REGALITO DE NAVIDAD!!
POSTALES DEL MUNDIAL - HOY: PALOMA
Por Rebelde Buey
Ay, qué tardecita tan rara. Argentina ganó y acá en el
pueblo siempre se festeja, como hacen en Buenos Aires. No tendremos el Obelisco
pero nos juntamos en la plaza San Martín, alrededor del monumento. El pub del
Kike pone los parlantes afuera, y entre la música a tope, y la cerveza y el
vino, que corren como si fuera agua, termina armándose lindo.
Se desbordó de gente, como siempre. Y, como siempre,
fui con el Pablo. La plaza se llenó enseguida, y eso que ya empezaba la noche,
pero Argentina es un país futbolero, y la clasificación de la selección a la
semifinal se festeja aunque caigan piedras. De entrada el Pablito se puso
incómodo: había muchos conocidos nuestros, y vecinos, incluso en un momento
vimos al doctor Ramiro con varios de sus amigos. Yo quise ir con ellos pero
Pablito, celoso no sé por qué, no quiso. Me dijo que no le gustaba, que le
parecía que eran unos abusivos. Qué tonto, ni que me fueran a coger en la
plaza. En tal caso se tendría que haber molestado durante todo el año, cada vez
que me llenaron de leche cada uno de ellos. Tampoco quería que fuéramos para el
otro lado, donde estaban mi tío Julio y unos amigos suyos, quienes también me
habían cogido algunas veces para mejorar mi tratamiento.
En un momento Pablito se dio cuenta que casi todos en
la plaza —estaba colmada, la mayoría hombres— me habían llenado de leche al
menos una vez. Con el apretujamiento de gente, los tipos me toqueteaban como
querían, especialmente los que me conocían. Era como si creyeran que el haberme
probado y surtido de semen calentito les daba derecho a manosearme.
—Vámonos, Paloma… —me dijo con cara de perrito
angustiado—. No me gusta todo esto.
Un tipo a quien yo no recordaba lo saludó al Pablo,
pero desde atrás mío, bien pegadito. Estaba medio tomado y el muy pícaro le
hablaba a él, pero me manoseaba a mí. Yo había ido con mi camiseta de la
selección bien-bien ajustadita y un short muuuy corto de lycra negra, que me
dejaba el filo de los cachetitos de la cola al aire, y se me metía entre las
nalgas como un guante.
Bueno, lo que se me metía ahora entre las nalgas eran
las manos de este borracho. Porque el tipo, un desubicado total, estaba junto a
mí pero medio por detrás, escondiendo una mano a mis espaldas. Le hablaba a mi
novio como para distraerlo, porque lo que verdaderamente hacía era meterme mano
en la cola con total desfachatez. Primero me tocó una nalga como al pasar. La
notó durita y enseguida me buscó la otra. Mientras le decía a mi novio “Soy yo,
soy Juan, ¿no te acordás de mí?”, enterraba toda su mano en mi raya, con el
dedo del medio buscando bien profundo, y la subía y bajaba provocándome
cosquilleos raros.
Pablito no vio nada pero algo se habrá imaginado; bobo
no es. Estábamos todos demasiado apretujados, sin espacio entre persona y
persona, así que era difícil que nadie me manoseara. Ante mi pasividad, el
borrachín éste, o tal vez otro, metió un dedo por debajo de la calza y hurgó
buscando alguno de mis agujeritos.
Por suerte Pablito me tomó de la mano y me sacó de allí.
Aunque estaba muy difícil moverse en el tumulto. Además, moverse significaba darles
una oportunidad a otros hombres de meterme mano. Porque para avanzar, Pablo iba
adelante abriéndose paso, conmigo detrás, y los hombres se cerraban tras
nuestro paso, es decir, detrás mío. Aunque yo estaba junto a él, los hombres,
un poco por el fervor del triunfo, y otro poco por el alcohol, me metían manos
cada vez más osadas. Yo no decía nada. Si bien era un abuso, las cosquillitas
en mi bajo vientre eran cada vez mayores, y por otro lado la mitad de los
hombres que nos rodeaban en la plaza ya me habían hecho mucho más que
manosearme, en algún momento.
