El Pueblo Mínimo: Elizabeth
Por
Rebelde Buey
Marzo de 2003
Los papeles en su mano temblaban como una hoja porque todo
él estaba al borde del colapso. Era seguro que se le iba a quebrar la voz
cuando la encarara, y no por miedo, sino por impotencia. Su mujer regresaba de
lo de su madre, aunque lo más probable era que eso fuera otra mentira. Escuchó
la llave. Escuchó la puerta abrir y luego cerrarse. Escuchó los pasitos de taco
alto y apareció ella, Elizabeth.
—Hola, mi amor —saludó muy feliz su esposa, y
enseguida cambió el semblante y tono al ver a su marido sentado en el sillón viejo
del livingcito, con dolor en el rostro—. ¿Qué… qué pasó…?
Pedro esgrimió las hojas. Temblaba más que nunca en la
vida.
—¡Explicame esto!
Elizabeth tomó los papeles. Eran fojas de impresora
con la imagen suya en la entrada del edificio: Ella y Miguel. Ella y Leonardo.
Ella y Rafael y Donatello. Ella y…
—Son… es… Nada, gente que toca timbre y yo bajo a ver
quién es. Son vendedores, cosas así… ¿De dónde sacaste estas fotos?
—No me tomes el pelo, Elizabeth. Tengo un CD lleno de imágenes.
Tengo los horarios de entrada y salida de casi todos. ¡Vendedores las pelotas! A
todos estos tipos los hiciste entrar y estuvieron acá entre una y dos horas
cada vez… ¡Sos una mentirosa!!
—¡Mi amor, no….! ¡Te juro que…!
—¡Empezá a hablar porque acá se ve claramente que
durante la semana vienen un montón de tipos a cogerte en mi propia cama!
La que temblaba ahora era Elizabeth. Pedro reparó por
primera vez en las ropas que llevaba:
para venir de la casa de la madre estaba demasiado maquillada y sexy, con una
falda bien corta y botitas de cuero. Tenía lindo cuerpo, linda cola y bonito
rostro. Rostro que ahora se desfiguraba por unas lágrimas silenciosas y la
pintura corrida.
—No es lo que parece, mi amor… Te juro que no es tan
así…
—¿A cuántos te cogés, Elizabeth? ¡Quiero saber a
cuántos te cogés!
—¡No importa, mi amor, no importa! No lo vuelvo a
hacer más, te juro que…
—¡¡¿¿A cuántos!!??
Elizabeth se había acercado hasta el sillón. Era un
sillón barato de dos piezas, no habían tenido plata para más. Se arrodilló en
el piso junto a su hombre y apoyó sus manos en el regazo de él, buscando las
suyas.
—Uno o dos…
—Entre todas las fotos conté por lo menos veinticinco
tipos… ¡Me estás mintiendo!
Al lado había una mesita vieja y gastada, con más
fotos y cajitas de CDs. Elizabeth estaba aturdida. Comenzó a llorar.
—Sí, puede ser… Pueden ser veinticinco, nunca los
conté…
—¡Sos una puta de mierda!
Pedro se quitó las manos de ella como si dejarlas allí
lo hiciera cómplice.
—No, mi amor, escuchame, esto debe tener una
explicación…
—¿Cómo que “debe”…?
Elizabeth miró a un lado y otro ganando un segundo
para encontrar qué decir. Tuvo el instinto de mover un brazo al solo efecto de
que se le abriera la camisa, y como estaba agachada se recogió un poco la falda
ya corta. Estaba desesperada, amaba a Pedro aunque había hecho cosas que
dijeran lo contrario.
—Deben ser tipos que conocí antes de casarme con vos.
Yo solo te engañé con uno o dos…
—¡Me seguís mintiendo! ¡Me puedo dar cuenta por la
ropa de las fotos! —Al dolor de confirmar que su mujer lo engañaba, ahora le
seguía una furia ardiente porque ella le mentía en la cara. No sabía qué era
peor—. ¿De dónde venís?
Elizabeth se sorprendió por el repentino cambio de
tema. Dejó de llorar por un momento e hipó para contestar.
