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sábado, 1 de diciembre de 2012

La Casa Vieja en el Abasto (I)

LA CASA VIEJA EN EL ABASTO (I)
—VERSIÓN 1.0—
Por Rebelde Buey




“Los ingleses dicen que una mujer no puede escribir un diario íntimo si no es dirigido a alguien, y debe ser cierto porque yo lo intenté un par de veces y no pude. Luego me escribí a mí misma y me sentí tonta. Probé también escribiéndole a tu padre y por razones obvias no pude ser sincera en los momentos más crudos. En ningún momento, en realidad.
Así que me decidí por vos, Virginia. Mi diario, mis palabras, serán dirigidas a vos y, aunque es indebido poner a una hija en el lugar de una amiga o —peor aun—de una confidente, sé que nunca serás víctima de esa injusticia porque jamás leerás estas líneas. Serás mi interlocutora imaginaria, una referencia hacia donde apuntar mis vivencias, donde desahogarme, donde explicarme y justificarme y pedir mi absolución. No de Dios, sino de tu padre y de vos misma, si supieran las cosas que hago y las que me dejo hacer.
Por suerte ustedes nunca lo leerán. Pero si así fuera, no querría estar en este mundo para enfrentar sus miradas. Preferiría estar muerta.”




1.

Se detuvo frente a la casa y fue como si una carga pesada, profunda, interminable, le cayera encima y de repente. La adrenalina que lo había llevado allí se había retirado cobardemente, como él, y ahora volvía a sentirse solo, angustiado, con un nudo en la garganta y en la boca del estómago que lo inmovilizaban.
Desde la muerte de su esposa María sentía un desamparo atroz, como un equilibrista lanzado a caminar la soga sin su necesaria pértiga. Venía sintiéndose caer lentamente en un pozo oscuro y profundo, un abismo de dolor, de angustia, no tan profundo como para ahogarse, pero lo suficiente para despertarse cada día sin ganas de empezar, de continuar, siquiera de levantarse.
Solo dos cosas lo movilizaban: su hija Virginia, su sol, su eterna niña mimada, su razón de vivir, ahora que su mujer había muerto; y la ira, la incorruptible, intratable ira que nace con la incomprensión de las cosas; esa impotencia que provoca el no entender, el no tener pista alguna de por qué lo imposible puede suceder.
No podía acobardarse ahora, con lo mucho que le costó juntar coraje. Primero, para aceptar la muerte de María. Luego, para informar y sostener a su hija cuando ni él podía con su alma. Finalmente, también debió darse valor para afrontar aquel diario íntimo que apareció de la nada, esas agendas de cuero marrón igual a todas, desbordadas de tinta y palabras escritas de puño y letra de su mujer, que él desconocía. Había juntado coraje no tanto para abrirlo sino para leerlo, cuando advirtió de qué se trataba.
No podía acobardarse ahora y, sin embargo, ahí estaba: de pie en la vereda, dudando como un mal bailarín. La casa era esa. Vieja, casi derruida, a mitad de cuadra, en una calle cualquiera del Abasto. Descascarada y de revoque perdido, resistía con unos dibujos coloridos de motivos tribales en la puerta y ventanas.
Rafael vio venir a dos negros altos con túnicas estampadas que vestían hasta los tobillos y se retiró hacia el quiosco de al lado. Compró algo barato sin quitar los ojos de la casa. Los dos negros charlaban animadamente y se perdieron tras la puerta pintarrajeada.
—¿Qué hay acá al lado, un jardín de infantes? —preguntó Rafael, como casualmente.
El quiosquero lo miró con la desidia de quien está diez horas tras un mostrador viendo pasar la vida.
—No sé… —le entregó el vuelto—. Creo que es un Centro Cultural africano… A la noche se escucha música.
Rafael sabía mucho más sobre esa casa. Había leído el diario de su esposa, solo dos días después de que hubiera fallecido.
La noche ya estaba comenzando, o quizá era el final de la tarde, porque era invierno. Rafael caminó otra vez frente a la puerta, sin animarse a entrar.
Entrar significaba que podría refutar todo lo que había leído en el diario de su mujer, confirmar lo que él sospechaba: que aquellos cuadernillos no eran otra cosa que la pura imaginación de una mujer atrapada por la rutina, las fantasías de una esposa cuyo esposo la habría aburrido hasta forzarla a inventar esas abominables historias.
Pero entrar también podía significar confirmar que lo que estaba escrito era la más pura de las verdades.
Vio bajar de un taxi a una mujer, una treintañera de cabello oscuro, brilloso y largo, hermosa, con un look de secretaria ejecutiva sexy, con dos bolsas de una casa de lencería costosa. Iba hablando por celular y cruzó la vereda hacia la puerta de la casa.
—Bueno, mi amor —le hablaba al teléfono pero alcanzó a cruzar una mirada con Rafael—. Te dejo que estoy entrando a la reunión con los del Departamento de Marketing…
La mujer le sonrió a Rafael con cierta complicidad, en sus ojos había un destello de travesura cuando abrió la puerta y se metió adentro.
Rafael giró media vuelta y regresó a su propia casa.




2.

