El Pueblo Mínimo, Capítulo 4 [FINAL]
(VERSIÓN 1.1)
Por Rebelde Buey
13.
Para cuando incorporamos a los obreros de Las
Cuadrillas a nuestro cronograma de cuernos, ya todo Ensanche sabía que mi Nati
era una flor de puta y yo un tremendísimos cornudo. De hecho, en las mismas cuadrillas
se sabía de Nati. El chisme les había llegado de distintos lados. Del
astillero, ya que muchos de los vecinos que me la cogían trabajaban en la administración
y el rumor fue goteando hasta los obreros; y desde el mismo pueblo, cuando los
muchachos iban a comprar pequeñeces cosas como pilas para la radio, revistas,
aspirinas, etc. (de la comida se encargaba la empresa). Incluso ya en el tercer
mes un par de tipos de Las Cuadrillas se habían cogido a Nati, en alguna
entrega “especial” en la que ella se encontró, de golpe, con el dueño de casa y
uno o dos amigos más. Nati nunca decía que no. Simplemente apuraba el trámite para
bajarse más machos en el mismo tiempo. Siempre con la excusa morbosa de tener
que volver a casa rápido “para que el cornudo no sospeche”. Se arrodillaba sin
que le pidieran nada, sacaba las pijas de las braguetas… ¡y a mamar!
Recuerdo la primera noche que se cogió a uno de Las
Cuadrillas, en un pedido que hizo Gardelito y resultó que eran él y dos más. Mi
Bebuchi vino desbordada de entusiasmo. Pensamos que al otro día lloverían
mensajes desde allí, pidiendo especiales. Tardamos en darnos cuenta, luego de
un par de semanas y charlando con los vecinos que se cogían regularmente a Nati,
cómo funcionaban exactamente las cosas en Las Cuadrillas.
Algo ya les comenté pero se los refresco: las Cuadrillas
era un galpón, un tinglado básico de unos cincuenta metros de largo, con
paredes de madera y techo de chapa a dos aguas, igual que en la milicia de las
películas. Adentro no había mucho misterio: dos hileras de camas enfrentadas,
con un espacio para unos pequeños muebles y colgantes para cada uno. En una
punta del galpón unas parrillitas a gas, como para calentar algo, y dos o tres
despensas medianas. En la otra punta dos baños muy básicos, sin duchas. Los baños
completos estaban afuera, en otra construcción, verdaderos vestuarios con
duchas, toilette, guardarropa y todo tipo de comodidad. Había también una
tercera construcción, el comedor, donde los obreros cenaban la comida que les
proveía el astillero.
—¡Tengo que entrar a Las Cuadrillas! —me dijo Nati,
medio desesperada— ¡No vas a ser el cornudo del pueblo hasta que no me los coja
a esos también!
Era técnicamente cierto, aunque en Ensanche, a mis
espaldas, yo ya era conocido y nombrado como “el cornudo del pueblo”. Así, como
les digo. Lo supo primero Nati, cuando andaba sola por las calles. Los hombres,
a esa altura se la estaban cogiendo todos, no le preguntaban “cómo anda don
Marce”. Eran absolutamente francos:
—Hola, Nati, siempre linda vos, eh?
—Hola, don Canvas, gracias… ¿Cómo anda su mujer de la
tos?
—Bien, bien, hermosa, un poco mejor… ¿Y el cornudo?
Y Nati, como si nada, como si fuera mi nombre:
—Bien, avanzando con su novela… —y según el tipo, se
ponía más osada—. Ya casi no puede pasar por la puerta, pobre… ni agachándose,
puede…
Se reían. No con maldad, sino como un chiste de esos
que por obvios y repetidos se hacen graciosos.
—Es que sos muy linda y amorosa… Tiene suerte de estar
con vos, aunque sea un cornudo…
Nunca le decían en la cara “puta” cuando estaban en
lugares públicos. Sí mientras se la cogían. Pero en la calle no. En cambio yo
no corría con esa suerte. Era cornudo y listo. Salvo si en la charla había
mujeres. Aunque cuando había solo hombres —casi siempre— y especialmente si los
que hablaban con ella se la estaban cogiendo, como en el almacén, el trato
hacia mí era crudo:
—Ah, mi amor, después decile al cornudo de tu marido
que ya le traje los DVDs…
—¿Qué DVDs?
—Me pidió unos DVDs regrabables… Vos decile, el cuerno
ya sabe. O decile que los venís a buscar así de paso le hacemos crecer un
poquito más las astas… ¿Te parece…?
—Ah, dale, buenísimo.
Ideé un par de estrategias para Las Cuadrillas y se
las presenté a Nati. El problema era que en una cuadra con cincuenta camas y cincuenta
hombres, sin divisiones, me la iban a terminar garchando todos y no había lugar
para que yo pudiera esconderme y espiar. No había manera de no quedar afuera, y
me resistía. Nati quería que yo pudiera mirar, pero si no había chances, mala
suerte, igual se los iba a coger.
—Podemos hacer que tus machos de más confianza los
vayan sumando de a poco a las cogidas. Un día con uno, un día con otro…
—¡Estás en pedo, cornudo! ¡Así me los voy a terminar
de coger en un año! Yo quiero bajármelos rápido, ya extraño a mis amantes de
Buenos Aires…
—Es que no veo cómo, amor…
—Además quiero que me acompañes allá la primera vez,
cuando les lleve los volantes… Quiero que te vean conmigo antes de que me
cojan…
Parecía que ella tenía las cosas más planificadas que
yo.
—¿Volantes para qué? Si a ellos les dan la comida en
la empresa.
—Ay, cuerni, a veces sos súper inteligente y a veces
sos medio bobo, ¿eh? Es una fachada, ¿a quién le importa? Eso lo ideaste vos, ¿por
qué tantas vueltas ahora?
—Porque te van a llamar y te van a garchar de a
veinte, y yo me voy a quedar acá en casa como un pelotudo.
—Como un cornudo.
—En serio, vos conocés mi debilidad…
Me refería a mi debilidad por verla con más de un
hombre a la vez. Cuando Nati estaba con dos o más machos la veía tan puta, se
ponía tan puta —bueno, era tan puta— que yo “sufría” si no lograba verla. Siempre
que podía en esos casos ella me incluía. Y si no podía grababa el encuentro
para que yo lo disfrutara. Y ahora, si iba a Las Cuadrillas a llevar su pedido
especial, yo dudaba que se la cogiera solamente el que le hiciera el pedido.
—Cuerni —me dijo metiéndose en la cama como para ir a
dormir—, tenés un día para inventar algo. El viernes vamos vos y yo a llevarles
los volantes.
14.
Había otras particularidades en Ensanche.
Especialmente allí, que era más bien un caserío. Las navidades eran
distintas a cualquier otro lado, lo mismo que las vacaciones. O mejor dicho:
eran distintas a cualquier otro lado donde quisiéramos jugar a los cuernos.
Para la navidad y año nuevo, la mitad de la gente
desapareció. Nosotros desaparecimos el 24, que nos vinimos a Buenos Aires. Pero
el 31 estuvimos allí. Fueron dos días extrañísimos, en un punto alucinantes, en
el sentido de que por momentos parecía un sueño. Durante el día Ensanche
parecía un pueblo fantasma. El sol, el calor, el aire sin oxígeno que te
ahogaba. Si te quedabas en la ventana observando la nada, podías ver pasar, más
tarde o más temprano, a una mujer corriendo de un lado al otro. Recogiendo sus
faldas, las viejas; acomodándose los pechos o el corpiño, Elizabeth, que no
dejaba de mirar en todas direcciones. Si uno observaba bien, si uno tenía
paciencia, podía verlas salir de una casa y meterse en otra. Siempre en casas
de tipos solos.
