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martes, 21 de agosto de 2012

La Ciudadela de los Hombres-Toro

La Ciudadela de los Hombres-Toro — (compilado)
Por Rebelde Buey 
(versión 1.05)


Dicen que Chinkana es un pueblo del infierno. Que sus calles y sus casas fueron hechas con barro cocinado en el averno mismo. Dicen que es un lugar abandonado por Dios. Otros —más perspicaces— aclaran que Dios no lo abandonó, que simplemente tiene miedo de entrar.
El pueblo es una ruina seca y polvorienta de casuchas irregulares y callejas angostas que se mezclan, que se cortan, que se confunden unas con otras formando un dibujo imposible de resolver.
Dicen que los que viven allí no han elegido quedarse, sino que no han sabido salirse. Otros, los escamados de siempre, cuentan que en realidad las mujeres sí han encontrado una salida, pero que la han guardado celosamente para que sus hombres no la descubriesen nunca.



1.

—¡Usted está loco! —El pulpero me retó con indignación mientras nos servía la comida. Y echó una mirada a mi mujer y a mi hijita para repetir—: ¡Usted está loco, sí, señor!
Le había dicho que iba a cruzar Chinkana con la camioneta y enlazar con la ruta al otro lado, ahorrarme ochenta kilómetros y seguir mi camino.
—Sé que no hay luz eléctrica en el pueblo, pero no pienso quedarme…
—No me entiende. Si cruzan de noche se van a quedar allí. Se van a quedar y no van a salir nunca más.
La angustia del hombre tensó a Paz, mi mujer. Mi hija aun permanecía distraída con la tele que colgaba en un rincón, como una telaraña.
—No creo que nos enamore tanto un pueblito de…
—¡Pero escúchemé, porteñito necio! Ese lugar está maldito, ¿entiende? ¡Maldito! Pasan cosas malas en la noche… cosas que no se pueden explicar.
Sonreí condescendiente. No creía en historias sobrenaturales, ni siquiera en la Biblia o en Dios. Pero Paz era permeable a todo. Al tarot, al destino, a la suerte y hasta los fantasmas. Sentí su mano apretar mi brazo y la miré. Sus ojos agrandados, sus agitación nerviosa dentro de su remerita veraniega y ajustada, con esos pechos enormes que tanto me gustaban y que tantos problemas nos habían traído, especialmente con sus compañeros de oficina.
—¿Qué tiene el pueblo? ¿Qué pasa ahí?
—Nada, mi amor… ¿qué va a pasar…?
Pero el viejo arremetió otra vez. Se espantó unas moscas con un repasador sucio y se inclinó sobre nosotros, apoyando sus manos en la mesa. El dedal de oro que le protegía el pulgar cascó nervioso la madera.
—Cuando las sombras le ganan al día… Cuando la noche llega y se hace dueña de las calles, llegan ellos…
—¿Ellos…? —Paz volvió a respirar profundo, puro miedo, y los pechos se le hincharon como nunca. El viejo no pudo evitar echarle un ojo.
—Ellos… Los Taurones… Bestias gigantes del color de la noche… Parecen hombres, pero no lo son… Musculosos… fibrosos… brillando casi desnudos bajo la luz de la luna… Sus cuerpos son los de un guerrero, la envidia de cualquier hombre… y el deseo de cualquier mujer… —Paz tragó saliva y arropó su falda con la larga pollera de algodón— Entre sus piernas cuelga un enorme e inequívoco signo de su hombría, de su condición de macho humano… o semi humano… Sus hombros sostienen la cabeza de un toro satánico, furioso, de cuernos enormes, con anillos en su nariz, orejas y lengua.
Mi hija Adriana se dio vuelta al escuchar la descripción de ese monstruo. Me miró pidiendo una explicación.
—¡Usted está borracho! —le espeté al viejo.
—¡Mi amor, no le digas así al señor!
—Son criaturas de la noche, son criaturas de Satán…
Comencé a reírme burlonamente, esperando que mi hija no tomara en serio lo que había escuchado.
—¡Tiene que creerme! ¡Yo sé lo que le digo! —suplicó, pero yo seguí riéndome—. Especialmente con una mujer como la suya.
Dejé de reírme. Paz se irguió más en la silla, con lo que la cintura se le afinó.
—¿Por qué? —preguntó sorprendida—. ¿Qué tengo yo?
—Usted es rubia, señora… Y es… perdone mis modales, pero la naturaleza la ha puesto mucho y muy bien en los lugares que un hombre desea… Y estas bestias... Señora… mujeres como usted son sus preferidas.
Adriana me miró y fue a protegerse junto a las caderas de su madre.
—¡Bueno, basta de estupideces! ¡Está usted asustando a mi familia!
—No quiero cruzar ese pueblo, querido. —Paz se levantó de la mesa. El miedo le había erizado la piel y le marcaba los pezones a pesar de la remerita. El viejo chasqueó sus labios con la lengua, instintivamente—. Volvamos por donde vinimos.
—El viejo éste está loco, Paz. Cruzamos el pueblo y en dos horas estamos otra vez en la ruta. No vamos a hacer ochenta kilómetros de gusto.



2.

El pueblo de barro estaba casi por completo a oscuras, y los faros de mi camioneta la cortaban como a un corazón negro y muerto. De las casuchas no salía ni una claridad alguna, ni gente, ni sonidos. Las calles eran angostas y tortuosas, donde apenas cabía el ancho de un vehículo. A veces el camino se interrumpía contra una casucha y debíamos dar marcha atrás. Otras veces el camino doblaba solo, o se angostaba tanto que yo debía retroceder. A veces la calle se abría en dos. O en tres. Y luego de andar unos minutos volvía inexplicablemente al punto de bifurcación.
Solo unas pocas esquinas estaban iluminadas por antorchas: una en la que había una especie de plaza pequeña con un aljibe y otra… bueno, tal vez era siempre la misma plaza.
En un momento mi camioneta se detuvo. Sin ninguna razón.
—¿Qué pasa? ¿Por qué paraste? —me preguntó mi mujer.
—Se paró sola.
—¿Te quedaste sin nafta, papá?
Miré el indicador. Había más de medio tanque, y las luces del tablero me decían que también tenía batería.
—No, hija. —Regresé la llave de encendido e intenté darle arranque. Ni siquiera hizo ruido—. No sé qué tiene, pero no te preocupes… Papá lo va a arreglar.
Bajé de la camioneta y lo primero que me impactó fue el aire seco y la ausencia de luz. La luminiscencia del panel de la camioneta no me había dejado apreciarlo.
Respiré hondo y el aire era como ningún otro aire que había respirado. La noche, oscura acá abajo, estaba tan llena de estrellas, a las que se veían tan cristalinas, que me daba un especie de vértigo, una sensación de estar alucinando la noche, como si de pronto yo estuviera insertado en ese cielo rociado de brillantina.
 Lo otro que me llamó la atención fue que el silencio absoluto no era tal. Se oían, muy muy lejos, algunos ladridos, y un rumor sordo, como voces de mucherío, venía de algún infinito lado, entrecortado por la brisa.
—¿Hoooolaaaa…? —grité en medio de la noche, en medio de esa nada de casuchas apagadas y sumidas en la oscuridad. Me respondió otro ladrido lejano y agónico.
TING! TING! TING! TING!
El sonido de la puerta al abrirse me sobresaltó. Paz se puso de pie al otro lado de la camioneta.
—No tenemos señal, Miño —Esgrimió su celular en la mano—. Te dije que no entráramos al pueblo…
—No pasa nada, mi amor. Le pedimos ayuda a algún vecino.
Pero antes que mi mujer pudiera responder, un sonido corto y rastrero, escondido entre las sombras, pasó a nuestro lado cortándonos  el aliento. Fue como un correteo de pisadas, un rumor breve y macizo. No vi nada pero algo andaba por ahí, en la oscuridad.
—¿Qué fue eso, Miño? ¿Qué carajo fue eso?
—Nada, Paz. No te pongas nerviosa… Debe haber sido un perro…
Pero el temblor en mi voz me delataba. Lo que fuera que había corrido entre las sombras era algo mucho más grande y pesado que un perro.
—Metete en el auto y trabá las puertas.
Paz me obedeció. Yo caminé los cinco pasos que me separaban de la casucha más cercana. Aplaudí. Las casas no tenían puertas, solo arcadas angostas y muy altas, torcidas, a modo de entrada. Nadie me contestó. Fui a otra casa. Lo mismo.
Iba a aventurarme un poco más allá pero la oscuridad era tan densa que no tenía referencias siquiera de las distancias. Fui a la camioneta y me senté al volante.
—El pueblo está vacío…
—No me gusta que esté tan oscuro, Miño… ¿Por qué no prendés la luz de afuera?
—No quiero agotar la batería.
—Quiero ver qué era eso que pasó al lado nuestro.
—Debe haber sido una yama…
—Prendé la luz, Miño… ¡Prendé la luz, te digo!
Mi mujer estaba poniéndose histérica, así que decidí calmarla. Prendí las luces altas. Y lo que vimos…
Por una fracción de segundo una sombra sin forma cruzó la calle rápidamente, rompiendo el chorro de luz. Parecía huir de la claridad, como si le quemara, y lo que me aterrorizó fue que eso, eso que se movió ahí adelante, fuera lo que fuera, se tomó un segundo, una milésima de segundo, para mirar en nuestra dirección. A nosotros.
Lo ojos le brillaron como espejos y la luz de la camioneta se apagó de golpe.
—¡Ahhh! —gritó Paz, asustada—. ¿Qué mierda…? ¿Qué…?
—¡Fue un animal! –grité—. ¡Un perro grande!
—¡Qué perro ni qué carajos, Miño! ¡Dejá de decir boludeces!
—¡No sé! ¡No sé qué mierda fue eso!
—¡Prendé, Miño! ¡Prendé de nuevo! ¡Ay, Dios mío, noséparaquémierdavinimosporestecamino, la puta madre…!
Prendí las luces altas.
Y esta vez, la sombra fue más escalofriante aun. Esta vez, el terror se apoderó de ambos, de una manera para la que no estábamos preparados. Porque la silueta ennegrecida que veíamos ahora, que iba caminando a los tumbos y lentamente hacia adelante era otra. Era, esta vez, la de nuestra pequeña hija Adriana, que se nos había escapado del auto sin que nos diéramos cuenta.



3.