Justo cuando alguno de esos animales me estaba
puerteando el ano con uno de sus dedos, la multitud comenzó a gritar “¡Ar-gen-tina!,
¡Ar-gen-tina!”, y a saltar como en una
cancha, y me tuve que soltar del Pablito
para que no nos terminaran tirando al piso. La masa siguió saltando y una parte
del gentío se llevó a Pablito para allá, y le perdí de vista. Solo escuchaba su
grito “¡Paloma, Paloma!, cada vez más alejado.
La muchedumbre era insoportable. Estábamos pegados uno
a otro y el aire olía a alcohol y sudor, y tipos sucios y sin dientes me
miraban y me sonreían, y mientras me seguían metiendo manos anónimas por
detrás, algunos tomaron coraje y empezaron a tocarme de frente, abajo, mientras
me miraban a los ojos.
Se me endurecieron los pezones enseguida, lo que se notó
con la camiseta tan ajustada (iba sin corpiño para mi novio, jijiji). Eso les
debió gustar a los hombres porque varios de ellos sacaron sus pijas y llevaron
mis manos a ellas.
Volví a escuchar a Pablito que me buscaba: “Paloma, Paloma”,
pero no lo veía. Alguien a mis espaldas me tomó la calcita desde el elástico,
una mano a cada lado de mi cintura, y amagó bajarlo. Yo me horroricé, iban a
someterme allí mismo en medio de la plaza, esa jauría de chacales asquerosos.
Pero al girar para defenderme me alivié. El que me estaba bajando la calza era
Maurito, uno de los amigos universitario de doctor Ramiro, y alrededor de él,
todo el resto de sus amigos.
—¡Vamos, Argentina! —me gritó, también un poco
alcoholizado, y me bajó calcita hasta
mitad de los muslos, y de ahí hasta las rodillas, pisándola con un pie, pues no
se podía agachar de la gente que apretaba.
Yo instintivamente quebré cintura y paré el culito. Tenía
un tanguita de esas muy chiquitas que se entierran en la cola y que me quedaban
tan bien. Y que vuelven loco a los hombres.
Maurito echó un ojo a mi culazo en punta y babeó
enfermo de deseo. Yo volví a escuchar la voz de Pablito llamándome, pero no lo
veía. Maurito no me bajó la tanguita, en medio del tumulto no lograba maniobrar
con comodidad, así que la corrió para un costado, sacó la buena pija que ya le
conocía y me clavó sin más vueltas.
—¡Ahhh…! —grité, con Maurito tomándome de la cintura con
ambas manos y clavándome pija bien hondo—. ¡¡¡Ahhhhhhhhh!!!
—Mi amor, no te veo —escuché gritar a Pablito.
Pero ya no me importaba Pablito. Solo me importaba la
verga que me llenaba abajo y me hacía sentir como una puta. El doctor Ramiro y
algunos amigos más me fueron rodeando. Igual estaba lleno de gente y la masa se
movía. Algunos de los hombres del pueblo que me conocían, o conocían a mis
padres, estaban cerca y más de uno se dio cuenta que un tipo cualquiera me
estaba cogiendo. Eso era lo malo de no tener a Pablito cerca, que no tenía coartada
para no quedar como una puta.
Mientras Maurito me la clavaba hasta la garganta y yo
ya agarraba las vergas que Ramiro y Santiago comenzaban a pelar, pensé que quizá
en la semana debería cogerme a esos dos viejos que me descubrieron. No de puta,
sino para lograr que guardasen silencio. Pero Pablito seguro me iba a hacer escándalo,
así que mejor hacerlo en secreto.
A pesar de la marea humana, que Maurito aprovechaba
para hamacarse adentro mío, y del apretujamiento inverosímil de toda esa gente,
por un segundo alcanzamos a vernos entre mi novio y yo.
No estábamos lejos, pero había tanta gente en el medio
que a Pablito le iba a resultar difícil llegar hasta mí. Especialmente porque
los que estaban entre nosotros veían que un grupo de tipos me estaba cogiendo y
querían estar bien cerca, por si rapiñaban algo de mí.