Se lo iba a comentar a Nati cuando la vi calzarse las
botas y ponerse una minifalda bastante de puta.
—Amor, ¿qué hacés así? ¡Estas demasiado zarpada!
—Me voy a coger, cuerni. ¡No me voy a quedar acá en
casa mientras todo el pueblo está cogiendo!
No sé cómo supo lo que estaba sucediendo, ella no se
había asomado como yo.
—¿Vestida así? Se van a dar cuenta que…
—¡Ay, cornudito, al único que le importa eso es a vos!
Mientras ellos me puedan coger y vos hagas el papel de pelotudo, nadie va a
decir nada…
—Pensé que esa ropa era para hoy a la noche…
Como nadie tenía parientes, el 31 a la noche los de
Ensanche se juntaban a tomar, comer y bailar en un terreno baldío frente al
almacén. Ya nos habían dicho que terminaban siempre todos en pedo, y el plan nuestro
era ir, yo hacerme el borracho, y que mi Nati cogiera lo más posible a mis
espaldas con la excusa de mi borrachera. Mi único “pero”, mi derecho a veto que
ella debía aceptar, era el de siempre: si yo veía que los tipos se podían poner
violentos o la cosa me parecía peligrosa de alguna manera, nos íbamos.
—No, cornudón. A la noche voy a ir bien decente para dejarte
como el mayor de los cornudos.
Y se fue a la calle y comenzó a hacer lo que vi que
habían estado haciendo las otras mujeres: meterse directamente a una casa, sin
tocar a la puerta, estar una media hora y salir arreglándose la ropa para
meterse, sin más, en otra casa.
Esa tarde me la cogieron seis (cinco viejos y un
muchacho de unos 25 años). Elizabeth, la otra mujer cogible, la de marido e
hijito, entró al menos a tres casas. Y las viejas —estoy hablando de dos o tres
viejas de unos sesenta años, con marido, muy señoras, de esas que solo hablan
de los famosos de la tele y del precio de los tomates— a cuatro o cinco casas
cada una.
La noche fue bastante parecida a lo imaginado. Montaron
una mesa larga sobre unos caballetes, con bebidas y comida que habían hecho
algunas viejas. Había un equipo de música conectado al almacén con cuatro
cables de alargue, de donde salía una cumbia melódica y dulzona, una especie de
cumbia correntina, si es que eso existe. Estaban el Tune, sus vagos compinches:
Gardelito, Pepe Grillo y Cicuta. Y Ángel y Pergamino, y mucha gente más, en
general hombres. Elizabeth y su marido también habían ido, y nos saludamos
amablemente. El crío estaba evidentemente al cuidado de él, ella iba y venía
entre los hombres trayendo comida y bebidas para su marido o hijo. No había
nada sospechoso en la joven señora, apenas una seducción mínima, más algo
femenino que otra cosa. Nada en sus movimientos ni en su ropa, un pantalón de
jean que no le marcaba mucho y un buzo negro y anodino, bien lejos de la
seducción. Me pregunté si el cornudo sabría en qué andaba su mujer. Me dije que
era imposible en un lugar tan pequeño no saberlo, pero a la vez yo ya había
vivido allí algunos meses, mi novia se había cogido literalmente a casi todos
los hombres y sin embargo a mí nunca nadie me había advertido de nada. Siquiera
insinuado algo. Ni un aviso anónimo bajo la puerta.
Del mismo modo si alguien ajeno al pueblo observaba a
Nati en ese momento tampoco imaginaría la verdad. Ciertamente ella era más
seductora y mucho más hermosa, y se había ido vestida tranquila, con un
vestidito liviano y floreado, de poco escote y falda por las rodillas. Arriba,
además, un suéter para la fresca, que llevaba sobre los hombros.
Uno de los jóvenes, de unos 30, estaba hecho un
pelotudo y hacía explotar petardos cada dos por tres, asustándonos a todos,
haciendo ladrar a los perros y poniendo de mal humor a las viejas. El vino y la
cerveza comenzaron a correr rápido, y a eso de las diez y media algunos viejos
y viejas, y Elizabeth y su marido, se pusieron a bailar. Pepe Grillo, medio
picadito ya, se armó de valor y sacó a bailar a mi novia, previo ademán hacia
mí para que le dé permiso.
Nati fue, y sé que ya estaba pensando en los cuernos
que me pondría un poco después. Si la hubieran visto, la hubieran amado: hizo
como que me pidió permiso, puso carita de que le daba vergüenza y se arrojó a
los brazos del macho, quien se la venía cogiendo una vez por semana desde hacía
meses, con toda una gestualidad de prurito y una distancia entre cuerpos bien
decente para que se viera que delante de su cornudo era una señora.
Los minutos y los bailes se fueron sucediendo, y Nati
cambió de compañero varias veces. Con cada baile que terminaba volvía a mí y me
contaba cómo se la estaban manoseando y las cosas que le decían. Uno tras otro
la incitaban para que fuera a coger al cuartito del almacén. En una de las
pasadas delante de mí incluso escuché bastante claro a Cicuta, medio chupado, proponerle
a mi novia.
—Es un ratito, nada más, si
total el cornudo no se da cuenta…
Sí, el vino y la
cerveza corrían como si fuera agua. La excusa era el calor. El calor y la
diversión sana. El alcohol hizo que los hombres se desinhibieran, y que las
viejas —que ustedes tenían que ver cómo empinaban el codo— bajaran la guardia.
De pronto, y esto es lo más increíble del alcohol en grupo, a nadie le pareció
raro que los hombres que bailaban con Nati le manosearan constantemente las
ancas y se le pusieran cada vez más pegados a ella.
A las 11:30 yo también estaba picadito, lo que no me
impidió notar que mi novia había desaparecido. Con el tema de reponer comida y
bebida, el Tune se cruzaba al almacén a cada rato. A esa hora comenzó a
cruzarse también Nati, haciendo como que lo ayudaba. Fue y vino con cosas dos
veces, pero a la tercera ya no volvió. Me di cuenta y se me paró la pija. La
hija de puta estaría en el cuartito de atrás haciéndose coger por alguno de
esos hijos de puta. Miré alrededor: Gardelito estaba bailando con una vieja que
yo sabía que se cogía seguido. El marido —viejo cornudo, claro— estaba sentado
a tres metros, aplaudiendo como un pelotudo con una sonrisa idiota. Me pregunté
si yo me vería así de cornudo a los ojos de todo el pueblo. Elizabeth también
bailaba con uno que se la cogía: el Tune. Y el cuerno, igual que el viejo (más
chupado que el viejo en realidad), con ojos rojos de desmayarse en cualquier
momento, y con el crío dormido y babeando entre sus brazos, también festejaba
cómo le manoseaban a su mujer. Porque el baile de a poco se estaba saliendo de
cause, y las manos se hacían cada vez más osadas. Conté los machos, faltaba don
Ángel. Ese era con seguridad el que se estaba garchando a Nati. Yo estaba
alegre, muy lejos de estar borracho, y simulaba una destrucción y somnolencia
que no tenía. Era mi coartada, y la manera de darle pista libre a los hombres
para que se atrevieran a cogérmela casi delante de mis narices.
