Sale un relato modesto para amenizar la velada
Valija Vacía y Esposa Llena — (VERSIÓN 1.1 - 11.02.21)
Por Rebelde Buey
Le van a preguntar a Isabela
si alguna vez fue infiel, ¿y qué les va a contestar? Que no. Encima con gesto
serio, convencida. Pero si le preguntan a sus mejores amigas, ya es otra cosa.
Lo mismo si le preguntan al hermano de su marido, al más chico, que este año se
la cogió como treinta veces porque está viviendo con el matrimonio desde Abril.
O a algunos compañeros de trabajo de Isabela, que le dan cada tanto, si hay
oportunidad.
No es que lo sabe todo el
mundo, ella se maneja muy bien en eso de esconder. Lo saben quienes lo tienen
que saber. Y el cornudo, por supuesto, no cabe en esa lista.
El cornudo se llama Isaías,
por cierto, y es cornudo desde siempre. Prácticamente desde los inicios de su
noviazgo con Isabela. Nada bestial, nada de veinte cuernos por semana o hacerlo
a un metro del infeliz mientras éste mira la tele. Isabela siempre fue muy
discreta, y nunca arriesgaría su relación con el hombre al que ama.
Pero bueno, tampoco iba a
dejar de disfrutar de pijas más grandes que las de su hombre, que por una
cuestión estadística son casi todas. Así que, como cualquier mujer normal de
estos días, picotea aquí y allá cuando puede, sin arriesgar el matrimonio.
Y fue así hasta el día que llegó
a la casa Pablo, el hermano menor de Isaías, con la idea de instalarse momentáneamente
hasta encontrar algo donde vivir, pues había comenzado la facultad. Premeditado
o no, Pablo terminó acomodándose en la casa, como un gato al que se le rasca la
panza. Cuando Isaías le fue a preguntar a Isabela si en vez de un par de
semanas no le molestaba que su hermano se quedara todo el año hasta terminar
ese primer ciclo, el pobre cornudo no sabía que esos quince días de convivencia
ya su buen hermanito se la había garchado tres veces. Y mucho menos que también
se la había cogido algunos años atrás en una fiesta familiar.
Isabela le dijo que no
había problemas, si apenas lo veían un rato a la noche porque ellos salían a
trabajar mucho antes de que Pablo siquiera se levantara.
Por eso y porque ella siempre
hizo buena letra, Isaías no sospechó nada cuando, al mes, Isabela dijo que la
inmobiliaria le cambió el horario por treinta días y que debía ir dos horas más
tarde. Fue un mes cogiendo como árabes todos los días, gritando, puteando,
acabando en las tetas, estirando el cuerito del culo, dedicándole la leche al
cuerno… En ese lapso se sacaron las ganas fuertes, las primeras, y cuando ella
retornó a su horario habitual pasaron a coger dos veces por semana. En
ocasiones ella volvía al mediodía, o llegaba del trabajo más temprano que su
marido, si Pablo estaba en la casa. Siempre jugando sobre seguro. Sin riesgos
de que nadie sospeche nada.
Entonces un día Pablo vino
con esa idea rara.
Fue una tarde de lluvia en
la que el pendejo la había puesto culo pa’ arriba, cabeza bajo la almohada, y
la estuvo bombeando como un enajenado. Primero por la concha pero enseguida por
el orto, con pasión desmedida, con angurria y cierta violencia. Al punto que a Isabela
le arrancó dos polvos y a la vez le hizo pensar qué carajos le pasaba a ese
chico.
Lo entendió en el descanso,
cuando recuperaban el aliento.
—Tengo unos amigos…—empezó
Pablo—. Bah, un amigo… Quiere conocerte…
—¿Amigos…? Dejate de joder…
—Es uno. Bueno, son varios,
pero creo que podrías conocer a uno.
—¿Andás contando por ahí
que me cogés? ¡Sos un boludo!
—No, Isabela, tranquila.
Son mis compañeros de facultad. Nadie que conozca Isaías, ni que se vaya a cruzar
jamás
—Te dije muy claramente que
no quería que…
—Es que no pude evitarlo, Isa.
