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viernes, 18 de noviembre de 2011

Éramos Tan Pobres (I)

ÉRAMOS TAN POBRES  (VERSION 1.1)
Por Rebelde Buey



1.

Dos meses atrás había tenido la misma sensación de vacío que ahora. Y también frente a un papel. Claro que el otro papel traía una buena noticia. Al menos, eso se suponía, porque al Joselito muy bien no le había caído que la Yésica quedara embarazada. No por el embarazo en sí; el Joselito quería ser padre algún día, pero aquella había sido la primera y única vez que habían hecho “la porquería”, como se le quejaba su abuela. Es que aunque el noviazgo fue largo, lo habían hecho nomás una vez, y luego ni una solita vez más, hasta la noche de bodas. Eran tan pobres que no habían podido alquilar siquiera el cuartito lindo que tenía arriba el bar del Genovés. Así que el Joselito se la llevó al arroyo, aguas arriba, donde se podía otear las sierras a lo lejos, que era hermoso de ver, y le armó a su flamante esposa una carpa y cenaron con la luz de una vela. Hicieron el amor como los recién casados que eran y amanecieron abrazados.
Ahora el papel que le volvía a quitar el aliento le decía que se quedaba sin trabajo.
Era un telegrama de la planta, y aunque el Joselito apenas tenía la edad mínima para trabajar, se preocupó hasta sentir un nudo en el estómago.
Había conseguido trabajo en la curtiembre poco después que la Yésica quedó preñada. Al principio fue duro conseguir; las vacantes eran muy limitadas y el capataz, un muchacho grandote y mañoso con cara de malandra, acomodaba a quien quería, por dinero o por favores políticos.
Joselito no tenía un centavo, mucho menos alguien que lo apadrinara. Solo voluntad de romperse los cuernos trabajando para que no le faltara nada a su futuro hijo. La Yésica también tenía voluntad, además de un cuerpito menudo, curvoso y exageradamente perfecto, por eso no se sorprendió cuando ella tomó el asunto en sus manos y fue a ver al capataz. Lo que sí le sorprendió fue que esa tardecita nomás, la Yesi se le vino con un puesto en la planta para él.
Estaba tan contenta esa tarde la Yesi, como envalentonada, audaz, seguramente orgullosa de lo que le había conseguido a su marido, que hicieron el amor por tercera vez en su vida. Más que nada porque ella había vuelto de la planta como desusadamente encendida y un poco mandona.
¿Y ahora? ¿Qué le iba a decir a su esposa? Porque en el medio de que ella le consiguió el jornal en la curtiembre y este telegrama de despido, se habían casado por civil y por iglesia, bah, en una capillita; y se habían ido a vivir a la casa de ella. Bah, de la madre y el padre.
Habían acondicionado el galpón de atrás para convertirlo en una piecita más o menos digna. El baño, eso sí, les quedaba afuera, así que en invierno se les iba a complicar, y más con el embarazo de ella.
En asuntos de dinero, la Yésica ayudaba a su flamante esposo en lo que podía. Preparaba torta-fritas con su madre, que vendían en el almacén del pueblo. No era mucho, pero la hacía sentir menos culpable. Es que el Joselito se deslomaba de sol a sol para cuidarla y tener con qué recibir al crío que estaba en camino, y ella, con todos los cambios hormonales y las náuseas y las molestias, le negaba lo único que el pobre santo le pedía –le rogaba— todos los días: que la atendiera como Dios quiso que una mujer atienda a su hombre.
Y ella se sentía culpable, porque no era que no quería querer, pero verlo a su marido ahí desnudo, suplicante muchas veces, con esa pijita que no se entendía cómo la había dejado encinta. Le daba como un rechazo involuntario.
Así que el Joselito le dijo, nomás; apenas la Yésica y su madre volvieron del almacén, le dijo. La desesperación de la moza —que era jovencísima y llena de energía y decisión— fue casi humillante para el pobre chango.
La Yésica lo tomó de la mano como si fuera un mocoso y lo arrastró hasta la curtiembre. Entró hecha una furia mientras su marido trataba de calmarla y logró que la atendiera el maldito capataz.
Una hora estuvo con el capataz. En la oficina de él, a puertas cerradas. El capataz había insistido en que el Joselito no estuviera allí pues había sido despedido, así que él tuvo que acomodarse al otro lado de la puerta, nervioso e impaciente.
Joselito había imaginado que su esposa haría un escándalo, que los gritos se escucharían desde la calle. Pero no hubo nada. Solo silencio. Es cierto, al principio se escuchó un murmullo, aunque en menos de lo que se tarda en poner un poncho, las voces se apagaron y por espacio de una hora solo se oyó la radio que el capataz había encendido.
La Yésica al final salió de la oficinita, y salió con mala jeta. Sin gritos, y sin haber recuperado el trabajo. No quiso explicarle nada a su marido. Ni ahí, casi llorando, ni a la noche, en la piecita que había sido galpón. Aunque por suerte para él, esa noche ella le dejó hacerle el amor por cuarta vez en su vida. Y el Joselito se aguantó las preguntas.
Así que quedaron sin dinero, con un embarazo de dos meses, sin casa propia y sin trabajo.
Joselito volvió a buscar, ahora la cosa estaba más dura que antes. E iba a estar más dura todavía, ya lo iban a saber ellos. El horizonte se veía negro, bien negro, hasta que la mamá de la Yesi dijo aquello:
—Don Brótola andaba necesitando alguien que le limpie.
La parejita se quedó muda por un instante. Don Brótola era el vecino de al lado, un viejo solitario, ladino, bastante taimado y con una fama de la peor.
—¿Ese viejo cretino?
—¡Ey, no es para tanto! –lo defendió la madre—. Vive solo, es mal humorado pero ya no es el que era antes. ¡Debe tener más de setenta años!
—¡Yo no le voy a andar cambiando los pañales a ese viejo de mierda!
—¡Hija, no me gusta que seas altanera! Solo necesita que le limpien la casa, que le preparen algo de comer y le mantengan el parque de atrás…
Joselito miró a su impetuosa mujer, que estaba sentada y acariciándose la pancita que aun no se mostraba. No le gustaba que su mujer, y encima en ese estado, tuviera que trabajar mientras él no lograba conseguir nada.
—Vayamos a hablarle, mi vida… Cualquier cosa yo te doy una mano… Lo mío está cada vez más difícil…