Al rato vi a don Ángel venir del almacén, sin mi
novia. Trajo una botella que plantó ostentosamente delante de mí e hizo un
chiste. Le miré el bulto. Tuve la fantasía de verle una mancha en el pantalón,
o la bragueta parcialmente abierta, en fin, algo que me probara que venía de
cogérmela. Observar a don Ángel casi me hizo perder quién entró al almacén en
su lugar, cual reemplazo en un partido de básquet: Pergamino, su compadre.
Seguí jugando mi papel de borrachito mientras se
cogían a mi Nati, hasta que me aburrí y pregunté por ella. Don Ángel me dijo
que había ido a buscar pan dulce y turrones porque ya iban a ser las doce.
Igual me puse de pie y amagué buscarla. Fue divertido ver la cara del viejo, su
repentina preocupación por mi bienestar y su desinteresado favor de ir a buscarla
por mí. Una de las viejas decentes —que no andaba en ninguna joda— me observó
como con lástima. Don Ángel fue al almacén a traerme a Nati —o como me diría
luego ella: a apurar el lechazo de su compadre porque “el cornudo la está
buscando”— y yo volví a observar a mi alrededor. Elizabeth y Gardelito no
estaban, y su cornudo e hijo dormían en un sillón de mimbre. Me costaba creer
que ahora esa mujer se mostrara tan regalada, pero la verdad es que estaban
todos muy tomados, no había mucha consciencia de lo que sucedía.
Llegó mi novia, toda sonrisas, con su vestidito
decente y un macho atrás. Como si tal cosa. Me dio un buen beso en la boca como
para que le sintiese el gusto a verga.
—¡Ay, mi amor, estás re en pedo! —me regañó ella
delante de la gente, entre sorprendida e indignada— ¿Te parece ese gusto en la
boca?
Hija de puta, claro que me parecía. Gusto a pija me parecía,
porque ella se refería a eso, le gustaba hablar por elevación de los cuernos
que me ponía, delante de la gente y a viva voz. Se sentó sobre mi falda para
comprobar mi dureza. Me la manoseó, cuando nadie miraba. Y me dijo al oído.
—Cornudo, te cogería ahora mismo, ¡sos el rey de los cuernos!
Lástima que lo tengas prohibido hasta que me cojan todos en Ensanche.
A la medianoche se brindó y se celebró. Elizabeth
apareció. Y un segundo después, también Gardelito, y chocamos nuestras copas y
el pelotudo de treinta se quedó sin petardos para tirar. Justo a esa hora. El
ambiente enrarecido, esa sensación de estar viviendo un sueño verdadero, como
cuando uno está en ese umbral entre el dormir y la vigilia, fue dantesco en ese
brindis. Dos veintenas de hombres borrachos, una docena de mujeres de distinta
edad, no menos ebrias, todos chocando copas, tambaleándose mucho, besándose en
las mejillas, deseándose cosas absurdas. Vi viejos besar en la boca a
Elizabeth, a espaldas del cornudo, vi a viejos manosear con increíble impunidad
a otras viejas, y éstas no decir nada, solo poner cara de enojo; y también
manosear de forma descarada a Elizabeth delante del cornudo, sin que éste
dijera nada. Vi viejos retando a duelo a otros viejos, por corneadas que
databan de veinticinco años. Y vi a Nati, mi Nati, en medio de los borrachos,
que la sostenían con manos detrás de ella, Dios sabe de dónde, y ella con los
brazos en los hombros de ellos, como una corista de regalo. Vi el manoseo bajo
el vestidito, vi el besuqueo, y a mi novia reír y cambiar miradas y chistes con
una de las viejas decentes, como si el manoseo delante del marido fuera lo más
normal del mundo, o al menos fuera permitido esa noche.
A las 12:30 las viejas comenzaron a irse y antes de la
1 solo quedábamos Elizabeth, su cornudo con su hijo, Nati, yo, y unos treinta
hombres. Y les digo, porque creo que era el único que estaba lúcido, que los
hombres miraban a las dos mujeres con muchísima expectativa, a pesar de que sus
maridos estuviéramos allí mismo. Me di cuenta que estaban estudiando de qué
forma se iban a coger a alguna de las dos putitas, y cómo iban a quitar a los
cornudos del medio. Incluso algunos, me di cuenta, estaban más allá de
cualquier inhibición, y lo intentarían aunque tuvieran que pelearse con los
maridos. No por morbo, sino simplemente por la combinación entre deseo,
oportunidad y mucho —mucho— alcohol.
Luego de la 1 de la madrugada, el “baile” se desmadró
por completo: el marido de Elizabeth y su hijito roncaban en la reposera,
ausentes por completo, una de las viejas, antes de irse, los tapó con una
manta. Me dio la sensación en ese momento que no era la primera vez que pasaba
esto que iba a pasar. Me dio la sensación de que la vieja ya había abrigado a
ese cornudo mientras su mujer comenzaba a divertirse “de verdad”. A veces
sucede en pueblos muy chicos, o muy arraigados en el pasado, que la gente se
toma un día al año en donde vale todo, y luego todo se olvida, se perdona, no
existió nunca, y la vida sigue como si nada. En general estos rituales son
patrocinados por mucho alcohol o drogas.
Elizabeth estaba tomada y desinhibida como los
hombres. Se había quitado el buzo negro sin formas y ahora bailaba entre dos tipos
con una camiseta blanca y ajustada que le marcaban muy bien los pechos gordos y
los rollitos y algo de panza. Bailar es una forma de decir. Los borrachos se la
cogían con los ojos, por lo que se le arrimaban uno adelante y otro atrás y la
apretujaban y la manoseaban con una impunidad brutal. Ya no la tomaban de la
cintura y un poco más. Como el cuerno estaba dormido ahí nomás, las manos iban
directamente al culo, y subían constantemente a los pechos, que manoseaban y
estrujaban con ganas. Con Nati era lo mismo, y yo no estaba dormido como el
otro. Se la manoseaban ahí delante mío, aunque trataban de ocultarse tras la
otra pareja. Pero estaban tan borrachos que no había forma de disimularlo. A
veces quedaban junto a mí, que estaba poniendo las canciones, y no me veían, de
tomados que estaban, y le metían manos tremendas, que a su vez yo simulaba no
ver.
En un momento el Tune, Gardelito y tres más se fueron
al almacén llevando a la rastra a Elizabeth. Se la iban a coger de a cinco. O
más, porque detrás de ellos fue otro grupo numeroso de hombres. ¿Esto sucedía
todos los Año Nuevo? Nati me buscó con la mirada. Si Elizabeth le había ganado
de mano ella se quedaba sin intimidad. Era la hora de hacerme el dormido, si
quería que me la cojan ahí.
Me tiré en un sillón de mimbre enorme, tipo Julio
Iglesias. Por experiencia sé que las reposeras no sirven para espiar, así que
las evité. Me quedé observando el baile y en un minuto me hice el dormido.
Apenas cerré los ojos, el que bailaba con mi novia la besó en la boca y comenzó
otro tipo de manoseo. Los borrachos se terminaron de desbocar y se fueron al
humo. La rodearon enseguida, y ya casi la estaban desnudando y entonces mi
novia los frenó, sacó un pañuelo de seda oscuro y vino a mí.
—Por las dudas que se despierte —dijo, y me cubrió el
rostro con el pañuelo.
También por experiencia sabíamos dos cosas: cuando
jueguen al cornudo dormilón, sabrán que los machos se animan más, pero guardan
cierto recelo. Tápenle la cabeza al cuerno y verán que el amante se suelta
mucho más. La segunda cosa que sabíamos era que un pañuelo de seda de trama
abierta, si es oscuro, parece que impide ver cuando en realidad le permite al
cuerno ver perfectamente.
