PREVIEW 1 | EL AMARRE ANEXO XXXL
El Amarre - Anexo XXXL es un anexo constituido por seis relatos. Se trata de un envío de unas 65 páginas (si fuera un libro) en el que se contarán distintas historias de Mariela y Guampablo en Alce Viejo, explorando no sólo la dinámica de la pareja sino también costumbres y singularidades del pueblo. Volveremos a la Parrillita de Antonio, donde los camioneros se garchaban a Violeta; regresará don José, el despótico y sádico viejo cogedor de novias ajenas; El Leche (el macho en "Laurita dijo 'Sí'"), acompañado de otro cumpa; y conoceremos otros lugares típicos de Alce Viejo así como sus costumbres (algunas ya mencionadas en "Postales de Alce Viejo").
Sí, por supuesto, a la novia se la garcharán en todos los relatos.
En estos días y mientras corrijo el material, les voy a ir dejando pequeños momentos como para ir picoteando.
1. La Torre
Llegamos en bicicleta. Yo, muerto de sudor y con las pulsaciones por el aire; Mariela, como si nada, feliz, entusiasmada y fresca como si hubiese bajado de una limusina. No me quejo del todo. Venir en bicicleta detrás de ella y observarle el culito en punta durante el trayecto me mantuvo al palo casi todo el camino.
Lástima que La Torre queda en “los altos” y el camino es malditamente empinado. Nos detuvimos frente a la casa. Había unos árboles y matorrales que no nos permitían ver Alce Viejo, allá abajo.
Decían que era una vista hermosa, pero que solo se apreciaba desde la terraza de la casa que estábamos yendo a visitar, la del señor Della Garccia (o Telagarcha, como se decía entre los maridos cuyas mujeres iban a su casa a pasar un par de horas).
—¿Estás segura que vale la pena? Digo, lo que se ve desde ahí es Alce Viejo —minimicé.
—Ay, no empieces, Guampablo. Quedamos en que cuando otros tipos me cojan, decimos la oración y ya no es infidelidad.
—Es que el viejo tiene fama de mujeriego y pijudo. No me gustaría que te quieran usar.
—¿Y qué importa? Ni que te estuvieran metiendo los cuernos.
Dejamos las bicicletas en el porche y tocamos timbre. La casona era una construcción magnífica, de tres plantas, puesta ahí arriba de la colina. Parecía una mansión del Hollywood de los 70.
Se oyó un chasquido eléctrico y una voz amable y sedosa.
—¿Quién es?
Mariela giró hacia una cámara de vigilancia que yo no había visto, y dijo con una sonrisa y sus brazos abiertos:
—Soy Mariela, señor De la Garcha, y él es mi cornudo. Hablamos ayer a la tarde.
Amonesté a mi novia con la mirada. Me avergonzaba cuando me llamaba así, fuera de una cama. Ella fingió un pucherito con su trompa.
—Usted puede pasar, señorita, pero a esta casa no ingresan novios o maridos. Es para evitar problemas, nada personal.
—Ah, no se preocupe, señor. Mi novio es muy comprensivo y va a esperarme todo el tiempo acá abajo. Yo solo quiero ver el pueblo desde su terraza y saludar a mi novio desde ahí arriba, como Romeo y Julieta.
—Usted es una señorita muy hermosa, Mariela. El cornudo ya sabe que antes de ir a la terraza voy a enseñarle mi cuarto, ¿verdad?
—¡Ey, no soy ningún cornudo!
—Sí, señor De la Garcha. Lo convencí de que todo lo que me haga esta tarde no cuenta como infidelidad.
—¿Eh? ¿Cómo que me convenciste?
Sonó una chicharra y Mariela empujó la puerta. Mientras fue ingresando me sonrió y alcanzó a besarme brevemente los labios.
—En una o dos horas te traigo la lechita del señor De la Garcha para pasarte por la frente.
—¡Es Della Garccia! —le grité cuando ya la puerta se cerraba.
* * *
Mariela achinó los ojos, se tomó más fuerte la baranda de la terraza, me dio una mirada directo a los ojos y echó un gemidito justo cuando el señor Della Garccia empujó verga contra ella.
—Ohhh… —jadeó.
—Mariela! —quise gritar, pero me quedé en un murmullo.