2.

—Me voy a dormir una siesta, Yesi…
—Vaya, nomás, don Brótola. Yo termino acá y después sigo con la ropa.
No había sido tan malo después de todo, pensó la Yésica. Era el segundo día trabajando para el viejo y casi no se podía quejar. Era un cascarrabias, eso sí. Y hosco. Y prepotente. Y descortés. Pero no se le había insinuado nunca ni le había dicho nada fuera de lugar o con doble intención.
Don Brótola tenía mala fama en el pueblo. Más que mala fama. Se decía que en su juventud tenía a todas las mozas tras él, y que ya de más grande, cuando las mujeres se habían casoreado, había hecho cornudo a casi todo los hombres del pueblo.
Aunque a la Yesi no le había dicho nada. Ni lo más mínimo. Se ve que había perdido las mañas porque a la Yesi, nada. Ni siquiera el segundo día, que se había puesto las calzas gris clarito, las más ajustadas que tenía y que le marcaban la cola como si no llevara nada, y una remera corta, ajustada y bastante escotada. Para trabajar más cómoda.
Sabía que no era por estar embarazada que la ignoró. El viejo tenía fama de sucio, de esos que se regodean con las cosas raras. Y tampoco podía ser que ella no le gustara: la Yesi tenía un cuerpo espectacular, único. Tenía una cola bien redonda, paradita, que parecía grande pero no lo era tanto. Pasa que la cintura era algo increíble, pero increíble en serio: angosta como la de una muñequita de juguete, algo poco vista. Y arriba, pechos normales, buena espalda y esa carita de inocencia emputecida que había heredado de su madre. Todos los chicos del pueblo le andaban atrás. Y los hombres, ni hablar.
La Yésica se seguía preguntando cómo era que el viejo no le decía nada, —porque le parecía ahora que la miraba— mientras dejaba en remojo unas camisetas agujereadas, y tomaba unos calzoncillos para empezar a remojarlos. Se detuvo un segundo, primero asqueada, luego sorprendida: los calzoncillos eran todos ajados, gastados, deshilachados, y se deformaban, antes de sumergirlos, en un abultamiento en la parte de adelante. La tela se deformaba y había quedado como marcada con el volumen que el viejo tenía ahí. La Yésica era mujer y se dio cuenta que el corte del calzoncillo propiciaba ese abultamiento, claro que también por ser mujer, tomó real dimensión del volumen inocultable del viejo.
Así que era cierto que don Brótola tenía lo suyo. Porque la fama también era de pijudo. Y que por eso tenía a todas las casadas en su catre.
Sin proponérselo agarró el calzón para sumergirlo en el agua, pero lo tomó desde el abultamiento, con toda la mano abierta, como si lo estuviera sopesando o calculando al boleo. Y se sorprendió al notar que esa deformación podía no entrar en toda su mano.
—¿Lo vas a remojar o no lo vas a remojar?
La Yésica se sobresaltó como si la hubieran agarrado haciendo algo malo, como cuando espiaba a los varones en las duchas del gimnasio del colegio. Por puro reflejo sumergió el calzón en la pileta, y lo hizo tan de bruta, pero tan de bruta, que se salpicó toda con el agua enjabonada.
—¡Don Brótola! ¡Mire lo que me hizo hacer!
La Yésica giró para ver al viejo que se asomaba desde la puerta del lavaderito. Se le había empapado la remera al frente, y se le había pegado al cuerpo, a la pancita apenas insinuada, a la cintura de muñequita, a los pechos redondos que ya comenzaban a llenarse. Las burbujas del jabón se reventaban una a una y la iban desnudando, trasluciéndole el corpiño rojo, rosado tras la tela mojada, marcando el relieve del corpiño sin lograr ocultar el relieve de los pezones.
