Las vacaciones suelen ser
un lío porque una quiere pasarla bien en esas dos semanas; es decir, una quiere
coger a diario, y si es posible, dos o más veces por día. El problema de
nuestra situación es que Drake no quiere bajo ningún concepto que mi marido me
coja, mucho menos una quincena de corrido. Y tampoco quiere que me cojan tipos
que no sean negros. Yo lo celebro durante el año: los negros en general tienen
tremendas vergas, y me paso el año satisfecha como pocas mujeres en la ciudad.
Pero esos quince días de vacaciones suelen ser un problema si Drake no puede
acompañarnos. Y salvo un par de veces, nunca puede.
Eso se solucionó el año en
que pasé a ser de su propiedad. Como Drake autorizó a que me garchen tres
amigos suyos, negros y pijudos como él, desde entonces, si Drake no puede, cuento
con tres opciones más.
Así que un verano nos
acompañó Jimbo, el negro más joven, alto y atlético de todos, un machazo
incansable con una pija que parece una espada turca. A Jimbo le tuvo que pagar
el pasaje y la estadía el pobre cornudo (Jimbo no tiene un trabajo como el de
Drake), lo que no le hizo mucha gracia. Pero lo acepta. Es de bueno, mi marido…
Así que fueron quince días
como de luna de miel. Con mi marido y yo paseando por toda la costa, de la mano
como dos enamorados, y Jimbo adueñándose a partir de la caída del sol, garchándome
todas las noches como un animal mientras al cuerno le tiramos una manta en el
piso del living.
Pobre mi esposo, volvió
todo dolorido de esos quince días de vacaciones. Pero yo sé que por otro lado también
le gustó. Le dejábamos la puerta entre abierta, para que escuche y vea cómo un
macho de verdad le cogía a su mujer. Y mientras Jimbo me taladraba por el orto
usando mi culo en punta, yo espiaba la luz de apertura de la puerta y veía la
sombra del cornudo cascándose la pijita. Qué ternura me da mi marido cuando se
pajea mientras otros cogen de verdad. Me lo imagino pensando “yo también me la
puedo coger así… yo también puedo…”
Pero a veces pasa que llegan
las vacaciones y ninguno de los cuatro negros puede acompañarnos. Y yo no voy a
estar quince días sin coger, ¡ni loca! ¿Lo llevo a mi marido y no voy a coger
ni un solo día? Drake lo entendió la primera vez que se lo planteé, vio que me
puse firme y que su exigencia era ridícula, dada la coyuntura. Lo vi meditando
unos segundos antes de contestarnos a mi marido y a mí, que estábamos esperando
una respuesta (yo en bombachita y corpiño grises, recostada sobre un sillón,
recién cogida pero vestida para no andar desnuda delante de mi marido; y el
cuerno sentado en una sillita bajita, tipo jardín de infantes, que le pusimos
en un rincón de la habitación y ahora trajimos al living).
Ya me veía venir la
negociación: Drake autorizaría al cornudo a cogerme en una sola oportunidad,
buscando terminar la negociación en una vez por semana. Y yo tendría que
arrancar con algo más agresivo, como “una vez por día” porque una vez por
semana no me iba a alcanzar.
Mi marido estaba
expectante, con las manos fregándoselas suavemente, sin darse cuenta.
—Está bien —claudicó finalmente
el negro—. Tienen razón. No pueden estar quince días sin coger.
Como me lo vi venir con el
“pueden coger una vez”, me incliné hacia adelante y tomé aire para rápidamente
decirle que ni loca iba a aceptar eso.
—Por estos quince días
podés coger con machos blancos… si es que tal cosa existe —terminó con un dejo de
celos en la voz.
Entonces yo dije, exhalando:
—¿Con… machos blancos…?
Y mi cornudo:
—¿Cómo con machos? ¿Y yo?
Yo, otra vez:
—¿Con cuántos? ¿Con los que
quiera?
Drake:
—Sí, claro.
Mi cornudo:
—Pero… ¡yo también soy
blanco! Si por una vez le va a tocar a un blanco debería…
Drake y yo, juntos:
—¡Callate, cuerno!
Esos quince días me dejé
coger por cuarenta y cinco tipos distintos, con los lamentos de fondo de mi
pobre cornudito, que no paraba de lloriquear desde la otra habitación.
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A Nosotros NO nos importa esperar, el RELATO merece lo mejor, la Historia (La Isla) es tan poco común y los personajes tan Deliciosos, Que con gusto esperamos, lo que sea necesario.
Saludos Fede y Sra.
Que rica anécdota, Rebelde. Buena para reir mientras esperamos por la Isla del Cuerno.
La isla donde el cuerno tiene cuernos arriba la puerta de entrada para que todos se enteren de su cornitude desde lejos.
la historia de los cuernos es sublime, con el Sapo clavando-les arriba la puerta e hacendo-le famoso:
—Camilo, mire lo que le traje —me dijo lleno de entusiasmo y bajando dos pares de cuernos de la caja de la camioneta.