La mesa estaba perfectamente puesta, con mantel y todo. Los platos humeantes despedían un aroma que era toda una tentación. Rafael suspiró desanimado. Su hija había hecho un gran esfuerzo para mimarlo, para complacerlo, pero después de amilanarse frente a la casa, sólo le quedaban ganas de irse a la cama y no despertarse nunca más.
Virginia regresó de la cocina con queso rallado y un vino tinto abierto.
—El que te gusta a vos —celebró con una sonrisa y se sentó a comer con su padre.
Rafael miró a su hija con ojos de padre. Era, excepto porque también constituía la única razón de su vida, lo opuesto —diametralmente— a su esposa. Virginia era morena, de piel apenas café, delgada, de cabello rizado largo que le caía como una cascada por sobre los hombros y espalda. Era alegre sin ser festiva, optimista, y aunque hija única, tenía ese rasgo de protectora que suelen ostentar los hermanos mayores. Su madre, que gastaba el bíblico nombre de María, era en cambio de cabello castaño, enrubiecido en salones de belleza. Los años le habían quitado un poco de delgadez pero los kilitos adicionales se le habían acomodado en las ancas y pechos, que la hacían voluptuosa y merecedora de mucha atención masculina, a sus 45. No era tan alegre como su hija, de hecho, se la podría considerar una fatalista. La rutina del matrimonio, de la casa, de la vida, la habían promediado en una monotonía donde todo era lo mismo —no malo, pero tampoco bueno— y a la que no entusiasmaba cuestionar.
—Está riquísimo —aprobó Rafael, recuperando un poco de apetito. Alzó el vaso y reverenció con el vino lo que iba a decir—: Cocinás mejor que tu madre.
Virginia abrió su boca con una sonrisa que le llenó la cara. Se levantó y fue a abrazar a su padre desde atrás, besándolo cariñosamente.
—¡Graaaaacias, Rafael!
Rara vez le decía papá. Era una costumbre que había nacido en algún momento incierto de la adolescencia y que amenazaba con continuar hasta el fin de los días. Aunque al principio no le gustó, Rafael terminó por acostumbrarse.
Rieron un poco juntos. Rafael sin tantas ganas: aun tenía clavado el sinsabor de no haberse animado a entrar a la casa. “Maricón de mierda”, pensó. Virginia volvió a sentarse y lo despabiló un poco.
—¿Vas a volver a la oficina, el lunes?
—No sé… No estoy del todo bien, todavía…
—Ya pasó una semana…
—Cada uno tiene sus tiempos, Virginia —el tono de Rafael fue duro, con cierto hastío al final, como si la estuviera retando por una falta reiterada—. No todos podemos seguir al día siguiente como si nada.
Virginia congeló el tenedor cargado a la altura de su boca.
—Perdoname —se ruborizó de inmediato Rafael—. Soy un animal…
—Te iba a decir que ya pasó una semana, que si en la oficina te iban a dar más días…
—Soy un pelotudo, perdóname. Lo último que quiero es…
Virginia se puso de pie y rodeó la mesa. Buscó la mano de su padre y la tomó para levantarlo.
—Vení…
Lo llevó al living y se sentó en una punta del sillón grande. Invitó a su padre a recostarse y le apoyó la cabeza en su regazo.
—Tenés que soltarlo, papá… —Virginia comenzó a acariciarle los cabellos.
—Es complicado, mi amor. Es más complicado de lo que parece…
—Yo también la quería… Y que se haya ido así…
—No es la pérdida, Virginia. O sea, no es solo la muerte… que me duele, más vale… Pero hay cosas que no las comprenderías… Que ni yo las comprendo…
—Y no las podés soltar.
—Es que quiero entender… Necesito entender…
—Si no podés soltarlo, sea lo que sea, enfrentalo. No sé, Rafael, no quiero verte deprimido hasta que la muerte nos separe.
—No seas boba. Jamás haría algo así. Estás vos, yo nunca te haría algo semejante…
Hubo un silencio largo en el que ambos disfrutaron las caricias dadas y recibidas. Las voces de unos muchachos ahí afuera los despertaron.
—Es sábado. ¿Hoy salís?
—No.
—¿No tenés ningún chico para salir?
—Son todos unos tarados… Nenitos inmaduros. Cuando salgo, salgo con amigas.
—¿Seguís enamorada de ese tipo?
Virginia suspiró abatida. Miró la nada mientras con los dedos le peinaba los cabellos a su padre.
—Sí.
—No te enganches en esas historias, Virginia. Un tipo casado es al último que necesitás.
—Pero el primero que quiero. Además, siempre está la posibilidad de que se separe… Creo que se está separando…
Rafael pensó en el diario íntimo de su esposa. ¿Por qué a las mujeres les gustaban las historias complicadas?




3.

Es un animal, Cristiano. No sé cómo lo hace. No sé qué me hace. Tiene algo en los ojos, en la mirada. Nunca levanta la voz, no grita ni insulta ni amenaza, y sin embargo me siento sometida a su voluntad. Es algo en él, como una fuerza, como si su voluntad fuera algo sólido, concreto.
Ayer me hizo lo que quiso. Me cogió, me sometió, me humilló. Me convirtió en una puta. En su puta. Peor, me redujo a un juguete sexual, a una cosa usable, a un pedazo de carne…
Y me fascinó, Virginia. ¡Todo lo que hizo me volvió loca!

