Así, al carrusel de machos que me la cogían se sumó un ropavejero, un vendedor de perfumes y objetos de uso personal, un topógrafo que andaba por el archipiélago desde hacía dos años y jamás había venido una vez, al concejal de las islas y hasta un barquito pesquero al que cada tanto le comprábamos piezas de mar adentro (**).
Una o dos veces por semana caían barcazas, botes, pesqueros… y siempre se encontraba una excusa para que Fátima acompañara al intruso a algún lugar inexistente de la isla o a nuestra bendita despensa, donde yo al menos podía escuchar cómo me la cogía otro hijo de puta más.
Al topógrafo ya el primer día se lo garchó. Nos encontró en la huerta, y noté la sorpresa enorme y genuina en su rostro cuando vio el cuadro real: una mujer bella y voluptuosa con ropas demasiado sensuales, igual que una prostituta, moviéndose con atrevimiento entre dos negros semis desnudos, ante la pasividad de su marido postrado en una silla de ruedas, al que le habían puesto una corona de cuernos de alce en la puerta de su casa. ¿Qué duda podía tener alguien de que esos negrazos no se cogían a esa mujer? ¿Qué duda podía tener alguien de que yo no fuera un completo cornudo?"
Genial! Espero que me incluyas en la lista de los afortunados que van a recibir ese relatito de las putices de Fátima...
muchas gracias Unknown!! :D
ojalá les guste!
(y chequeen su blog personal, ya está cargado el Anexo)
gracias luisfer!!
Hola, Cat. Vos comentaste en las primeras tres partes, así que sí, estás la lista. Pero no es una lista de afortunados. es una lista de agradecimientos.
Yendo al relato: puntualmente en esta parte no sé si hubiera quedado bien un capitulito de Fátima. o mejor dicho, de la manera que lo armé, no. Quizá si encaraba diferente esta parte 4, con la estructura de las otras tres partes, supongo que sí. Si esto hubiese sido una novela (como DAME UN SEGUNDO), sin dudas sí. Incluso habría espacio para muchos más detalles. Pero en este caso , al ser una novela corta, debo precipitar esta parte acercarme al final.
Igual, el capítulo de Fátima está.
Ah, me olvidaba: mandame un mail con tu dirección de mail para mandarte el relato
Ya te lo he enviado. Gracias!
Espectacular anexo! Es fantástico veer a Fátima intentando ocultar a Camilo que le está poniendo los cuernos... y como se deja garchar mientras habla de reconciliacion con el pobre. La experiencia en el pesquero seguro que ha sido un paso sin retorno en su emputecimiento y en la forma como siempre va a engañar su marido, no solo garchando con todos, pero incluso robando-le para sus machos... haciendo todo en sus espaldas! He reído casi a reventar por ver-la debatiendo con Rómulo quien es la mas puta del archipiélago y como su fama de putón es hablada por todos los machos, incluso del continente... y quanto mas fama de putón... mas fama de cornudo tiene Camilo! Explendido!
PRIMERO.- La palabra es estoy “EMBELESADA”
Con este final, simplemente lo he releído diario, desde la semana pasada, ahí tantas cosas que me gustan, pero lo verdaderamente Importante es que me ha gustado el DESARROLLO y el FINAL de la pareja.
NO le cambiaria una coma, al relato estoy PRENDADA, y mi estado de ánimo y mi cuerpo, estoy satisfecha, (NO adolorida, Satisfecha) he Despertado de buen humor por las mañanas, y duermo placida, por las noches.
Sentimiento que NO tenía hace tiempo, GRACIAS.
La que Manda y Fede
SEGUNDO.- En cuanto a los acontecimientos, pues que te dijo, disfrute leyéndoselo a mi marido y doblemente EXPLICÁNDOLE las palabras.
Es que hasta en eso te debo agradecer, le enriqueces el léxico, a tus lectores, es tan nutritivo leer, Sexo con un lenguaje enriquecido.