—De lo de mamá —Pedro tomó el teléfono, ella se alarmó—.
¿Qué hacés?
—Llamo a tu vieja. Si es mentira que venís de ahí me
voy a un hotel ahora mismo y te juro que no me ves nunca más en la puta vida.
Pedro comenzó a marcar y a Elizabeth se le salió el
corazón por la boca.
—¡No! —gritó, y de la vergüenza se tomó el rostro con
las manos. El teléfono volvió a su lugar.
—Sos una puta…
—Perdoname…
—¿De dónde venís, hija de puta…?
—Te vas a enojar…
—¿De dónde venís, carajo…?
—¡No! ¡Me vas a abandonar, si te digo…!
Tuvo el impulso de pegarle una bofetada. La tenía
arrodillada sobre su regazo, llorando con una sinceridad que no tenía en sus
palabras.
—En este momento ya te dejé. La única opción que tenés
de que hoy duerma acá es que me digas la verdad sobre cada uno de los cuernos
que me pusiste.
A las dos de la mañana Elizabeth había terminado su
crónica. Estaban en la cama, porque con cada macho y encamada que le iba
contando, inmediatamente le seguía otra y otra más, y finalmente fue menos
agotador para ambos recostarse para hablar y escuchar. Elizabeth se había
acostado con más de veinticinco tipos, pero fijos “solo” eran una decena. Había
comenzado a engañarlo en el noviazgo. En realidad, nunca había dejado de
hacerlo cornudo, no por morbosa o ventajera, sino porque simplemente ella ya
venía frecuentando amigos “con derecho”, y en el momento de ponerse de novia
nunca cerró esas historias.
—Tampoco es que me los cogía todos los días, mi amor.
Se daba cada tanto, cuando había oportunidad…
—¿Cuántos te cogieron durante el noviazgo…?
—No sé, Pedro, ni idea… Mi ex… un par de amigos… nada
serio…
—¿Y nadie más?
Elizabeth se puso a pensar. Aunque había unos cuantos
más, tampoco era necesario mortificar a su marido. Sin embargo tuvo un destello
de maldad, una pizca apenas, cuando recordó de repente una de las primeras
encamadas de su vida.
—Una vez, cuando fuimos a pasar una semana a la casa
de Lobos de mi tía Berta… ¿te acordás que yo siempre quería aprender a andar a
caballo y a vos te daba miedo…?
Pedro lo recordaba. Todas las tardecitas su novia se
iba a montar a caballo acompañada de un viejo desaliñado y panzón, con cara de
cuero forjado que —sin ningún motivo cierto— lo intimidaba. Se suponía que el
viejo la instruía, ahora se daba cuenta que le había enseñado a montar, pero
otra cosa.
—¿Don José?
—Desde la segunda tarde. La primera te respetó.
El pobre cornudo recordó que en aquellos días hasta se
había alegrado porque al menos no se la llevaban para enseñarle los otros dos
peones, el Indio y Botellón, que tenían fama de pijudos y eran más jóvenes, casi
como ella. Con el viejo, más que nada por la edad, se había sentido confiado.
—No puedo creerlo… Tenías 17…
—16… como los otros dos, el Indio y Botellón —Ella también
recordaba los nombres—. No sé qué sentido tiene que te cuente todo esto…
¡También se los había bajado a esos dos! Pedro se dio
cuenta por cómo Elizabeth se mordió los labios y bajó la cabeza. Entendió de
pronto el apuro de ella, a la vuelta de aquel viaje a Lobos, de por fin hacer
el amor. Estaba como urgida por “perder la virginidad”, que él había
interpretado que se trataba de sus ganas de estar con él. Ahora entendía que
quizá estuviera cubriendo la posibilidad de embarazo.
—¡El único sentido que tiene, para vos, es que yo no
me vaya a la mierda ahora mismo!