Rafael cerró el diario de un golpe violento. Tenía el corazón acelerado y en la lectura se había mordido muy fuerte el labio. “¡Puta de mierda!”, masculló.
Dos golpes a la puerta lo sobresaltaron.
—Rafael, ¿estás despierto?
Rafael escondió el diario bajo las frazadas.
—Sí, pasá, mi amor.
Virginia entró a la habitación y a Rafael casi le da un ataque. Su hija, su nenita mimada, la luz de sus ojos, vestía para salir y estaba hecha una perra. Minifalda negra demasiado breve, botas por encima de las rodillas y una remera entallada y corta. No era voluptuosa como su madre pero era mucho más hermosa y joven, y de proporciones perfectas. Vestida así, podía mandar a cardiología a más de un viejito.
—¡Virginia! —se sorprendió Rafael.
—Me voy con unas amigas a una fiesta.
—¿Vestida así?
—¿No me dijiste que tenía que salir? —Virginia se acercó rápido y la faldita acompañó el movimiento. Rafael vio asomarse por debajo la tela blanca de la bombacha de su hija, lo que era toda una provocación, ya que ella iba de negro. Ella lo miró con atención—. ¿Qué tenés en el labio…? —Virginia se acercó más, primero curiosa; luego, preocupada—. ¡Es sangre, Rafael!
—¿Sangre? —Rafael se tocó la boca y se miró los dedos, ahora rojos. Virginia se sentó junto a él en el borde de la cama y él pudo oler el perfume de su hija—. Es… ¿el perfume de mamá…?
—¿Te molesta que lo use…? —Virginia tomó un pañuelo de papel y le limpió la herida. Como sangraba un poquito más, llevó el pulgar a su boca y lo embadurnó de saliva, y con esa saliva selló la herida en el labio. Movió a su padre para maniobrar más cómoda y la frazada se corrió un poco. El diario de tapas de cuero quedó visible—. ¡¿Y eso?!
—Nada… cosas del trabajo… ¿A dónde vas?
Virginia lo miró con desconfianza.
—A una fiesta… En el Abasto…
—¿En el… Abasto…? ¿En el shopping? ¿En el Hilton?
—¡Ja, ja! Ojalá en el Hilton. Creo que en una casa vieja… No sé, me llevan…
—¿En qué casa?
—No sé, Rafael. Hay un millón de casas viejas en el Abasto… ¿Querés que no vaya? ¿Querés que me quede acá, con vos?
—No, no, hija... No me hagas caso. Es que… lo de mamá me tiene mal…
Virginia se puso de pie e increpó a su padre con sobreactuada severidad.
—¿Cómo estoy? —preguntó espigándose, girando y posando como una modelo. Al moverse, la minifalda se elevaba un poco, dejando ver la línea dónde comenzaban las nalguitas. La tela era fina, y evidenciaban el relieve de la tanga, que era mínima y enterradísima en esa cola apretada y fabulosa.
—Estás… deslumbrante.
El halago anticuado le provocó a Virginia una sonrisa que iluminó el cuarto, que logró iluminar esa noche de mierda de Rafael.
—¿En serio? —preguntó ella, como una nena—. ¿Creés que algún hombre me va a mirar?
No era una pregunta para hacer a un padre, pero la muerte de la madre los había unido de una manera que a Rafael se le antojaba extraña, quizá más madura, y el clima era más o menos de broma.
—Se te van a tirar como aviones. Voy a tener que ir a sacártelos de encima a escopetazos, así no tocan a mi nena.
Virginia rió divertida y caminó hacia la puerta, dándole la espalda a su padre y moviendo las caderas con mucha sensualidad.
—¡Ja ja, ja! ¡Era lo que quería oír!
Rafael quedó solo. Miró el lomo del diario íntimo de su mujer y se tocó el labio curado. Ya no se sentía tan mal. Por mucho que amara a la hija de mil putas traicionera infiel de su esposa, su hija era mucho mejor persona. Y mejor mujer.
Se durmió sabiendo que al otro día entraría en esa maldita casa.




4.