Lo que hizo Nati a partir de ese momento procuró
hacerlo en la línea de mi visión. No hubo más baile, aunque la música cumbiera
siguió sonando como una burla. Fue a una reposera y se recostó allí. Un gordo
grandote y algo viejo, medio desagradable al que llamaban Tortuga —o Tortu— se
le fue encima y amagó desnudarla.
—No, no, ¿estás loco? —lo frenó ella— ¡Mirá si se
despierta el cornudo y me ve en bolas! —Los borrachines parecieron asustarse—
Mejor con ropa, si se despierta no va a sospechar nada.
Tortuga se recostó junto a ella, detrás de ella. Se
abrió la bregueta y sacó la verga. Le corrió la falda del vestidito para
arriba. Vi los muslos de mi novia desnudos y su bombachita blanca. Nati se
corrió la tanguita para un costado y el hijo de puta de Tortu se tomó la verga,
apuntó, puerteó y clavó. Así nomás. Delante de todos. Delante de mí.
—¡Ahhh…! —gimió Nati, más para mí que de calentura. Aunque
la calentura real vino enseguida, porque el gordo comenzó el bombeo de
inmediato. Los otros se acercaron para ver quién iba a ser el segundo, y pronto
la rodearon. No pude ver cómo Tortuga le acabó, con tantos tipos que mi novia
tenía alrededor. Cuando hubo cambio de macho, Nati pidió que le despejaran la
vista “hacia el cuerno, no sea cosa que no me dé cuenta si se despierta”. A
partir de ese momento vi cómo me la cogieron unos doce tipos. O usaron, sería
más exacto decir, pues el alcohol no les permitió buenas performances.
Luego del doceavo, el marido de Elizabeth amagó
despertarse y tuvieron que ir a llamar a la mujer. Vino, como si viniera de
pagar el gas, lo despertó —estaba más dormido que despierto— y se lo llevó a él
y al hijito a su casa. La acompañaron cinco hombres, “para asegurarse que llegaran
bien”. Los cinco tipos no regresaron, se la siguieron cogiendo en la casa,
seguramente impunes ante el desmayo del cornudo. Me imgainé que al pobre tipo
lo tirarían en un sillón el living y a la mujer se la empernarían en la cama
matrimonial, donde podrían entrar los seis.
En cambio a mi Nati se la llevaron al cuartito del
almacén, y me dejaron ahí solo. A veces pasa que se la cogen más de uno y yo no
puedo ver. Me quiero morir, y sé que Nati preferiría que yo la viera, pero qué
se le va a hacer. Es el sino del cornudo.
Me la cogieron en el almacén unos quince borrachos
más. Yo seguí haciéndome el dormido, pudiendo mirar la puerta del almacén,
viendo salir cada tantos minutos a un tipo distinto, a veces arreglándose los
pantalones y yendo a su casa a dormir, saciado por completo y vaciado de leche.
Son recuerdos lindos, hoy día: la música había terminado
una hora antes. El cielo comenzaba a perder ese oscuro profundo de cuando va a
venir el alba y las estrellas derraman sus últimos fulgores. El aire fresco, la
vejiga que me explotaba aunque iba a hacer pis a cada rato, y el silencio
mentiroso. El silencio de año nuevo en los esteros, cortado por el murmullo del
río contra la costa, por los graznidos impertinentes de algún pajarraco a
contramano, y por los alejados gemidos y gritos de muerte y vida de cada
orgasmo de Natalia, mi novia, que venían del almacén y me llegaban al corazón,
acelerándolo y haciéndome parar la pija como nada en este mundo.
15.
El verano en el pueblito quizá no fuera tan diferente
pero nosotros lo hicimos distinto. Es un lugar de río, así que con el calor
fuerte la gente va cuando quiere, sin programación. El que no está haciendo
nada, va; el que trabaja, recién se acerca a la tardecita, si no le dieron
permiso en el astillero. Así que ya habrán deducido: durante la tarde, solo los
jubilados y las amas de casa van a refrescarse al río, y a partir de las 17 ya
está el pueblo entero.
Nos dimos cuenta con Nati que Elizabeth iba siempre
con su hijo y sin su marido, que trabajaba en el astillero. Como era el río y
hacía calor, le daba a ella la excusa perfecta para andar en bikini mostrando
sus tetas gordas y el culo con la tanga bastante enterrada. También era la
excusa de los viejos para mirarla semi desnuda con total impunidad. Imagino que
antes de la llegada de Nati, los viejos se clavarían tremendas pajas, porque
Elizabeth entraba al agua a refrescarse, jugaba con su hijo, se agachaba,
tomaba sol de frente y de espaldas. Todo un show para los viejos, en ese rincón
del planeta.
Nati generó una mini revolución en el río, con su
bikini clavado que le hacía un marco al culazo que tiene. Aunque a esa altura
los viejos que la miraban ya se la cogían regularmente, verlos mirarle el culo
en mis narices igualmente me la ponía dura. Así como notamos que los
matrimonios viejos dejaron de venir a la hora de la siesta, también notamos que
a diario caían hombres más jóvenes, gente del astillero que había faltado al
trabajo o se había tomado el día.
Un mes antes yo había recorrido el río y había
encontrado, a unos trescientos metros, una cuña de terreno penetrando las
aguas. Había unos cuantos árboles y una loma llena de yuyos altos. Un buen
escondite, si los machos me la cogían en la costa.
Íbamos al río y a la hora de la siesta yo hacía como
que me regresaba a casa, supuestamente a seguir con mi libro. En realidad me
iba al escondite y esperaba. Nati se quedaba sola, leyendo o charlando con
alguno de los viejos o cuidando al nene de Elizabeth, que lo dejaba argumentando
que se había olvidado algo pero en realidad se iba a coger por ahí con alguno
del astillero que hubiera faltado. Llegado un punto, Nati decía que se iba a
caminar y venía por la costa hacia mi posición. A veces sola, a veces con
alguno. Es que ya todos se la cogían, no tenía sentido fingir cuando ella
estaba fuera de mi presencia. Solo si estaba Elizabeth fingían un poco y se
iban por separado, Nati y el tipo. Cuando mi novia llegaba a esa cuña de
terreno en el río, ella se entregaba a su macho. Sabía que yo la estaba
espiando tras la pequeña loma, detrás y debajo del yuyerío. Tiraban una lona
sobre la arenilla y simplemente lo hacían. Así nada más. Yo siempre envidié y
admiré la capacidad de mi novia para hacer este tipo de cosas en cualquier lado
sin que nada le importe. Yo no podría.
Vi cómo me la cogieron casi a diario. A veces un
macho, a veces dos. A veces por largo rato, a veces por pocos minutos. A
diferencia de cuando la espiaba en casa, aquí no corría riesgo de que me
abrieran la puerta de golpe o que me vieran, así que me clavaba unas pajas
colosales. Cada macho que me la cogía era una fiesta para mis ojos, cada
penetración, cada vez que ella se arqueaba de gozo, cada tironeo de cabellos, o
nalgada, o el grito incontenible de puta, en fin, cada orgasmo de mi novia
montada sobre la verga dura de otro hombre me motivaban mi propia paja y me
provocaban explosiones intensísimas, que apenas si lograba callar.