También le contó que de casados se prometió a sí misma
portarse bien. Ya no era una chiquilla, ahora era una mujer. Los primeros años
no había hecho nada pero a medida que la rutina le ganó a la pareja, las
tentaciones se hicieron más y más irresistibles. La nueva primera vez fue con
el portero del edifico, que venía todos los días al departamento con cualquier
excusa y se quedaba tomando mate.
—Un día la que se tomó el mate fui yo.
—No hagas bromas, Elizabeth. ¡Estás hablando de tipos
a los que te cogiste a mis espaldas! Encima con el portero…
—Es que estoy histérica, lo hago para descomprimir… Y
lo del portero no te preocupes, lo hicimos cinco o seis veces, nada más…
—Cinco o seis veces… bueno, no es tanto…
—No, escuchaste mal: cinco o seis meses…
—¿Meses? La puta madre… ¿Cuántas veces te cogió ese
hijo de puta…? Decime la verdad, Elizabeth…
—No sé, venía casi todos los días, te dije, a tomar
mate… y bueno, siempre después terminábamos en la habitación…
Pedro agachó la cabeza y presionó fuerte sus ojos.
—Soy el hazmerreír del edificio…
—No, mi amor, no, porque cuando vos y yo nos
cruzábamos con él y vos quedabas como un cornudo no me gustó nada. No te lo
merecías. Y entonces dejé de cogérmelo… Después… se ve que hacerlo con él me
disparó la libido o algo. A partir de ahí empecé a decirle que sí a otros
hombres que siempre me tiraban onda. Nadie que conozcas, mi amor, de verdad,
pero bueno, lo nuestro en la cama se había puesto muy monótono y muy cada
tanto…
—¿Con cuántos estuviste desde que vivimos acá?
—No sé, mi amor, en serio… no ando con la calculadora…
—¿Cuántos amantes fijos tenés hoy en día?
—No sé… Michu… Raúl… Riki… —fue bajando la voz mientras
siguió sumando—. Seis, mi amor. Igual no importa, no son nada. ¡No los veo
nunca más, te lo juro!
—¿Seis tipos distintos te meten pija todas las
semanas…? —Había algo morboso en su manera de decirlo, como si quisiera herirla
a ella mostrando cómo se hería a sí mismo. Ella asintió en silencio, casi
aliviada por ese auto escarnio al que juzgó, no supo por qué, conciliador—. ¿Conozco
alguno?
El rostro de Elizabeth se ensombreció nuevamente. Desvió
la mirada.
—No quiero que te enojes…
—La puta madre… ¿A quién…?
—Me cogió una sola vez… una sola vez, ¿entendés?
—¿A quién?
— Bueno, dos veces… No, tres veces… Bueno, seis veces
me cogió. Pero nada más, te lo juro… ¡y ni siquiera me hizo la cola!
—¿¿¿A quién???
—A Martín…
Martín.
Martín era el mejor amigo de Pedro. Lo conocía desde
los cinco años.
—Carajo… —Triste. Dolido.
—Una sola vez, te lo juro. Podés preguntarle…
—Me acabás de decir seis veces.
—Bueno, seis veces… Estoy nerviosa, ¿qué querés? ¡Pero
es cierto que fue el único que no me hizo la cola!
—No me habías dicho que “el único”…
—Por favor, mi amor, no es nada. Él no va a pensar que
vos sos un cornudo ni le va a decir a tus otros amigos que me quieren dar…
—¡Eli, la puta madre, dejá de meterme fichas! ¿Te
cogiste a mis otros amigos?
—¡No, bobo! ¿Por quién me tomás? Te dije que a ninguno
que conozcas, bueno, salvo a Martín. A tus amigos no les dejé, y sabés que me
tienen ganas, tampoco te hagas el tonto…
—Me estás volviendo loco…
—Olvidate de tus amigos. El único que te hizo cornudo
fue Martin. Y él no piensa así, además sólo cogimos seis o siete veces, ocho a
lo sumo, va aquedar como una calentura pasajera, un momento de debilidad… No
tenés que preocuparte…
—Ustedes las mujeres no entienden a los hombres… —Pedro
se horrorizó ante la idea de volver a ver a Martín junto con sus otros amigos.
