JORDY 7 —ver 1.1 fuerte(s)
Tuve que inventarle que lo
de las pastillas era peligroso, que podía traerme cáncer. Me sentí horrible
mintiéndole. Es decir, mintiéndole otra vez, porque lo de la pastilla en sí fue
siempre una macana para consumar el matrimonio y eliminar la posibilidad de una
anulación. No sé si me sentí peor por mi engaño o por la insistencia de ella en
que tome la pastillita para sentírmela más grande, más dura, para que me la
cogiera “como un hombre”. Y bueno, todo no se podía. Al menos así ya no me la
iba a coger más nadie, solamente yo.
La mudanza a lo de Jordy
fue muy breve y fácil. Mis pertrechos eran tristemente escasos y ocupaban muy
poco lugar. Antes de ir a mi casa con una camionetita por mis cosas, le pedí a
Jordy que me haga algo de espacio. Se me ocurrió que una buena manera sería que
tire o done su ropa del pasado, la de putanear con chongos. De esa manera
matábamos dos pájaros de un tiro: hacía un poco de lugar para mis cosas y se
quedaba con la ropa más decente, en armonía con su nueva vida de señora
respetable. Me dijo que sí con una sonrisa y un beso, que me llenaron el
corazón.
Mientras llamé al muchacho
de la camioneta, un chico joven y despierto llamado Emilio —que Jordy conocía
de sus aventuras de soltera— mi flamante esposa comenzó a dar de baja su ropa
de puterío. Quitó de un solo movimiento una decena de perchas con vestidos
ultra cortos o ajustadísimos o escotados. Luego otra decena más. Y luego una
tercera. Abrió cajones y metió en cajas toda su lencería sexy. Una caja… dos
cajas… tres cajas… cuatro cajas. Comenzó a quitar también un montón de ropa de
diario, ni vestidos ni lencería, simples tops, minifaldas, mini shorts, leggins
y otras prendas que usaba para andar por el pueblo, ir al gimnasio o incluso
trabajar. Todo era demasiado sexy; de puta, ya. En un momento los dos roperos y
todas las cajoneras quedaron vacías, a excepción de un estante.
—¿P-pero qué hiciste,
Jordy…?
—Me pediste que sacara toda
la ropa sexy, mi amor…
—¡Vaciaste la casa!
—...
—Está bien, está bien… Dejá
toda la ropa de puta y retirá la ropa seria. Yo no necesito más que un poquito,
si casi no tengo nada.
—Como quieras, Prudence —dijo
con la misma simpleza con la que aceptó tirar todo, aunque me pareció notar una
sonrisa divertida y de triunfo. Y comenzó a reponer cada una de las prendas.
Fui a mi casa. Mi casa por
último día. Junté toda mi ropa en un par de canastos, incluidos el calzado y
algo de ropa de cama. Sumé un par de mueblecitos que quería llevar, inútiles
pero queridos por mí, heredados de mamá. Y sumé la cama de una plaza, no porque
yo quisiera sino por insistencia de Jordy, para meterla en la piecita de
servicio (o de invitados, decía ella) “…por si alguna vez tenés que dormir en
la habitación de invitados, Prudencio.”
—¿Por qué voy a tener que
ir a dormir allí?
—Por si extrañás tu cama,
Prudencio. Yo qué sé cómo vas a reaccionar a la falta de tu vida de soltero.
Llegó Emilio con la Kangoo
y metimos todo en un ratito.
En el camino a lo de Jordy,
Emilio se puso innecesariamente verborrágico.
—¡Así que vos sos el famoso
Prudencio, ja! Así que vos fuiste el suertudo que le pudo poner el lazo… ¿Quién hubiera dicho, eh? No por vos, ¿eh?
Tenés pinta de jornalero, pero debés cargar muy groso para que Jordy se aparque
en este palenque… jajaja!
Era joven y bruto, y
parecía buena persona. De esos muchachos que no toman conciencia de cuando se
desubican.
—Mirá que era brava la
Jordy, ¿eh? ¿Cómo hiciste? Yo siempre la quise enganchar para algo serio… La
gauchita que mejor coge de todo Alce Viejo, sí, señor. Mirá que cogió con
todos, y todos dicen lo mismo. No te ofende, ¿no? Me dijo la Jordy que no tenía
secretos con vos…
—Emmm n-no, no, pero
preferiría que…
—¡¡Lo que coge esa mujer,
por Dios!! Yo le entré un par de años,
te habrá contado. Como todos, o sea, cada tanto, como todo el mundo. Pero me
enganché un poco, además de hermosa es muy buena mujer, muy inteligente… Así
que aunque me la haya cogido un montón de veces, un poco te envidio, Prudencio…
—S-sí, gracias… creo…
El viaje no duró más de
cinco minutos, que me parecieron cinco horas. Emilio no paraba de hablar de mi
Jordy y de cómo se la garchó medio pueblo. Y de cómo y cuántas veces se la
garchó él. No se daba cuenta que me estaba humillando, que me molestaba con
tanto detalle y dato… y que inexplicablemente me había provocado una erección.
Llegamos y me sorprendió la
familiaridad y confianza cuando se saludaron él y mi esposa. Se saludaron muy
animadamente, aunque sin extralimitarse con nada. Bueno, la ropa de Jordy
estaba un poco extralimitada, por aquello de que casi no tenía ropa decente.
Estaba hermosa y como de costumbre, súper sexy, con un conjuntito de top y
short de algodón ceniza claro, que para cualquier mujer sería un pijama pero
que mi Jordy usaba de diario delante de todos los vecinos. El short le ajustaba
como una media y se le enterraba en el culazo, que lucía en todo su esplendor;
no había manera de que no se me parara el pito cuando la veía con eso, tan
suelta de cuerpo y a los besos.
Llevé los dos canastos de
ropa a la habitación mientras ellos se quedaron charlando como los amigos que
eran. Al regresar, mi sorpresa fue que la mudanza de Emilio no era una mudanza,
sino un transporte. Que si quería que la cama de una plaza termine en la
piecita de servicio, debía llevarla yo.
