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domingo, 11 de mayo de 2025

La Única Mujer en la Fiesta



LA ÚNICA MUJER EN LA FIESTA • [UNITARIO] 
(VERSIÓN 1.1 — 09.06.25)

Por Rebelde Buey.


1.
Fue el sábado por la tarde cuando Mónica recibió la invitación. Inesperada invitación. Un compañero de la facultad —un nerd del que ni sabía el nombre, que la había abordado la semana anterior en el antro y al que rechazó de inmediato— la llamó para avisarle de una fiesta espontánea de estudiantes, en una casona cerca de la facultad. La invitación no tenía sentido. ¿Qué significaba una fiesta espontánea? Mónica no pensó en ello más de un segundo, simplemente le gustó la idea de una noche con alcohol, música y la atención de su novio Darío. Darío, en cambio, miró todo este asunto con suspicacia. Especialmente el entusiasmo de ella.
Mónica no era una bomba. Era una girl next door, eso con lo que los gringos se refieren a una típica chica de al lado. Pero cuando se producía —especialmente para ir a una disco— se convertía en una modelo. No de pasarela o alta costura, más bien de lencería o fitness, de esas que exudan sensualidad en cada poro y tienen curvas que atraían las miradas. Llamaba la atención por su belleza natural y porque su rostro era una mezcla de seducción y emputecimiento, salpicado de inocencia. Era delgada, de formas armoniosas, y no se vestía como puta, sino sexy, pero con ropas que dibujaban sus formas delicadas y femeninas. Muy femeninas.
Era leal, Darío lo sabía. Aunque últimamente no estaba tan seguro. Nada de qué preocuparse, creía. Es que los últimos meses habían pasado algunas cosas que antes no sucedían. Mónica era muy de fiestas y de clubes; él, no. Y desde que habían comenzado a salir, ella había perdido el gusto por ese tipo de salidas, prefería estar con él. Los últimos dos meses, en cambio… Bueno, primero una noche de chicas que terminó en una disco, luego un cumpleaños en otro boliche. Y luego otra y otra vez a bailar. Pero nunca con él. 
—¿Venís conmigo? —dijo Mónica girando hacia Darío, con franca emoción. Era la primera vez en estos dos meses que incluía a su novio en una fiesta—. No tenemos nada planeado hoy a la noche y podríamos divertirnos un rato.
A Darío no le iban las fiestas. Ni los antros. Ni el alcohol como excusa para manosearse en un baile. Pero estos dos meses, con el pretexto de que a él no le gustaba ese estilo de vida, ella había ido a bailar varias noches sola —bueno, con sus amigas, decía— y él se había resentido un poco.
—¿Qué casa es esa? ¿Y quién organiza esa fiesta?
—Ay, qué sé yo… Es una fiesta. Creo que la hacen los de Ingeniería. La verdad, no sé… ¿qué importa?
Por eso las peleas de las últimas semanas. Como la del sábado anterior, cuando Darío debió quedarse estudiando y le pidió que lo acompañara pero ella salió igual, diciendo que se había comprometido a ir. ¿Comprometido a qué? ¿A emborracharse? ¿A perrear con sus amigas? ¿A hacerse ver por tipos desconocidos para obtener algún tipo de validación? Aquel sábado Mónica regresó ya no de madrugada, sino a las once de la mañana. “Terminamos en lo de Flor, dormidas en los sillones”, se excusó. Pero estaba cansada, muerta más que cansada, y el olor a cigarrillo y marihuana lo llevaba impregnado en la ropa, como si recién acabara de salir del boliche. O de un telo. Darío la miró con cara de culo. Con ganas de pelear. “Solo bailé", dijo Mónica sin que le preguntaran. 
Desde ese sábado, Darío sintió miedo por primera vez sobre su relación.
—Sería… bueno acompañarte. —Iba a ir. Claro que iba a ir—. Me sacaría un rato de mis exámenes…
Las clases aún no habían terminado, el verano se acercaba y el ambiente estaba cargado de esa tensión contenida de los estudiantes al final de ciclo, producto del estrés por los exámenes. 
Y esa fiesta iba a acabar con el estrés de todos. De casi todos.