(Mezclado con el soez, claro)
Ejemplo:
A).- Fátima quedó entre los dos negros y fuera de mi alcance y protección simbólica un ama de casa ejemplar de Buenos Aires, pero sus pechos exhibidos casi desnudos, por la maldita blusa eran como dos trofeos al alcance de los negros, de pronto me di cuenta que en mi casa nacía una nueva JERARQUÍA
B).- tenían algo importante que decirme -¿cómo un negro muerto de hambre casi un esclavo a quien yo mantenía con techo y comida (Y hasta mujer para proveerle placer) Se manifestaba ante mí con la seguridad y displicencia de un par incluso de un jefe o una AUTORIDAD SUPERIOR
Estuve pensándolo seriamente y llegué a la conclusión que lo más conveniente es que cambiemos de habitación, ¿Qué? ¿Cambiar de…? Atendé Camilo La habitación de huéspedes está casi aislada Los ruidos, no lo molestarían en la siesta, Además mi amor esa cama matrimonial siempre te quedó grande.
La que Manda y F.
TERCERO- Como siempre “El Abuso” que realizan los Machos, fue sublime como en todas tus historias.
A).- Putón! le dijo dejando de TUTEARLA, Pareciera que cuando la ensartaban de a dos le perdían un poco el respeto, que le tenían.
B).- veía con esos animales y me la iban a llenar de leche los dos, 2 negros hijos de puta, que abusaban de mi confianza para llenar a mi mujer, por adelante y por atrás, ¡Te baño pedazo de puta! Así le llevás leche al cuerno! Me fui Huí No quería recibir toda esa humillación Me fui y llego en LÁGRIMAS a la habitación
C).- Qué bueno es usarle las cosas al patrón… A esa altura Eber a mi mujer ahora la tenía tomada de los cabellos bastante salvajemente y le movía la cabeza con algo de violencia haciéndose mamar el vergón prácticamente hasta la base, a mi esposa una dama de sociedad, Te voy a regar la espalda para que te vistas de puta…! Fátima comenzó a bufar sonoramente por la nariz con la boca llena de la pija, Mi mujer giró para mirarlo con una sonrisa maligna y una cara tan de puta, como jamás le había visto, Respiró distinto como empoderada y la vez sometida, cuando dijo llena de admiración al macho —Eres un Hijo de puta…! Era una imagen por completo SUBYUGANTE
D).- Cambió el vino que yo me hacía traer por uno de su gusto, Si hasta se metió con la apariencia de Fátima, la hizo vestir aún más provocativa y casi obligó a hacerse unos tatuajes, Como las prostitutas de los bajos fondos, la hacían más vulgar más puta.
(Imaginarla tatuada con un corazón negro, para esa época y sociedad, Uuuff…! ¡Que ESCANDALO! aplausos)
La que Manda y F.
CUARTO.- En cuanto a la Humillación a Camilo, (Camilito para las enteradas, jaja) disfrutamos cada una de ellas (en pareja, jaja) pero sobre todo, que en este relato toda la humillación fuera “SIMBOLICA” es decir, hubo mucho simbolismo, al momento de externarla.
Que Camilo jamás se aceptó, “PÚBLICAMENTE Cornudo” simplemente volteo la vista. (jaja) Eso fue GENIAL, cada vez que lo leo, me dan ganas de abrirle una botella de vino a mi Marido.
Aquí un poquito de TODOS esos simbolismos:
A).- Desde aquella primera cena en casa, los dos negros habían pasado a entrar, ¡ya SIN PEDIRME PERMISO!
B).- Vas a tener que darnos dos cajones más –No, no Samuel El cornudo se va a dar cuenta, Me importa una mierda putón Van a ser dos cajones más y para fin de mes uno de los cerdos, ¡Estás loco! No te podés cargar algo así Ah…! se va a dar cuenta, no es tan idiota.
C).- Los negros fueron perdiendo el respeto un poco cada día, No solo andaban semidesnudos a la hora de cenar, Fátima comenzó a consultarles a ellos lo que querían para la cena, Vi al negro pasar por detrás de ella y apoyar su manaza por sobre las ancas de mi mujer ver a un negro tocando a tu mujer ¿Ahora les consultás a ellos? Fátima giró Como todo cornudo mi amor… Sos el último al que se le consulta.
D).- ¿Te acordás el día que dejaste que el Sapo te lo dijera en la cara Y NO ME DEFENDISTE? Parecía de buen humor disfrutando mi incomodidad, Yo tenía pánico de que se le escapara decirme así en la casa frente a terceros, ¿Por qué le consultás a Samuel? El hombre de la casa soy yo, El buen humor se le fue del rostro a mi esposa, les consulto porque están todo el día gastando energía, mientras vos dormís, No supe qué decir sin quedar como un imbécil, y me besó en la frente Como vos quieras cornudo.