Con una llave inglesa y el palo para girar y elevar el cricket (gato), más algo de ropa que teníamos en los bolsos y la nafta que saqué del tanque, improvisé dos antorchas. Paz ya no lloraba, apenas si hipaba de vez en cuando. Seguíamos caminando a ciegas por las calles del pueblo, revisando las casuchas de alrededor y gritando el nombre de nuestra hija, sin más respuesta que algún aullido moribundo.
A lo lejos comenzó a escucharse un tamboreo grave y monocorde. Primero el viento lo traía y lo llevaba; luego, el mismo viento no pudo hacer nada. Era como un himno al hipnotismo, un sonido repetido… y repetido… y repetido…
¡¡CKRRRRIIIICKKKK…!!!
Paz desgarró su pollera de un tirón. Era de algodón y de pronto el ruedo le quedó un poco más arriba, apenas por encima de las rodillas.
—¿Qué hacés?
—Más tela para las antorchas…. –y le enroscó algunos de los jirones al caño del cricket.
No era una mala idea, las improvisadas teas se consumían poco a poco.
—Los tambores… ¿Los escuchás…?
Los tambores estaban más cerca. Y se oía también un murmullo sordo, como de muchedumbre. Los perros ladraban sin parar. Aunque aun lejanos, los aullidos eran cada vez más fuertes y agónicos.
Hasta que escuchamos la primera voz. Mucho más cerca que todo lo otro, como a unos veinte metros, entre dos casuchas.
—¡No! ¡Nooo…!
—¡Dejame! ¡Dejameee…!
Nos acercamos con miedo. O quizá las voces se acercaron a nosotros. La luz de nuestras antorchas las alcanzaron y entonces vimos algo de lo más extraño:
Un hombre viejo, de unos setenta años o más, ajado por la tierra seca que pisaba, de cabello blanco, retenía como podía y con sus manos a una mujer treinta y pico de años menor, morocha, de hermoso rostro, de increíbles pechos y ancas voluptuosas. Él iba vestido de campesino, ella parecía que iba al ritual de una secta, con un camisolín de lino, muy escotado, que abajo no lograba cubrirle del todo la cola.
Se congelaron con nuestra presencia inesperada, y la mujer aprovechó esa duda para intentar zafarse. El viejo, precavido —o en tal caso conocedor de la mujer— no se dejó ganar.
Enmarcados dentro del círculo de nuestras antorchas, porque más allá era todo oscuridad, el viejo nos rogó:
—¡Díganle a mi esposa que no vaya! Ustedes parecen decentes, díganle que esta noche se quede conmigo.
—¡No puedo! —La mujer parecía molesta—. ¡Ni quiero!
Mi esposa estaba tan absorta como yo. Pero quizá por los tambores, que continuaban hipnóticos, o quizá por solidarizarse con la otra hembra, dijo aquello que entonces me pareció inexplicable.
—Tenés que ir… —Y al viejo—: Tiene que dejarla…
Fue cuando se escuchó —o mejor dicho, se sintió— una nueva presencia en la oscuridad de alrededor, aun fuera del alcance de la luz de las antorchas. Un sonido grave, enfermo, casi gutural. Vi al viejo dudar. Dudar de terror. Y a su mujer sonreír e hinchar sus pechos que casi se le escapan del escote acordonado del camisolín.
—Un Taurón… —musitó el viejo. Y vimos cómo desde las sombras se acercaba otra sombra más oscura, indescifrable.
—¡Un macho! —exclamó la mujer, embelesada y con sus labios brillosos.
La noche tembló. El miedo a lo desconocido me congeló a mí e hizo trastabillar a mi mujer. En la caída ella soltó la antorcha, que fue a dar atrás de una pared baja, en la casucha lindera, la que estaba junto a nosotros. Fue todo demasiado rápido. De entre las sombras apareció una figura enorme, imponente, oscura como un toro. Yo miré hacia Paz, que había ido a caer al piso, y lo que vi en su expresión me alertó. Giré rápido justo para ver una garra negra tomar a la mujer del viejo como si fuera de papel. Las llamas flameaban y movían todo, la figura de dos metros era fornida y me pareció que tenía una cabeza enorme y animalesca, pero quizá era el juego de sombras que me mentía.
La criatura gruñó amenazante y el viejo soltó a su mujer, que rió burlona. La criatura volvió a las sombras, fuera del alcance de las luces, ahora con la mujer bajo su dominio. El viejo comenzó a llorar y yo fui con Paz.
—¿Estás bien? —le pregunté, tratando de levantarla.
No me respondió. Sus ojos, sus oídos, todo ella estaba pendiente de lo que sucedía detrás mío.
La antorcha que se le había caído iluminaba la pared arcillosa de la casita de al lado y, sobre ella —engrandecidas, impresionantes— iban a dar las sombras fantasmagóricas, perversas y malditas de la criatura y de la mujer, que se habían refugiado allí. Sombras que la misma antorcha producía.
—No puede… ser…
El crepitar del fuego movía esas sombras, pero qué carajo, esas sombras se movían con vida propia. No veíamos los cuerpos pero sí las siluetas sobre la pared, así como escuchábamos los jadeos. La mujer estaba con sus piernas evidentemente abiertas, empalada y sacudida una y otra y otra vez sobre una vara descomunal, inverosímil, que la violaba y abría hasta el estómago. El dueño de ese portento de masculinidad era una criatura enorme, mucho más grande que un hombre normal, con seguridad de más de dos metros, musculoso, fibroso, una máquina perfecta de penetración, de abdomen escalonado, de torso ancho y hombros poderosos, y de cabeza enorme, animal; de cabeza bobina, de trompa hocicada, orejas pequeñas y cuernos gruesos y gigantes, como los de un toro… humano.
—Mi amor, no… —sollozaba el viejo, mirando hacia las sombras.
—Ah… Sí, sí, sí, sí… Cómo me llena… Diossss… Cómo me llena…
La criatura estaba con seguridad tras la retacona pared, sometiendo a la mujer del viejo de forma violenta y salvaje. La mujer se dejaba penetrar, se arqueaba, se contorsionaba toda como una vaina, para recibir más profundamente la vitalidad de ese animal humanoide.
En la soledad y el silencio frío de esa noche irreal, la fricción de la carne de la bestia entrando y saliendo en la mujer era notoria, clara y tan ruidosa como los jadeos hastiados de placer de la emputecida hembra.
—¡Ahhhhhh…!!! ¡Síiii! ¡Me estás partiendo! ¡Me estás partiendo en dos, hijo de puta! ¡Haceme mierda! ¡Ahhhhhhh…!!
—Gggghhh…
Las sombras sobre la pared revelaban los movimientos. La criatura tenía ahora a la mujer tomada de la cintura con un brazo, ella de espaldas y empernada por atrás, el otro brazo llegaba a los cabellos, de donde tiraba para arquear a la víctima hacia él. Si lo que las sombras habían delatado de ese miembro animal era cierto, no había forma de que la mujer pudiera recibir todo eso adentro suyo. Y sin embargo, la bestia humanoide la clavaba hasta el fondo y repetía con una velocidad y brutalidad que no permitía dudar.
—Lorena, hoy era mi día… —sollozaba el viejo, arrodillado contra la tierra—. No quiero esperar otro año…
La única respuesta que tuvo fue el orgasmo de su mujer.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhh…!!!!!
El grito me despabiló. Tomé a Paz de la mano para huir de allí, con lo que recién entonces pareció despertarse. Ella permanecía con la boca abierta.
—Mi amor, ¡vámonos! —le supliqué.
—Pero… ¿viste eso…?
Los tambores otra vez... Los malditos tambores cada vez más cerca.
—¡Mi amor, tenemos que buscar a Adriana!
—¿A quién…?



4.

Cuando pude despertar a Paz de su fascinación la arrastré por las calles en una carrera loca y sin sentido. Teníamos ahora una sola antorcha que se estaba consumiendo, y un miedo inhumano en cada gota de sudor que nos caía. No sabíamos si estábamos buscando a nuestra hija o escapando de ese ser enorme —pura musculatura, de verga descomunal y con cabeza de toro—, que habíamos visto entre sombras.
¡¡CKRRRRIIIICKKKK…!!!
Un segundo y más generoso jirón de la falda de mi mujer fue desgarrado para suplementar la tea de mi llave inglesa. La reconstrucción tenía sin embargo un costo: la ropa de Paz se hacía cada vez más breve, y ahora la pollera de algodón se había transformado en una minifalda rotosa, salvaje y muy corta, que le desnudaba los muslos bronceados.
Por un momento la miré mientras maniobraba sobre la antorcha. Mi mujer era en ese momento la imagen de una hembra fuerte, como si estuviera hecha para ser sacrificada por un dios pagano. Las botas, antes ocultas por la pollera, enguantaban ahora sus poderosas piernas hasta las rodillas. Los muslos limpios morían bajo la minifalda improvisada, desde donde a veces, según la brisa, se revelaba su tanguita blanca que le protegía lo más preciado. Arriba, la remera con el estampado gigante de la bandera de Grecia seguía tan ajustada y estirada como siempre, apenas conteniendo esos globos a punto de reventar.
No me tomen por un hijo de puta. Sé que estaba buscando a mi hija, sé que estos pensamientos no correspondían a ese momento, pero estos pensamientos, esta visión, fueron tan solo de un segundo, o aun menos, y al fin y al cabo ella era mi esposa, y… la deseé en ese momento como hacía años no la deseaba.
Corrimos de un lado a otro, desesperados, y estoy seguro que más de una vez desandamos las mismas callejas. Los tambores, casi imperceptiblemente, se acercaban más y más, pero lo que de pronto me asustó de verdad fueron los gemidos de mujer (de otra mujer) que comenzamos a escuchar. Paz se dio cuenta que no los traía el viento.
—Vienen de esa casa —anunció.
Vi en su rostro dos cosas que me perturbaron. La falta de miedo en sus ojos, como si ya se hubiese acostumbrado a aquella pesadilla; y una curiosidad implacable, asertiva, muy de ella desde aquel asunto con sus compañeros de oficina.
—Mi amor, no… —le pedí, entendiéndola—. Tenemos que buscar a Adri…
—Escuchá cómo gime… —Y se encaminó hacia la casa oscura que mal guardaba esos jadeos—. Nunca oí a nadie gemir así…
La seguí, temblando. Los estertores de mujer eran rítmicos, sonoros, iban cargados de deseo, de una animalidad que hacía erizar la piel. Cruzamos la puerta como niños, con la antorcha alejada, como si eso no nos fuera a delatar.
Lo primero que vimos —o no vimos, sería mejor— fueron sombras sobre sombras: otra de esas criaturas negras, de espaldas a nosotros, desnudo, enorme, de dos metros o quizá más, musculoso como preveían las sombras del anterior, agitaba su pelvis hacia adelante y hacia atrás en lo que era una evidente copulación. Su víctima gemía recostada boca arriba sobre un camastro y era una mujer. Las blancas piernas de ella lo rodeaban y hacían notar los esfuerzos por acomodarse a una perforación más profunda. A un lado, de costado y arrodillado, se encontraba un hombre, que le tomaba la mano a la mujer mientras ésta se agitaba y era clavada por la bestia.
El hombrecito llevaba los pantalones bajos y sacudía su propio miembro mientras miraba el acto y sollozaba, o suplicaba con palabras casi imperceptibles. Una cimitarra grande, sostenida por una de las manazas del hombre-bestia, descansaba el filo sobre su cuello.
No se inmutaron por nuestra presencia. La cabeza de toro del hombre-bestia giró sin dejar de someter a la mujer y miró a mi esposa de pies a cabeza.
Tuve miedo.
—¡Vámonos! —murmuré.
Por toda respuesta, Paz, hipnotizada otra vez, poseída vaya a saber por qué extraño maleficio, ingresó a la habitación con la antorcha en la mano. Tuve que seguirla y ambos terminamos junto al pobre tipo que continuaba masturbándose como un mono lánguido.
—Virgen —acusó el gigante con voz gruesa, oscura.
Mi mujer cerró sus piernas y se irguió para sacar cola e inflar sus pechos enormes. La remerita ya no le iba a sostener mucho más, y la improvisada minifalda ya estaba encima de la mitad de la cola.
—¡Paz! —traté de retarla, pero mi falta de seguridad fue tal que mi esposa ni siquiera me miró. Es que yo mismo estaba distraído viendo cómo la bestia clavaba una y otra vez su verga negra y venosa, del tamaño de un brazo de hombre adulto. No había forma de no mirar, y de preguntarse cómo esa mujer no estaría en un grito de dolor. Al contrario, estaba gimiendo de puro placer, inflada con esa pija descomunal y pidiendo que la llenen aun más. El pistón de carne le entraba completo, y cuando salía, parecía no tener fin. Los testículos de esa bestia eran enormes, cada uno apenas si entraba en una mano abierta, y me impresionaban cuando chocaban contra la cola de la pobre mujer, porque eso significaba que entonces ella tenía medio metro de verga adentro.
De pronto, el hombrecito arrodillado bufó sonoramente.
—¡Cornudo, nadie te dio permiso para acabar! —mandó la mujer, sudada por completo mientras la bestia la seguía profanando.
El hombre miró de reojo la cimitarra que amenazaba su cuello, sin dejar de pajearse.
—No, mi amor… No, mi amor…
Vi a Paz ir por el otro costado y acercarse a la formidable penetración. Acercarse tanto que estaría oliendo el sudor de esa verga trabajando.
—¡Paz! ¿Qué hacés? ¡Vámonos de una vez!
Pero Paz se arrodilló. El hombre con cabeza de toro continuaba perforando esa carne joven y blanca como si fuera una máquina, usándola, magreándola, gozándola desde la punta de su verga hasta los huevos. De pronto le apoyó a mi mujer su manaza sobre la cabeza y la giró hacia él. Mi esposa estiró sus manitos, sus delicadas manitos que tantas veces habían acariciado a nuestra hija, y tomó, desde abajo, cada uno de los oscuros testículos de la criatura, sosteniéndolos.
—Bfffffff… —la criatura pareció responder a la caricia.
—No… puedo… creerlo… —dijo mi esposa humedeciéndose los labios.
—Paz, tenemos que encontrar a Adriana…
—Vayan a la Plaza… —terció el hombre entre temblequeos—. A la Plaza Central... Allí van a encontrar todo… absolutamente todo… —Miró a Paz, perdida en esa barra negra de carne que penetraba a la mujer a escasos diez centímetros de sus ojos—. Excepto la salida.
Asentí y le agradecí con un gesto a ese pobre hombre.
—¡Vamos, Paz!
Paz se quedó quieta y callada, hipnotizada con esos testículos que sostenía y se balanceaban en sus manos con cada clavada profunda.
—Olvídese, Don... Su esposa… ya está bajo otro poder, no le va a obedecer.
—¡Qué dice! ¡Ella es mi mujer!
—Es su esposa, pero ya no es más su mujer… —y me señaló con la mirada al hombre negro con cabeza de toro, que seguía gozándole a su propia señora y bufando como una locomotora fuera de control.