2.
La casa estaba a siete minutos a pie, pero la noche hizo que el camino se sintiera más largo de lo esperado. Darío vio a menudo cómo algunos hombres con los que se iban cruzando desnudaban a su novia con los ojos.
—Estás muy… Te miran mucho, Moni.
Mónica rio. Como si él fuera un cachorrito preocupado por una tontería. Estaba con un vestido marrón cortito que había comprado en la semana, de una tela tan delgada que se transparentaba bastante. Por suerte la tela era estampada y unas líneas y formas blancas confundían un poco la ropa interior que llevaba y que un buen observador podía ver, también blanca. Llevaba el cabello largo y planchado, lo que la hacía más sofisticada, y el ruedo de la falda era tan corto que le hacía las piernas más largas y los muslos, poderosos.
—Claro que me miran, tonto… Esa es la idea, ¿no? Me miran pero estoy con vos.
Cuando llegaron a la casona, los graves de un trap explícito retumbaban desde las ventanas cerradas, mezclándose con el bullicio de voces y risas de afuera, todas masculinas. Un grupo de hombres fumaban en el porche y miraron a la pareja con cierta curiosidad y mucho interés en la damita. 
—¿Seguro que es acá? —preguntó Darío, sintiendo que los tipos miraban su novia como si fuera un pedazo de carne. Eran seis. Todos altos, bien formados, con cuerpos trabajados y, si bien eran jóvenes, con una edad que era indudablemente excesiva para unos estudiantes de una facultad. Y los seis, de raza negra.
—Aquí es la fiesta espontánea, ¿no? —preguntó Mónica sonriéndole con las pestañas y levantando un piecito, casi coqueteando con el moreno más próximo a ella, que la miraba sentado sobre un barandal. 
El trap de fondo era asqueroso, con una letra que a Darío le pareció vulgar. Algo así como a esa perra con dueño le vamos a dar chacho, le vamua' dar tanto hasta que al novio le salgan cachos. ¿Qué mierda…?
—¿Por qué mejor no vamos al cine, mi amor…? —le rumió entre dientes a su novia. Pero Mónica no lo escuchó.
Había latas de cerveza vacíos rodando por el suelo y unas cajas de cartón de distintas bebidas: whisky, vodka, esas cosas. También había latas de Red Bull y hasta dos garrafones de cerveza junto a la puerta, de varios litros cada una. 
Uno de los negros que estaba detrás, hablando por su celular, cortó y se abrió paso entre sus amigos hasta llegar a la pareja, que aún no había subido los escalones para entrar al porche de la casa. El negro era un tipo alto con un tatuaje de lágrima bajo el ojo izquierdo. Saludó con la mano a Darío pero se inclinó sobre ella y le sonrió.
—Ey, me sorprendiste, Mónica. Sinceramente pensé que ibas a tener miedo.
—No tengo miedo, vine con mi novio.
Los negros rieron un poco, nada exagerado, casi con complicidad.
—Entren —dijo el negro, que tomó a Mónica de sus dedos y la hizo subir los tres escalones, para soltarla ya arriba—. Las bebidas son gratis, la música es gratis, la diversión es gratis… Todo está preparado.
Ya habían subido al porche y se dirigían con paso lento hacia la entrada de la casa.
—¿Quién es ése? ¿Cómo sabe tu nombre? ¿Lo conociste el fin de semana pasado? —preguntó Darío.
Mónica abrió la puerta. 
—¡Relajate! Son amigos de Jamal, del equipo de football.
Jamal. Darío recordó el nombre de inmediato. Meses atrás, toda la facultad comenzó a murmurar sobre cómo Mónica y Jamal habían sido atrapados en el gimnasio, solos y después del horario de clases. ¿Qué hacía su novia en los campos de deportes? Las luces apagadas, la puerta cerrada desde dentro. No había nada concreto, claro. Ni siquiera una de las historias que circulaban era igual a la otra. Nada era seguro. Todo era probable. ¿Los había encontrado un decano? No. ¿Los había encontrado el entrenador del equipo? Quién sabe. ¿Era Mónica la que había salido casi en tetas, recogiendo su ropa, con la tanga en la mano? No, seguramente era la chica de tercer año, muy parecida a ella, con la que siempre la confundían. 
Nadie sabía muy bien qué había pasado. Pero en el transcurso de las semanas sí se supo quiénes eran los involucrados. Un mes después, y con todo el estudiantado comentando sobre ella y el negro capitán del equipo, Mónica tuvo que confesarle a Darío que sí, que había sido ella a quien encontraron. Pero que de ninguna manera eran ciertas todas las historias fantasiosas que corrían. Resultó que Mónica había ido al gimnasio, efectivamente, a ver a Jamal —a quien juraba no conocer hasta aquel día—, para llevarle una carta de una de sus amigas, a quien el negro se cogía regularmente a escondidas de su novio. El negro había decidido no volver a cogerla, y la amiga de Mónica estaba desesperada por continuar con los encuentros clandestinos, incluso si para ello debía dejar a su novio. La carta era un mensaje desesperado, un pedido rastrero de su amiga para que se la siga cogiendo.
Darío le creyó. Tenía lógica: Mónica no era de hacer las cosas que veía que otras chicas sí hacían. No se vestía de puta. No andaba coqueteando con tipos. Pasaba mucho tiempo con él. Y también era cierto que nunca jamás la habían visto cerca de los campos de deportes, donde reinaban mayormente los estudiantes negros, tanto en básquet, football como boxeo. "¿No confías en mí?", le había reclamado Mónica con lágrimas en los ojos cuando él formuló apenas un par de preguntas. Resultó que lo de la ropa en la mano, o los labios hinchados y el cabello despeinado, bueno, eso eran las exageraciones típicas de los chismes que van creciendo como bola de nieve. 
Ahora, al ver la sonrisa que su novia le ofreció al tipo del porche, Darío sintió que tal vez debió haber indagado con mayor decisión.