Se sintió como sofocada la Yésica, a pesar del agua fría. Es que don Brótola no le despegaba los ojos de encima y aunque seguía sin decirle nada, por fin la miraba como la mujer que era, con hambre, con lujuria. Con la lujuria de la fama que ella le sabía.
Don Brótola se le acercó un poco sin sacarle la vista clavad sobre sus pechos.
—Qué linda te estás poniendo, Yesi… ¡Te estás pareciendo a tu mamá…!
La Yésica se quedó. Lo vio acercarse y se quedó. Lo vio taladrarla con los ojos y no movió un pelo, como si toda su impronta y decisión  se hubieran evaporado, como el aliento en invierno. Don Brótola se le puso al lado y le tocó suavemente el brazo, justo al lado de uno de sus pechos, sin dejar de mirarla. La mano bajó hasta la cintura, la mano sobre sus ancas, y el contacto con la calcita gris, tan ajustada, la despertó.
—¡Don Brótola, que ahora soy una mujer casada!
—En mi pieza tengo una remera seca para que te cambies. Si volvés a casa toda mojada tu marido se va a enojar.
Ahí se avispó la Yesi. Se olvidó por un segundo de la indecencia del viejo que se regodeaba como casualmente con su cinturita y se asomó por el ventanuco que daba al parquecito de atrás.
—¡Mi amor! –llamó al Joselito, que estaba dándole forma a un ligustro frondoso. Para asomarse necesitaba estirarse en puntas de pie, lo que la estilizaba un poco, la erguía, le paraba la cola y la dejaba regalada al manoseo ya medio asqueroso del viejo—. Cuando termines ahí, andá para la casa. No entrés acá que don Brótola está durmiendo y yo me mojé y ando medio desnuda.
El Joselito se acercó hasta la ventanita. Apenas se veían las caras y no mucho más. Don Brótola se corrió para un costado sin dejar de sobar las redondeces de la mocita, que se movía incómoda pero no decía nada.
—¿Y qué tiene? ¡Yo soy tu marido, ya te vi algunas veces desnuda!
—Hoy no. Después te agarra la calentura y te ponés pesado como un moscardón.
El Joselito frunció la jeta con desaliento. Otra noche sin que lo dejen hacer nada, con lo linda que se estaba poniendo la Yesi. Le habían dicho que las mujeres con el embarazo se ponían más serias, más madrazas, y por un lado lo celebraba, porque eso significaba que su mujer era más decente. Solo que desde que se habían enamorado lo habían hecho tan pocas veces que no pudo evitar desinflarse con un suspiro de desaliento.
Ni dijo nada, el Joselito. Así de resignado estaba. Igual aprovechó que la Yesi en un momento miró para el costado, como si hablara con alguien invisible, para espiarle los pechos por sobre el escote y conservar esa imagen para la noche, para cuando ella se durmiera.
El Joselito era buena persona, por eso la Yésica lo eligió como compañero de vida. Y también era obediente, lo que permitía a ella manejarlo más o menos fácil; no de mala, sino por él, para conseguirle un trabajo, como hacía un mes, o para que no se fatigue con los menesteres maritales, porque ella era muy exigente para algunas cosas.
Cuando la Yésica vio que su marido se volvió para seguir podando, giró hacia el viejo perverso:
—¡Don Brótola, no sea zafado, ¿quiere? ¡Que el Joselito no es ningún tonto! ¡Mire si lo ve metiéndome mano!
Don Brótola se recostó sobre el marco de la puerta, mirando con lascivia a la chiquilla, viéndola de una manera tan intensa que ella se sintió no ya desnuda, sino más: poseída por el viejo como una cosa descartable.
El agua de la remera empapada se le habría ido corriendo hacia abajo porque se sintió mojada en la entrepierna. Don Brótola se masajeó con impudicia el bulto formidable por sobre el calzón, que estiraba y aflojaba un volumen duro y de dimensiones que eran de no creer. La Yésica tragó saliva.
—Andá para mi pieza, andá...
No iba a ser lo único que tragara.