Lo que me pajeé ese verano en el río creo que nunca lo
igualé en la vida. Porque no era que me pajeaba una vez. En media hora u hora
completa que me la cogían yo me cascaba entre dos y cuatro veces. Era
inevitable. Acababa, y al volver a posar los ojos en mi Nati cabalgando verga,
otra vez al palo y otra vez a pura paja.
A la tarde, ya cogida y cuando el pueblo iba al río,
Nati quería volver a ir y llevarme. Para que todos los que se la cogían a
diario me vieran.
—Tenés que venir. ¡Quiero lucir a mi cornudo! —me dijo
una tarde mientras la limpiaba. Porque cuando se la terminaban de coger en el
rio ella iba para casa (yo también, por otro camino), y hasta las 17 me hacía
limpiarla, y luego ya se preparaba para la noche.
No cogía a las 17. Había tanta gente que resultaba
imposible. Solo íbamos para sociabilizar, pasarla bien, mostrar su cuerpazo
bien trabajado (ella), y mostrar su cornamenta bien trabajada (yo).
Era raro y debo admitir que me sentía constantemente
avergonzado. Sí, también excitado, pero entiendan que en el codo del río a esa
hora se juntaban medio centenar de personas, a veces más. La mayoría hombres, amantes
regulares de Nati. No tipos que había visto una vez, como en Buenos Aires. Acá yo
miraba cada rostro y debía saludarlo, pues nos conocíamos. Era saludar y hacer
mentalmente el reporte.
—Buenas, don Marce.
—¿Cómo le va, don Emilio? —le saludaba con una
sonrisa, mientras pensaba: “viejo hijo de puta, te la cogés los martes a la
noche, tenés una pija promedio y le echás mucha leche. Te la cogiste unas doce
veces, las últimas tres por el culo, y desde hace un mes que Nati ni te lleva
empanadas como para disimular; solo llamás, ella llega y te la cogés”.
—Hola, Marce… Hola, Nati…
—Hola, Rubencito… ¿Cómo andás de la pierna? “Pendejo
pijudo, pará de arrancarle orgasmos a mi novia. Te veo cogiéndomela todos los
viernes en mi propia cama y después le tengo que limpiar tu leche…”
Multipliquen eso por cincuenta. Un horror. Tuve que
comprarme unas bermudas más grandes porque vivía al palo y era un papelón.
Encima Nati, tanguita bien metida en el orto, iba y venía al agua, y se ponía a
hablar con todo el mundo. La miraba y más al palo me ponía. La miraban otros, ¡y
peor! Y todavía peor que peor cuando la veía a ella en tanga, sola, a unos
pocos metros, sacando pecho y parando culito y charlando, haciéndose la decente
con alguno de los que se la garchaba habitualmente. Yo la observaba desde
nuestra lona tirada en la arena. Hacía como que leía un libro y no le despegaba
un ojo. Charlaba con uno, charlaba con otro. Y todos le miraban el orto
entangado. Para qué, no sé, si no solo se lo veían desnudo una vez por semana, también
lo tomaban con sus manos y se lo clavaban hasta los huevos.
Hacia las siete comenzaba a ralear la gente. Primero
se iban las viejas y sus maridos. Cuando solo quedaban hombres, y especialmente
cuando quedaban pocos, Nati se aflojaba un poco y me colocaba aún más en el
papel de cornudo. Con distintas cosas, por ejemplo, si alguno de sus machos
estaba sentado con nosotros, ella de pronto se ponía de pie frente al tipo,
poniéndole el culo adelante. O se ponía a hacer ejercicios o estiramientos
delante de otros. Muchas veces, cuando había machos que se la cogían en el río,
me invitaba a ir al agua con instrucciones de que no acepte, y ante mi negativa
se iba sola y chapoteaba y jugaba levemente de manos con sus machos, delante de
los otros hombres y de mí, que debía sonreír como un imbécil.
16.
El viernes fuimos a Las Cuadrillas a llevarles los
volantes. Fuimos entre las 18 y las 20, pues más tarde Nati debía atender los
habituales pedidos especiales de vecinos que se la iban a garchar. Me sentí
tonto llevando una propuesta gastronómica a un lugar provisto de comida, pero
como dijera mi novia: era una excusa, a nadie le iba a importar.
Como para reafirmar esta idea, la muy turra se fue
vestida un poco menos decente que siempre, si es que se puede decir decente a
esas calzas ajustadísimas y las remeras entalladas. En Ensanche ya me la cogían
absolutamente todos —salvo un par de excepciones—, y todos sabían que era una
putita, incluso las vecinas, de modo que ya podía ella liberarse un poquito
más; “sin exagerar”, le pedí. Queríamos conservar hacia afuera la imagen de que
yo era un perfecto cornudo pelotudo que nunca se enteraba de nada. Así que mi
novia se puso una minifalda —no de escándalo, sí bien corta— botas y una camisa
sexy. Estaba bien sensual, como para llamarle la atención a los obreros, y no
tan puta como para dejarme parado como un cornudo consciente.
En esas 24 horas yo no había ideado ningún plan. Tenía
la esperanza de que se me ocurriera algo viendo el lugar. Las Cuadrillas
estaban muy cerca del río, pegadas al astillero, y como a dos manzanas del
pueblito, quedando —en la práctica— un poco aislados, especialmente después de
las 19, que ya no quedaba nadie en el astillero. Fuimos con la camioneta y ya
antes de llegar nos llamó la atención la cantidad de hombres que había en los
alrededores yendo y viniendo. Todos más o menos jóvenes, de entre veinte y
cuarenta años, que nos observaban sin ocultar su curiosidad o sorpresa al
vernos. Algunos nos saludaban, pues los conocíamos de cruzarnos en el almacén,
o en la playita o algún otro lado.
—A ese me lo cogí, cuerni —me señaló Nati a un morocho
regordete de unos 35—. Y a ese. Y a aquel, una vez…
Detuve la camioneta frente a la cuadrilla y bajamos,
yo con mi mejor cara de cornudo —descontaba que ya sabían quiénes eran “la
putita del pueblo” y “el cornudo del pueblo”—, y mi novia con su minifalda sexy
y un montón de volantes. Estaba como una nena alegre, histérica, excitada, nerviosa.
Comenzamos a charlar con quienes ya conocíamos (o dicho de otra manera, con
quienes ya me la habían cogido y tenían idea de cómo era el sistema).
Nati le explicaba a uno y otro obrero con entusiasmo,
volante en mano, tocándolos amablemente y parando el culito y espigada como el
palo mayor de un velero. Yo permanecía al lado, mudo, dibujado. A ella le
gustaba así, decía que de esa manera quedaba más cornudo. No participar me daba
la oportunidad de observar mejor a los machos de mi novia (lo que para un
cornudo de ley es algo de enorme y morboso disfrute). A quienes lo eran, y a quienes
iban a serlo. Lo primero que me di cuenta era que ya todos sabían que ella se
dejaba por cualquiera, que le gustaba la pija, y también que conocían el
sistema secreto, la palabra clave que hacía abrir de piernas a mi novia. Lo
supe por sus ojitos chispeantes cuando Nati hablaba, los cruces de miradas
burlonas entre ellos y la manera en que evidenciaban su vergüenza ajena cuando
Nati me tocaba o me sonreía. Era humillante de una manera silenciosa. Mientras
mi novia explicaba que el pedido lo llevaba ella personalmente, se hizo
evidente que tanto ella como los tipos pensaban y hablaban de coger.