5.

Había dado mil vueltas antes de encontrar la Plaza Central, a veces por lo laberíntico de esas callejuelas, a veces porque huía de los tambores que cada vez estaban más cerca. Llegué solo, con la esperanza de que allí encontraría todo: a mi hija, a mi esposa y, por qué no, una manera de hallar el camino que me libere de toda esta pesadilla.
Pero encontré otra cosa. Varias antorchas rubricaban la plazoleta, que estaba flanqueada a ambos lados por sendas hileras de mujeres, todas arrodilladas, en camisolines y sin nada debajo. La mayoría, o todas, muy hermosas y entre veinte y cuarenta años. La calzada de la plaza era de piedra cruda y estaba marcada con arcilla blanca en lugares quizá estratégicos, con letras incomprensibles y dibujos simples, acaso representaciones, donde se podía ver a hombres-toro poseyendo a mujeres en distintas posturas. Primero pensé que era como un kamasutra delirante, pero en seguida advertí que los dibujos representaban diferentes estados de algún tipo de ritual. También advertí que entre los dibujos era frecuente una tercera figura masculina, no tan grande como las otras, que permanecía cerca y sin hacer nada. A veces, por supuesto, aparecían varios hombres- toro, siempre con una mujer como epicentro.
Hacia una esquina de la plazoleta, cerca del aljibe, había un vallado cerrado hecho de cardos secos y cortados, constituyendo una especie de corralito vacío, y en la punta opuesta en diagonal, en espejo, otro cerco  idéntico. No había allí rastros de mi hija.
Fue como si me despertara. El aire seco traía los tambores y un olor ácido y sulfúreo, y el murmullo humano y los pasos monocordes sobre la tierra se hicieron palpables, tangibles. Me acerqué instintivamente —por miedo, lo admito— a la primera hilera de mujeres, que permanecían arrodilladas y también parecían atontadas.
—¿Dónde está mi hija? ¿No vieron una chica así de alta, rubiecita…? —Ninguna movió su estatismo un milímetro.
Los tambores se venían más fuertes, más pesados; quienes fueran que los hacían sonar iban a entrar a la plaza en un instante. Las mujeres tiraron sus torsos hacia adelante, hasta tocar el piso con sus cabezas, ofreciendo una reverencia sumisa.
—Carajo… ¿no me escuchan?
Entonces entraron. Una columna arrancada de la peor pesadilla. Hombres, mujeres, niños… y bestias negras con cabeza de toro. Algunos hombres —los campesinos— iban al frente, arrastrándose en cuatro patas como los perros. Iban atados del cuello con collares y correas de cuero o soga, que morían en los puños de los Taurones, o de alguna de las mujeres. Otros hombres cargaban algunos niños, y el resto sostenía pequeños y no tan pequeños estrados donde los Taurones descansaban solos o fornicaban con algunas de las mujeres.
El aquelarre infrahumano comenzó a invadir la plazoleta y yo temblé como una hoja. Miré a un lado y por primera vez vi a otros tipos como yo, aun vestidos de ciudad, esperando y sorprendidos de lo que estábamos presenciando. Las mujeres, que permanecían a mis pies, seguían sufridas de reverencia, e instintivamente los otros tipos y yo nos fuimos agachando en una postura similar.
En la caravana, los hombres sometidos a perros llevaban las rodillas lastimadas; se los veía doloridos y sufrientes, como quien acaba de atravesar un tormento. Sus ropas eran de campesino, e iban manchadas de sangre en los pantalones. Depositaron los estrados sobre el medio de la plaza y soltaron las correas. Los Taurones se ubicaron en el centro, junto a unos altares de mármol, y las mujeres permanecieron junto a ellos. Los hombres-perro, liberados, corrieron —siempre en cuatro patas— hacia la hilera de mujeres que reverenciaban junto a mí, y los niños fueron conducidos hacia el corralito opuesto.
—¡Adriana! —grité al descubrir los cabellos rubios de mi hija, y me incorporé como un resorte.
—¿A dónde va, idiota? —me frenó uno de los hombres-perro—. ¡Quédese ahí si no quiere que se enojen! ¡Su hija está bien!
El hombre-perro se alejó hacia el corral del aljibe y una de las voluptuosas mujeres lo recibió con una sonrisa orgullosa, satisfecha, y lo besó y acarició como a un niño. Me acerqué para disculparme. Para preguntarle por qué. La mujer del hombre-perro inclinó a su marido de modo que la cola le quedó en punta. Le bajó el pantalón de lino, enrojecido de sangre, y le acercó un cubo de agua.
Me horroricé. La mujer comenzó a limpiar con ternura y mucho cuidado el ano dilatado, desgarrado, detonado, del pobre infeliz.
—Estoy orgullosa, mi amor… —le escuché entre el murmullo del gentío de la plaza y los tambores que no cejaban—. Ahora sí sos un cornudo como debe ser…
El espectáculo era estremecedor. El pobre hombre tenía en el ano un agujero enorme, antinatural, como si hubiese sido sodomizado por un bate de beisbol.
—Lo hice por vos… Me la aguanté como todo un hombre, por vos…
—Bueno… Un hombre, lo que se dice un hombre, es uno de ellos… —La mujer seguía limpiando amorosamente el ano desgarrado—. Vos apenas si llegás a ser un hombrecito…
—Sí, mi amor… No soy más que un hombrecito…
Pero yo no estaba con tiempo para toda esa escena de amor.
—¡Los chicos! —me desesperé—. ¿Saben qué hacen con los chicos…?
La mujer me miró como si fuese un loco.
—No hacen nada con los chicos… ¿qué le pasa?
En ese momento sonó un cuerno con un estruendo grave, agresivo, que se fue haciendo más agudo a medida que se fue metiendo en la noche. Un hombre lo hacía sonar, desde el medio de la plaza. Dos Taurones permanecieron en el estrado y las mujeres bajaron, dejándolos solos. Eran tan grandes como los que ya había visto. Negros, musculosos, de torsos desnudos y brillosos de sudor, con cabeza de toro y un taparrabos largo que igualmente no lograba cubrir del todo sus longos miembros.
—Hoy es Asterio —dijo uno de ellos—. Esta es la noche en que lo veneramos y lo honramos. Y para ello, tenemos a tres hembras nuevas a quienes iniciaremos en su Gracia y a quienes tomaremos, usaremos y doblegaremos hasta que de ellas y sus cornudos no quede el menor vestigio de voluntad propia… —En ese momento arrojaron al estrado a tres mujeres, todas vestidas de ciudad, una de las cuales reconocí en el acto: Paz—. …hasta que se sometan por completo a Asterio, a Tauros y a la carne de los verdaderos sementales de la Creación…
Entonces el Taurón se quitó el taparrabos y ahí quedó, desnudo, un vergón negro y descomunal, grueso, venoso a la luz de las antorchas, un vergón que poco a poco fue irguiéndose y petrificándose, sin detenerse. Las mujeres —mi mujer— estaban de rodillas frente al portento, casi bajo él, y miraban ese monumento de carne como si estuvieran idas, perdidas de deseo de pija.
Me asusté. Era una verga animal, casi de caballo. Era del largo y del grosor de un brazo completo. No había forma de que todo eso pudiera entrar en mi pobre Paz sin matarla. Y sin embargo, la expectativa de que aquello pudiera suceder me hormigueaba el estómago.



6.