—Ay, mi amor, no pasa nada,
si el mueble está desarmado… —Jordy me hablaba tomando un brazo de Emilio, en
gesto amistoso—. Él no puede, tiene una hernia en el disco que se hizo… —se
frenó y comenzó a reírse—. Ay, mejor no te digo cómo se hizo eso —y luego a
Emilio, que le festejó el recuerdo— ¿Te acordás de la fiesta en la quinta de
Lobos? ¡Jajaja! Mirá que traer a ese negro y esas dos brasileras… Eso te pasa
por hacerte el supermacho…
Y “el supermacho” le
festejó la referencia, y de pronto los dos estaban hablando de vaya a saber
qué, seguramente tonto, pero suyo, propio, y acto seguido se olvidaron de mí y
yo me quedé parado con un larguero de la cama.
Y me fui a la piecita para seguir
la mudanza.
Pero al volver ya no
estaban allí, en la vereda. Ni Jordy ni Emilio. Me pareció raro porque no había
oído las risas entrar a la casa. Tomé el otro larguero y entré nuevamente, esta
vez mirando a un lado y otro tratando de encontrarlos en alguna de las
estancias que se repartían desde el pasillo. En el living no estaban; en la cocina,
tampoco. En la habitación matrimonial no había manera de saber, la puerta
estaba cerrada. ¿Pero estaba así o la habían cerrado ahora?
Entré a la piecita de
servicio y dejé el segundo larguero. Salí. Fui atrás, al lavadero. Nada. Me
asomé al patio trasero. Tampoco. A unos metros había un galponcito pequeño con
trastos, pequeño pero lo suficientemente grande para que se metieran dos o
tres. No, allí no estarían. ¿Para qué? Pero entonces debían estar en la
habitación principal. Me negaba a creer eso, Jordy había cambiado, estaba
conmigo ahora porque quería dejar atrás su vida de jolgorio. ¡Ahora era una
madre!
Pasé por la puerta de la
habitación principal con paso lento y silencioso, tratando de escuchar si de
adentro se oía algo. Nada. Me frené. Escuché mejor. Nada. Apoyé la oreja. ¿Un
jadeo? No, no. Era la copa de un árbol afuera de la casa, moviéndose con el
viento.
No entré. Entrar
significaba sospechar de mi Jordy, y yo no sospechaba de mi Jordy. Ella había
cambiado. Esperaba a mi hijo. Estarían en la vereda o al lado de la camioneta,
habrían ido a comprar un chicle al kiosco o algo así.
No.
Tomé el cabezal de la cama
y entré a la casa nuevamente.
Lo mismo. Silencio aquí y
allá. Aunque las copas de los árboles hacían más ruido. Es que se había levantado
viento. A la vuelta me detuve sobre la puerta de la habitación. No podía decir
que escuchaba un jadeo. Pero tampoco había silencio absoluto. Me arrodillé y me
asomé por la cerradura. Adentro no se veía a nadie. Aunque la vista no daba a
la cama, apenas si se veía una esquina.
Me sentí mal por ser tan desconfiado, ¡parecía un marido cornudo!
Fui a buscar el elástico y
en otro viaje el resto. Nada. ¡Nada, nada y nada!
Antes de ponerme a armar la
camita puse otra vez mi oreja en la puerta de la habitación matrimonial. Estaba
ese rumor indefinido. Corrí entonces la oreja para la luz que se hace entre el
marco y los postigos y el rumor se hizo más fuerte. Sí, había un arrullo de
árboles, pero esta vez me pareció más que nunca escuchar jadeos contenidos, o
tal vez ni eso, respiración contenida, como si alguien estuviera haciendo algo
procurando no despertar sospechas a nadie. Iba a entrar. Tenía que entrar. Iba
a hacerlo. Toqué el picaporte. El pecho se me aceleró hasta salirse del
corazón. Giré un cuarto de vuelta, tal vez menos. Y me quedé.
Era el viento. Tenía que
ser el viento en los árboles, si hasta era la época. Decidí ir a terminar la
cama y en tal caso sí, cuando ya finalizara, la buscaría en serio por todos
lados, porque ya me empezaba a preocupar.
Diez minutos después
finalmente abrí la puerta de la habitación. Había escuchado ruidos claros esta
vez. Y no solo ruidos. Risas, palabras, un golpe sobre un mueble. Entré. Y sí,
estaban ahí. Emilio sobre la cama, y Jordy de pie, entre la cama y el placar.
Estaban vestidos los dos, y la cama estaba hecha, aunque muy desprolija por los
movimientos de Emilio ahí arriba. Jordy subía y bajaba unos cajones y Emilio le
indicaba dónde le gustaba más. Como Jordy estaba en ese short de escándalo que
se enterraba entre las nalgas, cada vez que bajaba Emilio la miraba con gula,
supongo que imaginándosela en bolas delante suyo, aunque la verdad con esa ropa
había poco que imaginar. No me molestó, hasta me sentí aliviado. Los últimos
cuarenta y cinco o cincuenta minutos pudieron haber estado cogiendo mientras yo
me hacía la mudanza y sin embargo habían estado allí acomodando mi ropa y
viendo en qué cajones ponerla. Aunque cuando Jordy me saludó con un piquito en
la boca tenía un gusto raro, nada me hace sospechar que allí pasó algo. Sería
descabellado, sin sentido. ¿Qué mujer va a acostarse en la habitación principal
con un ex macho teniendo a su marido pasando por la puerta a cada rato para
armar su propia camita en la habitación de servicio?
Esa noche estrenamos
nuestro nidito de amor. Jordy quería a toda costa que me tomara la pastilla,
pero insistí en que no podía, que el médico me había dicho que su uso podía
generar cáncer.
“Cáncer de cuernos”, pensé.
Jordy se puso de mal humor,
casi como una nena, pero finalmente aceptó que lo hiciéramos.