Cuando luego ingresamos a la cuadra propiamente dicho,
sucedió lo mismo y un par de cosas más. Los hombres, adentro, estaban semi desnudos,
cambiándose la mayoría, volviendo de haberse dado una ducha. Nati había entrado
de sopetón, como si fuera la dueña, y yo detrás, al trotecito. Los hombres se
la comieron con los ojos, la mayoría no nos había visto nunca, aunque sabían de
nosotros. Nati me presentó de inmediato como “mi marido”, dejando bien en claro
a quién iban a hacer cornudo. Ninguno de los obreros dejó de echarle a mi novia
miradas cargadas de deseo, muchos entre sonrisas y risitas de nervios y de
burla.
Yo miré bien el lugar. Había ventanas como para espiar
desde afuera, y los extremos tenían portones. El problema era si había gente en
los alrededores, entonces no podría asomarme. También vi tres claraboyas sobre
el techo, que daban luz natural y dejaban respirar.
Cuando regresamos a la camioneta, mi rostro no era el
mejor.
—¿Qué pasa, cuerni? Salió perfecto.
—No tengo forma de espiarte sin que me puedan ver.
—Ay, bueno, mi amor, por una vez… —Di vuelta la
camioneta y enfilé para salir. Los tipos que en los próximos días estarían metiendo
vergazos dentro de mi novia me saludaban como si todos fuéramos inocentes—. Si
querés no me dejo coger de a más de uno.
Me mentía. Y yo sabía que me mentía. Y ella sabía que
yo sabía que me mentía. Y ese gran eufemismo me hizo parar la pija.
Arreglamos que los pedidos que vinieran de Las
Cuadrillas Nati los efectuara después de la una de la mañana. Ya no cabía más
gente en la agenda, tuvimos que estirar el día. Yo oculté secretamente otra
intención. Secreta y egoístamente. Digan lo que quieran, que en el amor no hay
egoísmos. Mentiras. Yo quería que fuese a esa hora porque sabía que al otro día
los obreros se levantaban muy temprano para trabajar. El que solicitara a mi
amorcito para cogérsela no iba a contar con mucha compañía.
A la noche siguiente la llamaron por primera vez.
—¡Es Raúl! —me anunció entusiasmada.
—No recuerdo quié…
—¡Es el morochón de bigotes, un machazo de los de
antes! Estaba rogando que me llamara él… ¡Ay, los cuernos que te voy a poner
con ese hijo de puta!
A la una y media la llevé con la camioneta. La muy
turra se había ido con un vestidito que parecía más un babydoll que ropa de
calle. Era verla y tener una erección. Llegamos a Las Cuadrillas y por suerte
en los alrededores no había nadie. Tampoco en el comedor, y supuse lo mismo en
las duchas. El silencio era total, solo llegaba el rumor del río, tan cerca.
Nati abrió la puerta y se inclinó para bajarse. La luz de la cabina se encendió
y justo alcancé a verle la faldita subida y pegada a ella, y la tanguita negra
enterradísima entre las nalgas.
—Mi amor, tratá de que no te cojan de a muchos… —rogué,
patético. Ella me sonrió como con burla y se acomodó bombachita y falda y se
fue a la cuadrilla.
Le hice señas con las luces. Giró. Me buscó con la
mirada. Le mostré por la ventanilla la bolsita de empanadas que se estaba
olvidando. ¬¬
La vi entrar a la cuadrilla y me sucedió lo que siempre
me sucede cuando la dejo a merced de los chacales: me pongo nervioso, me sudan
las manos y se me acelera el corazón. La idea era ocultarme en el auto, y
espiar desde allí cuando fueran a coger al comedor, en lo que suponíamos iba a
ser un encuentro de media hora. A los cinco minutos no aguanté más y me bajé de
la camioneta. Fui a la entrada con bastante miedo de que saliera alguno y no tener
nada con qué justificarme. No había nadie. Estaba oscuro, como si todos
estuvieran durmiendo. ¿Se la estaban cogiendo ahí? Si era así se me iba a
complicar adivinar en qué cama.
De pronto escuché un murmullo masculino. Me agarró un
cagazo padre, cagazo a ser descubierto. Fui a una de las ventanas del otro
lado, donde no daba ninguna luz. Me asomé a la primera ventana y nada. A la
segunda, nada. Pero en la tercera…
Adentro la luna se filtraba por las claraboyas y se
veía bastante. Son raros los colores de los cuerpos amándose en la noche, ¿se
dieron cuenta? Nati se veía azulada y descolorida, arrodillada. Sus brazos
juntándose y su cabeza cabalgando lenta y placenteramente sobre la verga de
Raúl. Raúl también estaba des-saturado, sin color, y le sostenía la cabeza a mi
novia para guiar la mamada. Levantó su rostro y gimió:
—Oh, Dios…
Cuando me acostumbré a la poca luz vi que Raúl estaba
prácticamente desnudo, solo con su bóxer que ahora tenía por las rodillas. Nati
seguía vestida, un detalle de aparente decencia que siempre me calentaba. Claro
que acostumbrarme a la oscuridad hizo que notara algo más. Había otro tipo con
ella, detrás de ella, tan semi desnudo como Raúl, metiéndole mano por debajo de
la falda, masturbándola.
El descubrimiento me hizo retirar de la ventana: un
tipo de frente me podía ver. Me salí de allí con la cabeza a mil, tratando de
ver la manera de espiar. Dando vueltas a la cuadrilla vi recostada contra una
pared una escalera de madera medio desvencijada. No lo dudé: la puse de pie y
la llevé sobre el flanco más cercano a la claraboya donde estaba Nati y subí.
El techo de chapa hizo un poco de ruido, nada grave, le echarían la culpa a un
gato. Cuando me asomé por la claraboya Raúl tomaba a mi novia de los cabellos
con mucha fuerza y le sacudía la cabeza con violencia, gimiendo, gritando ya.
—¡Sííí putaaahhh…!
Le acababa y le llenaba el buche de semen.
El problema era que ahora había tres tipos más además
de Raúl. El de atrás ya no la pajeaba. Le había subido la faldita y ahora la
tomaba de la cintura y se la clavaba con pijazos profundos. Otros dos estaban
alrededor, con las pijas en la mano, a la espera.
Vi cómo Raúl le retiró la verga recién acabada y se la
limpió sobre el rostro de Nati, que luego supe que sonrió y lo miró a los ojos
con lujuria de puta. Uno de los obreros que estaba libre ocupó enseguida su
lugar. Yo estaba fascinado, desde mi posición tenía una panorámica de cómo se
movían los machos en grupo. En las camas de alrededor los hombres estaban
despiertos y miraban a la mujer tomar pija con ganas. Evidentemente también
estaban esperando su turno. El de atrás de Nati comenzó a acelerar la
serruchada y a bufar fuerte. Nati también comenzó a bufar.
—Te acabo, putita… —escuché claramente.
Nati se quitó la pija de la boca.
—¡Dámela toda! ¡Llename! ¡Llename para el cornudo!
Eran típicas frases de mi novia cuando algún macho le
acababa.
—¡Te lleno, puta! ¡Te lleno, te lleno…! ¡Ahhhhh…!
Y comenzó a clavar a fondo y dejar la pija allí. Y
retirar y volver con fuerza. Me la estaba llenando uno nuevo. Otro más. Y mi
Nati parando el culito para que el lechazo le llegue bien hondo.
Este tipo le retiró la pija con un chirlo cariñoso en
la cola y vino uno nuevo a reemplazarlo. El nuevo era un gordo grandote que la
tomó de la cintura y la levantó como si fuera de papel. La depositó sobre la
cama y la hizo ponerse en cuatro. Por mi posición y por la panza de él no podía
ver si la tenía grande o chica, pero por las reacciones de mi amorcito ya me
doy cuenta cuándo le están enterrando un buen pedazo de pija. Y ese debía ser
un pedazo tremendo, porque Nati jadeó por primera vez realmente fuerte.