Al estrado se le sumaron otros Taurones hasta totalizar seis. Sin querer, del asombro, de la aberración, del miedo, los otros hombres de ciudad y yo nos fuimos acercando hacia el centro de la plaza. Dábamos pasitos mínimos, inconscientes, originados por la angustia y la ansiedad, no por otra cosa.
El primer Taurón ya tenía su vara erguida y durísima, y miraba a mi mujer que yacía despatarrada a sus pies, con la improvisada faldilla deshecha y subida, y la remera tan apretada que sus enormes tetotas parecían globos. Mi mujer no quitaba los ojos de la verga que pendía casi sobre ella; se la veía obnubilada, como deseosa de esa barra de carne gruesa e intolerable. Se ubicaron dos Taurones con cada hembra, y cada hembra al pie de un altar distinto.
Me acerqué hasta el borde del estrado, toda la escena me quedaba un poco elevada, pero podía ver perfectamente a estos seres omnipotentes eclipsar la voluntad de nuestras mujeres. Las otras eran hermosas y de cuerpos espléndidos, pero Paz se destacaba aun entre las otras bellezas. El cabello rubio como el trigo le caía sobre sus pechos enormes. Noté en ese momento que ahora su remera estaba rota y desgarrada en el cuello y se había convertido en un escote vil, desmadrado, que le dejaba la mitad de sus pechos al descubierto. Habría perdido el corpiño en algún lado, porque los rosados pezones se asomaban por los bordes de tela deshecha, y el bambolear de esas tetotas globosas, con cada movimiento, no ayudaban a adecentarla. Tuve una erección nada más de verle a mi mujer los pechos tan descaradamente exhibidos.
El Taurón que le quedó a Paz hizo un gesto mínimo con su mano y mi esposa se removió en el acto, acatando esa orden apenas esbozada. Ella se irguió, se arrodilló ante las piernas musculosas y negras del toro humano y se tomó de allí. El miembro de cabeza redonda y brillosa, hinchada de sangre, pendía sobre el rostro de ella y seguía creciendo.
El Taurón posó una manaza sobre la cabeza rubia de Paz y no hizo falta que la guiara ni nada. Mi esposa, sumisa —deseosa, en realidad— con sus ojos brillosos que no dejaban de mirar hacia arriba, hacia los ojos bovinos de su macho, fue despacio pero sin pausa hasta la verga descomunal. Lentamente. Como hipnotizada. Sus manos treparon la piel oscura en una caricia cargada de apetito, y su rostro —yo no podía apartar mi vista de eso— iba hacia él y se acercaba y acercaba, con la boquita carnosa cada vez más abierta.
Paz, siempre de rodillas, avanzó un breve pasito hacia su macho y, ya entregada, ya sobre la pierna izquierda de la bestia, abrió enorme su boca, rozó su rostro contra ese glande infame y ciclópeo y en un movimiento rápido engulló esa cabeza de verga que le llenó el buche.
—Paz… —atiné a murmurar.
Escuché un gemido gutural, lujurioso. Miré al Taurón y lo vi echando la cabeza hacia atrás, gozando. Paz seguía arrodillada entre las piernas del macho, pero ahora tomaba esa barra de carne con ambas manos, tratando de abarcar todo lo que pudiera dentro de su boquita delicada. Era imposible tragar mucho más que el glande. Paz entonces pajeaba la pija y lo felaba de a partes, a veces la cabeza, otras veces recorriendo el tronco con su lengua.
Miré el resto del estrado. Las otras mujeres estaban tan arrodilladas como la mía, y todas felaban a sus machos de cabeza de toro. También, igual que yo, cada esposo se había ido arrimando al borde de la plataforma y seguían las exposiciones de sus mujeres. Las pijas de todos los machos eran más o menos del tamaño de un brazo de adulto, así de largos, así de anchos. Vi a mi mujer engullir y redoblar sus esfuerzos por tragar la mayor cantidad de pija posible, con lo que las tetas se le movían en cámara lenta procurando salirse del escote, muy especialmente cuando el Taurón la sometió con su manaza en la cabeza. Mi mujer hizo todo cuanto pudo, tragando y tragando, aguantando —y otras veces no— arcadas al borde del vómito. Como de ninguna manera se podía satisfacer semejante pretensión, Paz en un momento fue a buscar los testículos de su macho. El Taurón se dejó acariciar y agradeció con un gemido de placer, y ella dejó la verga para ir a meterse allí y chupar los gigantescos huevos de la bestia.
El Tarurón se lo impidió.) La apartó de allí con decisión y la regresó a su pija, a esa felación interminable que iba de la punta hasta la base.
Tuvieron a nuestras mujeres felándolos durante más o menos quince minutos. A veces el Taurón le tocaba las tetas a Paz, se llenaba las palmas con esa carne que se le escapaba entre los dedos, porque las tetas de mi mujer eran tan grandes que no le entraban en sus manazas. Se regodeaba con sus pezones, el muy hijo de puta, y hacía jadear a mi mujer como si ella lo estuviera disfrutando. En otros momentos le tomaba la cara y le abría la boca para enterrar más y más pija. Y en otros le marcaba el ritmo tironeándole de los cabellos con una cadencia suave pero ininterrumpida.
En un momento pusieron de pie a las mujeres, subieron a cada una a su altar (cuyas dimensiones eran las de un camastro pequeño), las acomodaron en cuatro patas y recién entonces se acercaron los otros Taurones, de modo que quedaron dos para cada mujer. Estos Taurones se quitaron los taparrabos de liturgia y quedaron desnudos casi por completo, portando unas pijas gruesas y pesadas como las de sus compañeros. No tuvieron, sin embargo, tantas contemplaciones ni tan buenas maneras como los primeros: tomaron a las mujeres de los cabellos con violencia y las obligaron a chuparlos a ellos también.
Paz cabeceaba sobre la pija de este nuevo macho, que le sacudía la cabeza con fuerza y le cogía literalmente la boca. La escuché mil veces toser, tragar aire, tener arcadas, pero al nuevo Taurón no parecía importarle nada. Seguía sometiendo a mi esposa sin que le preocupara su incomodidad en lo más mínimo. Mientras, el primer Taurón le miró descaradamente el culo a mi mujer, el llenito y redondo culo que tanto me gustaba y que nos había traído tantos problemas con sus compañeros de oficina. Se le acercó y comenzó a magrear asquerosamente ese culo perfecto, a manosearlo, a urgarle dedos, a mansillarlo. Se tomaba la pija, se la sobaba, y luego vuelta a manosear lascivamente la cola perfecta y redonda de mi esposa. En un momento palmeó con un fuerte cachetazo una de las nalgas, a esa altura solo cubierta por la tanguita, y se ensalivó la punta gorda de la pija.
Paz gimió sonoramente con el chirlo, pero no apartó su cabeza de la pija que felaba con pasión, ni la soltó ni nada. Como una nena obediente, solo atinó a abrir un poco sus piernas y empinar la cadera. El Taurón le acarició la generosa cola unos segundos y metió sus dedos entre las piernas de mi mujer. Paz jadeó como nunca la oí jadear. De un tirón seco, el Taurón le quitó la tanga, que se cortó y quedó en sus manos. El Taurón por primera vez miró hacia la gente, hacia mí, y me mostró el pedazo de tela entre sus dedos, como ofreciéndomela.
Supe que tenía que ir por ella. No me pregunten cómo, tuve el valor de subir al estrado y acercarme a esa bestia que me aterrorizaba. Tomé la tanguita de mi mujer, deshecha y empapada por completo. La tomé y la retuve entre mis dedos mientras seguía viendo cómo la madre de mi hijita era violada con brutalidad, aunque ahora no chupaba verga sino que se agitaba arriba y abajo tomándose los pechos. Vi mejor y me escandalicé de la imagen. El Taurón tenía tomada a mi frágil paz de los hombros, y había tenido la impudicia de escurrirle esa pija de más de medio metro entre las tetas. Subía y bajaba cogiéndole los carnosos globos, mientras mi mujer le retenía el vergón apretándolo entre sus pechos. La cabezota y el primer tramo de pija se refregaban arriba y abajo sobre el rostro maquillado de mi mujer, y la abrillantaba de saliva, de jugos de pija y de líquido pre seminal. Pero a Paz eso no parecía importarle, solo quería que la verga no se le escape de entre sus tetas. La irrealidad de la escena era dada porque el miembro de esa bestia sobresalía en ambas direcciones como medio metro. Créanme que los pechos de mi mujer son tan llenos y redondos, que ni siquiera una persona muy pero muy bien dotada —como cualquiera de los compañeros de oficina de Paz, por ejemplo— podría asomar de entre esos pechos. Y a esta bestia le sobraba media pija.
El Taurón que estaba junto a mí me hizo un ademán señalándome el piso, más precisamente el extremo del altar donde Paz estaba siendo sacrificada. Fui hasta allí y me arrodillé, hacia donde Paz apuntaba su cola y apoyaba sus pies y piernas embotadas. El Taurón me hizo una seña para que yo me sentara utilizando la base del extremo del altar como respaldo, de modo que quedé sentado mirando en dirección opuesta a mi esposa. Ahora no la veía chupar pija o dejarse coger los pechos, solamente escuchaba sus jadeos y los gemidos de placer del otro macho.
De pronto las botas de mi esposa me aparecieron por detrás, como si ella hubiera sido empujada hacia mí. Un pie sobre mi hombro izquierdo, el otro sobre mi hombro derecho. Enseguida pude sentir su cola fabulosa sobre mi nuca, desnuda ya, lo que me dio un placer enorme y una sensación de calidez y de re encuentro con ella que contrastaba con todo ese aquelarre de locura y lujuria.