Y fue mágico.
Bueno, tal vez esté
exagerando.
Ella tomó un libro de
nombres para el bebé y se arrodilló como las otras veces, culo en punta y codos
apoyados en la cama, leyendo. Y yo atrás, bombeando como un pajero confundido.
Fap fap fap fap el sonido
de mi panza en su culazo era como música para mis oídos. El sonido de las hojas
del libro pasando de nombre a nombre, no tanto.
—¿Y si le ponemos Emmanuel?
Fap fap fap fap…
—¿Otra vez con Emmanuel…?
Ahhh… —jadeé—. Ya lo homenajeamos haciéndolo… Uhhh… padrino, mi amor…
—Sí, tenés razón. Podríamos
ponerle Don Perno.
—¿Cómo le vas a poner así a
un bebé?
—Es que don Perno también
ayudó mucho, Prudencio. Te dio un trabajo, nos hizo un lindo regalo, me
ensanchó antes de que me agarrara por primera vez Emmanuel, todavía no ejerció
su derecho de pernada…
—¿Qué? ¿Qué tiene que ver
que te ensanchó para Emmanuel? ¿Cómo que te ensanchó? ¿Y eso que tiene que ver
con nuestro hijo?
—Prudencio, no te pongas
celoso al cuete. Don Perno me surtió mucho antes que Emmanuel. Cuando el viejo
ya me había usado lo suficiente, es decir, probado, me pasó a su hijo y sus
amigos… sin dejar de darme cuando quería, obvio… Me seguía llamando cada dos
por tres, pero ya no todos los días. Es que a medida que se fueron casando los
jornaleros, naturalmente fue agrandando su harén de novias o esposas…
—¿Pero qué tiene que ver
todo eso con nosotros, Jordy? Pareciera que lo estás diciendo para provocarme…
—Porque gracias a que me
pasó a Emmanuel, terminé conociéndote a vos, mi amor… ¿Y me parece a mí o se te
puso más dura?
—¿Qué? ¡No! ¿Más dura?
¿Cómo se me va a poner más…? Jordy, seguí leyendo los otros nombres de bebé,
que quiero seguir cogiendo de manera normal como cualquier pareja…
Desde ese día, mi vida fue
distinta. Iba a trabajar contento, sabiendo que tenía una de las más hermosas y
exuberantes mujeres de Alce Viejo. Y de las más deseadas. Aunque también, de
las más probadas, porque en su pasado la habían recorrido todos. Esto me daba una
emoción dual, de orgullo y humillación a la vez. Disfrutaba de los cuernos que
les ponían a mis compañeros jornaleros. Por alguna razón desconocida, desde mi
matrimonio comencé a sentir cierta excitación morbosa cada vez que venían a la
chacra las esposas de los cinco cornudos conscientes a hacerse remachar por el
Emmanuel o los amigos. Antes me daban lástima o simplemente ignoraba todo el
asunto. Ahora, en cambio, me solazaba con la aparición en carne y hueso (en
general más carne que hueso) de la que le tocaba ese día, convenientemente dos
horas antes de la salida de sus esposos. Las observaba bien: la ropa y las
maneras seductoras para con los chicos. Prestaba especial atención a cuando una
esposa venía hasta nosotros a saludar a su marido, como si estuviera allí para
esperarlo a que salga de trabajar, para luego regresar a la casona donde la
esperaban siempre de tres a cinco de los hijos de los otros patrones. Y luego
observaba al cornudo del día, que debía seguir trabajando dos horas más hasta
las seis, mientras su mujer era remachada de verga en una cama de cuatro plazas
a cincuenta metros o menos. Cada día, de cuatro a seis —porque esto se repetía
de lunes a viernes, un día con cada esposa— yo vivía al palo.
Eran días de excitación y
emociones intensas y, sin embargo dispares. Porque cuando don Perno me llamaba,
mi alma se me iba al piso temiendo que me reclamara el famoso derecho de
pernada, que hasta ahora había aplicado a cada uno de sus jornaleros, incluidos
los que no eran cornudos conscientes (haciéndolos cornudos conscientes solo esa
vez). Así que iba a la oficina de la casona como un condenado va a al cadalso,
cabizbajo y angustiado. Y entones me pedía esto o aquello, o que me cuide con
tal o cual cosa que hacía mal. El alma me venía el cuerpo, aún cuando me cagaba
a pedos por errores del trabajo. Aunque mientras me hablaba era difícil
concentrarse en lo que decía porque desde la habitación principal venían
clarísimos y fuertes los gritos de la puta del día, cogida habitualmente por
cinco muchachos. Daba gracias a Dios que don Perno no me exigiera cogerse una
vez a mi Jordy, y rogaba en el mismo rezo para que nunca lo exigiera. Quizá que
se la hubiera cogido por años era de algún modo una cosa positiva.
Pero a la noche, en casa,
la cosa no era tan divertida y emocionante como en el trabajo. Cada vez que
proponía coger, Jordy encontraba una excusa para no hacerlo. Que le dolía la
cabeza, que no tenía ganas, que estaba con la menstruación… Pasaban los días y
no lo hacíamos nunca. Hasta que finalmente me dijo la verdad. Su temor era que
la penetración hiciera daño al bebé.
Era razonable. Pero también
estaba embarazada cuando se la cogieron los otros cinco hijos de puta en
nuestra noche de bodas, y ella feliz como gallina con dos culos. Así que aproveché
que a la noche siguiente cayó Emmanuel de visita, para probar si me decía la
verdad o no.
Se me había negado doce
noches seguidas, y en la cena, chocando copas con ella y el Emmanuel, dije que
había encontrado una pastilla y que podía usarla esa noche. Y esta vez la muy
puta me dijo que sí. Sin rodeos, sin dudas, sin otra cosa que deseo y chispas
en sus ojos, que por alguna razón me pareció que se encontraron con los de
Emmanuel.