3.
El aire se espesó al instante cuando cruzaron la puerta. Los graves sordos latían como un segundo pulso en las paredes, mezclado con murmullos y vozarrones bromeando o riendo. Era un living enorme, gigantesco, evidentemente de la casa de algún millonario. En la penumbra, botellas medio vacías de bourbon o champán compartían espacio con latas de energizantes o cervezas, con cigarrillos, con tarjetas plásticas junto a restos de polvillo blanco.  Mónica inhaló hondo, como si ese olor a alcohol, deseo y problemas le activara algo primitivo.
Darío se dio cuenta de inmediato que el ambiente era raro. Muy muy raro. Era el único hombre blanco en el salón. Y no solo eso: Mónica era, literalmente, la única mujer allí. Más que una fiesta, eso parecía una trampa.
Había al menos una docena de hombres. Todos negros (ya sé que fue dicho). Todos jóvenes, bien formados, de gimnasio (ya sé que fue dicho). Y casi todos con sus torsos desnudos, por el calor. Porque, Dios, hacía bastante calor ahí dentro. A muchos se le asomaban los calzoncillos por encima de los jeans, como en los GTAs. Otros simplemente vestían un pantalón de nylon deportivo, de básquet o de boxeo. (Eso no fue dicho). El humo de cigarrillo dibujaba halos sobre sus cabezas, espeso y pegajoso como el sudor en los torsos. Estos negros de adentro hicieron lo mismo que los de afuera: seguían con sus ojos cada movimiento de Mónica, como si fueran a desnudarla. 
—¿Qué carajos estamos haciendo acá? —susurró Darío, clavándole los dedos en el brazo a Mónica—. ¿Quiénes son todos estos tipos? ¿Qué clase de fiesta es esta?
Antes de que ella respondiera, un hombre ancho como un armario se plantó frente a ellos. Llevaba una cadena de oro en su cuello, con un colgante que decía “BBC”, y sus músculos de sus antebrazos brillaron bajo la luz tenue cuando levantó dos vasos hacia ellos.
—Para los recién llegados —dijo, entregándole uno a cada uno, pero mirando solo a Mónica.
Ella lo aceptó sin dudar. El primer sorbo le dejó los labios húmedos; el segundo, una sonrisa lenta. Cuando el hombre deslizó su mano por la cintura de ella, Mónica empinó imperceptiblemente las caderas hacia atrás, como si midiera el peso de esa palma contra su piel.
—No me mires así —le recriminó Mónica a Darío. El negro de la cadena de oro les ofreció una especie de cigarrillo—. Estamos en una fiesta.
Pero ya había un segundo tipo acercándose, éste con la camisa desabrochada hasta el ombligo. Mónica no rechazó la mano que se apoyó sobre su anca izquierda, ni el dedo que jugueteó con uno de los pliegues que se le hacía al vestido en la cintura, subiendo de a poco, centímetro a centímetro el ruedo de la falda.
—Nos vamos —gruñó Darío, tirando de su brazo con fuerza.
—¿Ahora? —Ella puso ojos de cachorro golpeado—. Pero si ni siquiera vimos la casa. Dicen que tiene un micro cine y un jacuzzi en el patio...
La recorrieron a medias. Pasillos con paredes de ladrillo a la vista y alfombrados con motivos vintage, escaleras de madera que crujían. En cada pasillo o rincón, hombres bebían, fumaban… Algunos mostraban torsos con tatuajes tumberos y cicatrices de arma blanca. Otros, apoyados en los marcos de las puertas, seguían a Mónica con miradas de deseo animal. “¿Qué clase de estudiantes son todos estos tipos…?”, le murmuró Darío a Mónica. Ella solo levantó una mano desestimando su comentario.
Subieron unas escaleras. Darío no pudo evitar mironear el ruedo de la falda del vestidito, que se le subía tres dedos cada vez que su novia escalaba un peldaño. Ella se lo bajaba con delicadeza a cada rato; pero esto, en vez de adecentarla, la emputecía aun más, pues mientras acomodaba su ropa también contoneaba cadera y cola de un lado al otro, como en un video de reguetón.
—No hay más mujeres —murmuró Darío—. Sos la única.
—¿En serio? —respondió ella, fingiendo sorpresa. Pasaron frente a un espejo empañado y retocó un poco el cabello y ojeó su maquillaje—. No me había dado cuenta. 
Fue en el segundo piso donde lo vieron. La puerta entreabierta de una habitación dejaba escapar gemidos entrecortados y el sonido de carne contra carne. Dentro, una rubia desnuda, bronceada por unas velas, se arqueaba sobre una cama enorme de sábanas blancas, rodeada de varios hombres. Un negro joven y desnudo, de culo apretado y hombros anchos, le daba bomba como si le fuera la vida en ello, arrancándole gemidos e insultos a la mujer, que luchaba con las vergas de otros dos negros que le entraban por la boca en secuencia, primero uno, luego el otro, y así. 
Pero lo que más sacudió a la pareja no fue la visión de esta jovencita empernada de atrás y de adelante por una runfla de negros fuertes como toros. Fue que, sobre la cama misma, junto a la rubia, tenían acostado a un chico, blanco como Darío —el novio de la rubia— vestido y con la cabeza girada hacia la fornicación, y con el pie de uno de los negros aplastándole la cabeza y la rodilla de otro sobre su espalda. Un tercero lo tenía agarrado de atrás, por la entrepierna, completando la inmovilización.
—¡Aprendé, cornudo, aprendé…! —se escuchó jadear a la rubia—. Esto es coger. Así cogen los verdaderos hombres…
—Dios mío —susurró Mónica, que se mordió el labio inferior y no apartó la vista.
Justo entonces, uno de los hombres alzó la cabeza. Los vio espiando y con un dedo empujó la puerta hasta cerrarla de un golpe.



4.
La imagen de aquella rubia retorciéndose bajo más de media docena de negros aun ardía en la retina de Darío cuando tomó el antebrazo de Mónica.
—Ahora sí nos vamos —gruñó, arrastrándola escaleras abajo con fuerza y determinación.
—¡Esperá! —Ella plantó los tacones contra la alfombra. En la planta baja ahora parecía que hubiera más hombres que antes—. ¿Qué te pasa? Era solo una pareja… no sé, explorando, supongo… 
—¿Explorando qué? Tenían al novio de esa pobre chica sometido contra el colchón.
—No se quejaba. ¿Tenés miedo de convertirte en ese pobre tipo? Eso no va a pasar, ¿sos tonto o qué?
—¿Y vos por qué carajo querés quedarte, de todos modos? En esta fiesta todo es muy raro, no vas a decirme que no te diste cuenta.
De pronto cambiaron la canción. Dejó de sonar ese trap piojoso y se escuchó un tema de Adele, que a Mónica le encantaba.
[PODÉS DARLE ► AL VIDEO PARA ESCUCHAR LO QUE ESTÁN BAILANDO]