No pude disfrutar ese calorcito por mucho tiempo, enseguida el Taurón primero se ubicó delante mío. Por primera vez comprobé la dimensión de ese monumento a la pija; ahora entendía la fascinación de mi esposa y su subyugación. Aquello era imposible, sí, pero a la vez despertaba el deseo de someterse mansamente a ese portento. El Taurón enfiló hacia mí con su pijón enhiesto y más duro que el mármol, y por reflejo me empequeñecí. Quedé con mi mollera a la altura del altar, con las botas de mi adorada esposa sobre mi cabeza. Sabía que no me convenía moverme, o mejor dicho, tenía miedo. Los tambores seguían sonando, la gente alrededor murmuraba cada vez más fuerte y los jadeos de Paz y de las otras mujeres me hicieron dudar. Vi venirse al Taurón hacia mí, tomándose la verga con ambas manos, yo me achiqué más, casi me recosté sobre el suelo. Sin embargo el Taurón me ignoró y abrió sus piernas musculosas en compás, reteniéndome bajo él, entre sus piernas, con la pija arriba mío apuntando hacia adelante, con los testículos casi sobre mi cabeza, como un techo siniestro. Torcí el cuello y miré mejor: los muslos poderosos de mi esposa estaban ahí arriba también, casi sobre mí. Sus rodillas estarían doloridas, imaginé, pero seguía felando al otro Taurón sin respiro. El Taurón que me tenía bajo sus piernas se ensalivó pacientemente la verga y se arrimó al altar, a los muslos de mi esposa. Se arrimó y se acomodó, y apoyó en la puerta de la conchita de mi mujer ese glande que parecía una pelota de tenis o de beisbol. El solo contacto hizo gemir a Paz y también al macho. Tenía esta escena sobre mi cabeza, a cinco centímetros de mis ojos, aunque no podía mirar bien porque debía torcerme tanto que me hacía doler el cuello. Lo que sí veía sin problemas eran los testículos abominables y negros del Taurón, prácticamente sobre mi rostro.
El Taurón ejerció entonces un poco de presión. Sentí las piernas de mi esposa abrirse instintivamente y llevar la cola hacia él. El Taurón empujó y vi ese glande animal, esa cabeza brillosa y oscura como un vino de misa, horadar a mi esposa. Me dolía el cuello pero no me importaba, quería ver esa carne entrando en mi mujer y quería verla a ella resistirse, moverse para quitársela de adentro, soltar la otra pija para insultar su maldita suerte. Pero Paz solo empinó aún más la cola, y el Taurón avanzó otro centímetro de pija dentro de mi mujer.
—Ghhhhh… Ohhhh… -gimió la bestia.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!! —fue la respuesta extasiada de mi esposa emputecida.
—¡Paz! —grité, pero en ese momento el Taurón clavó más y sus testículos me chocaron la frente.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!! —de nuevo ella.
Me asqueó tanto ese contacto que me recluí nuevamente hacia abajo. Pero quería mirar. El Taurón se había detenido y esperó con su pedazo de pija dentro de mi mujer, como para acostumbrarla, y recién luego de un interminable instante la fue sacando despacio. Vi la humedad de mi esposa brillando sobre su pija. Habría entrado lo que sería un miembro humano de buen tamaño, cuando el Taurón enfiló nuevamente hacia la conchita abierta como una flor. Y clavó.
—¡¡AHHHHHHH…!!!
Esta vez el Taurón no paró hasta que le entrara un tercio de verga, lo que era mucho más que lo que cualquiera podría aguantar.
—¡Paz! —volví a gritar, esta vez de terror. Temía que la lastimaran.
La pija volvió a salir despacio. No había sangre ni nada, solo líquidos de ella barnizando esa barra negra. Que volvió a entrar. Más. Bastante más. Y luego a salir. El Taurón comenzó a bufar y a moverse con cierta cadencia, penetrando a mi mujer cada vez más y más profundamente. Las piernotas poderosas de Paz flaqueaban ante tanta pija, temblando. No había forma de creer cómo toda esa verga podía entrar en la conchita de mi mujer. Por aquel asunto que les comenté con sus compañeros de oficina, sabía que a mi mujer le podían entrar simultáneamente en su concha hasta dos pijas grandes, a la vez, se entiende. ¡Pero pijas normalmente grandes, no esto! La pija del Taurón equivalía a todas las pijas de sus compañeros de oficina juntos.
—¡Mi amor, te van a lastimar!
—¡¡Ahhh…!!! ¡¡Ahhh…!!! ¡¡Ahhh…!!! Ya acabé dos veces, cornudo… ¡Ahhhhhhh…!!!!!
Bueno, no parecía lastimada. El Taurón que tenía encima mío ya se la estaba cogiendo a buen ritmo. Traté de ver hasta dónde le había metido pija. Iba medio “brazo” adentro y mi esposa ni chistaba. Para mi tranquilidad, vi que el Taurón no avanzaba más allá de eso, quizá temía desgarrarla. Como fuere, mi momento de tranquilidad no duró nada. El Taurón me pateó y me hizo una seña que no entendí. Gruñó cuando lo miré y no hice nada, y de pronto —y ya sin paciencia— me tomó de los cabellos y me llevó hacia su entrepierna.
Seguí sin entender y aterrorizado. Temí que si yo no hacía lo que fuera que me pedía, me iba a golpear; o aun peor: me iba a matar. Señaló hacia las otras parejas para que viera lo que hacían los otros hombres de ciudad como yo.
Estaban en idéntica posición que la mía, con sus esposas siendo taladradas casi sobre ellos. Solo que los hombres iban con la cabeza bien hacia el cielo, las caras por completo arriba y sus bocas abiertas como frasco de aceitunas. Y dentro de sus bocas, calentitos y húmedos, los testículos del Taurón que les correspondía.
Me estremecí. Yo no iba a hacer eso. El Taurón que estaba sometiendo a mi mujer me pateó de nuevo, esta vez en la cabeza, y el dolor y el miedo fueron tan grandes que solo atiné a elevar mi rostro hacia el cielo, como los otros, y abrir la boca lo más grande posible.
El Taurón avanzó otro pasito y de esa forma clavó más profundamente a Paz, quien gimió de forma animal. Los huevos del Taurón fueron a depositarse en mis labios. Tuve que abrir bien grande y torcer un poco mi cuello para que esos testículos negros, sudados y asquerosos entraran en mi boca. Claro que no entraban los dos testículos. Solo entraban de a uno. Engullí el primero y el Taurón gimió de placer. Era difícil retenerlos porque la bestia se movía hacia adelante y atrás para gozarse a mi mujer, así que me costó un poco hasta que me acoplé a su ritmo.
El Taurón tenía tomada a Paz de las nalgas y se la clavaba en estocadas lentas y profundas, aunque no hasta el final. Gozaba como un animal y sus gemidos opacaban los tambores y el alboroto de la plaza. También gozaba con mi felación a sus huevos, a los que yo debía prorratear uno a uno. El olor a transpiración y sexo eran fuertes, pero al cabo de un rato ya no me molestó tanto. Me agarraba de las piernas de mi victimario mientras me esmeraba para que su goce fuera más y mejor, para complementar la tarea de mi esposa. No sé cuánto tiempo estuve así, siendo sometido de esta manera, pero no fue mucho. El Taurón anunció sin anunciar que se venía, con un grito, con un gemido más gutural que los anteriores, y yo sentí en sus huevos la tensión, en su ritmo el ansia de acabar, y en las bofetadas sobre las nalgas de mi mujer la explosión que ya le venía. Comenzó a moverse muy fuerte, con violencia; el orgasmo le era inminente. Se movía y transpiraba tanto que sus piernas se me escapaban de mis manos, así que para poder seguir chupándolo tuve que colgarme de su tronco, de la base de su vergón animal, ahí donde nace, casi sobre donde yo chupaba. Al Taurón pareció gustarle y entonces yo chupé más y más, tragándome cada testículo hasta la garganta, y el Taurón ya no pudo aguantar y comenzó a latiguear de leche sus huevos y luego su pija. Sentí claramente cómo el semen se le disparaba, lo sentí en mi boca y en mis manos mientras le chupaba la rugosa piel de cada huevo, y en la pija que se endurecía más con cada chorro que iba hacia las entrañas de mi mujer.
Paz comenzó a acabar otra vez, solo de sentirse inundada de leche de semejante macho. Yo sentía esa fuerza en mis manos que retenían la pija y en mi boca que no paraba de felarlo. El Taurón gozaba como un animal, arqueado, violento. Acababa y no paraba de acabar más.
El segundo Taurón también comenzó a venirse y me di cuenta por los gemidos de los otros Taurones y las mujeres, que todos estaban acabando dentro de las esposas. Yo no sabía qué hacer así que seguí chupando. Paz orgasmaba por enésima vez, los dos Taurones le seguían derramando litros y litros de leche, y la multitud allí abajo estalló en una ovación de algarabía.
Hasta que poco a poco la noche se fue aflojando, lo mismo que las vergas y los testículos. El Taurón que se había cogido a mi mujer bufó y comenzó a sacar muy lentamente la barra barnizada de flujo y semen.
—Por favor… —rogó mi esposa—. La quiero adentro un poco más…
El Taurón fue retirando la pija hasta que ya se alejó lo suficiente y creí que no estaba mal dejar de chuparlo. Mi miedo desapareció, pero no mi asco. Porque cuando el Taurón retiró toda la pija de dentro de mi mujer —interminable pija— almibarada de los flujos de mi amor pero principalmente del semen de él mismo, me pasó la vergota gigantesca por la cara. Del asco me corrí, pero un gruñido suyo me hizo ver que si no se la limpiaba, iba a haber problemas.
—Hacé lo que tenés que hacer… —me pidió Paz desde el altar—.Hacé lo que te corresponde…
Cerré los ojos, tragué saliva… Bueno, no solo saliva. La verga descomunal me invadió la boca y no entiendo cómo mi mujer pudo tragar tanto con su boquita. La pija estaba llena de leche, y tuve que limpiarla de a tramos, porque no me entraba en la boca. A veces el Taurón parecía impacientarse y me chocaba su pija contra mi cara, pero esto no me hacía fácil limpiarlo, sino que me ensuciaba a mí. Lo chupé y lo chupé mientras tragué el semen de su pija hasta dejarlo limpio, hasta que el macho pareció satisfecho. Mi esposa sonreía a mi lado, mirándome como una nena contenta, cuando el Taurón terminó conmigo.
Entonces sucedió lo que a esa altura no podía imaginar. El Taurón hizo un movimiento asimétrico con los hombros, y llevó sus manos a la altura de su cuello. Escuché un “click” y la cabeza de toro giró unos centímetros, sin que girara el cuello. El Taurón volvió a mover la cabeza de toro y en cuestión de segundos la levantó por completo, quedando al descubierto la cabeza real de un negro humano, un negro negro, africano o vaya a saber de dónde. No sonreía. La miró con cierta lujuria a Paz, que sí sonreía y se paladeaba con las facciones del negro, que le resultaría atractivo dentro de su rudeza, y entonces fue a colocarme la cabeza de toro a mí.
—Los cuernos le van a quedar mucho bien a usted… —me dijo él con un acento que no pude adivinar.
Y me colocó la cabeza de toro, y escuché risas entre la multitud, entre los Taurones (o debo decir, los negros, los simples y mortales negros), pero especialmente —y en definitiva lo que más me dolió— escuché las risas de mi propia Paz.
No veía muy bien con esa cabeza puesta, pero me enlazaron del cuello y alguien —no supe si mi mujer o nuestro macho— me paseó humillantemente por la plaza llena de gente, en lo que resultaba ser el final de esa pesadilla.