Así que esa noche pasaron
dos cosas: una mala y una buena. La mala es que, haciéndose pasar otra vez por
mí, el Emmanuel me la garchó hasta las seis de la mañana como un poseso. La
buena es que descubrí que no era por el bebé o el dolor de cabeza, era porque
sin la pastilla mi pijita para ella era… bueno, una pijita.
Pensándolo bien, las dos
noticias eran malas.
Esta segunda vez que mi
amigo se la cogió toda la noche, ya nos manejamos como un equipo. Él se prendía
a las ancas de mi mujer, penetrándola sin piedad y hasta los huevos,
ensanchándola y sacándole gemidos y gritos de placer, amén de unos cuantos
orgasmos, y yo me ubicaba a la altura de la cola de ella, no para ver en primer
plano cómo la verga venosa taladraba una y otra vez la conchtita de Jordy, para
nada, sino para hablarle a mi mujer desde esa posición y que ella creyera que
el que se la cogía era yo. Igual que aquella noche, funcionó, aunque también
sucedió esa cosa inexplicable de ella hablándome como si yo fuera el Emmanuel:
“Qué buena pija tenés, hijo de puta, no pares de cogerme… No pares de cogerme
hasta llenarme de leche para el cuerno…”.
Jordy y su obsesión de
jugar papeles de rol…
Luego de esa noche, otra
vez a negarse, y entonces un día entró en razones de que no me podía estar
negando el sexo por no tomar la pastillita que me agrandaba la pija… o mejor
dicho, por el bebé (que era su excusa). Una noche que se había acostado con un
babydoll transparente y se le veían los dos globos que tiene por pechos, y la
bombachita enterrada hasta violarla, me agarró tal calentura que me puse pesado
e insistente como nunca. Es que desde que nos casáramos, aunque ella no lo
supiera, se la habían cogido ya nueve veces, entre cinco tipos distintos, y yo
apenas una sola vez.
Por suerte claudicó.
—Está bien, cabeza dura —me
dijo una noche en que yo había comenzado a masturbarme disimuladamente contra
sus muslos— . Mañana mismo vamos a un médico y le consultamos si es bueno para
el bebé que vos me cojas todos los días.
—Ya te dije que mi médico
se fue del país a un simposio —volví a mentir—. Puede regresar en meses.
—Yo conozco a uno de
confianza. El doctor Ramiro.
El doctor Ramiro me sonaba
de nombre. En el pueblo escuché que solía cogerse a la modelo internacional
Paloma, cuando apenas era una nena escuálida y andaba de novia con un chico de
acá. Aunque con seguridad eran mitos de pueblo, igual no me gustaba: tenía fama
de pijudo y mujeriego.
Así que el viernes después
de mi trabajo fuimos al consultorio del doctorcito. Nos puso en un turno
después de hora, a continuación del último paciente. Nos encontramos en el centro
de Alce Viejo y al verla me asaltaron las dudas. Le había pedido que no se
vistiera muy puta, que era de día, que íbamos a un médico, bla bla bla. ¡Y me
cumplió! Pasa que no importa lo que se ponga Jordy, es verla y querer
arrancarle la ropa para garchársela. La pobre se fue con una minifalda
cualquiera y una remera. Y en zapatillas y con gorrita, que para ella era casi
como ir de pordiosera. No pude decirle nada, pero me angustió a cuenta la certeza de
que el doctor Ramiro me la comiera con los ojos y hasta la manoseara un poco, con
la excusa de una revisión de rutina.
Casi al llegar tuve la mala
idea de preguntar a Jordy:
—¿Alguna vez… tuviste algo
con este doctor Ramiro…?
—¿Algo…? ¿Cómo algo? Me
atiende siempre que lo necesito, si a eso te referís.
Me resultaba algo indefinida
esa respuesta.
—Te pregunto si alguna vez…
en fin… intimaron…
—Ahhh… Sí, obvio,
Prudencio. En los últimos años me garchó mil veces.
—¡Jordy! ¿Hay alguien en
Alce Viejo que no te hayas cogido?
Jordy pensó unos segundos.
—Sí, mi amor: todos los
cornudos del pueblo.
Apenas entramos, nos atajó
la recepcionista (que también era secretaria y hasta enfermera), una vieja
avinagrada con gesto severo que nos juzgó con la mirada, como si mi mujer fuera
una puta y yo un flor de cornudo consciente. Llevaba una cartera en la mano y
un abrigo enganchado del brazo, dispuesta a salir. O huir.
—El doctor está terminando
de atender. Me pidió que los ubique en este último turno para darle a la
señorita… —y me miró a mí como si estuviera por anunciarme una enfermedad
terminal—... todo el tiempo que necesite.
La salita era pequeña, con
dos silloncitos y un asiento más largo bien mullidito. Nos sentamos allí viendo
cómo la recepcionista apagaba la computadora y el velador del escritorio, y se
iba sacudiendo la cabeza desaprobatoriamente.
Al otro lado de una puerta
con un ventanuco de vidrio esmerilado —y la leyenda DR. RAMIRO— se oían voces
de hombres y una mujer. Luego de unos minutos, salieron una señora de unos
cuarenta años, hermosa y algo sexy y un hombrecito de setenta, pequeño y con
anteojos: el farmacéutico y su esposa. Detrás de ellos salió el doctor Ramiro
consolando al farmacéutico, que parecía preocupado, y ya despidiéndolos en la
puerta me pareció que metió mano disimuladamente en la cola a la mujer, sin que
ella se quejara ni lo amonestara.
Todo esto me daba mala
espina.
—¡Hooola mi amor! —saludó
musicalmente el doctor Ramiro a mi esposa, con una sonrisa de oreja a oreja y
un abrazo amistoso ya dispuesto.
—Señora Jordy —lo corrigió
mi mujer, a modo de broma—. Te presento a mi marido, Prudencio. El que te dije
que me dejó embarazada en dos días.
El doctor me estrechó la
mano con firmeza.
—Sí, sí, un caso extraño de
embarazo express, seguramente es porque los espermatozoides del amigo son bien
machazos.
