—¿Y? ¿Qué decís, Prudencio?
¿Sí o no?
Le iba a decir que no. No
podía terminar esa noche en una cama con ella sin que terminara riéndose de mi
tamaño, o desilusionándose de mi desempeño, o furiosa por la estafa montada.
Así que mi respuesta era
no.
—Prudencio, ¿estás acá?
—¿Eh? Sí, sí.
Jordy sonrió como una gata
sensual, con una mezcla de alegría y libidinosidad. Había interpretado mi “sí”
como “sí, vamos a coger”. Y en verdad mi sí había respondido a su segunda
pregunta: si yo estaba ahí. Tan absorto quedé en mis pensamientos que fue como
si despertara. El problema es que planeaba decir que no, pero interpretó que
sí.
Y ahora no podía echarme
atrás, sería peor.
Pedimos que envolvieran la
comida, la breve espera fue una muestra de lo pifiado de toda la situación.
Ella contenta como una nena de ocho años, tomada de mi brazo, confiada en que
había encontrado el santo grial, y yo mudo, congelado, tiritando de frío, dije,
que en realidad era de nervios; con una taquicardia que pensé que me tendrían
que llevar al hospital.
Fuimos a su casa. La mía
era un pobre sucucho y creo que ella lo calculaba, pues no insistió nada cuando
le dije que prefería ir la suya. Entramos, había lindo clima adentro, cálido,
con unos muebles bonitos y cómodos, y una luz tenue que invitaba fácilmente a
los arrumacos. Me pregunté cuantos tipos habrían entrado a ese apartamento.
Cuantos tipos habrían disfrutado de esa calidez. O dicho de otra manera,
cuántos tipos habrían entrado en Jordy y disfrutado su calidez. No había
respuesta que me gustara, aunque pensar en los chongos que se la hubieran cogido
al menos me distrajo de lo que en minutos iba a ser un desastre. Mi mayor
desastre de toda la vida.
Picoteamos un poco de comida,
así como venía del paquete, pues algo de hambre teníamos. Y enseguida ella
comenzó. Me tomó de la cintura, me besó brevemente en el cuello y en el
instante siguiente estábamos besándonos con pasión, cruzando lenguas,
mordiéndonos los labios, manoteándonos como animales. Dios, qué increíble
cuerpazo tenía Jordy. Era un placer poner las manos en cualquier lado que
cayeran. Agarrara lo que agarrara, siempre era una sensación desbordada. La
tomé de la cintura, primero, y no me animé enseguida a moverme de allí. Ella
sí, tomó mi mano mientras me comía la boca, y me guió hacia su pecho izquierdo.
Me emocioné casi hasta las lágrimas. El pecho durito y abundante, el perfume de
ella invadiéndome los pulmones... Estaba más al palo que nunca. Jordy me quitó
el saquito y comenzó a desabrocharme la camisa. Yo aproveché y la manoseé el
otro pecho, hurgando entre el escote del vestido. Era la gloria, mírenla.
Enseguida fue a buscarme abajo y me espanté. No quería que me palpara, no iba a
encontrar casi nada, así que aproveché el manoseo mutuo y me corrí sutilmente.
Pero un minuto después fue a buscarme de nuevo. Tenía que manosearle el culazo
antes de que ella descubriera que tenía una pijita miserable. Metí mano bajo su
falda. Casi me salta la leche, pura carne de exportación. Me llené las manos
con sus nalgotas, las mismas que había visto ir y venir durante toda la noche, las
mismas con las que me había deleitado en alguna foto que me mostrara Emmanuel.
Manosear ese culo y jugar con los elásticos y la tela de su ropa interior era
el Cielo. Era lo mejor que me había pasado en la vida y que me pasaría hasta el
día mi muerte. Tan abstraído con el contacto de ese culazo estaba, que me
distraje y Jordy me alcanzó abajo.
Supongo habrá creído que no
estaba al palo, o que en el movimiento manoteó otro lado. Cuestión que no solo
no dijo nada sino que se quitó el vestido y quedó, como la ven, regalada en una
ropa interior que la hacía la mujer más cogible con la que jamás me había
cruzado.
Quedé atónito, congelado de
la emoción. Y de estar ahí con semejante mujer.