Estaban todos alardeando. Todos tienen minas, filos, amantes… y el único boludo
que nunca cuenta nada soy yo. Yo, que soy el que se coge a la mejor mujer de
todas.
El halago apaciguó la furia
de Isabela.
—No me voy a coger a tus
amigos para que te anden felicitando. Me decepcionás, Pablo, la verdad que…
—No, no mis amigos. Es
solamente uno. Y te va a gustar. Lo investigué, tiene una tranca así.
Las manos marcaron un
tamaño casi inverosímil. Sin embargo, lo que a Isabela la hizo dudar fue el
gesto serio —muy serio— de Pablo.
—No me interesa.
—La tiene más gruesa que
yo. Y más grande. Y anda siempre con veinte minas, es bien machito como te
gustan a vos.
—No me interesa —repitió Isabela,
pero los ojos no pudieron mantener la vista de Pablo, y los labios le temblequearon
un poquito.
—Dale, Isabela, careteásela
al cuerno pero a mí no. Yo sé lo que te gusta la pija. Además va a ser
divertido. Yo lo entretengo a Isaías, no va a sospechar nada.
—Ni lo nombres a tu hermano.
¿Te creés que me hace gracia hacerlo cornudo?
Pablo sonrió y se le acercó
hasta que los dos rostros estuvieron casi pegados. Tomó la mano de ella y la
llevó a su verga. Ella lo tomó, lo notó duro de nuevo y comenzó a masajearlo.
—Te va a gustar, mi amor…
Te lo vas a coger con el cuerno en la casa…
—¡Estás loco!
—Si te re gusta la pija,
putita…
—Con Isaías en la casa, no.
—Bueno, con el cuerno
afuera, en la vereda. Yo me encargo…
—Sos un hijo de puta…
Isabela siempre se vistió
sexy pero tranquila. Elegante. Solo se zafaba si iba a bailar con Isaías, que
era casi nunca; o se vestía más puta para él, para seducirlo en la intimidad
del hogar, sea para un aniversario o simplemente por ganas. Desde que Pablito
se instaló y pasó a convivir con ellos, dejó de vestirse así en la casa (la
lencería que usaba con su cuñado cuando cogían, no cuenta). Así que, una semana
después, Isabela se sorprendió cuando Pablito le vino con todo armado:
—Vas a vestirte bien putita
como a vos te gusta. Un súper escote, una buena minifalda de esas que dan ganas
de arrancártela. Y así te va a ver Isaías: vestida re puta y con mi amigo al
lado tuyo. Vos bien atorranta y mi hermano bien cornudo.
—No le puedo hacer eso a
Isaías.
Pero Isabela no logró
evitar sonreír y en sus ojos ardió todo el emputecimiento que se venía
aguantando el último año.
—El plan es este: yo voy a irme
a la costa un fin de semana con mis compañeros de facultad. Salgo el viernes a
la noche y regreso el domingo. Sabiendo esto, vos le decís a mi hermano que querés
aprovechar la casa sola para tener una velada romántica y de sexo salvaje, que
salga antes del trabajo y esté en la casa a las siete, y que lo vas a esperar
vestida bien gatita.
—¿Es en serio?
—Pero a las siete va a caer
Miguel, mi compañero, que tiene un matafuego por pija. Yo voy a ir diciendo
durante toda la semana que en cualquier momento pasa Miguel a devolverme la valija
de viaje que vos me diste el mes pasado, ¿te acordás? Y voy a dejarle claro a
Isaías que Miguel es gay.
Estaban en la cocina
preparando la cena. De fondo se escuchaba la ducha donde Isaías estaba dejando
ir el trajín diario. Pablo le estrujó los pechos por sobre la remera y le
manoseó el culazo metido en los leggins de lycra.
—¡Pablo, no!, que está tu
hermano en el baño…
—Eso me calienta más —cerró
el chico, y le mordisqueó suavemente los pezones, siempre por sobre la ropa.