E).- -¿Por qué está Samuel en mi lugar? Fátima me sonrió debió ponerse en puntas de pie y empinar la cola, Samuel ahora al lado y con vista privilegiada, le miró el culo con tal desparpajo, que me sonrojé yo Es más cómodo para vos mi amor me explicó siempre con el culazo en punta.
Es más fácil llegar y salir con tu silla sino quedás encajonado, Era cierto ¿pero a quién le importaba? Yo había cedido LA CABECERA DE LA MESA, Esto era totalmente arbitrario, Me ubiqué en silencio en mi nuevo lugar sintiendo la humillante mirada de Eber, lo que más me mortificó fue que Fátima quedó entre los dos negros y fuera de mi alcance y protección simbólica, un ama de casa ejemplar de Buenos Aires, sus pechos exhibidos casi desnudos por la maldita blusa eran como dos trofeos al alcance de los negros, de pronto me di cuenta que en mi casa nacía una nueva JERARQUÍA.
F).- “A ver Samuel usted entre Ahora, el tono también era otro más grave.
-Así… Entre y vaya hasta el fondo Uh…! Comencé a transpirar ¿Estaba sucediendo lo que yo creía que estaba sucediendo? no creía que fueran a hacer algo semejante, Fátima se elevó un poquito y comenzó a mover ¿Te gusta mi amor? me preguntó de pronto ella moviéndose rítmicamente sobre el negro y mirándome a los ojos, ¿Q-qué cosa…? La imitación tonto, Estuvo recibiendo pija en mi presencia con la excusa de la imitación, Yo ya me estaba deslechando.
G).- tenían algo importante que decirmeme -¿cómo un negro muerto de hambre casi un esclavo a quien yo mantenía con techo y comida (Y hasta mujer para proveerle placer) Se manifestaba ante mí, con la seguridad y displicencia de un par incluso de un jefe o una AUTORIDAD SUPERIOR.
Estuve pensándolo seriamente y llegué a la conclusión que lo más conveniente es que cambiemos de habitación, ¿Qué? ¿Cambiar de…? Atendé Camilo La habitación de huéspedes está casi aislada Los ruidos no te molestarían en la siesta, Además mi amor esa cama matrimonial siempre te quedó grande
H).- Y este “simbolismo” se llevó hasta aplausos.
- prefieres que te diga cobarde al que le pusieron una corona de cuernos en la puerta de su casa. (Más Aplausos)
La que Manda y F.
QUINTO.- Y mí favorito, (SI solo mío) y se lo leo, cada noche, (un poema) para cerrar con broche de oro, esta historia:
A).- Los negros se adueñaron de la habitación principal, Y por añadidura de la única mujer, Fue en la práctica su CONQUISTA de la casa y mi CAPITULACIÓN como hombre de la misma Y como hombre, No hay una palabra para expresar lo que sentí en ese momento mi mujer notoriamente entusiasmada, Hacían una pila con mis cosas, Fátima tomaba los manubrios de mi silla y me empujaba hacia la habitación de huéspedes como si yo fuera un carro de changarín, La humillación me hundía en mi propia ropa y más cuando me daba cuenta de la premura de ella una premura para extirparme de la habitación grande como si yo fuera un cáncer, sabiendo que tal premura era para usar cuanto antes y con los negros la cama matrimonial, Inauguraron la habitación y la cama ya la primera noche, No hubo opciones No me las dio Samuel que ya estaba a cargo de todo, Fátima me mandó a dormir como si fuera un niño y ni siquiera disimuló que iría con ellos
La que Manda y F.
PD.- Nosotros NO hemos recibido el anexo, te enviamos HOY un correo para verificar tengas nuestro correo, Saludos.
Revisamos HOY martes y aun NO llega?
Estos de correos, siempre se atrasan con las cartas, jaja
lo envié de nuevo ayer apenas me mandaron un correo. se los envié a la misma dirección desde la que Uds me mandaron el correo, y no me aparece como rebotado.
