MAMÁS LUCHONAS | MEYU (03) • [SKETCH]
(VERSIÓN 1.0 — 28.05.2025)
Por Rebelde Buey con Isabel Andada.
NOTA: Un SKETCH es un formato de relato simple, rápido, autoconclusivo, de temática única, cuya estructura, marco y final se repite en todos los capítulos. Tienen uno o más leimotivs, generalmente en el final, que también se repiten en cada capítulo, dándoles unidad y familiaridad.
Para MAMÁS LUCHONAS, la idea es escribir varias series de sketches, con varias mamás luchonas y sus cornudos, pero todas compartiendo el mismo espíritu y leitmotivs.
HOY: PROBANDO AMORTIGUADORES
1.
Mi departamento era humilde pero ya se olía la navidad en el aire. La navidad y el desodorante corporal que mi novia Meyu se rociaba por los pechos y los muslos. Yo sudaba y no porque este verano fuera particularmente caluroso, sino porque verla arreglarse me aceleraba el corazón. Para distraerme intentaba convencer a Brisa y Luli de que las Barbies truchas que les había regalado eran especiales —edición artesanal, les dije; pero no se lo tragaban.
—Mirá, esta tiene tatuajes como mami —y señalé los garabatos con marcador que les había escrito a las muñecas un rato antes.
Luli frunció la nariz con desaprobación. Brisa fue más gráfica:
—Parece que se la comió un perro y la cagó entera.
Del dormitorio salió Meyu, ajustándose una camiseta blanca reconvertida en top, rasgado por la mitad, que le dejaba ver la parte baja de los pechos. Lo había cortado luego de que Brisa se lo manchara con témperas de la escuela. A veces pienso que ese demonio estropea a propósito la ropa de su madre para que vaya por el barrio cada vez más en bolas. Meyu también llevaba puestos unos shorts que le regaló mi tía, los que juzgó "demasiado largos" hasta que los recortó con tijeras. Resultado: medio culazo al aire.
—Carolino —me reclamó—, ¿y mi lencería nueva?
Me sequé las manos en el pantalón.
—Nada de lencería. Toda la que te compré durante el año la terminaste estrenando con Pepo y Cogote… ¡O Dios sabe con quién más!
—Lo decís como si hubiera hecho algo malo. Son los padres de mis hijas, Carolino. Y sabés que aflojan más fácil la plata para las nenas cuando voy bien vestida a las conciliaciones.
Las conciliaciones, le decía. “Cogederos”, mejor dicho. Era ir a lo del Pepo o Cogote, mientras yo le cuidaba a las nenas, para dejarse garchar un par de horas y venirse con la plata de la manutención. Eso en el mejor de los casos; porque a veces solo se venía con leche adentro. Ella me lo negaba, obviamente. Pero vamos, que tengo sesenta y dos años y Meyu, veintidós, y me doy cuenta de algunas cosas.
Se me acercó hasta pegarse a mi cuerpo y me llenó los pulmones con su perfume. Me pasó una mano por el pecho, clavándome con suavidad sus uñas pintadas.
—¿Qué tengo que hacer para que me la compres? Faltan dos días para navidad.
Yo sabía que si se la compraba, algún otro hijo de puta iba a tener la suerte de estrenársela. Pero por otro lado, hacía casi seis meses que por hache o be no podíamos tener intimidad, y la proximidad y el perfume, sumado a que sus pechos se me aplastaron contra uno de mis brazos, me la hicieron parar, me hicieron deslechar ahí —sin querer— en el pantalón, y me hicieron decir:
—E-está bien, mi amor… Hoy mismo te la compro… Pero no la estrenes con ningún otro, por favor…
—No, Carolino, jamás te haría eso…
Se giró hacia el espejo, retocando maquillaje, cabello y altura de las tetas.
—A lo sumo por la leche de mis hijas… —murmuró sin mirarme.
Yo me quedé viendo el tatuaje que decía "Pepo", apenas asomándole bajo el short, recordando que la semana pasada ya había recibido "la leche para Brisa".