No fue al Abasto hasta el martes. No solamente quería saber cómo era ese antro, también quería verle la cara a Cristiano, ese negro turro que aparecía en cada página del diario de María en descripciones largas, gruesas y duras. Sabía que el negro iba los martes, jueves, viernes y sábados, siempre a la noche.
Rafael no pudo evitar una sonrisa manca de derrota al tocar el picaporte de la casa: los martes su mujer se había inventado un taller literario como coartada para ir allí. Jueves por medio, reunión de trabajo; y viernes por medio (las semanas que no tenía nada los jueves), salida con sus amigas. Así, su esposa se hacía garchar por negros pijudos dos veces por semana.
Pensar en esos tipos lo amedrentó un poco y volvió a vacilar. Entonces recordó a su hija, siempre alegre, positiva, animándolo a levantarse, mimándolo, apuntalándolo para que no se caiga. También la recordó la noche del sábado. ¡Dios, que hermosa se había puesto con los años! ¿Dónde había quedado la niña que solía jugar en sus rodillas? Claro que no aprobaba la ropa que llevaba puesta, pero qué podía decirle: ya no era una chiquilla, era toda una mujer. Si ella quisiera podría entrar a esa casa y con su sola presencia capturar las miradas de todos esos negros; con su belleza y vestida así podía eclipsar a cualquier mujer, incluso a María (o aun más, anularla por completo, si viviera).
Con Virginia en sus recuerdos, dándose ánimos, giró el picaporte y entró a la casa.
Lo primero que lo sorprendió fue la ambientación. O la no ambientación. No había alguien en la entrada, ni taburete, ni ticket que pagar. Cruzó un pasillo muy corto e ingresó a una sala de estar enorme, de techo alto. No había gente allí pero sí bastante luz, aunque algo tenue, y la casa no parecía decorada de ninguna manera en particular. Unas plantas interiores, unos cuadros tribales puestos así nomás en las paredes y varios sillones enormes con mesas ratonas grandes y angulosas, que no combinaban del todo con el resto.
Rafael avanzó por la sala con paso tímido hasta que un negro alto y delgado, con túnica hasta los tobillos, cruzó la sala y lo saludó apenas con un gesto. Lo vio caminar y alejarse y Rafael no pudo evitar preguntarse, con dolor, si ese negro se habría cogido a su mujer. La sangre le hirvió, sus puños se apretaron. Quiso saber —se preguntó, mejor dicho— cómo sería el negro bajo toda esa ropa.
—¿Cris… tiano…? —balbució antes de que el negro estuviera por desaparecer tras una puerta. El negro se detuvo y le sonrió con amabilidad.
—No —dijo, solamente, y señaló una puerta frente a Rafael, antes de irse.
Esa segunda habitación, que era muy —muy— pequeña, estaba amoblada con el mismo estilo híbrido que la sala principal. Entre el sillón y la tele de led que colgaba en la pared opuesta apenas si había espacio para una mesita ratona y como para que circule una persona. A cada lado de la habitación había una arcada sin puerta que conducía a otro lado. Más que una habitación, aquello parecía una salita distribuidora.
En la tele daban un partido de la Champions League, y en el sillón, despatarrado como si se hubiese caído del techo, con el control remoto en la mano, había un negro grueso y grandote, de pantalón corto deportivo y una remera brillosa del Arsenal.
Rafael entró por detrás y se quedó mirándolo, sin decir palabra. No lo estaba estudiando, simplemente sintió que esa languidicencia no debía interrumpirse. Rafael caminó hasta el televisor y giró para enfrentar al moreno; no para desafiarlo, sino porque le parecía que el otro no lo había siquiera registrado.
El negro era robusto, macizo, de cuello ancho y cabeza rapada. Era grandote y grueso, como un boxeador peso pesado que hubiera dejado de entrenar hace unos meses. No daba miedo pero la masa corporal y las manazas infundían algo más que respeto. Era de alguna manera atractivo, su rostro sería incluso lindo si no fuera que la cabezota estaba también robusta como el resto del cuerpo. El seño iba siempre cerrado, tieso, como enojado, y un par de manchitas en la piel se asomaban por entre la barba de tres días.
—¿Señor Cristiano?
Rafael se maldijo profundamente. ¿”Señor”? ¿Por qué “señor”? Ese era seguramente uno de los hijos de puta que se había garchado a su mujer, haciéndolo cornudo durante los últimos años. ¡Qué señor ni señor!
Y sin embargo, no pudo enojarse. Recordó el diario de su mujer, leído y releído noche tras noche. Fue ver al negro e inmediatamente comprendió algunos de los párrafos. Ese negrazo callado y ausente, que parecía imperturbable y ajeno a todo, emanaba un aura, una fuerza que atraía las cosas alrededor, que lo alteraba —a él—. Ese negrazo rudo y de gesto hosco no daba miedo pero lo colocaba a Rafael en un lugar solícito, rogante, sumiso.
—¿Quién sos?
Al escuchar su voz, Rafael tuvo la certeza plena de que el negro era Cristiano.
—Soy… Soy… Mi nombre es Rafael… Soy… —Rafael titubeaba con las manos tomadas por detrás y la cabeza un poco gacha. No podía quitar la vista de ese negro que tantas pero tantas veces se había cogido a su esposa y que aparecía tantas veces en las descripciones del diario, ocupando tantas páginas, y realizando tantas proezas para el regocijo y el placer de su mujer. De la puta de su mujer—. Soy… el esposo de María…
El negro lo miró con poca curiosidad, parecía más atento al partido. Abrió una de sus piernas y la llevó sobre el sillón. El corto pantalón se le reacomodó y Rafael pudo ver claramente cómo algo voluminoso serpenteó adentro e inmediatamente cayó sobre la pierna que se sostenía en el piso. Lo que fuera que estaba dentro del pantalón cayó con todo su peso y asomó su punta marrón y oscura por la botamanga.
—¿María…?
—María… rubia… pechos… —hizo una seña con sus manos, marcando que las tenía bien grandes. El negro volvió a moverse y ahí sí, Rafael pudo ver claramente que lo que sobresalía por debajo de la pierna del pantalón era la punta gruesa y enorme de una más enorme verga. De una inverosímil enorme verga. Tragó saliva—. Y caderas… —Y no pudo dejar de mirarle ahí—. Ya sabe…
—María… ¿La que viene los martes…?
—Los martes… y algunos jueves o viernes…
El negro asintió en silencio, satisfecho con el recuerdo. Luego de un minuto interminable, Rafael necesitó interrumpir.
—Quería… quería conocerlo… señor Cristiano.
Cristiano lo miró con cierta curiosidad por vez primera. La punta de su verga seguía asomada pero ahora el bulto debajo de los pliegues del pantalón se había agrandado un poco. Quizá por el recuerdo de María.
—Vení —le ordenó amablemente. Rafael caminó los dos pasos hasta el sillón y se quedó de pie junto al negro. A Rafael le costaba respirar, estaba muy nervioso. Por alguna razón, la proximidad de ese negro le quitaba el aliento. Se quedó allí y en silencio, esperando.
—Date una vuelta.
—Una… ¿Una vuelta…?
—Y sacate las manos de atrás… quiero verte.
Rafael, nervioso como una colegiala, giró lentamente, sintiéndose por un lado estúpido, por otro confundido, pero descubriendo insólitamente que buscaba la aprobación del macho de su esposa.
Cuando Rafael le dio la espalda, Cristiano lo detuvo.
—Achicate el pantalón.
—¿Qué?
—Ajustalo adelante para que te marque atrás.
Un calor inexplicable comenzó a subir dentro del cuerpo de Rafael. Quiso negarse a cumplir con el pedido, quiso escapar de allí, golpear a ese negro por haberle garchado a su mujer. En cambio estrujó el pantalón de vestir desde la bragueta, haciendo un bollo y subiendo el tiro para que la costura de la cola se le enterrara lo más posible. Y él solo —sin que el negrazo se lo pidiera— paró un poco el culito para que el macho —lo supo— no se decepcionara.
Estuvo así otro minuto interminable. Evaluado. Medido. Mensurado. Al final, el negro dio su veredicto.
—Bastante bien… —Rafael se sintió aliviado—. Pero la próxima vez te tenés que venir con otra ropa…
Lo tomó de la mano, como si fuera una doncella de los cuentos, y lo hizo girar otra vez hacia él. Y lo que vio Rafael lo golpeó con otro sofocón. El negro, que seguía despatarrado en el sillón, tenía ahora un buen pedazo de pija afuera, siempre asomado por la pierna del pantaloncito. Era gruesa, rechoncha, y evidentemente larguísima. Rafael comprendió en ese instante las razones de cada una de las frases que había leído en el diario de su mujer, respecto de la verga de su macho.
—Señor Cristiano, yo…
—¡Shhht…! —lo calló el negro, y por primera vez Rafael lo vio sonreír. Cristiano golpeó dos veces con su palma sobre su muslo, justo al lado del vergón que se asomaba. Rafael no quería. Rafael no debía. Pero nunca había visto una pija así. Nunca una persona lo había eclipsado de esa manera. Rafael no quería pero ese vergón grueso, venoso, enorme, era una tentación. Una tentación para averiguar por qué su mujer había hecho lo que había hecho. Una tentación para saber si era cierto todo lo que había leído en esos malditos cuadernillos. Una tentación para sentir de primera mano exactamente lo mismo que había sentido la muy puta de su mujer.