3.

Si le hubieran dado una legua de tierra por cada hembrita casoriada o comprometida que fue suya, hoy don Brótola sería un señor feudal. Tenía ahora a la hija de la Marta arriba suyo, con su vergaza entre los deditos, deleitándose, acariciándola y sobándola como embelesada… o como emputecida. La Yésica había resultado ser una putita como su cuerpo y mirada prometían. Se dio cuenta enseguida que la mocita tenía la experiencia de una mujer hecha y derecha, y se preguntó sonriendo si ese crío que cargaba en el vientre sería del Cuerno o de algún otro chango del pueblo.
—Ay, don Brótola… Qué pedazo que tiene acá… Qué pedazo, don Brótola… —La Yésica estaba como ida, mirando ese pedazo de brótola y llenándose las manos con la carne dura y rugosa del viejo.
Se acomodó la Yésica, que ya estaba en bombacha y corpiño. El viejo aprovechó para manosearla y elevarla un poco. La tomó de la cinturita con una mano y con la otra la manoseó las nalgotas, como a una puta, y en el mismo movimiento le corrió la tanguita para un costado. La Yésica se dejó hacer y ayudó, además, porque movió la pelvis para atrás primero, y se enganchó el vergón del viejo en la puerta de su conchita, que lo esperaba con un anhelo especial.
Don Brótola sintió en la punta de la cabecita la humedad y la calidez de la Yésica y su corazón se aceleró. Hacía mucho que no se comía una hembrita tan joven y tan pero tan buena. Se soslayó con la cintura, con los pechos, con esa carita de nena emputecida.
La mocita cerró los ojos y se dejó hacer, de a poco, clavándose el mástil del viejo, que tenía el ancho de una de las mamaderas que había traído el Joselito para el bebé.
—Ay, Dios mío… Ay, Dios mío… —suspiraba, muy religiosa.
Don Brótola se la fue clavando despacio y con lujuria, mientras le acariciaba suavemente la pancita embarazada a la mocosa.
—Yesi, estás tan linda así preñada del Joselito…
La Yésica no pudo responder. El aire se le iba a medida que la carne se le hundía más y más. Había sopesado esa pija con sus manos y sabía lo que se estaba comiendo, aunque una cosa era verlo y otra muy distinta sentirla adentro.
—Ay, don Brótola, no me va entrar…
—Te va a entrar, mi amor… Te va a entrar toda, todos los días…
A mitad de camino, la Yésica dejó de bajar y comenzó a subir, como queriendo acostumbrar su cuerpo a semejante pedazo de pija.
—Vas a hacer fondo blanco, Yesi…
—Sí, don Brótola, pero deje que me acostumbre…  La del Joselito no tiene ni punto de comparación con esto…
Y comenzó otra vez a bajar despacio, los ojos casi cerrados, los labios mordiéndose, jadeando como si fuera a parir.
—Pero entre la del Joselito y esto debés estar acostumbrada a otras cosas…
La Yésica cruzó la línea de la mitad de la verga y siguió bajando.
—Ay, don Brótola, no sea desubicado… uhhhh… Que soy una mujer casada y… mmm…. Respetuosa de mi marido… —dijo llegando abajo de todo, clavándose la verga de don Brótola hasta la base.
Estaba llena. Se sentía literalmente rellenada de verga. No quería sacársela de adentro nunca nunca.
El viejo se abandonó a los sentidos. Tenía ahora a la Yésica cabalgándolo sobre su vergota como una poseída, con un hambre y unas ganas como hacía rato no veía. La mocosa se tomaba el cabello recogiéndoselo en la nuca y arqueaba su cuerpo como una caña, metiendo la pancita para tomar aire. Lo miraba, entonces, sin respirar casi, con esos ojos de puta deseosa, y se dejaba caer ya con fuerza sobre su pija, remachándose contra él. Y seguía diciendo a cada rato:
—Ay, don Brótola… Qué pedazo de pija… Qué pedazo de pija…
Cada vez que bajaba, le halagaba la pija. Y largaba ese suspiro jadeado y con cansancio, el mismo que bufan los bueyes cuando van al matadero. La humedad de la chiquilla lo enguantaba al viejo de la cabeza hasta los huevos, y en el mundo de los vivos no podía haber una sensación más celestial. Miró entre asombrado y lujurioso la inverosímil cinturita de muñeca que ni la incipiente gravidez corrompía, y se tomó de allí, como para medir y creer esa cintura.
—¡Qué putita divina…! —suspiró don Brótola y empujó la cintura de ella con fuerza hacia abajo, mientras subía su propia pelvis.
—¡Ahhhhhh…!
—Sí, putita… Tomá pija, putita…
La Yésica como que se sofocó de jadeo. Casi que tosió de tanto deseo. Cerró los ojos y se sostuvo bien abajo, engarchada de verga hasta los huevos.
—Me va a dejar toda estirada, don Brótola…
—Date vuelta, chiquita… Quiero ver esa cinturita increíble subiendo y bajando con ese pedazo de culo que heredaste de tu madre.
La Yésica le regaló una sonrisa. Sabía que su espalda y cola volvían loco a cualquier hombre, y especialmente en la cama. Se salió con dificultad, la pija del viejo era muy gorda y ancha, y no se doblaba con nada. Sintió como un vacío cuando ya no la tuvo, como un repentino anhelo de carne, así que giró rápido sobre don Brótola para llenarse de pija enseguida. Se le puso de espaldas al viejo y ya nada más ponerse en posición se dio cuenta que el viejo deliraba de deseo. Se elevó un poco, tomó con su manito derecha la base del vergón y se lo acomodó en un puerteo ansioso.
—Ay, chiquita, te voy a dar verga hasta matarte…
La Yésica aflojó las piernas y se dejó enterrar cabeza, cuello, tronco y más, mucho más. Todo. Hasta la base. Hasta que la Yésica sintió los pelos del viejo rumiándole la cola.
—Ay, don Brótola…



