LOS EMBAUCADORES I
El Pueblo Mínimo, Capítulo 3
(VERSIÓN 1.6) - 30/07/2023
Por Rebelde Buey
10.
Pocas cosas me maravillaron
tanto de ese pueblito como la velocidad a la que corrían las noticias secretas.
El procedimiento de encargar un menú “especial” como clave para pedir a mi
novia una cogida rápida, creció veloz y exponencialmente entre los hombres de
Ensanche, en lo que Nati y yo llamamos Primera Oleada.
Tanto los muchachos del
almacén, como también Ángel y Pergamino, les contaron a sus amigos cercanos y
solteros (que vivían solos, en realidad) de las bondades de la porteñita, de lo
fácil que se dejaba, de lo estrechita que era, y de que lo quería rápido para
que el cornudo no sospeche. También les informaron que la cosa era así: había
que hacer un pedido de empanadas, cualquier gusto, cualquier cantidad, y
agregar la palabra “especial” en medio del mensaje. Con eso la porteñita sabía
que el que pedía quería joda, y si a ella le gustaba, seguro que se dejaba.
Aclaraban de inmediato que no era muy pretenciosa y que iba a los bifes
enseguida.
Fue divertido, extraño,
excitante y finalmente problemático ver cómo desde la noche siguiente en el que
se la cogieran Ángel y Pergamino, Nati comenzó a recibir cada día más y más
pedidos especiales, al punto de duplicar cada dos días. Antes de las dos
semanas Nati me mostraba orgullosa el wasap con dieciséis pedidos de dieciséis
nuevos machos. Me encantaba que las cosas se dieran así, me hacía sentir
orgulloso de mi novia. Pero semejante cantidad, sumado a los que ya se la estaban
cogiendo regularmente, representó un problema. Nati simplemente no podía
cumplir con dieciséis pedidos especiales sin descubrir que yo estaba al tanto
de todo.
—Mi amor, ¿qué hacemos? —pregunté.
—No sé, Marce. Eso es tarea
tuya, para algo sos el cuerno, ¿no? —Me lo decía en la cama, semidesnuda y
pintándose las uñas de los pies—. Yo lo único que tengo que hacer es cogérmelos
a todos en forma regular hasta convertirte en El Cornudo del Pueblo.
Era un comentario
malintencionado para calentarme y que pensara más rápido.
—Está bien, está bien…
Dejame ver… ¿Cuántos te podrías coger en una noche sin que afecte nuestra
fachada…? De verdad, no delires…
—No sé… ¿Ocho? —Ni me miró.
Se secaba las uñas haciéndose vientito con el sobre de la cuenta de luz.
—Ocho me parece demasiado…
—Nadie va a saber cuánto me
demoro en total. Todos van a tener su propio parcial de diez o quince minutos.
—Pero cualquiera que ande
dando vueltas va a ver la camioneta estacionada por todos lados y siempre
quedándose de más.
—No sé, cuerni. Me voy a
duchar y ponerme ropita linda.
—Hace dos noches te cogiste
a siete y apenas si lo pudimos manejar.
—Sí, y quiero que me pases
a Pereyra a la hora de la siesta. Ese pedazo de verga se merece más de diez
minutos…
—Amor, esto se nos está
yendo de las manos, también está el tema de la camioneta…
—Son todos problemas tuyos,
cornudo. Yo lo único que sé es que esta noche te hago dieciséis cuernitos más.
Me lo dijo moviendo el culo
perfecto y desnudo, cortado por la mitad con una remera larga. Se me paró la
pija más de lo que ya la tenía parada.
Esa noche me la cogieron
doce. Tuve que rechazar cuatro pedidos y pasarlos para el día siguiente.
Mientras Nati se duchaba yo iba respondiendo los wasaps simulando ser ella. Y
agregaba varios corazoncitos y caritas con besitos, para no dejar dudas sobre
lo puta que era. Y mientras mi novia estuvo repartiendo empanadas que no tenía
(se nos acabaron y terminó entregando una por persona) y garchando toda la
noche, yo trabajé arreglando el siguiente sistema:
1. Debíamos comprar una
bici de modo que nadie viera la camioneta en ninguna casa por más de cinco
minutos. Con la bici guardada en la casa de cada macho, se podrían garchar a mi
novia por más que diez minutos y garantizando una discreción total.
2. Nati atendería ocho
pedidos por noche, todas las noches. Cada macho podría repetir el encuentro a
la semana siguiente, el mismo día. De ese modo, en cuanto se fuera llenando la
agenda, me la terminarían cogiendo regularmente cincuenta y seis tipos por
semana, todas las semanas. Estos encuentros debían ser los que a Nati menos le
gustaran, sea por pijita chica, baja performance (de esto había mucho, no se
crean que todo era color de rosa) o poca química.
3. Siestas: de lunes a
lunes había que armar hasta dos encuentros con machos que se la cogieran bien.
Eran los momentos de mayor impunidad, y de sesiones más largas (una o dos horas).
Los miércoles, la siesta era para don Rogelio y don Ignacio, a los que
enseguida sumaron otro viejo, amigo de ellos, y luego otro más. Para el segundo
mes, cuando Nati llegaba a la casa de don Rogelio, la esperaban doce viejos,
que se la garchaban en fila en pequeños polvos de diez minutos.
Este mínimo esquema mejoró
y ordenó mi cornamenta. Nati se cogía entre nueve y diez tipos por día (y los
miércoles veinte tipos aunque, como decía ella, ninguno que realmente valiera
la pena).
Para el final del segundo
mes, en el pueblo se sabía, se comentaba entre los hombres, se palpitaba en el
aire, que yo era el cornudo del pueblo. Se la cogían a mi novia poco más de sesenta
tipos por semana de forma regular. Pero como bien me decía Nati, aún no era,
técnicamente —verdaderamente—, el cornudo del pueblo. Faltaban los hombres de
las Cuadrillas y la plana mayor del astillero, entre otros. A eso le llamamos la Segunda Oleada.
11.
Durante esos dos primeros
meses sucedieron, además, otros hechos que engrosaron primero mi cornamenta y
luego la agenda de machos regulares, como el carnicero y algunos otros vecinos.
No voy a explayarme demasiado en estos cuernos porque son muy parecidos a los anteriores.
El caso de Caracú, el carnicero, fue prácticamente calcado de lo del Tune.
