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sábado, 15 de septiembre de 2007

Semana Negra


SEMANA NEGRA
CORRECCIÓN 2.1 - 12/09/2019

Por Rebelde Buey


PARTE UNO

1.

Una serie de hechos fortuitos pusieron luz sobre una situación oscura que mi novia Fernanda mantenía oculta. Algo así como una doble vida.
Mi novia era maestra jardinera. Dulce, amorosa, le encantaban los chicos y era de esas personas solidarias que ayudan al otro sin esperar nada a cambio y sin especulaciones. Físicamente era una rubiecita de facciones exquisitas y cuerpo menudo pero muy bien formado. Una cola bárbara y unos pechos medianos y bien paraditos.
El jardín de infantes donde trabajaba quedaba en Caballito, sobre una calle tranquila y poco ruidosa. La pasaba a buscar lunes y jueves e íbamos al cine, a cenar, o a lo que fuera.
Yo, por otra parte, me desempeñaba en el departamento comercial de una empresa de productos de consumo masivo. Cada producto tenía su propia página web y el encargado de supervisarlas y mantener el feed back con el diseñador era mi amigo y compañero de oficina Rodrigo.
Rodrigo vivía online y conectado con Martín, el diseñador y programador free lance que hacía todas las páginas, un chico de unos 28 años, amable y educado, que visitaba la oficina una o dos veces por mes para cobrar y charlar cuestiones de las páginas que requerían más que unas simples instrucciones por mensaje.
Aquel jueves mi amigo Rodrigo debía llevarle unos DVDs cargados de información a Martín, a su casa, pero a último momento le había surgido un problema familiar y no iba a poder cumplir. Me ofrecí a llevarlo yo. Por un lado, porque Martín vivía en Caballito y debía ir allí de todos modos para ir a buscar a mi novia; y por otro, porque así salía del trabajo casi a media jornada.
Cuando llegué a lo de Martín festejé de mi buena fortuna: el diseñador web vivía pegado a una vieja panadería en ruinas de la esquina. La misma esquina a la que también estaba pegado, pero del otro lado, sobre la otra calle, el jardín de infantes donde trabajaba mi novia. Me alegré. Ni tendría que caminar para pasar a buscarla.
Martín bajó a abrirme y sonrió al reconocerme.
—Hola —me saludó. Y su expresión exageró histriónicamente una duda—. ¿Tu nombre eraaa...?
—Danilo —dije, y pasé.
Me llevó a su departamento, en el contrafrente del segundo piso. Fuimos directamente a una habitación que era de hecho su estudio. Dos computadoras de mesa, una notebook y montones de DVDs y libros de programación. Metió sin más en una de las PCs el primer DVD que le llevé.
—Son seis discos —dijo con cierta preocupación—. Esto va a tardar un rato, tengo que revisar archivo por archivo...
—Sí, ya sé —me apresuré a tranquilizarlo—. Por eso Rodrigo me mandó tan temprano. Me dijo que te tengo que esperar un par de horas.
Martín tomó un cuaderno y una birome y los puso al lado del teclado. El silencio de la tarde sólo era interrumpido por el rumor de la máquina y unos lejanos llantos de bebé.
—¿Querés algo fresco? En la cocina hay Coca o agua...
—Ah, gracias... Estoy muerto de sed...
—La segunda puerta —me indicó.
La cocina estaba cerrada. Cuando abrí la puerta, el sonido de los llantos se transformó en algo ruidoso y molesto. Una voz de mujer procuraba calmar al bebé. Reí para mis adentros. El contrafrente del edificio daba al contrafrente del jardín de mi novia. Demoré unos segundos en servirme la Coca para ver si en algún momento escuchaba la voz de Fernanda. No tuve suerte pero volví extrañamente contento al estudio de Martín.
—¡Qué quilombo hacen los pendejos ésos! —dije riendo.
—Son del jardín de acá a la vuelta —me aclaró—. Te rompe las bolas al principio pero después te acostumbrás...
Martín revisaba los archivos y anotaba cosas crípticas en su cuaderno. Iba a decirle que ya sabía, que mi novia trabaja allí, cuando me ganó de mano:
—Igual, ya se corta —Miró su reloj—. En cinco minutos los ponen a dormir la siesta y empieza el show.
Martín me miró con expresión de inequívoca picardía. Yo me quedé en silencio y una alarma se prendió en mi interior. No me atreví a decir nada pero mi rostro debió ser muy elocuente.
—Mientras los pendejos duermen las maestras se ponen a charlar. Creo que mientras almuerzan... O por ahí se ponen a tomar sol, no sé. De acá no se ve qué hacen... pero se escucha todo lo que dicen.
Martín puteó de pronto contra algún archivo y volvió a anotar sobre el papel con un resoplo de frustración.
—¿Pero cómo show? ¿Qué querés decir con show?
Mi preocupación habría sido evidente si Martín hubiese sabido que mi propia novia trabajaba allí. Pero solo lo tomó como ansiedad.
—Se cuentan las aventuras del fin de semana... Bah, de mitad de semana, en realidad...
Tosí secamente. Me había atragantado con aquellas palabras.
—¿Qué aventuras? No entiendo...
—¡Aventuras, man! —me dijo como si yo fuese un marciano—. Las trampas de la semana se las cuentan en el almuerzo... Como hacemos nosotros.
Sentí que mis piernas perdían firmeza y un ligero calor invadió mi cuerpo: Fernanda salía todos los miércoles a la noche con sus amigas y una o dos veces más por semana no nos veíamos porque siempre tenía algo que hacer.
Desde su indiferente ignorancia, Martín me indicó:
—En cinco minutos vas a ver de lo que te estoy hablando... Hoy es jueves, el mejor día... Las trolas zafaron ayer de los novios y hoy se cuentan cómo se las garchó alguno nuevo...
—Pe... ¿Qué...? ¿Cómo...? —Sacudí mi cabeza con incredulidad. Mi novia no podía ser una de las que él hablaba. Yo la conocía bien. Era imposible—. ¿Cómo sabés que va a pasar eso?
Martín me miró con una simpleza tal que hizo que me sintiera un tonto.
—Porque es jueves.



2.