—¿Seguro, Ramiro? —preguntó
Jordy—. Porque tiene un pene así de chiquiti…
—¡Jordy!
—El tamaño del pene no
tiene nada que ver —explicó el doctor mientras pasábamos a su consultorio. Allí
había un escritorio, dos sillas donde nos sentamos Jordy y yo y, muy cerca de
la ventana, un diván enorme, que más parecía una cama para sacrificar pacientes
(como la mujer del farmacéutico) que para resolver alguna enfermedad.— Por lo
que puedo ver de Prudencio es que es un hombre serio, responsable y leal, todo
lo que una mujer como vos necesita.
—Ay, sí, estamos re
enamorados…
—Ustedes dirán…
—Lo puedo decir sin rodeos,
somos amigos, ¿no? —comenzó Jordy, y luego se dirigió a mí y agregó— Ramiro y
yo nos acostamos muchísimas veces, me conoce como pocos y sabe mucho de sexo.
Además, tiene una tranca así de gran…
—¡Mi amor, no me tenés que
aclarar eso!
—Está bien, Prudencio. Soy
médico. Soy como los sacerdotes, lo que se dice acá es confidencial.
—¡Es que es algo de lo que
no quiero enterarme!
Jordy giró otra vez hacia
el doctor.
—En fin, vos sabés lo que a
mí me gusta el sexo…
—¡¡Uffff si lo sabré!! La
de fiestas que te hacíamos con los chicos de la universidad…
—¡Doctor Ramiro!
—Perdón Prudencio, no tome
mis comentarios como una burla, es que con su mujer siempre fuimos muy compinches…
—Bueno, obviamente a mí me
gusta el sexo, pero desde que quedé embarazada de Prudencio, no es que no tenga
ganas, pero me da miedo que las penetraciones suyas le hagan mal al bebé.
—Es un temor habitual en
las primerizas, pero en la mayoría de los casos es infundado. Los riesgos de
desprendimiento de la placenta se dan en mujeres que sufrieron traumatismo de
útero, hipertensión severa o con antecedentes de abortos espontáneos o
tendencia a desgarros vaginales o anales, por miembros masculinos.
—¿Que qué?
—Seguramente usted calza
bien grande, amigo Prudencio.
—No, no, para nada. Él
tiene un miembro minúsculo, el más pequeño que he visto en mi vida.
—Mi amor, no es para tanto…
—Igual, no se preocupen,
con un examen de rutina puedo detectar si el útero y el ano corren peligro de
desprendimiento.
Toda esa cháchara médica me
dejó sin respuesta. Y sin reacción. De pronto vi cómo el doctor Ramiro comenzó
a desnudar lentamente a mi mujer, mientras ella le sonreía de una manera bastante
poco preocupada para el problema que supuestamente estaba enfrentando. Le quitó
la remerita por sobre el cuello, ayudada por ella, que levantó los brazos para
facilitarle la tarea. Luego le desprendió los botones de la minifalda y la bajó
un poquito, hasta ver que caería sola. Finalmente fue a los breteles del
corpiño, los cuales simplemente desenganchó para que caiga al piso con la
fuerza de una estocada. En apenas unos segundos mi mujer quedó en pechos
desnudos y tanguita diminuta, a los ojos del doctor y los míos, que tan solo de
verla así, hizo que me fuera al palo en un segundo. Las prendas quedaron
arrolladas en el piso y el doctor Ramiro tomó a mi esposa de una mano y giró
hacia mí para decirme:
—Espérela en la salita de
afuera, que este tratamiento va a demorar un buen rato y le puede impresionar.
Ni pasaron diez segundos
desde que me sacaron y me cerraron la puerta en la cara, que comencé a escuchar
las voces y los jadeos de Jordy.
—Ay, Ramiro, cuánto hacía…
Y luego algo que decía el
doctor, que era más difícil de entenderle porque tenía la voz más grave. En
verdad hablaban tan bajito que no estoy nada seguro de lo que escuché, mi
imaginación pudo haber agregado mucho. Por eso mismo en más de una oportunidad
no entré a ver qué pasaba, porque en definitiva nunca estaba seguro. Los jadeos
se hicieron menos espaciados y más intensos. Al principio me había sentado en
la butaca mullida, pero cuando los jadeos de mi mujer se transformaron en
gemidos me levanté y me asomé a la puerta. El cuadrado de vidrio esmerilado no
me dejaba ver más que sombras que se movían como fantasmas, sin advertir quién
era quién, mucho menos qué sucedía.
Bueno, lo que sucedía ya lo
sabía: el doctor le estaba haciendo el examen a mi mujer. Y a juzgar por los
gemidos, las voces medio indescifrables que se filtraban y algunos movimientos,
podría decir que el examen involucraba los pechos de Jordy. Me dije a mí mismo
que era natural, la maternidad tiene que ver con amamantar y todo eso. Hoy
pienso que creí lo que quise creer.
—Qué buenas tetas tenés,
hija de puta…
Y las sombras se movían más
o menos a la altura de Jordy. Bien podía ser que el doctor se las estuviera
masajeando para notarle algún quiste… o chupando. Por supuesto era lo primero.
No puedo culpar a Jordy por sus gemidos, si una doctora les masajeara el pitito
en busca de una protuberancia, se les pararía, ¿no?
De pronto la sombra de la
que tal vez fuera mi mujer se acortó y quedó a mitad de altura de la otra
sombra. Algo se estiró hacia ella y escuché el gemido de un hombre.
—Ohhh síííí...
La sombra ahora más corta
comenzó a cabecear.
—Así... Tragá, Jordy...
Tragátela toda...
Sí, todo eso me daba
sospechas de algo malo, pero en el momento me convencí de que le estaría dando
algún remedio por vía oral.
—Mmfffggghhhh...
—¡Sht! ¡Sht! Todita. Todita
hasta la base, como siempre.
—Mmggghhh...
Y se ve que mi mujer se
tragó el comprimido completo porque el doctor aprobó.