¿Les habría contado que le cogía a su mujer, como le había contado a él que se
cogía a las de los otros?— ¿Cuándo te lo cogiste?
Elizabeth puso tal cara de susto que Pedro lo supo
antes que ella bajara su rostro y abriera imperceptiblemente sus piernas recién
cogidas.
Lo que siguió no fue fácil. Elizabeth se convirtió prácticamente
en una monja, no salía nunca, no veía a nadie, y le avisaba a su marido hasta
cuando iba a comprar pan. El problema era que Pedro ahora sabía, y la
desconfianza y la traición lo roían por dentro cada vez que estaban en la calle
y un hombre la miraba, o cuando algún comerciante le sonreía por educación. Se
deprimía y enfurecía, y se la agarraba con ella.
—¡Ya te dije que no hice nada en el barrio, dejá de
poner cara de culo cada vez que alguien me saluda!
Aunque era una buena argumentación, Elizabeth no podía
decir nada cuando Pedro venía puteando por haberse encontrado con el portero.
—Me mira sobrándome —se quejaba Pedro—. ¡Me mira como
si fuera un cornudo!
—Amor, es porque todo esto es nuevo para vos. Lo de Manuel
fue hace como dos años.
Pero lo de su mejor amigo Martín había sido reciente.
Odiaba que su amigo lo hubiera traicionado, y odiaba que eso no lo sorprendiera
del todo. Martín ya se había cogido a tres novias de su grupo de amigos —él lo
sabía porque era su confidente; Pedro le aconsejaba que no lo haga, y Martín,
como siempre, hacía lo que quería—. Era un hijo de mil putas, cosa que
probablemente fuera lo que atraía a las mujeres.
Así que trató de evadir en la medida de lo posible a
Martín. No podía enfrentar a su amigo por ese tema. Querría decirle mil cosas,
putearlo, pagarle una trompada en la cara… No toleraba la vergüenza de ser
cornudo consciente, así que le dijo a su mujer que no lo vea más y que si
alguna vez cruzaban palabra, que no le contara que él estaba al tanto de
aquellos episodios.
Al mes la ira menguó bastante y quedó el dolor, que a
su vez de a poco se fue diluyendo —aunque sea un poco—, hacia el final del
segundo mes.
Fue cuando Elizabeth, exultante de felicidad, le vino
con la noticia de que estaba embarazada. Pedro no se mostró nada exultante. La
sombra de los cuernos regresó, y de la peor manera.
—¿Cómo que estás embarazada? ¡No puede ser, si hace
dos meses que no hacemos nada de nada!
Desde el día de aquella confesión en la que Pedro le
mostrara las fotos de ella recibiendo hombres en su departamento, no habían
vuelto a hacerlo jamás. Ella había querido, incluso esa misma noche —aunque más
para compensarlo que por reales ganas, pues las cuatro horas en la casa de
Martín la habían dejado exhausta. Pedro no quiso. Ni esa noche, ni la
siguiente, ni ninguna de esa semana. Ni de la otra. Estaba dolido, indignado,
sin ganas de nada. Con el tiempo, Elizabeth simplemente dejó de insistir a la
espera de que él la buscara cuando estuviera listo.
—Estoy de dos meses y medio, bobo. Es tuyo.
El rostro de Pedro se ablandó e iluminó a un tiempo: era
de cuando todavía cogían.
—¿Dos meses y medio? ¿Y recién ahora me lo decís?
—Quería estar segura. Pensé que no me venía por los
nervios de la crisis que tuvimos.
El embarazo zanjó todas las diferencias y evaporó
todos los rencores. Pedro, entre lágrimas de dicha, fue a fundirse en un abrazo
y un beso con su mujer.
—Mi amor, vamos a ser tan felices…
Siete meses después nació Damiancito, un bebé hermoso
y sano, de ojos verdes, piel café y cabello crespo. Exactamente como Martín.