Ya se habían acallado los llantos de los últimos chicos y un silencio premonitorio reptaba en la tarde primaveral.
—¿Y si no salen? —Yo me refería a qué pasaba si las chicas no salían al patio. Si se quedaban adentro.
—Si el día está lindo como hoy, salen. Los únicos días muertos son los de lluvia o mucho frío.
Inmediatamente se escuchó un rumor de voces femeninas y alguna silla acomodándose, y en menos de un minuto estaban todas hablando animadamente, tal cual lo había adelantado Martín. Reconocí sin dificultad la voz de Fernanda y automáticamente mi estómago se petrificó. Temía que dijera algo inapropiado, o que mi cómplice en el fisgoneo se destapara conque "ésa que habla es la más puta de todas". Nada de esto sucedió. De hecho, por un buen momento la cosa estuvo muy aburrida. Hablaron de los chiquitos, de ropa, y hasta del novio de una de ellas.
—Me voy a seguir con el laburo —dijo Martín abandonando la cocina donde fuimos a escuchar a las chicas—. A veces pasa. Vos avisame si la charla se pone caliente.
Por dentro yo rogaba que eso no sucediera nunca. Abrigaba la esperanza de que todo fuese solo un producto de la mente exagerada de Martín, que en verdad fuera nada más que una chica la que contara cosas, o que lo que ventilaran no fuese tan grosero como se anunciaba.
Pero no. Unos momentos después la conversación giró bruscamente de tema.
—¿Al final cómo te fue con el del gimnasio...? ¿Cómo se llamaba...?
Respiré aliviado. Fernanda no iba a ningún gimnasio.
—Lucas —dijo una. Y agregó con exagerado entusiasmo—: ¡Espectacular! —Un par de chicas rieron y fue extrañísimo reconocer a mi novia en una de esas carcajadas—. Me dio vueltas como una hora hasta que al final me arrinconó contra una pared y me comió la boca. Después me llevó a un cuartito y me dio con todo.
Le llovieron una docena de preguntas. Más risas. Exclamaciones. Para hacerla corta, a la niña le habían dado para que tenga, y ya habían arreglado para verse al otro día. La chica en cuestión tenía un novio que la estaba esperando en otro lado y quien luego se quejaría de su llegada tarde. Me pregunté cuánto más se quejaría si supiera que, además de tarde, su novia también llegaba cogida. Luego otra de las chicas comentó sus hazañas de la noche anterior en una disco gay y casi enseguida tomó la posta mi novia.
Yo quedé azorado, confundido, histérico, al borde del infarto. Estaba escuchando la voz de mi dulce e inocente novia contar cómo el día anterior me había inventado que iría a pasar la noche a lo de una prima cuando en realidad se había juntado con unas amigas y habían ido a bailar y ver si levantaban algo para esa noche. No daba crédito a mis oídos. Me sentía, de hecho, más fascinado por la revelación que furioso.
—Fuimos a La Diosa —comentó Fernanda—. Al principio medio embole, pero después una de las chicas se puso a hablar con unos brasileros y pintó una onda buenísima.
—¡Te dije que me avisaras, ché! —la palmada de Martín sobre mi hombro casi me mata del susto. Martín se dio cuenta y se echó a reír.
—Disculpame —le dije—. No me di cuenta.
—Sí, todo bien, ya sé. Pasa... Es como que te abstraés...
Se acercó a la ventana para escuchar mejor. Mi novia seguía con su relato.
—Uno de los negros me empezó a mirar "mal" [con intensidad] y sonreír, y empezó a hablarme. A los cinco minutos estábamos matándonos en los reservados.
—¿Es la más puta? —pregunté con temor.
—No. La más puta es una que se llama Karina. Pero ésta viene con una historia nueva todos los días... Encima tiene novio. Bah, creo que todas tienen novio.
—Sí —le confirmé casi automáticamente. No tanto por lo que había escuchado sino porque yo las conocía de haberlas cruzado muchas veces y porque Fer me contaba sobre ellas. Sonreí para mí. La tal Karina era, de todas, la que parecía más boluda.
Las risas y la histeria provocada por el brasilero y mi novia en el reservado del boliche me sacaron de mis pensamientos. Casi todas las preguntas apuntaban a si era verdad lo del tamaño de los negros.
—No sé todos los negros —dijo mi amorcito—. Pero a éste lo manoteé en el reservado y la tenía enorme. —Más risas y muestras de admiración—. Y después en el hotel... ahhh... No les puedo contar todo lo que tenía, jajaja.
No aguanté un segundo más y me fui al baño. Tuve súbitas ganas de orinar. De lavarme la cara. De no estar allí. De que aquello no sucediera. Pero cuando me costó sacar la pija del pantalón me di cuenta también que estaba al palo. Tuve bronca de que no me diera bronca. Mi novia había pasado la noche con un brasilero pijudo y estaba contándoselo a todo el mundo, y en vez de un ataque de furia estaba excitado. ¿Estaría yo enloqueciendo?
Esperé unos segundos pero la pija no se me bajaba. No podía orinar y además la ansiedad me estaba matando. Apreté el botón del depósito para justificar mi visita al baño y me apresuré a volver a la cocina.
—¿Sigue?
—Seee... —me sonrió Martín—. ¡Parece que el negro se la garchó como un hijo de puta!
El relato de mi novia ya tenía lugar en un hotel. No se cansaba de repetir lo asombroso del tamaño y lo bien que usaba su instrumento y lo mucho que la llenaba esa pija y...
—Hacía rato que no me comía algo tan grande —concluyó para sus amigas—. Y la verdad, se nota...
Yo seguía de sorpresa en sorpresa. ¿"Hacía rato"? ¿Cuánto haría que la buenita de Fernanda se comportaba como una puta en celo? Tuve que preguntarlo.
—Ésta que habla... ¿Hace mucho que...? —no sabía cómo seguir la frase. Me hubiera gustado decir: "¿Hace mucho que esta hija de re mil putas me mete los cuernos?" Pero dije—: ¿Hace mucho que cuenta estas cosas...?
—No sé —me respondió Martín, sorprendido por mi pregunta—. Desde siempre, creo... Qué se yo, no me fijé...
Mi novia ahora comparaba la pija del negro con la de otros amantes. Era más grande que la del que se había levantado el miércoles anterior. Y más que el de uno aparentemente famoso de un mes atrás. También se la había cogido mejor que el profesor de salsa. Eso despertó sorpresa en el grupo de amigas y estupor en mí.
—¿Mejor que Emiliano? —preguntó incrédula Karina.
Emiliano era el profesor de salsa. Ella iba a sus clases para aprender, relajarse y divertirse. Yo siempre había estado de acuerdo en que vaya. De hecho, la pasaba a buscar todos los lunes a la noche. Me sentí un poco indignado y sorpresivamente excitado. ¿Cada vez que salía de las clases y me abrazaba enamorada estaría recién cogida? Yo conocía al profesor. Lo había visto muchísimos lunes durante más de un año y en un par de cumpleaños de compañeras de baile de Fer. El tal Emiliano era un atorrante de primera línea. Seductor, ganador, mujeriego y desfachatado.
—¿Quién es ese Emiliano? —pregunté a Martín haciéndome el boludo.
—No sé. Uno que se la garcha todos los lunes. Hizo cada cosa con ese chabón...
—¿Las conocés a estas minas?
—Sí. No... Bah, vi a algunas en la puerta del jardín, pero no ubico quién es quién...
Respiré aliviado. Aunque en ese momento me asaltó una preocupación: ¿Y si un día Martín me viera con Fernanda a la salida del jardín? Otra cosa que me sorprendió aún más que todo: A pesar de lo que estaba escuchando de boca de mi propia novia, ni siquiera había pasado por mi mente la posibilidad de dejarla. ¿Entonces qué iba hacer, yo? ¿Simular que no sabía nada? Sonaba imposible. La noticia era demasiado fuerte para suponer que mi relación con Fernanda fuera a seguir como si nada.
Mi novia terminó de contar cómo se la había garchado el negro y comentó que habían intercambiado teléfonos para repetir la cogida. El problema, aparentemente, era que el negro se volvía para Brasil en diez días.
—¡Uy! —dijo una—. No vas a poder cogértelo mucho, entonces...
—¡Qué no! ¡Estos diez días los vamos a aprovechar como locos!
—¿Pero y tu novio?
—Algo le voy a inventar. No puedo perderme la pija del negro por los dos minutos que me da Dani.
Enrojecí en silencio y agradecí a mis padres que me dieran un nombre que, abreviado, se podía confundir con Daniel. Por otro lado, si bien lo de los dos minutos era exagerado, yo sabía que la frase guardaba algo de verdad.
—En el fondo —bromeó ella en una carcajada— él debería entender que yo no puedo perderme ésto... y debería permitírmelo...
Interiormente le di la razón. Pero, ¿y Emiliano? ¿Y los machos que se levantaba todas las semanas? ¿Con ellos también debería entender? Supe entonces, en ese preciso momento, que mi lugar con ella, mi lugar en la pareja, mi lugar en el mundo, cambiaría radicalmente.



3.

Justo a la hora en que terminaba su jornada en el jardín llamé a Fernanda a su celular. Le dije que no llegaba, que si se podía acercar a un bar que había a diez cuadras. Yo me había alejado del barrio para evitar un encuentro casual con Martín. ¿Pero qué haría a partir de ahora? ¿Inventar una excusa todos los días para no pasarla a buscar nunca jamás? Era ridículo. La cabeza me explotaba. Realmente nunca imaginé que una persona pudiera pensar tantas cosas al mismo tiempo. Tenía que hacer algo pero no sabía qué. Además, quería formularle miles de preguntas. Pero eso implicaba decirle que yo sabía de su doble vida, y no estaba seguro de querer hacerlo. En principio, porque no tenía idea de cuál iba a ser su reacción. Aún cuando la que estuviera en falta era ella, la nueva Fernanda me resultaba una persona desconcertante. ¿Me amaría? Yo había dando por descontado que sí. Pero ahora sabía que podía ser una gran mentira y ya no estaba seguro de nada. Llegar a esta pregunta me oprimió. Y toda mi realidad, mi vida, mi día a día y, por supuesto, mis planes a futuro, se transformaron al instante en un castillito de naipes a punto de caer.
—Mi amor, ¿qué te pasa?
Levanté la vista y vi a Fernanda acercándose a mi mesa con cierto aire de preocupación. Yo estaría luciendo un rostro trágico.
—¿Eh? Hola... —sonreí por compromiso—. Nada, problemas en el laburo...
La miré mientras me besaba brevemente y se sentaba. Llevaba una remera blanca corta, luciendo su pancita exquisita y unas calzas azules, sobrias, que le dibujaban la increíble cola que tenía.
—¿Tan grave es, amor...? Tenés una cara que...
—Fer —le dije en un impulso—. ¿Me querés?
Mi novia se sorprendió.
—Sí, mi amor. ¿Cómo no te voy a querer...?
—No, no me refiero a que si me querés —Yo estaba sudando igual que si tuviera fiebre. Mi corazón latía acelerado—. Me refiero a que si me querés en serio. A que si te sacrificarías por mí. Si te casarías conmigo, tendrías hijos, todo eso...
—Mi amor, ¿qué pasa? —Fernanda se asustó. Me tomó de la mano y se me acercó sinceramente preocupada—. Claro que quiero todo eso... Ya lo hablamos. Te amo con todo...
—No pasa nada —la calmé—. Pero... y si me quiero casar ahora mismo y te dijera que tenemos que irnos del país por mi laburo, ¿qué decís?
Mi novia se extrañó aún más. Se tomó un par de segundos para responder.
—Preferiría esperar al menos un año más, como habíamos hablado, pero bueno, si las cosas se dan así... Nos casamos ahora... Aunque sería un quilombo organizar todo tan rápido.
Una bocanada de alivio inundó mi alma. De prono me sentí revivir.
—Decime qué pasa porque me estás asustando. Hablás como si te fueras a morir mañana...
—No, no, no... Perdoname —la tranquilicé en seguida—. Nada malo, no te preocupes... Es que tuve un día muy particular y no sé... me siento muy inseguro.
—Mi amor... —me dijo llena de ternura y tomándome el rostro con ambas manos—. Sos el hombre de mi vida, Dani. Te amo con locura y quiero estar con vos hasta hacerme viejita... —Me llenó de dulces besitos—. Salvo en la cama. Ahí podrías dejarme estar con otros —terminó riendo del chiste.
Ésta era una broma relativamente habitual entre nosotros. No era un tema taboo que yo no era un gran amante. Ella me lo había dicho con tacto pero gran honestidad una noche que se lo había preguntado luego de una pésima performance mía. Sin embargo, ella siempre me consolaba y animaba diciéndome que en realidad no era tan importante, que a ella eso no le preocupaba y que el amor entre nosotros era lo único que valía. Con el tiempo, quizá para desdramatizar el tema, ella bromeaba cada tanto con la necesidad de dejar en manos de otros el trabajo que yo mismo no podía hacer bien. Ahora me daba cuenta que no solo era una broma. Era su propia forma de liberar el stress que le causaría mentirme y engañarme.
A mi pesar (quizá por el alivio de saberme amado o por los nervios de toda la situación) festejé el chiste con ella y la abracé, liberando toda mi angustia con su cuerpo. Supongo que intuyó que había algo más. Pero no dijo nada. Charlamos luego de trivialidades cuando a los cinco minutos el celular de ella sonó con un mensaje. Por su expresión supe que era el negro. Su rostro era una mezcla de sorpresa, deseo, expectación, incomodidad por mi cercanía y excitación en aumento.
Aunque aún no había decidido qué hacer con todo esto, decidí jugar un poco a costas de ella.
—¿De quién era el mensaje? —pregunté en la forma más casual que pude.
Fernanda se sobresaltó y fue casi cómico ver cómo trataba de ocultar su sorpresa. Yo jamás preguntaba nada cuando sonaba el celular.
—Mi amor, estás raro hoy. Muy raro. Decime qué te pasa.
—Nada, ya te dije... Un mal día... Un pésimo día.
—Voy al baño y cuando vuelvo me contás.
Pasé por alto el evidente hecho de que no me había respondido y la vi tomar su celular y encaminarse al toillete.
Cuando volvió, su rostro era otro. Tenía un brillo en los ojos que, ahora me daba cuenta, era el mismo que le había visto tantas veces y yo nunca me explicaba.
—Mi amor —me dijo—. ¿No te enojás si hoy no vamos al cine...? Una amiga necesita ayuda con unos exámenes que tiene que dar en unos días...
—Pero... ¿Tiene que ser ahora? —Se me disparó una idea muy loca—. ¿No pueden estudiar más tarde? Vamos al cine y a cenar y después te vas con tu amiga. —La miré a los ojos tratando de no perderme ni la más mínima expresión cuando dije aquello—: Así podés estar con tu amiga dándole al estudio toda la noche.
Sus ojos se agrandaron y cobraron una vida que yo no había visto jamás. No pudo evitar sonreír con lascivia y por un segundo un ramalazo de deseo cruzó su rostro.
—¡Mi amor, sos un genio! —me dijo llena de felicidad y me estampó un jugoso beso en la boca.
Con la excusa de que no tenía señal en el bar fue a hablar a la calle y nada más ver su postura corporal era evidente que no hablaba con una amiga sino un hombre a quien estaba seduciendo.