Íbamos a comprar los dos, más que nada porque a Nati le encanta dejarme parado
como a un cornudo. En esas compras mi novia se mantenía decente hasta que yo me
distraía o salía a atender un llamado al celular. En ese momento ella miraba al
carnicero más intensamente, o le sonreía mirándolo a los ojos. Esto sucedió dos
o tres veces en los primeros quince días en el pueblo. Para la tercera semana, Nati
me dijo:
—Cuerni, hoy voy a la
carnicería sola.
Y supe que otro hijo de
puta suertudo me la iba a coger.
Nati fue al mediodía, sobre
la hora del cierre. Hizo lo mismo que con el Tune, y todo funcionó de igual
manera. En el medio de la cogida me mandó un par de wasaps, y luego me
terminaría de explicar en casa.
Mientras compraba carne
“para mi novio”, Nati se hacía la linda y le daba charla a Caracú (Nati cree
que el tipo ya sabía que a ella se la venían garchando varios, posiblemente el
Tune o alguno de los otros vagos le habría ido con el chisme, porque el carnicero
se mostró muy simpático y lanzado apenas la vio sola). En un momento Caracú le
pidió permiso y fue y cerró la carnicería, con Nati adentro, mientras seguían
charlando, y en el ir y venir le rozó la cola como de casualidad. Mi novia no
solo no retiró el culo sino que lo paró más.
—¿La carne es para su
novio? —le preguntó Caracú, señalando las bolsitas de las milanesas y bifes—.
Si quiere se la guardo en la heladera para que no pierda frío.
Eso le dijo, en vez de
hacerle la cuenta y cobrarle.
—Yo la guardo —dijo Nati—.
Usted siga cerrando, que ya es la hora de la siesta…
—Claro, yo siempre me tiro
un rato acá atrás, a esta hora…
Caracú dio media vuelta a
la llave y mi novia guardó la carne en la heladera, en un anaquel de abajo, al
solo efecto de exhibir su culo paradito.
—¿No va a acostarse a su
casa? —se hizo la inocente, ella.
—No, en eso soy como el
Tune —dijo, y se le acercó a mi novia por detrás y la tomó de la cintura.
Imagino le habrá mirado y admirado el culo perfecto y trabajado de gimnasio, y
no habrá podido creer el pedazo de pendeja que se iba a coger—. Tengo un
catrecito atrás…
Nati se incorporó, y Caracú
no retiró sus manos de la cintura, así que quedaron pegados él detrás de ella,
apoyándole el bulto en la cola.
—Muéstreme el catrecito ese
—pidió Nati—. No quiero estar cerca de la puerta y que me vean, se van a pensar
cualquier cosa…
Y se la llevó nomás para
atrás, a un cuarto que era un lavadero, un depósito junta porquerías y un
especie de dormitorio, todo en uno. Había bastante mugre y poca luz, al revés
que en lo del Tune. Pero apenas llegaron y quedaron frente a frente, Caracú se
abrió el pantalón y sacó una pija ya totalmente empalmada.
Nati me la describió como
de tamaño normal pero inusualmente curva. No curva como una sonrisa o una
banana, sino curva para el costado. Torcida, bah. Me la cogió toda la tarde, y
me la cogió muy bien. La cabeza de la pija era inflada y de cuello apretado, y
eso sumado a la curva y a la destreza del carnicero hizo que mi Nati se la
pasara acabando a cada rato durante toda la siesta. Entre lechazo y lechazo (el
carnicero me la llenó tres veces, ese primer encuentro), Nati me hacía
comentarios por wasap.
“Otro que me está llenando
el culo de leche, Cuerni.”
“Ya te llevo dos leches
pero parece que me va a echar otra.”
Así que Caracú pasó a
integrar la plantilla de los siesteros. Tres encuentros después, el carnicero
le confirmaría que también se cogía a Elizabeth, la chica de la parejita con el
crío, y a doña Sofía, una vieja de como sesenta años, vecina bonachona, gorda y
nada sexy, de quien jamás se podría sospechar que hacía cornudo a su marido. De
Elizabeth también contó otras cosas, que pude escuchar porque Nati grababa en
audio las encamadas.
—Y… no sé si es muy putita,
pero le gusta la pija —dijo una vez Caracú— Se la coge el Tune, se la coge
Gardelito… Y creo que el Chicho también… ¿Lo conocés al Chicho? Tiene una fama,
ése…
Nada más que saber que el
Tune y Chicho se cogían a la otra única mujer potable del pueblo los puso
automáticamente en el lugar de “machos del pueblo”, y eso me excitó. Igual que
a Nati.
—Debe tener el mismo
problema que yo, que a mi novio no se le para…
—No, no… Al marido le
funciona, y es un buen tipo. Pero bueno, también le gustamos el Tune, yo y
otros muchachos…
Y se ve que eso los calentó
porque enseguida se escucharon besos, jadeos y luego el concierto inequívoco de
mi Nati penetrada hasta los huevos.
12.
Con lo que no supimos qué
hacer fue con “los foráneos”. Ni los habíamos contemplado, porque además de los
residentes había toda una fauna de hombres que venían regularmente al pueblo
pero no eran de allí: el cartero, los proveedores del almacén (más que nada los
dos morochos que traían las bebidas alcohólicas), el matarife que le llevaba la
media res al Caracú, el controlador de la empresa de electricidad, el que venía
a levantar quiniela y algunos otros.
—¿Qué hacemos con éstos,
bebucha? —le pregunté un día que vimos al de la quiniela levantando apuestas en
lo del Tune.
—A los dos morochos del
camión de Brahama me los voy a garchar.
Fue rotunda. Tan rotunda
que se me paró la pija.
—¿Y los otros? No sé si
valen la pena…
—Los que vengan seguido al
pueblo, me los bajo —propuso— El de la luz, que viene cada dos meses, no tiene
sentido.
—Y que además es un viejo
feo sin dientes. Si fuera un negro musculoso también te lo cogerías.
Nati me pegó en el brazo.
—¿Qué te pensás, que soy
una puta? —y se echó a reír— Lo que tienen de bueno es que me pueden coger en
casa, bien cerquita tuyo…
En el almacén le dijo al
quinielero que pasara después por casa, que quería jugar a unos numeritos pero
que no tenía ahí mismo la plata. De paso le pidió al Tune, delante mío, el
teléfono del repartidor de cerveza.
—Quiero hablar con los chicos
para ver si ellos me pueden proveer —explicó, y vi que el Tune estaba
entendiendo más de lo que decían las palabras—. A Marce se le ocurrió que con
las empanadas podía ofrecer latitas de cerveza…
Sonreí. Traté de poner mi
mejor cara de boludo. El Tune le dio los teléfonos, que mi novia guardó entre
las tetas.