—¿Por qué te estás arreglando tanto? —pregunté con entusiasmo. Quizá esta noche se me daba—. ¿Quieren que las lleve de paseo a algún lado?
—No, Carolino —tiró Brisa—, el que nos va a llevar de paseo es papá, en su nuevo auto tuneado.
Maldita gnomo, siempre tratando de mortificarme.
—¿Qué auto tuneado? ¿No tiene para dejar la manutención y se tuneó el auto?
Meyu, de espaldas al espejo, se clavó el short un poco más entre las nalgas y explicó, como si yo fuera un estúpido.
—No es así, Carolino. A Pepo le prestaron un auto para testear y va a llevarlas a dar una vuelta… Pero primero tengo que ver si el auto ése es seguro, no sé qué tan confiables son sus amigotes del taller.
—¿Auto? ¿Taller? ¿Pero de qué estás hablando…?
Algo sonaba mal. Algo me decía que el día iba a empeorar.
2.
El rugido del motor me hizo apretar los dientes. Pepo estacionó el auto frente al edificio, un Empala 1965 cuatro puertas con unas llantas doradas que brillaban como el sol. Sentí las miradas curiosas de los vecinos mientras el ex de mi novia bajaba del auto con esa sonrisa cancherita que me pegaba en el hígado.
Brisa salió disparada hacia él y se le colgó del cuello como un mono.
—¡Papiiii!
Yo me quedé plantado en la vereda, con Luli a mi lado mirándome con ojitos de mapache triste. No me engañaba esa granuja.
Detrás llegaban Taco y Garrocha, caminando. Al parecer, tenían su taller en esa misma cuadra. Olían a grasa y a colonia Old Spice.
Meyu, mi Meyu, se había puesto el gorro de Papá Noel que estaba colgando de nuestra puerta, para tontear, pero ahora que venían dos machos se clavó el short minúsculo y se acomodó el top que le dejaba la mitad de las tetas al aire. Parecía prepararse para el casting de un video de reguetón.
—Voy a dar una vuelta con Pepo, primero —dijo, jugando con el gorro—. Quiero ver si el auto es seguro para las nenas.
Se me quedó la protesta en la garganta. “Ver si es seguro”. Claro.
—No tenemos el placer de conocernos —soltó Taco, mirándole los pechos regalados a mi novia.
—Ya lo van a tener —contestó ella, y se mordió el labio sin dejar de verlo a los ojos.
Garrocha señaló el gorro navideño.
—Papá Noel es hombre… ¿No debería llevarlo tu novio, que también es hombre?
—Mejor no... —respondió Meyu, y comenzó a reír—. Se le enredaría en los cuernos.
Pepo y Garrocha soltaron una carcajada, y hasta las niñas rieron. Meyu se rio también, pero su mirada se clavó en el bulto sobresaliente de Garrocha.
Yo me quedé petrificado. Iba a ponerla en su lugar cuando me interrumpieron.
—¿Está todo okéi con el auto? —le consultó Taco a Pepo. Pepo asintió con un pulgar arriba—. Bueno, después llevalo al taller. Dale unas vueltas a ver si le notás algo raro, un ruidito, lo que sea…
—Vamos a… probar los amortiguadores —le explicó Meyu a Taco, en lo que me pareció un código entre ellos. Sí, ya sé, estaba un poco paranoico.
Los dos mecánicos dieron media vuelta y encaminaron hacia el taller, que quedaba a setenta metros a la izquierda. Mi novia los siguió con la mirada casi hasta que llegaron.
—No tardamos —dijo Meyu, de pronto despierta y subiéndose al auto. Pepo le abrió la puerta del acompañante como si fuera todo un caballero, pero solo hizo el gesto para aprovechar y manosearle el ortazo con impunidad y la anuencia de ella. Estuve a punto de decir algo, pero no era la primera vez que me la manoseaba así, y por otro lado temí que me respondieran con algo más humillante todavía.
Pepo se subió al volante y el motor rugió. Arrancaron hacia el parquecito que estaba a media cuadra a la derecha, e inesperadamente allí se estacionaron.