4.

Volvió y fuimos al cine. No pude disfrutar de la película, mi cabeza estaba en otra cosa. Imagino que ella estaría igual. En la cena le inventé un problema laboral que más o menos justificaba mi forma rara de actuar. Comimos rápido. Por razones distintas y sin que el tema estuviera sobre la mesa, ambos queríamos que nuestro encuentro terminara lo antes posible. Vaya ironía.
Sólo para molestarla y ver cómo zafaba, me ofrecí a acompañarla en taxi hasta la casa de su amiga. Se puso muy nerviosa y sin palabras que decir.
—Yo... emmm... no sé... —Se dio cuenta que no podía decirme que no. Dijo—: Sí, claro.
Pero era evidente que estaba haciendo cuentas para ver qué inventaba. La liberé de la tortura. No quería arruinarle la noche, sólo divertirme un segundo.
—Aunque mejor me voy directo a casa —propuse—. ¿No te enojás? No me siento muy bien y sería mejor acostarme temprano.
Vi el alivio en todo su cuerpo.
—Como quieras —me dijo dudando—. Si te sentís mal te puedo acompañar a tu casa y después me voy a lo de Ceci —su amiga—.
Tuve que reprimir una sonrisa. Fernanda quería asegurarse de que yo me fuera a dormir.
—No, no hace falta. Andá a hacer lo tuyo.
Fuimos a una parada de taxis y nos despedimos con un dulce y muy sentido beso.
—Gracias por ser tan comprensivo, mi amor —me dijo. Juro que parecía que se refería a todo lo que yo estaba haciendo por comprenderla.
Se subió al taxi y fue al encuentro con su amante.
Por supuesto, yo tomé el taxi de atrás y la seguí. Entró a un hotel tres estrellas del centro. Yo esperé un par de minutos y también ingresé.
Encaré al empleado que atendía en el mostrador.
—Necesito saber a qué habitación fue la rubia que acaba de entrar.
El muchacho cambió la sonrisa aprendida en el curso de hotelería por una expresión fiera. Se puso totalmente a la defensiva.
—No, no, no, no, nooo... Un momento, acá no queremos problemas con nuestros huéspedes.
—No soy un marido celoso, si eso te preocupa —traté de calmarlo—. Soy empleado de una agencia de detectives. Sólo tengo que verificar datos. El quilombo se lo va a hacer el marido a ella el día que le pasemos la carpeta y le haga el juicio de divorcio.
—Igual, no quiero líos...
—Mirá, es simple —puse un billete de 500 pesos sobre el mostrador—. Te ganás cinco gambas, me das la habitación de al lado y nadie se entera de nada... O hago guardia afuera hasta que salga la rubia, armo un quilombo tan grande que van a venir hasta los de Crónica TV, y vas a tener que explicarle ese bardo a tu jefe... además de que te perdés las cinco gambitas...
Lo de los quinientos pesos y el miedo a la televisión resolvieron el asunto.
—Te doy la 306. Está pegada. Pero la tenés que pagar con tarjeta. Si llegás a armar lío te hago mierda la tarjeta y llamo a la “3” —se refería a la Comisaría Número 3, de la Policía— para que te demoren 24 horas.
Le di la tarjeta y mi documento, que no me había pedido, para tranquilizarlo.
—No te preocupes, esto es un negocio. Vos te ganás tu guita y yo sumo puntos con mi jefe.



5.

Una vez en la 306 pensé que el conserje me había cagado y mandado a cualquier lado. No se escuchaba nada en la habitación de al lado y no porque las paredes fueran precisamente gruesas. Ni cogida, ni charla, ni nada. Luego supe que estaban en los juegos preliminares. Habrían charlado algo mientras yo me registraba y ahora estarían en la previa.
Como a los quince o veinte minutos comenzaron las acciones más sonoras. De a poco los jadeos de Fernanda se iban haciendo más fuertes y pronto era notorio y evidente que en la habitación de al lado estaban cogiendo como animales.
La cama de ellos estaba pegada a la pared de mi habitación en donde se apoyaba un mueblecito y un televisor. Retiré ambas cosas a un costado y me pegué a la pared para escuchar mejor. Los jadeos que le provocaba el negro a mi novia eran muy fuertes. Jamás en la vida yo la había hecho jadear así. Esto me generó celos y excitación al mismo tiempo. La oreja pegada a la pared aumentaba el volumen pero hacía los sonidos más graves, mezclándolos, ensuciándolos. Lo mejor era estar casi pegado. Sin embargo, aún cuando era excitante, me perdía todos los detalles, sólo tenía un panorama general de lo que estaba sucediendo. Cuando el negro comenzó a bombear más violentamente mi novia arrancó a gritar de placer y la pared que unía las dos habitaciones latió con cada sacudida del negro.
Todo esto me disparó la primera de una larga lista de pajas.
No sé si acabé con ellos. Si no fue así, al menos fue cercano al evidente polvo de mi novia. Me di cuenta en ese gemido auténtico y desgarrador de todo lo que la estaba privando. Yo jamás había llegado a provocarle ni una pequeña parte de lo que acababa de escuchar. Me sentí inútil y culpable. Pero en seguida cambié el ánimo al darme cuenta que en realidad no la estaba privando de nada; ella tomaba todo por su cuenta.
Esto me ponía en una situación difícil de establecer. ¿Cogía con otros porque yo no la satisfacía? ¿O yo no la satisfacía porque cogía con otros? Es decir: ella se conformaba con mi pobre performance porque cubría sus necesidades en otro lado, pero esa condescendencia hacia mí conspiraba contra mi evolución en el campo sexual.
Parecía un círculo vicioso. Aunque el único que perdía era yo. ¿Pero estaba perdiendo? Me pregunté esto mientras me limpiaba el semen de mi mano y mi pija con papel higiénico. No había forma de negarlo: acababa de tener el orgasmo más intenso y espectacular de los últimos tiempos, sólo comparable con los primeros que había tenido con Fernanda, al principio de nuestro noviazgo.
Los primeros, sí. Cuando aún no sabía que me la cogía tan mal. Había sido durísimo tomar conciencia de ello. Desde ese día, quizá por culpa, quizá para emparejar las cosas con ella, comencé a gozar menos intensamente. Con este orgasmo caí en la cuenta de cuánto goce había yo también dejado en el camino para estar a tono con el pobre goce que le proveía a ella.
Entonces vi lo que estaba sucediendo allí. Me llegó como si un mazazo de sabiduría me hubiese golpeado en la cabeza: Acabábamos de tener, ella y yo, por primera vez juntos, un orgasmo intenso, erótico, lleno de calentura. Un orgasmo verdadero como no habíamos tenido en una cama jamás. Y entendí por qué hasta ahora no me había enojado.
Sin ninguna intención manifiesta, inconscientemente, estiré mis dedos y acaricié la pared en la que ahora estaría respaldada mi novia, recuperando el pulso entre jadeos de agitación.



6.