La gente se movía —lo mismo que Maurito adentro mío— y
en uno de esos vaivenes, Pablito me descubrió con mis ojos cerrados, los labios
apretados, arqueada con Maurito respirándome sobre el cuello y gozándome en
cada penetración.
—¡Paloma, te están cogiendo! —gritó el estúpido de mi
novio. Y digo estúpido porque los que aún no se habían dado cuenta que me
estaban cogiendo se enteraron en ese momento y le cerraron filas para estar
cerca mío y mirar.
En ese momento otra vez empezaron a gritar: “El que no
salta es un brasilero, el que no salta es un brasilero”.
Lo que me entró la pija de Maurito en cada salto lo voy
a recordar toda mi vida. Se la sentía en la garganta, era como si me llenaran
de pija. Maurito me tenía de la cintura y todo el asunto del salto también le hacía
sentir más a él.
Con todo ese movimiento, Pablito aprovechó y logró
acercarse poco a poco, y en un minuto estuvo junto a Ramiro, ya que yo estaba
rodeada por él y sus amigos.
—¡Paloma, esto tiene que acabar de una vez!
En ese momento Maurito aceleró la serruchada y se me
vino adentro.
—¡Aaaahhhhhhh…!
Pablito se quejó pero el griterío y la cumbia estridente
de los parlantes del Kike lo taparon. Yo sentía el latigazo de verga adentro,
la carne que entraba y salía y la leche tibia que lubricaba todo y comenzaba a
escurrirse entre mis piernas. Estiré un brazo por sobre Ramiro y le tomé la
mano a mi cornudo hermoso.
—¡AAAhhhhh…! —seguía acabándome Maurito—. ¡Qué pedazo
de puta! ¡Qué pedazo de puta! —me halagaba.
—¡Paloma, estamos en plaza! —mi novio. ¡Cómo lo amo
cuando me acaban a su lado!
Maurito se salió y otro de los amigos de Ramiro, uno
que yo no conocía, fue a ocupar su lugar. El doctor se movió como para tomar la
posta luego, y Pablito se me acercó y se me puso adelante, de frente, tomándome
las dos manos.
—Mi amor, vámonos… Esto está repleto de gente, mejor
que te llenen entre semana, que vas a estar más cómoda...
Sentí los dedos del nuevo tomarme de las ancas para
guiarse detrás mío. Una mano me soltó, giré mi cabeza y vi al flaco buscar su
pija. Se me arrimó, me separó abajo y me puerteó hasta encontrarme, y ahí
empujó.
—Mmmmm… —le gemí en la cara a mi novio. El nuevo la tenía
más que interesante—. ¡No, Pablín, quiero festejar que llegamos a la semifinal!
El nuevo comenzó a serruchar y yo a sentirme plena de
verga. Con el semen de Mauro, la lubricación ya estaba hecha. Pablito se dio
cuenta por mi hamacada y la expresión depravada del amigo de Ramiro.
—¡Oiga, deje de cogérsela! ¡Ella es mi novia!
Y fue a quitármelo de encima, pero entonces el nuevo
empezó a saltar con la verga adentro mío y a gritar “Ar-gen-tina, Ar-gen-tina”,
y todo el mundo alrededor nuestro se contagió y empezó a saltar. El nuevo me
abrazó desde atrás y cruzándome los brazos por delante me garchó saltando, y
miraba desafiante a mi novio, que le devolvía la mirada con rencor desde mi
lado, a menos de medio metro de él.
Me estuvo garchando así, a los saltos, un buen rato, y
cuando los saltos aflojaron me siguió usando delante de Pablito hasta que
decidió acabar.
—Te lleno de leche, mi amor —me anunció. Aunque lo
gritó tan fuerte que creo que se lo anunció a Pablito.