Yo me quedé en la vereda, con las dos niñas ya mangándome.
—Carolino, compranos un helado —chilló Luli, y me tiró del brazo.
—Sí, Carolino —agregó Brisa—. Así no pensás en lo que le están haciendo a mamá en el auto.
Maldita sea. Hasta las nenas me tenían de hijo.
3.
El sol caía a plomo, derritiendo el helado en mis manos. Y lo que quedaba de mi dignidad. A treinta metros, el auto morado de Pepo se mecía con un ritmo obsceno, los amortiguadores gimiendo como una cama vieja. Los vidrios, que parecían sucios, dejaban ver solo sombras moviéndose dentro del cubículo trasero. Adelante y atrás… Adelante y atrás…
—Carolino —Luli tiró de mi camisa con dedos pegajosos—, ¿por qué el auto donde se metió mamá salta así?
No contesté. Cada movimiento del auto, cada gemido del amortiguador, me gritaba “cornudo” y me apretaba el estómago. Hasta las niñas callaron, aunque por los ojos de Brisa supe que entendía bastante bien lo que yo estaba viviendo. Les dije a las niñas que no cruzaran la calle porque era peligroso y empecé a caminar hacia el vehículo, cada paso más lento que el anterior. El concreto ardía bajo mis zapatillas, pero el ardor en mi cara no era por el sol.
A cinco metros los sonidos se hicieron claros: gemidos ahogados de Meyu.
—Ohhh… Ohhhhhh… así… Así… Entrame así… Así… Ahhhh…
Y gruñidos que parecían de un animal.
—¡Tomá! ¡Tomá! ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta!
Y el chillido repiqueteante de los amortiguadores del auto.
Chiki-chiki… chiki-chiki… chiki-chiki…
El Empala se inclinaba hacia un lado, luego al otro; y subía y bajaba como si alguien estuviera bombeando contra las puertas a la novia de algún cornudo.
Cuando llegué junto al coche noté que los vidrios estaban tan empañados que parecían pintados de blanco. No hacía falta ver para saber.
Pero por supuesto, quise ver.
Me agaché hasta encontrar un hueco en el vaho de los vidrios. Al principio solo vi sombras, pero enseguida apareció la realidad.
—¡Dios mío...!
A lo largo del asiento trasero, Meyu de este lado recibía los empujones infectos del hijo de puta de su ex. Ella mantenía los ojos cerrados y la boca abierta, jadeante, recibiendo pija y placer a empujones constantes como martillazos. Una de las manos de Pepo se le había metido bajo el top y le ordeñabas los pechos con lujuria. La otra mano sostenía las ancas de mi novia, guiándola para que el culazo retrocediera sobre su pija y la penetración resultara más profunda.
—¡Qué buena que estás, pedazo de puta! ¡Te voy a hacer otra hija!
Maldito bastardo, no respetaba el código masculino de no meterse con la novia de otro hombre. Aunque Meyu tampoco honró el otro código, el del noviazgo.
—¡Más duro, Pepo! ¡Por Dios, cómo extraño esta verga!
¿Cómo extrañaba esa verga? Pero si habían estado cogiendo el miércoles.
Me la siguió bombeando un buen rato. Yo no tenía reacción. Ya sé lo que dirán, que debí golpear el auto, abrir la puerta y sacar a mi novia de allí. Pero estaba petrificado, viendo cómo se la cogían a mi novia pero no de pajero, ojo, sino porque quedé en estado de shock. En un momento Meyu entreabrió los ojos y me vio espiándolos al otro lado del vidrio y juro que vi una sonrisa de suficiencia, como si me tuviera en un puño. Aunque no estoy seguro porque la cabeza se le movía bastante producto de las clavadas que le propinaba el Pepo.
—De este lado se ve mejor. —Una voz cascada me hizo saltar.
El viejo Mauricio, un vecino narigón que le faltaban dos dientes y siempre olía a vino, se había plantado al otro lado del auto, sobre la vereda. Sus ojos inyectados en lascivia seguían el espectáculo con interés pajero y divertido.