A la mañana siguiente bajé al lobby del hotel y contraté mi habitación por diez días más. Siempre con la tarjeta.
Fernanda no sabía que ahora yo estaba al tanto de sus aventuras. Eso me daba tiempo para pensar qué iba a hacer con ella y con la relación toda. Para mi sorpresa, sus atorranteadas me excitaban, pero no me hacía nada de gracia que me mintiera. Y además, ¿por cuánto tiempo podría sostenerse una situación así? Decidí no decidir nada. El negro iba a estar en Buenos Aires otros diez días y, después de escuchar la cogida de toda la noche, sabía que ella se las iba a arreglar para pasar en ese hotel la mayor cantidad de veces posibles. Iba a tomarme esos diez días para pensar.
A las doce del mediodía, en mi trabajo, me di cuenta que necesitaba conocer los comentarios de Fernanda a sus amigas. Quería escuchar todo de su propia boca. Así que escapé de la oficina con una excusa y fui a lo de Martín.
No sabía muy bien qué decir cuando bajó a abrirme.
—Me encargaron una página web unos amigos que están empezando un negocio —dije casi improvisando— y como yo no sé nada se me ocurrió hacerlo con vos.
Martín se mostró sorprendido. No tanto por mi discurso sino por mi nerviosismo mientras hablaba. Ya arriba, él había amagado llevarme al estudio pero yo me había detenido en la puerta de la cocina. Y no me movía de allí.
En medio de algo que me decía Martín escuché la voz de Fernanda y el corazón se me paralizó. Impulsivamente dije para mí: "Fer" y me fui directo a la ventana de la cocina. Me di cuenta que me había puesto al descubierto. Pero ya era tarde. Martín se puso a mi lado y escuchó conmigo cómo Fernanda les contaba a sus amigas la increíble noche que había vivido. Yo estaba totalmente al palo aunque nervioso por la presencia de Martín.
Me alegró de una manera extraña, plena, comprobar que lo que yo había percibido en ella durante el encuentro con su amante, se confirmaba casi totalmente. Los momentos de placer, los de diversión. También había dicho que en un descanso había pensado en mí, en que yo había tenido un día de mierda y ella no me había dado casi bola por ir tras los brazos de otro. Se había sentido culpable, pero apenas el negro la volvió a tomar desde atrás apoyándola nuevamente, el cornudo desapareció de su mente y se había entregado a disfrutar.
Martín me encontró sonriendo tontamente y cuando me descubrí observado mi gesto fue repentinamente serio. Especialmente porque el de él también lo era.
—¿Qué carajos pasa acá?
Me sorprendí por su frontalidad.
—N-nada —dije muy nervioso—. Estuvo divertido como ayer...
—¡Decime qué carajo pasa! Cuando se puso a hablar esa puta, la nombraste... ¡Te escuché!
Mi expresión se endureció. No me gustaba que a mi novia le dijeran puta. Aún cuando la noche anterior había escuchado al negro decírselo varias veces.
—Nada, nada. Me divierte escucharlas.
—¿Te creés que soy pelotudo? —su voz se elevó bastante. Estaba perdiendo la paciencia—. ¿Sos un loquito? ¿Seguís a las minitas del jardín? ¿Las espiás?
Me di cuenta que Martín se había alarmado con mis actitudes y que la cosa podía ponerse seria sin necesidad.
—¡No, pará, pará! —Ahora yo estaba asustado. ¿Y si llamaba a la policía?— Está bien, la conozco... —admití—. Inventé lo del laburo para escucharla...
—Sos un psicópata...
—No. Soy el novio.
El rostro de Martín se transformó. Pasó del pánico a la compasión.
—Uh... Wow… Yo… Perdón, flaco, no… sabía... —se disculpó. Pero en seguida—: ¡Pará! Vos no sos el novio, ¡vos estabas escuchándola con ganas!
—¡No! Soy el novio. Por favor, creéme, no soy un loquito...
—Flaco, no me jodas, te acabo de ver... ¡Mientras la mina contaba cómo se la garchaban vos estabas re caliente!
Suspiré vencido.
—No sé... Puede ser —admití—. En realidad tengo un quilombo bárbaro en la cabeza. Hace veinticuatro horas mi novia era un angelito que ni sabía insultar y de golpe descubro que es la más puta del mundo...
Martín me miró, comenzando a comprenderme. Creo que quiso consolarme cuando dijo:
—No, no la más...
—Vos mismo me dijiste que era una flor de puta.
—Todas son unas putas.
Se hizo un silencio. Luego Martín preguntó:
—¿Qué vas a hacer? No te veo muy enojado.
—No sé —suspiré—. Ayer se encontró con el negro... La seguí, pasaron la noche en un hotel... bueno, ya escuchaste lo que pasó... —Martín asintió en silencio—. Yo tomé la habitación de al lado y escuché todo...
Los ojos de Martín casi se vuelan de las órbitas.
—No sé qué voy a hacer —mentí. Me avergonzaba confesar que ya había aceptado ser un cornudo consciente—. Te pido por favor que no comentes nada de todo esto en la oficina. Rodrigo es mi amigo, no me gustaría...
Me calló con un gesto. Casi parecía ofendido por la insinuación. Luego sonrió como si se le acabara de ocurrir una genialidad.
—A las seis salen las chicas. Tenés que llevarme a la salida, quiero conocerlas de una buena vez...
La idea no me gustó mucho. Si bien Martín parecía confiable, no lo conocía demasiado.
—Yo... —dudé—. No sé…
Pero él estaba entusiasmado.
—¡Claro! ¡Si son una más puta que la otra! ¡Me las voy a garchar a todas! —dijo, y automáticamente se dio cuenta—. Bueno, a la tuya no.
No tenía sentido negarme.



7.

Unas horas más tarde pasamos a buscar a mi novia y los presenté. Advertí en el acto que se gustaron mutuamente y en un rincón oculto de mi cerebro creo que lo festejé. Aparecieron las otras chicas y los fui presentando a todas. Las cinco estaban encantadas con Martín. Sus rostros irradiaban seducción y las ganas eran elocuentes.
Aquella noche Fernanda y yo no teníamos planeado salir, de modo que ella no tuvo que inventar ninguna excusa para escapar. A las 20 horas nos despedimos y ella fue al encuentro de su amigo brasileño. Otra vez los escuché coger toda la noche. Y en cada uno de sus encuentros no pude evitar acompañarlos con una furiosa paja.
Entrada la madrugada, en medio de un descanso entre cogida y cogida, no me aguanté y la llamé a su celular. Ambos habíamos acabado ya dos veces, aunque ella no lo sabía y yo sí. Y estábamos relajados.
—Hola, mi amor —le dije dulcemente—. ¿Cómo estás?
—Hola, bichi —Estaba tranquila y cariñosa—. Pensando en vos, justamente...
—¿Cuándo, ahora? —me sorprendí. Hacía un minuto que había terminado de coger con el negro.
—Sí, ahora. Te extraño... Tengo ganas de verte...
—¿Me estuviste extrañando toda la noche? —pregunté con la sola intención de saber si me mentía.
—No —con calma—, recién ahora. Hace un rato estaba en otra cosa, aunque...
—¿Y qué estabas haciendo...? —Yo había ya arrancado con la pregunta antes de que ella hubiera terminado con "aunque"—. ¿Aunque qué? —terminé preguntando con ansiedad.
—Nada... cosas de mujeres... Bah, cosas de tu mujer... —y rió un poco.
—Las cosas que hacés siempre que no estás conmigo —Mi tono estaba exento de reproche.
—Sí —dijo, y se me antojó que había un dejo de culpa en su tono.
—¿Qué ibas a decir antes, cuando te interrumpí? ¿"aunque" qué...? —ella dudó sin comprender—. Me dijiste hace un rato que estabas haciendo otras cosas y no pensabas en mí aunque...
—¡Ah...! —hizo un silencio—. Qué se yo... siempre pienso en vos, incluso cuando no debiera —Otro silencio. Yo callé—. Debo amarte mucho, amor, porque pienso en vos en los momentos menos indicados... —mi pija comenzó a ganar volumen nuevamente. Me estaba diciendo que pensaba en mí mientras el negro le daba maza—. Quiero verte... —me dijo finalmente, decidida—. Quiero verte ahora...
—Yo también quiero verte, pero... ¿Vas a dejar lo que estás haciendo...?
—No estoy haciendo nada importante... Nada que no pueda dejar por ir a estar con vos...
Adiviné que además de querer —efectivamente— estar conmigo y amarme con cuerpo y alma se estaría sintiendo culpable. Pero no por haberme engañado. Sino porque cornearme iba a ser parte de su vida y de la mía, y cada vez que buscara en otra cama lo que yo no le daba, a la vez le faltaría mi presencia. Se sentía culpable por tomar ese camino y saber que no lo iba a cambiar.
—Venite —le dije—. Venite ahora.
—¿Dónde estás?
—En el centro. Camino a casa.
—Salgo ya. Quiero que nos durmamos abrazados.
Cortamos y sonreí. Le habían dado con todo durante tres horas y había acabado dos veces. Sin embargo, necesitaba mi abrazo. Escuché algunos movimientos y unas breves voces en la otra habitación. Pensé que iba a tener el tiempo de una ducha pero mi novia debería estar más necesitada de mí de lo que yo suponía. De pronto escuché un andar apresurado y la puerta de al lado abriéndose.
Salté como un resorte acomodándome la camisa dentro del pantalón como pude.
Y salí al pasillo.



8.