Fíjense en las pestañas Principal o Notificaciones (no creo que esté en Spam porque es respuesta a un mail suyo)
PRIMERO Anexo YO.- Acabamos de leer el anexo, “De esta serie la Isla” y GRACIAS a la explicación previa que distes autor, entendió HOY por qué existen los llamados anexos.
1.- Este anexo es perfecto y podría ser un capítulo más, de la serie, pero…?
Tienes razón seria anticlimático, y le robaría un poquito la atención al final, el cual es perfecto como esta.
2.- Por lo tanto ahora entiendo, el objetivo de los anexos son acontecimientos que ocurren con los personajes pero…? Que ocurren en otro momento, o dichos actos se nos ocurren después, lo cual es genial, pues podría hacerse anexos hasta el infinito.
NO los necesita pero se podría.
3.- Parece tonto esto que dijo, pero es verdad, a mí me ayudo a entender por qué NO se incluyen en la historia original los anexos, tu explicación.
Fede.
SEGUNDO Anexo.- Aunque NO lo creas disfrutamos mucho toda esta serie, porque la vimos nacer.
Desde los carteles promocionales, después cuando compartiste de dónde te nació la inspiración (película) y al final esta anexo como acto de generosidad.
(Aplausos)
Y que nos platiques tus ideas y nos compartas en el proceso CREATIVO, aunque NO se lleven a cabo, simplemente es ¡Emocionante!
Fede.
TERCERO Anexo ELLA.- Respecto a este anexo, fue súper MORBOSO, leer, desde el punto de vista de ella:
1.- Que ella se emocione al saber que “!Le pusieron el título de la Puta del archipiélago!” eso es HOT!
2.- La verdad llore!!!” al leer esto, (como 30 minutos), Pues me identifique tanto.
Sé que no me lo van a creer pero cuanto más crédulo hacia a Camilo, cuanto más cornudo lo hacía, iba a hacer todo lo posible por enamorarme más de mi Camilo. Aunque lo tuviera que hacer cornudo con todos!
3.- El que nos platicaras el pensamiento de ella, previo fue terapéutico.
¿Qué me estaba sucediendo? me hacían ver como una prostituta
-Que le avise a la puta a mí. Que la iban a servir adentro, Era delirante! Estuve tres días riéndome y pensando que eso jamás iba a suceder, Ni las novelitas pícaras del Sapo, eran tan fantasiosas “Pero sucedió”
4.- ¡Que le iban a entregar un PREMIO, Jo, jo ¿Cómo se te ocurren estas ideas, son tremendas?!”
Pasé una pierna erguida para que se me notara más la cola y me empujó con una mano en la cintura, que bajó en el mismo movimiento hasta mis ancas y terminó llenándose la mano con mi culo redondo, parecía que estaba subiendo a un escenario a recibir un premio glamoroso Estaba como embriagada no podía creer que el cornudo de mi marido fuera tan idiota, los chismes que circulaban en el archipiélago sobre su mujer, Pero esto rozaba la estupidez
5.- Verse a sí misma como; ¡NO la respetan!” es muy EROTICO.
Por Dios escuchar cómo me trataban de cosa de objeto, prácticamente de saco de leche, ¡No puedo creer que por fin me esté cogiendo a La Puta, les dijo a los otros, como si yo no estuviera.
6.- Y ese talento tan tuyo de encontrar ese humor, tan sorpresivo.
-Estamos tratando de reconciliarnos Ah…!
Tratando de reencontrar nuestros sentimientos más profundos Ah!
¡Te vas a reencontrar más profunda, Tomá Puta!
7.- Esta cogida me pareció la mejor, pues es…?
La PRIMERA VEZ que hablas del VOYERISMO FEMENINO, (al revés) es decir a NOSOTRAS, también nos gusta ver, pero…?
Es diferente, ver a nuestro cornudo y que el NO se entere, te produce un clímax de deseo y amor, al mismo tiempo.
Lo quiero ver…! rogué de pronto, mientras me cogen e inundan de leche, El viejo además de sucio y pijudo era morboso, Sonrió me arrumbó sobre un sillón, -mi rostro prácticamente quedó estampado, contra el vidrio y en un segundo mi cara comenzó a golpetear el ventanal, al ritmo del bombeo que me propinaban, Ahí lo tenés al adornado ¿lo ves? y me clavaba una estocada fuerte ¿Lo ves? Y otra estocada más.