—¡¡Ahhhhhhh…!!
Se tuvo que sostener de dos vergas para no caerse, así
de fuerte comenzó el bombeo. El grandote la tomaba del culo, cada manaza le
retenía una nalguita completa, y desde allí la empujaba hacia él. Una. Dos.
Tres. Cuatro veces. Y más. Y más rápido. El bombeo era tan fuerte que a Nati le
costaba chupar las dos pijas. Otros tipos se animaron. Una de las pijas que
chupaba se deslechó enseguida. Los reemplazos estaban prestos, llegaban casi
antes de que la pija previa se retirara.
Esa noche me la cogieron cerca de veinte tipos. Nati
terminó desnuda, toda enlechada y con su ropa pisoteada. Milagrosamente no le
hicieron doble penetración esa noche, pero al día siguiente sí le llenaron los tres
agujeros a la vez. El tal Raúl se la enculó como Dios manda e invitó a otros
compañeros a que la vayan llenando de verga y leche por la concha. Esa maniobra
y otras las pude ver porque la mayoría de las veces que Nati fue a Las
Cuadrillas, yo subí la escalera y espié por la claraboya.
Siempre se terminaba igual: entre las tres y las
cuatro de la mañana. Nati comenzaba a vestirse lentamente —para darme tiempo— y
yo bajaba, corría al trote y agachado como un soldado de elite infiltrado (Nati
me corregía: “como un cornudo de elite, mi amor…”), me metía en la caja de la
camioneta y a los dos minutos ella llegaba e íbamos a casa. Y la limpiaba. No
me pajeaba con ella porque me acababa tanto en el techo que ni me quedaba más
leche.
Diez días después, cuando las llamadas y encamadas de
Las Cuadrillas se hicieron habituales, Nati, puro orgullo y calentura, vino a
mí con nuestro cuaderno tipo universitario.
—¡Cuerni, lo logramos!
Costaba creerlo, y por mi forma de ser, meticuloso,
tomé el cuaderno y lo chequeé.
—¿Estás segura? —Yo también me estaba entusiasmando—.
¿No falta ninguno?
Nati, con ojos enormes y brillosos y una sonrisa de
oreja a oreja:
—¡Están todos, mi amor! ¡Todos! Y son amantes
regulares, como queríamos…
Era cierto. Mirando el cuaderno se veía claramente:
unos más, unos menos, el caserío entero me la estaba cogiendo en forma regular
y a mis espaldas. Incluso el gerente del astillero, que se la empezó a coger
luego que se la presentara Raúl, a cambio de una bonificación, con lo que al
menos en esa oportunidad, Nati fue literalmente la puta de Raúl.
Igual, eso no importa. Esa es otra más de las
historias del Pueblo Mínimo. Lo que importaba era que el cuaderno estaba lleno,
las equis estaban todas puestas, salvo el del marido de Elizabeth y otro viejo
tan cornudo como él.
—¿Entonces nos vamos? —le pregunté. Y un poco de
tristeza nos agarró.
—Salgamos a la calle. Quiero que vayamos por Ensanche
saludando a todo el mundo.
Lo hacíamos a diario pero esta vez era especial. Esta
vez TODOS se la cogían.
Enfrentar la mirada de un tipo tras otro, todos machos
de mi Nati, que le metían verga adentro mucho más que yo, sostenerles la mirada
con la mejor cara de cornudo posible… era divertido, excitante y muy
humillante.
—Quiero que nos quedemos unos días más para mostarte
más en público, ¿eh, cuerni? Voy a empezar a vestirme mucho más puta —se
entusiasmó, conozco esa mirada—. ¡Quiero hacerte quedar como el cornudo del
pueblo de verdad!
—¡Ya lo soy! ¡Hija de puta, ya te cogés a todos y cada
uno!
Nati rio, vino toda mimosa, me rodeó el cuello con sus
brazos y me estampó un beso.
—Mi amor… ¿Te acordás cuál era tu recompensa si
lograba convertirte en lo que finalmente te convertí?
Claro que me acordaba, lo tenía presente desde el día
que llegamos.
—No, ¿qué cosa, Bebuchi?
Nati volvió a reír. Y a besarme de nuevo. Me tomó de
la mano y me llevó a nuestro cuarto para hacer el amor, por vez primera desde
que pisáramos el pueblo mínimo.
— FINAL DE LA MINISERIE — Parte 4 (de 4)
** SE PUEDE COMENTAR. NO LE COBRAMOS NADA. =)
24 COMENTAR ACÁ:
Cuando Nati estaba con dos o más machos la veía tan puta, se ponía tan puta —bueno, era tan puta— que yo “sufría” si no lograba verla. Siempre que podía en esos casos ella me incluía. Y si no podía grababa el encuentro para que yo lo disfrutara.
Eso es una verdadera esposa considerada... No la que te graba el partido de fútbol cuando no lo puedes ver, si no la que plasma en filme para la posteridad las garchadas que le dan sus machos...
Buenisimo.
Una CAPILLA SIXTINA DEL MORBO....sin palabras...
carlosnava57@hotmail.com
Cada dia te superas mas una historia super morbosa con un buen final solo decirte una cosa GRACIAS
Qué pedazo de puta, ja, ja, se la cogieron todos. Muy impresionante las escenas de fin de año y de las cuadrillas, donde se la garchaban en patota. Una cerda rastrera y atorranta.
Saludos rebeldes.
P.D. "se arrodillaba sin que le pidieran nada, sacaba las pijas de las braguetas...¡y a mamar!" Hermosa descripción, que pinta de cuerpo entero lo que es una verdadera puta dispuesta a convertir a su novio en un cornudo total.
Un pueblo entero...has logrado contar una historia con el record mundial de cuernos, te deberias inscribir en el libro guiness.....Enhorabuena!
El relato es una cronica, cronica del dia a dia de un pueblo, hablas de sus habitantes, siempre desde el punto de vista cornudo, pero vas mostrando los trabajos, los bailes...etc. Una novela costumbrista en toda regla.
Ya me conoces, y que solo los cornudos no se beneficiasen a nuestra amiga Nati, me da mucho morbo. En el final que nos propones, me imagino al cornudo aguantando dos embestidas y terminar, y a buscar otro pueblo mas grande para poder repetir...jeje
Eres grande!!!
me encanto!!! la complicidad entre Nati y su cuerno!! ese amor que se tienen, que se conozcan tan íntimamente entre ellos.
Lo vas mostrando de a poco a medida en el ambiente que creas en el relato.
Luego las situaciones de morbo del cornudo hablando como si nada con los machos de ella me gustaron mucho
gracias
David tatuado
Que delicia de relato, gracias por ofrecérnoslo, es delicioso!
Es cierto, ja, ja, siempre hay algún pelotudo de más de 30 años tirando cohetes en las fiestas.
Saludos rebeldes.
PRIMERO.- Una historia muy original.
Y el tema “EL CORNUDO DEL PUEBLO”
Simplemente genial.
SEGUNDO.- Y ¿creo yo?
Como primicia el cornudo “¡PARTICIPATIVO!”
Es decir ocupando su tiempo para encontrarle machos a su esposa.
Jaja, yo lo encuentro ALUCINANTE.
TERCERO.- Tus finales me conmueven.