—Muy bien... Ahora sí...
Ahora podés respirar...
Y Jordy:
—Ahhhh...
Vi la sombra corta
sacudirse hacia atrás y escuché el jadeo de mi mujer desesperado, como tomando
una bocanada de aire. Pero esto duró un segundo, enseguida otra vez a cabecear.
—Uy, mi amor... parece que
el matrimonio te tiene necesitada...
Traté de asomarme por la cerradura
y cuando me agaché se me cayeron unas monedas del bolsillo de la camisa.
Mientras me demoré en juntar las moneditas escuché claramente a mi mujer:
—Ahhhh... Por Dios, qué
grueso... Me lo vas a ensanchar otra vez...
Y al doctor:
—Este culo se merece un
tratamiento a fondo.
Para cuando me asomé por la
cerradura, habían cambiado de lugar y ahora estaban sobre el diván junto a la
ventana, mi mujer con la tanguita arrollada a mitad de muslo, culo en punta,
entregada por completo a la voluntad del doctor, y el doctor con sus pantalones
por los tobillos, entrándole verga por el culo de manera lenta pero
ininterrumpida.
Me la estaba cogiendo.
Peor: me la estaba enculando. Pestañeé incrédulo y sentí mi corazón acelerado
como nunca. Esto ya no era una idea, una sospecha o las presunciones de mis
compañeros jornaleros. Tampoco era que ella no sabía que se la garchaban otros,
como en nuestra noche de bodas. Acá lo estaba viendo yo: mi mujer estaba arriba
del diván, arrodillada, recibiendo un bombeo de pija del doctor Ramiro, que la
tenía tomada con una mano de la cintura y la otra se le iba patinando hacia una
nalga, conforme iba más adentro cada estocada de verga.
No entendía por qué. Ella
había venido a mí, no tenía necesidad de casarse conmigo si quería seguir de
fiesta en fiesta. Aunque claro, el que le había hecho el hijo era yo.
—Jordy... ¿Q-qué te están
haciendo...? —pregunté con un nudo en la garganta.
Del otro lado de la puerta
hubo un segundo de silencio, y enseguida retomaron el bombeo.
—Ahhh... Me está... ahhh...
Está revisando si soy propensa al desprendimiento de no sé qué...
—Te noto angustiada, mi
amor —le mentí—. Dejame entrar para estar con v...
—¡No! —me cortó el doctor
Ramiro— No entres, cuerno, que te vas a impresionar.
Y luego escuché la voz de
Jordy, más baja, hablándole solo a él, pero muy clara para mí:
—Dejalo así se va a
acostumbrando al matrimonio...
Otro segundo de silencio,
esta vez sin retomar ningún bombeo. Y Jordy hablando fuerte para mí.
—Está bien, mi amor, entrá,
pero no te dejes llevar por la primera impresión. No es lo que parece, ¿eh? ¿Me
lo prometés?
Apenas se lo prometí
recomenzó el bombeo y yo giré lentamente el picaporte. Al entrar, dos cosas me
impactaron: el sonido a cogida, ese fap fap horrible de la cola de tu mujer
contra la panza del que se la clava, y el chup chup de la pija entrando y
saliendo de su culo. Fue como una cachetada. Aunque verlo fue peor. Por la
cerradura era una cosa, pero estar a un paso de tu esposa desnuda y de culo en
punta siendo sodomizada por un cerdo hijo de puta no hay manera de que no te
pegue como una bolsa de cemento en la cara.
—¿¡Qué carajo!?
—Prudencio, ya sé que
parece que me estoy cogiendo a tu mujer —dijo el doctor sin dejar de bombearle
el culo ni por un segundo. Jordy estaba con la cara hundida en el diván, o
sufriendo la vergüenza de la situación o disfrutando como una condenada—. Pero
no hay otra manera de comprobar la adherencia de los tejidos.
—¡Pero qué adherencia! ¡Jordy,
te está cogiendo!
—No, mi amor, es la única
manera. Es como cuando el proctólogo te mete un dedo en el ano para revisarte
la próstata. ¿Vas a decirme que sos homosexual?
Eso me confundió un poco,
no voy a negarlo. Igual, toda la situación me hacía ruido.
—¡Es distinto! Bueno, no sé
si es distinto, pero tiene que ser distinto. Además este tipo te cogió durante
años, y a mí ningún proctólogo me cogió nunca.
—Si es por eso puedo llamar
a un colega que no se haya cogido nunca a tu mujer para que le revise los
tejidos...
—¡No!
—Mi amor, no te pongas
paranoico. Además en un ratito te toca inspeccionarme a vos.
La sola mención de la
posibilidad de que yo le hiciera eso que le estaba haciendo el doctor Ramiro,
aunque fuera algo médico, me la puso de piedra y me sacó de eje.
—¿En serio?
—Sí, Prudencio —intervino
el doctor—. En cuanto acabe acá con tu mujer vos me tenés que ayudar haciendo
lo mismo.
Dejé de pensar que me la
estaba cogiendo, aunque me la estaba cogiendo. A medio metro mío.
—Vení, mi amor —me pidió
Jordy, muy amorosa conmigo, como pocas veces—. Dame unos besitos mientras el
doctor me va acabando... el tratamiento...
Fui con mi mujer y me junté
con ella, rostro contra rostro, y tomándole las manos. El bombeo del doctor le
hacía mover la cabeza y los hombros, pero nuestros labios se encontraban igual,
como dos enamorados. Desde mi posición no podía ver bien la verga del doctor
entrando, o sea que no podía saber a ciencia cierta si le iba a acabar adentro.
Calculaba que no. No había ningún sustento médico para eso, me dije. Por las dudas:
—No se le ocurra —le
advertí.
Y el doctor, jadeando,
bufando, con los ojos más cerrados que abiertos y la cabeza inclinada un poco
hacia arriba, respondía lacónicamente.
—No, Prudencio, soy un
professs... ohhh... soy un... uhhh... tranquilo, cuerno... ahhhh...