¿Lo amás al cuerno, hija de puta? ¿Lo amás con esta pija adentro?
¡Sí lo amo! ¡Con cada pija que me llena lo amo más…!
- Ame esta escena, de verdad la puedo leer, diario.
La que Manda y F.
CUARTO.- Simplemente queda Agradecer por esta DRAMATICA Historia, pues a nuestro parecer, NO fue erótica, NO fue Humorística, Fue DRAMA, y del más severo.
Por eso nos mantuvo intrigados leyendo cada capítulo.
GRACIAS.
P.D.- Por favor sigue incluyendo el punto de vista FEMENINO, su Pensamiento, su sentir, etc…
La que Manda y F.
claro, no hubiese robado final ni clima si hubiese ido más al principio, pero por lo que cuenta, no podía ir al inicio, debía ir cerca del final. a veces pasa. pro suerte en este caso el capitulito era tan cerrado que lo pude adaptar a un Anexo.
efectivamente, la idea de los anexos era llevar una serie cerrada "hasta el infinito", si hubiera ganas e inspiración ;-)
gracias, chicos. la historia ya está llegando al final. restan las últimas 35-40 páginas (he publicado unas 85 aprox.), que si bien son muchas, lo ideal sería publicarlas de un tirón pues es el final, un solo tema. quizá por una cuestión de no hacer la espera tan larga deba partirlo en dos, ya veré.
Por ahora no estoy tocando la nouvelle porque me surgió un trabajito, así que este mes —a no ser algún foto-relato corto— va a venir medio pobretón de textos y morbo.
Pero en cuanto termine esto que estoy haciendo, retomo con el tipeo (me quedé en esa etapa)
seguramente lo han notado, pero ese renacer del romanticismo de fátima coincide con el final de la novela, pues éste anexo iba justo ahí.
PEGUNTA: ¿leyeron en el mismo blog donde encontraron este anexo, el relato El Club de la Pelea, verdad?
Formidable Rebelde, llegue tarde con el comentario ya que fui leyendo por partes ya que requiero de mi clima para concentrarme y disfrutarlo al maximo.
Menos mal que este cap era de enganche o relleno, definitivamente delicioso, en todos los aspectos, cada vez mejor la aceptación y disfrute de un cornudo sumiso y en desarrollo, los movimientos que vas generando en la casa son de estrategia y la actitud de Fatima...recibida de verdadera Hotwife!!
En un rato pasare a ver ese regalito por comentar, me pareció una brillante idea y pedirte que esto no acabe...que veras que LA ISLA DEL CUERNO tiene fans por todos lados!!
Grande Rebelde!
SALUDOS VIKINGO MIRON
Después de leer el Anexo cada vez estoy mas enamorado morbosamente de esta historia, me encanta por que lo que parece un simple anexo es material jugoso y de calidad.
Fatima ya recibida como la Puta del archipielago sin dudas y se asoma un tal Benito (otro cornudo) que seguro tendras su historias o anexos...tal cual ensanche, Alce Viejo...me imagino que hay posibilidades de agrandar este mundillo de las islas no??
Gracias Rebelde.
SALUDOS VIKINGO MIRON
VIKINGO MIRÓN:
si recordás, Benito es el muchacho que primero se cogió a Fátima; es con quien ella encendió su putéz interior, que tenía escondida, o venía reprimiendo (según se mire).
Y si hacés memoria, también recordarás que fue un amante regular, de una pija regular, pero que a ella le supo a mucho porque venía de una abstinencia de cinco años.
Efectivamente hay varias historias ya pensadas, atadas a esta isla.
Una es la de la novia de Benito, sus andanzas en el continente antes de casarse, y por qué se casan con Benito y se van a vivir a una de las islas. Lo sucedido en La Isla del Cuerno (I) tiene muchísimo que ver (acá todo se linkea con todo.
Hay una segunda historia mucho más importante, y es sobre la hermana de Fátima, que un año o dos después de lo sucedido en La Isla del Cuerno llegará a la isla con su marido para visitarla y pasar un mes de vacaciones... con el pequeño detalle que ya desde un año antes, Fátima le venía contando a su hermana de los machos de la isla.