Con la EXHIBICIÓN y el premio al cornudo.
Simplemente dibujan una sonrisa en mi cara.
(Aparte de la erección, pero…? eso ¡ya es obvio!)
CUARTO.-Y como admiradores de tu trabajo.
Te decimos descansa, te lo mereces.
¡PERO NO MUCHO!
Por qué somos “!ADICTOS!” a tus escrituras.
Lo dice Uno más de tus satisfechos Lectores.
Federico de México.
Muy buena historia. El final fue menos explicito de lo que esperaba, pero igual fue creativo. Creo que un final alternativo, pudo ser haciendo una narración donde ya todo se destapa y Nati no guarda ningún tipo de vergüenza. Vistiéndose más puta, sin ropa interior. Y los machos ya tratando de cornudo a Marce en publico.
Tengo una duda. Ahora que Nati cumplió su meta, ellos que deciden quedarse en ese pueblo o buscar otro pueblo más grande?
Genial, me ecanto. Super morboso. Siempre lleno de grandes machos aqui y alla. Una pena que no se enfiestaran a las dos putitas juntas, pero ya estaba avisado.
Sigue asi y enhorabuena
cacafuti85@gmail.com
Esta serie ha captado muchas de las fantasias que todo cornudo y puta quisera realizar en un pequeño pueblo quisiera continuacion donde se humille al cornudo delate de todos los machos y que mas espoas se liberen creando una sociedad mas placentera FELICITACIONES excelente como siempre Rebelde Saludos desde Colombia
Un morboso final, hubiese querido saber más de los días que se quedarían en el pueblo antes de regresar a Buenos Aires, ver a Nati más puta de lo que ya es y ver a Marcelo en esta situación haciendo de que no se entera de nada. Esta es la primera vez que comento. Quisiera por favor que me envíes el o los anexos sobre "Elizabeth" y si pudieras también los de "Helina y su Benjamín", debajo te dejo mi correo, hasta la próxima.
namikaze_18h@hotmail.com
VLADIMIR:
jajaj!! Tal cual. Y te provoca pajas por partida doble: cuando no está en casa porque está garchando, y cuando ves el video de cuando no estaba en casa por estar garchando xDDD
CARLOS NAVAS / PAREJAFARTUM / CORNUDO MORBO CUCKOLD:
Muchas gracias, amigos. Que les haya gustado tanto me da más pilas para escribir =)
LICURGO:
La escena de fin de año a mi gusto es la mejor de toda la serie. Gracias, amigo!!
MIKEL:
Podría ser posible cogerse a un pueblito entero, si es tan chico y si se dispone de mucho más tiempo que el que tuvieron los protagonistas del relato. Y seguramente el cornudo se enteraría porque nunca falta el buchón que avisa, jaja
DAVID TATUADO:
Es otro estilo de pareja cornuda. Es la primera o segunda vez que incluyo una pareja así. Y sin embargo, en la realidad de este estilo de vida, es la más factible y de la que más hay.
LICURGO:
jajajaj!! siiiii...!! Por eso lo puse, me acordé de alguna fiesta en mis épocas de suburbio y tenía que hacer catarsis ^_^
FEDERICO YO:
Qué lindo que te "conmuevan" mis finales, Fede. Realmente es un hermoso halago. Siempre trato —en la medida de lo posible— que los finales redondeen o dibujen algo sobre el tema subyacente de la historia, no tanto sobre el garche. Gracias por marcarlo =D
MMRUJANO:
En algún momento pensé en cambiar escenas y poner la fiesta de fin de año sobre el final, para que termine más "arriba" en lo que se refiere a morbo/sexo. Pero como la serie tiene un registro que pretende ser "realista", lo dejé como estaba. Por la misma razón Nati no se zafa ni pasa a ser como las protagonistas de otras historias más fantásticas.
Respecto de tu duda: el final es abierto en ese sentido, cada uno puede imaginar el destino que más le guste para esta pareja. en mi cabeza, originalmente iban a intentar hacer lo mismo en un pueblo más grande (tipo 500 o1000 habitantes). Luego, al escribirla y ponerle a la historia (yo mismo, como autor) un corsé más realista, imagino que se volverán a Buenos Aires a seguir sus vidas. Pero elegí no definir esto para que cada uno imagine lo que más le guste, lo mismo que el nivel de puta que tendrá. Ella dice "desde ahora me voy a vestir más puta" Queda a imaginación de cada uno CUÁNTO más puta ;-)
CACAFUTI / LILIANA SANCHEZ:
Podría haberse dado eso que piden, es cierto. Lo que pasa es que tengo que estar atento a que cada historia no se asemeje a otras historias (por ejemplo, en la mini serie anterior justo se daba eso de que finalmente las dos mujeres se enfiestan al macho). Por eso de "des-parecer" unas historias de otras, muchas veces elijo no poner una u otra escena que sé que estaría buena.
de todos modos, no se preocupen que ya aparecerán historias con dos putitas corneadoras en acción =P
LOBO 180:
Muchas gracias por participar, Lobo. Ojalá sigas comentando en los relatos que te gusten, o los que no te gusten también, por qué no.
Respecto de los anexos de Elizabeth, solo hay uno, lo estoy tipiando ahora mismo, y se publicará acá en el blog en breve, no hará falta enviarlo por mail.
Aunque viste que la vida te da sorpresas... sorpresas te da la vida... ♫
jajaja!!
MUCHAS GRACIAS A TODOS POR COMENTAR - ME ALEGRA QUE LES HAYA GUSTADO LA MINI SERIE. NOS VEMOS EN EL ANEXO
Verdaderamente genial. No es el estilo de tus historias que más me gusta pero aún asi me fascinó... la parte de año nuevo por lejos lo mejor.
Felicitaciones rebelde!
Lado.e@hotmail.com
En definitiva creo que este a sido tu mejor trabajo por la forma tan entrelazada que esta toda la historia con taaaantos personajes. Esta fue una dosis de morbo extrema. Gracias por tomarte el tiempo para hacer algo tan extenso como eso. Eres el mejor.
ramirezdiaz1984@gmail.com
Sin dudas Nati una de las mejores corneadoras del blog. Ahora bien, el morbo de un pueblo chico es insuperable. ¿Habrá pueblos así? ;)
Las escenas de fin de año y de la cuadrilla son las mejores.
está tomado de un pueblo real, de menos de cien habitantes, en la provincia de Corrientes, Argentina, Está pegado a un río, con esteros, igual que en el relato. Lo encontré por Google Earth. Solo vi el la foto desde el aire, no conozco el pueblo. Y además le cambié el nombre
"y yo bajaba, corría al trote y agachado como un soldado de elite infiltrado (Nati me corregía: “como un cornudo de elite, mi amor…”)" jaajajajjajaajajjaja morí de risa con esa parte, excelente final para una excelente serie rebelde, mu trabajo es admirable, espero que sigas así, saludos
Realmente el relato me fue atrapando y esta muy bien logrado el incremento progresivo que lleva el emputecimiento de Naty. Las alegrias de los logros que va teniendo y el acompañamiento casi silencioso del cuerno.
Debo admitir que en un principio no esperaba tanto de la serie.
gracias por compartir tanta fantasía y tan buena redacción.
Espero ansioso la próxima saga.
Epaviejo.
jefe!! cuanto tiempo sin leerte! ha sido un gran placer leer la novela entera, las cosas que hacen los hombres por amor!! tienes una gran imaginación y una gran facilidad para trasmitirlo en palabras, gran trabajo!!
en-ma01
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