Encontré a Fernanda a dos metros, de espaldas, alejándose a toda prisa.
—¡Fer! —la llamé en voz alta pero sin gritar.
Mi novia se congeló. Giró sobre sí en un segundo que pareció eterno y me vio bajo el marco de la puerta, medio cuerpo afuera y mirándola sin expresión.
Su rostro se transformó en una máscara de angustia y horror. Le hice una seña con la cabeza y me volví a mi habitación.
Fer entró detrás mío casi llorando. La esperaba con los brazos abiertos y, apenas cruzó la puerta, la abracé con toda mi alma como para calmarla y que notara de alguna manera mi apoyo. Yo no podía ni sabía qué hablar.
—¡Perdoname, perdoname, perdoname...! —repetía histérica contra mi pecho.
—¡Sht! ¡Sht! —la callaba yo, dulcemente—. Tranquila, mi amor, tranquila... No pasa nada, no pasa nada...
Lloró un buen rato mientras pedía un innecesario perdón y esgrimía alguna que otra razón inconexa. No me escuchaba, pero poco a poco mi abrazo la fue calmando.
—Te juro que no lo pude evitar... ¡Te lo juro! Yo te amo, Dani, te juro que te amo pero no sé qué me pasa...
—Ya sé, mi amor, ya sé... No tenés que explicar nada...
Dejó por un instante de justificarse y se secó las lágrimas con la manga de mi chomba.
—¿Y vos cómo llegaste acá? ¿Qué hacés en este hotel?
—Yo estoy acá para darte el abrazo que estabas necesitando... Porque soy tu novio.
—Pero...
Cerré la puerta y la llevé hasta la cama.
—¿Seguís necesitando dormir abrazada conmigo...?
Yo parecía estar tan calmo —en realidad por dentro me bullían mil sensaciones por minuto— que mi novia estaba confundida. No comprendía cómo ni por qué, pero sentía que no tenía nada que temer. Que estaba con su hombre y que estaba en casa. Asintió con la cabeza como una nena.
—Vení —Le señalé la cama y comencé a desvestirme—. Vamos a dormir juntos y abrazados como estamos necesitando los dos…
Ella primero dudó y luego comenzó a desvestirse mientras yo entraba en la cama. Se duchó rápido y volvió y se metió desnuda bajo las sábanas.
Me agarró por detrás y me abrazó. Fue quizá uno de los contactos más sentidos que tuvimos en mucho tiempo. Siempre desde atrás, me agarró la pija, buscándome.
—¿Querés...?
—No hace falta, Fer... No me tenés que sobornar, estamos bien...
Ella me tocó el hombro con su frente.
—Disculpame, no te quise ofender, pero... Estoy re confundida... por ahí vos...
Me di vuelta y le besé brevemente los labios.
—¿Vos... —y acentué notoriamente el "vos"— ...querés...? —ella dudó un segundo. Quería decirme la verdad, pero no quería herirme y también, por culpa, quería complacerme. Dije entonces—: No es el mejor momento éste para una mentira... ¿Vos querés realmente coger ahora?
Me miró y decidió ser sincera. Negó en silencio.
—¿Estás cansadita y necesitás mimos...?
Asintió con la cabeza. La besé y nos mimamos por un buen rato. Finalmente giró y me dio la espalda, dejándose abrazar por mí, para dormirnos.







PARTE DOS

9.

Desde la mañana siguiente Fernanda estuvo todo el día repitiéndome que no lo volvería a hacer. Que la perdonara. Que no sabía lo que le había pasado. Actuaba como si mi reacción de la noche anterior hubiese sido solo un perdón y no la aceptación de mi condición de cornudo de una irremediable mujer infiel. Yo no me atrevía a aclarar nada porque mi confusión era quizá peor que la de ella, y solo atinaba a decirle que dejara de disculparse y que ya todo había pasado. Sé que sus palabras eran sinceras cuando me prometía que estaba arrepentida y que jamás lo volvería a hacer. Pero también sabía que no podría cumplir con su promesa eternamente.
El día transcurrió de lo más normal. A la hora en que mi novia se reunía con sus compañeras habría querido escaparme de la oficina pero no me lo permitieron. Llamé medio a escondidas a Martín, en un momento en que Rodrigo había ido al baño.
—Necesito que escuches lo que mi novia dice de ayer.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—La agarré "in fraganti" con el negro, pero la perdoné... y me prometió que no lo iba a hacer nunca más.
—Está bien, yo paro la oreja y te digo.
A la hora y media me llamó.
—¡Danilo, fuimos la noticia del día!
—¿Qué pasó?
—Tu novia se contó la vida. Lo del garche con el negro duró muy poco. Estuvieron hablando todo el tiempo de tu actitud cuando la descubriste.
Enrojecí en el acto y oculté mi rostro para que Rodrigo, a mi lado, no se percatara.
—¿Por qué?
—Por lo que hiciste, loco. Nadie entendió nada, y Fernanda menos que menos. Tiene una confusión para veinte en la cabeza.
—Sí —dije como para que siguiera. Me hubiera gustado aclarar algunas cosas pero no quería que Rodrigo, que me escuchaba, hiciera preguntas al colgar.
—Mirá, loco, tu novia está hasta las bolas con vos. Está enamorada de verdad.
Me volvió el alma al cuerpo. Aunque ella me lo había dicho, siempre cabía la posibilidad de que estuviera actuando para mí. El hecho de repetírselo a sus amigas era la mejor de las confirmaciones.
—¿Algún... indicio de que algo pueda cambiar...?
Martín se tomó un momento. Quizá intentaba descifrar mi pregunta.
—No sé, puede ser...
—¿Qué? ¿Qué pasó? —pregunté mostrándome más ansioso de lo debido.
—No sé, pero me quedó la sensación de que no va a parar... Es decir, de que no va a parar de cornearte...
La noticia no me molestó. Lo único importante era que me amaba, que me fuera a convertir en su cornudo era realmente secundario.
—¿Estás seguro?
—No —fue tajante—. Las amigas le preguntaron qué iba a hacer cuando el negro la vuelva a llamar... y dijo "no sé".
—¿Alguna otra cosa? ¿Estaba deprimida o algo?
—No, deprimida, no, confundida. Y contenta. Parecía como orgullosa de que hayas sido tan comprensivo... —De pronto cambió el tono, se puso más picante— Y otra cosa, también hablaron de mí. Les gusté a todas, jaja! ¡Me las puedo garchar cuando quiera!
—Yo estaba seguro de que iba a ser así...
—Me las voy a garchar a las cinco —me dijo eufórico—. Una cada día de la semana.
Yo hice cuentas. Estaba incluyendo a mi novia.
—¿A las cinco? —mi tono sonó a reproche.
—No, a las cinco no —se corrigió—. A la gorda no me la cojo ni en pedo. Esa te la dejo para vos, ¡jajaja!
Se despidió y colgó. Me quedé pensando si en medio del entusiasmo había olvidado que en el "paquete" estaba incluida mi novia.
—¿Problemas de pareja? —me preguntó Rodrigo tranquilamente sin apartar la vista de unas planillas.
Lo miré sorprendido. Yo había sido muy cauto al hablar por teléfono y estaba seguro de no haber revelado nada. Pero Rodrigo era mi amigo desde la secundaria y evidentemente me conocía muy bien.
—Sí... —dudé—. No... No sé. Estamos en una crisis, pero lo estamos resolviendo bien...
—Y, sí... —respondió en un soplido mientras se levantaba de su asiento—. Para construir y mantener una pareja a veces hay que romperse los cuernos.
Y se fue.



10.

Esa noche la pasé con Fernanda en mi casa. Hicimos el amor como no lo habíamos hecho nunca en estos dos años. Aunque la cosa no había arrancado justamente así. A los pocos segundos de penetrarla me di cuenta que no la sentía como otras veces. Nunca la había sentido muy estrecha que digamos, pero esta vez sentía el roce aún menos.
—Mi amor —le dije de golpe y sobresaltado—. El negro te estiró la concha.
Fernanda abrió grande los ojos y me miró asustada. Pero me vio sobre ella, bombeándola y con una excitación creciente. Se dio cuenta que no le estaba diciendo aquello como un reproche.
—Puede... ser... —dijo tímidamente.
Paré de cogerla.
—¿Cómo la tenía para dejarte así?
Mi novia dudó. No quería responder.
—Sigamos, Dani. Ya te dije que pasó...
—No, amor. No te siento. ¿Vos me sentís? ¿Me sentís la pija?
Fer estaba nerviosa y confundida. Pero respondió.
—Sí... —y se corrigió—: Es decir, poco... menos que antes, pero te siento... —la miré con desconfianza—. Bueno, no... Hoy no te siento casi nada... ¿Estás contento?
Yo comencé a bombearla nuevamente. Sentía cómo la adrenalina me invadía la sangre; y el morbo, el alma.
—No, no estoy contento. Quiero que me digas por qué no me sentís —dije sin dejar de serrucharla.
—No sé por qué... Son días... O la lubricación...
—¡Porque te estiraron la concha, puta!
—No me digas... eso...
Fer comenzó a darse cuenta que yo no solo no estaba enojado sino que, además, estaba caliente. Y mucho.
—Decime por qué no te siento, puta... ¡Decímelo!
—No sé, puchi... No sé —Ella comenzó a agitarse también, como yo. Seguía sorprendida pero ya no temía, y trataba de entender mi repentina excitación pero sin adivinar qué me pasaba.
—Decime por qué, puta... ¡vos sabés por qué!
—No sé, amor. Te juro que no sé —repitió. Pero ahora su excitación era mayor y había levantado su pelvis para que yo la penetre más profundamente. De pronto decidió tomar un riesgo pero sin animarse a mencionar nada—. ¡Debe ser por lo de anoche!
Mi pija pegó un salto dentro de su concha. Yo la sentí más grande. Claro que físicamente es imposible pero yo la sentí crecer de golpe.
—¡No me des vueltas, puta de mierda! ¡Decime quién te agrandó la concha! ¡Decime cómo te la...!
—¡El negro, mi amor! —se lanzó—. ¡El negro me la agrandó!
¡El negro que me dio bomba en la habitación de al lado!
—¡Hija de puta! ¡La verga del negro te la ensanchó!
—¡Sí! Ahhh... —mi novia comenzó a cerrar sus ojos— La verga del negro, mi amor... la tenía enorme... me hizo mierda...
—¡Te dio toda la noche!
—¡Toda! ¡Toda la noche! ¡Toda la verga! Me llenó, mi amor. ¡Me llenó de verga!
Me salí y la di vuelta sobre la cama. Quedó tendida boca abajo y a mi merced. La penetré con furia pero, entre la lubricación extrema que tenía y el leve estiramiento que de verdad tenía, el roce era casi nulo. Sin embargo, esto no restaba excitación sino que la incrementaba.
—¿Cuánto hace que te da el negro, puta? ¿Cuánto hace que me hacés cornudo con esa verga?
—¡Dos veces! Dos veces te hice cornudo con el negro... Dos veces... ahhhhh... te hice... ohhh... cornudoooo...
—¡Puta puta puta! ¡Yo sabía que eras una puta!
Comencé a bombearla con violencia desmedida.
—¿Me sentís ahora, hija de puta? ¿Me sentís?
Mi novia ya estaba liberada.
—No, cornudo. Todavía no te siento. Dame más fuerte.
Le di más fuerte.
—¿Y ahora, puta? ¿Me sentís?
—No, cornudo, no te siento. No te siento nada...
Me venía. Breve e inevitablemente.
—Para que sienta algo me vas a tener que traer al negro, mi amor...
—Me voy, amor. Te acabo —le dije de pronto en un dulce ruego.
—Acabame, cornudo, acabame lo que quieras que igual no te siento...
—Ahhhhhh, ahhhhh, mi amooor...
—No te siento, cornudo, no te siento... —repetía—. No te siento...
—Ahhhhhhhhhhhh —terminé de desahogar mi último espasmo y me derrumbé sobre ella.
Hubo unos segundos de silencio, rotos apenas por nuestras respiraciones agitadas que pretendían volver a la calma. Fer giró sobre su torso y me miró con una sonrisa.
—¿Y, mi amor? ¿Cuándo me la vas a meter?
Me reí y la besé con un amor nacido del descubrimiento exacto del otro.