Entonces llegó el turno del doctor Ramiro. Cuando vi
que me iba a coger él, me olvidé de todo. En medio del griterío y la música de
cumbia que retumbaba por toda la plaza, solté a mi novio, me desenganché el
shortcito negro de los tobillos y se lo di en la mano. Giré hacia el doctor
poniéndome cara a cara, lo abracé del cuello, lo besé en la boca y me le monté encima,
rodeándolo con mis piernas para que me clave en el aire y de frente. Es que es
tan lindo el doctor Ramiro que es una pena no mirarlo a los ojos cuando me hace
el amor.
Pablito se puso como loco. Gritaba re histérico pero yo
le daba la espalda. El doctor Ramiro me empezó a clavar y yo a sentir el
cosquilleo que siento siempre que él me coge. Me tenía en el aire, tomada de
los muslos, y me subía y me bajaba clavándome con suavidad. Estaba en el cielo.
Mi pulso se aceleró y en menos de un minuto el fuego me subió no sé de dónde.
—¡¡Ahhhh!!! —entré a gemir. El fuego me seguía subiendo
y el doctor Ramiro ya me sacudía más fuerte.
El Pablo, supongo que resignado, o quizá de pajero —porque
cada día estaba más y más pajero— aprovechó la situación y comenzó a manosearme
la cola. Esto me aceleró el calor. El doctor Ramiro ya me clavaba con violencia,
y el pajero de Pablito me manoseaba el culo semidesnudo con la misma morbosidad
ventajera de los manosean una nalga en un colectivo lleno.
Fue demasiado.
Cuando le acabé al doctor Ramiro todo mi orgasmo en su
cara, tomándolo del cuello y besándolo en la boca con pasión, me relajé, y al
cornudo de mi novio no le quedó otra que sostenerme de la cola para que no me
caiga, lo que aprovechó para manosearme subrepticiamente el culo como el peor
de los pajeros.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh…!!!
—¡Paloma, sos una hija de puta! ¡Siempre acabás con el
doctor Ramiro, se supone que si te dejás llenar de leche es por el tratamiento!
Pero el muy cornudo no dejaba de toquetearme. Me reprendía
pero se llenaba las manos con mis nalgas. Estoy segura que estaba al palo, como
casi siempre en este tipo de situaciones.
El doctor Ramiro se dio cuenta de lo que estaba
haciendo Pablito y, como seguía clavándome en el aire y todavía no me acababa,
le pidió ayuda.
—Cornudo, ya que la estás manoseando ayudame y sostenla
desde las nalgas, así te la cojo más cómodo.
A Pablito no le gustó nada, pero de esa manera iba a
poder manosearme un ratito más. Dijo algo así como “qué se cree que soy”, pero
no retiró las manos de mi culo y siguió el manoseo.
El doctor Ramiro sonrió con malicia, justo contra mi
rostro, con tal cara de turro que hizo que el orgasmo se me estirara. Lo rodeé
por donde pude con mis piernas y apreté abajo para sentirle la pija un poco
más. Mi novio no dejaba de sostenerme desde las nalgas y el doctor Ramiro me
empezó a bombear con todo, con furia,
como un toro.
—Agarrala bien Pablito, sostenla porque se me aflojan
las piernas… —Y se vino como un animal—. ¡¡Ooohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh…!!
Adentro, como siempre.
—¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! —me piropeaba.
Algunos de alrededor se dieron cuenta, porque Ramiro
era un escandaloso al acabar. Y encima se lo dedicaba a mi novio.
—¡¡AAAhhhhhhhhhh…!! ¡Te la lleno, Pablito!! ¡¡Te la
lleno de leche para el tratamiento!!
¡Ja, ja, ja, ja! El tratamiento. Como si al doctor
Ramiro y a sus compañeritos universitarios les importase eso. Como sí a mí, cuando
lo tengo a Ramiro bombeándome entre las piernas. A esa altura yo ya tenía la certeza
de que todo ese invento de los viejos había sido una mentira para abusarse de
una nena inexperta como yo. Pero me daba cuenta que Pablito quería creer.
—Sí, mi amor… —pedí, llena de morbo—. Poné la mano
abajo y hacé de tapón para que no se me escape nada de toda la lechita.
Y el muy cornudo de mi novio, a regañadientes y sin dejar de sostenerme, corrió la mano que me sostenía una nalga y rodeó la verga
del doctor para que, al retirarla de mi conchita, no se saliera nada.