—¡Es nuestro tema! —dijo ella.
—Es tu tema. Pero sí, lo escuché…
—Bueno, ¿me vas a discutir cada detalle boludo que digo?
—Estoy nervioso, ¿qué querés? Mirá cómo te mira ese negro de allá.
Mónica giró en redondo y se apoyó sobre Darío. Sacó cola y el bulto de su novio se refregó contra ella. Sonrió.
—Es Jamal —Le dio un besito corto en los labios a su novio, sonriendo—. ¿No era que vos nunca te ponías celoso? ¡Jajaja! Quedate tranquilo. Si está Jamal, no nos va a pasar nada. Vamos a bailar este tema.
—¿Qué?
—Un baile y nos vamos. Te lo prometo.
—¿Ahora? —Darío apretó la mandíbula. 
—Solo uno —insistió ella, pasando los dedos por su pecho en un gesto sensual.
Darío asintió, con la boca seca. Era difícil resistirse a esta mujer cuando se producía así.  
Comenzaron a bailar. Por un instante, todo lo demás desapareció. El tema de Adele, “Hello”, los envolvió como un hechizo. No sabían inglés. No sabían que era una letra triste. Solo era un lento que los fundía en una sola alma. Mónica le tomó la cara entre las manos y lo besó. Sus ojos brillaron antes de cerrarse, y sus perfumes los hicieron recordarse. Se mecieron al mismo ritmo cansino, sin saber que el tiempo le estaba concediendo este minuto efímero y perfecto antes de la tormenta.
El hechizo se rompió cuando volvieron a cambiar de tema y pusieron un reguetón. Ella sonrió, festejó, alzó sus manos y gritó “uhhh”. Y bailó. 
Darío, en cambio, se quedó tieso, incapaz de seguir el ritmo que a Mónica le nacía de las caderas. El reguetón le parecía vulgar, predecible, pero sobre todo, le recordaba las veces que la había visto moverse así en clubes, rodeada de hombres que sí sabían cómo tocarla.
Uno de los tipos, el de la cadena de oro, se apareció como un vampiro y extendió la mano hacia Mónica.
—¿Bailás, pedazo de hermosura?
Ella dudó. Miró a Darío como buscando permiso. Él le negó con la cabeza, casi imperceptiblemente.
—Dale, no seas cagona —dijo el tipo, tomándola a la vez de la cintura y las caderas antes de que pudiera responder.
Mónica se dejó llevar, pero no sin antes lanzarle a Darío una mirada burlona.
—Qué lindo que te pongas celoso. 
Y comenzó el espectáculo. Los cuerpos se movían como si llevaran bailando toda la vida. Las manos del negro se deslizaban desde su cintura hasta el ruedo del vestido, fregándola con indisimulado deseo. Mónica, lejos de detenerlo, levantó los brazos, permitiendo que la falda se le subiera aún más. El tipo no perdió tiempo; sus dedos se enredaron en el mínimo doblez del ruedo, tirando hacia arriba cada vez que el ritmo lo permitía.
Darío recordó de pronto la promesa que ella le había hecho meses atrás, cuando comenzó a salir sola: "Con el único que bailo así es con vos". Ahora, viendo cómo su novia se frotaba contra un extraño, sintió que algo no se había dicho en todo este tiempo.
El negro, que la tenía tomada de la cintura desde atrás, comenzó a apoyarle el bulto sobre el culo. Mónica no solo no opuso resistencia, sino que sonrió y cerró los ojos, levantando un brazo como una bailarina de flamenco. Pero enseguida se despertó, abrió los ojos y giró sobre sí misma sin salirse del amarre del negro, que la seguía haciendo suya desde la cintura. Mónica miró a los ojos al hombre —fijamente, profundamente— y llevó sus brazos hacia el cuello de él, rodeándolo mientras movía sus caderas. 
Cuando terminó la canción, Darío pensó que la pesadilla había acabado. Pero ni alcanzó a dar el primer paso para tomar la mano de su novia, cuando otro de los morenos —uno que debió estar al acecho en la oscuridad— tomó su lugar. 
Este tipo fue más atrevido. Se colocó también detrás de ella, pegando su cuerpo contra su espalda mientras sus manos recorrían su estómago, subiendo hasta tocar sus pechos. Mónica arqueó las caderas hacia atrás, frotándose contra él como si no hubiera nadie más allí.
El tercero ni siquiera esperó a que terminara la canción. La agarró de la muñeca y la jaló hacia sí, haciéndola girar hasta que sus piernas quedaron entrelazadas, de frente. "Mi turno", dijo, y Darío vio cómo su mano desaparecía bajo el vestido de su novia, buscando la tanga.
Mónica lo miró con una expresión que parecía decir "¿Ves? No pasa nada".
—Amor, vámonos —susurró Darío, tirando de su brazo.
Ella se liberó con un movimiento suave. 
—Estamos divirtiéndonos, no seas pesado. 
Su voz sonó dura por primera vez en la noche.
Uno de los hombres, un tipo con un diente metálico, se rio. 
—El nene de mamá quiere llevarse a su putita. No sabe que acá se comparte todo: la música, el alcohol, todo… ¿alguien te cobró entrada o te pidió plata por tu trago? —Darío negó con la cabeza—. ¿Ves? Acá todo se comparte.
Mónica no lo defendió. En cambio, se limitó a dejarse arrastrar por los brazos de este negro feo y peligroso, y se puso a bailar de una manera que parecía su novia. No: su puta. Sin mirarlo. Sin prestar una mínima atención a Darío.



5.
Después de media hora viendo cómo Mónica pasaba de un hombre a otro, sonriendo, festejándoles los manoseos mal disimulados a cuanto negro la sacaba “a bailar”, Darío decidió cambiar de aires por un minuto. Se dirigió a la cocina buscando algo fuerte que le ayudara a armarse de valor y sacar a su novia de allí. Porque, sí, una veintena de negrazos musculosos y con tatuajes carcelarios lo intimidaban un poco.
En la cocina había más tipos. ¿Cuántos más había? ¿Estaba toda la puta universidad allí? Parecían jugar, divertidos. Se hacían bromas entre ellos. No, no eran bromas, aunque sí jugaban. Estaban comparándose las vergas. Darío evitó mirar los vergones, que convergían hacia un imaginario círculo, y fue directo a la heladera. Allí escuchó que no se trataba de comparaciones. Era una competencia para ver quién la tenía más ancha. De allí las risas. De paso les sacaban fotos y las enviaban por wasap vaya a saber a quién. Uno mencionó a la profesora Cienfuegos. ¿Qué carajos? Darío la conocía, era una cuarentona de gesto agrio, gafas grandes y redondas, y cabello recogido estilo militar.
—¡Ey, blanquito! —le dijo uno, el más borracho—. A ver qué tenés. Estamos compitiendo, el que la tiene más ancha se coge a la Cienfuegos.
Era así. Sin la menor duda ya daban por hecho que cualquiera de ellos se podría coger a la profesora más seria de la universidad. Y por un momento, Darío entendió por qué. Miró las vergas de los cinco negros, colgándoles a cada uno como un muerto en un cadalso. Por Dios, eran enormes. Al menos el ancho de tres de ellos eran lo que a él le medía de largo.
—¿Quién carajos hace una competencia de pijas? ¿Qué les pasa a ustedes? —dijo asustado Darío, que arropó la botella de gin-tonic y huyó casi corriendo. Un coro de risotadas se escuchó detrás él.
Empinó un trago de la mierda ésa. Del pico. Tenía que darse ánimos para tomar de la mano a su novia y sacarla de ese círculo oscuro, sin que le temblaran la voz ni las piernas. Tomó otro poco y enfiló para encontrarla.
Cuando regresó al living, Mónica ya no estaba.
Miró para todos lados. Revisó los rincones. La buscó en la sala, volvió a la cocina, incluso asomó la cabeza al patio trasero, donde estaba el jacuzzi. Nada.
Con el corazón acelerándose, Darío entendió que no iba a encontrar a su novia en la planta baja. Estaba arriba. Subió las escaleras sintiendo cómo el ruido de la música se amortiguaba tras cada paso.
Volvió a encontrar tipos contra la pared, fumando; algunos lo miraban, pero nada más. Darío fue directo a la habitación donde había visto cómo enfiestaban a la novia de aquel pobre tipo. Vacía. Regresó al pasillo, a las otras puertas. Caminó un poco más.
Ahí. El sonido. Una hebilla de cinturón golpeteando sobre sí misma.
Finalmente, las voces.
—Así… Así… —jadeó una mujer—. Más duro… Ahhh… 
Era la voz de Mónica.
Darío golpeó la puerta.
—¿Amor…? ¿T-todo bien…?
La hebilla dejó de tintinear. El jadeo femenino se detuvo.
Silencio. Luego, una voz ronca.
—¡Ocupado, cornudo, no molestes!
El tintineo regresó. Se escuchó otra voz masculina y una breve risa de hombre. Y luego la risa de Mónica, que ahogó en un segundo.
—D-Darío... esperame afuera, ¿sí…?
El tintineo seguía. La cama comenzó a acompañar con sus propios quejidos.
—Moni, ¿te están cogiendo?
—No, mi amor, no… Ahhhh… Después… Después te digo… Andá para abajo… Ohhh…
—Te están cogiendo, hija de puta. ¡Moni, vos no! Vos me dijiste… me prometiste que…
—Darío, te juro que no me están haciendo na… ahhhh… andá para abajo, cuando te explique vas a ver que…
Pero la voz de un negro la interrumpió.
—Dejá de hablar y abrí bien grande la boca, putón.
Se escuchó un gorgoteo. El tintineo nunca se detuvo. El ruido de la cama, tampoco. Pero ahora se agregaba el gorgoteo de una garganta tragando vaya a saber qué. La voz de Mónica no regresó jamás.
Y Darío se dio media vuelta y bajó al living donde unos minutos antes estuvo bailando con su novia. Regresó con las piernas temblorosas. Los pocos tipos que quedaban allí lo miraron, sonriendo como si supieran todo.
Decidió bajarse lo que aguantara de la botella de gin-tonic.