Pedro no aguantó la humillación. Se daba cuenta que
todos veían a su hijo y luego a Elizabeth, y luego a él, y nadie decía nada. Ni
siquiera los típicos chistes que hacen los amigos a un padre reciente, chistes
tontos que invariablemente ponen en tela de juicio la paternidad. Esta vez
nada. Era obvio que todos llegaban a la misma conclusión que él.
Elizabeth, por su parte, no decía palabra sobre el
asunto, y se ponía muy tensa cuando quedaban los dos solos con el bebé. Él
tampoco lo mencionó, amaba a Damiancito, gestado antes de la crisis. Aquella
infidelidad había sido perdonada, no iba a ir contra eso, pero la humillación
ante el portero, parientes y especialmente sus amigos era intolerable.
—Nos vamos de la ciudad —le dijo una noche a
Elizabeth.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿A dónde?
Elizabeth le estaba dando de amamantar al bebé. ¡Dios,
cómo le habían crecido las tetas con el embarazo! También le habían quedado
algunos kilos de más y algunos rollos en el abdomen, que Pedro estaba seguro se
iban a ir.
—A cualquier lado. ¡Lo más lejos posible!
La mujer calló. En un punto, lo esperaba. Desde el
nacimiento de Damiancito su marido estaba cada vez más deprimido y paranoico. Y
esa semana se iba a cumplir un año en que no hacían el amor.
—¿Y el trabajo?
—Hablé con Bermúdez, le pedí el traslado al astillero —Pedro
trabajaba en el centro, en la oficina de ventas de un astillero instalado en
los esteros de Corrientes—. Me dijo que no hay problemas, que tengo que ir a
Ensanche a hablar con el gerente de Recursos Humanos.
—¿Estás seguro, mi amor? ¿Cómo vamos a vivir allá? ¿Y
Damiancito?
—Allá va a estar mejor que acá. Sin autos, sin
inseguridad, va a poder correr por todos lados…
—¿Y nosotros…?
—Nosotros también. Pueblo nuevo, vida nueva. Sin
porteros que te hayan cogido —Elizabeth desvió la mirada—. Sin amigos que cada
vez que vean a Damiancito se rían de lo cornudo que soy…
Elizabeth pensó que era injusto. Pedro no era cornudo;
en tal caso, lo había sido, pero ya nunca más. Igual, no dijo nada.
Él tampoco dijo todo lo suyo. Calló que era un
pueblito mínimo de unas cien personas, y guardó muy dentro suyo la certeza que
en un lugar así, con tan poca gente y llena de viejos, sin gimnasios, sin
boliches, sin porteros, la muy puta de su mujer no lo iba a cornear jamás.
Pedro viajó al astillero hacia al final de la semana.
Entre gestión y mudanza, más la venta del departamento de Buenos Aires y otras
cuestiones, Elizabeth no pudo ir hasta un mes después. En ese mes, Pedro viajó
cada uno de los fines de semana a Buenos Aires, para estar con su hijito y esposa.
El cambio de aire le hizo bien a su sexualidad porque ya en el tercer viaje por
fin pudo hacerle el amor a su mujer.
El viaje de Pedro también le hizo bien a la sexualidad
de Elizabeth, pues durante ese mes en el que el marido la dejó sola en Buenos Aires,
volvió por fin a tener sexo todos los días. Con el portero fue como una gran
despedida, ya que no se iban a ver nunca más. Pero también pasaban casi a
diario Martín, Raúl, Michu, Riki y todos con quienes había dejado de coger un
año antes.
En el viaje a Corrientes, ya para instalarse como una
familia, Pedro vio a Elizabeth desanimada y quiso entusiasmarla contándole
sobre la buena gente de Ensanche que había conocido durante el transcurso de
ese mes.
—Es toda gente encantadora, mi amor, muy sencilla… te
van a gustar… Están el Tune, Caracú, Chicho…
Elizabeth sonrió por compromiso a su marido y cuando
éste regresó la vista al camino, suspiró vencida. Todos tenían nombres horribles,
de viejos abombados.