—La Meyu siempre igual, ¿eh? —escupió al suelo, y sonrió.
—¿Cómo que “siempre igual”? ¿Qué quiere decir con “siempre igual”? —me desesperé. Pero no sé si don Mauricio me escuchaba, el ruido del amortiguador sufriendo con el bombeo y los gemidos de mi novia pidiendo más duro, más duro, quizá taparon un poco mi voz—. ¡Mi Meyu no hace estas cosas!
—Como cuando sale de compras por el barrio… Caj Caj Caj Caj… —insistió el viejo.
Maldita risa cascada de alcohol etílico. Enrojecí de la humillación.
—No es mi Meyu —mentí, con un leve temblor en los labios—. Son... dos policías haciendo vigilancia.
Mauricio soltó una carcajada que le sacudió la panza.
—¡Policías! Caj caj caj caj… bueno, el Pepo le está metiendo la pistola hasta los huevos… caj caj caj… Venga de este lado si quiere mirar mejor, cornetín. —Y se fue riendo como un lunático.
No iba a dignificar su burla con mi respuesta. Preferí seguir mirando cómo el Pepo me garchaba a mi Meyu. No de corundo pajero, ya les dije, si no para comprender mejor la dimensión humana y sus contradicciones ancestrales, primales.
—¡Te la suelto, Meyu! No aguanto más, bebé, siempre me calentás mucho…
—¡Sí, Pepo, acabame! ¡Llename de leche que el cornudo está espiando!
El auto se empezó a sacudir más, si eso era posible. El Pepo fue subiendo el volumen de sus gritos a la vez que nalgueaba a mi novia y con cada clavada la iba llevando más y más hacia la ventanilla. Al punto que Meyu la abrió un poco, se apoyó en el borde del vidrio con sus dedos y asomó el hocico, como si estuviera tomando una bocanada de aire.
—¡Carolino! —jadeó, mientras el otro hijo de puta comenzó a acabar—. Andá al taller de Taco y Garrocha...
—¡¡Ahhhhhhh…!! ¡Pedazodeputaquebuenaquestás!
—Avisales que el auto tiene... ahhhh... algo mal en... los amortiguadores…
—¡Meyu, te está acabando!
—No, mi amor, no. Deciles … ohhh…
—Ahhhhh… Cómotellenodelechegordaputatevoyacogerhastaquememuera… Ahhhhhhhhh…!!
—Que ya se lo llevamos… Ellos van a entender…
El auto se sacudía violentamente. Las tetas ya se aplastaban contra los vidrios.
—P-pero mi am…
—Andá, Carolino, no quiero que veas esto…
—¡Andá ahora, pelotudo, que se los debo! —rugió Pepo desde adentro, agotado y satisfecho.
Brisa me gritó desde la otra vereda.
—Te están echando, Carolino.
El vasito de masa de barquillo crujió en mis puños. Sabía perfecto el juego: mandarme lejos para seguir con su fiesta. Pero también conocía las consecuencias de desobedecer. La última vez que me negué, las dos semanas que le siguieron Meyu ni siquiera me dejó hacerme la paja tocándola; solo me la pude hacer recordando sus gemidos.
—Vengan conmigo —gruñí a las niñas—. No quiero que estén cerca de ese auto.
Caminé como un condenado para el taller, arrastrando a las niñas que cogoteaban hacia atrás, hacia el Empala.
4.
El taller de Taco y Garrocha estaba en la vereda de enfrente de nuestro apartamento, pero como setenta metros hacia la izquierda. O hacia el oeste, si prefieren. Eso me daba mala espina. No sabía quiénes eran estos dos, pero que fueran amigos del Pepo ya mucho no me gustaba. Y el hecho de que estén todo el día tan cerca de casa mientras yo estoy en el trabajo, justo ahora que acababan de conocer a Meyu, no me auguraba paz y sosiego en mi frente.
—¿Qué pasa, viejo? —preguntó Taco, limpiándose las manos con un trapo sucio.