4.

Esa noche la Yésica estaba como rara. El Joselito se había quedado recaliente con lo que pudo espiarle de las tetas y se le insinuó un poco, aunque sin éxito. Es que la pobre estaba agotada, con dolores en todo el cuerpo, pero con una sonrisa de satisfecha que no se le agriaba ni con vinagre, y ese brillo en los ojos que el Joselito no le adivinaba nunca.
Apenas llegó se metió en la ducha y luego salió a cenar con toda la familia, vestida muy liviana, como cuando era una nena: un camisolín cortísimo y nada más. Claro, ahora no era una nena, las tetas se le desbordaban por el escote y la bombachita, bastante enterrada entre las nalgas, se le dejaba ver con cada mínimo movimiento. El Joselito estuvo al palo ya desde antes de sentarse a comer hasta los postres, y abrigó esperanzas, vanas esperanzas, de que esa noche la Yesi le rindiera sus favores a su hombre.
En la cena, la madrona también notó algo raro. Mientras servía las batatas miró a su hija con ojo escrutador, y preguntó con desconfianza.
—¿Y a vos qué te pasa, nena? ¿Por qué tenés esas ojeras?
La  Yésica ni se mosqueó, y su padre fue a ponerle soda a su vaso de vino, haciéndose el que no escuchaba.
—Nada, má. Estoy muerta…. ¡Don Brótola me dejó de cama!
El chorro de soda estalló dentro del vaso, salpicando la mesa.
—¿Cómo que don Brótola te dejó de cama? —le preguntó el Joselito, sin dejar de espiarle el inicio de las tetas por el escote.
—Sí, me hizo hacer de todo —La madre la miró con el ceño fruncido, amonestándola—. Lavar, planchar…
—Entonces qué tendría que decir yo… —se metió el Joselito, que se sirvió un poco más de salsa para el pollo—. Me la pasé macheteando maleza toda la siesta… y no me dejaron entrar a la casa ni para tomar un sorbo de agua…
El padre miró a su hija con los ojos desorbitados. Luego a su mujer. Y por último volvió al Joselito.
—¿No pudiste entrar durante toda la tarde…?
—No, solamente no pude las dos horas de la siesta. La Yesi no quiso que despertara a don Brótola…
Al Joselito le pareció notar un dejo de preocupación en su suegro. Iba a preguntar pero la mamá de su mujer se apuró a servir lo que faltaba y comenzó a rezar una oración.
Antes de acostarse la Yésica se probó el conjuntito especial, el de encaje que había usado para la noche de bodas, y se miró al espejo de frente y de cola.
—Tengo que comprarme ropa nueva…
Al Joselito se le volvió a parar, o se le paró más, porque en realidad desde que su esposa saliera de la ducha con el camisolín tan sexy no se le había bajado nunca. La Yesi estaba cada día más linda y toda esa escena frente al espejo le dio expectativas de que quizá esa noche tuviera suerte. Por desgracia la Yésica se quitó el conjuntito y se lo cambió por uno de algodón de esos que usaba todos los días. Igual se le enterraba en el culazo, eso le alcanzaba al Joselito. Pero la Yésica no quiso por nada del mundo, le dolía todo el cuerpo de tanto darle al trabajo, y el Joselito terminó la noche corriéndole las sábanas a su mujer, cuando ella se durmió, para espiarle la cola, y con esa visión celestial hacerse una paja furiosa y en silencio.
El día siguiente fue una repetición. Fueron a trabajar a lo de don Brótola y otra vez a la hora de la siesta el Joselito se quedó afuera. Lo mismo el jueves y el viernes. Las noches también fueron iguales.