6.
—Vamos a hacer un juego, ¿sí? —anunció Jamal, arrastrando una silla al centro de la sala. La música seguía sonando, pero ahora más baja. Nadie bailaba. Todos en ese living estaban haciendo una especie de círculo, algunos pocos en sillas, pero la mayoría tirados en el piso.
Mónica estaba sentada en el regazo de uno de los doce negros, riendo como una estúpida, como si su novio no estuviera ahí al lado. Estaba muy borracha. Debía ser eso. Darío nunca supo cómo habían terminado así, pero el tipo tenía una mano firmemente enterrada bajo su vestido, claramente jugando con el elástico de su tanga.
—Mi amor, por favor… —rogó Darío, porque era obvio hacia dónde iba la noche.
La tomó del antebrazo para llevársela, pero lo hizo con poca fuerza para no molestar al moreno, que parecía un boxeador macizo.
—Ahora no, vamos a jugar a algo. Después nos vamos.
—Siete minutos en el cielo —continuó Jamal—. El cielo, ya saben, está arriba… —Y señaló el techo, luego su dedo apuntó hacia las escaleras que conducían a las habitaciones de la planta superior—. Y los siete minutos son para estar a solas… para charlar inocentemente. —De pronto señaló a Mónica y chasqueó los labios—. Pero como inesperadamente esta noche solo hay una dama, tendremos que estar todos con ella. —Ahora apuntó a Darío, y sonrió—. Acá el nene de mamá no va a ser tan inseguro de no prestarla un ratito para un juego tan inocente… —Mónica rio, sin burla, solo divertida. Era como si su novio no existiera en ese momento—.  Así que ella pasará siete minutos con cada uno. Y a vos... —Jamal dio una palmada en el hombro de Darío—. …te va tocar último… El cornudo siempre es el último, ¿no?
Darío se quedó helado. Los otros negros comenzaron a desarmar posiciones, y el que tenía a Mónica en el regazo se levantó. Mónica fue hacia Darío, se inclinó sobre él dejando el culo en punta, y le quiso explicar.
—Dicen “cornudo” de chiste, ¿eh? Para provocarte… No lo dicen en serio, vos me conocés…
Pero en ese momento Darío vio cómo el negro se le pegó por detrás a su novia y le manoseó todo el culo con ambas manos, también se inclinó sobre ella y la tomó de una de sus muñecas.
—Vamos para arriba —dijo simplemente—. Tengo siete minutos para hacerte lo que quiera.
Antes de que Darío pudiera protestar, el tipo cargó a Mónica al hombro, como si fuera un saco de papas. Ella gritó, pero de risa, agitando las piernas en el aire mientras la llevaban escaleras arriba hacia uno de los dormitorios, con medio culo entangado a la vista de todos los otros negros.
El cazador y su presa desaparecieron, y luego se escuchó una puerta cerrase. Y entonces Darío oyó algo que le hundió el corazón pero le picó en la entrepierna:
—¡Uy, papi, qué grande!




7.
El primer gemido de ella llegó como un latigazo. Agudo, ahogado, seguido por un rumor masculino que retumbó a través de la puerta del dormitorio. Darío apretó sus puños hasta hacerse doler a sí mismo. Había subido las escaleras en cuanto escuchó a Mónica rendirle pleitesía al negro. O a la verga del negro, aparentemente. Subió, pero Jamal y los otros le advirtieron: 
—Ni se te ocurra entrar, blanquito. En esta casa nadie interrumpió nunca a un hermano con una puta… y hoy no va a ser la primera vez.
No fueron las palabras las que enfriaron a Darío. El gesto de Jamal y los otros le hizo gelatina las rodillas.
—Solo… voy a ver cómo están las cosas… —dijo—. Por si necesitan ayuda o algo…
 Eso hizo que los negros estallaran en una risotada que descomprimió la tensión. 
Así que Darío se quedó frente a la puerta de la habitación, sin atreverse a entrar, escuchando los jadeos de su novia y un tump-tump que no entendía.
—S-solo están hablando, ¿no…? —preguntó Darío. Desde los escalones lo miraban algunos negros, que parecían juzgarlo como un cornudo patético. 
Los ruidos de pronto se le hicieron evidentes a Darío: eran los topetazos de la cama, cuyo respaldo golpeaba contra la pared como un bombeo: tump! tump! tump! tump!
—Moni, si necesitás algo…
—¡Rajá, cornudo, dejá de joder!
Otra vez lo mandaban a callar mientras se cogían a su novia. ¿O no se la cogían? Era como un maldito dejavú.
—Mi amor… —se escuchó a Mónica—. Solo estamos hablando… Ohhhh…  
Darío sintió un alivio en el instante. Y se vio estúpido por actuar así. Pero bueno, tal vez, sí. Tal vez solo estaban hablando y todo eso era una especie de juego para hacerlo sentir celoso, o inseguro. Pero los jadeos de su novia le hacían dudar.
Tump tump tump…
—Ahhh… Ay, por Dios… Ahhh… Ay, por Dios… Ahhh…
—Te voy a ensanchar toda, hija de puta…
Tump tump tump…
—Nosotros también solo vamos a hablar… —dijo uno de los negros, mirándolo con sorna desde las escaleras.
Darío decidió callarse para que no siguieran con las burlas. Pero su silencio solo hizo que los ruidos que venían de la habitación sonaran más fuertes.
Un rato después miró la hora en su celular. Ya habían pasado los siete minutos.
—¡Ey! ¡Tiempo cumplido! —se quejó Darío, y golpeó la puerta de la habitación.
Pero nadie se molestó en responder. Sin embargo, los topetazos contra la pared y los jadeos de su novia seguían escuchándose.
Darío volvió a golpear. Esta vez sí hubo una respuesta:
—Dejá acabar, cornudo. ¡En tres minutos te la devuelvo!
—Mi amor, solo estamos hablan… Ahhhhhhhhh…
Este gemido de Mónica fue distinto. Más largo, tembloroso, terminando en un quejido que Darío reconoció. 
Volvió a recostarse contra la pared del pasillo. Empinó otro trago desde el pico de la botella. El líquido le quemó al bajar, pero no tanto como el rugido gutural que ahora escuchaba. Era como si el negro —o más bien un animal salvaje— estuviera acabando en ese dormitorio.
Cuando la puerta finalmente se abrió, el primer hombre salió ajustándose el cinturón. Sudaba. Mónica, visible más atrás, estaba recostada en la cama intentando recoger las piernas temblorosas, con el vestido subido hasta la cintura. Ni siquiera intentó cubrirse.
—Once minutos —se quejó Darío—. ¡Estuvo once minutos, no siete!