—El auto... dicen que tiene problemas —mascullé, mirando cómo Garrocha ya estiraba el cuello hacia el parque—. Dijo Pepo que los amortiguadores no aguantaron tanto bombeo.
Los dos intercambiaron una mirada. Taco lanzó el trapo al suelo.
—El bombeo, claro... —sonrió—. Bueno, habrá que hacerle una revisión completa.
Yo sabía lo que seguía, así que me arrodillé frente a los dos y junté mis manos en un ruego:
—Por favor, no me la cojan… Por favor... Por favor…
Taco y Garrocha dieron un paso hacia atrás, sorprendidos. Estaba seguro que ya sabían que Pepo me cogía a mi Meyu. Y estaba más seguro aún que les gustaba lo suficiente como para también intentarlo ellos.
—Tranquilo, Carolino. Nosotros no somos esa clase de hombres…
—Jamás nos cogeríamos a la novia o esposa de alguien…
Sequé mis lágrimas con el dorso de la manga de mi camisa y respiré más tranquilo.
Como a los quince minutos entró el Empala manejado por Pepo, con mi novia a su lado, sonriendo con una felicidad que rozaba el éxtasis. Lo estacionó en un costado y enseguida Garrocha lo montó sobre un gato hidráulico y lo aseguró con unos tacos de madera.
Se bajaron y Pepo se apoyó contra la mesada de herramientas y prendió un cigarrillo, mientras Meyu quedó demasiado cerca de Garrocha; literalmente pegada a él, sin ninguna necesidad. Cuando me vio regresar del baño con sus hijas, se separó un poco, pero así y todo quedó a una distancia cuestionable. Parecía que su macho era el mecánico, no yo, que era su novio. Por suerte las niñas fueron con ella y la terminaron de separar.
—¿Cómo es eso de que rompieron el amortiguador? —preguntó Taco, y el tono sinuoso que utilizó encendió mis alarmas.
—Cualquier movimiento suave que hagan dos personas atrás, lo vence.
La indignación me ganó. Y creo que fue un error, porque de alguna manera propicié mi sentencia.
—¿Suave? —me quejé—. Con Meyu ahí atrás convertiste el auto en una coctelera.
—No puede ser —intervino Taco, indignado. Bueno, fingiendo estar indignado—. ¿Qué clase de movimientos hacías con la novia del señor?
—Eso, ¿qué clase? —me enojé.
—Ay, Carolino, no te pongas paranoico otra vez.
—Le daba la leche para las nenas —explicó Pepo—, como hago siempre que puedo.
—Es una pésima noticia. Tenemos que tener listo este coche mañana a la mañana y no podemos entregarlo con una falla estructural en los amortiguadores. ¿Qué hicieron? ¿Cómo fue el movimiento?
Comencé a sudar. Ya me la veía venir.
—Meyu, mejor vamos a casa, que los señores van a trabajar toda la noche y tenemos que preparar los villancicos para las nenas.
Pero Meyu abrió la puerta trasera del Empala y se sentó en el mismo asiento donde un rato antes su ex me la había estado cogiendo. Se arregló las tetas dentro del top, que se las dejaba casi al aire, y sonrió con sus labios hinchados.
—Nada fuera de lo común, Taco —explicó Pepo—. Ella empujando bien fuerte para abajo para sacarme toda la leche.
—¡La leche de las nenas! —me aclaró Meyu.
—Bueno, vamos a tener que replicar la acción y los movimientos para ver la telemetría de la fuerza G aplicada a desamortiguar los amortiguadores
—¿Al qué? ¿Qué dijo, Meyu?
—Tenemos que recrear las condiciones en la que le dieron la leche a tu novia... —intervino Garrocha, acomodándose el bulto por sobre el pantalón—. Pero esta vez Taco y yo.
Meyu había ido abriendo inconscientemente sus piernas. Las tenía a las ocho y veinte.