El sábado solo trabajaron a la mañana, así que el Joselito estuvo un poco más tranquilo. Y menos mal, el pobre muchacho se estaba poniendo amargo como el vino cuando se pica. No decía nada, pero eso de que durante dos, tres o ya cuatro horas la Yésica estuviera trabajando adentro y él afuera, sin tener permitido entrar, no le hacía ninguna gracia.
Su esposa le había explicado que el viejo se iba a dormir y no quería escuchar “ni el bolido de una mosca”. Era buenita, la Yesi; él confiaba en ella. Aunque no mucho en el viejo ladino. Él había notado también —porque no era ningún tonto, ¿eh?— que su mujer se iba bien decente a trabajar. Siempre una remera y unas calzas. Era cierto que las calzas le quedaban particularmente ajustadas, y le marcaban mucho el culo y muy especialmente adelante, porque con el embarazo había engordado un kilo. El Joselito nunca lo había notado, era como si la Yesi ahora se acomodara la calza de otra manera, lo que era imposible. La calza le ajustaba tanto adelante, pero tanto tanto, que el triangulito de ahí abajo —sí, el que era solo para él— se le marcaba como si lo tuviera dibujado, y se le formaba un abultamiento muy provocativo. ¡Era casi peor que si estuviera desnuda!
Al Joselito esto lo ponía tan nervioso que el jueves a la noche fue enérgico con su mujer. Ella le hizo caso a su hombre, al fin y al cabo era una mujer de costumbres tradicionales y esposa obediente, así que para que el viejo no le notara el abultamiento se depiló por completo, absolutamente todo, como dicen que hacen las mujeres de vida licenciosa en las películas para adultos, esas que ven los degenerados por la internet.
Sin embargo este sacrificio no tranquilizó al Joselito. Al contrario, lo dejó más nervioso que antes.
El sábado a la tarde, mientras descansaban, cayó a la casa una amiga de la madre de la Yésica con un bolso grande, de los de viaje. Traía ropa de Buenos Aires, para vender. Ropa interior, de esa linda como para la luna de miel. Así que las mujeres se fueron a uno de los cuartos y se pasaron allí toda la tarde.
El Joselito y su suegro se quedaron viendo un partido de futbol por la tele.
—¿Cómo anda el trabajo, Joselito? ¿Es buen patrón don Brótola?
—No sé… Mucho no lo veo…
—¡Mejor! Si es un cascarrabias…
—No me gusta nada el viejo ese… Cuando llega el sábado para pagar la semana, no me da la plata a mí. Se la da a la Yesi.
—¿Se la da a la Yesi?
—Sí. Toda. Se la da toda toda a la Yesi.
—Bueno, por un lado, mejor. La Yesi es como su madre: sabe cuidar la platita.
Cuando salieron las mujeres, el bolso estaba más flaco que un perro enfermo.
—¡Joselín, me gasté todo en un montón de ropa linda para estar con vos!
Al Joselito no le pareció tan bueno porque la Yesi se había liquidado hasta las monedas para la cuna. La Yesi le dijo que no se preocupara, que ella se iba a encargar de recuperarlos con don Brótola.
El Joselito se preocupó más.
Lo bueno fue que al menos ese sábado hubo compensación y al Joselito le tocó —por fin— descargarse como Dios manda, es decir, con su esposa y entre besos, y no robándole una paja al descuido de la noche, como había estado haciendo desde que trabajaban para don Brótola.



Para quienes no saben qué poner en los comentarios, pueden ayudarme respondiendo:
— ¿te gustan igual estos relatos donde hay poco sexo explícito y más ambientación y personajes? ¿o los preferís ultra porno?
— ¿te “motivó” este relato? ¿en qué parte o por qué? 

38 COMENTAR ACÁ:

Anónimo dijo...

Me gusto mucho, felicidades. Pero me gustan un poco mas porno. Gracias y espero otro pronto rebelde.