Otra segunda línea importante dentro de este universo (espero tener tiempo y ánimos para desarrollarla) es abordar el universo de los matrimonios que viven en cada una de las islitas diseminadas alrededor de la Isla del Cuerno, con una particularidad: en todas (serán cuatro, más la de Fátima y Camilo, 5 en total) los esposos de cada una de esas islas serán lisiados o discapacitados físicos como Camilo. Y por supuesto hay un porqué, no es una casualidad. Como tampoco es casualidad que sus mujeres, por motivos de las discapacidades de sus maridos, vengan con abstinencia de años, igual que estuvo Fátima.
Lo que tal vez sea casualidad es que esas cuatro esposas estén todas buenas y con tremendas caras de puta jajaja.
Por cierto, obviamente este spin-off de relato no será una réplica de lo ya leído en la Isla del Cuerno (si bien comparten mecánica de corneo), ya desde el primer capítulo se van a dar cuenta que la cosa es parte de lo mismo pero digievolucionada xD
De paso pregunto A TODO EL MUNDO: ¿cuál de estas tres historias les gustaría leer primero?
Es impresionante la calidad de este relato...
El de pelea, Aun NO lo terminamos, solo lo iniciamos a leerlo. Pero es que seguimos releyendo la ISLA, perdón...! pero es que nos encanta.
La HERMANA, sin duda a nosotros.
¿Cómo se te ocurre? hacer eso, pobre cornudo, que su cuñada sepa de las aventuras de su esposa...! Por favor, eso es HOT.
Federico y Sra.
no, de relleno no (si detecto que un texto es de relleno, lo quito). Era —y es— un texto puente, o bisagra, entre la realidad de la pareja hasta ese entonces, y el emputecimiento con que terminará.
al final quedó bastante mejor que la primera versión, ganó con los cambios que comenté que iba a hacer. Hubo que esperar una semana más pero creo que valió la pena. la primera versión era más pobre.
Guauuuuu ni el Vaticano, La Onu, Area 51 o Donald Trump dan noticias tan fuertes!!
Gracias Rebelde que deleite saber que el mundo del aarchipielago tiene futuro, sabes que esperaremos lo necesario.
La de la hermana de Fatima es magistral...y saber de otros matrimonios cornudos..morboso total, ya sea de paso no se si pensaste alguna historia con un cornudo ciego.....te recomiendo la pelicula INSTINTO ANIMAL 3 DE 1996.
https://www.xnxx.com/video-o2odbe/animal_instinct_iii_softcore_
SALUDOS VIKINGO MIRON
Tengo dos ideas sobre la ceguera: una, la menos interesante, es sobre un cornudo que queda temporalmente ciego y la mujer lo cornea frente a sus ojos. pero el cuerno paulatinamente va recuperando la visión y va viendo lo que hace su mujer, solo que en vez de enfurecerse, se calienta, y decide seguir haciéndose el ciego para ver cómo su mujer lo hace cornudo en sus narices.
La otra es más interesante, y es un drama (más dramática aún que La Isla...), pero la ceguera la tiene la esposa. En este drama, el marido siempre quiso verla coger con otros tipos (un amigo, etc.) y ella se negaba a hacerlo, pues veía la idea con horror (muy católica o seriecita). En un momento ella queda ciega y, en medio de ese drama que vive ella y él, el marido ve la oportunidad de hacer que se la cojan sus amigos sin que ella se dé cuenta, y por fin poder verla.
Pero por supuesto ella se da cuenta, porque es ciega pero no boluda. El problema, y en definitiva el corazón del relato, es que ahora ella, al estar ciega, se siente vulnerable, discapacitada, necesitada de asistencia constante, con miedo a que su marido la abandone, etc. Y aunque sabe que el marido la está engañando poniéndole tipos a que se la cojan, y a pesar que le da asco y horror, comienza a dejarse coger por los amigos que el marido le va poniendo a tiro. el marido, obviamente se va entusiasmando, y le va trayendo cada vez más tipos, que ya ni sabe quiénes son ni de dónde vienen. La idea es que la mujer (y el matrimonio) vayan descendiendo a lo más bajo de ese propio infierno.