—Carolino, sería mejor que te lleves a las nenas a que practiquen los villancicos con vos —me dijo, como si yo fuera tan tonto de no darme cuenta que planeaba cogerse también a esos otros dos—. Yo voy después cuando acabe acá con los chicos.
Garrocha no esperó más. Se acercó a la puerta de atrás y apuró a Meyu para adentro, que comenzó a meterse con una risita cómplice y divertida.
—Metete al auto, putón. Voy a bombearte hasta reventar el amortiguador.
Con una determinación y masculinidad que me dio envidia, Garrocha tomó a mi novia de un brazo y prácticamente la arrojó dentro del auto, se metió de una zancada y cerró la puerta en el mismo movimiento.
—Es un procedimiento técnico —me explicó Taco, limpiándose las manos con un trapo sucio y levantando la voz para tapar las risitas de Meyu y su “esperá, que están las nenas”—. Primero Garrocha revisa el amortiguador del asiento de atrás, después yo le doy con el inyector…
—¿Qué inyector? ¿De qué habla?
—Inyector de leche —dijo Pepo, sonriéndome solo para humillarme.
Brisa señaló hacia el Empala.
—¡Carolino, mamá te está haciendo cornudo otra vez!
En ese momento se asomó la cara de Meyu por la mitad de la ventanilla abierta. Estaba evidentemente arrodillada a lo largo del asiento, como un rato antes con el Pepo.
—Mi amor, te dije que te lleves a Brisa y Luli de acá, un taller mecánico no es un lugar para unas niñas…
Lo decía entrecerrando los ojos y agitando la cabeza como una maraca. Otra vez. No sé cómo en tan poco tiempo ya Garrocha la estaba bombeando desde atrás.
Le tapé los oídos a Brisa y a Luli y pregunté:
—¿T-te están cogiendo…?
—¿Estás loco, cómo me van a…? Ahhhh… Ahhhh… Sacá a las nenas de acáaaahhhh… Después te explico… ohhhh…
Carraspeé, nervioso. Comencé a arriar a las dos diablesas para afuera y vi que Pepo se quedaba apoyado en el mostrador, con los brazos cruzados.
—¿Vos no vas a venir? Brisa es tu hija.
—Me quedo por si los chicos necesitan ayuda o asesoramiento, Carolino. Ya sabés, tres cabezas entran mejor que dos.
—“Piensan mejor que dos” —lo corregí.
—Sí, eso.
Saqué a las niñas del taller, por suerte estaba en la misma calle de nuestro departamento. Eché una última mirada hacia el auto, al que ya comenzaban a empañárseles otra vez los vidrios.
—Sentila, puta… Sentila hasta los huevos…
—¡Más duro! ¡Dame más duro! ¡Dámela toda, Garrocha!
5.
La puerta se abrió con un chirrido agónico, como si no quisiera despertar la noche. Cinco horas tarde, oliendo a cigarrillos, nafta y sexo.
Meyu entró casi a los tumbos, con el top puesto al revés, el maquillaje corrido en ojeras y el mini short de jean roto, hecho un trapo de piso, sucio y lleno de leche por todos lados. Aun así, de manera inesperada, se veía radiante. El sudor le pegaba unos cabellos rebeldes a la frente y tenía esa sonrisa vaga de gata satisfecha que me encendía por dentro aunque también me llenaba de celos e ira.
—¡Qué auto más seguro, Carolino! —exclamó dejando caer las llaves en la mesa—. Los amigos de Pepo son unos profesionales... hasta me dieron certificado de garantía.
El papel doblado que me lanzó era un flyer del taller con un texto garabateado a mano: "Te garantizamos que te damos cuando quieras", y la firma de Taco y Garrocha.
Brisa y Luli se restregaron las lagañas y miraron a su madre con enfado.
—Al final no nos llevaron de paseo…
Meyu se dejó caer en el sofá como un saco de huesos, estirando sus piernas poderosas sobre mis rodillas.
—Ya lo sé, mis bebés... Lo lamento, pero hoy estoy fundida de tanto probar los amortiguadores. —Bostezó exageradamente, arqueando la espalda hasta que los pechos casi le hacen explotar el top blanco.