Para el segundo tipo que entró a la habitación, Darío le cronometró unos quince minutos. Quince minutos de sonidos húmedos, otra vez de golpes contra la pared, de voces jadeantes que repetían puta como un mantra. Algo en su estómago se retorcía, pero no era solo asco. ¿Por qué no había entrado cuando salió el primero, y se llevó a Mónica a la rastra? Apenas si se asomó y ella dijo: “En serio, solo estuvimos hablando...”. Y él, como un idiota, asintió. El segundo negro casi lo tumbó de un topetazo y cerró la puerta en sus narices.
Y ahora, con el tercer tipo entrando, Darío se sorprendió ajustando una pequeña erección en su pantalón.
—¡Jajá! —El del diente metálico señaló el bulto—. El cornudo se calienta. ¿Qué pasa, “novio de América”? ¿Te gusta oír cómo la llenan de verga a tu novia? 
Antes, Darío habría protestado. Ahora, solo empinó la botella. 
—¿Te gusta que te la cojan una docena de negros? 
—No están cogiendo, están hablando…
Los hombres rieron. Por mucho que le costara creerlo, Darío se sorprendió sintiendo una pizca de placer culposo en esa burla.
—Te la vamos a coger todos, ¿entendés eso?
Y entonces el cornudo quiso explorar los límites. Los suyos.
—No. Ella es fiel. 
Se le rieron en la cara y esa humillación fue dolorosa y dulce a la vez. Su erección creció. ¿Qué carajos le estaba pasando?

Jamal fue el cuarto en entrar. O el quinto. Darío ya estaba perdiendo la cuenta. La puerta se abrió y reveló a Mónica prácticamente desnuda, brillosa de sudor, saliva y seguramente leche. Jamal hizo una mueca.
—Está asquerosa —escupió, volteándose hacia Darío—. Entrá y limpiala.
—¿Qué? ¿Cómo…?
—¿Sos el novio, ¿no? Es tu deber de cornudo.
—¿Quieren que la lleve a ducharse? 
Darío de verdad no entendía.
—Está sucia por dentro, idiota. Tenés que chuparla hasta dejarla limpita. —Jamal se tomó la verga por sobre el pantalón de nylon con dos manos, revelando un volumen descomunal—. No voy a meter esto en tu novia si no me la entregás limpia. 
Darío tragó saliva.
—Yo… No sé si…
—¡Dale, dale!
Y de un empujón lo tiraron dentro del dormitorio, donde lo esperaba Mónica.
—¿Estás... enojado?
—Me mentiste, hija de puta… 
—Solo son juegos tontos, mi vida. Vos seguís siendo mi amor de verdad. Mi único amor.
Mónica se abrió de piernas, esperando a su novio.
—Me dijeron que tenía que limpiarte… ¿Vos cómo sabías que yo…?
—Me dijeron lo mismo. No seas bobo y aprovechá. A vos siempre te gustó chuparme la concha, ¿o no?
—¡Pero estás llena de la leche de tres tipos! 
—De cuatro. Dale, limpiale la cogida de cuatro negros a tu noviecita.
Mónica llevó la cabeza de Darío hacia su entrepierna, y Darío comenzó a chupar. Y tragar. 
—Así… Seguí así… Qué rico…
Cada tanto levantaba la cabeza para respirar.
—¿Todos los negros que te cogieron tienen la verga como la de Jamal?
—Mmmm… Sí… Los cuatro la tienen enorme. Debe ser algo genético.
Darío decidió saltearse la pregunta. Jamal no había entrado desnudo aún, supuestamente ella no debía saber si la tenía grande o no.
Darío siguió limpiando unos siete minutos más. Hasta que la puerta se abrió.
—Listo, cuernazo. Rajá de acá que es hora de coger de verdad.
Era Jamal. Lo sacó desde su brazo, de un empujón, y regresó al cuarto a cogerse a su noviecita perfecta.
Darío giró, de pie en el pasillo, y miró al resto de la manada. Sin contar al que recién había entrado, todavía faltaba que se la cogieran siete tipos más.