Esa distracción me costó
caro: me bajó los pantalones y el calzoncillo en un solo movimiento. Y quedé
desnudo ante ella. Tan desnudo como humillado.
—Pero… —atinó a decir, y
calló. Estaba sorprendida, se notaba en el gesto que no entendía nada, como las
víctimas de las cámaras sorpresa de la tele —. Pero… —volvió a repetir.
Me puse de un rojo
violento, casi vino. En la semipenumbra habré parecido ceniciento. No iba a
hacerme cargo. No iba a decirle nada. La humillación ya era suficiente.
—Me dijiste… —¡Yo no le
había dicho nada!—. No entiendo, me dijiste…
Me empujó suavemente sobre
un sillón y se acercó a mi entrepierna. Ya no era una gata sensual, parecía una
doctora investigando una verruguita. Abrió un poco mis piernas y se ubicó en el
medio, acercó su cara a mis genitales, y extendió su mano hacia mí.
—Fueron los chicos —fue mi
patética disculpa. Como si ella fuera a saber de lo que yo estaba hablando.
Estiró índice y pulgar hasta
casi tocar mis genitales, los abrió tomando la medida desde la base hasta la
punta. Sé que es un ejercicio básico, pero puesto así, en ese momento, creo que
tomé real dimensión de lo pequeño que lo tenía, desde el punto de vista de una
mujer. Y más de ese tipo de mujer.
—¿Qué pasó…? No digo que es
un micropene, técnicamente creo que no lo es, pero…
—Jordy, te lo pido por
favor…
—Me mentiste…
—No, Jordy. Los chicos
dijeron eso del caballo, no sé por qué. Yo nunca lo dije.
—En la cena, Prudencio…
En la cena no le había
dicho que no, era cierto. En un punto, tenía razón, le había mentido como un
idiota.
—Perdoname, Jordy, te juro
que no soy un cretino como todos los demás… Es que no supe cómo decirte que la
tenía… Bueno, vos me ves. ¿Cómo te lo iba a decir? Iba a sonar muy raro…
Jordy resopló fuerte, como
cansada, como si cien vidas le hubieran caído todas juntas, ahí. La expresión
libidinosa y los ojos chispeantes se fueron. Quedó una mujer de rostro
calculador y pragmático. Creo que mi humillación y calentura de tenerla ahí
semi en bolas no me dejaron ver que además ella olió algo de mí: miedo.
—¿Qué tan dispuesto a
formar rápido una familia estás? ¿O eso también era una mentira?
¿Qué podía responder? No lo
estaba, hasta que Emmanuel me dijo que Jordy buscaba eso. Con ella ahí
adelante, si quería le hacía una docena de hijos esa misma noche.
—Sí, estoy dispuesto. ¡Con
vos sí, Jordy! ¡Con vos, cualquier cosa!
Me miró. O me evaluó en
silencio. Seguía arrodillada entre mis piernas, yo desnudo y tiritando de
nervios, ella con su rostro a pocos centímetros. Volvió a resoplar y su aliento
cosquilleó mis huevos y mi pitito. Se me paró otra vez, aunque ella no lo notó.
Se puso de pie de un salto.
—Vamos a la cama —ordenó.
Fue algo maquinal, no había pasión. Casi se podría decir que había resignación.
Pero me la iba a coger.
Estábamos cogiendo. Estábamos
haciéndolo como animales. Bueno, yo, al menos. Transpiraba como nunca, me
movía, le hincaba las uñas en las ancas y la clavaba la pija como un animal.
Pero ella ni se mosqueba. A golpe de vista parecía que ni se había enterado que
me la estaba garchando. Es que, créanlo o no, mi pito es muy muy chico, y el
culazo de ella me la hacía difícil. Apenas si lograba llegar con dificultad a
su conchita; ya hundirlo allí era una empresa costosa. Por supuesto, lo logré,
luego de unos diez minutos de pesadilla, en los que Jordy me miraba y no
ayudaba, castigándome por haberle mentido. Como sea, logré penetrarla, y ya me
la cogía, pero que le entraran unos pocos centímetros supongo que a ella no la
conmovían.