Mikel dijo...

Hola Rebelde, Me ha gustado mucho tu rlato, la ambientación es supermorbosa y sbes descrbir situaciones de una forma genial. El tema es novedoso (lo cual es increible por la cantidad de realtos que llevas). Enhorabuena. El momento cena en el q todos se dan cuanta de que le han puesto los cuernos a joselito me ha encantado.

Respondiendo a tu pregunta, a mi me gustan mas los relats un poco mas subidos de tono, con escenas un poco mas sexuales, pero este me ha gustado mucho tambien.

Gracias

Anónimo dijo...

Que tal amigo Rebelde siempre es un placer leerte, este relato me parecio fantastico en todos los aspectos, buena historia y mucho morbo!!
Pueded ser mas explicito como no, es que esta muy bien contado y creo que no es nesesario, pero si subes un poco el tono esta bien tambien.
Continua con esta historia por favor!
Genio!

VM
http://vikingomiron.blogspot.com/

Rebelde Buey dijo...

gracias MIKEL y VIKINGO.
veo q la la consigna "más x no" se hace presente.
originalmente estaba pensada para ser más porno esta historia, pero luego se ocnvirtió casi en un cuento serio, con lo cual me pareció que quedaba bien así.
VIKINGO: sí, la historia sigue en una segunda parte y ahí termina. (creo)

saludos, amigos!

PERVERT dijo...

Muy buen relato,simple y concreto, muy erotico, me encanto, sigue asi Rebelde

SALUDOS PERVERT

PD:Si una segunda parte por favor!

Pablo dijo...

Hombre, yo creo que lo idea es una combinación sabia y bien trabada entre descripción de pesonajes, hechos y situaciones y la pura actividad sexual (66/33 seria mi proporción ideal). Las dos cosas son caras de la misma moneda. Una prepara el terreno y la otra siembra.

A mi, personalmente, lo que más me gusta son los diàlogos. Los diàlogos bordes, con mala leche, con ingenio, con crueldad calculada, sin exageraciones ni exabruptos innecesarios.

Y también los saltos temporales. Esas elipsis on sabes que algo ha ocurrido, algo fuerte y turbador, pero que no te lo cuentan. Bien construídas, las elipses son un motor poderoso de fantasias eróticas.

Enfin, todas esas cosas que tu sabes hacer tan bien.

Saludos.

Rebelde Buey dijo...

PERVERT:
gracias, pervert. este relato sigue un poquito más, y me imagino que va a ser en la misma línea, es decir con poquito sexo explícito. veremos cómo sale.

PABLO:
muy interesante eso que comentás de las elipsis. es cierto. yo he usado esa herramienta poco, y más que nada para ahorrar tiempo/espacio en el relato. pero pocas veces como motor de morbo.
pero es cierto que bien usado queda bueno, porque el salto temporal puede dar por hecho un montón de cosas: incremento en las actividades de algunos, resignación de otros, cambio de status o reformulación del status.
muy interesante tu comentario, pablo. voy a tenerlo más en cuenta!

Anónimo dijo...

Devan (desloguado):

Rebelde, la verdad, muy bueno, me sacaste de los lugares "habituales" y lograste que me enganchara, buena ambientación, morbo, tal vez un poco mas de sexo, pero no tanto, pero si podes subir un poquito el morbo y no se, la humillación, pero creo que ahí entonces se empezarían a parecer a los otros, mejor no!!
Un abrazo

Juanjo dijo...

La verdad muy contento con el regreso creo que fui uno de los que te insistió en que sigas con estos relatos. Adelante sos lo más escribiendo.

Anónimo dijo...

me gusto la tensión como va subiendo, la historia en si es muy morbosa, pero me hubiese gustado un poco mas de sexo explicito
igual cumplió su cometido con creces, es entretenida, y esta muy bien escrita!
gabriel

Anónimo dijo...

muy bueno

Anónimo dijo...

Excelente relato, como es tu costumbre. Talvez, coincido con algunos comentarios, un poquito "light". Pero en líneas generales mantiene el morbo.

Saludos y felicitaciones.

Anónimo dijo...

Muy bueno,
Como siempre, te superas, aunque creo que un poquito más de sexo no estaría mal.

Rebelde Buey dijo...

DEVAN:
-claro, es todo un tema el de manejar los "ingredientes" para que unos textos no se parezcan a otros. también está bueno salirse del molde cada tanto para mantener a los lectores sin saber con qué me voy a venir jajaja!!

GABRIEL:
gracias, gabriel. me alegra que te haya gustado a pesar del poco sexo. ésta miniserie es así, para des parecerse a otras: con poco sexo (igual le voy a subir un poquito, jejeje).