El viernes Isabela estaba
nerviosa al borde de la histeria. Iba vestida de puta en blanco, con una
camisola súper escotada de mangas largas y una minifalda café con leche que le
partía los muslos cerca del bulto de la tanguita
—Vos estás loco y yo estoy
más loca por seguirte la corriente —le dijo a Pablo, que se la comía con los
ojos desde el sillón de la sala de estar—. ¡Estoy demasiado trola!
—Demasiado hermosa. Y no es
nada con lo que no hayas ido a bailar alguna vez con tu marido.
—Es mucho. Isaías va a
sospechar.
—Vos dejámelo a mí. Y
mandame el mensaje cuando ya estén vestidos después de la cogida.
De afuera de la casa vino
el sonido del auto de Isaías.
—Ay, la puta madre, estoy
nerviosa como cuando tenía quince.
—Relajate, Isabela, solo
pensá que vas a estar taladrada por el pijón de mi amigo mientras tu marido
está afuera, a diez metros tuyo.
—No digas eso, boludo, me
ponés peor.
Pablo se rió fuerte
mientras tipeaba en su celular.
—Le estoy avisando a
Miguel.
Se escuchó la puerta del auto
cerrarse. Isabela comenzó a caminar en círculos, como los perros. Con cada
movimiento Pablo podía ver como la cortísima minifalda, pegada a sus curvas se
levantaba de a un milímetro por paso. Las llaves hicieron su tintineo sobre la
cerradura.
—Dale, Isabela, bien puta,
mi amor.
—Sí…
En ese segundo la puerta
comenzó a abrirse. Isabela soltó la mano de Pablo y sacó pecho. El corazón lo
tenía acelerado. Vio el brazo de su marido. Vio un imposible ramo de rosas,
enorme ramo y, detrás de él, su marido, entrando como un marido romántico,
cerrando la puerta a su paso y girando para verla.
Y viéndola.
—¡A la mierda, Isa!
Isabela sonrió y los
nervios comenzaron a disiparse. Juntó brazos como una nena buena y los pechos
casi se le sueltan del escote.
—¿Te gusta? —dijo, como si
dudara.
Isaías se quedó un segundo
sin aliento. Literalmente. Luego reaccionó y vio a su hermano junto a ella.
—Ya me voy —anticipó
Pablo—. De hecho, ya debería haberme ido, pero el puto de Miguel todavía no me
trajo la valija. —Isaías se desconcertó un poco. La imagen de su mujer con esa
ropa no lo dejaba pensar—. Y hablando de putos… Hermano, tengo que hablar con
vos, estoy en problemas y me tenés que aconsejar.
Isaías miró a su mujer, que
seguía quieta y de pie como una muñeca. Pablo se le acercó y lo tomó de un
brazo.
—Esperá —intentó Isaías—,
quiero darle esto a mi mujer.
—No, tenemos que hablar
antes de que caiga Miguel.
Pero Isaías se quitó el
amarre de encima y fue hacia Isabela.
—Mi amor, estás… estás… —le
ofreció el ramo de rosas, que ella tomó con una sonrisa que le llenó la cara de
felicidad—. …impactante.
Ella lo besó y en eso sonó
el timbre.
—Uy, boludo, es Miguel
—interrumpió Pablo—, te dije que habláramos antes.
—Ni que viniera a matarte.
—Peor que matarme.
Pablo fue a abrir la puerta
y saludó a Miguel. Lo hizo pasar.
Isabela vio por primera vez
al extraño. Era un tipo diez años mayor que su cuñado, de cabello algo claro y
cara y gesto de multiperverso, de esos que uno ve en las películas con un
camión blanco de helados. Estaba vestido así nomás, con un jogging deportivo, por
lo que Isabela se dio cuenta que era para bajarse y subirse los pantalones de
manera fácil e instantánea. El solo pensar en eso le hizo subir la temperatura
en la entrepierna.
—Hola, Miguel. Llegás una
hora tarde.
—Es que no encontraba tu
valija.
—No es mía, es de Isabela —aclaró
Pablo. El tipo parecía acobardado, tal vez tímido en exceso, como si estuviera
en penitencia—. Miguel, ellos son Isabela y su marido Isaías.