Una hora más tarde cayó el
quinielero a casa. Nati, en calzas y remerita ajustada que le marcaba los
pechitos, le dijo que quería jugar dos veces por semana, pero que no quería ir
al almacén, que si él podía pasar por allí. Como le sonreía y le ponía vocecita
mimosa, el quinielero aceptó con gusto.
A la segunda semana que
vino, Nati lo recibió en musculosa bien cortita y lo hizo pasar para buscar la plata.
Le comentó que yo no estaba en casa, y que me había llevado el dinero, pero que
deudas eran deudas.
Me la cogió en el sillón
del living durante una hora, mientras yo esperaba encerrado en la otra piecita con
la pija en la mano, entreabriendo la puerta para escuchar mejor, y tratando de
asomarme, pero sin demasiado éxito. Me gustaría decir que el quinielero fue un
súper macho que la dio vuelta, pero la verdad es que fue mi novia la que le
puso onda al encuentro. Con el tiempo mejoraría un poco, pero un poco nada más,
y Nati achicaría las cogidas a tan solo media hora. A ella igual le alcanzaba.
El morbo de tenerme a cinco metros, encerrado y escuchando, sabiendo que me
estaba pajeando con sus gemidos sobre otra verga le levantaba la calentura a
límites increíbles.
Nati le dijo que pasara los
viernes a las 17:30, que el cornudo nunca estaba, y el quinielero pasó a
cogérmela los viernes a esa hora.
Con los morochos del camión
de cerveza fue parecido pero distinto. Parecido porque arreglamos que pasaran
por casa una vez por semana, y porque enseguida armamos la misma pantomima de
que yo no estaba y ella los recibía sola. Pero distinto porque ni el Oruga ni
Cardozo eran como el quinielero.
Ya en la primera reunión en
casa, en la que se suponía era para ver si nos vendían packs de latas, se
mostraron con mucha seguridad y suficiencia, sin que les importara realmente el
negocio. Me di cuenta por qué estaban allí en un momento en que Nati se alejó
dos pasos y giró para tomar su celular. Las calzas de mi novia no estaban como
cuando salíamos por el pueblo. Las tenía tan metidas en el orto, le marcaban
las curvas tan apretadas que era como si estuviera desnuda y forrada. La
remerita era ajustada, le marcaba la figurita, pero las calzas eran una
invitación a cogérsela. A los dos morochos se les fueron los ojos hacia el culo
de mi novia, sin importarles realmente demasiado que yo estuviera hablando y
mirándolos.
—Me comentaron en el pueblo
que el negocio de ustedes anda muy bien —dijo el Oruga, tirado en el sillón.
Fue tan evidente que ese extraño sabía que ya varios se estaban cogiendo a mi novia,
que tuve que hacer un esfuerzo enorme para no bajarle la mirada.
Puse mi mejor cara de
cornudo, tomé la mano de Nati y contesté:
—El negocio es suyo. Esto
lo maneja solo ella y lo hace para que no se desgane, pobre… Vino acá por mí, a
este pueblo donde no pasa nada y se aburre todo el día sola, sin amigas ni
amigos…
Nati también sonrió y me
dio un besito en la frente.
—No me aburro, mi amor,
siempre estoy haciendo algo.
El Oruga asintió.
—¿Y cuántas latitas vas a
necesitar?
Se dirigió a ella y desde
ahí el Oruga no me pasó mucha más bola.
—Entrego ocho veces por día
—respondió Nati, y comencé a transpirar. No me gustaba cuando ponía el juego en
evidencia—. Pero no todos quieren cerveza.
—Pensamos en un pedido
chico, quizá ni quieran hacerlo —secundé como para volver a la onda
profesional.
—Sí, sí queremos hacerlo —dijo
el Oruga y me dio la sensación que en ese momento miró a Nati a los ojos
tratando de transmitir algo.
Ella aprovechó y tiró lo
suyo:
—Marce prefiere que me den
la cerveza acá en casa, no en lo del Tune —El Oruga nos miró sin entender—. El
tonto cree que el Tune me mira mucho.
Yo le seguí la corriente de
inmediato, no de morboso sino para ocultar mi vergüenza.
—No es eso —Nati se rió a
mis cosas, como bromeando—. Es que no me gusta que pase tanto tiempo en el
almacén.
Cerramos el trato y
comenzaron a pasar una vez por semana. Ya a la segunda vez Nati les pidó ayuda
para que lleven las dos cajas hasta la casa, porque yo no estaba (lo que no era
cierto). Ese día la muy turra se había puesto más que sexy, casi puta, y los
morochos se la comieron con los ojos.
—Disculpen que encima les
haga traer las cajas hasta acá —decía mi novia, y acomodaba las latas en la
heladera, abajo, buscando pararles el culo. La mini se le subía y la mostraba
al límite.
—No hay problemas, Nati.
Para servirla. Cuando tu marido no esté, nos avisás y te la bajamos nosotros.
—Mi marido no está en casa
los martes de 17 a
19. Nunca. Si ustedes cambian el reparto para ese día tendrían que entrar siempre
a darme una mano.
Se lo dijo mirándolo a los
ojos al Oruga, con un dedo en el labio y una mano empujando su minifalda para
meterla entre los muslos, como una bimbo tonta de los 60. El Oruga se le fue
encima y le metió un beso allí mismo y llevó una mano a los pechos y otra bajo
la falda, al culito perfecto. Cardozo —rápido pa’ los mandados— fue a la puerta
y le dio media llave.
—¡Paren! ¡Paren! —los frenó
mi novia— El camión en la puerta es un farol. Si queda ahí media hora todo el
pueblo va a decir que mi novio es un cornudo.
El Oruga sonrió y le apretó
una nalga con una de sus manazas.
—Todo el pueblo ya lo está
diciendo, mi amor…
La carita de Nati se
iluminó por un micro segundo, y enseguida se dio cuenta y la cambió el gesto
por algo mínimamente compungido.
—Igual son rumores. El
cornudo no sabe nada y no quiero que le vengan con ningún cuento. Mejor lo
hacemos el martes que viene. Dejan el camión en lo del Tune y…
El Oruga dejó de manosearla
y bufó fastidioso, pero no con ella. Era su manera de lidiar con un problema y
pensar. Se alejó dos metros y le habló a Cardozo, con la autoridad que
evidenciaba que, de los dos, él era el jefe.
—Te llevás el camión a lo
del Tune ahora mientras yo me la cojo —no hablaba en voz baja, Nati lo
escuchaba perfectamente. Que ese tipo rudo hablara de ella como una cosa para
usar sin que le importara su presencia la empapó—. Te venís caminando y después
yo me voy para que te la cojas vos.