7.

Hace ya casi un año que estamos en el pueblo, desconectados del mundo, sin encontrar la salida. Los Taurones, esos negros africanos encasquetados en sus cabezas de toro, siguen garchándose a mi mujer. Ya sin rituales. A pelo y en cualquier momento del día y lugar. Por supuesto, no solo nuestro macho se la garcha, sino cualquiera de ellos, el que se le antoje. Las mujeres deben estar siempre dispuestas a recibir pija de macho aunque, en rigor de verdad, las mujeres simplemente están siempre dispuestas a recibirlos. A su vez, los cornudos —no todos, la mayoría— nos tentamos de asistir a esos aquelarres sexuales centrados en nuestras esposas. No de pajeros, por supuesto, sino más bien porque aun cuando se las cojan varios negrazos por día, sus instrumentos son tan desproporcionados que siempre tememos que puedan lastimarlas. Por eso estamos allí, arrodillados ante cada penetración, custodiando la integridad de esas conchitas estiradas hasta la insensibilidad, midiendo cada vergazo en todo su calado, tomándoles las manos a ellas en sus orgasmos.
Mientras usan a mi mujer, debo trabajar para sostener a mi familia. Lo hago en unos telares. Al no hallar nunca la salida del pueblo, no tuve más remedio que procurar el sustento por alguna vía, y una de las pocas actividades de aquí es manufacturar productos artesanales, que son luego vendidos por los negros en las ciudades más grandes. No recibimos dinero a cambio de nuestro trabajo, no existe el dinero en Chinkana. En cambio recibimos vegetales, carnes y otros artículos para llevar una vida más o menos… digna. Lo hago más por mi hijita que por nosotros dos. Adrianita debe desayunar bien y alimentarse para crecer sana. Paz no tiene ese problema, traga leche varias veces por día.
Llevo a mi hijita a la mañana a la guardería, una especie de jardín de infantes donde aprende todos los días algunas nociones básicas de matemáticas, dibujo, lengua y conductas sociales. Aunque son un poco arbitrarias, las maestras —todas exuberantes y hermosas— son también víctimas voluntarias de las vejaciones de los Taurones, y enseñan a las niñas y niños cómo deben comportarse en la comunidad. Les hablan sobre la superioridad de los Taurones, la entrega de sus madres y el consentimiento silencioso de sus padres. A veces Adriana trae dibujos donde —a pesar de su estilo aniñado y esquemático— se ven claramente a hombres negros y grandotes sometiendo a mujeres de pechos y caderas grandes, y a hombres más pequeños observando sumisamente la escena. Es increíble cómo Adriana siempre dibuja a los Taurones enormes y con un “pito” gigantesco colgando entre las piernas.
Yo no veo la hora de escapar de este pueblo del infierno, pero no soy necio. La salida no existe. O existe, como dicen algunos, pero el secreto está bien guardado, incluso por nuestras mujeres. Es inexplicable cómo una a una han ido dejando de buscar la salida, primero con excusas, luego lisa y llanamente ignorando a sus cornudos. Aunque en nuestro caso, eso sucedió bien rápido, apenas Paz entendió cómo funcionaban las cosas. Los primeros días le preguntábamos a todo el mundo, pero nadie sabía cómo salir. Luego íbamos a pie de una punta a la otra del pueblo, creyendo que inevitablemente encontraríamos una salida. Ni lo piensen. Los Taurones a veces se nos cruzaban en alguna calleja y simplemente tomaban a mi esposa de un brazo o de su fabulosa cola y la sometían ahí mismo, en la calle polvorienta, delante de los vecinos, delante mío, delante de Adrianita. La tomaban con firmeza y con un gesto corto, económico, la hincaban de rodillas. Paz entonces se echaba entre las piernas del negrazo de turno, con la vista clavada en el vergón formidable, que siempre, invariablemente, sobresalía del largo taparrabos. Las manitos delicadas y de uñas pintadas tomaban los muslos musculosos y la cabeza de mi mujer avanzaba hacia la entrepierna.
—¡Paz, por lo que más quieras! —suplicaba yo, esgrimiendo a nuestra hija para que tomara conciencia.
Pero Paz no me escuchaba. La fascinación que le provocaban esas cosas la ponía al límite de la estupidez. Ella simplemente avanzaba con la boca abierta, de labios carnosos, y engullía pija poco a poco, desde el glande hasta donde podía. Yo le tapaba los ojos a mi hija, pero era inútil: ella burlaba mis dedos y veía a su madre. De todos modos ya la había visto la noche que llegamos, y varias otras veces en que los Taurones irrumpían en casa cuando yo trabajaba, o simplemente en la calle, como ahora.
Más de una vez me pregunté cómo crecería mi hija en esa sociedad. A qué edad los negros la tomarían para usarla a su antojo. Si ellos le enseñarían a ser mujer. O si ese aprendizaje recaería en su madre. Suspiré con la esperanza de que mi pequeña Adriana tuviera dignidad y sí buscara una salida. O me lo dijese cuando las otras mujeres compartieran el secreto con ella.
Porque se comenta que, efectivamente, las mujeres saben cómo salir. De hecho, hay quienes arguyen que los Taurones suelen llevarse a algunas de ellas, ciertas noches, para entregarlas en los pueblos y conseguir dinero o favores policiales o políticos. Me cuesta creerlo. Me cuesta creer que mi propia mujer, mi amada esposa, la madre de mi pequeña hija, sepa dónde está la salida, o incluso haya salido, y no me lo diga, sabiendo ella todo lo que me duele verla sometida a cada momento por cada uno de los negrazos del pueblo y sus vergas prodigiosas.
Y es que quiero salir antes de que se cumpla el primer año de nuestra llegada. Ya me dijo Paz que para ser un buen esposo, un buen esposo suyo y de Chinkana, al cumplirse un aniversario debo someterme yo también al Taurón alfa de mi esposa, en otras palabras, a su macho principal. Como si no bastara limpiarlos, chuparles los huevos o ensalivarlos con mi boca cuando están a punto de penetrar a mi esposa, parece que la exigencia social de Chinkana es que el cornudo también sea sometido y sodomizado por el principal macho de su mujer. Yo no pienso hacerlo, prefiero que me miren como un mal ciudadano mientras sigo buscando la salida. Pero mi mujer me lo pide a diario. Quiere que sea un buen esposo. Quiere, también lo sé, complacer a su Taurón de la forma más obediente. Yo no quiero eso, he visto esos anos desgarrados de los otros infelices cornudos. Los he visto la noche de nuestra iniciación, y su recuerdo aun hoy me hace sudar y me estremece.
Yo no quiero. Pero Paz siempre saca de mí todo lo que desea.

(para Hari)


FIN — 

89 COMENTAR ACÁ:

Anónimo dijo...

Hace tiempo que entro a tu blog y estoy enganchado a tus relatos, porque compartimos el mismo gusto por este morbo especial de los cuernos... Pero -y sé que no está bien comportarse como un parásito en esto de la red sin darte ni las gracias- nunca me había lanzado a comentarte. Pero es que con este relato... te has superado, amigo. No es sólo el morbo que tiene... Es la trama psicológica de los taurones, sobre todo al principio... Da gusto leerte, es una auténtica maravilla, al margen de morbos, como relato literario... Genial. Es genial. Muchas gracias por tu blog, amigo, sigue así mientras lo disfrutes, porque creo que somos muchos los que te estamos agradecidos. Yo por mi parte prometo comentar más asiduamente para contribuir en la medida que pueda a que esto no deje de gustarte. Eres un fenómeno ;). Julio.

Anónimo dijo...

Excelente como siempre....Igual me gustan mas los relatos mas reales, no tanto la ficción
Las relaciones de poder me encantan...cuando el cornudo tiene que ceder a su mujer por dinero, libertad, etc...
Saludos
Marcelo

Anónimo dijo...

Un relato fantástico! Cómo si hubieras leído la mente de muchos de nosotros. Un pueblo que es una pesadilla y a la vez un sueño, un lugar de encuentro con nuestros más morbosos deseos.
Muy buena la idea de publicar la historia en partes, casi podíamos sentir la desesperación de que llegara un nuevo capítulo.
La idea de que la hija será educada desde pequeña para ser una corneadora perfecta de su marido es unas de las cosas que más me llama la atención.
Te superaste con esta historia espero que publiques mas seguido.

Rebelde Buey dijo...

JULIO:
Muchas gracias por tus palabras!! Y mucho más por animarte a escribir algo acá. Los últimos meses que la gente no escribía me preguntaba si estaba entrando alguien al blog, jaja. Veo que sí, lo que me pone muy bien.

MARCELO:
no sé si llegaste al final del cuento, pero justamente hacia el último capitulo se revela que la cosa es real y no fantástica (aunque, claro, todo el relato tiene ese clima fantástico que seguro mucho no te gustó, jejej).

EROS:
La publiqué en partes para jugar un poco con ustedes y traer algo de novedad y frescura. Aparte, era un relato especial para ese tipo de publicación, ya que la desesperación de los (de el) protagonista también va de a tramos y en aumento, un poco lo que sucedió con la publicación ;-)
(al menos esa era mi intención)

Anónimo dijo...

Rebelde! Saludos desde Perú! justo las 2 historias que me mas me han gustado son las que están próximas a salir:

►Leche de Engorde (13)
►Éramos Tan Pobres (3)

Para cuando estan listas? me entretengo mucho con tus relatos! son muy buenos!!!!

PERVERT dijo...

Bueno Rebelde que decir que los lectores no manifiesten, eres un genio de las letras y el morbo, doy gracias que te guste la tematica de los cuernos y no escribir de la vida.
Eres un idolo y estoy ansioso de leer eramos tan pobres 3.

SALUDOS PERVERT

Anónimo dijo...

Ohhhhhhhh amigo la verdad estoy encantado con tu calidad para imaginar estos mundos cornudos, no pense que te llevaras tan bien con un mundo de ficcion pero lograste aumentar mi morbo en gran manera, coincido con Pervert que eramos tan pobres 3 me encanta y lo espero, tal vez podamos tener una segunda parte de estos fantasticos TAURONES ALFA!

Te amamos Rebelde!

VM
http://vikingomiron.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Eres "el" escritor cornudo de lengua española. Eso ya me habia quedado claro pero lo consolidas con este relato fantástico. Muchas felicidades. Atentamente cornuditomex.

Anónimo dijo...

Genial. El relato está bárbaro y me sorprende cómo una sórdida fantasía mía también forma parte de otra mente, en este caso la tuya rebelde buey, que tan magistralmente supiste compartirla en tu blog. Felicitaciones y gracias.

Anónimo dijo...

Te has adelantado tenia una idea parecida para un relato, bueno toda una serie. Si lo publicara seria como un plagio. Tendré que sacarme otra idea. Está muy bien tu relato. Gracias.

Rebelde Buey dijo...

no te reprimas por este relato, amigo!!
escribilo igual!! hay que sacar los demonios de adentro, jaja!!
Escribilo y dejanos el link con el relato ;)

Santi-vale dijo...

Zarpados relatos morbosos! y excelente diseño nuevo! cuantas promesas de relatos me pone muy entusiasmado de ser parte de este blog!!

Saludos! Santi novio de vale

Rebelde Buey dijo...

hola, amigo peruano!! (qué grande perú, el único país que apoyó con armas (aviones) a la argentina cuando fue la guerra d malvinas)
Leche de engorde 13 está bastante avanzado. éramos tan pobres recién arranca, va a tardar algo de tiempo. igual, la idea será publicar un nuevo relato cada 15 días (espero tener tiempo para ese ritmo)

Rebelde Buey dijo...

gracias, pervert!! pero ojo que también escribo de la vida (cuentos "serios", claro, jaja) y también escribo ficción (aventura, suspenso, terror, etc) por la que a veces hasta me pagan!!! ôô

Rebelde Buey dijo...

mmm... no creo que haya una segunda parte de este relato. no lo pensé como una mini serie ni nada parecido. además, quiero avanzar sobre las otras, y cerrar alguna de ellas (éramos tan pobres debiera tener 3 o 4 partes más y listo, Dedo al Camión, dos o tres más, y listo, y así)

Rebelde Buey dijo...

muchas gracias, cornuditomex!
trato de que adem´s de calentar (aunque no es el objetivo principal de este blog) también los textos (no tanto la estructura) estén buenos, como la literatura "normal". a veces se logra, a veces no tanto, jejej...