“Por un lado mejor —pensó—, con esa gente al menos no
voy a estar tentada de guampear al cornudo para conseguirme un polvo decente…”
— FIN —
** SE PUEDE COMENTAR. NO LE COBRAMOS NADA. =)
25 COMENTAR ACÁ:
Fantastico fabuloso me encanta tus ideas que pondré en práctica rápidamente jijiji
Me encantan estos relatos Rebelde, porque si bien no tienen sexo explicito se huele a sexo por cada línea.
Empezar con la referecia a don Jose, Indio y Botellón me pareció increible, que ellos la estrenasen es una alegoria mágnifica de tus relatos.
Esa tensión en la mitad del relato termina de una forma magistral, con dos formas diferentes, el marido a sexo muy ocasional y ella a sexo diario. Y lo mejor su viaje al nuevo pueblo y los nombres que los esperan....delicioso...
GRACIAS
MA-RA-VI-LLO-SO
carlosnava57@hotmail.com
aun NO lo leemos, pero solo verlo publicado, "alegra el fin de semana".
el domingo opinamos.
Saludos.
Luizer: genial como siemrpe tu manera de relatar proboca mucho exitacion!!!! ojala continues la serie y ojala haya una orgia con elizabeth y naty en un lesbico pero bueno, igual hagas lo que hagas siemrpe tendra tu marca impregnada en los relatos la exitacion
Buenisimo, como siempre...
Lo que me gusta mas de tus relatos es la psicología que pones de cada personaje...
Todos tenían nombres horribles, de viejos abombados.
“Por un lado mejor —pensó—, con esa gente al menos no voy a estar tentada de guampear al cornudo para conseguirme un polvo decente…”
Lo bueno es que ella misma ya no lo consideraba un cornudo.
No solo es increible
Ya estoy esperando el anexo 2, donde empieza a cojerse a todo el pueblo
Sos un maestro!!
Lastima que llene la encuesta con el link de Helina (recibi los 2 anexos, pero el tercero nunca llego
algo fallo
abrazo
cad6969@hotmail.com
genial!! ella se supera todo el tiempo, primero dice que uno o dos, luego mas. luego el portero, el amigo, etc. Siempre va por mas!!
El sufre ser cornudo pero lo sabe lo que cual le da mas morbo a la situacion!!
gracias
Creo que llego el momento de escribir un libro donde se entrelacen todas tus excelentes historias!!! Que gran imaginacion Rebelde. Te felicito. ,!!
LILIANA:
contá qué estuviste haciendo con estas ideas, jajaja =P
MIKEL:
eso de mezclar los personajes, siempre que se pueda por supuesto, voy a tratar de hacerlo mucho más seguido. así se va creando un universo.
CARLOS NAVAS:
hacé el fanfic de elizabeth, carlos. animate y lo publicamos en Relatos de Lectores!!
LUIZER:
gracias, luizer! la serie va a continuar en alguna otra mini serie o unitario (Los Embaucadores II) pero será dentro de mucho más adelante.
VLADIMIR:
jajaja!! las contradicciones hacen a los personajes más humanos. encima son contradicciones en los puntos neurálgicos de las parejas.
muchas gracias por notarlo =D
CAD 6969:
gracias, Cad. no hay un anexo con elizabeth cogiéndose a todo el pueblo. la historia de elizabeth "termina" acá.
sí va a haber unas... no sé cómo decirlo, mini anexos, los llamaré ANÉCDOTAS o ANECDOTARIO, con brevísimas historias, casi detalles, de cosas que han sucedido a lo largo de la saga.
respecto de la encuesta, era solo una encuesta, no era que votando a tal o cual personaje ibas a recibir un texto. hice esa encuesta para ver sobre qué personajes ustedes querrían otro tipo de historias.
DAVID TATUADO:
muchas gracias, DT. sí, va informándole al pobre cornudo que la cosa es más seria, pero siempre haciéndose la inocente, jajaj!!
NORBERTO SANDLER:
hubo un intento de hacer una sección donde se juntaban todas las heroínas del blog, pero lo bajé porque implicaba muchísimo tiempo. de todos modos, como respondí arriba, de a poco las historias o los personajes se van a ir entrelazando, a la gente le ha gustado =D
dios eres un crack.4 capitulos y ahora anexos.
eres mi heroe.