—Pero nos prometiste —insistió Luli.
—Taco y Garrocha van a estar en el taller hasta que termine el verano, mi amor —contestó Meyu, estirándose. Sus pies descalzos esta vez rozaron mi entrepierna—. Vamos a ir varias veces a que nos hagan lo que queramos.
—Yo quiero que nos hagan un paseo.
Más tarde, cuando las niñas por fin se durmieron, seguí a Meyu al dormitorio como un perro fiel. Meyu se puso una camiseta vieja que le quedaba medio transparente y le llegaba a la mitad de la cola, que tragaba tanga y le hacía bulto abajo, en la conchita. Nada más verla vestida así me la hacía parar.
Pero ella no me miró, solo se metió entre las sábanas.
—Meyu... —murmuré al meterme también yo en la cama, sintiendo cómo la sangre me hervía a pesar de un día amargo.
—No, Carolino, hoy tampoco… —susurró sin abrir los ojos—. Estoy destruida. Los amortiguadores, las pruebas...
—¿Qué pruebas? Vos no hiciste ningu…
—Me probaron toda la noche, Carolino. Dos veces cada uno.
Mi mano encontró su muslo tibio bajo las sábanas. Ella ni siquiera se inmutó.
—Si tanto te urge descargarte como el machista que sos, tocate vos solo —murmuró y giró para darme la espalda—. Ya sabés cómo funciona.
—¿T-te puedo tocar mientras me hago la paja…?
—Por supuesto, mi amor… Sos mi novio, ¿no?
Comencé a tocarla suavemente, como si la fuera a romper. Se me paró al instante. Esa cola gorda que me hacía calentar tanto y era mía, por Dios, por fin la tenía sólo para mí. Acaricié la nalga completa, me aventuré por la raya y mis dedos dieron con la tanga protectora. No me animé a retirarla, debía ser un buen novio, Meyu siempre me lo decía. Tomé mi pijita con la otra mano mientras avancé hacia el segundo cachetón. En un momento la manoseaba como un monito pajero, desesperado, royendo las migajas que me habían dejado los otros tres.
Qué suerte que tenía Pepo. Lo recordé bombeándomela, tomando estas mismas nalgas que yo acariciaba, pero tomándolas con toda la mano y dándole bomba y entrándole verga hasta los huevos. Qué suerte tenían Taco y Garrocha, que le entraron verga en turnos de uno en uno, también hasta hacer tope con los huevos, haciendo gemir a mi novia, que ahora roncaba suavemente. Qué suerte tenían todos. Yo todavía recordaba cómo era metérsela hasta los huevos. La distancia era menor, mi pija no medía tanto, pero recordaba la sensación, aunque los últimos dos meses me costaba un poco recordarlo bien. Ya hacía medio año que por hache o be no podía penetrarla al completo.
El sexo no lo es todo, me decía Meyu cada noche. Y sí, tenía razón. Pero ahí, tocándola y pajeándome con su culazo, no podía estar tan de acuerdo. Yo era hombre, y los hombres somos distintos, necesitamos el sexo.
La escuché gemir con mi manoseo. O quizá estuviera soñando. Con Pepo. Con Taco. Con Garrocha. Juro que la escuché gemir… pero quizá solo fue mi jadeo acabando a pura paja.
FIN — (VERSIÓN 1.0 —28.05.25)
Rebelde Buey con Isabel Andada.
Este Sketch fue escrito en colaboración. Estoy ensayando este método para traer material en menos tiempo. Comenten para ver si les gusta, si les sirve, o si es preferible esperar más tiempo con los relatos habituales (no tengo otra manera de saber si esto va o no va). Por favor, necesito feed-back. Gracias!
4 COMENTAR ACÁ:
Excelentes todos tus relatos, siempre entro a ver si hay novedades jaj
Sii pero subí alguna continuación de los otros relatos
muuuuy hot .. !!!
Por lo visto no vas a seguir con fidelidad intermitente... Me cansé de entrar a ver. Éxitos!
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