JUANJO:
gracias, juanjo. sí, la verdad es que los lectores que expresaron que siga escribiendo fueron los que mantuvieron la llamita de mantener este blog abierto y ver cómo y cuándo volvía a crear más material. muchas gracias a vos y a todos los que quisieron que siga :D

Anónimo dijo...

Fel 100: me copan tus relatos Rebelde Ja ja no habia leido este... muy bueno lo que es la historia como me gustaria que brotola y la yesi lo hagan en presencia del joselito creo que aumenta mas el morbo pero la verdad fue exelente y en cuanto a esta yesi... si que tenia lo P-U-t-a bien adentro... mañana leo el segundo Man je je

sheridan1000 dijo...

muy buena

Anónimo dijo...

exelente relato especial para los perversos polimorfos de estas paginas

Unknown dijo...

Me encanta que Yesi sea tan puta. Nosotras sabemos que cuando el esposo está loco por nuestra colita y actuamos como lo que soos, putitas, lo tenemos dominado. Qué morbo me da Don Brótola: es el tipo de macha alfa dominante que tanto me gusta. Querido Rebelde, deseo leer la tercera parte, ¿puedes enviarla a mi correo?
Besitos. Jessica Molina.

Anónimo dijo...

El relato tiene esa cosa divina de las viejas peliculas tanas de cuernos y embrollos de cama, esas lindas comedias de Ugo Tognazzi o Lando Buzzanca , con clima bien de pueblo...A mi me motiva MUCHO la mujer corneadora, malita ,turra..cuano mas mosquita muerta mejor!!!!

carlos nava

carlosnava57@hotmail.com

Divina Harris dijo...

a mi me gustan asi, cuianto mas creibles, mas calientes, mucho mejor
divharris

Anónimo dijo...

Me gusta mucho este estilo de los cuernos. Estoy preparando unos talquies que espero poner muy pronto en la red. Amigo rebelde, mis respetos de verdad, esta historia es muy morbosa y muy excitante, me gustó un mundo.

Happy Bull
kzdor88@hotmail.com

Anónimo dijo...

Muy ueno Rebelde..
vava@no-spam.ws

Anónimo dijo...

Es el mejor relato de morbo que he leido!! por favor... como buen cornudo sumiso quiero recibirlo!!

fegagal@yahoo.com.ar

Anónimo dijo...

Un excelente relato, me prendio rapido y se ve que se viene mucho morbo. Felicitaciones!

michino99@yahoo.com

popelle dijo...

Excelente relato. super morboso. espero mas continuaciones.

culebramc@gmil.com

Anónimo dijo...

como envidio al Joselito! mi mujer necesita ser humillada asi...y yo tambien, jejejej-siga asi nomas!
JAVIER
elprofejavier2012@hotmail.com

Anónimo dijo...

excelente, ya quiero leer la 3ra y cuarta parte pasalo a mi correo

latin dijo...

mandame el 3ro esta increible, los primeros 2

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

3exelente me a gustado un monton, pasalo a mi correo la segunda, tercera y la cuarta parte, gracias
leifryta@hotmail.com

Anónimo dijo...

Unico chabon manejas cada detalle como el mejor, espero la cuarta parte, te dejo mi correo.

dam.ez90@hotmail.com

Unknown dijo...

Genial relato. Muero por leer la tercera parte completa.
despiertohyde@gmail.com
Gracias!

Anónimo dijo...

Me encanto el relato, tiene un fino morbo , mas que si fuera explicito , motiva mucho, me encanto la parte de la cena donde ella dice me dejo de cama , y toda la familia se da cuenta , también la compra de ropa interior, que sin dudas es para lucir con don brotola . Indefinido

huecar dijo...

Excelente relato, espero que lo ccontinues.

huecar1@hotmail.com

Jovan dijo...

Esta sderie solo la empece a leer por tu punlicidad a eramos tan pobres 4 nunca me intereso pero ahora al leerlo veo que es una gran serie al igual que todas las que tienes aqui, cada ves me impresionas mas salu2

Juan dijo...

Fantastica serie , me encanta como la Yesi hace de su marido un excelente y sumiso cornudo como fue anteriormente su suegro.

kasado47@hotmail.es

Anónimo dijo...

Buenisimo, me encantaria leerlo entero. mandas la terdera parte?

Gracias

cacafuti85@gmail.com

Anónimo dijo...

Me encanta como se viste de zorra para el viejo, y como la madre se lo tiró tambien. Espero leer la tercera parte completa. Un saludo.

cacafuti85@gmail.com

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