Isabela se acercó y le dio
un beso.
—Es mía pero es la que va a
llevar Pablo este fin de semana.
—Sí, yo voy a ir también.
En cuanto me enteré que iba él…
Pablo cruzó rápido delante
de Miguel y tomó a su hermano de un hombro.
—Vení que te termino de
contar ese asunto familiar tan serio…
—¿Qué asun…?
Pablo llevó a Isaías hacia
la puerta.
—¿Llegué en mal momento?
—se disculpó Miguel—. Pido perdón por llegar tarde y…
—No, no —cortó Pablo—. Es
que con mi hermano tenemos que resolver un tema de la familia… Es un minuto, ya
regresamos.
Pablo sacó casi a los
empujones a Isaías de la casa.
—¿Qué onda? Pareciera que
le tenés miedo a ese tipo…
—No, no, es que… Vení,
vamos al auto. No quiero que ese puto de mierda nos escuche. Dicen que tiene el
oído de un tísico.
Al mismo tiempo, dentro de
la casa, apenas se cerró la puerta, la expresión timorata de Miguel cambió en
un chasquido al gesto retorcido de un demonio.
—¡Qué buena que estás, hija
de puta! ¡No puede ser lo que se está comiendo Pablito todos los días…
Lejos de ofenderse, Isabela
sonrió, aunque miró en dirección de la puerta, algo nerviosa.
Miguel se le vino encima y
comenzó a manosearla como un pajero en un colectivo. Le toqueteó los mulos, subió
por debajo de la minifalda, se llenó las manos con el culazo de Isabela, y rozó
varias veces la tanguita que protegía su concha.
—¿Cómo sé que no va a
entrar Isaías? —preguntó ella, sin ofrecer resistencia al manoseo pero sin
mostrarse tampoco activa.
En ese momento se
escucharon las dos puertas del auto y ella entendió y se tranquilizó. Lo tenía
a Miguel prendido desde atrás, tocándola por debajo de la minifalda y
respirándole en el cuello, desesperado. Giró un poco, sonrió y se alejó un
paso. Abrió sus manos que todavía tenían el enorme ramo de rosas, para que el
cerdo la mirara completa, con sus tetotas apenas cubiertas por un escote
insuficiente.
—¡Putón, qué polvo te voy a
echar!
De nuevo se le vino encima
pero esta vez hundió su rostro en los pechos y comenzó a chupárselos con
hambre.
—Por Dios, no puedo creer
que esté haciendo esto… —murmuró, y llevó sus dedos de uñas pintadas hacia el
bulto de Miguel—. Ay, sí… ay, sí… qué duro se te siente…
—Está así duro por lo buena
que estás, putón.
Isabela lo separó un poco
de sus tetas y se adecentó apenas la minifalda, que ya la tenía a mitad del
culazo, dejándolo semi desnudo. Arrojó el ramo de rosas sobre el sillón que
daba a la ventana.
—Quiero verte la pija —dijo
desesperada. El desconocido estiró el elástico del pantalón hacia adelante e
hizo espacio para que viera. No llevaba calzoncillos, era todo verga—. Oh, sí…
Era cierto… Ay, Dios, qué gordo… qué buen pijón… qué buen pijón…
Miguel miró hacia la puerta
y llevó su mano izquierda al techo de la cabeza de Isabela, y la fue bajando
hasta ponerla de rodillas frente a él.
—No hay tiempo, putón… No
sé Pablito cuánto puede aguantar al cornudo adentro del auto…
—No le digas cornudo, pobre…
—lo corrigió Isabela, con la mirada hipnotizada sobre el vergón ancho como su
propia muñeca, y gordo y largo como una morcilla de campo. Lo tenía tomado con
una mano, cerca de la base, pero fue inevitable ayudarse con la otra para sopesarlo
en toda su dimensión. Quería agarrar todo eso. Quería apretarlo con ambas
manos.
Sin darse cuenta fue
abriendo la boca; y la mano de Miguel, guiándole la cabeza hacia el glande, lo
hizo todo inevitable.