—¡Doctor, no le acabe
adentro, no sea hijo de puta!
Quise soltarme unos
segundos de las manos de Jordy pero no me dejó, obligándome a quedarme con
ella.
—No me va a acabar, mi
amor. Esto no es algo sexual, es por nuestro bebé.
Pero el doctor seguía ya no
solo meta bomba y bomba sino que había acelerado, hundía cada vez más los dedos
en las nalgas de mi Jordy y de a poco se iba subiendo sobre el diván para
penetrar más fuerte y más hondo todo ese culo redondo, grande y solo mío.
—Tranquilo, cuerno, que no
te la voy a llennn... ohhh... uhhh por Dios...
—¡Doctor, se lo suplico!
—Prudencio, no seas pesado,
que el doctor te respeta bastante.
Y de pronto el doctor entró
como en un trance y murmuró a mi mujer:
—Ahí va, bebé, como en los
viejos tiempos...
Y mi mujer, en un murmullo
casi inaudible.
—Ay, sí, Ramiro...
Y entonces el doctor se
puso tenso como el cuero de un tambor, se mordió fuerte los labios y ni gritó
ni vociferó, pero en cambio gimió un “mmmmm...” que más que un gemido parecía
que se estaba aguantando un latigazo.
Jordy me tomó de la cara
para zamparme un beso de esposa enamorada.
—Mi amor, besame mientras
el doctor Ramiro me acaba con el tratamiento.
Fue el mejor beso que me
había dado Jordy hasta ese día. Fue un beso apasionado, verdadero, lleno de
magia. Aunque la cabeza se le agitaba por la serruchada del doctor, el beso se
sintió como el de una película.
—Mmmmmffff... —seguía
Ramiro. Y mandaba estocadas largas, ya sin bombear, como queriendo entrar
dentro de Jordy hasta la cintura.
—Doctor, ¿le está acabando?
Me había zafado del beso
por un segundo porque salvo por los ruidos todo indicaba que me la estaba
llenando de leche.
—No, cuerno, no... —y
seguía clavando a mi mujer a pijazos lentos y profundos, blanqueando las nalgas
de mi mujer por la presión de sus dedos.
Jordy volvió a tomarme del
rostro.
—Besame, Prudencio, por lo
que más quieras, ¿no ves que te necesito en este momento?
Fue como una frase mágica.
La besé con toda mi alma y mi cuerpo y me olvidé del doctor y si le estaba
acabando o no (que por supuesto no). Solo la besé y disfruté, y ella se ve que
también porque —me di cuenta— tuvo como un orgasmo silencioso.
Cuando el doctor dejó de
moverse se aflojó, abandonó todo rasgo de dureza y volvió de a poco a ser el de
siempre. Sacó el vergón del culo de mi mujer y aunque quiso escondérmelo, me
pareció vérselo brilloso de semen. De la cola de mi esposa salía un hilo de
líquido blanco, y todo el orifico estaba detonado. Abierto, hacia afuera, pero
sobre todo, estirado.
—¿Ahora me toca a mí? —pregunté
ansioso.
—En un minuto.
El doctor se sentó en el
diván; tal vez de verdad no había acabado porque la tenía grande y dura como la
de un toro. Tomó a mi mujer de la cintura y la sentó sobre él, de frente, de
modo que quedaron cara con cara (o mejor, cara con pechos). Jordy se acomodó y
en un segundo comenzó a subir y bajar lentamente, moviendo apenas la cola
cuando bajaba, como para que la verga del doctor la rozara más al entrar en su
conchita.
—¡Doctor, me la está
cogiendo otra vez!
—Tengo que medir lo mismo
en el útero, Prudencio. Si me va a corregir cada cosa que hago por su mujer,
entonces tal vez el médico sea usted.
—Prudencio, no seas
histérico y aprovechá que el doctor te deja entrarme por atrás...
Otra vez me olvidé de todo.
Como estaban cogiendo —o en
tratamiento— sentados, el culo de mi esposa quedó hacia afuera, regalado para
el que estuviera. Y el que estaba era yo. Tuve que agacharme un poco por la
altura. Mientras Jordy se cabalgaba el pedazo de pija de ese doctor hijo de
puta, yo la tomé de la cintura y arrimé mi pitito.
Y la metí.
Y le di bomba.
¡Y carajo! No sentía una
mierda.
Estaba tan dilatada que no
tenía fricción. Lo que sí tenía era líquido pegajoso por toda mi pijita. Seguí
bombeando, pero nada.
—Dale, Prudencio, no seas
tímido... —me animó Jordy.
—¡Te estoy cogiendo desde
hace un minuto!
—Ay, sí, mi amor, ahora te
la resiento.
¿Qué carajos?
—Jordy, no me mientas, si
ni yo te siento.
Ella seguía cabalgando el
vergón del doctor. Y lo miraba a los ojos mientras subía y bajaba ese mástil de
carne.
—Sí, te la re siento...
Así... Hasta el fondo...
—¿Mi amor, seguro me
sentís? —casi imploré. Para sentir algo, yo tenía que llevar toda mi pijita
hacia un costado.
—¡Qué pedazo de pija...! —decía—.
¡Qué pedazo de pija que tenés, por Dios! —Lo miraba al doctor a los ojos pero
me hablaba a mí, por supuesto. ¿No?—. Cómo me llenás...
Yo seguía bombeando como un
monito desquiciado. Si no fuera por las palabras de mi esposa, me hubiera dado
la sensación de que ella tampoco me sentía.
—Ay, cómo me voy a seguir
cogiendo esta pija durante todo el matrimonio... Dame más fuerte... ¡Metémela
hasta los huevos!
Y yo, acelerando el bombeo:
—Sí, mi amor, síííí...