Se me paró la pija como
nunca al escuchar esto. Porque yo estaba en la casa, en el cuartito de atrás,
como corresponde. No estaba en el placar, no estaba planeado que se la cogieran
ese día. Escuché las llaves, la puerta y unos pasos yendo al dormitorio
principal. ¡Me la iban a coger ahora mismo! Escuché el arranque del camión, el
irse por el camino de piedra molida, y en cuanto el camión se alejó, el gemir
de la cama matrimonial.
Me fui acercando a la
habitación. Mientras estuvieran cogiendo, yo podía moverme con impunidad. Llegué
hasta la puerta, que estaba apenitas entreabierta. Esto era algo que ya
teníamos claro con mi novia, por experiencia anterior. Si la hubiera cerrado,
me habría imposibilitado de escuchar y ver todos los detalles, las
respiraciones, los murmullos dichos al oído y los jadeos más sutiles, o ver una
mano de Nati estrujando una sábana; y si la hubiese dejado un poquito más
abierta no habría podido asomarme por riesgo a quedar demasiado expuesto.
Los jadeítos quedos de mi Nati
siempre me enamoraron. Luego vendrían los gemidos, las puteadas, los gritos,
los reclamos de más pija, de más fuerte, las explosiones… pero estos jadeítos eran
igual de excitantes. Me asomé despacio, rogando que el Oruga estuviera de
espaldas a la puerta. Lo estaba, parcialmente. Se clavaba a mi novia en perrito
a lo largo de la cama. Ustedes no tienen idea del buenísimo y perfecto culo que
tiene Nati, y ver ese culo así, desnudo y en punta, clavado por un hijo de puta
que apenas vio dos veces en su vida por no más de cinco minutos, cuando a mí
solo me deja manosearlo para mis pajas…
De pronto Nati dijo bien alto,
como para mí:
—¡Ay, si me viera el
cornudo…! ¡Ahhhhh…!
El Oruga echó una carcajada
y nalgueó a mi novia.
—Si nos viera el cornudo se
daría cuenta que sos una flor de puta…
Eso encendió a Nati, que gimió
más fuerte.
—Si nos viera el cornudo se
pondría a llorar al ver que sos un flor de macho… —y volvió a jadear casi en un
grito—. ¡Ahhhhh…! ¡Qué buena pija, por favor…!
Quizá por estas palabras el
Oruga ya imprimía fuerza y velocidad al bombeo. Tenía las manazas clavadas en
las nalgas de mi novia, con los dedos hundidos en la carne delicada y blanca. Y
la verga —el vergón, porque era muy grueso— lo enterraba hasta ocultarlo todo y
lo sacaba casi íntegro, para volverlo a enterrar.
Esto era mejor que
escucharlo en el audio de los videos que apuntaban al techo. Si este tipo me la
cogía en casa todas las semanas, íbamos a tener grandes martes de calentura, Nati
y yo: ella bien cogida por un macho y yo a pura paja sobre su cola.
Los estuve espiando con la
pija que me reventaba en el pantalón hasta que cambiaron de posición. Antes del
movimiento me oculté y luego me volví a asomar. El corazón casi se me sale por
la boca cuando vi que el Oruga estaba muy de frente, pero la hendija era bien
estrecha, ideal para ver con el ojo pegado, pero lo suficientemente breve para
que de lejos no se me viera.
El turro había puesto a mi
novia en diagonal a la cama, boca abajo, y él se la cogía al revés, sobre ella
y también boca abajo, pero en la dirección contraria. Era una posición rara, y
la penetración resultaba novedosa. Y Nati, que siempre aprovechaba cualquier
excusa para nombrarme:
—¡Ahhhhh…! Sí, Oruga, sí…
El cuerno nunca me cogió de esta manera… Sí…
El hijo de puta abusador
seguiría bombeando lindo porque los gemidos no aflojaban.
—El cuerno… —jadeó él— no sé
cómo pasa por la puerta… dicen que te cogés a medio pueblo…
Ese comentario revolucionó
a mi novia, que redobló sus gemidos y bufó sonoramente.
—¡Síííí…! ¡A medio pueblo
me cojo!! ¡Ahhhh…!! ¿Cómo…? ¿Cómo sabés, hijo de puta…? ¿Quién te dijo? ¿Quién
sabe…?
—Lo saben todos, putita… Ahhhhh…
En el pueblo no se habla de otra cosa... Ahhh… ¡¡por Dios, no podés ser tan
estrecha, mi amor!!
—¿Qué más…? Ahhhh… ¿Qué más
te dicen…?
El bombeo infame seguía
vigente. El tipo hacia flexiones de brazo y la verga le entraba y salía a mi
novia como una aguja.
—Que sos un putón… Ahhhhh…
Que te hacés la decente pero te perdés por la pija… Ahhh… ¡Que te dejás por
cualquiera!
—Y del cuerno…Ohhhhh…
Hablame del cuerno…
Hubo un segundo de ruido de
cama, de jadeos solamente.
—Del cuerno, que es un
imbécil… Que no se da cuenta de nada…
—¡¡Sííííí…!! —gritó mi
angelito.
Ahora estaba sentada sobre
el Oruga, montada frente a él, cabalgándoselo y tapándole el rostro con sus
pechos y cabeza.
—¿Y qué más…? Ahhhhh… ¿Qué
más dicen del cuerno…? Hablame… Hablame del cornudo…
Deberían conocer el sonido
blando y dulce del colchón cuando me la cogen… por Dios, qué sonido.
—Que es el cornudo del
pueblo… Ahhh… Que le cogen a la mujer en la cara y que no se da cuenta…
—¡Más! ¡Más! ¡¡Hablame del
cuerno! ¡Hablame más!
—Que le van a hacer un
hijo… y se lo vas a encajar a é!
—¡¡¡AHHHHHHHHH…! —comenzó a
acabar mi novia—¡¡Ahhhhhhhhhhh…!!
Como cada vez que acababa
cabalgando arriba de un macho, mi novia lo tomaba con los brazos y lo hundía entre
sus pechos, usándolo de soporte para clavarse la verga más y más profundo.
—¡¡¡Ahhhhhhhhhhhh…!!!
Del Oruga lo único que se
veía eran sus piernas y sus manos tomando el culo de Nati para sostenerla y
acompañarla en la clavada. Vi su pelvis elevarse en estocadas cortas y fuertes,
que le estiraban la acabada a mi amorcito.