Tuvo que abrir mucho más de
lo que pensó en un inicio para engullir la cabeza de la pija. Lo sintió duro y
liso como un manguerón de caucho.
—Ahhhhh… Sí, putón, así… Qué
rica boquita…
—Mmmfff… Mmmmffff…
—Bueno, dale, ¿qué pasa? ¿Para
qué me trajiste al auto? La dejé sola en la casa a Isabela.
—No pasa nada, Miguel es
puto.
—Ya sé que no pasa nada, ¿pero
no la viste vestida? Quiero entrar y llevarla a la habitación ya mismo.
—Antes decime qué hago.
Miguel se enteró que voy con los chicos a pescar todo el finde y decidió
sumarse.
—¿Y?
—¿Cómo “y”? Me quiere
coger. Viene porque estoy yo. Me va a tener dos días en el medio de la nada y
va a estar hinchándome las pelotas y tirándome onda porque le gusto…
Isaías miró a su hermano y
sonrió, sobrador. Hizo un movimiento como para arrancar a irse.
—Le decís que no sos puto y
chau. Y si se pone denso, lo cagás a trompadas. ¿De verdad te lo tengo que
explicar?
—Esperá, ¿a dónde vas?
—A coger con mi esposa.
—Pará, escuchame, no puedo
hacer eso. Ni siquiera puedo rechazarlo de mala manera. Si se enoja conmigo
puede hacerme mierda con otro asunto que estoy armando…
—¿De qué carajo hablás…?
—Es lo que te quiero
explicar… Pero va a llevar tiempo.
—Ahhhh… Asííííí… Así,
putón, así… qué bien que la mamás…
Isabela pajeaba el vergón
mientras lo tragaba y lo volvía a tragar. No había manera de llegar siquiera a
la mitad de la pija. Miguel vio el intento de ella, como si fuera un desafío
personal. O eso intuyó. Ninguna mujer nunca se la había tragado completa, no
había manera. Y tenía poco tiempo para que ese mujerón increíble lo intentara
seriamente. Pero igual empujó la nunca para forzarla lo más posible.
—¡Tragá, puta! ¡Tragá!
—Mmmmfffgghhhh…
Gggghhhhgggg…
Miguel siguió empujando por
detrás y con la otra mano tapó la nariz de Isabela.
—Tragá todo lo que puedas,
quiero ver hasta dónde llegás…
Isabela seguía esforzándose
pero no pasaba de la mitad. Comenzaron a salirle lágrimas.
—Mmmfffgghhhh… Ggggoooggghhh…
—Pensá en el cornudo
adentro del auto ahí afuera y tratá de tragar… ¡Hacelo por él!
Sin pensarlo, Isabela
engulló un centímetro más, lo que a esa altura era muchísimo, y ya la garganta
le avisó con un reflejo que —por hoy— no iba a dar más sin estropear el momento.
Aflojó la boca y se retiró.
—Muy bien, putón, te la tragaste
más que la mayoría de las putitas que me la maman.
Miguel tomó de la mano a Isabela
y la puso de pie. La hizo girar para él, así babeada y con ojos llorosos como
estaba, y la minifalda por la mitad del culo.
—Vamos a hacerle honor al
cuerno y a llenarte esa conchita de pija…
La llevó al sillón colocado
sobre la ventana, de la que colgaban cortinas blancas de esas que permiten ver
hacia fuera pero no hacia adentro. El respaldo daba sobre las cortinas y la
hizo arrodillar junto al ramo de rosas, de modo que ella quedó mirando hacia
fuera, hacia donde estaba el auto de Isaías.
—Separá las piernas, putón…
—Obediente, Isabela separó las rodillas.
La minifalda se le estiró
al máximo y, por la tensión, se le subió unos centímetros más sobre el ecuador
de la enorme cola. El cuenco que hacía la bombachita blanca sobre la concha era
una invitación a clavarla de inmediato y a lo bestia.