Yo me movía como un mono en
celo, saltando sobre su culazo y transpirando la gota gorda, y ella, tirada
sobre la cama boca abajo, el torso un poco levantado, respiraba como si
estuviera navegando el catálogo de Netflix. En un momento sonó su celular, que
lo tenía al lado. Yo la bombeaba y ella simplemente estiró la mano y tomó el
teléfono. Decía Emmanuel, lo leí clarísimo. Era un mensaje de wasap. Así que de
pronto, mientras yo me la estaba garchando con furia animal, ella sin siquiera
transpirar se puso a cruzar mensajes con Emmanuel. ¿Le estaría diciendo que
estaba conmigo? Seguramente no, todo esto también la estaba abochornando a
ella.
—Jordy, si querés… —la veía
tan en otra que nada de esto tenía sentido— Si querés lo dejamos para otro día…
—No, Prudencio, dale.
Perdoname, es que me cuesta arrancar. Dale, dame duro…
—¿Seguro?
Entonces respondió otro
mensaje y dejó el celular. Giró y me dijo, sonriendo, pero no como antes:
—Sí, soy dura para acabar.
Pero me gusta que mis hombres acaben. Acabá rápido, dale. —Algo me decía que
sus palabras escondían otras intenciones— Aprovechá para manosear esta cola y
acabá de una buena vez…
Creo que me sentí peor en
ese momento que cuando me desnudó. Estaba claro, no la iba a volver a ver
nunca más.
Comencé a bombear con
furia, vengándome de mi propia mala suerte y estupidez. No sé cuántas chances
verdaderas tenía con esa mujer, pero había logrado lo de siempre: acabar con
ninguna.
—¡Dale, Prudencio, venite!
—Es que no tengo mucha
fricción, Jordy. ¡Tenés tremendo culazo!
—Los otros hombres llegan
sin problemas, Prudencio, no es la cola, son los cuatro centímetros de tu
pitito…
—Jordy…
—Dale, acabá de una vez, Prudencio.
Si querés que esto funcione, más vale que me acabes rápido.
¿Qué esto funcone? ¿Me estaba
tomando el pelo?
—Si querés lo dejam…
—¡Uy, dejá de dar vueltas, Prudencio, y acabame
que no tengo toda la noche!
A la mierda con todo,
apenas si le estaba enterrando la cabeza, algo era algo. Miré el culazo todo
regalado para mí y me desleché como un crío.
—¡Ahhhhhhh…!
Mandé el primer lechazo y
ya Jordy comenzó a moverse.
—Esperáaahhh… Ahhh...
Se salió. El segundo
lechazo (ok, lechacito) dio en su cola.
—Pará, jordy, que estoy
acabando.
—Sí, Prudencio, te re sentí
—mintió—. Me encanta cuando me acaban así, con ganas.
El tercer lechazo dio
sobre las sábanas, ella buscaba incorporarse.
—Creo… creo que ni pude
acabar adentro… Por un lado, mejor…
—Acabaste adentro.
—No sé, me parece…
—Te digo que acabaste
adentro, Prudencio. Yo lo sentí. Bien adentro me la mandaste.
—P-pero… si vos misma me
dijiste que la tengo chiquita...
—La leche me la mandaste
bien adentro, Prudencio.
—¿Seguro?
—Soy yo la que tiene
experiencia en esto, ¿no?
Me quedé en silencio y
arrodillado sobre la cama, desnudo y con mi pijita patética brillosa de semen.
Sin saber qué hacer. Ella se cubrió los pechos con una sábana y otra vez
consultó el celular. Esta vez la hora.
—Es tarde, Prudencio.
Mañana seguro tenés que ir a trabajar temprano.
—Mañana es domingo.
—Quise decir que yo tengo
que ir a trabajar temprano. ¿Te pido un remís?
—P-pero… ¿no vamos a
hablar? ¿Se terminan así la citas?
—Sí, sí, estas citas a
veces son así. Si tuvieras experiencia, sabrías.
Era obvio que algo andaba
mal, pero no iba a preguntar. Sentía que mi accionar de toda la noche era no
solo el bochorno más grande mío, sino también la peor experiencia de ella en
toda su vida. No lo había dicho; no hacía falta. Y si yo insistía en
quedarme o preguntar qué pasaba, podría salir a la luz. Y no iba a soportarlo.
—E-está bien… Supongo…
Entiendo que no quieras que nos volvamos a ver…
—¿Yo te gusto? —me preguntó
mientras me acercaba el pantalón y la camisa, para apurarme.