Mi novia cerró los ojos conforme la verga del viejo comenzó a entrarle poco a poco. El viejo, atrás, no voy a olvidarlo jamás, miraba con gesto diabólico cómo la iba clavando, con una sonrisa enferma y media lengua afuera, de costado. Vi claramente cómo la primera estocada se trabó apenas una fracción de segundo, sorteando la sequedad de mi novia y avanzando de todos modos, hasta enterrar la verga casi completa.
—Ahhhh… Síííí… —volvió a gemir Mariela.
Yo quise llamarla. Decirle algo. Que me mirara, aunque sea. Pero mi boca y mi garganta estaban secas como la arena.
El viejo comenzó a bombear lentamente. Le molestaba la robe, así que la tiró bien para atrás, mandándola sobre su espalda. No estaba en mal estado, pero era viejo. Y ver ese cuerpo flaco y pálido, ya sin músculos, tomado de la cintura de mi novia —una jovencita preciosa de 19 años—, no sé, me provocó un revoloteo en el estómago, como un nudo. Cuando me la cogían Matanga y Toto, y últimamente Gomón, era distinto. Quizá fuera porque Mariela seguía con los ojos cerrados, recibiendo pija, como en su mundo, como si yo no existiera.
—Mi amor —grité cuando el señor Della Garccia ya se la venía moviendo desde hacía unos minutos. Mariela abrió los ojos. Fue como si de repente se hubiera acordado de que yo estaba ahí.
—Ay, Guampablo… —jadeó. No hubo manera de saber si estaba feliz, sorprendida, molesta o simplemente indiferente.
El señor Della Garccia me miró y comenzó a acelerar. Mi novia se aferró más fuerte a la baranda y sacó culo para que el vergón se le clavara más profundo. La luz del sol ya se retiraba, pero todavía se veía.
—Estás en el balcón... —La miré. No me estaba interpretando—. Y yo estoy acá abajo... —El bombeo le agitaba el cuerpito como un hidromasaje. Tenía el cuerpo tan fibroso que ni las tetas le rebotaban—. ¿Ya no te acordás lo que querías, cuando estuvieras en la terraza?
Mariela cerró los ojos ante un nuevo pijazo. Luego los abrió sin entender.
—El vergón del señor De la Garcha... —dudó.
—No, Romeo y Julieta —le dije, llevando y trayendo mi mano desde mi pecho hacia ella.
—Ah, sí, mi amor, Romeo y Julieta —dijo, y sacó aún más culo para que Telagarcha se la disfrute todavía más.
Me alegré que se acordara. Pero en verdad se lo había recordado yo, si no ni se enteraba.
—¿Es tan romántico?
Mariela seguía recibiendo pijazos; cada vez debía tomarse más fuerte de la baranda, los empujones del señor Della Garccia la tiraban hacia adelante. Abrió los ojos, entre sorprendida y contrariada.
—¿Qué, cornudo?
Se me agrió la sonrisa de idiota que llevaba puesta. Me había acostumbrado a que me dijera cornudo delante de Matanga o Toto, pero cuando el amante era nuevo, por alguna razón me sentía humillado y avergonzado.
—Mi amor —dije tímidamente—. Que si es tan romántico como te lo imaginaste… Esto de Romeo y Julieta.
Mariela gemía como una posesa. Ya no tenía de dónde más agarrarse, porque el viejo hijo de mil putas, para clavársela más adentro, había llevado un pie a la baranda para hacer palanca y empujar con más y más fuerza, y clavarle pija a mi noviecita hasta entrarle la mitad de los huevos.
Mariela, con el cabello tironeado por el viejo y la cabeza agitada como una maraca, apenas pudo jadear.
—Sí, cornudo, re romántico tenerte ahí abajo… Ahhhh…
—Cornudo y Julieta —se mofó el viejo hijo de puta. Y agregó, sin ninguna necesidad—: ¿Te la lleno de leche, pelotudo?
Ya me la estaban bombeando con tanta furia que un poco lo romántico se estaba perdiendo.
Texto cortado e incompleto. Sujeto a modificaciones y correcciones. Esto es solo un PREVIEW.
El Amarre Anexo XXXL
(c) Rebelde Buey
►Comenten! ¿quieren un adelanto de cada una de las seis historias?
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Por favor, adelanto de todas las historias. Morbo 100%. Felicitaciones!!
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