Isabela, así arrodillada
como iba y tomándose del borde del respaldo, giró hacia su sátiro:
—Quiero ver otra vez esa
verga antes de que me la metas toda…
Con orgullo, Miguel sonrió
y balanceó su manguerón ridículamente grande, para que ella tomara dimensión de
lo que se iba a tragar. Porque iba a ir a hasta la base, eso no era negociable.
—Te va a entrar toda,
putón…
Isabela suspiró
sonoramente.
—Ay, pobre mi marido, los
cuernos que le van a salir…
La mujer volvió a su
posición y Miguel se pegó a ella. Con una mano le corrió la tanguita blanca
unos centímetros hacia la izquierda, y con la otra se tomó el vergón.
Apoyó. Pegó el glande sobre
la concha y la pintó de pija. Y empujó suave como para que la cabeza se le
acomode en el hueco.
—Oh por Dios… —jadeó Isabela,
por la premonición de lo que venía.
Miguel dejó el glande puerteando
esa conchita carnosa y ya totalmente empapada y tomó las dos nalgas para
empujar.
—Ahí va, putón…
Y enterró media cabeza.
—Síííhhh… —jadeó Isabela.
Miguel no dejó de empujar
suavemente. El resto de la cabeza entró como si nada y recién el cuello de la
verga hizo de primer tope.
—Virgen Santa…—jadeó otra vez
Isabela—. Me entró casi nada y ya me siento más llena de pija que cuando me
coge mi marido…
—El cornudo…
—¡Sí, sí! El cornudo…
—Falta el noventa por ciento
de pija, putón…
La idea de que le iban a meter
nueve veces más lo que ya tenía adentro la motorizó. Miró hacia fuera, más
precisamente al auto donde estaba Isaías hablando con su hermano y gimió hecha
una puta salvaje.
—¡Entrámela toda! No le des
vuelta y mandala con todo que quiero sentirla toda antes que el cuerno salga
del auto.
—Lo que digas, putón…
—Miguel sonrió, tomó distancia y empujó sin vacilación.
—Ahhhhhhh… ¡qué pedazo de
pija, hijo de puta…!
—No llegué al tercio,
putón.
—Mandale. Mandale pija que
por algo el hermano de tu amigo es flor de cornudo. ¡¡Ahhhhh…!!
—Un tercio —anunció Miguel,
y frenó, retiró un poco las caderas y volvió a empujar fuerte.
—Ahhhhhhhhh…!! Sííííí, hijo
de puta, sííííí…!!!
—Media pija, putón…
Miguel se detuvo y se
retiró y volvió a atacar, y así comenzó un bombeo consistente, fuerte, penetrando
a Isabela uno o dos centímetros más con cada estocada.
Dentro del auto, Pablo
recibió un mensaje. Cuando terminó de escuchar el audio, se dirigió a Isaías,
que lo miraba con curiosidad:
—Parece que Miguel le está
llenando la valija a tu mujer.
—¡¿Qué!?
—La valija que trajo, la que
es de Isabela. Le dije a Miguel que vaya a mi habitación y la llenara con mis
cosas así nos vamos más rápido y te dejamos con tu mujer a solas.
—Ah, sí, sí.
—En fin. Como te dije,
Miguel es el mejor amigo de Vero, que es la chica de quien estoy enamorado. Si
me lo pongo a él en contra, entonces…
—¡Ahhhhhh…! Nunca me sentí
tan llena de verga…
Isabela ayudaba a su violador
llevando su cola hacia atrás, oponiendo fuerza para que cada pijazo del bombeo
la clavara más a fondo. No sacaba los ojos del auto, y quería sentirla haciendo
tope, con los huevos del macho chocándole abajo antes de que su marido
regresara.
Miguel estaba sorprendido.
En tres minutos ese hembrón tenía más de tres cuartos de pija adentro.
—Hija de puta, a ninguna
otra mujer le entró tanta pija tan rápido…
Isabela volvió a girar un
segundo, mientras Miguel no paraba de bombearla.
—Yo no soy “ninguna mujer”.