Rafael se hincó lentamente de rodillas, como en un sueño, y agachó la mirada hacia la punta de la verga que asomaba bajo el pantalón. Acercó lentamente su cabeza a los muslos del negro y fue a buscar la botamanga invadida de pija. Se acercó despacio, con respeto y lleno de dudas. Rafael jamás había estado en una situación como esta, ni siquiera en sus fantasías más locas, así que fue acercando su boca hacia la cabecita negra e inflamada que se escapaba por abajo, mirando directo a los ojos al poseedor de ese portento. Se acercó más, sosteniendo la mirada, estableciendo con el negro un puente donde sentirse seguro.
Cuando sus labios ya estaban casi encima del glande brilloso y negro como un látex, y la inclinación de la cabeza ya no le permitía más sostener la mirada, Cristiano acompañó la cabeza de Rafael con una de sus manazas y lo llevó suavemente hacia él, para que el novicio no dudara en los últimos centímetros.
Rafael tocó con sus labios la piel dura y estirada de la pija del negro con la incertidumbre de no saber qué esperar. Supo que debía abrirse. Abrir la boca. Y abrir grande. Y lo hizo. Supo también que debía engullir. Y también lo hizo. Como pudo, pero lo hizo.
La cabezota de la verga del negro le invadió el buche y Rafael se estremeció. Sintió la textura estirada de la piel de esa pija en su lengua y procuró no tocarlo con sus dientes. Tomó el glande con su boca como si estuviera comiendo un helado y recorrió con la lengua todo lo que pudo, que no era mucho porque la pija seguía dentro del pantalón. Solo podía chupar una y otra vez sin parar, y ganarle terreno al pantaloncito con los labios y la nariz. Se sintió extraño, chupando ese glande que se asomaba y que estaba cada vez más duro. La tela del pantalón le molestaba, pero él quería demostrar que era bueno y engulló más, no importaba qué. La tela se le metía en la boca, sabía mal y le fastidiaba, pero Rafael no dejaba de chupar ni por un segundo. Quería ser bueno en eso de entender por qué su esposa iba dos veces por semana a ese antro a dejarse someter por negros como éste. Por malditos negros hijos de puta como éste.
Cristiano lo ayudó y corrió la tela del pantalón hacia arriba, dejando más pija disponible para Rafael. La manaza en la nuca lo empujó más fuerte y en una fracción de segundo Rafael tragaba un poco más de negra pija.
—Muy bien… —respiró Cristiano.
Rafael seguía chupando pero entre la posición de su nuca y la pija metida en el pantalón, la felación se le dificultaba. Llevó sus manos hacia adelante para tomar el vergón.
—Nooo, no, no, no… Sin ayuda… Tu esposa lo hacía sin ayuda…
Fue como un desafío para Rafael. Regresó las manos atrás y abrió la boca más grande y comenzó a tragar aún más pija. Y a chupar y chupar. El glande se le salía de la boca a veces, y Rafael debía regresarlo. Tomaba la barra de carne con sus labios y la iba guiando con la lengua hasta metérsela nuevamente. Y tragaba y chupaba. Cristiano volvió a ayudar y subió todavía más la pierna del pantalón. La verga asomó entonces casi toda, y uno de los testículos, grandes, redondos, pesados, también cayó hacia afuera. El vergón grueso y largo apuntaba hacia abajo, pero la excitación lo levantaba y Rafael debía mantenerlo a raya y disciplinado dentro de su boca, chupando y procurando que no se eleve más allá de su control. A veces se le soltaba y el pijazo ensalivado le pegaba en la cara, marcándolo de baba y jugos del mismo negro.
Cuando la pija se puso incontrolable, Cristiano autorizó.
—Usá las manos, putito… Y tragala hasta la base…
Rafael asintió con la cabeza, mirándolo a los ojos y sin dejar de chupar pija. Cristiano corrió aun más el pantalón y quedó todo, completo, para el cornudo. Rafael tomó los huevos con una de sus manos y con la otra, la gruesísima barra de carne.
Y se aflojó. Comenzó a chupar más rápido y más fuerte, y masajear hacia arriba y abajo la terrible pija, y a acariciar los huevos mientras Cristiano tiraba su cabeza hacia atrás.
—Ahhhhh… Síiii…
Rafael soltó los testículos y fue a tomar el vergón con las dos manos, pajeándolo hacia arriba y abajo y chupando desde la cabeza hasta la mitad, mordisqueando suave, besando la cabeza, tragando pija y jugos y volviendo a pajear.
—Así... Así, putita, así… Uhhhhh… Tragá, cornudo… Tragá pija… Así… —y Rafael chupaba y masticaba pija suavemente, paladeando esa textura nueva, distinta, extraña—. Tragá pija como tragaba tu mujer… Sí…
Cristiano volvió a tomar a Rafael desde la nuca y comenzó, primero, a acompañar los movimientos del cornudo —que cabeceaba arriba y abajo cada vez con mejor ritmo—, para luego empujar hacia abajo, metiéndole presión a la cabeza para que no suba y así tragara más pija. Rafael sintió cómo la verga del negro lo iba llenando por dentro, metiéndose por la boca y llegándole hasta la garganta. Vio que iba por media pija, que era lo máximo que él había logrado meterse, pero Cristiano no aflojaba sobre su nuca, sino que seguía empujando hacia abajo. Rafael comenzó a asustarse.
—Sentí, putita… Sentí la pija de un macho…
Y la sentía. ¡Cómo no sentirla! La pija le llenaba la garganta y Cristiano empujaba para avanzar. Rafael se ahogaba, pero la pija iba más adentro. Uno. Dos centímetros más. Otro. Y otro. Rafael tosió un poco.
—¿Te gusta, putita…? ¿Te gusta…? Sentila… Esta es la pija del macho de tu mujer…
Cristiano volvió a empujar, y la pija se hundió más en Rafael. Rafael volvió a toser. Cristiano no aflojó, le mantuvo la cabeza presionada en el mismo lugar. Rafael miró con estupor y vio que tenía metida adentro casi tres cuartos de esa pija infernal. Volvió a toser y ahora a ahogarse. Sacudió la cabeza, pero Cristiano no le permitió sacarla de la pija y siguió aplastándolo contra su verga. Agitó una mano y gimió sonoramente, pidiendo clemencia, volvió a toser y en un momento a moquear.
—¡Chupá, cornudo de mierda, chupá…! ¡Vas a tragar toda la pija de tu mujer, putito…!
Cristiano volvió empujar y otro tramo de verga se rindió dentro de Rafael. Rafael ya tosía ininterrumpidamente y estaba rojo, de sus ojos salían lágrimas y moco líquido de su nariz, pero seguía casi sin quejarse y tragando pija como un buen cornudo. La manaza de Cristiano continuaba presionando y la garganta le ardía feo, ya no le alcanzaba con toser. Tenía arcadas y sintió que se ahogaba.
—Te acabo, putito. Aguantame un minuto más.
No iba a poder. En un minuto más Rafael iba a estar muerto. Pero al negro no le importaba. Seguía presionando más y más sobre la cabeza de Rafael, impiadoso, sintiendo al cornudo en toda su pija, tirando la cabeza hacia atrás y disfrutando de esa tortura a la que sometía a ese pedazo de cornudo.
—Te acabo, putito, te lleno de leche…
Siguió con esa cosa gomosa, dura y blanda a la vez, asaltándole la garganta unos interminables segundos más, casi a punto de hacerlo vomitar, cuando el macho por fin le dio a Rafael lo que a esa altura ya era lo que más deseaba en el mundo.
—¡Síiiiii…! ¡Ahhhhhhhhhhhh…! —Cristiano comenzó a agitarse y espasmar como un pez en tierra—. ¡Ahhhhhhh…! ¡Síiiii…!
Rafael sintió la pija endurecerse en sus manos, inflamarse como si respirara, como si tuviera vida propia. Sintió entre sus dedos el primer chorro de semen pasando por la pija, endurecerla e hincharla más por una fracción de segundo, y sintió también cómo el lechazo atravesó por la verga y le vino directamente a la garganta. El contacto de la leche tibia le alivió el ardor y a la vez lo ahogó más. Tosió, y en la acabada, la manaza de Cristiano se aflojó en la nuca y pudo subir la cabeza unos centímetros. El segundo lechazo lo agarró a Rafael con más aire, aunque todavía violeta por el esfuerzo. Tragó la leche del macho, chorro por chorro, gota por gota, sin desperdiciar nada. Es que el negro aun lo tenía tomado de la nuca y no le permitía salirse de su vergón lechero, por lo que le agitaba la cabeza hacia adelante y atrás al ritmo de la acabada.
—¡Tragá…! ¡Tragá, cornudo, tragá…!
Y el cornudo tragaba.
—¡Asíiii…! ¡Ahhhhhh…! ¡Qué rico me deslechás…! ¡Ahhhhhhh…!
Rafael sintió aflojarse la tensión de la verga. Los chorros de leche ya no eran intensos, sino convulsiones de la pija que terminaba de acabar. De todos modos no se la quitaba de su boca, no dejaba de tragar cada pequeño lechazo que Cristiano le regalaba desde su portento de macho.
—Escurrila, putito…
Obediente, Rafael estranguló la verga primero desde la base, y con sus manitos fue subiendo y apretando pija. La leche parecía salir de a borbotones, que el cornudo debía tragar y tragar. Cuando sus manos llegaron a la cabezota inflada del negro, las últimas filtraciones de leche se derramaron dentro de su boca y el negro emitió un gemido de satisfacción.
—¡Uhhhhh…!
Se sentía humillado, Rafael. Profundamente humillado. Y no por haber estado chupando pija sino por su permisividad y sumisión para aceptar tragarse toda la leche.
—Pasate la lengua por la boca, cornudo… te quedó lechita en los labios…
—Sí, Cristiano…
—No, no, no, no, cornudo… De nuevo, a ver...
—Sí, Señor.
—Muuuy bien…
Rafael se preguntó si todo aquello no sería un precio demasiado alto para entender a su esposa, para comprender toda esa locura que ella había escrito y que él leía y releía noche a noche. Se preguntó si sería un precio alto y agachó la cabeza para terminar de limpiar la leche que ahora se desparramaba sobre el grueso tronco del vergón del negrazo.
Lo que Rafael no sabía era que ese no era el precio sino tan solo la primera cuota.