Rebelde Buey dijo...

sí, el diseño anterior me gustaba, pero ya lo venía usando desde hacía mucho. este diseño es más profesional, más "adulto", y viene bien con todo el cambio en el blog.
respecto de "hackeadas", que me preguntaste vía mail, pego aquí la respuesta que te di por mail:
"es todo ficción. el blog es de ficciones. aunque las chicas existen (las fotos de sus avatares serán reales, de anónimas chicas reales, no de modelos) pero ellas no tienen idea de que me han servido como inspiración para los relatos.
de todos modos, ojo que será como espiar un chat. o sea, no es que voy a contar un relato porno en ese chat. son conversaciones sobre cuernos pero no necesariamente una historia. (en definitiva, es un "regalo", no son los relatos principales).

Miguel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

No niego que sea buen relato pero creo que son mejores los más pedestres... las historias mínimas que pueden sucederle a cualquiera a la vuelta de la esquina.

En cualquier caso, mis felicitaciones por la calidad de siempre.

PI

Slemx dijo...

¡Caray! Estás más creativo que nunca, Rebelde. Me laten el nuevo diseño, los tips para comentar, la nueva modalidad y, sobre todo... SOBRE TODO: ¡el apartado de hackeadas! Ya quiero leer lo que se dicen entre sí las zorritas más adorables de la red ;)

Me apunto para recibir acceso al proximo relato.

Gracias,

Slemx

Rebelde Buey dijo...

Ya estabas apuntado, amigo Slemx, puesto qu habías comentado en algunos de los capítulos sueltos ;)
Lo de Hackeadas.. aun falta. n será sexual, será... raro.
jajaja!!

Daniel dijo...

Soy el que dejó el comentario anónimo el 25 de agosto a las 18:20. A partir de hoy te sigo y te comento bajo este nombre. Muy bueno tu trabajo.

Rebelde Buey dijo...

gracias, daniel.
mandame tu mail por mail ;-)

Mikel dijo...

Hola Rebelde,

En primer lugar agradecerte el esfuerzo por hacer cambios y mejorar la web, que al ser una web gratuita para tus seguidores me parece muy encomiable el esfuerzo y el gasto de tiempo que le dedicas ha hacernos felices. Estoy seguro que todos se adhiereen a este comentario.

Te agradezco tambien las intenciones de publicar dos relatos al mes, ya sabes que pienso que eres el mayor artista en este campo y siempre esperamos tus relatos de una forma ansionsa..jeje

Espero que esta nueva etapa del blog, sea si cabe, mas fructifera y que entre todos le demos la vida a esto que tu arte se merece.

Gracias

Santi-vale dijo...

excelente! no veo la hora de conocer todo el nuevo material!!!

Anónimo dijo...

Éxitos con el nuevo formato de blog.
Igual desde hace mucho tiempo que quiero comentar cada uno de los relatos del blog.
No sé si puedes leerlo entre tantos comentarios.
Saludos!

Rebelde Buey dijo...

gracias, mikel.
la idea, efectivamente, es publicar regularmente. espero cumplir con un relato cada 15 días. el mayor problema no son las ganas, que tengo muchas, sino los tiempos. vengo últimamente con bastantes problemas de diferente calibre: laboral, personales y de trámites.
todo eso me quita muchísimo tiempo. por eso los primeros posteos alternaré algunas de mis relatos viejos, los que iban medio ocultos. esperemos que quienes los hayan leído no se molesten, jejeje...

Rebelde Buey dijo...

eros, mandame un mail así te registro

Nippur dijo...

La verdad que extrañaba tus relatos, son todos muy buenos. Este explora algo que no habías incluido antes -lo fantástico- que a mi no me atrae tanto como lo realista, aunque mantiene la calidad de siempre. En otras palabras, de algún modo lo fantástico le quita, para mi, algo del morbo de lo cotidiano, de lo posible.
Mucho éxito con la nueva modalidad!
Nippur

Wally dijo...

Genial como siempre. No me enganche tanto quizá porque me gustan un poco mas las fantasías comunes (mi novia es una atorrante es mi favorito)
Gracias por compartir esta mago con nosotros!

Rebelde Buey dijo...

GENTE:
SI NO MANDAN MAIL CON SUS NICKS NO TENGO FORMA DE MANDARLES EL RELATO DEL SÁBADO.
=/

Anónimo dijo...

eroticodeseo@gmail.com
Ese es mi correo ;)

Rebelde Buey dijo...

gracias, eros!!

Anónimo dijo...

luyZER: por favor rebelde mandame el relato (cualquiera de los que no publicaste todos son una delicia.... recien lei hipotecados 1... no sabia de esta pagina.. TE felicito!!!! y leyendo los comentarios pude ver que acabas de cambiar el formato del blog.. muy bueno el diseño... E-Mail: luis_el_kapo_2009@hotmail.com

Anónimo dijo...

ME ENCANTO, AUNQUE MI FAVORITA ES LECHE DE ENGORDE. DEFINITIVAMENTE NOS ATRAPAS CON TUS HISTORIAS.
CAZADORA_72

Edgarin dijo...

Me gusto y lo disfrute mucho, increible como todos tus relatos. Aunque para ser honesto me gustan mas tus otros tipos de relatos. Mas dedo para el camion y mi novia es una atorranta. Gracias por seguir escribiendo y espero mas relatos. Hedgar1986@gmail.com

duroduro dijo...

Muy bueno el relato!, morboso a full, me dejan con la verga durisima, asi me gustan.
Ya la habran agarrado a la hijita del cornudo?

te mando por mail, mi nick

duroduro

laura cd dijo...

Hola soy Laura, soy cross y me encantan tus relatos.
Laura40cd@gmail.com

Anónimo dijo...

Hola Rebelde, gran relato, como siempre bien pensado y hot a tope. Se sale un poco de tu estilo con eso de los hombres toro pero esta muy bueno.
Saludos

mchingon@gmail.com

Anónimo dijo...

Estaba extrañando tus relatos, como cornudo me identifico un montón con tus personajes y me encantan, te felicito.

raurau19@hotmail.com

Anónimo dijo...

Me gusto mucho este relato, como la mayoría de lo que publican por acá, cuando te envíe mi correo veras que soy un viejo lector. Contento con este nuevo método, éxitos

Hielo Negro

zar20 dijo...

Hola, creo que me lei todos los relatos (date la idea de que soy un seguidor jaja) y lo que mas me gusta es cuando la mujer domina tanto al hombre que lo inicia en la bisexualidad forzada.

ZAR20

Anónimo dijo...

Muy caliente y cinematogràfico, de los mejores. Me encvanta como la protagonista se va emputeciendo.
Marcos Duke

Unknown dijo...

buenisimo el relato, me gusta la forma en que vas precentando el emputecimiento de la esposa, esa parte la haces muy bien cada relato.
ramirezdiaz1984@gmail.com

Anónimo dijo...

Lo disfrute mucho, muy bueno como los demas relatos, mi favorita es Dedo al Camión.
mmgmm@hotmail.com.ar

lukitasss!!!_BsAs dijo...

Me gustó el relato aunque no la parte fantaseosa del mismo.

Que loco pensar que uno de estas cosas se coja a tu mujer no?

Saludos.

suerte con el nuevo formato

Rebelde Deslogueado dijo...

Pero al final no eran cosas, eran negros humanos como cualquier negro, jajaja

Pablo dijo...

Hola Rebelde, soy Pablo, me conoces de la etapa anterior. La verdad que he tenido un verano "complicado" y no he podido seguirte como quisiera.
Respecto al relato, a ver si me sé explicar. Por un lado, nunca me ha gustado mezclar fantasia y erotismo. Cuando digo fantasia, quiero decir fantasia pura y dura, como la ciencia-ficción o la recreación de mundos imposibles como es el caso de tu relato. Me cuesta entrar en ese terreno. Para mi la sexualidad, aunque sea extrema a veces, sólo la imagino en contextos reales y mínimamente reconocibles.
Quiere decir eso que no me ha gustado el relato? Ni mucho menos. Y eso porque hay algo fundamental que neutraliza mis gustos y es una calidad literaria y de escritura por tu parte que nunda deja de sorprenderme. Estas dotado por el don de la literatura y tienes una capacidad asombrosa de crear personajes, situaciones, diàlogos, ideas morbosas, etc, verdaderamente admirable.
Insisto en los diàlogos. Los diàlogos son fundamentales. Los diàlogos dibujan los personajes y subrallan la acción. Una frase como la que aquella mujer le dice a su marido que él no és hombre, los hombres son los "otros" y él en todo caso hombrecito (cito de memoria ahora), tiene más efecto que una larga parrafada.
Enfin, no sé que más puedo decir. Eres el mejor escritor erotico en lengua castellana de la Red. No ya del tema cornudo, -sobre lo que nadie puede tener la menor duda-, sino sobre cualquier cosa que escribas.
Un millón de gracias.

Anónimo dijo...

Hola, me ha gustdo, sobre todo los capítulos iniciales, creo que a partir del 5 has dejado ver demasiado el final. Pienso que le ha faltado un poco de mordiente en las dos últimas entregas. Como en todo, es mi opinión. Saudiños
aldan48@hotmail.com

Anónimo dijo...

Muy bueno rebelde!! Me encanta como escribes! Tienes una imaginacion envidiable!

Un saludo

en.ri01@yahoo.es

Anónimo dijo...

Tu pagina me tiene enganchado, sigue asi.En proximos comentarios te dare algunas ideas para tus relatos por si te sirven de inspiracion,saludos de Toroman.

admin dijo...

la verdad muy buen relato como buen cornudo de ley que soy me encanto . segui asi .
chabo


Nippur dijo...

Hola Rebelde,

Soy Nippur y mi email es nippuradhoc@gmail.com

Saludos y gracias por añadirme a la lista!

Anónimo dijo...

eiyyy muy bueno sigue asi.

caiman.59@hotmail.com

Anónimo dijo...

muy buen relato lo lei hace unos dias, y esta espectacular como todos los relatos tuyos siempre he leido tus relatos y nuca comente asi que me parece una buena manera de insitarnos a felicitarte.
mail picana_picana@hotmail.es
espero ansioso tus relatos


Rebelde Buey dijo...

no solo felicitarme, también pueden putearme, jaja
no, en serio, este espacio es también para marcar lo que NO les gusta, y de esa manera corregir también mi trabajo.
eso sí, siempre tengan en cuenta que este blog no es de relatos necesariamente porno, sino más bien erótico-morbosos.

Rebelde Buey dijo...

acordate de enviarme tu dirección de correo a mi mail.
es solo la primera vez, luego solo debes firmar Toroman y listo.
;-)

Anónimo dijo...

hola rebelde.. me encantan tus relatos, los q mas mes gustaron fueron mi novia es una atorranta, dedo al camion, la profesia, pero sobre todo cortando con el ex, pues me ha pasado algo parecido con mi actual novia, no tan ironico, pero si encontrarme a mi novia con su ex en nuestra casa, no los agarre in-franganti pero despues confirme que se la seguia garchando.. pues bien.. me encantaria recibir tus relatos. mi nombre es juan y mi mail es juanchapa@live.com.ar . no se como publicar de otra manera q no sea anonimo. gracias por tantas pajas y espero tus relatos.