Yo soy la mujer más puta con la que te vas a cruzar en tu vida. Y con un par de
amigos así pijudos como vos te lo puedo demostrar…
Miguel tenía hundidos los
dedos en las nalgas del putón, y podía sentir los pies de ella enroscados en
sus piernas, desde atrás y bajo sus rodillas, para que el cuerpazo le quedara
más fijo y así las clavadas resultaran más profundas.
—Si me das una semana te
puedo traer veinte tipos con pijas como la mía…
Isabela regresó hacia el
respaldo, tomó el ramo de rosas y hundió el rostro entre sus brazos.
—Ay, pobre Isaías qué mala
suerte le tocó en el matrimonio…
El bombeo incesante y ya
violento le zarandeaba la cabeza y hombros.
—¡Cómo te la aguantás,
putón…!
—¡Mandala a fondo! Quiero tenerla
toda adentro y sentir cómo me lecheás.
El fap fap sobre la cola
parecía un corazón frenético. Los muslos de Isabela iban y venían, la minifalda
ya estaba enrollada en la cintura y la verga seguía avanzando un centímetro con
cada sacudida. Ya muy cerca de los huevos.
—Vos no acabaste…
—No importa... Ahhhh… Voy a
acabar en un rato… ahhh… con el cuerno… uhhh… cuando me empiece a coger y no me
sienta de lo estirada que me dejes… —Y de pronto, por fin el pijón hizo tope—.
¡¡¡Ahhhhhhsssíííí…!!!
Miguel se la estaba
garchando tomándola de las tetas, estirado para cogerla y no perder se de gozar
esos pechos formidables. Pero cuando por fin la clavó a fondo, volvió atrás, la
tomó fuerte de la cintura y empujó de nuevo para dejarle el vergón de burro
unos segundos en el interior, como para que la mujer tomara cabal medida de lo
que tenía enterrado.
Y luego recomenzó el
bombeo, ya siempre hasta la base.
—¡Tomá, puta! ¡Tomá, puta! ¡Tomá…!
—Sí, sí, Miguel, soy una
puta… Soltala. Soltame la leche adentro…
No se hizo rogar, Miguel.
—Ahí va, putón!
¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh…!!!
—¡Síííí, hijo de puta,
sííí…!
Le empezó a acabar a
latigazos de leche, y con cada latigazo, mandaba el vergón a fondo, tan a fondo
que fue corriendo el sillón con Isabel arriba.
—¡Ahhhhhhhh… por Dios qué
pedazo de hembra…! ¡Qué pedazo de putón tiene el cuerno!
—Te siento la leche,
Miguel. ¡Te siento el chorro caliente!
El ramo de rosas volvió al
sillón, el bombeo fue aflojando de a poco, aunque no parecía terminar nunca.
Las piernas de la mujer temblequeaban un poco.
—Ahí te va el último
chorro… Ahí te va el último chorro… —prometía, pero seguía escurriéndose
adentro de ella, sin tener fin.
—Llenámela todo lo que
quieras… Si fuera por mí dejala ahí adentro toda la vida…
Entonces se escuchó una
puerta cerrarse.
—¡El cuerno! —se alarmó Isabela,
que vio a su marido ya fuera del auto.
Pablo bajó y se hizo
evidente que le hablaba para retenerlo lo más posible.
—¡Ahhhhhhh… ahí fue la última
gotita…!
Miguel terminó de
escurrirse y le dio un cacheteo sonoro sobre la nalga derecha de Isabela,
todavía en punta.
—Salite que ya vienen.
—Tranquila… —Miguel comenzó
a meterse el manguerón dentro del jogging, con parsimonia.
Se escuchó la segunda puerta
del auto cerrándose. Isaías ya apuntaba para la casa, con Pablo detrás,
nervioso.
Adentro, Isabela se
adecentó la minifalda y se limpió rápido el rimel corrido por las lágrimas de
haber chupado verga hasta la mitad.
—Sentate en el sillón
mirando tu celular. Yo ya vengo.
Miguel simplemente tomó la
valija y se fue hacia las habitaciones.
La puerta se abrió y
entraron Isaías y Pablito. Isabela levantó la vista de su celular y los miró.
—¿Todo bien? —preguntó como
si estuviera curiosa o preocupada por el secreteo entre los dos hermanos.