—¡Puta, qué buena que
estás! —le gritaba entre las tetas— ¡Qué suerte tiene el cornudo!
Y ya Nati se aflojaba, pero
no le aflojaba al morbo.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Qué suerte
tiene el cornudo de tener una mujercita tan linda!
—Sí, putón, sí… ¡Tan linda
que se la garchan todos!
—¡Cogeme, Oruga! ¡Cogeme y
llename de leche! ¡Hacé lo que el cuerno no me hace desde el año pasado!
Me pregunté si tanto morbo
de parte de ella no sería sospechoso. Se ve que no porque:
—¡Te lleno, mi amor! ¡Me
viene!
Eso calentó más a Nati.
—¡Sí, sí, llename de leche,
hijo de puta!
—¡Te lleno, mi amor, te
lleno, te lleno, te lleno!!
—¡Dámela, dámela, dámela…!
—¡Te lleno! ¡Te lle…!
¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhh…!!!
—¡Ahhhhhhhhhh…!! ¡¡¡Ssssíííííí…!!!
—¡¡¡Putaaaaahhh…!!!
—¡¡¡Cornudoooohhh…!!! —me dedicó
mi novia, a la distancia.
El Oruga le empezó a acabar
adentro y pude ver cómo la cintura y la pelvis bombeaban hacia arriba para
llenármela de leche. Siguieron acabando, también Nati, otra vez, y luego poco a
poco se fueron aflojando. Por las dudas que el Oruga quisiera ir al baño, me
alejé del pasillito al que comunicaba la puerta y regresé al cuartito del
fondo, con la erección más grande de los últimos años.
Dos minutos después se
escuchó la puerta de casa: ¡toc! ¡toc! Nati, así en bolas como estaba, fue a
abrir y se trajo a Cardozo de la mano. Entró con él a la habitación pero el Oruga
no salió. Casi no pude ver esta cogida, por más que me asomé cuando ya estaban surtiéndosela
entre los dos. Pero ella me contó que lo que el nuevo tenía de callado, lo
tenía de fogoso. Se bajó los calzoncillos apenas cruzaron la puerta y me la
llenó de besos y manos. Nati no estaba para romances: le agarró la pija, una
pija interesante, en palabras de ella, y se arrodilló a chuparla. El Oruga se
le paró detrás y le acarició los cabellos, mientras le apoyaba la poronga sobre
la espalda.
En cinco minutos la tenían
en cuatro sobre la cama, con Cardozo bombeándomela desde atrás y con el Oruga
tomándola de la cabeza para guiar la mamada de verga. Pude escuchar a tres
metros toda la cogida, en la que Cardozo parecía incansable. Pude ver poco
porque, aunque la puerta seguía estratégicamente entreabierta, cuando dos
machos se cogen a tu mujer, uno de los dos siempre queda mirando para tu lado.
Igual, pude ver bastante bien un buen rato en la que me la cogieron los dos a
la vez, el Oruga por adelante y Cardozo llenándole de verga el culito redondo y
perfecto.
Le estuvieron dando un tiempo
largo, y le dieron ése y todos los martes que estuvimos en el pueblo. A veces conmigo
al otro lado de la puerta, a veces dentro del placar. La cantidad de orgasmos
que le provocaron estos dos turros a Nati fue incontable, el Oruga se prendía
en el morbo que le proponía mi novia. Encuentro tras encuentro se soltaban y
hablaban más, al punto que ya al entrar saludaban a viva voz:
—Hola, putita, ¿hoy tampoco
está el cuerno?
Y luego, ya envergada por
uno o por los dos a la vez, la volcada de leche siempre me la dedicaban a mí,
lo mismo que en medio de la cogida alguna frase:
—¡Te estoy estirando el
cuerito, pedazo de puta! ¡Pedile al cornudo que te lo mida y decile que me
perdone! —y le enterraban verga hasta que los huevos chocaban contra la cola de
ella.
Los martes eran el mejor
día de la semana para mí. Para Nati, en cambio, los mejores días de la semana
eran todos.
13.
Hacia el final del segundo mes
ya se la cogían a mi novia más de la mitad del pueblo. Era un secreto a voces
que Nati se dejaba por cualquiera. Así lo decían, “por cualquiera”, con esas
palabras. Que yo era un cornudo de campeonato, uno de esos típicos maridos
confiados hasta la imbecilidad que hay en todo pueblo. Fue en ese tiempo que
nació —todavía incipiente— mi cambio de apodo, que hasta entonces era “el
escritor”, porque seguían creyendo que estaba escribiendo una novela.
Comenzaron a nombrarme, cuando alguien quería hacer referencia a mí, como “el
cornudo”. En esos días nació el apodo y poco a poco la costumbre hizo que se
transformara en mi apodo natural. Siempre a mis espaldas, claro.
Todos sabían que mi
amorcito era la mujer más puta del mundo pero nadie tenía exacta dimensión de cuánto,
de a qué cantidad de tipos se cogía. Sí se sabía que pidiendo un “especial” mi
novia se abría fácil de piernas, pero de ninguna manera alguien sospechaba del
cuadro completo. Por ejemplo, el Tune, uno de los más informados, sabía que se
la cogían él, sus cuatro amigos y Caracú. Quizá el carnicero podría haberle
comentado que también se la habían cogido los muchachos del reparto de cerveza,
y quizá Ángel y Pergamino se habrían ido de boca en algún momento. Pongamos que
el Tune sabía seguro que a mi novia se la cogían diez. Pongamos que imaginaba
que hubiera un par más del que él no supiera. Doce. Seamos generosos y digamos ¿quince?
Aun así, la persona más informada estaba lejos de los sesenta que me la cogían
por semana. Sí, todo el mundo sabía todo. Pero nadie sabía nada.
Lo bueno, lo divertido, era
que aunque el pueblo entero conocía que yo era un tremendo pedazo de cornudo,
nadie —absolutamente nadie— jamás me advirtió de nada. Ni siquiera las mujeres.
Tampoco me dijeron ni media
palabra cuando me ausenté del pueblo un par de días y nuestra imagen se
desmadró. Por supuesto fue calculado, provocado para que Nati tuviera aún más
libertad y yo pudiera tener más presencias. Sucedía que lo que más nos
calentaba eran los encuentros en casa. Los del Oruga y Cardozo. Y que
necesitábamos más empanadas hechas para seguir con la farsa del delivery
(aunque más de una vez Nati fue a la casa de sus cogedores con las manos
vacías). Así que un día dije:
—Tenemos que ir a la ciudad
a comprar más empanadas, amor.