—Sí, obvio.
—Y querés formar rápido una
familia, ¿no? Eso es lo más importante.
Me terminé de poner todo,
excepto los zapatos.
—Está bien, no hace falta que
me digas estas cosas para no herir mis sentimientos. Entiendo que yo no te…
—Supongo que si vos querés
una familia bien rápido, y yo quiero un tipo decente y serio, lo lógico es que
volvamos a vernos… A pesar de tu… “mentirita”…
Me abrió la puerta y me
ofreció los zapatos que colgaban de sus dedos. Fue el momento más frío de la
noche, a pesar de que afuera no llegaba a los cinco grados. Eso hizo que me
detuviera un instante, sin tomar los zapatos ofrecidos. Supe que estaba en un
momento bisagra, que podía definir mi destino con aquella mujer.
Ok, la tenía chiquita. Ok,
ella era una mujer sensual y todo lo que quieran. Pero yo no había pedido esa
cita. Y yo también valía lo mío (aunque no en lo del sexo, pero no todo es sexo
en la vida, ¿no?). Así que pensé la situación por un segundo, y me di cuenta
que tenía al menos dos opciones.
OPCIÓN A: Me iba y que se
fuera a la mierda. No la llamaría nunca. No preguntaría por ella jamás a
Emmanuel o los otros chicos que se la garchaban. Si tanto quería un tipo serio,
que me llamara ella, que me buscara y que se dejara de joder con eso culparme a
mí por mi tamaño. Como si yo hubiese elegido tenerla chica. Ya le había dicho
que eso fue cosa de Emmanuel, no mía. Si quería durazno, que se bancara la
pelusa. Debía irme inmediatamente de allí
y que fuera lo que Dios quiera; había vivido sin ella hasta hoy, podía vivir sin
ella unos años más.
OPCIÓN B: El único que
podría ayudarme en esta situación, por conocerla a ella y a mí —pero sobre todo
a ella— era el Emmanuel. Debía llamarlo ahora, ya mismo, antes de irme, y
pedirle consejo. El Emmanuel sabría si era mejor irme o quedarme; y de
quedarme, cómo y qué decirle. Además, él la conocía a la Jordy, me podría indicar
si toda esta frialdad nueva era un rechazo o algún tipo de histeria de esta
mujer. De última, si lo consultaba, sentía que de una manera aunque sea
residual, en los almuerzos de los lunes lo tendría de mi lado.
¿Qué debe hacer Prudencio?
Ayudalo a tomar la mejor decisión votando una de las dos opciones.
Sólo debés escribir en los
comentarios OPCIÓN A u OPCIÓN B, con tu nombre o
seudónimo abajo, como si lo firmaras. Si estás logueado, tu voto vale más.
El
domingo 11 de Agosto a las 24 hrs se cierra la votación, y el lunes 19 se publica la continuación de la historia, de acuerdo a lo que votó la
mayoría.
versión1.5 —
versión1.5 —
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OPCIÓN A. El pobre nunca sabria como lamar a una mujer, además un mujerazo como Jordi. Es ella quien quier un hombre serio para formar rápido una família... y además el ha abusado de ella, de su confianza y reputacion, quando se ha liado con ella... Hay que reparar-lo.
Cat
A
A... no me explayo en el porque para no darte letra, :P
Definitivamente la opción B
Mi voto es por la opción B.
¡¡¡Vaya morbo de historia Rebelde!!!
Carlos, de Colombia.
A pesar de tratar de cogerla....hay una humillacion bien importante que recibe el cornudo y es deliciosa, el dialogo con ella minimizando toda la actitud de el (aparte de los 4 cm) y el cambio radical de Jordy.
Yo creo que LA OPCION B es la mejor...Emanuel es un personaje que se presta bien para la humillacion y entrar en juego.
SALUDOS VIKINGO MIRON
Opción A, Rebelde!!
Hola REbelde, acabo de llegar de un viaje y no habia entrado hasta ahora. Es un relato increible. El momento de prudencio cogiendo pero viendo deconcentrada a su futura esposa es genial. Y cuando se corre y ella se retira es maravilloso, con una carga de leche dentro es suficiente...ya te veo venir...jaja
Yo estoy por la opcion B. Debe preguntar a los expertos....
Gracias!!!!!
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