—Sí, sí… —la tranquilizó
Isaías—. Problemas de amores… y de amigos gays… Hablando de eso, ¿dónde está
Miguel?
Como si lo hubieran
llamado, por el pasillo apareció Miguel, arrastrando la valija supuestamente
llena. Aunque a Isabela le pareció que se notaba que iba vacía.
—¿Pudiste llenar la valija
de Isabela? —primereó Pablito.
—Hasta rebalsar.
—Bueno, vamos. Ya estamos
tarde, los chicos nos van a matar.
—Tenías razón —dijo Miguel
mientras ya rumbeaban para la puerta—. Dijiste que le iba a entrar todo y le
entró todo, nomás.
Isabela se levantó para
saludar al dúo de amigos que se iba, y todos se cruzaron besos amistosos.
—Hasta el domingo, chicos
—se despidió Pablo. Y se fue con Miguel.
Por fin quedaron Isaías y
su esposa, solos.
—¿Sabías que Miguel es gay?
—Sí, mi amor. Lo mencionó
Pablo en la semana. Igual, si no lo hubiera dicho, se le nota.
—¿Sí? Si no me lo contaba
mi hermano hubiera dicho que era uno de esos tipos mujeriegos que se la pasan
cogiendo cuanta mujer se le pone a tiro.
—Nah. En el ratito que
estuvimos solos, ni me miró. Y mirá cómo estoy vestida. ¿Podés creerlo?
Isaías se comió a su mujer
con los ojos.
—¿Vamos a la habitación?
Isabela cruzó sobre el
sillón y vio el gotón grueso y gordo de semen que habría caído cuando Miguel
retiró su pija de adentro suyo. Aprovechó que su marido miró para otro lado y
lo limpió con la manga de la camisola escotada.
—Vamos, querido. Que hace
mucho que no hago el amor.
FIN
19 COMENTAR ACÁ:
Gracias. Muchas gracias. Se extrañan estos relatos
Extrañaba leerte. muchas gracias.
Muy buen relato, con mucho morbo.
Abrazo.
Qué alegría un nuevo relato. Excelente como siempre! Me quedé con las ganas de la continaución, cuando le toca al cuerno.
La has amenizado, Rebelde... la velada! Bueníssimo el relato! Y si, se merece la continuación!
no, es simplemente un unitario. solo quería contar cómo un marido normal puede ser engañado (más en el sentido de trampa que de fidelidad) sin sospechar nada, en un relato sin comedia.
no, se queda acá, nomás.
a proposito, avevo quasi presentato questa storia anche in versione italiana (attraverso un traduttore automatico). ma ci voleva tempo ed ero ansioso di caricarla. sarà per la prossima volta (se non mi viene l'ansia hahaha).
gracias luis!!
gracias! parece que gustó más de lo que pensaba =D
Como extrañaba este tipo de relatos. Parece que Isabela no se puede resistir a una buena verga. Me imagino que la segunda parte puede iniciar una semana después con la visita de Miguel y un primer grupos de amigos.
no, es solo un unitario. empieza y termina acá.
Genial, como siempre. Me gustó mucho que justo después de negarse rotundamente dijera "Con Isaías en la casa no". Son esos detalles que hacen de ti el mejor. Gracias rebelde.
Att. Calosgouzy.
Espectacular!. Maravilloso leerte después de tanto tiempo ... Me da orgullo y motivación 🙃😏🤭
Me llamo Isaias, y la historia concuerda con mi vida. Hizo un cambio de nombres pero el relato es real.
jajajaj siempre se pueden poner gotitas de cinismo velado ^^
gracias por notarlo :)
muchas gracias, "Unknown"
ISAÍAS: anímate y cuenta tu historia. la puedo poner en la sección de "Relatos de los Lectores" ;-)
Super exitante, morbo y adrenalina al máximo. Me calienta pensar en la.escena siguiente, que pasara cuando el marido vea/sienta su mujer rebalsada?
muchas gracias, martín. tené en cuenta que este relato es solo un unitario
muy buen relato, super entretenido
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