Y Nati, recién duchada,
corriendo de un lado a otro en ropa interior para arreglarse, maquillarse un
poco y ponerse ropita linda, me respondió toda dulzura y empatía:
—Ay, cuerni, no puedo… me
cogen en un ratito y después a las seis tengo otro encuentro con dos machos
más. Y a las ocho empiezo con los pedidos… ¡no me alcanza el tiempo para
hacerte más cornudo, mi amor!
Su manera de hacerme el
reporte me calentó, pero darme cuenta de lo que esto significaba, me encendió aún
más.
—¡Si te quedás vos sola en
este pueblo un día entero esto va a ser un descontrol!
Eso nos dio la idea.
—Cornudín, tenemos que
inventarte un viaje a Buenos Aires por varios días. Quiero ver qué hacen los
hombres del pueblo en tu ausencia.
—Van a venir a hacer cola
para cogerte —me quejé—. ¡Esto va a parecer un burdel!
Y Nati, como siempre,
pragmática:
—¿Qué te importa, cuerni?
Vinimos a convertirte en el cornudo del pueblo; al final de todo, lo va a saber
el ciento por ciento de la gente. Decimos que te vas por tres o cuatro días y
te escondés acá en casa. Vas a poder ver todos y cada uno de las vergas que me
entren.
Dijimos en el almacén del
Tune que me iba por cuatro días. Nati, por su lado, hizo correr la misma
información por wasap a sus contactos. En casa hicimos unos cambios. Preparamos
una camita en el cuarto de atrás, porque seguro algún macho se iba a quedar a
dormir en la matrimonial, y desarmamos unos listones de la persiana de la habitación
principal, de modo que yo pudiera espiar por allí, si se me complicaba por la
puerta. Pusimos la filmadora oculta en un rincón, aunque la mayoría de las
veces Nati no la encendió, y metimos en el placar alimentos blandos envueltos
en tela y agua y un recipiente para orinar. Sí, sé que no es muy glamoroso pero
les recomiendo a los cornudos que leen esto que si alguna vez piensan espiar en
un placar a su mujer con un macho potente, lleven sí o sí un par de snacks
blandos y —más importante aún— algo para orinar. Me lo van a agradecer.
Hicimos la pantomima
completa. Subí a la camioneta con un bolso, asegurándome que don Rogelio me
viera. Nati condujo hasta la ruta, algún otro vecinos nos saludó en el camino.
Esperamos a que pasara el autobús, me oculté en la camioneta y regresamos a
casa.
Ese día y hasta la noche,
el cronograma sexual de mi novia se mantuvo sin alteraciones: cogió a la hora
de la siesta, luego a la tarde, y a la noche se fue a hacer los pedidos
especiales. La diferencia fue que se tomó otros tiempos para los encuentros y
volvió a casa como a las 4 de la mañana.
Vino exultante, no sólo
porque se la habían cogido más, sino porque ya le habían avisado un par de
machos que pasarían por casa, “a darte, ahora que el cuerno no está”.
Y fue entonces, a partir
del segundo día, que la población masculina del pueblo se revolucionó.
Empezaron a caer hombres
por casa desde la mañana. Primero, los vecinos más viejos, uno que le daba los
lunes a la noche cayó ese viernes, y Nati se lo montó en los sillones del
living. Espié desde la puerta del cuartito, se veía bastante bien. A partir del
mediodía comenzaron a caer viejos que no se la habían cogido nunca: tipos
casados a quienes otros amigos le habían contado de Nati pero que sus esposas
los tenían bien marcados, y que por esa misma razón no podían hacer el pedido
“especial”.
A estos viejos Nati se los
cogió con ganas. No solo porque eran cuernos nuevos, sino porque con el paso de
las semanas comenzaban a ser cabos sueltos, misiones (cuernos) imposibles, y la
idea siempre era que TODOS los hombres del pueblo se la cogieran. Así que
aceptó lo que se le presentara, incluidos los sin dientes, gordos y uno sin un
ojo (¿ustedes creían que cogerse a todo un pueblo siempre era excitante y perfecto?
Piénsenlo bien antes de hacerlo). Los hacía pasar y se los cogía en el living, me
decía que si se los llevaba al dormitorio se iban a quedar más tiempo y ella
quería bajárselos y pasar rápido al siguiente, para convertirme en el cornudo
del pueblo de verdad. Llegaban con el dato. Ya la habían visto por ahí, como se
veía todo el mundo, así que ya sabían que era hermosa. Llegaban con el dato
pero nunca se la habían cogido, de modo que no tenían muy claro cómo encarar,
especialmente porque la situación era de lo más extraña. Entonces golpeaban a
la puerta y se daban aproximaciones como ésta:
—Señorita Nati… No está su
marido, ¿no? Yo querría… querría… (tartamudeando y mirando a izquierda y
derecha) …querría un menú especial…
Otro:
—Señorita Nati, me dijeron
que usted vendía unas empanadas especiales donde aceptaba que le hicieran
íntimamente lo que yo quisiera…
Y otro más:
—Señorita Nati… quería una
de esas empanadas para hacer cornudo a su marido.
Mientras me la cogía uno
solo, yo siempre podía espiar. Pero a veces llamaban tan seguido a la puerta
que mi novia tenía que hacer pasar a un viejo (para que no quedara en la
puerta, a la vista de las viejas chismosas) mientras todavía se estaba
garchando al anterior. Se dio también en esos días de mi presunta ausencia, que
me la cogieron de a dos y de a tres, cuando ellos se animaban (no todos, más
bien pocos, eran tan turros y desinhibidos como el Tune, el Oruga y ese tipo de
machos). Por supuesto, si yo no estaba en el placar, entre cogida y cogida Nati
me venía a visitar al cuartito:
—Tu turno, mi amor…
¡limpiá! —me ordenaba, y se abría de piernas bajándose la bombachita hasta las
rodillas y me hacía chuparla. Si no había acabado en la cogida, de seguro lo
hacía allí. Siempre que viene de coger, la como con una voracidad solo comparable
con la voracidad de ella por la pija de un buen macho.