11.

A pesar de haber sido tan explícitos la noche anterior, Fernanda se manejó durante todo el día siguiente como si aquello no hubiese significado nada. Si bien ya no pedía perdón por su infidelidad con el negro, se mostraba indiferente ante mis insinuaciones pícaras o chistes bobos sobre el tema.
El día transcurrió normal, cada uno en su trabajo como todos los días. Pero yo no podía sacarme de la cabeza la última noche. Había sido la más excitante y completa de las veces que lo habíamos hecho. Y no podía esperar a repetirlo.
Cuando finalmente nos vimos a última hora de la tarde procuré por todos los medios de llevarla a mi casa. Ella vio mi excitación y se mostró conforme y divertida. Pero aceptó con la condición de que no volviéramos a hablar en la cama de nada del pasado. Acepté, por supuesto.
Pero no lo cumplimos. A los cinco minutos de estar cogiendo comencé con las insinuaciones sobre el negro y Fernanda se enganchó de inmediato. Acabé muy rápido mientras le gritaba "puta" y ella me amenazaba con seguir cogiéndose al negro. Fue un polvo magnífico e increíblemente excitante. Desde esa noche ya no fue tabú hablar de lo que nos estaba excitando en la cama.
Al otro día la sorprendí pasándola a buscar por el jardín de infantes. Por supuesto, había un motivo oculto. Unas horas antes había pasado por lo de Martín y escuchado los comentarios con sus amigas. No habían sido tan verborrágicas como otras veces, pero había alcanzado para confirmar que nuestros últimos dos encuentros resultaron espectaculares también para ella, aún cuando ella no lograra acabar.
Por supuesto, mi nuevo amigo me acompañó a la salida del jardín. Ahora que se conocía con las chicas hizo un buen despliegue de todas sus artimañas de seductor. Vi cómo todas estaban receptivas con él y cómo de a poco fue metiéndose a cada una de ellas en el bolsillo. Incluso a mi novia. No me quedaron dudas de que terminaría cogiéndose a todas en poco tiempo. Quizá mi novia quedaría fuera de esa lista por una cuestión de lealtad hacia mí. Sólo quizá.
La plena conciencia de tener a mi lado a Martín y a mi novia y no saber a ciencia cierta si me serían leales me hizo crecer la pija dentro del pantalón.
Vi cómo todas le dieron su celular y cómo Fernanda se lo comió con la mirada cuando le dio el de ella. Me pregunté si al coger esa noche con mi novia no fantasearía con la posibilidad de coger con Martín.
Pero ni cogimos ni fantaseamos con Martín. Porque a las ocho de la noche la llamó el negro.



12.

La llamó cuando ella estaba justo en frente mío. Y sólo ver su expresión supe quién era. En un breve segundo su rostro recorrió la sorpresa, la alegría, la excitación, el pesar, la desazón y la resignación. Vi algo que no estaba en mis cálculos ver. Vi la derrota en sus ojos, mientras se disculpaba con su amigo brasilero y me miraba con una sonrisa quebrada. Vi cómo toda su alegría se disipaba en ese llamado y una sombra desahuciada la invadía rápidamente. Y sufrí por verla sufrir.
Cortó. Quedó con los ojos apenas acuosos y la mirada distante. Y una sonrisa pobre, llena de añoranza, y el alma ausente.
—¿Era el negro, no?
—Joao —le puso nombre—. Pero no te preocupes, ya le dije que no nos íbamos a volver a ver más.
—Sí, te escuché —La tomé de la mano y la miré a los ojos. Sentí un nudo en mi pecho. Me sonrió con esa mueca yerma, tiesa, mentirosa; esa sonrisa de los derrotados en su orgullo y odié toda la situación—. Pero no me preocupa eso. Me preocupás vos...
—Ya te dije que no lo voy a hacer más... —replicó a punto de ofenderse.
—No es eso. Te veo y no me gusta lo que veo. Prefiero la Fernanda que estaba acá antes del llamado... La que le dio el teléfono a Martín... La que me estuve cogiendo estos últimos dos días...
—No sé si deberíamos seguir con esas cosas en la cama...
—Estoy hablando de otra cosa. Yo te conozco, amor. Te escuché con el negro a través de las paredes del hotel... y te veo cada vez que seducís a alguien. —Fernanda me miraba con cierta curiosidad—. ¿Cuántos días más se queda Joao en Buenos Aires?
Yo ya lo sabía, pero se suponía que no.
—Cinco o seis días más... ¿Por qué?
—Quiero que vuelvas a ser la de hace un rato. Quiero que vuelvas a ser la que hablaba con el negro el otro día por teléfono... La que se calienta cuando le digo que es una puta... —Decidí ser más audaz—: La que vuelve con la concha estirada y le encanta que no la sienta.
Fer estaba entendiendo pero era tan absurdo que callaba esperando que yo fuera más explícito.
—No… entiendo...
—Mi amor, yo sé lo que gozaste con el negro.
—¿Vos me estás dejando que vaya con...? —mi novia comenzó a sonreír y sus ojos se agrandaron. Vi cómo el alma le volvía al cuerpo, alejando toda huella de derrota de su rostro.
—Es una vez —resoplé con una falsa resignación que acompañé con una sonrisa—. Es brasilero, está de paso, te gusta... se va en una semana... —la miré. Volvía a estar radiante de felicidad—. Nadie se va a enterar de esto. Vos te das el gusto, volvés a ser la de siempre y seguimos con nuestras vidas como todos los días. ¿Qué te parece?
Su respuesta fue un beso enorme, enamorado y lleno de pasión. Me comía casi literalmente la boca y me abrazó emitiendo pequeños gemiditos casi histéricos de felicidad.
Al minuto estaba con su celular en la mano.
—¿Joao? —Esta vez habló delante mío. Pude escuchar claramente la voz con pretensión seductora del brasileño—. Hola... ¿Todo bien? ...sí, todo bien... ¿Todavía estoy a tiempo de que me invites a cenar a tu habitación...? —Hubo un momento en el que habló su amante. Ella me miró y sonrió con picardía. De golpe se puso roja—. No, bombón... Yo quiero estar solita con vos... Tus amigos que vayan al casino... O a un cabaret, si quieren fiesta...
Mis ojos se abrieron desorbitados. ¿La estaba queriendo enfiestar?
Mi novia dio por tierra cualquier especulación posible.
—No, hoy estoy disponible para vos solita... Otro día vemos lo de tus amigos... ¿Querés que vaya o no?



13.