8.
Luego ya Darío dejó de controlar los tiempos. Se la cogían lo que le tomara a cada uno, y nunca era menos de veinte minutos. 
Fue agotador y a la vez estimulante escuchar durante horas cómo su novia gozaba, cómo alcanzaba orgasmo tras orgasmo, cómo los negros le decían puta, la nalgueaban fuerte, cómo ella pedía más y cómo finalmente cada puto negro volcaba toda su leche dentro de ella, cada vez que la cama crujía particularmente fuerte. 
Los últimos entraron de a dos, pero esta vez la puerta permaneció entreabierta. Los sonidos fueron distintos: menos gemidos, más gritos ahogados, el inconfundible ruido de carne contra carne repitiendo hasta el infinito. Darío no pudo evitar asomarse, agarrándose del marco. Lo que vio lo paralizó.
Tenían a su novia en cuatro patas, con uno de los negros dándole bomba desde atrás y el otro guiando la mamada desde la cabeza de ella, empujándola al ritmo que le daba más placer a él. Como ella había quedado de espaldas, Darío pudo observar todo sin distracciones. El negro era una máquina de coger. Comprendió los gemidos de su novia que había estado escuchando toda la noche, y que se repetían ahora, aunque ahogados por la verga en la boca. Observó con atención toda la cogida. Los quince minutos en que la clavó el primero, y los casi veinte que se la clavó el segundo, que ya le había volcado un primer lechazo en la mamada previa.

Finalmente le tocó a Darío. En verdad, no sabía qué iba a hacer con Mónica. Tenía ganas de acogotarla contra la almohada. Pero tenía más ganas que nunca de cogérsela. 
Cuando Darío se mandó para entrar al cuarto, Jamal le bloqueó el camino. 
—Nah, hermano. Reglas de la hermandad: ningún blanco coge en esta casa. Llevate a tu novia y termínenlo en otro lado.
La habitación apestaba a sexo, el aire estaba pesado. Mónica yacía en el centro del colchón, deshecha. Su vestido colgaba en jirones, el maquillaje corría en líneas negras hacia la almohada. Pero incluso semi dormida, con los labios hinchados y los muslos temblando, sonreía. Una sonrisa de satisfacción profunda, casi infantil.
Darío la cargó en brazos, los hombres se apartaban para dejarlos pasar. Al cruzar la puerta de entrada de la casa, el primer rayo de sol matutino le dio en los ojos. Mónica murmuró algo ininteligible y se aferró a su cuello.
Se la llevó a su departamento como pudo. Por suerte solo quedaba a siete minutos a pie.


FIN  —  (VERSIÓN 1.1 — 09.06.25)

(c) 2025 Rebelde Buey


14 COMENTAR ACÁ:

luisferloco dijo...

A ver, cómo te explico:
—Me mentiste, hija de puta…
—Solo son juegos tontos, mi vida. Vos seguís siendo mi amor de verdad. Mi único amor.
Hay tipos así? Hay un video, en el que va una pareja, el un boludazo total, y la novia, tremenda perra. La fiesta, es de un montón de negros. Ella, los probó a todos, y el novio, también.
Lo que llama la atención de estas situaciones, es el morbo, desde la visión del que mira de lejos... Pero, por mucho amor que tengas en tu relación, te bancás esto? Yo creo que no. Excepto que le guste la humillación. Muy buen relato

Rebelde Buey dijo...

Claro, LuisferLoco, yo no me lo bancaría. Salvo que lo haya pactado como juego. Hay un montón de cosas que yo relato pero que no haría (tener un hijo de otro, por ejemplo, y lo de limpiar... no sé, es fuerte. habría que ver, pero creo que no).
pero lo lindo es que todo esto es fantasía y (a veces) sirven como disparadores para ratonearse solos o en pareja.
No vi ese video que contás, pasame el link. hay muchos videos circulando por ahí de tipos que se enteran del engaño, o las atrapan a ellas en el acto, y obviamente se desmadra todo. hay uno muy divertido de un tipo filmando cuando ella sale del hotel, y cómo la mina da vuelta el discurso culpándolo, y al final el cornudo casi que le pide disculpas jajajaj

luisferloco dijo...

https://ar.xhamster.com/videos/big-tit-blonde-interracial-club-gangbang-13122827

Rebelde Buey dijo...

muy bueno, gracias!!! tendría que agregar una sección solo con videos en el sub-blog PLOP, que lo tengo medio abandonado

Prof. Alvaro dijo...

excelente relato, mucho morbo

Cat dijo...

Excelente relato!
Y qué buena idea, Rebelde, la de agregar una sección de links de videos en el sub-blog PLOP.
Me gustó mucho el video compartido por luisferloco y me dio curiosidad ver ese video del que hablas...
Yo también vi uno muy loco de una rubia que tiene sexo con un montón de negros, y no la dejan irse... cuando ya se había vestido para salir, la vuelven a desnudar y todo empieza otra vez... ¿lo vieron? Estoy buscando el link pero no lo estoy logrando encontrar. Si lo encuentro, lo comparto acá.
¡Sigue con el buen trabajo, Rebelde!
Y, por favor, ¡termina la Fidelidad Intermitente!

Anónimo dijo...

Fidelidad intermitente!

Vikingo Miron dijo...

Grandeza total la de Rebelde, me estoy poniendo al dia con los relatos ya que estaba medio desaparecido, me encanta que los relatos agarren estas sintonias de gang bang interraciales, BBC, ghetto y el cornudo bien humillado casi llegando al nivel de Sissy.
Gracias por tanto crack!

SALUDOS VIKINGO MIRON

trabajabdofederico dijo...


PRIMERO.- Leer este relato ha sido una sorpresa muy bonita! En más de un sentido, Primero expondré mis pensamientos, que son los que importan, y después escribirá mi marido los suyos, pese a que a nadie le interesan.

Esposa
A).- Los tiempos van cambiando y nos guste o no? También cambian las formas de entretenimiento, entre ellas las formas de escribir.

Yo lo veo con mis hijos (02) NO logro que ninguna de los libros, música, o películas, que a mí me gustaban, les gusten a ellos?

Y no es que los libros, música, o películas, sean malas, simplemente se cuentan a otro “Ritmo” Son ABURRIDAS, me responden.

Y tristemente tengo que admitir que para los tiempos actuales tienen razón, “!Son LENTAS!”
Antes nos bastaba un momento culminante en toda la película, y salíamos contentos, incluso esperábamos por años! Para la continuación.

B).- En la actualidad por la gran variedad de plataformas, la gente consumen libros, música, y películas, más dinámicos y que les ofrecen dentro de la misma, al menos 5 momentos se súper emoción, y de gran calidad, y de no ser así simplemente, NO les agrada.

trabajabdofederico dijo...