—Son dos…
—Son hermosos, ¿no? Estaba clavando una madera floja en mi cama y me acordé que los tenía en una habitación llena de trastos. Había tres o cuatro más, pero estos eran los más grandes. Y en el primero que pensé fue en usted.
—¿En mí?
—Hombre, su mujer hará su casa muy acogedora pero mire: ¡ni un puto adorno! Esto lo ponemos sobre la entrada, arriba de la puerta… un adorno magnífico.
Observé el par de piezas, que eran una. Sin dudas era de un alce viejo, los cuernos eran enormes y se ramificaban cada uno en decenas de astas de distintos colores y tamaños. Los conocía por haber ido a cazar muchas veces.
—De verdad son piezas magníficas, pero no sé si en la puerta…
—¡En la puerta, claro! ¿Dónde, si no? Así se van a poder ver desde todos lados. La gente va a llegar en el bote del Rómulo y desde lejos se van a ver los cuernos de don Camilo. Va a ser famoso en la zona.
No hubo forma de convencerlo. Tomó una escalerita que había sobre un costado de la casa, sacó un martillo, un madero y unas grapas de los bolsillos y comenzó la instalación.
Fátima llegó en ese momento, atraída por el alboroto. Venía de la ducha así que estaba casi desnuda, con un corsé de encaje flojo que le hacía también de corpiño, prácticamente traslúcido en los pezones, y tan breve que no lograba contener sus enormes pechos. Arriba llevaba una bata de baño abierta, que delante del viejo ni siquiera amagó cerrar.
—Buenas, Sapo. ¿Qué está pasando acá?
—Me está poniendo los cuernos —dije, mirando a Fátima desde los pechos a los ojos, sin el mínimo tono de broma, porque en ese momento me di cuenta que todo ese montaje era alguna burla morbosa del viejo volcándome su resentimiento vaya a saber por qué.
Lo había dicho de un modo tan neutro que fue evidente para Fátima (y sorpresivo para mí) que no había reproche.
El Sapo rió exageradamente, dando por hecho que lo mío había sido una broma. Fue a tomar una nueva grapa de su bolsillo y por primera reparó en mi mujer, así vestida. Su esfuerzo por parecer natural fue dantesco. Tenía a la mujer del cuerno prácticamente en pechos, pechos enormes y a la vista de él, que se la venía cogiendo, y al estúpido de su marido al lado, sin decir nada, como un cornudo idiota. Volvió a mirarle los pechos sin el mínimo disimulo esta vez, ya no le importaba el marido. El imbécil se merecía que le miren así a su mujer.
Fue irreal.
Fátima aprovechó ese único momento —o ese momento único— para sumarse con una sonrisa:
—Si te van a poner los cuernos, mi amor, que sea en la habitación de huéspedes.
Cinco minutos después, dos gigantescas e imponentes astas de alce enaltecían la entrada de mi casa.
—Ay, quedan hermosas… —le celebró mi mujer al Sapo, juntando sus brazos e hinchando aún más sus tetas semidesnudas.
Pero lo mejor ha sido saber que fue Fatima la de la idea de los cuernos en la puerta de entrada... genial!
Unos minutos después estábamos los dos callados, semi sentados en el catrecito, recuperando nuestras respiraciones. El Sapo quiso encender un cigarrillo, pero el atado estaba lejos y desistió. Miré alrededor. Detrás de la escalera en la que acababan de romperme el culo asomaban varios juegos de cuernos de alce, uno de ellos muy frondoso.
—Son casi tan grandes como los de mi marido —reí, siendo la puta infiel que se empezaba a rumorear que era.
El Sapo me miró divertido. Me sonrió como se le sonríe a un amigo cómplice, algo que jamás le había visto hacer.
—Están ahí desde siempre. Podría llevárselos al Camilo y ponérselos en la habitación.
Era un chiste. Arranqué a sonreírme y de pronto mi gesto se hizo serio y perverso.
—O mejor en la entrada de la casa. Para que todos vean los cuernos que le ponés a mi marido.
El Sapo rió brevemente, y luego entendió que le hablaba en serio. Y volvió a reír, esta vez distinto.
Al día siguiente, lo hizo.
Mal puedo esperar lo proximo...
Grande Rebelde! Tengo que admitir que cada vez me gusta mas Devy y su actitud.
La mejor afirmacion....Eso se solucionó el año en que pasé a ser de su propiedad. Como Drake autorizó a que me garchen tres amigos suyos, negros y pijudos como él,
Maravilloso!
SALUDOS VIKINGO MIRON
Geniales tus anécdotas. Me encantó eso de que ella esté recién cogida, pero algo vestida para que el cornudo no la ande viendo desnuda. ¡Ufffff!
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