Una hora después estábamos en el lobby del hotel. De la mano. Nerviosos.
Habíamos quedado en un par de cosas básicas: yo estaría en la habitación de al lado. Cualquiera de los dos que se arrepintiese llamaría al otro y todo se cortaría sin que ninguno reprochara nada. Esto, en el fondo, fue para conservar las formas porque era evidente que ni ella ni yo nos arrepentiríamos de disfrutar del encuentro. Otra cosa que habíamos arreglado era que ella durmiera conmigo en mi habitación. Sin importar a qué hora terminara. Incluso estaba contemplada la posibilidad de que cogiera toda la noche con el negro, durmiera conmigo y volviese a coger con él a la mañana bien temprano, si se daba.
Nos despedimos con un beso en la puerta de la habitación de Joao y me retiré a la mía, mientras ella entraba al matadero hecha un mundo de sonrisas y seducción.
Si la vez que la había oído jadear bajo la verga del negro había sido reveladora y maravillosa, ésta fue sencillamente espectacular. Mi novia se sentía liberada y exenta de culpa, y mi presencia al otro lado de la pared la excitaba como jamás lo había estado. Fue una noche de película: el negro, quizá contagiado por la excitación de Fernanda, disfrutó de su cuerpo exquisito infinidad de veces, muchas con un vigor y entusiasmo descontrolados. El respaldo de su cama chocaba incesante contra mi pared, marcándome como un goteo ruidoso, infinito, cada penetración que propinaba el negro. Esto provocaba en ella jadeos furibundos y gritos despojados y plenos de placer.
En un par de oportunidades hablamos por teléfono. La primera vez la llamé yo en medio de un descanso. Necesitaba escuchar su voz y que me dijera que estaba bien. Inconscientemente lo que buscaba era saber si yo estaba presente en su corazón a pesar de estar disfrutando como una posesa con su brasilero superdotado. El diálogo me alivió de toda duda. Aún con su respiración agitada no dejaba por un segundo de decir que me amaba, que le encantaba que yo la hubiera dejado, que si yo quería ella se venía a mi habitación y otras cien cosas, una más amorosa que la otra.
La segunda vez que hablamos fue como una hora y media después. Esta vez me llamó ella, con lo que confirmé que aún cuando otro se la estuviese clavando, al menos cada tanto, ella pensaba en mí.
—Mi amor, ¿cómo estás?—preguntó.
—Sí, Fer. ¿Ya te venís?
—No… —dijo, y la oí jadear muy suavemente—. Ahora no puedo.
—¿Pasa algo? ¿Estás bien?
Mi novia hizo un silencio premeditado y gimió un "mmm" apenas audible.
—Estoy en la cama, amor. Del otro lado de la pared... Arrodillada... con la cabeza en la almohada y la cola bien paradita, como a vos te gusta...
Me puse al palo a la velocidad de la luz e inmediatamente me ubiqué junto a la pared que compartíamos.
—Yo estoy contra la pared —dije. Aunque ya me había pajeado dos veces estaba listo para otra más.
—Amor —me dijo con su tono más seductor—. Joao me quiere hacer la cola... ¡Uhhh...! ¿Me dejás...?
No habíamos hablado de semejante posibilidad. No supe si me correspondía tener potestad sobre esa decisión. Tampoco me daba cuenta si me estaba pidiendo permiso de verdad o solo estaba jugando.
—Me gustaría ser yo el primero... —balbucí con un tono de resignación tal, que prácticamente fue como si ya la cosa estuviese irremediablemente consumada.
—Pero mi amor —me reprochó mimosa—. Vos estás allá, lejos... y Joao acá... —suspiró profundamente—. Vos no sabrías hacerlo y él... ¡Uhhh...! dice que es un experto...
—¿Te está haciendo la cola...? —pregunté incrédulo.
—Me está pasando cremita... Ahhh... mmm... —Yo no podía creer lo que escuchaba y mucho menos la calentura que tenía. Podía acabar al instante si por casualidad me tocaba—. Dale, mi amor... Dejá que Joao sea el primero en hacerme la cola... —Sentía la cabeza de mi pija latir con vida propia— ...así después te cuento cómo me la hizo y...
—¡Hija de puta! —atiné a decir—. ¡A mí nunca me dejaste!
No era un reproche. Era una declaración de calentura extrema.
—Pero vos nunca me cogiste así, mi vida... Uhhh... Te dejo, amor, que me está puerteando y en cualquier momento me la hace...
—¡Esperá, no cortes! ¡Por favor, no cortes!
—Chau, mi vida... Me terminan de hacer la cola y te vuelvo a llamar...
—No cuelgues, por favor. ¡No cuelgues!
Y no colgó.
Dejó el celular sobre la almohada y se abandonó al placerdolor que comenzaba a infringirle su macho. Pude escuchar todo con lujo de detalles. Cómo le clavó primero la cabeza. Cómo la acostumbró. Cómo de a poco fue clavándole el resto y cómo la iba preparando a mi novia a soportar adentro suyo los nuevos tramos de gruesa verga. Era una situación en extremo rara. Sus gritos y gemidos más fuertes los escuchaba también a través de la pared. En el celular, lo impagable era escuchar la vocecita de mi amada y sus jadeos de placer.
El negro sería realmente un experto o mi novia tenía una experiencia previa que jamás me había blanqueado porque sus manifestaciones de dolor fueron pocas y leves. La inauguración de mi tan preciada cola (porque por derecho debía ser solo mía) duró poco más de media hora. El negro se tomó ese tiempo para desvirgarla y una vez que ya era suya comenzó a serrucharla a conciencia. Le dio una y otra vez, una y otra vez... Como ya le había echado varios polvos supo aguantarla bien y cogerle el culo a discreción. Mi Fer acabó al menos una vez más y yo… Bueno, ya se imaginan.
Quedé casi tan exhausto como ellos y cuando advertí que volvían a un descanso decidí irme a dormir.



14.

Me despertó Fernanda en algún momento de la noche. Bajo las sábanas, pegó su cuerpo desnudo al mío y me abrazó y besó. Llena de amor. Abrí los ojos, le sonreí, la besé. Olí su cuerpo a sexo y eso solo ya hizo que comenzara a sentir un leve cosquilleo.
—Mi amor, te amo —me dijo—. No sabés cómo te amo... Gracias...
—Me alegro que la hayas pasado bien —le dije con sinceridad. Y le volví a sonreír—. Tenés olor a haber cogido.
—¿Querés que me duche? Me vine directo porque me moría de ganas de estar con vos...
—No —dije sin dejar de sonreír. Pensé que era cierto pero también que era evitable. Y si se había metido en la cama con sudores ajenos era porque consciente o inconscientemente me quería marcar algo—. Te amo.
Giró dándome la espalda y llevó mi mano dulcemente a su cola.
—¿Te gusta? —Había hecho eso tantas veces que ya estaba instalado como un especie de fetiche dentro de nuestra pareja. Ella se sabía poseedora de una cola perfecta. Y sabía que era mi debilidad. A veces me la mostraba, especialmente cuando vestía algún pantalón que le hacía lucir superlativamente su trasero y me hacía la pregunta obvia: ¿Te gusta? Esta vez el contexto era tan diferente que la pregunta-fetiche cobraba otras implicancias.
Le acaricié la cola perfecta como tantas otras veces, disfrutándola. Pero ambos sabíamos que iba a ir a buscar su ano renovado y nuevamente desconocido para mí. Y allí me quedé. Tocando. Reconociendo. Atento a sus reacciones. Su agujerito estaba notoriamente dilatado y por un momento hasta me preocupé. Se me fue parando nuevamente la pija.
—Despacito, amor... —me previno Fer en un suspiro doliente.
—Estás estiradísima...
—¿Te gusta? —me respondió quedamente.
—Me encanta —le susurré—. Pero cuando yo te quiera hacer la cola... no me vas a sentir... No me vas a sentir ni por adelante ni por atrás...
—Exagerado, sabés que después vuelve a la normalidad... Además —agregó con una sonrisa de fingida maldad— cada vez que Joao me la clava, de alguna manera yo te siento a vos.
Me dijo que estaba exhausta, más muerta que viva. Y que la cola le dolía mucho.
—Me duele, amor —se me quejó con un mohín de nena.
—Es que, Fer... ahora no se puede hacer nada.
—Me duele la colita...
—Decime qué querés, bebu... No sé cómo ayudarte...
Sacó de algún lado un potecito de una crema blanca y me la dio.
—No sé, amor, yo me voy a dormir. Lo único que me puede aliviar el dolorcito en la cola son tus besitos o esta cremita. Vos hacé lo que mejor te parezca... Yo me voy a dormir en medio de tus mimos.
Me dio el pote y se echó en la cama boca abajo parando su trasero perfecto y recién taladrado por Joao y dejándolo a mi merced.
Hice todo lo posible para aliviarle sus dolorcitos y pronto se quedó placenteramente dormida.



15.

A partir de esa noche y durante la semana que siguió, mi novia se convirtió literalmente en la puta de Joao. Pasó con él casi todas las noches y, llegado el sábado, se encerró con el negro y no salieron de la habitación hasta el domingo a la noche. Yo quise cogérmela apenas me la devolvió toda usada, pero me fue imposible. Si bien la penetré casi contra su voluntad —porque lo único que quería era dormir, después de haber estado casi dos días cogiendo sin parar— fue como si no le estuviera haciendo nada. Tenía su exquisita conchita tan agrandada que mi pija casi no la tocaba. Y no crean que estoy exagerando. Nunca volvería a estar tan estirada. A tal punto no nos sentíamos que mi novia se quedó dormida mientras me la cogía. Acabé por puro morbo. Cogerme las migajas que habían dejado de mi propia novia, y encima que ella ni me registrara, me disparó el orgasmo.
Esa semana pude cogérmela solo dos veces, una de las cuales, como ya dije, ella se quedó dormida. En ambos casos mi calentura era tan grande que acabé en forma casi instantánea. Esto no molestó a mi Fer. Al contrario: Joao se la cogía tan extraordinariamente bien que siempre llegaba plenamente satisfecha y muerta de cansancio, por lo cual íntimamente agradecía que mi desempeño fuese tan veloz, para poder descansar de la faena de su amante. No lo hacía de egoísta, era simple y llano pragmatismo. Yo, por mi parte, si bien casi no me la cogía, me pajeaba cada vez que la oía gemir y gritar en brazos del negro. Debo agregar que luego del fin de semana con Joao, Fernanda conoció a sus amigos. No accedimos a que se la enfiestaran todos juntos pero sí nos excitó la idea de que, aunque sea uno por uno, todos los amigos se la pasaran por la verga. Y así fue. Lunes, martes y miércoles mi dulce y amada noviecita se cogió también a Carlos, Ale, Felipinho y Gilberto. Todos negros y dos de ellos muy bien dotados y grandes amantes. Joao retomó el último día como para hacer una despedida, y mi novia se llevó los teléfonos de cada uno de los negros que me la cogieron.




16.