 Fin - 7.905

SEGUNDA PARTE:

34 COMENTAR ACÁ:

Pablo dijo...

Soberbio relato (o inicio de relato). Rebelde yo no se qué decir de tus relatos porque lo único que se me ocurre es la habitual catarata de elogios por lo bien escritos que estan y el morbo de las situaciones.
A mi me encantan este tipo de historias donde el cornudo acaba feminizado y/o haciendo mariconadas y no porque sea gay sinó como un ejemplo extremo de sumisión al macho de su mujer. Es curioso porque yo no tengo nada de gay y sin embargo me excita ver ese tipo de degradación en un cornudo dominado por su corneador.
Creo que esta historia promete muchísimo y, como siempre, estoy seguro que no nos defraudarás.
Saludos.

Anónimo dijo...

Muy buen inicio de historia, deja ver ya lo que vendrá y que promete ser bueno. Hubiera preferido un poco mas de la mujer pero se que eso vendrá. Y quizás algo de incesto con la hija ocupando el lugar de la madre? seria un buen toque...

Hielo Negro

Slemx dijo...

Impresionante texto, amigo Rebelde. Ya me froto las manos para lo que viene en lo siguientes capítulos.

Muchos hablan, quienes poco saben del tema, que un cornudo es un gay reprimido que esconde su condición detrás de su mujer, alguien que usa a su pareja como pretexto para tener sexo con otros hombres. Nada más lejano. Para un verdadero gay es mucho más fácil buscarse amigos con gustos similares y darle vuelo a sus aficiones, sin tener que involucrar a la mujer, con todo lo que ello implica. Someterse al macho alfa que emputeció a su mujer es otro asunto que tiene que ver más con Darwin que con Freud. La selección natural no es asunto de preferencias sexuales, sino de biología. Disculpa, tu excelente relato trajo esta reflexión a mi mente.