PRIMERO.-
Jajaja lo engaña con; Las Tortugas Ninja.
Ella y Miguel. Ella y Leonardo. Ella y Rafael y Donatello.
Y me agrado que mencionaras al indio BOTELLON y Don José.
Y que se la monto con “!solo 16!”
Un bonito anexo.
SEGUNDO.-
Pero este Anexo lo recordare; sobre todo, por “!la plática LARGA!”.
Que merece una plática de confrontación, (careo)
El nerviosismo, el enojó, la indignación. (De ambos)
Simplemente te salió soberbia.
Lo Disfrutamos muchísimo.
TERCERO.-
Y dice mi esposa que así son las mujeres;
Para “RECLAMAR” recuerdan hasta el más mínimo detalle.
Pero para decir la verdad, son imprecisas.
P.D.- ¡y después de decir eso, la risa que le da!
Muy bueno Rebelde, me encanta el perfil de Pedro, vendra un segundo anexo mas adelante y saber si Pedro en algun momento empezara a disfrutar de sus cuernos, Elizabeth tiene pinta de una hotwife fantastica!!!!
Saludos
Vikingo Miron
Qué hembra fantástica Elizabeth. Tiene una especie de morbo muy especial, casi diría que es medio sumisa, lástima que no continúa la historia.
No decae en ningún momento el relato.
q artista! (Y) (Y)
en el nombre del padre II !!!
Es interesante como vas metiendo personajes de otras historias, me agrada mucho porque cuando lees una historia parece tan distante y en otro tiempo que la anterior, pero últimamente has hecho ver que todas coexisten en el mismo plano y en el mismo tiempo. Por eso y mas eres el mejor rebelde
rebelde he comentado en todos tus relatos de embaucadores y no me ha llegado nada.
Pobre Pedro el muy confiado
cazadora72
Excelente relato...........es interesante o seria interesante saber mucho mas de Elizabeth
si es que es mejor no ponerle puertas al campo...
Gran trabajo, como siempre!!
en.ma01
nunca defrauda!! gran relato ...saludos
federico3135@yahoo.com.ar
Rebelde eres lo máximo, mis respetos te vengo siguiendo desde noviembre del año pasado soy fan de "leche de engorde" "dedo al camión" y "helina y su benjamín" en especial leche de engorde no había comentado pues no sabia como expresar mi gratitud a esas historias que entusiasman mis noches ya prefiero leerte a ti que ver porno, me gustaría concluir esas historias antes mencionadas y ademas proponerte una historia, si te interesa puedes escribirme a Pierreburton92@gmail.con o wp +573136664210 saludos de colombia
Rebelde eres lo máximo te Leo desde septiembre del año pasado, no me animaba a comentar porque primero estoy del celular y sabes lo complejo de abrir sesión para comentar y eso y segundo tampoco sabia que decir, pero prefiero leerte que ver porno soy fiel seguidor de las sagas; "leche de engorde" siendo esta la de mi mayor interés, "dedo al camión" y "helina y su benjamín", me encantaría concluir estas historias y al tiempo proponerte otra por favor ponte en contacto pierreburton92@gmail.con y mi wp +573136664210 saludos de Colombia
hola, pierre.
de las historias que querés ver terminadas, HELINA Y SU BENJAMÍN ya lo están. Y se pueden leer completas en este blog.
respecto de las otras dos, están pensados los capítulos que siguen, hasta el final, pero son series complejas de escribir, así que las fui dejando un poco de lado porque me tomaban mucho tiempo. LECHE DE ENGORDE va a volver, más tarde o más temprano, pasa que últimamente estoy sin tiempo. realmente no sé si voy a poder seguir escribiendo historias de las largas (para que tengas una idea, tengo escritos unos 10 relatos de los largos, que voy tipeando muy de a poco, y van saliendo cuando se puede).
DEDO AL CAMIÓN es la más complicada de hacer. no sé cuándo podría retomarla, está difícil.
Publicar un comentario