Rebelde Buey dijo...

interesante... ¿y se la sigue cogiendo aun hoy? :P
para firmar sin que quede ese feo anónimo es recontra fácil, seguí este tutorial:
http://rebelde-buey.blogspot.com/2010/12/como-dejar-un-comentario-firmado.html

xsecretoar dijo...

Hola, geniales tus relatos para quienes como yo disfrutamos de unos buenos cuernos. Estoy casado hace 13 años y soy cornudo, aunque no todo lo cornudo que me gustaria jeje. Segui asi capo. Mi mail es xsecretoar@hotmail.com

Anónimo dijo...

Muy buenos! te sigo desde principios del año pasado.Me encanta el morbo que le pones y el toque latino más aun!Me gustarian los relatos nuevos me mata la intriga

xXxTops

matiasbecerro12@hotmail.com

qbano dijo...

Hola Rebelde, soy fan de este blog desde hace un par de años al menos. Me gustan los relatos con mucho morbo como Bombeando y la Novela tambien me gusta mucho. Este me ha gustado, pero no es de mis preferidos, hubiese querido que se explotara más la humillación y sumisión del marido, para bueno, seguro que a otros le gustó mucho.

Saludos desde Cuba.

qbano dijo...

Hola Rebelde, soy fan de tu blog desde hace un par de años al menos. Me gustan los relatos con mucho Morbo como Bombeando y la novela tambien me gusta mucho. Este relato me gustó, aunque no es de mis favoritos. Me hubiera gustado que se explotara un poco más la humillación y sumisión del marido.

Gracias por tu blog y saludos desde Cuba

Anónimo dijo...

muy bueno, me gustaria q hagas un relato especial sobre lo que paso con los compañeros de trabajo seria muy bueno!!! me encantaria recibir el ultimo relato!!

saludos martin

marolio_1@hotmail.com
responder

Pedro Blanco dijo...

Genial el relato.

No había leido antes relatos de cornudos con una tématica sobrenatural, el resultado es un relato muy morboso pero bien escrito, que no descuida el tejer una historia interesante y misteriosa. Se agradece además el cuidado en la ortagrafía.

Variable_52 dijo...

El momento en el que se sabe la verdad sobre los taurones es Excelente! que bueno que sigas explorando nuevas cosas, Rebelde!!!

ALASKA-M dijo...

ESTUPENDO RELATO....
DESDE HACE 2 MESES NAVEGANDO POR LA RED, ME ENCONTRE CON TU ESPECTACULAR Y MORBOSO BLOG....
POR PELOTUDO NO HABIA DEJADO ALGUN COMENTARIO MIO, SIN EMBARGO ESTA NUEVA MODALIDAD ME PARECE DE LUJO, POR QUE ASI COMENTARAN EN EL BLOG LA GENTE QUE REALMENTE VALORE TU TRABAJO...

DESDE QUE TE ENCONTRE, NO HE PODIDO DEJAR DE LEERTE, MIL GRACIAS DON REBELDE... (POR HACER QUE MI IMAGINACION VUELE A LUGARES INSOSPECHADOS)....

RESPECTO AL RELATO....

EL FINAL ES DE LO MAS BRUTAL, YA QUE DOÑA PAZ Y LAS OTRAS ESPOSAS AUN CONOCIENDO LA SALIDA DE CHINKANA, "DECIDEN" QUEDARSE POR VOLUNTAD PROPIA... JEJE

ME PODRIAS ENVIAR POR FAVOR EL RELATO DE "EN EL NOMBRE DEL PADRE" YA QUE PINTA ESPECTACULAR...

GRACIAS DON REBELDE "GOOD VIBES"

Hari dijo...

Como se agradece amigo el detalle!
Por cuestiones laborales no me puedo conectar tan frecuentemente como antes, ando por esos mundos de dios y no siempre tengo acceso a internet, pero por contra cuando llego me encuentro con mucha y buena lectura.
Me he leido seguidas las dos versiones de la novia atorrada y estoy de acuerdo en que me gusta mas la segunda..... bastante castigo tiene ya el "pobre" con esa novia, ademas de corneado a paleado jajajaja
Me gusta este nuevo sistema, asi la gente colaborara mas, y los frutos ya se ven, aunque para ti debe ser mucho mas trabajo, ademas de los relatos contestas a mucha mas gente.

Rebelde Buey dijo...

usted se lo merece, don Hari. sé (o creo saber) que le gusta la literatura de terror y por eso... ;-)
sí, lleva más tiempo. pero también da más satisfacciones. y además de la pertinente corrección sobre MI NOVIA ES... ya surgieron un par de ideas desde los lectores para las series en curso. ¿qué tul?

Rebelde Buey dijo...

buena idea!!
pero tendría que ver cómo hacerlo, porque es una historia que se sale por completo de "este" relato.
quizá podría manejarlo como si fuera otro unitario, y los que se "aviven" y lo relacionen, disfrutarán más de los guiños internos. interesante.

pepecornudo dijo...

estupendo relato.te seguimos desde tus inicios tanto mi esposa como yo y este es el relato que mas nos a sorprendido.
al principio pensemos que habias dado un vuelco hacia la cincia-ficcion.idea por cierto que te dejo aqui por si un dia te apetece.
nos gustaria recivir tus relatos en nuestro mail.
pepaypepe666@gmail.com

gracias.

Anónimo dijo...

La incursion por lo sobrenatural no es de mis favoritos,
Pero le pone a la humillacion un condimento especial, muy bueno!

sinchino@hotmail.com

Anónimo dijo...

me encanta la idea de dominar a una mujer, me pone reloco, muy buenos tus relatos.
Cuando continuas dame un segundo?

daaybar

daaybar@yahoo.com.ar

Rebelde Buey dijo...

casi con seguridad el 15 de Octubre ;-)

Anónimo dijo...

Me encantan los relatos de putitas que se dejan enfiestar por negros. A la mayoría de estas atorrantas les fascina el esperma en cantidad. Muy buen relato, seguí así!!!

Hari dijo...

hola rebelde
es cierto que ya tubimos alguna conversacion de otras literaturas y este relato es muy de stiphen king, la comunidad aislada, controlada por una elite y los ritos para unir mantenerla unida y controlada es muy de su literatura, pero sin duda este relato es 100% Rebelde Buey.
Me gusta la mezcla de estilos,(y por lo que veo en algun comentario no soy el unico) como en "el cornudo" mezclandolo con fantasia, pero sin dudo este es de mis favoritos, una mezcla muy buena digna del mejor chef.
pd:
ultimamente viajo mucho y paso por muchos pueblos abandonados o casi, donde no se ve un alma, casas semiderruidas, cementerios invadidos por la maleza y no puedo dejar de imaginarme que tal vez en el siguiente encuentre a los Taurones ;)

Anónimo dijo...

La verdad te superas en cada relato!!! un maestro que hace que cada cornudo quiera ser el protagonista de alguno de ellos.Felicitaciones.

perro077 dijo...

Excelente relato, la narrativa que empleas es muy buena, como pocas veces he leido en este tipo de relatos. Sin duda sere un visitante asiduo a tu blog, sigue asi que no tengo dudas que cada vez tendras mas fans a tu pagina. Saludos.

david tatuado dijo...

Exelente relato fantastico. me gusto mucho
davidavi3@yahoo.com.ar

sheridan1000 dijo...

mortal. sigue asi. ;)

vichpt dijo...

Excelente relato la trama literaria me gusta, se disfruta poniedose en lugar del cornudo, que palcer.

gracias

Anónimo dijo...

Hola Rebelde excelente el relato, muy cinematográfico y caliente. Me gustaría que me envíes el relato de Mi novia es una atorranta 6 a mi casilla matiaser78@hotmail.com. Gracias.

Anónimo dijo...

LO VUELVO A LEER Y MAS ME GUSTA, ME ATREVO A DECIR QUE ES UNO DE LOS QUE MAS ACRECIENTA MI MORBO FELICITACIONES REBELDE!!
SABRINADEA2

Carlos Alberto Figueroa dijo...

Hola Rebelde
Anoche leí de manera pasuda y disfrutándolo al máximo “Ciudadela de Hombres Toro” te lo reitero como ya antes lo había mencionado, tus relatos tiene tanta calidad que podrían servir de guiones para películas, yo quiseras mas pausa narrativa y descriptiva e las escenas sexuales, pero esos es gusto personal, pero la calidad tuya es indiscutible sin duda…
Saludos y hasta la próxima

Carlos Figueroa

Anónimo dijo...

Todos los que vimos de chicos SABADOS DE SUPERACCION , aquelas pelis delirantes con monstruos, hormilgas gigantescas y templos de carton pintado que se derrumbaban al fginal..sentiremos seguor un saborcito complice con esta historia!!!Hermosamente delirante!!!Y yo que sacaba cuentas a ver si ocurria en Mexico, Africa, donde...Finisimo sentido del humor corneril disfrazado de peli bizarra!!!Enferma la cabezaaa!!!!

carlos nava

carlosnava57@hotmail.com

Pablo dijo...

Muy buen relato, pero me hubiera gustado más que realmente fueran mountruos que hasta los negros tendrian que doblegarse

Calosgouzy dijo...

Genial relato. Me hizo transportar al maldito pueblecito. Felicitaciones Rebelde.

trabajabdofederico dijo...

Ya sabes que gracias a ti, Ahora soy un lector erótico-VARIADO, jajaja.
Y pues con tiempo iré leyendo toda tu obra y comentándola.
En verdad esta serie me sorprendió, por Mi inexperiencia creí que era lenta al inicio, Pero…?
Pero “NO” Todo tenía ¿Un porque? Al leerla completa ya la entendí y me fascinó.
El final es apoteósico, de verdad gracias por compartirlo (el interracial es uno de mis géneros favoritos) te felicito.
Se puede decir que es como una obra teatral, como una “OPERA,” deja lo mejor para el final.
Yo propongo que ese pueblo sea nombrado “pueblo mágico” PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD.
Gracias y saludos.
Federico de México.
P.D.1.- Y todas las dudas que dejas abiertas, uno es un simple humano y NO puede evitar ¿hacerse “Muchas” pregunta?
Aclaro que NO es crítica, me gusta como quedo, pero tómalo más bien como ¿!un deseo!? Un gran deseo.
Dijo Un par de capítulos, mas solo por las dudas, NO se vaya a creer que uno es un pervertido, (¡que quede claro!)
1.- Se someterá también el esposo (¡huy… huy, HUY!) dijo si es que quiere salir.
2.- La “Tierna Hija” de verdad ¡NO puedo dormir! PENSANDO EN ELLA.
Que se ve tiene una curiosidad natural de ser “RUBIA SOMETIDA” perdón otra vez ¡estas perversiones! que usted deja sembradas en mi mente, una disculpa, me ofusque.

santacali dijo...

Podrías narrar el inicio de la infidelidad de la esposa, suena muy cachondo.

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