►Sobre Animal Instincts, vi la primera (y hasta creo que tengo una copia en VHS). La de pajas que me ha provocado esa película, jajaj. Es grandiosa. La 3 nunca la vi, ya guardo el link para chusmearla. Muchas gracias! =D
Bocatto di Cardinale Rebelde! Ambas historias bien diferentes pero muy morbosas como para sacarle todo el jugo!!
SALUDOS VIKINGO MIRON
Se te espera, estas pausas "Involuntarias" provocan siempre Ideas nuevas y mas ganas de escribir.
Federico y Sra.
Para FEDERICO Y SEÑORA (pero aplica a todos):
vi que hacen copy/paste de algunos párrafos de los relatos, y "detecté" que utilizan casi siempre las primeras versiones. Sin dudas habrán copiado el relato a su PC o celular para leerlo en cualquier momento sin necesidad de entrar al blog. Está muy bien.
Pero les recomiendo ACTUALIZAR LA COPIA A LA ÚLTIMA VERSIÓN del relato.
Siempre, a los pocos días que publico un relato (a veces a las pocas horas), lo actualizo con muchas correcciones (repeticiones, cacofonías, errores de tipeo o a veces frases completas -modificadas, eliminadas, o agregadas). Así, el texto mejora bastante.
Siempre se puede ver qué versión es al lado del título (VER. 1.1, VER 1.2.1 etc), y desde ahora, también la fecha de la última corrección.
LUKS: Bueno ahora que ya tuve tiempo de terminar de leerlo:
Parte 1:
Como ya te había dicho por instagram, me encanto y me causo gracia el hecho de que aun en una isla tan aislada y lejos de una poblacion con menores posibilidades de que tu pareja te sea infiel aun asi pueden llegar a existir cuernos XD jajaja
ademas de que me gustó mucho el ambito en que se narran las historias (o al menos yo no lei casi nunca sobre infidelidad en una isla... eso fue lo que me atrapo al comienzo)
la forma de describir en como nuestro "héroe" descubre la infidelidad de su esposa fue demasiado morbosa a mi parecer. =D
Parte 2:
Siguiendo con lo mismo en que aun estando en una isla y nuestro heroe pensando que fatima jamas le seria infiel con el tipo del faro... jajaja la vé a ella cabalgando al sapo... de no creer... impactante y lo gracioso y frutilla del postre del capitulo es que le pone unos cuernos de alce en la puerta principal de la casa
Parte 3:
Me encanto el relato de fatima precuela de la 2... osea pensar que el sapo le puso los cuernos en la entrada de la casa de nuestro Heroe cuya idea era de su mismisima esposa fue morboso y mas cuando un dia anterior el sapo le habia hecho el asterisco... na! te pasaste!! quedó genial
y luego la ultima escena muy graciosa y creo que "quemar la casa como una solucion" la habia visto en una pelicula... osea de una escena a la otra lo unico que se le ocurrio fue quemar la casucha de los afros XD
Parte 4:
esa si me dejo con ganas... osea estrenar la ex cama con los dos negros... me hubiera encantado que el tipo la observe.. y tambien porque me gustaria leer el anexo... Espero las siguientes partes!! hasta pronto!
Gran relato, como todos. Sabes que para disfrutarlos más trato de imaginar a la protagonista como una pornstar que encaje en su físico, y Fátima me parece una Jayden Jaymes, y así se potencia la magia del relato. Gracias y felicitaciones.
es cierto, esa pornstar encaja perfecto para ser Fátima. sabés que para evitar posibles denuncias, cada tanto reemplazo las fotos que saco de modelos de IG por imágenes que no me causen problemas. esta vez, cuando lo haga, voy a reemplazar las fotos de esta modelo por algunas semi porno de tu jayden jaymes. van a pegar re bien ;·)
en su momento yo también me cuestioné lo del estreno de la cama matrimonial. coincido en que estaría buenísimo que Camilo hubiera espiado ese momento, pasa que este relato se supone "más realista" que las historias que suelo escribir, y me pareció más verosímil que un cornudo en silla de ruedas no pudiera ir en esas circunstancias (toda la casa iluminada, clima de joda, etc.).
y lo de quemar la casucha, me pareció re épico para el personaje, y una manifestación taxativa de querer ser el cornudo de su mujer. y un lindo y gráfico cierre, jeje...
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