Cuando la semana terminó y los negros se volvieron a Brasil, sucedió algo que no estaba en los planes de ninguno de nosotros dos: nuestra rutina sexual era tan sobria y anodina en comparación con la intensísima semana anterior, que ambos sufrimos como un síndrome de abstinencia, con Fernanda cayendo directamente en una especie de depresión leve.
Yo no estaba lejos de lo mismo, claro. Me pajeaba en soledad más de lo que me cogía a mi novia. Y el motor de las pajas ya saben qué era.
Antes de los diez días estábamos desesperados. Decidimos hablar.
—Mi amor, no podemos seguir así. No aguanto más —me dijo Fer—. No es que no te amo. Por Dios, creéme que te amo, que me quiero casar con vos, que quiero tener tus hijos, todo...
—Ya sé, Fer, ya sé...
—Pero no me sabés coger... No te enojes, no te lo digo mal, pero... Antes te engañaba porque... no me satisfacías... Pero ahora no quiero engañarte. Después de lo que pasamos juntos, no quiero...
—Y yo no quiero que lo hagas...
—Mi amor, tenemos que cambiar algunas cosas... —Era la primera vez que no se disculpaba ni me estaba pidiendo permiso—. Yo sé que te dije que con los brasileros era una vez y después nunca más, pero...
—Vos sabés que a mí también me gustó, pero no sé...
—Es solamente sexo, Dani. Los sentimientos siempre son para vos. Ya viste lo que pasó esa semana... vos y yo estuvimos como nunca. —Lo admití con un gesto—. Yo quiero verte así todos los días: el hombre más dulce del mundo. Y llegar y abrazarnos como lo hicimos esa semana...
Yo la tomé de la mano. Estábamos desnudos en la cama luego de haber intentado hacer el amor.
—Sí, pero porque también fue la semana que mejor te garcharon en la vida...
—No, tonto. Porque fue la semana en que mi hombre se entregó hasta tal punto que me regaló el mejor sexo de mi vida...
La miré con un gesto marcadamente irónico y una sonrisa.
—Ahora resulta que todo eso fue una entrega de amor incondicional... Me quedo más tranquilo, yo pensé que era un cornudo...
Fer me empujó como reprobando mi broma y rió. Decididamente estábamos comunicándonos.
—¡Si a vos también te gustó, cornudo! —espetó risueña y me pegó un almohadazo.
—¡No me digas cornudo, puta de mierda! —retruqué, tomándola de las muñecas y doblegándola, poniéndola en la cama boca arriba y yo subido a ella.
Ella hizo como que se zafaba, pero no opuso demasiada resistencia. Sin soltarla y manteniéndola inmovilizada la besé con pasión y dulzura a la vez.
—Mi amor... —le dije rearmando un espacio más romántico.
Pero ella seguía de broma:
—¡Pajero!
Nos reímos brevemente.
—Sí —dije. Se hizo un silencio medio sacro, como si ambos entendiéramos que lo que decidiéramos en esa charla nos definiría como personas y como pareja para toda la vida—. Fueron las mejores pajas de mi vida, ¿sabés? —Ella asintió con la cabeza, sus labios apretados como una nena que sabe que debe guardar silencio—. Es raro... Esas pajas, mientras te cogían en la otra habitación... eran tan intensas... Muchas veces me sentí más cerca tuyo en esas pajas que en las cogidas que habíamos tenido en los últimos tiempos... No sé...
—A mi me pasó lo mismo… Cuanto más me cogía Joao, más pensaba en vos. Cuanto más puta me hicieron, más me sentía tu mujer...
Nos besamos.



17.

Ese día fue como una re fundación de la pareja. Fernanda continuó con su salida de los miércoles para levantarse machos, pero ahora conmigo, sin eufemismos.
Se dio el primer miércoles algo nuevo para ella: tenerme al lado como si yo fuese un desconocido mientras se levantaba a un chico, la excitó terriblemente. Me lanzaba miradas cargadas de cómplice maldad cuando bailaba con alguno y se dejaba manosear furtivamente. Pronto cambió a sus amigas por mí para ir a procurarse amantes. Y no solo los miércoles, sino también los viernes o sábados. O cuando nos pintaba. Los lunes continuó yendo a sus clases de salsa, una burda excusa para pasar dos horas con su profesor en un cuartito que había en la Academia para ese fin. Como siempre, yo la iba a buscar y ella se quedaba a dormir en mi casa, solo que esta vez yo sabía realmente qué tipo de baile le habían estado dando. Me contaba con lujo de detalle todo lo que había hecho y por lo general yo terminaba haciéndome una furiosa paja o —si ella tenía aún fuerzas y ánimo— hacíamos el amor para luego dormir juntos.
Hoy llevamos con Fer ya dos años de convivencia. Aunque me la cojo poco y nada, le hago el amor casi todos los días. Cada vez que está con otro, cada vez que me cuenta sus aventuras, cada vez que a pesar de estar agotada estira su noche para darme sexo o una paja aliviadora. Nuestro futuro se vislumbra estable y duradero, con un casamiento en puerta y planes de hijos a futuro.
Hijos que serán el fruto de una relación llena de amor, entrega y comprensión.


Fin

© 2007 by Rebelde Buey 








25 COMENTAR ACÁ:

Anónimo dijo...

lejos de lo mejor q lei sobre el tema
quiero leer mas
si podes publicalo, o mandame al mail
Ana (analia_rock)

Anónimo dijo...

Solo para decirte que, como siempre, me encantó lo que escribís. Deberías publicar un libro con todas estas historias que fluyen desde vos.

Ani. La salteñita "mentalista"

Erica y Mariano dijo...

Dios!! que bueno.. que divertido y romántico a la vez!! Un monton de sensaciones nos inundan al leer esto...

Te felicitamos una vez mas y que no se corte esto que nos hace sentir como dos adolescentes enamorados!

Con cariño,
E&M

vadinhograna dijo...

Excelente relato, en muchas cosas me siento identificado.Te felicito!!!

Gabriela dijo...

Ojala mi novio tuviera estas fantasias.

Rebelde Buey dijo...

ERICA & MARIANO y VADINHOGRANA:
Muchas gracias, gente! Es raro porque este tipo de relatos, más romanticones, no tienen tantos comentarios como los morbosos, pero te identifican más. A mí también me pasa eso, igual que a ustedes.

Al Bundy dijo...

buen relato, me gusta la parte de la novia de rodillas "pidiendo permiso" para que le rompan el culito.

Anónimo dijo...

Ls verdad IMPRESIONANTE, de que manera resumis todo los que los cuernos sentimos o queremos sentir cuando nuestra mujeres gozan con otro, los detalles que colocas son tan reales( por ejemplo el de los olores) que no parecen ficticios sino experiencias vividas.

Rebelde Buey dijo...

es que lo son, jajaja!!
gracias por tus palabras, amigo!

Anónimo dijo...

Impresionante!!!!

Anónimo dijo...

Muy bueno , te felicito, escribis las fantasias que siempre tuve con mi mujer

admin dijo...

excelente relato , totalmente identificado ....

sheridan1000 dijo...

en dos palabras im-presionante. :D

Anónimo dijo...

excelente relato, y muy buena el blog

Anónimo dijo...

Muy bueno el relato. El primero que leí y aún me parece el mejor. Espero continuación!!
Te felicito por el blog

hornetf18 dijo...

Es espectacular! Estos maravillosos personajes muestran un lado de lo cuernos tierno, romantico y morboso que solo vos Rebelde logras.

Anónimo dijo...

Si, lo que dijeron: es romantico a full...encantador..y el morbo brasilero es tan verosimil.....

carlosnava57@hotmail.com

Anónimo dijo...

este para mi gusto es el mejor de todos.......sharavalles@hotmail.com

Anónimo dijo...

Flor de trola la maestra jardinera...jajaja
Yo tengo una amiguita tambien maestra q cuando salimos tambien es flor de puta...Se hacen las buenitas en la escuela y les gusta les encanta la pija...
En fin se parece a mi...jajaja
Excelennte relato...Me super calento...
Te dejo Besitos...
Luna Mora

Julian Ruiz dijo...

Excelente relato, de lo mejor que he leído en un par de años, el tema de los cuernos siempre me ha llamado la atención; incluir la conversación por teléfono mientras le daban a la “heroína” de la historia es una parte que siempre me ha gustado de los relatos de infidelidades. Repito. Excelente.

Diegote dijo...

De todos tus excelentes relatos, este es muy especial para mí. Es con el que más me puedo identificar (haciendo un mash-up con los cornudos de Cortando con el Ex y un poquito de Gregorio, de Dame un Segundo). Tuve hace un tiempo una experiencia similar a la del protagonista -aunque sin negros brasileños, jajaja-, y tu manera de describir los estados de ánimo y las sensaciones de Danilo -otro nombre genial para el cornudo- es excepcional. Me gusta mucho como ahondás en el factor romántico, comúnmente dejado de lado en los relatos de cuernos. Y ese romanticismo va de la mano de la lealtad, un tema que solés abordar y que me parece importantísimo. Leerlo me hizo revivir una parte importante de mi historia, gracias por escribir tan bien.

Pablo dijo...

La historia es fantastica y siempre de buen morbo, una exquisita mezcla de dulzura, lealtad y sexo. felicitaciones.

Anónimo dijo...

Yo las tengo con mi novia pero ella no se anima...

Anónimo dijo...

Repasando tus archivos, a ver si aprendo algo..caí por acá. SI NO ES EL MEJOR RELATO QUE ESCRIBISTE, LE PASA RASPANDO...que sutil, que verosímil, que cuidado..

carlosnava57@hotmail.com , tu fan eterno.

Beta Whitey Boi dijo...

Este relato es estupendo, hacia mucho que no lo leía.
Tan bueno que, le abriste la puerta a 3 historias (por lo menos) y ni te molestaste en entrar.
Lo disfrute muchísimo.
Gracias

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