Otro efecto inesperado de
mi ausencia fue el comportamiento del pueblo cuando mi Nati andaba por las
calles. Los que ya se la habían cogido y estaban solos la trataban con mucha
más confianza. La zalameaban, la toqueteaban todo el tiempo, como
inocentemente, y siempre que podían le hacían bromas y le hablaban con doble
sentido, tratándola y haciéndola quedar como una puta. A Nati le encantaba, especialmente
si eran dos o más machos y sabían del otro, como cuando entraba al almacén. Lo
raro —o no tanto— era que estaban más zafados que de costumbre, como si el
hecho de que yo estuviera en Buenos Aires los envalentonara más. Y era raro
porque cuando ella había ido sola al almacén en otras oportunidades y yo me
quedaba en casa no pasaban de insinuaciones leves y alguna tontería con doble
sentido. Pero ahora que ellos creían que yo me había ido, se daban diálogos
como este:
—Hola, Nati… ¿Así que te
dejaron solita?
—Sí, cuatro días sin mi
amorcito…
—¿El Marce se fue a Buenos
Aires a hacerse una rectificación de cuernos?
Jajaja. Mucha risa. Nati
festejando y sacando tetitas. Otro se sumó:
—¡Menos mal que en el
pueblo está prohibida la caza de venados porque sino te quedabas viuda al
primer día!
Jajaja. Cagones, ¿por qué
no me lo decían en la cara?
También sucedió una cosa
curiosa que nos desconcertó un poco y que nos obligó a tomar una decisión que
nunca imaginamos. A casa vino a golpear la puerta Pedro, el marido de
Elizabeth, el padre de esa familia de tres con la que nos cruzamos el primer
día. Elizabeth era la otra putita del pueblo, como dije alguna vez, ni muy
bonita ni de gran cuerpo pero sí muy cogible, que se la garchaban a espaldas de
su marido al menos el Tune, Caracú y uno o dos chicos del almacén. Pedro golpeó
a la puerta como habían hecho los otros viejos que tenían una esposa: con el
dato y dispuesto a coger. Nati fue a abrir y se sorprendió. El hombre invocó la
palabra mágica, “especial” —aunque a esta altura ya no hacía falta— y Nati no
supo qué hacer. Como ella se quedó muda, el pobre Pedro repitió su petición.
—Esperame un minuto —resolvió
Nati, y le cerró la puerta en la cara, dejándolo afuera.
Vino corriendo al cuartito,
con sus calzas metidísimas en el orto, que la desnudaban vestida.
—¡Cuerni, está Pedro! —Yo
la miré sin entender—. ¡Quiere coger!
—¿Y qué?
—Es el cornudo de
Elizabeth…
—¿No te lo vas a coger…? —me
sorprendí.
—No sé qué hacer, ¡es un
cornudo como vos!
—No creo que tan cornudo
como yo.
—En serio, tonto, ¿qué
hago?
—Para vos es un macho.
—No, no. No es un tipo al
que alguna vez engañaron. ¡Es un cornudo! No creo que deba cogérmelo.
—¿Querés ser solidaria con
tu colega?
—No, tontín… ¡es que no
corresponde que los cornudos cojan fuera del matrimonio! ¿Estamos todos locos?
—Vos querías que todo el pueblo
me guampeara, ¿no?
—Sí… todos los hombres… ¡pero
éste no es un "hombre", es un cornudo!
Gran definición de una
verdadera mujer de cornudo.
—¿Lo vas a rechazar?
—Tengo que hacerlo, amor,
aunque no quiera. Los cornudos no debieran ni siquiera coquetear con otras… Que
agradezcan que pueden coger una vez cada tanto…
Se alejó en silencio,
cabizbaja y arrastrando los pies, con sus convicciones y su sorpresa por tener
que rechazar un asta para mi frente. Pobre Pedro, se habrá sentido terrible,
vacío, quizá idiota. Iba a ser el único imbécil en todo el pueblo que no iba a
cogerse a la porteñita fácil. Lo entendí a la distancia, y comprendí su
humillación, que de seguro sentía como una segunda piel.
Lo de Nati no era
solidaridad entre putitas, o entre mujeres. Era —y esto me emocionó y enamoró
aún más— solidaridad hacia mí, hacia su propio cornudo.
Es
por estas cosas que está conmigo.
— FIN — Parte 3 (de
4)
REVISIÓN 1.6 (30.07.23):
pies.—Yo/pies—. Yo | bicicleta/bici | Me la/Se la | tuyo/tuyos | mes/meses | engañaron/vez engañaron
ES DE BUENA GENTE
DEJAR UN COMENTARIO =)
23 COMENTAR ACÁ:
Aun NO lo leo, pero con esta publicación ya me alegraste el fin de semana.
"!Viva el relato erótico!"
Jaja
Muy buen relato. Super morboso como siempre. Me encanta como se esta poniendo la cosa. Y la humillacion para el cornudo de la otra zorrita es brutal. A ver cuando se las cogen a las dos juntas.....
Sigue escribiendo, no pares nuncaaa :)
Soy cacafuti85@gmail.com por cierto
Gracias por alegrarme la vida y el finde largo...me dificultaste un poquito cierto proyecto que tengo...pero vos sos el MASTER y el que marca rumbo y hay que seguirte el tren...
carlosnava57@hotmail.com
Un realo excelente REbelde...excelente. El final me enamoro. creo que no dejar que el otro cornudo se la beneficie ha sido una idea brillante y llena de morbo, es la mayor humillacion que se puede sentir...jeje
GRACIAS
Muy aburrido y demasiado fantasioso, como que estas perdiendo el estilo mi amigo, te hacen falta que te pongan mas los cuernos un macho como yo para que vuelvas a escribir relatos realmente morbosos, regresa a lo básico, este y el dr helena están de weba
Rebelde tu siempre haces volar la imaginacion de tus lectores, excelente relato e hilo de la historia, saludos un abrazo.
Muy buen relato....................lo máximo lo de Pedro...........quizás podamos conocer un poco la vida de su esposa Elizabeth
Todos se la cogen, todos lo cornean al infeliz, la Nati es terrible puta. Cuando leí la línea del día de hoy en la que se iban a garchar 80 tipos a la atorranta esta se me paró la verga mal. Bien lograda la historia y el personaje de esta puta, absolutamente degradada y entregada a cualquiera, la cerdita del pueblo, bah.
Saludos rebeldes.
muy bueno especiaalmente lo del otro cornudo cazadora072
FEDERICO YO:
no hay apuro. comente cuando pueda, o cuando le guste, amigo...