Pero el doctor Ramiro, no sé si de morbo o porque
realmente lo necesitaba, ordenó:
—Cuerno, apretame bien fuerte la base de la verga que
me la quiero escurrir.
Y el pobre Pablito apretó, lo pude sentir ahí abajo
mío, apretó bien fuerte, mientras aguantaba los empujones y el griterío de la
muchedumbre. El doctor Ramiro me penetró a fondo —¡qué delicia!— y la retiró
casi por completo, pero sin sacarla. Y mi novio apretándole, como un buen cornudo.
—¡Más fuerte! —le exigió Ramiro, y el Pablito obedeció.
Y otra vez el doctorcito me la mandó hasta los pelos
mientras Pablito volvía a apretar bien fuerte, escurriéndole por completo la
pija a mi macho.
Me bajé del doctor Ramiro, ayudada por mi novio. El
gentío era tal que hasta eso fue complicado. Los chicos comenzaron a irse y el
doctor Ramiro se despidió con una promesa.
—Bonita, esta semana te sigo ayudando con el
tratamiento, como todos los jueves y viernes.
Me quise morir, el Pablo no sabía que me venía
encontrando dos veces por semana con Ramiro. No le había querido decir nada
porque se iba a poner celoso.
—¿Qué fue eso de “todas las semanas”, Paloma?
Intenté una respuesta pero no me salió ninguna. La
marea humana se llevó al doctor y a sus amigos, pero había tanta gente que
enseguida otros tipos se me pusieron adelante.
Pablito, nada tonto, había querido ir a ocupar el lugar
de Ramiro. Pero un viejo grandote, borracho y grasiento, le ganó de mano. Me
tomó de las nalgas sin preguntarme nada y me levantó.
—Abrí las piernas, bebé —me ordenó, y yo no pude no
obedecerle.
—¡Paloma, vamos a casa!
Colgada del cuello del viejo, rodeando su grasoso torso
con mis piernas, dejé que el viejo sucio me empalara de una y hasta la base.
—¡¡Ahhhhhhh...!!!
—¡Paloma, por lo que más quieras!
—Ya va, mi amor… Éste solo, no le podemos hacer un
desprecio al señor…
El viejo babeó de placer y le pidió a Pablito.
—Cuerno, sostenémela como hiciste hace un rato con el
otro pibe.
Giré el rostro hacia mi novio y rogué con la mirada.
—Dale, mi amor —le pedí, colgada del cuello del viejo y
clavada de verga como estaba—. Así me manoseás otro poco la cola... ¡Me encanta
cuando me manoseás!
Y mi pobre
cornudito, resignado, me tomó con sus manos de cada nalga, para que el viejo
comenzara a serrucharme. Yo me abracé con las piernas, para que el eje de los
cuerpos me diera una penetración más profunda. Alrededor, todos miraban. Se
escuchaba la cumbia y la gente gritando por la selección. Pero todos los que estaban
alrededor nuestro, salvo Pablito, tenían ya sus pijas afuera.
No sé cuánto me estuvo cogiendo ese viejo hijo de puta.
No mucho. En un momento nos anunció el desleche.
—Te la vuelco, chinita —me dijo, y agregó mirando a
Pablito—. Apretame la pija que le acabo y me escurro al mismo tiempo.
—¿¿Qué??? No, de ninguna mane...
—¡Cornudo, apretá o me vas a conocer malo!
Y el cornudo otra vez llevó una de sus manos desde mi
nalga hasta mi conchita, abrazó la base de la verga del viejo turro y apretó.
—¡¡¡Ahhhhhh sííííííííí…!! —comenzó a acabarme el viejo—
¡¡Sííííí, putita, sííííííí...!!
Como el viejo se relajó, yo tuve que cabalgármelo. El
viejo mandó el segundo lechazo adentro.
—¡¡Ahhhhhhh…!! ¡¡Apretá, cuerno, no me aflojés…!! —y me
seguía acabando.
—No, señor, no se preocupe.
¿Se podía ser tan cornudo?