Seguimos así un buen rato
más, ella pidiéndome más pija y que se la mande hasta los huevos, aunque yo no
la sentía, y el doctor Ramiro en situación de tratamiento enterrándole verga
gruesa y venosa hasta la garganta, haciendo base en cada estocada y tintineando
los huevos cada vez que ella se dejaba caer sobre la pija para que la gravedad
haga el trabajo. Y fue igual al final, cuando me tocó acabar. Me lo pidió como
una poseída por Satán, incluso en eso de decir incoherencias.
—¡Sí, llename de leche otra
vez! ¡Llename de leche y dedicáselo al cuerno!
No voy a decir que no
sospeché que le hablaba en clave al doctor Ramiro, pero en ese momento me vino
la leche y me olvidé hasta de cómo me llamaba.
De lo que no me olvidé ni
me olvidaré es de cómo terminó esa consulta médica, media hora después, ya
vestidos y saliendo del consultorio.
—Por lo que noté de los tejidos de Jordy no es muy conveniente
que hagan el amor ustedes dos, lo prioritario es cuidar la salud del bebé.
—Pero doctor…
—Prudencio, no seas
chiquilín, acá el que sabe es él.
—Mi recomendación es que
por estos nueve meses Prudencio se mantenga abstinente mediante autegsetión.
—¿Qué?
—Que se mate a pajas.
—No podemos estar nueve
meses sin hacerlo.
—Traten de evitarlo, no es
que esté prohibido. Pueden hacerlo cada tanto con una penetración mínima, no
sé, ingresando sólo el glande y moviéndose lentamente, sin la furia habitual de
un acto normal. Y por supuesto, vos Jordy, tenés que venir acá una vez por
semana para hacerte el seguimiento médico.
Regresamos a casa, ella muy
sonriente y cogida por el culo y por la concha, o tratada médicamente, y yo
bastante preocupado porque el futuro se preveía gris oscuro, con poco sexo para
los próximos nueve meses.
Así las cosas, y como venía
la mano, sólo veía tres caminos, que aún no sabía cómo decantarían:
OPCIÓN A: Seguir como si
nada, simplemente llevarla a los médicos y otras actividades pertinentes al
embarazo, dejando que a mi Jordy se la sigan garchando y haciéndome el que no
me doy cuenta que me hace cornudo.
OPCIÓN B: Volver al plan de
simular la ingesta de la pastilla especial y que tomen mi lugar machos pijudos,
con Jordy vendada sin darse cuenta del truco.
OPCIÓN C: Igualarme a los
jornaleros. Aceptar que Jordy me estaba haciendo cornudo como lo hacían con todos mis
compañeros, y sincerarme con ellos, pedirles consejos y tratar de reducir las
infidelidades de mi esposa al ámbito laboral (que me la cojan los hijos de los patrones y don Perno), como es lo normal en este trabajo.
Esta vez no hay que ayudar a Prudencio, pero elegiremos qué rumbo llevará la historia.
Sólo debés escribir en los comentarios OPCIÓN A, B o C, con tu nombre o seudónimo abajo, como si lo firmaras.
En caso de empate, los votos logueados valen más.
El tiempo para votar es de una semana. Yo sigo medio complicado de tiempos, así que una vez que la cosa esté decidida, realmente no sé cuándo voy a poder subir la continuación. Trataré de hacer el próximo relato más breve, como los primeros. Quizá eso ayude ;-)
Hasta el próximo relato!
12 COMENTAR ACÁ:
Opcion B
opcion A.Me encanta cuando se besan mientras la analizan. ERES UN MAESTRO!
Hola Rebelde. Magnifico relato. Esa escena de nuestro viejo joven amigo Ramiro dandola y el cormudo intentando acabar es puro oro. La verdad es que es la primera vez que no tengo claro que me gustaria, estoy entre la A y la B, quizas la A pero no se...jaja..GRACIAS
Me encanta esta historia. Muy morbosa y muy divertida a la vez. No veo la hora de que continúe.
Mi voto es por la opción B.
Carlos, desde Colombia.
A Jordy solo no la han cogido "todos los cornudos del pueblo"... los jornaleros... hay que cambiar-lo! Además será Prudencio el mayor cornudo de todos... y Jordy la más puta!
Hay que sincerar-se con sus compañeros de trabajo e hacer com que se ocurra...
OPCION C. ;)
Que te mejores pronto!
Cat
Opción C
Apoyo la moción de Cat. Prudencio, el más cornudo de los cornudos. Hecho cornudo hasta por los cornudos.
Y Prudencio intentando pero sin éxito que sólo se la cojan en el trabajo.
La OPCIÓN C no incluye que se la garchen los jornaleros. Si ni siquiera se pueden garchar a sus propias mujeres, mucho menos a las otras.
Como a las esposas de los otros jornaleros, a Jordy se la garcharían los hijos de los patrones, don perno, y los otros patrones. Obviamente que Prudencio no podrá evitar que también se la cojan hombres de fuera del trabajo.
Grande Rebelde..cada vez mejor....en lo personal opcion C...humillacion cornuda sin dudas.
Algunas partes que son para el oscar...
Jordy me tomó de la cara para zamparme un beso de esposa enamorada.
—Mi amor, besame mientras el doctor Ramiro me acaba con el tratamiento.
Fue el mejor beso que me había dado Jordy hasta ese día. Fue un beso apasionado, verdadero, lleno de magia. Aunque la cabeza se le agitaba por la serruchada del doctor, el beso se sintió como el de una película.
Y que Prudencio mude una cama de una plaza...magnifico.
SALUDOS VIKINGO MIRON
Opcion A. Que se la sigan garchando todos los del pueblo, por segunda , tercera y ... vez (ya antes se la habian garchado todos menos los cornudos) y tambien los nuevos que lleguen o que pasen por el pueblo!!!!
Saludos, Rebelde!!!!! y gracias, como siempre!!!
opción c
Me encantó el doctor Ramiro de Leche de Engorde (mi relato favorito) y como con Paloma para un tratamiento, solo faltaba la comida de coño con semen para el cornudo.
Es fantástico cuando el cornudo está delante jajaja
Opcion C
¿Qué pasó con la novela?
Opción A.
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