Por cierto, en el hilo de un gran creativo de los cuernos hablé de los magníficos relatos cornudos de Rebelde Buey, sé que igualmente no tendrás inconveniente en que hable de él aquí, quizá lo conozcas: Calosgouzy (así buscarlo en Google). Hace unas viñetas (fotos con texto) geniales, de lo mejor en nuestra lengua. Lo comento para recomendarlo a aquellos asiduos a tu hilo que no lo conozcan.

Con tu ya tradicional entrega quincenal ya le has dado un sabor y valor adicional a las quincenas. ¡Gracias! ;)

Rebelde Buey dijo...

PABLO:
tal cual! no es sobre homosexualidad sino sobre el rendimiento al macho alfa. creo que esa confusión de que el que gusta de este tipo de relatos es medio gay, viene de los que están fuera de este juego de los cuernos. ya era hora de explorar el tema, más de cien relatos y ninguno iba por ese lado ;-)
a mí particularmente me caben las historias con cierto grado de feminización, pero donde el cornudo es bien pendejo, o teenager, y ya un poco femenino. en este relato la cosa es diferente y, de hecho, el relato es un drama hecho y derecho, con dosis de culebrón (ya lo verán más adelante).

HIELO NEGRO:
mmmm... no sé si vendrá mucho más de la mujer. de hecho, sí sé: no vendrá. este relato es sobre cuernos pero muy tangencialmente. es más, casi no es sobre cuernos.
y sobre el incesto... jejeje...

SLEMX:
nada de disculpas, el blog justamente está para eso. para opinar y delirarse todo lo que uno quiera y las veces que quiera.
coincido con vos en que es más de darwin que de freud. y trato de reflejar eso en el relato. igual, siempre dejo una zona de ambigüedad, no por picardía, sino porque todo este juego de los cuernos tiene cientos de zonas de ambigüedad... quizá ahí radique el atractivo, y el hecho de que se sostenga siempre el interés.
respecto de CALOSGOUZY, me envió un mail el otro día y vi sus talkies. como le dije a él, son prácticamente mini relatos. están muy buenos, muchos de ellos se pueden convertir en relatos, y él me autorizó a hacerlo.
a veces tengo ganas de poner links o hacer intercambio de links o blogs, con buenos sitios cornudos. ¿cómo lo ven?

Anónimo dijo...

Guauuu Rebelde me sorprendiste con la linea de este relato, es real que los cornudos o amantes de esta tematica sentimos admiracion por los machos alfa y su imagen de dominio, me considero un cornudo voyeur y para nada gay sin embargo admito que termine esta primera parte del relato con una formidable ereccion y eso se lo debo a tu formidable manera de narrar estos hechos eroticos, por que fue muy liviano pero al mismo tiempo generaste que la mente del lector ya profundizara en la historia, como comentaron los amigos de arriba el tema del incesto, o que la esposa garche con Cristiano o que este negro se garche a la nena...vaya maravillosas combnaciones.
CalosGouzy genera arte morbos con sus talkies y creo que te traeria mas gente a tu pagina el hecho que intercambies enlaces con sitios de esta tematica cuckold o de relatos eroticos.
Creo que se llama Ricoh Strong el actor negro que te inspiro, esa foto es de hace unos años.
Sigue asi maestro!!!

VM
http://vikingomiron.blogspot.com/

Pablo dijo...

Joder! Rebelde Buey, Slemx, Vikingo Miron, Carlos Gouzy... todo mi pequeño universo de cornudismo en Internet, juntos!

Saludos y gracias a todos por los buenos ratos que me haceis pasar.

(supongo que no te habrà molestado este paréntesis)

Rebelde Buey dijo...

si por paréntesis te referís a volver a dejar un segundo post en el mismo relato, para nada. posteá las veces que quieras en todos los relatos que quieras, pablo!! ^_^

Unknown dijo...

Felicitaciones por este relato , es estupendo el incio la frase de como y para quien escribir un diario es excelente.
me gusto mucho las descripción de Virginia y como dejas entrever en el color de su piel y de su pelo ,otra verdad oculta por Maria

A mi ,como a varios por lo visto en los comentarios, me gusta la sumisión y la feminizacion en el cornudo .

saludos Rebelde y como siempre gracias por tan buen trabajo

Dark_Room dijo...

semcillamente excelente!!!

Cuerno Beta dijo...

Rebelde, nuevamente te luciste. El texto es buenísimo y sobre una dimensión de la vida cuckold un poco tabú dentro del estilo de vida, como el la bisexualidad o la femenización del cornudo. Y nada tiene que ver con ser gay, es la sumición de un Beta frente al macho alfa, pero la presencia de la mujer es parte fundamental... es la mirada de la mujer (o en tu relato) el recuerdo de la mujer, lo que completa la escena.

laura cd dijo...

Maravilloso.
Me siento totalmente satisfecha cuando te leo.
La forma de describir cuando un hombre acaba es mi sueño de siempre. Vivir eso, asi, tan plenamente.
GRACIAS
http://laura-cd.blogspot.com.ar/

Anónimo dijo...

excelente revelde!! se aproxima una historia muy buena!!

marolio_1@hotmail.com

pepecornudo dijo...

esta nueva saga pinta muy pero que muy bien.estoi deseando leer el segundo capitulo.
que prnto el cornudo a asumido su rol.supongo que al leer el diario de su esposa le quedo claro que nada podria contra un semental semejante.

Anónimo dijo...

que loco, me encanto quien nace pa cornudo sumiso ni que lo niegue.
cazadora072

Aldan 48 (re ubicado) dijo...

MENSAJE REUBICADO. NO DEJEN LOS MENSAJES EN "COMO DEJAR UN COMENTARIO FIRMADO". DÉJENLO EN EL RELATO ^_^

Hola Rebelde, me has dejado alucinado con este relato, sobre todo con el final. Uno esperaba al iniciar la lectura que se produjera una relación entre padre he hija, lo que no me esperaba era un desenlace con el amante de su fallecida esposa, sobre todo por la forma en que se produce y la entrega y sumisión del marido. Muy bueno, como siempre. Saudiños

aldan48@hotmail.com

Anónimo dijo...