El viejo me clavó cuatro o cinco veces más, entre
gritos que despertaban las risas y la admiración de los otros borrachos a
nuestro alrededor, algunos viejos como él, otros más jóvenes y con pocos
dientes.
Por supuesto al viejo lo reemplazó otro tipo. Y a ese,
otro más. Mi novio no alcanzaba nunca a colocarse delante de mí, como para
cogerme o tapar la cogida que se venía, ni a alejarme del lugar más de dos
pasos. Y cuando lograba colocarse a mi lado, ya casi poniéndose delante mío, yo
me hacia la tonta y me montaba sobre uno de los borrachos del otro lado,
dejando otra vez a mis espaldas a mi amorcito del alma.
Pobre Pablito, me sostuvo no sé cuántas cogidas, quizá
unas veinte. Pero tanto no le habrá disgustado porque no perdía oportunidad de
manosearme, como todo un pajero.
Para su desgracia, también tuvo que apretarle la verga
a casi todos los machos que me llenaron. Es que una vez que se lo hizo a
Ramiro, el resto quería el mismo servicio, y a mí me daba no sé qué negárselos.
Después de todo, como le dije a Pablo, ellos nos estaban haciendo el favor de
ayudarnos con el tratamiento.
Cuando pasaron las horas, aflojó el tumulto. Y cuando
ya no estábamos apretujados unos contra otros como animales, Pablito me dio el
short negro y la tanguita que había perdido vaya a saber cuándo, y me dijo —enojado—
que nos íbamos.
Pero a esas alturas yo ya sabía cómo manipularlo para
que el enojo no le durara tanto. Me había estado manoseando toda la noche, por
lo que me dejó en casa y se despidió enseguida, urgido. Me reí mientras lo vi
irse corriendo.
Pobre Pablito, se fue desesperado a clavarse la
paja del año. O tres o cuatro.
Que se hiciera las pajas que se le antojaran; mejor. Cuantas
más pajas, más rápido se le pasaría el enojo.
FIN - (Historia unitaria)
Un agradecimiento muy especial a Mikel, que me ayudó
con el tipeo del relato, agilizándome mucho los tiempos. Gracias, amigazo! =D
—Felicidades a todos los lectores del blog!! Pásenla lindo y que haya paz para todos, y muchas gracias por leer mis relatos! Gracias de verdad!!
R.B.
7 COMENTAR ACÁ:
A “esos Buenos autores” Gracias.
Por qué han “ESTADO” ahí
Que en el 2015, se encuentren un millón de dólares en la banqueta.
Para que así dejen de trabajar y se dediquen todo el día, a compartir su talento.
Uno más de tus satisfechos lectores.
Federico.
gracias, Fede!!! y ojalá se cumpla, aunque sea algo, jajaj =D
Hay un solo detalle que me extraña..tanta gente borracha , excitada y de malas maneras..y Pablito se salvó de que lo empomaran a él..
Carlosnava57@hotmail.com
jajajajjajajaja!! cuánta maldad en los lectores de este blog... xD
Fantastico el relato!!! ya estrañaba a paloma y sus andanzas, y pablito como siempre sin poder hacer nada jajajajaja
Hola rebelde, perdona la tardanza en postear pero he estado fuera estos dias.
Me encanta el relato, la humillacion de Pablito no podia ser mayor jeje.
Me gusta como va pasando Pablito de estados:
- Desconfiado ante la que se avecina
- Preocupado por no soltar a Paloma
- Desesperado por volver a estar con ella
- Soprendido por verla con otros en la calle
- Conformado con poder tocarla un poco
- Humillado al tocar vergas de otros
- Enfadado al final de la nocha
- Alterado por poder ir a casa para clavarse una paja
Jeje GRACIAS!!
este relato se lo llevo Pablito
Me encanto como este personaje
a ido evolucionando.
¿o al revés? hundiéndose?
Me sorprendió (me pareció súper HOT) cuando les agarra la verga.
o perdón MUCHAS "VERGAS"
agarro mas carne de MACHO
que de palomita, jeje
Pablito "su angustia" !Me encanta!
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