C).- Por eso me agrada que tú, en este relato, escribieras como un autor joven, con ritmo, intrépido audaz, sin miedo a impactar al lector, si no por el contrario, estando seguro que lo Impactaras!”
Y sin limitarte en un solo momento destacado, sino que durante el relato, disfrutamos de “varios” momentos que podrían considerarse culminante, y en lugar de detenerte, continuas avasallando, dominante, sin disminuir el ritmo, sabiendo que la historia contara Todo y más!”.
Me emociona leerte así, tan brutal, tan Vivo..! lo necesito tanto”

SEGUNDO.- Lo que quiero decir es que este relato lo tuvo que leer en partes, NO por que fuera muy extenso, lo que pasa es que nos dejabas agotadas emocionalmente, teníamos que cerrar la laptop, para recuperar el aliento, no sé si alguien te lo digo, pero las mujeres somos 99% emoción, y tu abusas de nosotras emocionalmente, pues la protagonista Mónica, es quien lleva el control de todo!”

trabajabdofederico dijo...

TERCERO.- Es Mónica quien lleva a su cornudo! (pues es de ella, y de nadie más) al sacrificio, y es ella quien se alimenta de su; ANGUSTIA, INCOMODIDADES, CELOS, INSEGURIDADES, DUDAS, MIEDOS, EXHIBICIÓN, HUMILLACIÓN, VERGÜENZA, SOMETIMIENTO Y DERROTA.
Darío las vive y SUFRE, pero es ella, quien las dirige.

CUARTO.- Leer esta historia renace mi admiración en tu “ESCRITURA” pues a pesar de que el Bobo, de mi marido, y muchos otros, NO lo noten, escribes distinto en cada historia, me imagino que es lo mismo que deben sentir los músicos, cada obra “vibra” en ritmos distintos.

QUINTO.- Y yo siempre había notado, que “TE AUTO CENSURAS” (incluso en comentarios anteriores, te lo había expuesto) NO pretendo hacer polémica con este comentario, solo es mi “SENTIR” (¿quizás me equivoque?) pero las mujeres tenemos un sexto sentido, que nos dice cosas.

trabajabdofederico dijo...

Ojala continúes escribiendo así, salvaje, como un HURACÁN, y continúes abusando de nosotras tus lectoras, que mucho te necesitamos, y agradecemos, ahora dejo espacio para que mi marido, exprese su punto de vista, que segura estoy, NO vale nada, pero que como un niño, está ansioso de decir.

Esposo
1.-en primer lugar decir, que mi opinión también cuenta, aun que como dice mi mujer, NO sea valiosa, iniciamos con el inicio, la primera escena llegar a una casa que tiene la finta de ser una guarida de criminales, y que tu noviecita inocente sea la “UNICA MUJER” pues no augura nada bueno

Y que cuando se encuentran otra chica, (una inocente jovencita Rubia) sea siendo abusada por varios negros, y que estos tienen sometido al novio blanco de esta…!” Uuufff…!

Y por sometido al novio, hablo en sentido real, físicamente, lo tienen siendo menos que un tapete…!”

Te juro que inmediatamente deje de; leerle tu relato a mi esposa (Ya tu sabes, que yo se los leo, a ella) incluso intente impedir que ella me quitara su laptop de las manos, y se pusiera a leerlo directamente ella.

Pero cuando se pone caliente, es muy temperamental, y he aprendido, que es mejor dejar que haga, Lo que quiera.

trabajabdofederico dijo...

2.- Escuchar decir a mi esposa, mientras leía tu relato, frases como;

¡Qué barbaridad! ¿Cómo es posible? ¡Qué horror! “ahora si se pasó” ¡has algo cornudo!” “Pinches negros” ¿y qué otra cosa, le harán ahora? “!Ha Este de plano, ya lo dejaron eunuco!” ¡No puede ser, Más Negros! “¡Ella es inocente, Darío NO es suficiente hombre, para ella!”

3.- Y de repente notar como su estado de ánimo paso, de la indignación, enojo, sorpresa, hasta llegar al entendimiento y aceptación, simplemente me dio miedo, ¿Qué estará leyendo mi mujer? Para cambiar tanto y tan rápidamente de estados de ánimo.

4.- Y terminar viéndola muy contenta, con una amplia sonrisa, en la cara, como de niña traviesa. Diciendo mientras leía tú relato, frases como: ¡Si ella te dice que así son las cosas, pues así son Darío, y punto! Y después de leer, no sé qué cosa, voltear a gritarme a mí, con cara de enojada y apuntándome con el dedo, de manera amenazante, y tú también debes creerme solo a mí, las cosas son siempre como yo te las digo Entiendes!”

Y después continuar leyendo y escucharla decir nuevamente: ¡Así debe ser, es el papel del cornudo, muy bien! Qué bueno que estos negros, le digan cómo debe cuidar a su novia” !Ahí pobre Darío, como lo AMO…! Pero qué bueno que sufra, quiero que sufra mucho más..!”

5.- Y al final mi esposa me anuncio;
“!Que a los DOS, (tanto a ella, como a mi?)
Nos gustó mucho esta novela!”
Y que los DOS, te felicitamos, ojala escribas muchas más, con esa brutalidad, emoción, y Dramatismo.

trabajabdofederico dijo...

6.- Al cuestionarla yo, que como te voy a felicitar yo?
Si yo aun NO leo completo el relato, y que solo leí, ¡La introducción!, donde someten al novio de la chica rubia?

Mi esposa me grito; y me exigió; “!Que yo te felicite y que basta con que a ella, le gustara, para que yo de corazón, te felicite!”.

Así las cosas mi buen Rebelde Buey, pues te felicito por el gran relato, que yo, aun NO he leído, porque mi esposa, NO ME DEJA LEER.
(Pero que sin sentido ¿es esto?)

SEPTIMO.- Ja, ja, ja, olvidaba decir, que después de su escenita de indignación de mi esposo, le quite la laptop, y NO lo he dejado leer el relato completo, (SI soy bien mala con él, y así soy feliz)

Para que aprenda que con mis gustos de muchos negros, contra una sola mujer, nadie se debe meter.

Quizás NUNCA lo deje leerlo, pues me divierte muchísimo que él cree, que la historia gira alrededor de ese primer chico blanco, que tienen sometido, los negros.
Y gozo enormemente oír decir sus quejas y teorías, de cómo el cree, es la historia, y que NO le atina en nada. Ja, ja, ja.

Ojala las presentes palabras de genuina emoción, sobre este que considero tu relato más Brutal! te animen a escribir más, pero así, sin piedad, mi admirado escritor Salvaje..!”

Con respeto y cariño Federico y “La que Manda”.

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