Que tal Rebelde, como siempre muy bien escrito el relato, pero la verdad es que prefiero una temática en donde está físicamente la mujer. Y la onda de la relación padre/hija no me llama mucho la atención, es solo cosa de gustos.
Aunque manejaste bien el morbo, y la dominación del cornudo ante el negro estuvo muy buena, me puso a tope.

Saludos
Luis Renato (luisrenato32@gmail.com)

Slemx dijo...

Rebelde:

No lo había visto así, pero tienes razón, las viñetas de CalosGouzy son como relatos. Cada uno a su estilo y con herramientas distintas (tú la literaria, él la gráfica), pero tremendamente creativos y prolíficos ambos. Mis respetos.

En cuanto a los links, yo lo veo como algo positivo porque sirve tanto a los blogueros (no sé si así se diga jeje), que adquieren más difusión, como a los visitantes, que ampliamos así nuestro espectro de sitios para alimentar la afición. En mi blog tengo, casi desde que lo creé, un link a tu blog, así como otro al también admirado y prolífico Vikingo Mirón. Ya he añadido también otro al blog de CalosGouzy, que ciertamente se me había pasado (por aquello de que no puedo dedicar a mi blog tanto tiempo como quisiera).

En fin, volviendo al punto, muero de ganas por ver la continuación de este relato que promete tanto.

Pablo:

Un honor que me ubiques entre ellos. Inmerecido para mí, pero imposible leerlo sin decirte gracias.

Anónimo dijo...

Me gustó mucho: la presentación de los personajes; la promesa implícita y sutil que la historia los irá entretejiendo; las diversas capas (el diario como guía, la hija que va a una fiesta a casa vieja, la hija como objeto de deseo y sustituto del morbo del padre, etc). Intuyo que Cristiano será de esos personajes "secundarios" que -como Don Brótola- resultan imprescindibles. Bravo Rebelde!
Nippur (nippuradhoc@gmail.com)

Anónimo dijo...

Viudo, cornudo y humillado.... muy muy fuerte, demasiado para mi gusto.
Mas alla de eso el relato esta excelentemente escrito.
Espero el proximo!
Saludos
sinchino@hotmail.com

hornetf18 dijo...

Brillante, Rebelde!
La genial manera de busear en la psicologia de los personajes
los hace reales, creibles, casi tangibles. Pero esta aproximación es tan exenta de complicaciones, tan real que es fácil componer la pelicula en la cabeza.
Me gusta mucho tu técnica de hacer un pequeño flashback que completa la composicion del personaje y la situacion.
Ahun si tu escritura no estuviera dedicada al erotismo y al
mundo cuckold sería un placer leerte.
Sinceramente Gracias!

Anónimo dijo...

En verdad de que es un cambio en el estilo de la historia.
El comienzo uno de los mejores d etodo tus relatos.
Por momento hay cierto tono de hsitoria incestuosa, lo que para mi gusto le da un toque nuevo.
Con respesto a la relación entre hombres mayoremente no me llamó la atención, pero no lo veo ni pesado ni denso.
Como los demás usuarios estamos esperando que aparezca la hija en situaciones más comprometidas...y por supuesto si aparece un noviecito paro ahí no estaría mal...casi como un personaje invitado de la novela jejejeje. Un abarzo y sigue escribiendo.

Hari dijo...

uf casi no llego al relato, he estado fuera y no pude comentar el anterior y mira que era bueno (como todos), este por suerte ha sido "abierto", da gusto ver que no se te acaban las ideas ni las situaciones

Edgarin dijo...

Muy buen relato rebelde, algo nuevo y difente a lo que estoy acostumbrado a leer pero me gusto bastante.

Anónimo dijo...

cuantas veces soñe con ser el cornudo de la historia, tengo varios amigos de venezuela y colombia, negros por supuesto, que les alabo sus vergas por chat....ojala pudiera tragarme una asi.

Unknown dijo...

Esto es de un morbo impresionante. Estoy segura de que la hija es igual de puta que la madre. Espero que Cristiano (dios! qué macho!) se coja a la hija enfrente de Rafael. Besos.

Mikel dijo...

Me gusta la atmósfera que envuelve este relato. Un padre que descubre que es cornudo y una hija en edad de empezar a putear solita..jeje. Me ha encantado el cambio de perfil del cornudo, de sorprendido al leer el diario, a indignado al enterarse cornudo, a curioso al acercarse a la casa, a terriblemente sumiso al chupar la polla del negro. Como has plasmado eso me ha gustado. Pero como no podía ser de otra forma, la parte sexual es brutal, que no se pueda tragar la polla del negro y que este le obligues...uff..morboso al extremo.

negociodelsiglo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
will dijo...

Exelente relato como todos, eres uno de mis autores favoritos mas grandes que hay :) sigue asi! Saludos

will dijo...

me olvide dejar el email jaja

razvanmerlin@hotmail.com

Marcos P. dijo...

Excelente relato! Una joya sobre la sumisión de un cornudo a un macho alfa. Increíble el clima que se genera entre ambos...

Anónimo dijo...

sou paulacasada y me gusto muvho el relato qyuiero coo en todo massssss

Carlos Alberto Figueroa dijo...

Hola Rebelde:
Excelente manejo entre el morbo de los cuernos con la feminización del “macho” esa línea que lo hace mas morboso muy bien trabajado, sin duda otra excelente producción de tu parte, por muchas razones yo me perdí el hilo de algunas de tus grandes historias, por eso de esta seria “La casa vieja en el abasto” no he recibido ningún relato completo, si no es mucha molestia los agradecería

Atentamente,
Carlos Figueroa

Jhon Hatcher dijo...

Muy buen inicio plantea un muy buen relato me gusto mucho la verdad excelente

trabajabdofederico dijo...

Inicio perfecto, las bases de algo grande

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