CACAFUTI 85:
lamento decirte que no se las van a coger juntas :(
pero un alguito de sus andanzas hay en el próximo y último capítulo, aunque sin explicitar nada. Y la historia completa de ella y su cornudo en un Anexo
CARLOS NAVA:
metelo entre los capítulos 2 y 3.
estoy escribiendo (ya está escrito, en realidad) la historia previa a la llegada al pueblo de ELIZABETH y su cornudo. después te la paso, quizá te sirva
MIKEL:
surgió como respuesta a la pregunta ¿qué hacer con los cornudos y la otra mujer que no es su pareja? Cuando escribí esa mini escena supe que era un buen cierre de capítulo =P
LATIN:
jajaja, no tienen nada que ver los cuernos reales. de hecho, las veces que he tenido pareja y jugado con los cuernos, he dejado de escribir sobre el tema (así que si dejo e escribir, ya saben, es que he tenido suerte en el amor).
Lo anuncié el año pasado, éste 2015 iba a tener relatos con menos sexo. Mi tendencia como autor es que a la larga haya relatos con menos coitos y más historia y motivaciones morbosas
CHARLY CAPETILLO:
muchas gracias, charly, me alegra provocar inspiración =)
MANUEL NORIA:
tu comentario, amigo manuel, generó un Anexo, que ya está escrito. Me diste la idea de explicar cómo y por qué esa pareja llega al pueblo. Y su historia como pareja. ¿Ella lo habrá corneado antes, o habrá comenzado en el pueblo? Así que gracias, los comentarios a veces generan más relatos, más historias.
LICURGO:
ojo que este texto va sobre una huella más realista (o mejor dicho, menos fantasiosa, en el sentido que no todo es perfecto). Quizá en las cuadrillas haya 80 camas pero no 80 tipos.
CAZADORA 72:
sí, lo de la humillación al segundo cornudo quedó morbosa, jejeje...
Muchas gracias, amigos, por los comentarios. Son siempre útiles.
Y al resto, los aliento a que comenten. Nos sirve a todos (a uds también)
besos!!
saludos mi amigo rebelde
como siempre un placer leer tus letras, no me cansaría de alargarte por el gran trabajo que haces, creo que la parte que me pareció mas interesante seria el final del capitulo la solidaridad entre as putitas del pueblo o como bien dices el remate de solidaridad para le cornudo, me gusto ese cierre
sin duda alguna espero el ultimo texto no sin antes preguntarte que paso con el relato de JUVENTUD DE LOS SUEGROS veo que ya no esta en la lista o le cambiaste el titulo un saludo mi amigo.
the sir
PRIMERO.-
Nos encantó, Como creas el escenario y uno se imagina la situación.
¡TANTA DESVERGÜENZA!
El Caracú cerró la carnicería, con Nati adentro, con llave, jaja GENIAL.
(Como diciendo; de aquí NO sales hasta después que ¡Te Coja!)
SEGUNDO.-Por favor ¡LA ESCENA FINAL! se llevó el capítulo;
Nati.- No sé qué hacer, ¡es un cornudo como vos!
¡Pero este NO es un hombre, es un cornudo!
Los cornudos; ¡no deben ni siquiera coquetear con otras!
Me encanto esa humillación.
Él es el único que; ¡NO pueda PRESUMIR que también se la cogió!. Jaja
Es discriminación a la doble potencia
(Con la Esposa y a la Zorra)
Me encantó como se debe sentir ese pobre infeliz, jaja
Eres bien malo, Rebelde, pero GENIAL.
TERCERO.-
QUE!!!!!????
Le vas hacer anexo a Elizabeth.
Huuuuy, !Ya se me Paro!
De solo imaginármela corneando al marido.
Hola Rebelde, me fascino la tercera parte del relato, me gustaria que ya en humillación final del cornudo se fuera descubriendo poco a poco las aventirillas de la zorra y el cornudo cada vez estuviera presente y los corneadores creyeran que el cornudo esta descubriendo como es la zorra en verdad
besos desde COLOMBIA
Jaja, esa idea de Liliana Sánchez,
Es GENIAL.
que los machos crean que el cornudo, se esta sorprendiendo, jaja
Y claro ¿como reaccionaran?
Los 3: ¿Esposa, Cornudo y Machos?
THE SIR:
El relato ÉRAMOS TAN POBRES:LA JUVENTUD DE LOS SUEGROS está prácticamente terminado. Pasa que antes inicié y terminé otro relato sobre esos personajes, que me quedó muy piola y los va a sorprender. De todos modos no te preocupes porque ese relato sigue en pié y se va a terminar y publicar.
FEDERICO YO:
a mí también lo que más me gusta del capítulo es el final, esa humillación casi por principios, jajaj
respecto del anexo, efectivamente habrá anexo y será de Elizabeth (y otro más sobre el doctor del pueblo, uno de los dos será de cortesía, todavía no sé cuál), ¿pero quién te dijo que Elizabeth corneará a su cornudo? ¿Y si no es así? Hmmm, qué misterio... Lo que sí, hay morbo garantizado, jajaj
LILIANA SANCHEZ MELO:
hola, liliana. Uh, desgraciadamente la historia ya está escrita y eso no fue escrito así... =(
por un tema "operativo " esta miniserie se empezó a publicar casi cuando los cuatro capítulos estaban terminados, es decir, hace mucho.
de todos modos habrá dos anexos, uno de los cuales alguito de ese condimento tiene (no mucho, pero algo sí)-
espero que te gusten!
crack!
"A ella igual le alcanzaba. El morbo de tenerme a cinco metros, encerrado y escuchando, sabiendo que me estaba pajeando con sus gemidos sobre una verga le levantaba la calentura a límites increíbles".
Yo creo que con esto Nati puede ser considerada unas de las mejores corneadoras.
Coincido con los demás que la otra corneadora del pueblo despiert asu morbo.
Esta historia se pone cada vez mejor, ya con el pueblo enterado de lo fácil que es Nati. Me encanta la parte en que los machos de Nati ya empezaron a tratarla como puta frente a otros y ella lo disfruta. Me gusta como Nati goza cuando le dicen que ya el pueblo sabe lo puta que es y le gusta que le hables de lo idiota que es el cornudo. Creo que cuando estaba en la tiene, para el viaje del cornudo, pudieron tratarla con más descaro. Incluso pudieron hacerlo con amigos que no supieran. Pero como el "cornudo no estaba" ella les seguía el juego y se dejaba en el almacén. Me imagino que en la cuarta parte, ya todo se descubre. Todos se enteran que el cornudo sabe y lo acepta. Podrían hasta hacerle un o dos hijos a Nati.
Es interesante como metiste al otro cornudo jy la respuesta de Nati al no querer garcharlo por el hecho de ser cornudo, al principio creí que lo haría pero como dice, ese no es un macho es un cornudo. Esta historia cada vez es mejor. Saludos
muy buenos relatos amigos y mucho muchoooo morbo at mario d facebok
Publicar un comentario